Recuerdos de la niñez 2

m/F, incesto.

Mamá se corrió dos veces más durante aquel segundo polvo en la bañera. Cuando se la saqué, habiendo eyaculado de nuevo en su confortable vagina, la tenía impregnada de sus flujos y totalmente satisfecha. Mi madre lo estaba también y fue por eso por lo que me dio un beso en los labios. Era mi primer beso en la boca y me pareció de lo más excitante, casi tanto como el coito que acabábamos de tener. Aquello, más que una demostración de instintos animales, era una muestra de amor, pero de un amor distinto al de una madre. Yo lo encajé bastante bien, a pesar de que lo que estaba sucediendo entre los dos era algo que a mucha gente podría parecerle devastador para ambos.

Decidimos darnos la ducha que había sido excusa para aquellos primeros escarceos sexuales. Recuerdo que nos enjabonamos mutuamente, haciendo especial hincapié en nuestras partes erógenas. Mi polla se volvió a empinar (para sorpresa de mamá) a causa de mis tocamientos de su cuerpo y ella me la agarró y me masturbó lentamente, aunque sin hacerme llegar al orgasmo. Yo sentía una necesidad acuciante de volver a enchufar mi rabo en su coño caliente y suave, así que intenté que mamá se inclinara de nuevo hacia delante, pero ella se resistió.

-Espera, machote, ahora cuando salgamos -me dijo.

Tuve que aguantarme y esperar a que termináramos de ducharnos para acercarme a ella otra vez. Mi polla estaba completamente empinada, exageradamente grande allí en aquel cuerpo de niño-hombre, mientras nos secábamos. Las tetas de mamá se movían de un lado a otro como un flan y su culo, que a veces se ponía en pompa cuando se secaba, era grandioso. Tanto es así que, una de las veces que se agachó para cerrar bien uno de los grifos de la bañera, me acerqué a mamá y empecé a “montarla”. Esta vez, mamá no se resistió, sino que se quedó quieta mientras yo encontraba su agujero y empezaba a follármela. Mamá comprendía, estoy seguro, que yo tenía ciertas tensiones que aliviar y por eso ponía su agujero a mi disposición, aparte de que a ella le gustaba que yo se lo invadiera con mi formidable herramienta.

Aquel tercer polvo duró bastante, mucho más que los otros dos. Mamá se agarró en el borde de la bañera y levantó bien el culo para que yo pudiera penetrarla con mayor facilidad. Y fácil fue, eso sin duda, pero habiéndome corrido ya dos veces, mi orgasmo se hizo esperar. Tanto tardó que mamá pudo correrse tres veces más mientras yo estrellaba mi locura hormonal contra sus nalgas. Cuando finalmente acabé, saqué mi miembro pringoso de su vagina y me quedé allí mirando a mamá, que parecía más que satisfecha.

-Te gusta meterla, ¿eh, guarro? –bromeó.

-Mucho –reconocí.

-Pues para eso está tu madre, para que se la metas cuando tengas ganas y te desahogues bien.

Los dos nos reímos y luego nos fuimos a nuestros respectivos cuartos a ponernos algo de ropa, aunque resulte extraño habiendo llegado a aquel nivel de intimidad los dos.

Aquella noche nos sentamos a ver la tele en el salón, juntos los dos en el sofá y acariciándonos y besándonos de vez en cuando, como si hubiéramos sido amantes toda la vida y no madre e hijo. Sé que resulta difícil de creer, pero fue así como ocurrió, sin plantearnos mucho nuestro parentesco. En un momento dado, mamá notó que de nuevo se me había empinado y me la sacó del pantalón de pijama.

-¿Otra vez la tienes dura...? Pero tú eres insaciable, ¿eh? –se rio.

Yo también me reí mientras ella empezaba a masturbarme lentamente y yo le acariciaba las tetas a través de la tela de su camisón.

-Quiero follar otra vez –le dije.

-Mmmm, eso suena bien... Pero esta  vez en mi cama, ¿eh?

-Sí.

-Menudo semental estás tú hecho, siempre pensando en el chocho de mamá...

Yo sonreí.

-¿No deberíamos utilizar condones? –le pregunté cuando caí en que lo que habíamos estado haciendo era arriesgado.

-No hace falta, me hicieron la ligadura de trompas cuando naciste tú.

-Ah, entonces nada.

-Y, además, yo no me he acostado con muchos aparte de tu padre, así que...

¡Qué no! ¡Vaya embuste que me acababa de soltar! Se había follado a montones de chicos y de hombres allí en su cama y todavía tenía la cara de decir que no. Pero yo estaba resuelto a averiguar más, al menos a descubrir hasta qué punto era capaz de mentir.

-¿Con cuántos?

-Pues unos cuantos, tengo que admitirlo, pero no me daban el gusto que me das tú, te lo aseguro.

¡Qué alivio! Sí, lo que decía era sincero.

-¿Y piensas follar con otros ahora que nosotros lo hacemos? –le pregunté.

-No creo, porque contigo tengo más de lo que necesito.

-Pero, a lo mejor si te surge...

-Puede pasar, pero dudo que me surja con la edad que tengo ya.

-Tampoco eres tan vieja –le dije mientras ella seguía meneándomela despacio.

-No, pero pocos hombres se fijan en las cuarentonas. Al menos no que a mí me gusten. Pero eso no se puede saber, a lo mejor surge y lo hago.

-Ya, es lógico.

-¿Te da celos? –me preguntó como si no supiera la respuesta.

-Un poco.

-Pero, cielo, es que nosotros debemos buscar fuera de casa también. Esto lo hacemos cuando estamos los dos solos, pero no podemos limitarnos a hacerlo entre nosotros, porque sería aburrido y, además, no sería bueno para ti. Tú tienes que encontrar chicas fuera, pero siempre me tienes a mí aquí para cuando se te empine en casa, eso ya lo sabes.

-Pero es que yo creía que tú ya no buscabas sexo fuera de casa.

-Hace varios años que no lo hago, pero eso nunca se sabe. Lo dudo mucho, porque contigo tengo más que suficiente, pero esas cosas nunca pueden predecirse.

-Al menos me dejarás que te la meta aunque estés con otros, ¿no?

-Claro que sí, eso ni lo dudes. Una madre debe estar siempre dispuesta a dar gusto a sus hijos, incluso si se trata de sexo. Mi chocho es para ti cuando tú lo necesites y, además, yo disfruto mucho, así que no me cuesta ningún trabajo.

Mamá me dio un beso en los labios y luego se quitó el camisón allí en el sofá, dejando fuera sus tetas y su coño, ya que no se había puesto ropa interior. Se tumbó en el sofá y separó las piernas, mostrándome por primera vez de frente su peluda vulva mojada. A pesar de estar bastante poblada, no llegaba a ser algo feo, sino bien cuidado, aunque abundante en pelo.

-Venga, cariño, métesela a mamá otro poco –me animó pasando dos dedos por su raja.

Yo, que no necesitaba que me animara mucho, me coloqué sobre ella y mamá llevó mi miembro a la entrada de su agujero, donde me hundí de inmediato. Estaba como una fruta madura, húmedo y blando, fácil de penetrar, así que mi culo empezó a subir y bajar entre sus muslos mientras mis manos magreaban sus tetas y ella gemía suavemente.

-La tienes grandísima –dijo mamá con voz ronca mientras se sentía penetrada.

Aquello me excitó aún más y aumenté la fuerza con que la invadía. Mamá, con las piernas cruzadas ahora sobre su culo, gemía más fuerte. No tardó mucho en correrse por octava vez aquella noche y yo mismo no quise tardar demasiado, así que me corrí otra vez dentro de ella. No eché ya mucho esperma, pero sí el suficiente para pringarla un poco a ella y a mí mismo. Cuando la saqué, mamá me besó de nuevo en la boca, esta vez con lengua.

-Me das un gusto increíble, cielo... –me susurró.

-Y tú a mí.

Los dos nos quedamos abrazados sobre el sofá, su coño recién follado y mi polla aún brillante. Me daba un morbo terrible, aunque no quería reconocerlo, el hecho de que mamá podría irse con cualquier otro hombre que le apeteciera, dejando yo así de ser el único dueño de su chocho. Estaba seguro, además, de que mentía cuando decía que llevaba años sin follar y de que era en el trabajo donde debía tener un ligue. Lo cierto es que caí en la cuenta de que muchas veces llegaba a casa una hora después de acabado el trabajo. Yo lo achacaba a que tardaba en llegar en autobús desde el trabajo, pero... ¿y si hacía algo en aquel tiempo? Estaba casi seguro de que alguien más se encargaba de satisfacer aquel agujero húmedo, estrecho e insaciable.