Recuerdos de la adolescencia

En una sesión de terapia pude recordar como me convertí en un sumiso objeto sexual de la voracidad de las mujeres.

RECUERDOS DE INFANCIA

Mi amigo Carlos —cuando vio mi deplorable aspecto, luego de haber sido humillado y corneado por mi propia esposa el día de la boda—me recomendó acudir a una terapeuta para tratar lo que a él llamaba..., mi enfermiza relación con las mujeres.

La psicóloga que me asignaron era una mujer madura, guapa, vestida con un elegante tailleur negro, zapatos de tacón y mirada severa. Me invitó a recostarme en el diván. Ella se sentó de frente y cruzó las esbeltas piernas cerca de mi postro. Hasta podía aspirar el terrible olor a cuero de sus zapatos..., que balanceaba suavemente. Yo no sabía como empezar. Finalmente hice algo ridículo. Levanté las piernas mostrando el agujero que llevo en los pantalones a la altura del culo.

— Mire doctora..., esto es lo que hace mi mujer para no perder tiempo en quitarme la ropa cuando me folla con el arnés consolador. Me penetra vestido. Pero eso no es todo. A veces me lo deja puesto todo el día y por la noche recomienza su tarea.... Yo debo hacer las tareas de la casa con el consolador metido en el culo todo el día. Dice que así es más práctico. Cuando a ella le da ganas , entonces, esté donde esté, se lo ajusta y me folla.

— Cuénteme como empezó todo. ¿Qué hacía su mamá cuando usted era niño?

— Mi madre murió antes de que alcanzara a conocerla. Me crié con mi padre hasta la adolescencia. Entonces, él se volvió a casar.

— ¿Cómo era su madrastra?

— Una auténtica malvada. Alta, esbelta y hermosa. Dominaba a mi padre a su antojo. Al principio era todo sonrisas y palabras amables, pero al poco tiempo su verdadera personalidad salió a relucir. Además tenía una hija, de mi misma edad, que seguía sus pasos.

— ¿Qué hacía con su padre?

— Ni bien se instaló en casa con su hija, comenzó su tarea de avasallar la personalidad de mi padre. Lo acosaba constantemente y lo envolvía en una telaraña que lo alejaba de todos, incluso de mí. Ella se lo llevaba a sus habitaciones y allí le hacía cosas .

— ¿Qué cosas?

— Lo devoraba. No podía ver, pero arrimaba el oído a la puerta. Sentía ruidos, golpes y forcejeos, gemidos, gritos, insultos y órdenes. Le decía cornudo, perro sirviente y cosas por el estilo. Parece que a él le gustaba. Aprendí a identificar el llanto desconsolado de mi padre pidiendo clemencia. Creo que por más que intentara disimular, ella sabía que yo estaba tras la puerta. Salía muy orgullosa de la habitación. Yo estaba completamente ruborizado. Me miraba con desprecio bajando la vista hasta mi entrepierna humedecida. Detrás venía mi pobre padre con toda la ropa arrugada. Caminaba dando tropiezos. Estaba agotado, devorado, succionado por ella.

La psicóloga se arrebujó en su sillón. Pude ver como se levantaba la falda y su mano derecha se escabullía entre las piernas..., cubiertas con medias de nylon negro

— Siga contando

— Utilizó la excusa de que mi padre debía atenderla a ella en exclusividad para quitarle su empresa de servicios financieros. Consiguió, mediante un notario, que luego supe era su amante, que le transfiriera todo a su nombre. Ella gustaba de recordarle ese día, que fue fatal para nosotros. Al principio, dijo, él no quería firmar, pero ella lo obligó a doblarse sobre la mesa y le metió el consolador por el agujero del pantalón y le puso el bolígrafo en la mano. Así fue como terminó firmando. Luego, en premio , de pié junto a la mesa, se folló al notario, mientras el infeliz de mi padre eyaculaba de rodillas abrazado a sus pies. Desde ese día mostró toda su ferocidad. Lo sustituyó en la empresa y mi padre se quedaba en casa haciendo las tareas domesticas, limpiando, cocinando, planchando y atendiendo a la hija de ella. Paulatinamente lo alejó de mi lado obligándolo a servirla a ella y a su hija. Yo debía bastarme a mi mismo.

— Siga... ¿qué más?— La mano de la doctora se movía entre los muslos

— Mi padre fue esclavizado por completo. Ella hacía con él lo que le daba la gana. Organizaba veladas con sus amantes en casa. Todos, incluso mi propio padre, debían servirla y agasajarla. Echaba whisky en una fuente y se mojaba los pies para que hombres y mujeres bebieran, chupándoselos por turno. Terminaba dominando a todos.

— ¿Qué más...?

— Cuando por alguna razón no estaba conforme con algo miraba fijamente a mi padre y le hacía una seña enviándolo a sus habitaciones. Al poco rato se escuchaban los tacones de ella subir acompasadamente por las escaleras. Iba desnuda, pero calzando botas de tacón por encima de la rodilla y en la mano llevaba el látigo. Yo temblaba de miedo al oírla, pero mi hermanastra se relamía de gusto. Ambos queríamos ver que sucedía. Pero solo podíamos escuchar los latigazos y el llanto de mi padre. Mi malvada hermana se las ingenió para que pudiéramos escondernos en la habitación contigua y presenciar todo.

— ¿Qué era lo que hacía...?

— Subíamos rápido antes que ella. En su habitación había un gran espejo donde le gustaba reflejar su belleza y ver la humillación de mi padre. Pero del otro lado, el espejo era transparente y nosotros nos echábamos al suelo para verlo todo. Hoy creo que madre e hija lo planeaban así. Mi padre esperaba sentado en una silla junto a la mesa. Cuando ella entraba le ordenaba quitarse la ropa con un gesto del látigo. Luego azotaba a mi padre hasta que le aparecían marcas de sangre. Cuando cambiaba de posición en la silla, nosotros veíamos como su miembro estaba duro como un garrote. Entonces, ella, desnuda, exhibiendo el clítoris y con la hambrienta vulva a la vista, se fregaba sobre su rostro lleno de lágrimas o sobre la sangre de sus heridas. Así se corría en medio de roncos gemidos gozando del llanto y la sangre de mi padre. A él no le permitía nada. Cuando llegaba el momento , como ella decía, le palpaba los testículos para comprobar cuanto semen podía quitarle. Arrojaba a mi padre sobre la mesa y le saltaba encima con las botas largas. Se lo follaba ordeñándolo repetidas veces. Cuando él agotaba su esperma, ella aún le hacía un masaje de próstata para sacarle unas gotas más. No paraba hasta dejarlo exánime, clavándole los tacones y corriéndose como una posesa.

— ¿Qué más...?

— Mi hermanastra recibió esa mañana su primer arnés consolador, un regalo de su madre. Se lo calzó y estuvo todo el día con él puesto, humillándonos a mi padre y a mí. Ninguno le dijo nada por temor al castigo de la madre. Por la noche se quejó de alguna tontería que dijo había hecho mi padre. Creo que lo hizo intencionalmente. Fue suficiente para que lo mandaran subir a las habitaciones. Ella me tomó de la mano y nos escabullimos como otras veces echándonos al suelo detrás del espejo. Presenciamos el castigo y los orgasmos de la depravada mujer.

— ¿Y..., qué sucedió?— La psicóloga se puso de pie dándome la espalda, sacó algo del cajón de su escritorio. Parecía que se lo pasaba alrededor de la cintura y lo mojaba con su saliva. Cubierta con un cojín, volvió a su sillón y cruzó las piernas.

— Al poco rato de estar mirando siento que mi hermanastra me quita los pantalones y se monta encima de mí. Horrorizado comprobé que aún llevaba puesto el arnés consolador y pensaba estrenarlo conmigo. Mirándome fijo a los ojos y sin ninguna turbación, ella mojó sus dedos con saliva y los pasó por el dildo lubricándolo. Yo quise escabullirme pero me tenía cogido con fuerza. Sujetándome con sus manos enguantadas por el cuello, hizo fuerza con sus piernas y me obligó a abrir las mías. Entonces se aplastó contra mí con su aliento de fiera. Sentí la punta del consolador introducirse en el culo. No tuvo piedad. Me obligó a levantar un poco la cola para que pudiera penetrar a fondo y lo lanzó de un solo golpe hasta adentro mientras me cogía la polla con la mano enguantada. Tuve que soportar el dolor de mi primera violación. Ella comenzó a follarme, a morderme el cuello y a correrse salvajemente. Su mano me sobaba con fuerza hasta que me exprimió dos veces seguidas y la leche se derramó sobre el suelo. Entonces me empujó contra el piso obligándome a lamerla....

— Pero..., ¿qué está haciendo usted doctora...?

La psicóloga ya estaba encima de él. Ni se molestó en bajarle los pantalones, utilizó el mismo agujero para meterle de un solo golpe el consolador hasta el fondo. Así se lo folló hasta el final de la sesión. Había otro paciente esperando.