Recuerdos de Infancia
Albany, TPManchego y yo os traemos otra entrega de las aventuras de los tres hermanos. En esta ocasión vamos directos a su pasado, con las tragedias y las aventuras de una infancia que les definió como lo que son.
Roberto, con gesto cansado, y actitud evidentemente de sentirse molesto, dijo a los tres hermanos, al concluir el relato de Cristian.
-Bien, osea que dices que nuestro alcalde práctica alguna especie de magia negra pero también me han confesado que vosotros tres tenéis un artefacto que doblega las voluntades ajenas. ¿¡Qué más ocultáis!?
-Podemos explicarlo, pero es una historia que nos va a llevar tiempo.
-¡¡¿Más?!!
Tanto “cuento” de las vivencias de los hermanos Detrei le tenían harto, quería la verdad. Marcus le besó en la nuca, palmeó sobre sus hombros, en señal de apoyo y habló..
-Creo que lo mejor es que cada uno acuda a sus menesteres y ya nos volveremos a ver a la noche. Hay mucho que contar.
Así fue como quedaron. Durante el día Eugene y Marcus buscaron la forma de acomodar un segundo camastro en el sótano, así como Eugene y Marcus que acudieron a sus respectivas obligaciones. Cristian, como buen “invitado” cuya presencia era impuesta por las circunstancias, había tenido que hacer las diversas tareas de la casa, como limpiar o cocinar.
Al final, tras un día sin muchos acontecimientos dignos de mención, llegó la noche. Marcus entró tras un agotador día de trabajo. Eugene ya estaba en la casa, pues había vuelto antes que él. Cristian y él tenían puesta la mesa, hecha la cena, un delicioso estofado de venado. Cristian le quitó las botas a Marcus para masajearle los cansados pies. Eugene le sirvió la cena, ayudando a su hermano a convencerse de que finalmente los viejos tiempos habían regresado.
Llamaron a la puerta, con golpes enérgicos. Marcus había notado un tenue olor a polla procedente de su cuarto, pero los golpes le hicieron dar por hecho que se trataba de meras ilusiones, con lo que, volviendo a su verdadero presente, se puso en pie y abrió, encontrándose con Roberto. Fue a besarle, pero ese miró si llevaba el colgante, receloso.
-¿Qué haces?
-Me aseguro de si tus palabras fueron sinceras.
Entró, con la confianza de quien está en su propia casa. Marcus miró a sus hermanos, estos bajaron al sótano con unos pergaminos en las manos. Todos ellos iguales, con un aspecto muy antigüo. Se los entregaron a Roberto, que les echó un vistazo por encima, sin saber muy bien qué significaba eso. Por suerte para los hermanos Detrei su amigo y amante Roberto no sabía leer, pues en caso contrario habría notado raro que esos documentos estuvieran fechados dos siglos atrás.
Pero Caroline sí sabía, y una cosa era ser sinceros con ciertos secretos por hallarse contra la espada y la pared, y otra muy diferente el tener que contarle todo al leñador. Ya se dió un caso semejante en el pasado que no acabó nada bien. Se sentaron los cuatro a cenar. Roberto les dijo que Caroline no se les podría unir pues, por lo visto, había un viejo amigo suyo en el pueblo y se querían poner al día de sus asuntos.
-Nuestra historia comenzó años atrás, cuando apenas éramos unos críos. Yo tendría unos diez años y mis hermanos quince y veinte, respectivamente. Aunque creo que el que mejor puede contar lo sucedido es Cristian.
-¡¿Él va a contar otra historia?! Se alarga demasiado con detalles estúpidos.
Protestó Roberto, pues escuchar los escarceos de este con Dorina fue algo que le aburrió de sobremanera. Se llevó las manos a la entrepierna, se sacó la polla y, aprovechando que tenía a Cristian al lado suyo, le agarró de la nuca, y, sin darle opción a elegir, le forzó a que se la mamara.
-Esta boca está mejor chupando. Eugene, ¿te acuerdas lo bastante como para contarlo tú?
El mediano habría preferido dejar a Cristian el narrar mientras él disfrutaba del cuerpo del leñador, pero tampoco tenía muchas más alternativas. Así que asintió y empezó a narrar los sucesos del cómo encontraron a su hermano pequeño, el cual estaba retenido en un orfanato de una extraña secta, la cual en la fecha presente era la segunda religión más influyente en el reino.
★★★
Cristian y yo llevábamos mucho tiempo buscando a nuestro hermano Marcus, que había sido capturado por una secta que rendía culto a una ancestral divinidad masculina. Probablemente sepas de quienes se trata, ellos y el Credo están en guerra desde hace demasiado tiempo, aunque eso no quita a los seguidores del culto las ganas de celebrar orgías a la luz de la Luna llena.
Bueno, todo comenzó una noche de Luna llena, a las afueras de la ciudad costera de Selmarin, esa hermosa villa pesquera a una semana de viaje a caballo en la que se halla la desembocadura del río Wasser. Cristian y yo estábamos buscando a nuestro hermano Marcus, retenido por los seguidores del Culto, aunque no sabíamos donde lo tenían cautivo. Yo tenía diez años y mi hermano quince. Si, eramos muy espabilados para ser tan jóvenes, es lo que hace falta para sobrevivir en el mundo.
En los bosques cercanos había una gran fogata en torno a la cual danzaban al menos medio centenar de hombres de todas las edades, desnudos y con el rostro cubierto por una máscara de lobo. Algunos se separaban de la fogata solo para, envueltos por la penumbra de los alrededores, entregarse a los placeres de la carne. Había cuatro hombres ancianos, uno en cada punto cardinal de la fogata. Cantaban algo, una extraño himno que sonaba a algo así.
-¿Cine se teme de lupul cel mare și rău? Nu îmi este frică de lupul cel mare și rău. Meu profesor lup aldine. M-am da trup și suflet, pentru că este destinul meu.
No entendí lo que estaban diciendo, pero se les veía muy emocionados. Algunos de los que fornicaban aullaban a la Luna en el momento de llenar las bocas y los culos de sus presas en el momento del orgasmo. Crisitan me miró y me dijo, con intención de protegerme.
-Tu vete un poco más lejos, ya te llamaré si me haces falta.
Si, Roberto, Cristian es un pequeño bastardo mentiroso. Tu polla no es la primera que prueba, pero esa noche se adentró en ese ritual no para cazar a un hombre, aunque dada su edad habría sido él el cazado. Bueno, si, había interés de caza, pero no con sexo de por medio. Lejos de enredos el tema es que, pasada media hora, llegó Cristian hasta donde yo me encontraba acompañado de un hombre de treinta años que decía llamarse Olivier Ventru Profitter, un Chambelán fiel al Culto.
Mi hermano me lo presentó, y pude ver la lujuria en sus ojos. Yo no quería hacer nada con ese hombre, pero sabía que habría pocas ocasiones para saber el paradero de Marcus. Hice lo que había que hacer. Fingiendo una inocencia que perdí tras morir nuestros padres me acerqué al hombre, con timidez calculada, puse los brazos tras la espalda, me agarré una mano con la otra, miré al suelo y me sonrojé mientras le decía a ese pervertido carente de moral.
-Señor, señor, qué manos tan grandes tiene.
-Para acariciarte mejor.
Dijo, acercándose a mí, tocándome por encima de la ropa. Nos alejamos de la fogata y del ruido a un lugar cercano a una gruta. Cristian había dispuesto todo para la emboscada, pero yo había preferido no saber los detalles, para no decir más de la cuenta. Oliver me había desnudado mi infantil cuerpo, quedando solo mi ropa interior. Volví a hacer uso del ego del hombre adulto.
-Señor, señor, qué boca tan grande tiene.
-Para besarte mejor.
Dijo, mientras retiraba hacia arriba la máscara de lobo y me besaba en la boca, introduciendo su lengua en mi boca. Sabía a whisky y ajo, a parte de otras notas agrias bastante desagradables. Cristian lo contempló, cerciorándose que era a quien buscábamos. Me guiñó un ojo, confirmándome que podríamos continuar. Me arrancó mi ropa interior, me postró en el suelo y se agarró su vergajo, esperándome una frase que salió de mi boca.
-¡¡Señor, señor!! ¡¡Que pilila tan grande tiene!!
-No, jovencito, se llama polla y… ¡¡verás que gustito!!
Estaba por metérmela entre las nalgas, centrando toda su atención en mí, su presa, por lo que no vió cuando Crisitan cogió un tronco estratégicamente colocado y le golpeó en la base del cráneo, haciendo que cayera inconsciente. Yo me levanté en lo que el tal Oliver quedó tumbado desvalido en el suelo. Me vestí y protesté a mi hermano.
-¡¡Eres un cabrón!! ¡¡Casi le dejas llegar a tomarme!!
-No, hermanito querido, antes de dejar que te tome lo desollo vivo.
Lo atamos a unos troncos preparados para ello, con uno que quedó en la entrada del culo de ese pervertido. Una estaca, para ser exactos. Un carpintero amigo nuestro nos enseñó a afilar las estacas para que causaran el mayor daño posible, pues con ciertos cortes tras afilarse nos asegurábamos que se desprendieran astillas al sacarlo de la presa. Pero no queríamos que entrara hasta que tuviera recuperado el conocimiento, por lo que además cubrimos con unas ramas con hojas la entrada de la cueva, para cuando amaneciera nadie pudiera ver al hombre atado y amordazado.
Durante el día volvimos al pueblo a un trabajo que teníamos en un hospicio, el Clam Ivres. Randolph Kinky, nuestro patrón, nos reprendió por llegar media hora tarde, aunque, como de costumbre, no era verdad tal cosa. Cristian y yo nos disculpamos, como de costumbre, y nos pusimos a atender las mesas. En una de ellas había unos hombres hablando de la desaparición de su amigo, un joven bardo de nombre Oliver. Yo sabía que eran hombres del Culto, pero no dije nada. Crisitan… te puedo asegurar que no se enteró de mucho, metido en la cocina como estaba.
A la salida del trabajo regresamos a donde teníamos al presunto bardo escondido. Ya había recuperado el conocimiento, pero no podía moverse o hablar. Y se había percatado de la estaca que apuntaba a su ano, por lo que tenía el cuerpo rígido, como si el relajarse fuera a hacer que se ensartara.
¡¡Ese imbécil no se había dado cuenta que esa estaca solo se clavaría si nosotros hacíamos por clavarla!!
★★★
Cristian se incorporó, tragando. Roberto se guardó su verga, ya flácida. Había dado al bardo Detrei un rico aperitivo, pero este querría cenar igual que habían hecho todos los demás. Y la historia se estaba poniendo interesante, por lo que propuso, y Marcus estuvo de acuerdo, terminar de cenar y luego seguir con el relato.
Marcus se sentó en un pequeño sillón que tenía en su dormitorio, cerca de la cama. Eugene y Roberto se tumbaron en la cama, muy juntos el uno al otro. Cristian cenó a toda velocidad, recogió sus platos y fue a lanzarse a la cama, lo que habría hecho que quedara prácticamente encima de Roberto, pero el leñador lo empujó fuera y le recriminó, molesto.
-Sigo sin querer tenerte tan cerca.
-Vale, vale… perdona.
Cristian, viendo que no había más sitio donde sentarse, fue a la cocina, cogió una silla y la llevó al dormitorio. Eugene se había quedado dormido como un tronco, con la cabeza apoyada sobre el pecho de Roberto y los brazos de este envolviéndolo en un cálido abrazo. No pudo evitar sentir celos de su hermano, aunque se tragó sus palabras antes de soltarlas en forma de una amarga recriminación.
-Bueno, ya que el mediano está dormido me va a tocar a mí seguir la historia.
-Solo porque estoy muy agusto como para levantarme y volver a meterte la polla en la boca para que te calles.
Dijo el leñador, a modo de queja.
★★★
El chambelán del Culto, ese tal Oliver, no se mostró muy colaborador a nuestras primeras preguntas, pero bastaron diez centímetros de estaca afilada en su ano para que comenzara a cantar como un pajarito en plena primavera. Eugene hacía las preguntas y yo dada al ingenio de tortura, pues no quería mi joven hermano se llenara las manos de sangre. Ni de heces. Oliver se cagó de miedo en dos ocasiones.
Bueno, una vez nos dijo lo que necesitábamos, que era el donde estaban los orfanátos secretos donde llevaban a los niños sin padres que el Culto capturaba para “convertirlos en fieles” y multitud de aspectos del funcionamiento interno de la institución, así como la ubicación del cofre con las pertenencias del bueno del chambelán, le masturbé. Se pensó que era una locura cruel querer darle placer en esos momentos y me dijo que era un chiquillo depravado. Pero no se esperaba que fuera a sacar una daga, apoyarla en la base de su erecto miembro, cercenarlo e introducirlo en su garganta.
Gimoteó como un cerdo, pero el ruido se aplacó un poco al tener que preocuparse en respirar con una masa de su propia carne obstruyendo la entrada de aire. Lo dejamos ahí, abandonado a su suerte. Supongo que algún lobo lo devoraría, pues era presa fácil, atado y agonizante. El baúl con las pertenencias de este sujeto estaba en un hospedaje al lado de nuestro trabajo. Nos presentamos como los nuevos pupilos del “Magno y Noble Ventru Profitter”, teniendo la suerte que la vieja mujer tras el mostrador nunca había pisado el Clam Ivres, por lo que no nos conocía ni tendría que volver a vernos en su vida.
Nos dió la llave de la recámara y, en lo que subíamos a esta, pude escuchar a la mujer murmurar algo del tipo…
-Menos mal que no tuve hijos o los tendría bajo llave para evitar los tocara esta panda de cerdos pervertidos.
Me agradó compartir ideas con la buena señora, la cual, pese a sus rechonchas carnes y su cara surcada de viruela, dejó de parecerme tan fea. Pero había cosas que hacer. Bajamos el pesado baúl del hombre que en esos momentos se desangraba en el bosque sin que nadie lo supiera y lo llevamos a una pequeña carreta que habíamos dispuesto, y escondido, en un estrecho callejón cercano. Tapamos el baúl bajo una lona de arpillera y acudimos a nuestro trabajo, siendo un día en que entraríamos cerca de dos horas antes de nuestro turno.
Nuestro patrón nos los agradeció brevemente.
-¿Venís a compensarme por los días de tardanza?
-Así es, Señor.
Dije, escuetamente, entrando a la cocina. El día fue largo, intenso y con mucha afluencia de público. Pero el plan marchaba. Había ido escatimando algunos productos en los diversos pedidos, sin que ningún cliente protestara por ello. Y no era por ahorrarle dinero a mi patrón, sino porque los estaba escondiendo en un zurrón, para cuando nos marcháramos a la noche. Había que ir hasta una cabaña abandonada a dos días de viaje, en donde vivimos con nuestros padres tiempo atrás, y que habíamos rehabilitado parcialmente para poder usar de escondite tras el rapto de Marcus.
Eso iba a requerir de robar comida para el viaje, así como un mulo que tirara de la carreta. Terminó la jornada y me ofrecí a sacar el cubo de basuras a la fosa trasera. El patrón casi me descubre con el zurrón de comida, pero hubo suerte, pues su mujer se puso de parto… otra vez. Tenía entendido que cada año le daba un hijo, aunque ninguno se le parecía. Las cosas de las gentes de es pueblo no es que fueran de nuestra incumbencia, así que, tras tirar la basura agarré mi zurrón, ya más confiado, y Eugene y yo marchamos camino a los establos.
Pudimos escuchar los gritos del parto de la mujer en la planta superior, así que los primeros rebuznos del mulo no debieron ser notados. Le ofrecimos una zanahoria al animal, que se mostró más diligente entonces. Lo llevamos al callejón, enganchamos el carro a las correas del animal y nos marchamos, rumbo a cumplir nuestros planes.
Salir de Selmarin fue sencillo. Durante la travesía nos encontramos con una banda de foragidos, aunque al vernos con ropas raídas y un carro de aspecto viejo no trataron siquiera de acercarse. Llegamos a nuestro antiguo hogar. En el pasado había sido una granja con cinco edificios, en medio de ninguna parte, pero eso era lo que había mantenido alejada de mi familia a los extraños. Y el primer extraño que la visitó fue el que mató a nuestros padres, dejando tras de sí el colgante que portamos, aunque el que ahora esté partido en tres es algo que sucedería años después, claro.
Entramos en la casa, metimos el baúl, escondimos el carromato bajo unos arbustos y al mulo en los viejos establos, que de milagro seguían en pie, con un árbol creciendo en el centro y medio tejado venido abajo.
Era tarde, por lo que encendimos una pequeña fogata, preparamos una sopa de cebolla que acompañamos con algo de pan y cecina, cenamos y nos dormimos en un jergón de paja, abrazados el uno al otro. Desperté, sobresaltado por unos extraños ruidos. Miré por lo que quedaba de la ventana y me pareció ver unos ojos rojos acechandonos en la oscuridad, aunque lo realmente preocupante era la respiración entrecortada que escuchaba detrás mía.
Me giré. Por una fracción de segundo ví una silueta de un hombre, aunque bastante grande y con apariencia peluda. En un parpadeo no había nadie. Desperté, aún abrazado a mi hermano. Era raro, pero juraría que me había llegado a levantar en la noche, y sin embargo estaba tumbado en el jergón de paja con Eugene a mis espaldas. Solo pude pensar un “¿no se había acostado él delante mío?”, pero no la respuesta, pues despertó, pidiéndome le pusiera algo de desayuno.
Comimos unos huevos escalfados con más cecina y pan. Nuevamente algo raro, no recordaba haber cogido huevos en nuestra huida, pero ahí estaban. Escuché golpes de metal contra madera cerca de la casa, así como unos pasos. La puerta se abrió, pillándome por sorpresa un hombre barbudo, pelirrojo de piel blanca, ojos marrones y una bonita sonrisa. Alto, delgado, con su peludo torso al aire y unos pantalones de pana marrones, así como unas botas de cuero a juego.
Era un intruso, así que intentó agredirlo. Pero ese me agarró, con firmeza pero delicadeza, y me habló, con un cariño que me hacía temer algo malo. La gente nunca se suele portar bien con huérfanos perdidos.
-Hola, soy Tosturi Gyfrwys. ¿Que tiene a dos niños viajando tan solos por el peligroso mundo?
Me giré con brusquedad, zafándome de los brazos del extraño. Este no trató volver a atraparme, con lo que pude alejarme unos pasos de él. Se sonrió. Parecía cándido e inocente, pero en mi interior algo me decía que todos lo parecían justo antes de traicionarte. Se sacó algo del bolsillo, de metal que relucía. Pero no era un arma, sino una pequeña petaca de la que dió un trago muy corto.
-Me llaman Ignotus, aunque tú puedes llamarme como quieras.
-Te llamaré intruso. ¡Estás en la casa de los Detrei, mi familia!
-Cuando me instalé no vivía nadie aquí.
Respondió, sorprendido. Miró a Eugene, quien había permanecido en silencio todo este tiempo. Luego me miró a mí. Fue un momento tenso y sonrió. Se sentó en el suelo, cruzando las piernas.
-Llegué el año pasado y no había nadie, lo siento si es vuestra casa.
-¿Estás solo?
Pregunté, inquisitivo. Tosturi parpadeó, sorprendido.
-¡¡Claro que no!! Soy el líder de una banda llamada Hoywon, venidos de los reinos de Gaelish.
-Asaltantes, bandidos y violadores, supongo…
-No, niño, solo asaltantes y bandidos. Violar no nos es necesario, pues nos damos bastante amor unos a otros.
Parecía muy orgulloso consigo mismo al afirmar esas palabras, aunque a mi me daba igual. Entonces llegó el momento de las preguntas incómodas, formuladas por el intruso.
-Bueno… la casa pudo haber sido de vuestra familia… ¿igual que el cofre que creéis tener bien oculto bajo apenas tres ramitas allá en el exterior?
-Lo que haya en ese cofre no os concierne.
-Y hablas muy bien, para ser un pobre niño abandonado. Demasiado bien para ser un niño incluso.
Lo miré, taciturno. Quería se marchara y nos volviera a dejar a los dos a solas, aunque sabía que en vez de marcharse era más probable llegaran más intruso, con lo que seríamos expulsados de la casa de nuestra familia. Se me acercó, me revolvió el pelo y se arrodilló, para quedar a la misma altura que yo.
-Chiquillo, si necesitáis ayuda os la podemos dar.
-¡¡No!! ¿O es que luego pretenderás abusar de nuestros infantiles cuerpos como “pago”?
-¡¡Los Hoywon no abusamos de niños!! Ni de niñas, por si te lo preguntas. Te dije que entre nosotros tenemos todo el amor que nos hace falta, y no necesitas saber más.
Yo fuí hasta donde estaba mi hermano, me abracé a él y, entonces, como un destello de memoria, recordé lo de la noche pasada. Sin separarme de Eugene le dije al intruso, nervioso por lo que pudiera responder.
-¡¡Anoche eras tú quien merodeaba por la casa!!
-¿Anoche? ¿Merodear? ¡¡Anoche estaba en el pueblo fronterizo de Lebordure con Bach Ioan probando su destreza clavando… su aguja curativa.
Exclamó, visiblemente ofendido. Se levantó, casi de un salto, se giró y se puso frente a la ventana, mirando al exterior. Luego dirigió sus ojos a nosotros.
-¿No erais tres?
Parpadeé, confundido. ¿Cómo podía saber un desconocido que éramos tres hermanos? Nosotros no se lo habíamos dicho en ningún momento, y estoy seguro que no podían ser amigos de nuestros padres. Si, Roberto, totalmente seguro. Porque mis padres… no se juntaban con esa gentuza. El intruso nos contó una leyenda que se contaba en las tabernas de los pueblos y aldeas cercanos.
-Cuentan que hace mucho tiempo una bestia atacó a los miembros de esta familia, a los que violó, mató y devoró. Desde entonces sus fantasmas recorren la granja en las noches de Luna llena.
-Bueno, pero si supieras más de la zona sabrías que eso le pasó a la familia Prawda, nosotros somos Detrei. Aunque…
-¿He acertado en algo?
Acaricié el pelo de Eugene antes de seguir hablando. Estaba bastante relajado, aunque yo contrastaba, tenso como la cuerda de un arco antes de disparar su flecha. De haber tenido un arco a mano es lo que hubiera hecho. Pero solo pude lanzar palabras.
-Somos tres hermanos. El contenido del cofre nos ayudará a recuperar al tercero.
-¿Quien lo tiene?
-Los miembros del Culto a Krodha.
-¿Que edad tiene vuestro hermano?
-Apenas cinco años.
-Bueno, si lo encontramos en poco tiempo estará sano y salvo. No es hasta los diez que someten a los pupilos a un ritual de iniciación.
Dijo, con mucha tranquilidad. Yo no sabía que era lo que Tosturi quería decir con eso, o el como lo sabía, por lo que mis ojos abiertos y mi ceja arqueada le bastaron para ver mi incredulidad.
-No es algo de lo que me guste hablar pero yo también fui retenido por esos sucios bastardos. Bach Ioan me rescató… pero fue demasiado tarde, ya me tenían en el ritual de iniciación, con uno de sus lobos… prefiero no hablar de ello.
Parecía muy afectado. Entonces me fijé que tenía unas marcas en la espalda. Una cicatriz de mordisco en el hombro izquierdo y arañazos por toda la espalda.
-¿Hombres lobo?
-No, un lobo, a secas.
Con esto dimos por terminado la discusión, quedando en buscar una forma de encontrar a Marcus, que entonces le dijimos el nombre de nuestro hermano, cuando regresaran los demás miembros de los Hoywon. Yo seguía sin estar conforme por el como se habían dado las cosas, pero tampoco es que pudiéramos hacer mucho al respecto.
★★★
-Bueno, otra vez con tus historias largas y ya es noche cerrada.
Protestó Roberto. Cristian le miró, desconcertado. No quería tenerlo cerca pero si tenía ocasión le violaba la boca para saciarse a sí mismo y callarle. No quería seguir viendo a ese hombre si esto se iba a volver una constante, pero se habían comprometido a contarle todo. Al menos todo lo esencial.
-La historia es larga porque no querrás te ocultemos secretos.
Dijo Cristian, sabiendo que estaba mintiendo. Roberto hizo un par de señas a Marcus, que las entendió como si le leyera la mente. Con cuidado el leñador se quitó de debajo de Eugene, dejando el puesto al hermano pequeño. Besó en los labios a su amante y dijo.
-Es muy tarde, creo que deberíamos irnos a dormir.
-Si, va a ser mejor…
Respondió Cristian. Dieron las buenas noches y salieron del dormitorio. Entonces, en la cocina, Roberto vió uno de los colgantes encima de la mesa de la cocina, en el cual no se había fijado durante la cena por estar detrás de un frutero de madera. Se dió la vuelta, cacheando a Cristian. Este trató de alejarse, pero el leñador había comprobado lo que quería saber.
-¿No lo llevas encima?
-¿Tanto te sorprende?
Respondió el mayor de los Detrei, molesto. Dejó escapar un suspiro que podría haber sido más bien un bufido de advertencia. Roberto le agarró con ambas manos de la cintura, lo atrajo hacia sí y se abrazaron.
-Perdóname, no quiero tratarte tan mal.
-Tendrás que demostrarlo.
Ambos hombres se marcharon, amparados por la oscuridad de la noche, a la casa de Roberto, en donde Caroline aguardaba impaciente a su marido.