Recuerdos cercanos
Una joven recrea en su mente su fogoso encuentro con su chico.
Rocío abrió los ojos mientras una plena sonrisa se dibujaba curvando sus labios carnosos. ¡Cuánto se diferenciaba ese despertar de los de otros muchos sábados y domingos! Ella, que acostumbraba a remolonear y saludar al sol colgado del cielo azul en su cénit, odiadora a ultranza de cualquier propuesta o plan que supusiera abandonar el cobijo de las sábanas por la mañana. Adormilada aún, extendió su mano hacia el otro lado de la cama, pero sus dedos no se toparon con ningun obstáculo duro ni cálido.
-Qué lástima-musitó en voz baja, apenada. En sus ojos semicerrados, aún se clavaban fragmentos rotos de sus sueños, espejos de las sensaciones experimentadas la semana anterior, ese glorioso momento en que había ascendido como plena mujer.
Acomodó sus manos bajo la nuca, paladeando el triunfo de su hazaña. Le había sorprendido tanto la docilidad y credulidad de su madre, cuando le dijo que iba a Sevilla a visitar a una amiga. Sus padres, tan celosos de ella, vigilantes y acechantes como canes guardianes de una finca, autoproclamados salvaguardas de su virtud, ¡qué diantres!, ¿acaso ella había pedido semejante pretensión? Y él, tan atento, tan gentil, tan sonriente y risueño. Su pequeño pícaro travieso, como ella le decía, cariñosa, entre risitas y miradas ardientes, cuando él besaba su cuerpo, adorándolo, amasando sus pechos y trazando sobre ellos senderos de besos y caricias. Su músico, cuando él acogía bajo la palma de su mano la suavidad esponjosa del monte de Venus, aprovechando que ella abría sus muslos, ofreciéndole la bienvenida. Entonces sus dedos desplegaban su arte, extendiéndose y retrocediendo, pulsando las teclas que dan comienzo al concierto de sus gemidos, suspiros y ayes asesinados con besos sepulcradores.
Había sido una noche mágica, una experiencia fraguada con complicidad y pasión. Ella, aún con el resabio de la contricción moral, temblorosa la mano que había confiada entre sus dedos, guiándola hacia su dormitorio. Su cama, revolucionada otros muchos días, ahora pulcramente hecha y adornada con flores de azáhar, resplandecientes y hermosas, proyectando la representación del corazón en su propia mente fascinada.
¡Menudo pillín! Su decisión la convenció y supo, cuando se encontró rodeando con sus brazos su pecho enamorado, que esa noche bebería la luna por él y que su alba mirada se derretería ante el vaivén ancestral de sus desnudeces.
Jorge. Su nombre se lanzó por el abismo de sus labios, resbalando por su cuello y despertando un súbito estremeciento en su ávido cuerpo. Su mirada, tan verde, tan esmeralda, tan grande y radiante. El apremio de él, la excitación de sus labios que se agitaban, fieros y combativos, la angustia del vacío que separaba sus fronteras corpóreas. Y el triunfal momento llegó, tal vez tan apremiado, tan idealizado, tan soñado, que tuvo breve vida. Un par de acometidas, seguras y decididas, calmosas y gloriosas y tres explosiones, erupciones bruscas y virulentas.
Hubo una crisis de dudas, temores y disculpas varoniles, el hombretón reducido a crío temeroso y balbuciente. Fue su turno de respuesta, su primera acción como mujer, sosegadas sus palabras, comprensivo el gesto facial, amistosa la sonrisa y tiernos los besos. Ya habrá tiempo para otra vez, le aseguró, con un dulce tono, despojando del escurridizo preservativo que los había condenado a unirse sin conocerse.
Ha sido culpa mía también. Si, no me mires así. Debería haberte ayudado a ponerlo. Ángela me lo sugirió, echarme una mano en este asunto. Sí, la Ángela que tú conoces, nene. No sé de que te sorprendes. También tiene novio. Claro, nos contamos muchas cosas. ¿Qué cosas? ¿Te gustaría saberlas?
Reveladora maestra, suspicaz y aguda inteligencia, atónitos sus ojos, embelesado captando sus palabras musitadas, pícaras y turbadoras, ¡candidez la suya!. Mientras sus dedos, cuidadores y ligeros, acarician, se frotan y se abrazan, a su adormecida virilidad, reviviendo con besos, miradas y roces gratos su lozanía pretérita. Y uno a uno, los velos van cayendo, desnudando verdades revestidas de falsedad, precipitándose como las primeras gotas de agua en su febril imaginación. Y Rocío desfila ante sus ojos, constituida actriz protagonista, y el silencio enmudece su expresión anhelante.
Sus palabras fluían, y las imágenes se sucedían. Risas, miradas cariñosas, cómplices, sonrisas nerviosas, agitadas, entrecruces de gestos, entendimientos plenos. Ellas, Rocío y Ángela, compartiendo cama, alegrías y penas, secretos y rumores. Inocencias confesadas, deseos revelados, temores musitados, dudas intercambiadas. Una ofrenda, carcajadas incrédulas, titubeos inseguros.
Sus rostros se aproximan, se buscan, se atraen, como el imán y la limadura. Fue un ligero roce, una caricia furtiva, chispeante, un tímido encuentro entre dos cuerpos inexpertos. Su mirada, incrédula, recelosa e insegura, desconfiada por la revelación. Sin embargo, sus ojos encendidos y confiados acallan sus dudas y reservas. Y el relato proseguía, revoloteando las palabras, dibujando escenas insólitas ante él, guiándose por la cadencia de su voz y sus dedos.
Un beso continuado por risas nerviosas y mensajes enigmáticos, intercambiados con la mirada en el tenso silencio reinante, el pleludio al estallido de la tormenta. Sus corazones laten frenéticos, una misteriosa energía chispeante agita quedamente sus miembros, los labios, temblorosos, se estremecen. Otro beso, más pausado, enmudece las dudas. Los labios se abrazan, se inicia un desconcertante juego de persecución, los cuerpos se aproximan y enredan, fusionados entre sí. Se comunican en un mudo diálogo, en un lengua indescifrable para el resto del planeta. Sienten la tenacidad de las ropas, como si fueran serpientes cuyos anillos apretujasen sus cuerpos.
Él, incrédulo, sus ojos atónitos, boquea sin emitir sonido alguno, desconcertado. Sus preguntas se vaporizan ante la habilidad dáctil de su chica, cuya confesión prosigue, mientras su cuerpo se alza y se ve atraído hacia el mástil de su virilidad. Ni siquiera atina a detener la plena unión, natural y ancestral, sumándose otro ejemplo ilustrador a esa ancestral postura, señalada como dominadora. Sus pechos, turgentes y morenos, se estremecen ante el descenso, y su boca reptadora busca el escondite de su oído.
Rocío reía, recordando el brillo receloso que se agazapaba tras su mirada, afectado por la posibilidad de imaginarla compartida, que otra boca bailase en los pétalos de rosa de sus pechos, que otros labios descubrieran la senda de su cuello...Que aquellos dedos finos, ágiles y enérgicos, dispuestos a enfrentarse a cualquier composición de flauta, por dificultosa que fuese, acariciaran y acogieran las redondeces de sus nalgas. Sus absurdos celos se enrevesaban en la convulsa marea de su pasión desatada, endureciendo su hombría y martilleando sus entrañas, resbalando en su febril humedad.
Sus gemidos musitados avivaron el ritmo del fragor, y, contorsionando su cintura, domeñó de nuevo su viribilidad, dócil a los caprichos de la joven. Dos sonoras palmadas se sumaron al jolgorio, y Rocío entrecerró los ojos, disfrutando de la síntesis entre el placer y el dolor, dejándose acoger entre las oleadas de sensaciones enloquecidas y fragmentos azarosos de recuerdos y fantasías; por un instante, revivió la quemazón de las nalgas cuando la regañaban por alguna travesura, el indrescriptible desconcierto de sentirse húmeda por primera vez, la sonrisa de Ángela, la mirada cómplice de Jorge, el tacto de sus pechos, el olor de su cabello, los recoquevos de su interior, la senda furtiva de las uñas sobre la piel, el brebaje erupcionante, la convulsión del momento...
Y sus entrañas se agitaron, y se descubrió hundiendo la boca en su hombro, frotando con los labios la calidez del cuerpo que la había llenado y saciado, al tiempo que el vacío se cubría con el riego de su simiente. Y allá quedaron ambos, abrazados y agotados, dedicándose caricias leves y musitando palabras inconexas, de amor y ternura trasmitidas. Las nubes aciagas y tormentosas se disipaban de su mirada cristalina, contagiada por su sonrisa, al tiempo que ella custodiaba de nuevo la veracidad de sus mentiras narradas.