RECUERDOS CASI OLVIDADOS (Cuarta Parte)

Mientras te reviento el culo puedes chupársela al chaval.

A la hora de la cena no apareció. Esa tarde había estado en el Casino por  varias botellas de vino oloroso, y también me pasé por la tienda junto a la Iglesia donde compré varias cosas de comer. Y me encontré solo a la hora de la cena. Estuve esperando un buen rato, al final me decidí a empanar parte de los lomos que había comprado. Cené solo y dejé un par de lomos tapados en un plato, media barra de pan y el cesto de la fruta. Y la botella de vino, por supuesto.

Estaba adormilado viendo la tele cuando lo oí entrar. Rápidamente apagué la tele y me fui a mi cama. Me desnudé y me metí en la cama mientras lo oía trastear en la cocina. Debí dormirme durante algún tiempo, pero súbitamente desperté y me asustó ver a mi padre al lado, sentado en mi cama.

-¡Papá! ¿Qué haces? ¿Ha pasado algo?

Estaba casi llorando y enseguida pensé en que algo había pasado con mi abuela.

-¡Dime papá! ¿Le ha pasado algo malo a la abuelita?

-Carmelo, siento que no hayas tenido un buen padre.

-¿Qué dices papá? ¿Por qué dices eso?

-Te merecías otro padre, yo soy un borracho y no me ocupo de ti.

Vaya, le había dado la borrachera llorona, era eso. Me levanté y me senté junto a él.

-No quiero otro padre, tengo el padre que hubiese elegido si eso fuera posible –le contesté agarrándolo por los hombres.

Ahora sí que se le saltaron las lágrimas. Se abrazó a mi y ocultó su cara en mi desnudo pecho mientras decía que me quería. Como pude lo tumbé en mi cama y le quité los zapatos. Seguía gimoteando tumbado. Me levanté y revisé la puerta de entrada y la cocina a ver si había dejado todo en orden y sin peligro. Había cenado y los restos estaban sobre la mesa. Volví a mi habitación y ya roncaba. Intenté quitarle la camisa, pero no podía, solo le desabroché el cinturón y el botón de la cintura del pantalón para que respirara bien. Aunque olía a vino, me gustó el olor de mi padre. Me tumbé a su lado.

Cuando desperté por la mañana me sorprendió ver a mi padre junto a mi sonriéndome.

-Papá ¿no has ido al trabajo?

-Es domingo, Carmelo. Anda, levántate. Vamos a pasar el día en la capital y por la tarde iremos a ver a tu abuela. El martes le pondrán un marcapasos, ya le han hecho todas las pruebas que necesitan para ponérselo. Prepararé una maleta para llevarle ropa a tu madre y nos traeremos la que se llevó el primer día. Vamos, no te entretengas. Desayunaremos en la capital.

-Sí papá, tengo ganas de ver a mamá y la abuela. Enseguida me ducho.

-Y ponte ropa nueva, que te vea arreglado, no como aquí que estás todo el día en camiseta y pantalón corto.

  • Pues tú también te deberás arreglar. Hoy no es el día de ponerse el mono.

-Ja, ja. Te quiero mucho hijo.

-Yo también te quiero papá.

Y se tiró encima mía en la cama y con su cuerpo y brazos me trabó, no podía moverme.

-Estás en mis manos muchachito. ¡Ríndete.!

-Nunca.

-¡Pues atente al castigo!

Y empezó a darme besos por toda la cara, yo la movía de izquierda a derecha y él me besaba donde podía. Una de las veces acertó a besarme en los labios. Volví a intentar despegarme de él y siguió besándome, ahora intentaba que siempre fuera en la boca y tres o cuatro veces lo consiguió. Me quedé parado y entonces juntó sus labios entreabiertos con los míos mucho tiempo. Luego rápidamente me soltó.

-Anda, vamos a dejar de jugar como si fuéramos niños. Arréglate que salimos enseguida.

Fue un bonito día en la capital. Paseamos y tomamos un buen desayuno en el centro. Ni que decir tiene que mi madre y abuela se alegraron de verme y me llenaron de besos, de preguntas y de consejos. Mi madre salió unas horas del hospital para almorzar con nosotros en una bonita terraza cerca del hospital. Mi madre se despidió hasta el jueves, su hermana la sustituiría hasta que mi abuela saliera que, si todo iba bien el martes, sería cuestión de pocos días. Cenamos algo junto con mamá en la cafetería del hospital y salimos ya de noche hacia el pueblo. Había sido un bonito día.

Ese lunes estaba sentado por la mañana en el umbral de mi puerta leyendo un cómic cuando pasó el camión del butano. Blas me pitó. Le dije que no había pedido ninguna bombona. Me dijo que me subiera y lo acompañara, que le quedaban dos por repartir y que luego iría a la Cantina. No lo pensé. Cerré la puerta y subí al camión. Dimos dos vueltas por las calles del barrio bajo y entregó los pedidos que tenía y luego aparcó un poco lejos de la Cantina. Fuimos andando.

Al entrar estaba el hombre mayor llamado Curro en la barra. Ni rastro de Don Ramón. Otros dos hombres jugaban a los dados.

-Blas, me alegra verte por aquí. –dijo Curro. Y éste chaval creo que es el hijo de Matías. Está muy crecido. Y es muy guapo. ¿Queréis tomar algo?

  • Esto está muy tranquilo hoy. –dijo Blas. –Una cerveza.

-¿Qué quieres tú? –dijo Blas mirándome.

-Yo no traigo dinero.

-Bah, ni yo. Ya verás como eso no es problema. Y saldrás con algo de dinero de aquí. Te pido una coca.

Al momento de ponernos la bebida encima de la barra, uno de los dos hombres se acercó a Blas. Era también mayor. En el pueblo lo llamaban Juan el de Vicenta. Pelo canoso y una barriga pronunciada. Al principio no sé que le diría. Blas sonreía y el otro le agarró el paquete con su mano. Blas me miró y me guiñó un ojo. Luego empecé a entender parte de lo que se decían.

-Pero 300 pesetas es mucho. No me da la pensión Blas. Hazme un descuento. Me tienes loco.

-¿Es mucho 300 pesetas por los dos?

-¿El chaval también entra?

-Mientras te reviento el culo puedes chupársela.

Y el abuelo se dirigió hacia el fondo de la Cantina. El otro hombre que jugaba con él, que vivía en mi misma calle y le decían El Rata también se acercó hacia el fondo y Curro dejó la barra y se dirigió hacia allí también.

Blas me cogió de la mano y me dijo: -Vamos a pasarlo bien.

El abuelo Juan intentó besar a Blas, pero éste lo rechazó. Entonces empezó a tocarlo por todo el cuerpo. Mientras el abuelo Juan le sobaba su entrepierna y culo por encima de la ropa. Blas me dijo que me acercara y me sacó la polla por la bragueta fácilmente, porque yo no llevaba calzoncillos. Me dio un meneo hasta que se me puso bastante tiesa y me dijo: -Ahora déjate hacer. Juan ya estaba con los pantalones por los tobillos y chupaba la polla de Blas que seguía desnudándose. Cuando le dio la vuelta al jubilado, éste me miró y me agarró mi polla, rápidamente se la llevó con ansia a la boca. Yo me dejaba chupar y estaba absorto viendo como Blas, totalmente desnudo, lo enculaba tras echarse en la polla una buena ración de saliva. Luego lo apretó contra su pelvis y empezó a cabalgarlo fuertemente. Las distintas acometidas que Blas le propinaba al trasero de este hombre, hacía que apenas pudiera chuparme bien la polla, se le salía de la boca y volvía a buscar mi polla y hasta me hacía daño con sus dientes y mandíbula, pero yo aguantaba absorto en la tremenda follada. Blas me miraba:

-Así Carmelo, gánate el sueldo, dale polla, métesela hasta la garganta.

Y Juanito se refregaba mi nabo por la cara cuando se le escapaba de la boca o ponía muecas de que le estaban dando bien por detrás. Luego empezó a tocarme el culo con una mano y con la otra me sobaba los huevos.

-Quítate el pantalón, me decía.

No fui yo. Curro se me acercó y me desabrochó el pantalón que, enseguida, cayó a mis tobillos, él también empezó a sobarme el culo, entonces lo miré y vi cómo se meneaba su flácida polla mientras me sobaba el culo y me apretaba contra la boca de Juan el de Vicenta.

Fue entonces cuando Blas dejó de follarlo y se acercó rápidamente a su cara meneándose su gran rabo. Al instante empezó a salpicarle su cara de semen, Juan había dejado mi polla y ahora abría la boca en dirección al miembro de Blas buscando la lluvia de leche que se le venía encima, ya en los últimos estallidos del joven, Juan empezó a chupársela. Blas recogía con su nabo trazas de leche de la cara de Juan y se la introducía en su boca.

Mientras tanto Curro había ocupado en mi polla el lugar de la boca de Juan, me la tenía agarrada y me la meneaba fuerte, pero no de una manera placentera.

-Toma Juanito, doble ración, mira para acá –decía Curro.

Y me la meneaba y meneaba hasta que exploté.

-¡Joder el Carmelo, qué lechero es! –decía Curro. Y es que mi corrida fue abundante y salía con mucha fuerza. Juan estaba lleno de mi corrida, sobre todo nariz y ojos.

En ese momento El Rata se acercó también a la cara de Juan y le arreó otra corrida. Este hombre llamando El Rata tenía una picha muy chiquita que parecía que le salía directamente de los huevos. Se la meneaba con dos dedos y la leche apenas tenía color. Curro seguía a mi lado meneándosela, pero su picha no estaba muy dura y poco después lo dejó sin llegar a correrse.

Blas me miró y me hizo un gesto con la cara y vimos que tras de nosotros estaba Don Ramón.

-Venga maricones, vamos a adecentar esto, que ya mismo empiezan los juegos de apuesta y aquí sobráis. Y tú Blas ven que tengo que hablar contigo.

Mientras me ponía mi pantalón y abandonaba el rincón de la Cantina que olía a semen, me fijé en la conversación de Blas y Don Ramón. El dueño parecía enfadado y Blas intentaba quitarle hierro al asunto. Pasé a su lado dirigiéndome a la puerta sin mirarlos.

-Te vuelvo a repetir que al chico de Matías me lo dejes fuera de tus negocios. No quiero volver a verte por aquí con él.

-El chico ha querido participar, yo empecé con sus mismos años.

-Y nunca has tenido problemas aquí, pero te lo ordeno, deja fuera de tus negocios al chaval o no vuelves por aquí.

-¡Qué! ¿Lo quieres… solo para ti como su padre?

-Mira Blas que te estás pasando, lo que yo haga a ti te viene grande.

Estaba yo en la puerta cuando Blas salió.

-Toma –me dijo. Y me dio un billete de cien pesetas. Me quedé sin saber que hacer, pero empecé a entender.

-Y por ahora será mejor que nos mantengamos alejados uno del otro. Quizás dentro de unos meses o el próximo año podamos intentarlo otra vez. Vamos, vete ya. Yo tiro también para mi pueblo. Pensaba quedarme a jugar a las cartas el dinero que me he ganado, pero hoy no es buen día.

Era mas de la una cuando estaba entrando en casa. Antonia llegó con ropa lavada y planchada.

-He visto que todavía tenéis caldo en la nevera. Pero déjalo para la noche, ahora comed unas albóndigas que he preparado. Fríe tú unas patatas para los dos cuando venga tu padre.

Y. como siempre, mi padre volvió con cara de amargado. Bebió su vino y salió al patio sin decir nada. Yo lo seguí, ya tenía preparado todo para el baño, entonces ví como se quitó el mono azul y se quedó desnudo, esta vez no llevaba calzoncillos bajo el mono. Una buena polla, casi tan grande como la de Blas, aunque mas gorda, atraía mi atención en su proporcionado cuerpo velludo. Se tocó los huevos antes de agarrarse al tendedero y me miró sin decirme nada. Yo sabía lo que tenía que hacer.