Recuerdos casi olvidados
Estaba a punto de correrme cuando vi a mi padre que me miraba desde el dintel de la puerta de mi cuarto.
No me gustaba que mi madre me mandase por vino a la Cantina de Ramón , pero mi padre estaba a punto de llegar y siempre que llegaba del trabajo, se sentaba en la mesa de la cocina y bebía dos o tres vasos de vino antes de irse a lavar, y si cuando volvía de trabajar no tenía una botella de vino y un vaso preparado, bueno, su enfado y malos modos ya los conocíamos mi madre y yo.
Así que cogí la botella vacía y dos monedas de 5 pesetas (duros) y me dirigí a la Cantina que estaba tres calles mas allá soportando el inmenso calor de las dos de la tarde. Mientras me dirigía a ella iba rezando porque no estuvieran allí muchos hombres y que me atendieran rápido. Al llegar a la puerta de la cantina, que no tenía ningún letrero por ningún lado, me paré un momento y puede escuchar voces a través de la cortina antimoscas, mala suerte, me dije, y aparté varias de las tiras de plástico de colores de la cortina y accedí al interior; al principio, no veía nada, me quedé quieto hasta que me acostumbré a esa oscuridad y oí a Don Ramón que me gritaba:
-Pasa Carmelo, que aquí no nos comemos a nadie. ¿Lo de siempre?
-Sí, señor Ramón, un litro de oloroso.
Y Ramón cogió la botella y le puso un embudo y la dirigió hacia un pequeño bocoy que tenía tras él para llenarla. Al hacerlo me dí cuenta que estaba en calzoncillos debajo de su mandil, que no llevaba pantalones, la raja del culo se le notaba en el calzoncillo celeste y unas piernas blancas y gordas pude ver hasta un poco mas debajo de la rodilla, que ya me tapaba la barra. Me dio apuro seguir mirando y volví mi vista hacia el resto de los clientes, observé cuatro hombres en una mesa fumando y jugando a las cartas, otro medio adormilado sentado cerca de la entrada junto a un vaso vacío y, al fondo, me llamó la atención un grupo de tres porque uno de ellos tenía bajado el pantalón y los otros dos lo tocaban y le daban a beber de un vaso. D. Ramón me miró y miró al grupo y gritó:
-Eh, vosotros, dejad ya el mariconeo que hay ropa tendida.
-Pues que mire, o que venga para acá, -gritó uno de ellos- que ya es mayorcito para disfrutar.
-No les eches cuenta que están bebidos, dijo D. Ramón y me tendió la botella llena de vino a la que había puesto un tapón de corcho. Yo le dí los dos duros y me devolvió una peseta. Al fondo, uno de los hombres se había agachado y se estaba metiendo en la boca el pito del otro. Yo estaba como hipnotizado y D. Ramón me habló;
-Venga Carmelo, lleva a tu casa el vino y nos les eches cuenta a esos de ahí, es que están muy borrachos y hacen esas guarrerías.
- Gracias, D. Ramón, adiós, hasta otro día.
-Adiós Carmelo, eres un joven muy guapo. Dile a tu padre que a ver cuando viene a tomarse algo por aquí, la última vez nos lo pasamos muy bien juntos.
Y antes de salir me fijé en que el que estaba solo tenía la bragueta abierta y se estaba masturbando y me miraba mientras me sacaba la lengua.
Salí rápido y llegué a mi casa corriendo. Mi padre ya estaba sentado en la mesa. Nada mas poner la botella en la mesa se sirvió dos vasos que bebió rápidamente, sin respirar, luego se sirvió el tercero, pero lo dejó en la mesa.
-Ven Carmelo, ¿no le das un beso a tu padre?
Me acerqué y me puse a su lado para que él me besara. Estaba sudado y tiznado, había llegado de trabajar en la mina y se notaba cansado.
-Ven hijo –dijo. Y me rodeó con sus brazos y me besó en la frente.
-¿Has aprendido mucho en el cole? Debes estudiar para no acabar en la mina como tu padre. Cansado y mal pagado.
Y se levantó y se dirigió hacia el patio. Cuando venía de la mina no entraba en la ducha del baño, sino que en el patio había una pila con una manguera y allí se aseaba antes de comer. Me dirigí a mi habitación y desde la ventana podía verlo asearse en la pileta del patio. Se quitaba el mono de trabajo azul que traía y se quedaba en calzoncillos, también azules tipo slip, mi madre lo ayudaba enjabonándole la espalda y él se enjabonaba por delante. Luego introducía sus manos por dentro del calzoncillo y se lavaba sus genitales y su culo. Siempre con el calzoncillo puesto. Con la goma se enjabonaba y se liaba en una gran toalla para secarse. Así tapado se quitaba el calzoncillo y se dirigía a su habitación para vestirse. A menudo solo se ponía una camiseta blanca de tirantes y unos calzoncillos también blancos tipo boxer, con botones en la bragueta, porque nada mas comer se tiraba en la cama a dormir la siesta. Entraba a trabajar a las seis de la mañana. Pero verlo casi desnudo mientras se enjabonada era un disfrute para mí. Moreno, buen cuerpo, ancho y sin apenas barriga; pecho, brazos y piernas muy velludos, también algo de vello sobre los hombros, en la espalda. Se vía fuerte y bien dotado pues el calzoncillo mojado se pegaba a su pene y sus huevos y se intuía un buen paquete. Era un hombre atractivo y muy masculino, pero estaba amargado con el trabajo y el tipo de vida que llevaba, igual ahí estaba el origen de su mal humor y sus arrebatos violentos.
Mientras comíamos apenas se hablaba en casa, cuando mi madre intentaba contarle algún problema que había tenido con alguien o algo que no funcionaba en casa, mi padre siempre la interrumpía y le decía que lo dejara comer y descansar tranquilo, que luego al atardecer hablarían, y entonces se dirigía a mí para preguntarme qué había aprendido nuevo en la escuela y qué había hecho esa mañana. Yo casi siempre le contaba lo mismo, pero esta vez le dije que D. Ramón me había dado recuerdos para él y que cuando pudiese se pasase por allí. Entonces se me quedó mirando y me dijo:
-Tú y yo tenemos que hablar de eso después.
Y yo me quedé asustado por si había dicho algo malo o algo impertinente y esperaba que ya no se acordase cuando se levantara de la siesta. Mientras comía apuró la botella y sin comerse el postre se levantó de la mesa y se dirigió a su cuarto sin decir nada.
Ayudé a mi madre a recoger la mesa, mientras, ella me insistía en que mi padre era bueno, pero que tenía muy mal carácter, que no le echara cuenta ni lo hiciera enfadar, y que beber tanto lo estaba haciendo peor. Mientras ella fregaba me pidió que me asomara a su habitación a ver si mi padre dormía ya, supongo que estaba algo preocupada por él. Así que me dirigí a su habitación, pegada a la puerta principal de entrada a la casa que nunca usábamos, porque accedíamos a la casa por la puerta trasera que daba al patio y de allí a la cocina. También mi habitación daba al patio y era muy luminosa y con una mesa de estudio y estanterías para mis libros, discos y comics. La habitación de mis padres tenía una doble puerta de acceso que no cerraba bien, con cristales de colores y mi madre había puesto unos visillos en ellos. Abrí una de las puertas y chirrió un poco. Temí que se despertara, pero el silencio reinaba en esa habitación. Entré despacio y noté que mi padre estaba boca arriba en la cama, abierto de brazos y piernas. No se oía roncar ni respirar, no sé si estaba despierto o dormido así que muy despacio dije:
-¿Papá?¿Estás despierto?
Como no contestó me acerqué más y vi que tenía los ojos cerrados y respiraba acompasadamente. Iba a darme la vuelta cuando me fijé en sus calzoncillos, tenía desabrochados los botones de la bragueta y le asomaba, un poco, el pene y muchos pelos por ella. Me acerqué con temor. El pene lo tenía flácido y el pellejo tapaba casi por completo su capullo, tan solo asomaba un poco del glande en el que se veía su agujero del que salía una gota de precum. Miré a mi padre que seguía igual que antes y me acordé de lo que vi en la Cantina, así que, con mucho miedo, pasé mi dedo por la gotita que manaba de su pene y luego me lo llevé a la boca. Era una gotita con un leve sabor salado. Quería probar más, así que volví a pasar mi dedo por la uretra de su pene repetidas veces, pero no volví a notar humedad aunque, eso sí, yo me había empalmado nada mas hacer esto, así que salí de la habitación, me dirigí al baño y me hice una paja hasta que expulsé todo mi semen al lavabo. Recogí algo de semen de mi polla con un dedo y me lo llevé a la boca. Era la primera vez que lo hacía. Me gustó ese sabor ácido que era el que salía de mis cojones.
No volví a ver a mi padre hasta la noche. Por las tardes iba a clase de permanencia, donde repasaba lo que había hecho en el colegio y me ayudaban con los deberes y luego iba a ensayar con la orquesta del pueblo, donde aprendía a tocar el clarinete. Había gente de todas las edades y ya había desfilado una vez en las fiestas del pueblo acompañando con la Agrupación Musical Minera a la Virgen de las Angustias.
Así que cenamos mi madre y yo. Mi padre había salido y estaría en el Casino, en un huerto o en algún taller con algún amigo, igual había ido a ver a Don Ramón. Vimos un concurso en la tele y luego me retiré a mi habitación. Hacía calor, tenía abierta la ventana que daba al patio y vi entrar a mi padre e ir a la cocina. Yo estaba desnudo, solo con el calzoncillo puesto y pensaba en lo que me había dicho mi padre de tener que hablar, pero también desfilaron por mi mente los sucesos del día, la chupada de polla que ví en la Cantina, el culo de D. Ramón, el otro hombre (creo que le decían Curro y ya estaba jubilado) masturbándose y luego le vi el pene a mi padre. Había sido un día especial en ese sentido, o es que yo había estado mas atento a estas cosas. Volvía a estar empalmado, así que deslicé mi mano por mi pecho, luego el vientre, por encima del calzoncillo noté la erección de mi polla, me sobé los huevos, y me bajé el calzoncillo hasta las rodillas, ahora empecé a apretar con mi mano mi polla y a moverla arriba y abajo rápidamente, los huevos me ardían, mi respiración se aceleraba y yo no paraba de meneármela, antes de correrme abrí los ojos y entonces lo ví. Instintivamente me subí rápido el calzoncillo y me dí la vuelta aunque jadeando. Volví a mirar al cabo de tres segundos y seguía allí. Mi padre me miraba desde el dintel de la puerta de mi cuarto.