RECUERDOS ADOLESCENTES 3: Esteban y Marcos
Los dos sementales del instituto y yo...
Aquél octubre empecé a la universidad. Ver a los compañeros y amigos del instituto cada vez era más complicado y un puñado de gente nueva acaparaba mi vida social. De vez en cuando recordaba a Marcos y a Esteban, pero la vida universitaria no dejaba demasiado tiempo para nada. Cuando no eran los trabajos, eran los exámenes, las prácticas, las salidas con los compañeros y, sobre todo, las fiestas universitarias, donde casi siempre caía algún maromo con el que poder pasármelo mejor que bien.
Por eso me sorprendí cuando en el mes de mayo me encontré a ambos en la puerta del portal, como la vez anterior encontré a Esteban. Vestían pantalones cortos y camisetas de tirantes y me alucinó y maravilló lo que habían logrado hacer con sus cuerpos en aquellos meses. Si hacia casi un año tenían unos cuerpazos de modelos fitness, ahora su masa muscular era la de un culturista casi profesional. La anchura de sus hombros desafiaban a la imaginación, el tamaño de sus brazos era alucinante y sus pectorales parecían de fuera de este mundo.
-Hola tíos- les saludé.
-¿Qué pasa chavalón?- me sonrió Esteban con su típica chulería y suficiencia. -Desde que vas a la uni no se te ve el pelo.
Sabía que no podía arredrarme, que tenía que mantenerme calmado. Sonreí a ambos con suficiencia.
-Joder, estoy hasta arriba de historias: clases, exámenes, trabajos. Hasta los cojones estoy.
-Ya nos lo imaginábamos- repuso Marcos. -¿Sabes? Este y yo hemos estado hablando bastante de ti...- me guiñó uno de sus azules ojos. -De cómo nos has enseñado lo bueno que es probar cosas nuevas.
No puede evitar levantar las cejas y esbozar una sonrisa. A ver si ahora iba a resultar que los dos machotes del instituto, los dos rompebragas mas mazados que conocía, estaban liados entre ellos. Esteban se rió, su tono era más grave, más masculino, más de machote.
-Al final este me contó lo que le hiciste. Yo le conté lo que te hice a tí y hemos estado...
-...experimentando- cortó la frase su colega de gimnasio.
-Eso es y ahora queremos seguir probando cosas nuevas.
-¿Y qué pinto yo en eso?- me lo estaba imaginando pero quería que fuera alguno de ellos el que lo dijera. Yo estaba como loco porque me hicieran un sandwich entre aquellos dos toretes llenos de testosterona. Todavía estaba alucinando con lo enormes que se habían puesto los dos, se veía que habían estado entrenando como animales.
-¿Tú que crees canijo?- repuso Esteban flexionando sus colosales tetazas. -Lo hemos hecho entre nosotros, hemos compartido tías, tríos, cuartetos con pavas, un par de orgías... Y ahora queremos hacer un trío con otro tío, uno que sepa apreciar estos cuerpazos.
-Y le vaya el vicio tanto como a nosotros- concluyó Marcos con media sonrisa.
Lo habían logrado, habían conseguido que trempara como si me fuera la vida en ello. Pero no estaba dispuesto a bajarme los pantalones a las primeras de cambio.
-A ver si lo entiendo, queréis hacer un trío con otro tío y el elegido he sido yo porque...
-Por que te va el vicio tanto como a nosotros, ya te lo hemos dicho- afirmó Marcos con cierta impaciencia.
-Además de que la chupas de puta madre y tienes aguante- remachó Esteban.
-¡Joder! Vosotros sí que sabéis hacer a alguien sentirse especial- me reí, aceptando su cachonda propuesta de forma implícita.
Me fui con ellos a un garaje que tenían acondicionado para sus fiestas, con un sofá y un par de colchones.
-Aquí nos juntamos con los colegas los fines de semana para beber antes de salir de cacería- aclaró Esteban. -Y si alguien tiene que meterla en caliente siempre se puede venir aquí- rió dándome un manotazo en la espalda.
Yo me senté en el único sillón de una plaza que había.
-Bueno, no es el Ritz pero servirá ¿Tenéis cerveza?
De una nevera que había en una de las esquinas y que hacía un ruido infernal, sacaron una botella de litro. Les miré fijamente.
-Ahora ¡Desnudaos!- les ladré. No sé de dónde me salió el tono imperativo, pero los dos se me quedaron mirando como a un alíen. -Quiero ver lo toracos que os habéis puesto cabrones- añadí sin parpadear y tan serio que hasta yo estaba sorprendido. Tanto como Marcos como Esteban me miraron perplejos así que, para suavizar un poco la situación dije- ¿No queríais vicio? Pues vamos a empezar morboseando ¡Los dos en bolas ya!
Un tanto azorados, ambos se quitaron tanto los pantalones como las camisetas de tirantes. Podía ver que sus paquetes se empezaban a abultar, por lo que la situación les debía de estar molando. Yo iba pegando tragos a la botella de cerveza mientras admiraba aquellos físicos esculpidos en piedra. No me cansaba de admirarme y sorprenderme de su formidable desarrollo muscular. Aún recordaba cuando ambos eran unos niñatos, nada que ver con los morlacos que eran ahora. Aun eran unos niñatos, sí, pero ahora eran unos dioses, con sus caras aun adolescentes y sus cuerpos de hombres hipertrofiados.
-A ver- les aclaré- hemos venido a pasarlo bien, no a que os quedéis como pasmarotes. Quiero ver vuestros músculos, quiero que os sobéis el uno al otro, que flexionéis ¡Que parecéis un par de señoritas invitadas a tomar el té!
Aquello pareció que logró desinhibirlos y se empezaron a pegar una buena sobada. Marcos sacaba bola y Esteban empezaba a estrujarla. Uno flexionaba los pectorales y el otro los golpeaba para demostrar la dureza de aquellos músculos. Sin dejar la cerveza, me acerqué a ellos y empecé a manosearles, a meterles mano por donde podía. Empecé a derramar la cerveza por los pectorales de Esteban, grandes masa musculares que parecían tener vida propia.
-Bebe Marcos, lame la birra- aquello sí que los puso como motos. No solo se lamían el uno al otro, se sobaban aun mas salvajemente, se besaban con fuerza, me metieron entre los dos y así yo también pude meterles mano y sentir la dureza de sus músculos. La cerveza se mezclaba con el sudor de los tres. Aquel garaje hedía a testosterona. Nuestros tres cipotes estaban duros como el acero; caí de rodillas y traté de meterme sus tremendas herramientas al mismo tiempo en la boca, algo imposible por el tamaño de aquellos cipotones dignos del más dotado de los actores porno, el de Esteban de unos 23 centímetros y el de Marcos algo más corto, si bien superaba los 20 centímetros, pero de un grosor demencial. Sus glandes estaban púrpuras de la excitación del momento. Bufaban y gemían como toros en celo. Desde mi perspectiva podía admirar sus abdominales cincelados mientras lamía y me regodeaba en aquellos pollones, acariciando sus cojonazos y los músculos de sus piernas. Ellos, mientras, se comían los morros y se sobaban sin control, admirando el desarrollo de sus cuerpos, sus brazos de orangután, sus deltoides descomunales.
En un momento dado, Marcos me levantó agarrándome por las axilas como sí fuera un pelele.
-Nos tienes a mil, cabronazo- me informó, como si yo no lo supiera. -Y quiero devolverte el favor que me hiciste.
Sin más me lanzó al sofá y me levantó las piernas, dejando mi ojete a su entera disposición. Yo no le había enseñado a comer culos, pero lo cierto es que lo hacía como un profesional, lamiendo y metiendo la cara entre mis cachetes, introduciendo la lengua en mi orificio que tenía que prepararse para poder alojar el misil que Marcos tenía entre aquellas patorras que, difícilmente, cabrían en unos pantalones normales. No podía dejar de gemir, el cabrón se estaba tomando su tiempo en dilatarme y lubricarme, con aquella lengua que parecía estar en todas partes. Esteban se puso en horcajadas sobre mi cara, parecía un auténtico coloso, su cipote golpeando mi cara, por instinto abrí la boca y dejé que entrarán los primeros centímetros de su polla, momento que aproveché para poner mi lengua a trabajar y darle unos buenos lametones para después empezar a tragar como un campeón, ahuecando mi garganta, contenido las arcadas y franqueando el paso a su rabo de toro. Me agarré a sus piernas, duras como el acero para mantener el equilibrio. Entonces me di cuenta de que mi culo estaba libre, que Marcos había abandonado su aplicada labor sobre mi ano, para empezar a trabajar el ojete de Esteban. Con sus manazas abría los gluteos impontentes de su compañero de gym y empezó a comérselo con verdadera dedicación.
-Ostias Marcos, eres el mejor comiendo ojete- miró hacia mí -Y tu tienes unas tragaderas de campeonato
¡Qué bien tragas, cabronazo!
Se veía que el tío estaba en la gloria, follándose mi careto y con su culazo bien comido.
-Tienes un culo que pide a gritos lengua y polla- le respondió su colega. -Pero con el que tengo una deuda pendiente es con el de este- sin avisar, empecé a notar el brutal diámetro de su glande entrometiéndose en mi ojete. Casi no podía gritar con el pollón que me estaba asfixiando la boca, pero Marcos me estaba horadando, me estaba taladrando en toda regla. Esteban aumentó el ritmo de sus golpes de cadera mientras que Marcos aún entraba más dentro de mi, hasta que llegó a mi próstata y una oleada de placer hizo que pusiera los ojos en blanco.
-Joder, las pavas no tienen tanto aguante- rió Esteban.
-Es lo bueno de hacerlo con tíos, que no hay que andar con tonterías, es sexo por sexo- convino Marcos mientras su trozo de carne terminaba de invadirme por completo y yo no podía más que gemir, teniendo la boca bien llena como la tenía.
-¡Hacia mazo que no me la comían tan bien!- exclamó encalomándome hasta dentro su potente miembro.
Yo estaba en el séptimo cielo, con una polla en el culo y la otra en la boca. Era un sueño húmedo hecho realidad, yo entre los dos sementales del instituto, dándome polla por boca y culo. Nadie me creería si lo contara. Estaba en tal delirio de placer que, de pronto, noté algo caliente en mi bajo vientre. Marcos me miró al nota la cálida humedad.
-Ostias- gritó sin parar de bombear. Esteban se giró un poco para ver que pasaba pero sin abandona mi boca. -¡El cabrón se ha meado del gusto!
-¡¿Qué dices?!- le respondió tan sorprendido como estaba yo. El placer que me estaban procurando ambos machotes me estaba dejando fuera de juego. -El meoncete lo tiene que estar pasando de lujo- rió. -Y no me extraña porque envergar culos se te da de miedo, cabrón.
Yo empecé a esparcir mi propia orina por mi cuerpo, mezclándola con el sudor del intensivo entrenamiento que estábamos teniendo los tres. Esteban abandonó mi boca mientras Marcos me apretaba los hombros con sus manos de gorila para acceder aún más dentro de mí. El brutalmente hermoso rostro de Marcos se contorsionó en una mueca de dolor cuando Esteban, casi sin lubricación, empezó a penetrar su pétreo culo.
-¡Hijo de puta!- logró exclamar tras la primera y dolorosa impresión. -No recordaba que tuvieras el cipote tan grande. ¿Te ha crecido desde la última vez que me has follado o que?
-Me parece que lo que pasa es que a este ojete no le damos el suficiente entrenamiento, pero eso lo estamos solucionando.
Empezaron a moverse al unísono. Yo con las rodillas en los hombros pensaba que iba a morir aplastado por el peso de aquel par de colosos post adolescentes, en medio de un amasijo de músculo, sudor y testosterona. Pero ellos no paraban, no hacían más que moverse acompasadamente, gruñendo y gimiendo como los animales en celo que eran. Mi polla estaba aprisionada entre mi cuerpo y los férreos abdominales de Marcos y cada movimiento me llevaba al borde del orgasmo. Noté un cambio de velocidad en la follada de Esteban y un aumento de los gemidos de Marcos que se transformaron en un grito que dio el pistoletazo de salida y noté como su espesa leche de macho empezaba a llenarme por completo. Noté varios lefazos ardiendo en mis entrañas, llenándome. Sus músculos temblaban, sus brazos, hinchados, gigantes por el esfuerzo. Las manos de Esteban cubrieron los pectorales de Marcos, amasándolos y dando fuertes golpes de cadera empezó a correrse como el animal que era dentro de su musculoso amigo. Cuando lo descabalgó, de su grueso miembro todavía chorreaba una buena cantidad de lefa. A su vez, Marcos abandonó mi ya dolorido culo.
Ambos me miraron, espatarrado en el sofá, con la polla a tope, brillante de sudor, meo y lefa, y se lanzaron sobre mi cipote a la vez. Aquello ya era demasiado, apretaba mi rabo contra sus caras, la metía en una boca y en la otra alternativamente, fuera de mi, noté el orgasmo que embotaba mis sentidos, que me llevaba al borde del delirio. No gritaba, no gemía, sólo emitía un sonido gutural que me lanzaba más allá del placer que había experimentado hasta entonces. Los tres exhaustos nos abandonamos a una cálida modorra, amontonados en aquél sofá. Justo en aquél momento se abrió la puerta del garaje y entró Carlos, otro compañero del instituto que, lejos de sorprenderse o asustarse, dijo con su voz ronca y chulesca:
-¡Por fin os pillo con las manos en la masa!