Recuerdos adolescentes (01: Marcos)

Recuerdo de aquellos primeros escarceos adolescentes en la época del instituto.

RECUERDOS ADOLESCENTES. CAPÍTULO 1: Marcos

Para entender esta historia hay que ponerse en antecedentes, remontarse a la época del instituto, cuando yo estaba en 2º de Bachillerato y Esteban y Marcos dos cursos por debajo, repitiendo curso. Ambos siempre fueron los "malotes" del instituto, metiéndose con los compañeros de clase para demostrar lo machitos que eran. Por aquél entonces acababan de apuntarse a un gimnasio del barrio y sus adolescentes cuerpos comenzaban a mostrar los signos de la extenuante rutina de machacarse con las pesas. Cualquier excusa era buena para mostrar sus progresos, luciendo sus torsos imponente cuando la primavera comenzaba a despuntar. Las niñas del instituto se volvían locas al verlos flexionar sus incipientes bíceps y ellos trataban de imitar las poses que veían en las revistas. Pronto comenzaron a correr rumores sobre quién se había tirado a quién, incluso que habían compartido a alguna pava. Cada semana un nuevo bombón iba colgada del brazo cada vez más poderoso de los dos sementales del instituto.

Mi última fiesta del instituto fue memorable. Antes de llegar a la discoteca en cuestión, los de clase nos juntamos en la playa para beber. Las botellas se vaciaron rápidamente y la euforia de terminar el instituto se apoderaba de nosotros. Sabíamos que después de aquél verano cada uno iba a tirar por su lado, pero la excitación de lo que nos esperaba era mucho más fuerte que la tristeza de romper los vínculos que durante tantos años nos habían unido. Llegamos a la discoteca como un rebaño ebrio. La música y las luces aumentaban nuestra confusión, pero a ninguno se nos escapó el momento en el que entraron Marcos y Esteban. Ambos llevaban vaqueros que más que ceñidos parecían pintados sobre sus piernas, que ya tenían un grosor considerable, exhibiendo unos paquetes obscenos, mientras la parte de arriba refulgía con sendas camisetas blancas que dejaban poco a la imaginación. Eran el centro de todas las miradas, lo sabían y se pavoneaban mostrándose como los machotes del instituto. Su ego crecía al ritmo que sus músculos. Mis compañeros se quedaron junto a la barra y, mientras unos pedían, yo me tambaleé camino de los servicios. Cuando entré, la visión me dejó boquiabierto, Marcos y Esteban hacían flexiones sobre el lavabo. Me los quedé mirando incapaz de reaccionar.

-¿Qué miras?- espetó Marcos, gruesos gotones de sudor recorriendo su sien.

-¿No has visto congestionar o qué?- añadió Esteban, cuyas axilas empezaban a estar caladas por el sudor.

-Simplemente- conseguí articulas con la voz temblorosa por la mezcla de borrachera y excitación –me ha llamado la atención lo que hacíais.

Marcos se incorporó, flexionando sus pectorales a través de la ligerísima capa de algodón blanco que los cubría.

-Así marcan más- me miró fijamente, escrutando cómo mis ojos no se podían apartar de bamboleante pecho. -¡Eh, Esteban, parece que a este le mola lo que ve!

-¿De verdad?- rió el otro machote incorporándose también. -¿Eres un mariconcete?

Me vi en una encrucijada, no sabía qué decir. Yo ya había tenido escarceos con otros chicos y también con chicas y, aunque no lo admitía, sabía perfectamente que me gustaban los hombres. Tal vez en otro momento habría actuado de otra forma, quizás lo hubiera negado si me quedara más tiempo en el instituto. Pero aquello se acababa y no tenía que preocuparme por la imagen que daba a mis compañeros.

-Sí, lo soy- respondí. Ambos me miraron y se quedaron tan cortados como yo. Durante unos segundos ninguno de los tres dijo nada, hasta que Esteban reaccionó.

-Ole tus huevos, tío. Por lo menos lo reconoces- yo me sentí una tanto azorado, esperándome una hostia de un momento a otro. Por el contrario Esteban se puso frente a mí y flexionó ambos brazos. El material de su ceñida camiseta cedió un poco ante el envite de las bolas de cañón de sus brazos. Al poco Marcos imitó la pose justo detrás. –Esto te servirá para que alucines un poco y pajées a nuestra salud- afirmó Esteban largándose del baño. Marcos seguía mirándome. Volví a esperarme otra hostia. Volví a equivocarme.

-¿Te molan los tíos?- disparó a bocajarro.

-No. Me gustan los hombres- fanfarroneé. Me agarró de la pechera y me empujó dentro de una de las cabinas del baño.

-Si te gustan los hombres de verdad estará aquí dentro de una hora y media- afirmó rotundo mientras se marchaba. Ahí me quedé, en la cabina del baño y con una erección de campeonato. La música atronaba en la pista de baile.

Durante el resto de la noche miré el reloj cada cinco minutos. Me reía con los colegas de clase. Bebía. Bailaba. Pero mi mente seguía en el baño. De vez en cuando atisbaba a uno de los dos sementales en la pista, pero ninguno de ellos me miraba. Seguí intentando divertirme, pero poco a poco me iba poniendo más nervioso. A la hora convenida entré en el baño, Marcos estaba sólo con la camiseta húmeda de tanto bailar, pegada sobre sus músculos adolescentes.

-Espero que te hayas despedido de tus amigos porque nos vamos- no era una sugerencia ni una pregunta. Era una afirmación- Voy a salir. Espera cinco minutos y sal también. Sal de la disco y vete a la parada de taxi de la calle de atrás. Te paso a buscar allí. Cinco minutos.- Justo antes de salirse dio la vuelta para añadir, en tono amenazante –Y no digas nada a nadie.

Tal vez si hubiera esta más sobrio, o de haberlo pensado más fríamente, no me habría presentado en aquella parada de taxi. Pero en aquél momento no pensaba ni me planteaba nada. Al poco de estar en la parada se presentó Marcos en su scooter. Sin dirigirme la palabra, me entregó otro casco, haciéndome un gesto para que me montara. Me agarré a su cintura y arrancó dirección a la playa. Aparcó y nos bajamos a la arena.

-¿Un cigarro?- preguntó alargándome la cajetilla. Cogí un pitillo y le miré. Más que guapo era atractivo, morboso, con su pelo cortado al cepillo, ojos oscuros y cara de malote y aquél cuello de toro.

-¿A qué viene tanto misterio?- conseguí preguntar, dándome cuenta de que no pretendía patearme el trasero.

-¿Sabes? Eres el primer tío que conozco que le molan los tíos. Al menos que lo reconoce

-¿Y?- en mi mente estaba seguro de que iba a salir el tema de las dudas o de la curiosidad.

-Bueno… yo…- ahora el machote seguro de si mismo, el que desarrolló su ego al mismo tiempo que sus músculos, parecía avergonzado e indeciso. –Siempre me he preguntado…- me felicité mentalmente al comprobar con que había acertado con lo de la curiosidad. Traté de echarle una mano.

-¿Cómo es hacérselo con otro tío?

-Sí- respondió timidamente.

-¿Y para esto tanto misterio?- decidí hacerle sufrir un poco- Eso te lo podía contar en la fiesta. No sé, es parecido a hacértelo con una pava pero diferente. Con un tío puedes ir más al grano, además se cortan menos y enseguida te dicen lo que les mola, con una tía…- en eso me miró y se sacó la camiseta, exhibiendo su cincelado torso, sus pectorales protuberantes, sus bíceps poderosos, su vientre marcado por sendas hileras de abdominales.

-Y esto ¿te mola?- preguntó flexionando alternativamente sus pectorales.

-Pues claro- sonreí. –Estas mazo de bueno.

Él sonrió un poco más relajado, como si constatar el hecho de que tenía un cuerpo de la hostia le tranquilizara.

-A las pavas les vuelve locas esto- flexionó el brazo hasta transformarlo en un amasijo de músculos del tamaño de una pelota de béisbol. –Siempre andan pidiendo que "saque bola". Toca si quieres- me invitó. Palpé aquél músculo tenso y poderoso. –Esta duro ¿eh?- preguntó fanfarrón.

-Como una puta piedra- respondí. Tenía la boca seca y sensación de mareo y la erección me dolía en los pantalones. Moví la mano hacia su pectoral.

-Si sigues hacia abajo encontrarás otras cosas también duras…- sin dejarle terminar dirigí mi mano a su entrepierna donde pude comprobar la rigidez de su miembro viril.

-¡Joder! Y bien duras- constaté. Son dejar de magrearle el paquete por encima del vaquero, con mi mano libre seguí sobando sus músculos a placer. Marcos gemía suavemente, casi ronroneaba. Sentía cada músculo tenso debajo de su piel aterciopelada sin nada de vello. Echó la cabeza hacia atrás, su cuello de toro, su pecho subía y bajaba presa de la excitación. Le cogí de la nuca y acerqué su boca a la mía. En el momento en que mis labios le tocaron casi me corro. Besaba con fuerza, su lengua se inmiscuía en mi boca luchando contra la mía, yo mordía su labio inferior. Rompí el beso y caí de rodillas. A la altura de mi boca su tentador bulto me parecía a punto de estallar. Abrí sus pantalones y los deslicé sobre sus potentes piernas. Acto seguir cayeron sus calzoncillos que liberaron su vigoroso pene, una tentadora manguera de carne de un grosor más que considerable que debía rondar los dieciocho centímetros. El glande rosado brillaba de líquido preseminal. Un señor salchichón gordo y jugoso dispuesto a ser disfrutado por un glotón como yo. Primero puse el glande sobre mi lengua y excité el punto que se une con el tronco con la punta mi lengua. Aquello le volvió loco, no dejaba de gemir con el envite de un gorila en celo. Cerré mis labios en torno al tronco y, poco a poco, la fui deslizando hasta el fondo de mi garganta. La fui sacando despacio para volver a metérmela después, más que con lentitud, con parsimonia.

-¡¡¡Joder cabrón!!! ¡¡¡Cómo la comes de bien!!!- dijo con un poderoso golpe de cadera que me la encalomó hasta el fondo. En ese momento tomó las riendas de la situación. Me agarró del pelo y empezó a follarme la cara con rítmicos movimientos de pelvis -¡Toma polla hijoputa!- Me follaba la cara con verdadero entusiasmo –Esto es lo que quieres ¿verdad? ¡La polla de un auténtico macho!- Yo trataba de mantener el ritmo frenético que imponía para no ahogarme y poder disfrutar de la follada de boca que me estaba propinando aquél animal. -¡Joder! ¡Es cierto que los tíos la chupan mejor!- la verdad es que, aunque me afanaba, el control que mantenía él me impedía demostrarle en condiciones lo que era capaz de hacer. –Prepárate pequeño porque te voy a llenar de lefa de macho- Su vigoroso rabo se endureció aún más y noté su leche surgiendo de su misil mientras se iba retirando. Gemía perdido en su orgasmo. Su corrida llenó mi boca. Aprovechando su momento de debilidad y obnubilación le di la vuelta y expuse ante mi cara su glorioso culo, dos montañas de carne dura y redondeada. Sin darle tiempo a reaccionar, abrí sus glúteos dejando a la vista su ano y sin pensarlo dos veces dejé caer su propia leche en éste. Empecé a comerle el culo con fruición.

-¿Qué coño haces?- preguntó cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.

-Déjame hacer a mi

-No me gusta eso…- un gemido ahogó su frase cuando mi lengua danzó sobre el anillo exterior de su ano –Tío, para…- casi no podía controlar el temblor de sus rodillas cuando mi lengua se coló dentro de él. Su culo estaba bien prieto, virgen y ajustado, una verdadera gozada. Sus espasmos apretaban mi lengua rítmicamente. Empecé a azotarle el trasero para relajarlo.

-Pero ¿qué coño haces?- preguntó rendido de placer.

-Cierra la puta boca y déjame hacer- le ordené, mi tono tan cortante que no supo ni replicar. Alternaba caricias con azotes sin abandonar el trabajo sobre su ano. El animal no dejaba de gemir, el machito hetero gozaba como un posesos. Me incorporé, aplastando mi paquete contra su trasero.

-¿No pretenderás…?- preguntó incorporándose. Sin permitirle reaccionar, le empujé hacia delante, me abría la bragueta y sacando mi entumecido órgano, introduje el glande en su trabajado esfínter. El alarido de Marcos se debió escuchar a varios kilómetros. Le agarré por la cadera para poder penetrar un poco más.

-¡Sácamela!- vociferó presa de la ira. Los músculos de su espalda se contorsionaban mientras trataba de escapar.

-Tranquilo- traté de calmarle. –Hagamos estos bien y verás como disfrutas. Respira hondo- le ordené. Introduje varios centímetros más.

-Cacho cabrón- escupió. –Me las vas a pagar- trató de revolverse consiguiendo que yo entrara un poco más, lo justo para alcanzar su próstata. Su gemido se derritió en su garganta. Moví un poco las caderas para seguir estimulándole. Me recosté un poco sobre su amplia espalda para poder comprobar que su pollón volvía a estar como el acero.

-Veo que te gusta- sonreí mientras seguía penetrándole muy lentamente, demorándome para que se ajustara mientras estimulaba vigorosamente su miembro. Por fin alojé los últimos centímetros en su interior. Esperé. Acaricié su espalda. Esperé. Empecé a masturbarle lentamente. Las paredes de su ano se apretaban n torno a mi pene. Él mismo fue el que me obligó a empezar de verdad-

-¿Ya está?

-No- le aseguré. Entonces empecé a salir de él para volver a penetrarle. Comencé un diabólico ritmo de mete y saca, aullando de placer mientras Marcos gemía y se masturbaba. Redoblé mi ritmo aprovechando que aquél machote era capaz de aguantar una follada de verdad. Él estaba gozando tanto como yo, aunque estaba seguro de que no lo reconocería ni muerto.

-Hijoputa, dame más- gimió.

-Toma cacho cabrón ¿no querías saber lo que era hacérselo con un tío?

-Sí

-Pues entérate bien- retomé el ritmo veloz que le hizo gemir y me llevaba al borde del orgasmo. -Te gusta ¿eh?- Quería oírselo decir, que hablar, que me dijera lo que yo ya sabía. -¡Dímelo, cabronazo!

-¡Dios!- gimió. –Me gusta

-¿Qué es lo que te gusta, perro?

-Me… me gusta lo que me haces

-¿Sí? ¿Te gusta que te pete el culo?

-Sí…- reconoció culeando.

-¿Quién es el mariconcete ahora?- sabía que es le jodería.

-Cabrón. Eres un cabrón- le agarré con más fuerza de las caderas. Me faltaba un último golpe, me notaba a punto de estallar. –Ahora. Ahora soy yo el mariconcete- mi lefa empezó a brotar mientras un tremendo orgasmo me poseía. Él también gemía mientras se corría por segunda vez. Me dejé caer sobre su ancha espalda mientras mi sexo se deslizaba fuera de su culo. Nuestras lefas mezcladas se deslizaban sobre sus piernas. Todavía respirábamos con agitación, ambos incapaces de articular palabra. Yo resentía en la gloria. No me podía creer que me acabara de tirar a semejante ejemplar de macho.

-Ni se te ocurra decirle esto a nadie- me dijo muy serio. –De lo contrario…- golpeó su puño contra la palma de su mano, sus pectorales rebotaron en una flexión. No pude evitar reírme:

-Nadie se lo creería- le aseguré.