Recuerdo y pasión

Una reunión de antiguos compañeros de escuela, termina con dos amigos revolcándose en la sala de sus padres. La pasión reprimida se libera más fuerte de una vez!

Éramos amigos desde la escuela. Yo siempre sospeché que Claudio era gay. Nunca le conocimos una novia, una amiga con beneficios, o siquiera alguien que le gustara. Pretendientas le sobraban: con su cabello rubio, sus ojos azules, su cuerpo de deportista, en cuyo abdomen se marcaban los abdominales desde que era apenas un adolescente.

Claudio y yo éramos mejores amigos, pero cuando yo le preguntaba si era gay siempre lo negó.

  • No insistas, Tomás, no soy homosexual. – decía, y concluía – si sigues preguntando pensaré que eres tú el gay y que te gusto.

Ese era el fin de la conversación. No porque me asustara que en verdad pensara que yo era gay: no lo era (me gusta pensar que aún no lo soy); sino porque sabía que él estaba incómodo.

Pero las cosas se clarificaron con el tiempo. Al salir de High School, fuimos a distintas universidades. En ciudades distintas, carreras distintas. Nuestras vidas se separaron. Nos veíamos pocas veces en el año, cuando nos reuníamos en nuestro pueblo natal, pero fuera de eso, nada. Un día, en casa de una amiga en común se celebró una fiesta a fin de año, para reunir a los compañero de la escuela, que hacía 4 años no nos reuníamos. Nos juntamos todos, y como en estas típicas reuniones, ser hicieron recuerdos, se conversó con todo el mundo, y contábamos en qué estaba cada uno. Yo estaba en medio de mi carrera de Medicina, con 21 años, aún me faltaban 3. Claudio, por otro lado, estaba a punto de se Ingeniero, con casi un año menos que yo sólo le faltaba un año. Así son las diferencias entre profesiones.

Al final de la reunión, alguno más amigos nos fuimos a casa de los padres de Claudio en el pueblo. Ellos no estaban, así que ahí continuó la rumba. Seguimos bebiendo y recordando, hablando de nuestras novias y novios, de lo que esperábamos... en fin. Bien entrada la noche, yo estaba absolutamente ebrio. Sólo quedábamos un amigo, José, Claudió, y yo. Pronto José se marchó. En el estado en que estaba, Claudio sugirió que debía quedarme a dormir en su casa. Sus padres ni su hermano no estaban, así que no molestaría a nadie. La verdad, no estaba tan borrado, pero sí sabía que no podría conducir hasta mi hogar. Así que acepté.

  • ya que te quedas, sigamos bebiendo – dijo Claudio mientras me daba a elegir entre un vaso de ron y uno de whiskey - ¿cuál prefieres, Tomás?
  • whiskey – respondí.

Así seguimos conversando de la vida, hasta que salió el tema nuevamente: su sexualidad. Me confesó que en 4 años de universidad no había estado nunca con una chica.

  • o sea que ¡eres virgen! – exclamé, no muy sorprendido, a decir verdad.
  • No exactamente – me respondió.
  • No entiendo – dije, sabiendo que mis sentidos no estaban perfectamente en orden.
  • Dije que nunca he estado con una chica, no que soy virgen – volvió a decir.

Tardé unos segundos en comprender. Pero al fin lo entendí: me estaba confesando su homosexualidad. Me puse a reir.

  • ¡Siempre lo supe! – dije entre carcajadas - ¿Por qué nunca me lo contate?
  • Porque lo acepté en primer año de carrera, cuando conocí a un chico increíble, y me enamoré.
  • O sea, que ¿no sabías antes? – pregunté
  • No estaba seguro. Ahora sí – respondió – Pero esa no es la única razón por la que nunca te dije.
  • ¿Entonces? – pregunté nuevamente.
  • En la escuela, me sentía muy atraído por ti – respondió.

Esa respuesta no me la esperaba. No tenía nada contra los gays. Me caían incluso bien. Pero que alguien de tu mismo sexo reconozca que le gustas, es otra cosa.

  • Lo siento – solo pude decir.
  • Está bien – me dijo – Sí reconozco que alguna ve pensé que tu también podrías sentirte atraído por mi, ya que me preguntabas tanto si era gay.

Eso tampoco lo esperaba. Yo no era gay, y si le pregunté muchas veces, era porque tenía curiosidad.

Claudio se puso de pie, algo avergonzado, y caminó a la cocina a buscar algo. Al poco rato volvió con un vaso de agua para él y una taza de café para mi.

  • Es mejor que te vayas – dijo.

Yo no lo pensé mucho, y cuando se acercó a pasarme el café, me puse de pie, y le di un beso.

Claudio retrocedió. Parecía que no entendía nada.

  • Pero... – trató de decir.

Yo no le dejé continuar y lo volví a besar. Mi subconsciente me decía "para", pero mi cuerpo me impulsaba a seguir. El se relajó y se dejó besar. De pronto, nuestras lenguas se encontraron, y se masajearon mutuamente, hasta que nos faltó la respiración. Nos tumbamos en el sofá. Él se sacó su remera, y pude observar ese cuerpito. Era el mismo cuerpito que recordaba de hace unos años, quizás ahora tenía algo más de vello en el pecho, y en el sector del ombligo. Pero seguía siendo delgado, con esos abdominales levemente marcados, con tez blanca, muy pálida. Recuerdo haberme fijado en que ahora, que había pelos en el resto de su cuerpo, ya no resaltaban tanto la abundante mata de vellos que aparecían bajo su axila, que sí resaltaban en su adolescencia. Yo también me quité la camisa. Nuestros cuerpos contrastaban. Yo era moreno, y – como buen jugador de Rugby – mi contextura era mucho más corpulenta. Tenía músculos más marcados, unos brazos gruesos y una espalda ancha. Era alto y fornido, contra Claudio que era bajito y muy delgado. Insisto en que lo que más me llamó la atención, quizás algo que me excitaba, era aquel abdomen marcado, pero levemente. Nos abrazamos, y el besó mi cuello. Me sentí excitado. Busqué con mis manos su trasero. Metí la mano bajo el pantalón y lo apreté. Él acariciaba mi espalda, y volvíamos a besarnos. Nos caímos del sillón, y él quedó arriba mío. Desabrochó mis jeans, y me bajó los pantalones hasta la rodilla. Yo ayudé y me los quité del todo. Los zapatos de ambos ya habían volado como por arte de magia. Claudio también desabrochó su pantalón, y se los quitó. Quedó en boxers, aquellos calzoncillos sueltos de algodón, que hacían parecer su entrepierna una tienda de circo. Bajé sus interiores rápidamente. Vi su pene. Lo había visto antes, en la escuela, en las duchas. Pero nunca erecto. La verdad es que era grande. Probablemente más largo que el mío, si bien no más grueso. El se tumbó sobre mi y sentí su falo duro rozarse contra mi abdomen. Eso me excitaba aún más. Con una habilidad increíble, Claudio me quitó los calzones, y saltó mi pico al aire. Estaba durísimo. Era notablemente más grueso que el de Claudio, lo que hacía verse más grande; sin embargo, como pensé en primer momento, era más corto también. Juntamos nuestros penes, disfrutando de esa aventura loca. Quizás era lo que siempre esperó que sucediera en el colegio. Y pasaba ahora, en la sala de sus padres. Continuamos besándonos, y acariciándonos mutuamente. Nuestras manso recorrían a la vez el cuerpo del otro, tocando y apretando lugares que, al menos yo, no había tocado jamás en otro hombre. Así estuvimos un rato, hasta que Claudio se incorporó un poco, se acomodó y llevó su cabeza a mi pelvis. Besó mi pubis, cuyos vellos estaban recortados (lo usaba así para que no molestara con el protector cuando jugaba Rugby). Recorrió con su lengua mis testículos, y presionó cada bola suavemente con los labios. Entonces comenzó a lamer delicadamente mi pene. Se detuvo en la cabeza, jugando picaronamente con ella, metiéndosela brevemente a la boca, pasando la lengua y apretando con los labios. Me habían hecho anteriormente sexo oral, pero al parecer las mujeres no son tan lascivas. Mientras lo hacía me miraba hacia arriba, con esos ojos azules gigantes. Sin avisar, se metió todo mi pene a su boca, y comenzó a chupar. Era un excelente blowjob, la experiencia saltaba a la vista. Mi amigo tranquilo, que parecía no quebrar un huevo, me lo estaba comiendo de lo lindo. Como nunca, la situación me excitaba demasiado. Luego de unos minutos, en que solo se sacaba mi palo duro de la boca para respirar y pasar su lengua por mi zona pélvica, le avisé que me venía. Se engulló con más ganas mi pene, se lo quería tragar. Eso no me lo habían aguantado nunca antes. Aumentó la frecuencia, succionando cada vez más, y sólo disminuyó el ritmo al sentir mis espasmos, como se endurecía mi verga y bombeaba. Varios chorros de semen llenaron su boca, tragaba, y seguía pasando su lengua . No quedó resto alguno de los fluidos en mi pene.

Sin embargo, yo estaba exhausto. La mezcla del sexo y el alcohol me habían tumbado. No pude volver a incorporarme.

Sólo sentí que Claudio se acurrucaba junto a mi; aún sentía su polla dura presionando mis costillas. Nos besamos y me quedé dormido.

Este no es el fin de la noche. Entrada la madrugada volví a despertar, renovado y con una erección gigante. Él también lo sintió... pero eso, es otra historia, que un día contaré!

(prevención: todo el contenido de esta historia es ficción, y cualquier similitud con la realidad es meramente una coincidencia.)

Espero les haya gustado. Comentarios, saludos, críticas o solicitudes de minicuentos de algún tema en especial a wyatt.hall@gmail.com .

Saludos!