Recordando La Gomera (y 3)

En aquel local oscuro volví a disfrutar de un intercambio. El sexo no tiene límites.

RECORDANDO LA GOMERA

  • ¿A qué no sabes quién ha llamado?- me dijo Jaime con gesto de querer sorprenderme.

  • ¿Quién?

  • Carlos y Carmen.

Carlos y Carmen. Sí que era una sorpresa. La pareja de la Gomera. Qué veranito nos hicieron pasar hace tan sólo unos meses. Con ellos descubrimos el morbo del intercambio. Yo no es que sea ni muy celosa, ni muy estrecha de miras pero nunca pensé que pudiera llegar a participar junto con mi marido en una orgía de sexo, lujuria desenfrenada y cambios de pareja.

  • ¿Y eso? ¿Qué querían?.

  • Vienen a Madrid este fin de semana para ver una exposición en el Reina Sofía. Y querían saber sí podíamos quedar algún día para vernos y tomar algo juntos.

  • ¿Y qué les has dicho?

-Que sí, claro, ¿qué les voy a decir?

No tenía ningún inconveniente en reunirme de nuevo con Carlos y Carmen. Al margen de lo bien que me lo pasé con ellos sexualmente hablando, también disfrute de su conversación y de su simpatía. Me parecieron encantadores como personas. Aunque no habíamos vuelto a hablar desde el verano y estábamos ya en enero.

  • ¿Y has quedado ya con ellos?

  • No, nos llamaran el viernes cuando estén aquí.- Jaime hizo una pausa y percibí en él unas claras intenciones de pedirme algo- Verás Alba he pensado una cosa...

  • Dime.

  • ¿Te acuerdas de lo bien que se portaron ellos con nosotros que nos acogieron en La Gomera cuando nos quedamos tirados?

  • Sí, claro

  • Pues he pensado que deberíamos invitarles a pasar el fin de semana en nuestra casa. Pero no les he dicho nada porque no sabía si ibas a estar de acuerdo.

Pensé que la hospitalidad de Jaime no era del todo desinteresada. Él me ha reconocido varias veces que le encantó la experiencia orgiástica de La Gomera y que incluso le causó un morbo inmenso verme haciéndolo con otros y otras. Supuse que a Jaime no le desagradaba en absoluto recordar aquellos días. Pero en cualquier caso en su argumento inicial tenía razón. Debíamos de corresponder a los canarios con la misma amabilidad con la que ellos nos salvaron de pasar una noche al raso.

  • Bueno, sí, tienes razón. Por mí no hay problema que vengan y duerman en la habitación de invitados.

Jaime me sonrió y me dio un cariñoso beso en la boca y sin perder tiempo se fue a por el teléfono para invitar a los canarios. Ellos aceptaron nuestra propuesta. Se quedarían en casa el fin de semana.

La verdad es que la noticia de la visita de la pareja canaria, me dejó un poco desorientada. Creo que lo vivido en La Gomera benefició a nuestro matrimonio. No es que estuviéramos mal antes de irnos a las islas afortunadas, más bien todo lo contrario, pero pienso que tras la experiencia los vínculos entre Jaime y yo se habían hecho más fuertes. Paradójicamente el vernos acostarnos con otras personas había reforzado la confianza mutua y nuestras relaciones sexuales eran más intensas, si cabe, que antes.

Antes de que ocurriera lo de La Gomera tanto Jaime como yo nos habíamos acostado con otras gentes. Ambos lo sabíamos y no habíamos tenido prácticamente ningún problema en perdonar nuestros "deslices". Yo creo que sin esas infidelidades no hubiéramos aguantado tantos años de relación.

Aún así, y aunque Jaime me había sugerido alguna vez la posibilidad de visitar algún club de parejas y me había enseñado páginas de internet de swingers, a mí no me atraía buscar otro intercambio. Lo de La Gomera lo disfruté, lo reconozco, pero fue una situación que nos cogió por sorpresa y que supimos aprovechar. Pero la idea de buscar a una pareja por internet o meternos en un club de intercambio no me atraía. Además, la imagen que yo tenía de ese mundo era un tanto decadente. Las fotos de los locales de parejas que Jaime me había enseñado en internet se me asemejaban más a burdeles de carreteras que a lugares donde poder dar rienda suelta al morbo.

En cualquier caso tampoco me dio tiempo a pensar mucho en lo que pudiera deparar la visita del matrimonio amigo. La semana, entre unas cosas y otras, transcurrió muy rápido y sin darme cuenta estábamos ya a viernes.

Ni Jaime ni yo no trabajábamos esa tarde así que no tuvimos inconveniente en ir a buscar al aeropuerto a Carlos y Carmen. Cuando por fin nos reencontramos comprobé que seguían siendo tan simpáticos y encantadores como cuando les vimos por última vez. Con ellos es como si nos conociéramos de toda la vida y al fin y al cabo sólo habíamos pasado juntos un par de días. Claro que... ¡vaya par de días!

Ambos, por cierto, estaban muy guapos. Observé con cierta envidia que su tono de piel morena apenas se había resentido con el invierno. Seguían tan tostados como en pleno verano. Es lo que tienen los genes canarios y el vivir bajo un clima de 25 grados todo el año. Carlos había adelgazado y al verle fui inmediatamente consciente de que estaba muy atractivo. Una imagen inédita para mí. Reconozco que en su momento supo excitarme como nadie (salvo Jaime claro) y me provocó unos excelentes orgasmos, pero no consideré entonces que su belleza física fuera su principal baza. Sin embargo, al llegar a Madrid le encontré ciertamente sugerente y con un aire de seductor latino que, desde luego, no me desagradaba en absoluto. Más bien incitó a trabajar sin descanso a mis neuronas cerebrales encargadas de fabricar pensamientos pecaminosos.

Carmen estaba también muy guapa. Vestía una elegante camisa oscura con cuello amplio que dejaba entrever su torso moreno, insinuando sus pechos. La falda larga también le estilizaba su figura redondeada y ensalzaba su, a juicio de Jaime, culo femenino y hechicero.

Al llegar a casa sacamos cervezas y un pequeño "piscolabis" y charlamos amigablemente contándonos nuestras respectivas vicisitudes en estos meses transcurridos desde el verano. Les dimos a elegir entre salir a cenar fuera o quedarnos en casa tranquilamente. No sabíamos si el viaje les había cansado.

  • Para dos días que venimos a la capital del reino no nos vamos a quedar en casa- Dijo convencido Carlos.

  • Claro, miren, y así no tienen ni que fregar nada- Añadió Carmen

Me resultó llamativo volver a escuchar el tono canario y su forma de utilizar el tú en singular y el ustedes en plural. Me agradaba su habla. Es tan dulce.

Les llevamos a un restaurante de los muchos que hay en la Cava Baja y que suelen gustar tanto a los que vienen de fuera de Madrid. Y eso que cada vez la calidad es más baja y los precios más altos. Pero es lo que tiene el éxito, dejas de esforzarte. A pesar de que, como siempre en la zona, el establecimiento estaba lleno había cierta distancia entre mesa y mesa y pudimos cenar medianamente tranquilos y conversar distendidamente. Tal era el ambiente que el TEMA no tardó en salir. Fue Carmen quien nos preguntó...

  • Bueno y cuéntennos ¿han seguido teniendo encuentros con parejas?

Jaime habló por los dos:

  • No, nada de nada. La verdad es que en La Gomera nos lo pasamos muy bien y no queremos estropear ese recuerdo.

  • Vaya - dijo Carlos esta vez- Pues nosotros les íbamos a proponer ir esta noche a un pub de ambiente swinger que nos han recomendado unos amigos.

  • Nunca hemos estado en un pub de parejas- Explicó Jaime.

  • ¿Y no tiene curiosidad?- insistió Carlos.

Ante esta pregunta Jaime me miró dejando claro que era yo quien no tenía curiosidad.

  • La verdad es que he visto alguna foto de esos sitios y no me agradan mucho. Parecen más bien puti clubs ¿no?- expuse recatadamente.

  • Qué va- intercedió Carmen- Nosotros hemos estado en varios de Canarias y acá en la península también, en otras ocasiones que hemos venido, y hay algunos que son muy elegantes, con mucho estilo. Aunque hay de todo claro. Éste en concreto nos lo ha recomendado una pareja de amigos, que no suele frecuentar el ambiente swinger y nos ha dicho que la gente es muy simpática en el local. Todo morbo y diversión. Eso sí, sólo se hace lo que le apetezca a uno. No hay nada obligado e incluso mucha gente va a allí sólo a tomar copas.

Me seguía sin gustar la idea, pero no quería ser yo quien fastidiara los planes de los canarios en su visita a Madrid.

  • De todas formas si no vamos nosotros podéis ir vosotros. Seguro que allí os lo pasáis bien.

  • Ni hablar- dijo en un tono de indignación Carlos- Somos sus invitados y vamos donde a ustedes les apetezca. Faltaría más. Además no queremos insistir. Nos lo pasaremos bien con ustedes en cualquier sitio.

Yo me quedé sin saber que decir. Intuía que las palabras de Carlos eran sinceras y que no les importaba ir tras la cena a un local "convencional" a tomar una simple copa, pero aun así sabía que me iba sentir algo culpable por romper su ilusión.

Lo cierto es que, como dijo Carmen, allí nadie está obligado a nada. En caso de no sentirme a gusto podríamos marchamos y ya está. Pensé que no me pasaría nada por tomar una copa en este tipo de locales. En esta vida hay que probar siempre cosas nuevas. Además yo era la única de los cuatro reacia al plan. Aunque no dijo nada sabía que Jaime estaba deseoso de ir a un bar de parejas. Así que me decidí...

  • Bueno, venga cambio de opinión, por ir a probar no va a pasar nada. Al terminar la cena vamos a ese local, a ver que tal.

Cuando llegamos al club, mi opinión sobre este tipo de lugares no cambió excesivamente. El local de swingers se encontraba en una pequeña y discreta calle pero colindante a una transitada vía de la periferia del barrio de Salamanca. Nos recibió un portero con cara de nomebusqueslascosquillas y mi primera impresión no fue muy buena, sobre todo al ver la decoración, entre lo kitch y lo simplemente hortera. Paredes de color pastel, columnas dóricas por doquier y abundancia de estatuas pseudoromanas de motivos dionisiacos. Sí me sorprendí favorablemente al comprobar que no era un sitio oscuro ni siniestro como yo me imaginaba. En la primera sala que entramos había bastante iluminación. No se diferenciaba de un bar normal. Varias parejas charlaban amigablemente en las mesas consumiendo copas.

En cuanto nos vieron entrar una chica muy sonriente se acercó a nosotros. Se presentó como la relaciones públicas y nos preguntó si era la primera vez que acudíamos al local. Al responderle afirmativamente nos dio buena cuenta de las instalaciones. Al margen de la sala en la que estábamos para tomar copas, disponíamos de una pista de baile, habitaciones privadas, y ya en la parte nudista (aunque no era obligatorio) un cuarto oscuro con lechos, un gran espacio con camas redondas a la vista de todos y un jacuzzi-piscina con capacidad para varias parejas. Si decidíamos desnudarnos ponían a nuestra disposición el guardarropa donde además nos abastecían de toallas. Por último la relaciones públicas añadió que los aseos estaban equipados con ducha. Tras sus explicaciones nos deseó que lo pasáramos bien y nos dejó solos.

Nos sentamos en una mesa y nos pedimos unas copas. La conversación con los canarios seguía siendo tan animada como siempre y yo me fui relajando. Las mesas de la sala estaban todas ocupadas, todas por parejas, obviamente. La media de edad superaba los 40 años aunque también pude ver gente de apariencia más joven, más o menos de nuestra edad, cercanos a los 30 e incluso alguna que otra próxima a los 20. Animada por una segunda ronda de copas empecé a tener curiosidad por saber que ocurría en el interior del local, en todas esas instalaciones que nos había descrito la relaciones públicas. Además me estaba gustando la forma en la que nos miraban, y sobre todo me miraban, algunas de las parejas allí presentes. Me sentí en varias ocasiones observada y analizada, no sólo por hombres, también por mujeres. En cualquier caso nadie se acercó a nosotros aunque supuse que el hecho de que dos matrimonios estuvieran sentados en una misma mesa suponía cierto obstáculo a la hora de recibir propuestas ajenas.

Nuestras copas estaban ya más que amortizadas cuando Carlos lanzó su sugerencia...

  • ¿Por qué nos vamos a dar una vuelta por el local y así conocemos todas las instalaciones?

¿Y por qué no? Pensé yo, al fin y al cabo quería saber que se cocía en el interior de ese local. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la pista de baile.

Era un lugar ya más oscuro. En el centro varias parejas se magreaban descaradamente, otras simplemente bailaban. La pista estaba rodeada de sillones. Percibí que los tocamientos era la principal actividad del lugar. Una pareja estaba especialmente ardiente. El hombre había subido la falda de la mujer hasta el límite de lo decoroso y con la otra mano le tocaba con furia las tetas sin ningún rubor. Nuestros amigos se pusieron a bailar al ritmo de la música. Jaime y yo les seguimos aunque con mucha menos gracia que los canarios, sobre todo mi marido.

Hubiera preferido continuar con la visita al local pero, dado que yo fui la más reticente a entrar, ahora me daba corte proponer que siguiéramos con el recorrido. Bailamos un par de canciones, haciendo sobre todo el loco. Nos reímos de nuestras propias danzas pero a Jaime se le notaba cansado de bailar, ya era todo un logro que se hubiera movido tantos minutos seguidos.

  • ¿Y si seguimos con el recorrido?- me propuso antes de que comenzara una nueva canción.

Yo asentí e hice una señal a los canarios para que nos siguieran pero Carlos me comunicó mediante gestos que fuéramos nosotros que ellos querían seguir bailando un poco más. Así las cosas, Jaime y yo nos adentramos en una zona todavía más oscura y nos encontramos con el guardarropa y un cartel que rezaba: "Acceso a la parte nudista".

  • ¿Qué? ¿Nos animamos?- me dijo mi marido.

Mi eterna lucha entre mi timidez y mis deseos. Me daba mucho morbo quitarme la ropa y adentrarme en la misteriosa zona, estaba incluso comenzando a excitarme. Por otro lado no me hacía ninguna gracia, quedarme desnuda en aquel local.

  • Qué mas da Alba, si no nos conoce nadie y todo el mundo va a estar igual.

Alentada por mi marido decidí dar el paso. A Jaime se le notaba cada vez más que la situación le ponía cachondo. No podía reprocharle nada porque el calentón y el morbo se iban apoderando de mi cuerpo cada segundo que pasaba. ¿Qué nos esperaría ahí adentro?

Nos desnudamos en un pequeño cuarto destinado a tales efectos. Me quité toda la ropa y vi que Jaime había hecho lo propio. Me miraba con una sonrisa maliciosa. Se acercó a mí y me besó con ardor.

  • Reconozco que esta situación me está poniendo a 100

  • Ya te veo- dije comprobando como su pene estaba ya prácticamente empalmado. La calentura de mi marido no hacía sino aumentar la mía propia.

Pasamos los dos desnudos hacia la sala oscura. Y tanto. Sólo intuía ciertas siluetas moverse, no veía nada más. Jaime me tenía cogida de la mano. A mi excitación cada vez más acentuada se unía la incertidumbre por saber que es lo que estaba pasando. Escuchaba jadeos, risas discretas y percibía movimientos cerca de mí.

  • Me han tocado el culo- me susurró riéndose Jaime.

Mis ojos se iban acostumbrando a la oscuridad y con ello empezaba a ser consciente de que por el suelo, en unas especie de colchonetas, se habían formado parejas, tríos o grupos. Toqué el pene a Jaime para ver como iba y comprobé que si antes de entrar su miembro sólo había iniciado su empalme ahora estaba al máximo. Tenía ganas de aprovechar aquello. Me acerqué a su boca, le abracé y le besé dejando clara y transparente mi condición de mujer excitada.

En ello estábamos cuando alguien más se unió a la fiesta. ¡A mí también me estaban tocando el culo! Notaba las manos de Jaime asiéndome fuerte mis nalgas pero había una tercera... y una cuarta mano magreándome mi trasero. Mi primera reacción fue la de apartarlas. Di un manotazo hacía atrás y la persona se alejó de inmediato. Pero fue un reflejo inconsciente, en realidad los tocamientos del desconocido o desconocida mientras Jaime me besaba habían provocado en mi cerebro una cascada de sensaciones.

  • Vamos a buscar un lugar adecuado, me estoy poniendo muy cachonda- admití no sin cierto rubor interior. Pero esa vergüenza ante mis propias sensaciones sólo ayudó a que la temperatura corporal se incrementara unos cuantos grados más.

Jaime me cogió de la mano y salimos del cuarto oscuro. Nos cruzamos con otra pareja desnuda que nos sonrío a su paso. Yo aparté la mirada pero noté como mi vagina se humedecía todavía más. Era consciente de que me estaba excitando exhibir mi cuerpo. Sólo en La Gomera había percibido sensaciones similares cuando en aquella recóndita cala las seis parejas que allí estábamos nos mostramos desnudas.

Fuimos a parar a otra sala donde el ambiente estaba más caldeado si cabe. Un espacio amplio y a los lados tres camas inmensas donde se habían formado grupos de seis u ocho personas dándose placer unos a otros. En la tercera cama se revolcaban sólo un par de parejas.

  • ¿Quieres que nos pongamos ahí?- Me preguntó Jaime. Pero yo no sabía aún si estaba dispuesta a participar en una orgía. Por parte de Jaime, ya veía que no tenía inconvenientes. Le cogí la mano y me lo llevé hacia otras dependencias.

Fuimos a parar al enorme jacuzzi-piscina. Dentro un hombre y una mujer se besaban en soledad. Me quedé indecisa. Deseaba que Jaime me hiciera el amor de una vez, que me tocara, acariciara, besara, lamiera y me liberara del calentón que tenía. Por otro lado, no sabía si delante de esta pareja me iba a desinhibir completamente, y al mismo tiempo me excitaba sólo de pensar en hacerlo delante de ellos. La otra opción era marcharnos a uno de los dormitorios privados. Jaime acabó con mi indecisión. Me impulsó agarrándome de la mano hacia el jacuzzi y se metió en esa especie de piscina. Una vez dentro me alargó sus brazos para incitarme a entrar. No me lo pensé dos veces y me introduje en el agua burbujeante. A los pocos segundos Jaime me estaba besando con parecida ansia o necesidad a la de un presidiario de largo tiempo en ayunas.

Yo también le respondí con ardor. Mi lengua sacudía la suya con fuerza como si fuera un combate entre ambos húmedos apéndices. Jaime bajó la mano hacia mi vulva, tocándola suavemente, como él sabe que me gusta empezar.

Su mano hacía maravillas en mi cuerpo y yo perdí incluso la conciencia del lugar donde me encontraba hasta que volví a notar otra mano ajena. En este caso sobre mi pecho. Abrí los ojos y me encontré a mi lado al hombre de la pareja con la que compartíamos el jacuzzi. Aparentaba unos 40 años, bien conservado, apuesto y con unas incipientes canas que le otorgaban cierto aire atractivo. Miré a Jaime. Él me sonreía maliciosamente sin parar de masturbarme. La situación le excitaba... y a mí también. El hombre lo debió de notar porque acercó su boca a la mía y me metió la lengua sin que yo se la rechazara. Me dejé llevar por las caricias y besos del anónimo acompañante y por el masaje vaginal de mi marido.

Entre los dos me sacaron del jacuzzi casi sin que me diera cuenta y me quedé tumbada en el suelo mojado. Jaime se había abalanzado ahora sobre mi coño iniciando una suave pero intenso cunnilingulis. El otro se apartó de mi boca y de mis tetas y colocó su pene en mi boca. Comencé a chupárselo, lentamente pero con largas y profundas metidas y sacadas de mi boca, por sus gemidos debía de estar gustándole.

Concentrada como estaba en la mamada a mi improvisado amante, tardé unos segundos en percatarme de que Jaime ya no lamía mi vulva. Miré hacia él y pude ver como se besaba con la mujer del jacuzzi. Casi me había olvidado de ella. Estaban otra vez dentro del agua intercambiando fluidos bucales como posesos. Observé también que ya no estábamos solos en la sala. Una pareja joven, de unos 30 años diría yo, nos miraba desde la puerta. La chica se percató de mi mirada y me sonrío. Yo no pude responder a su amable gesto porque seguía ocupada en chupar el pene de mi reciente "amigo".

Fue ella la que se fue acercando hasta nosotros. Se agachó hasta mi altura y me pidió con un sutil gesto permiso para chupar ella también. Se lo cedí. Me quedé mirando su mamada con los ojos a la altura de sus bonitos pechos. En el estado en el que estaba, que no me reconocía ni yo misma, me dieron ganas de chuparla el pezón, recordando mis antiguas aventuras lésbicas. Me lo metí en la boca. A ella le gustó porque con una mano empujó levemente mi cabeza hacia su pecho.

Cuando me quise dar cuenta ya tenía otra boca en mi concha. Era el chico joven que me lamía con fuerza directamente en el clítoris. Yo seguí chupando con ganas los pezones de su pareja, hasta que el cuarentón decidió modificar el grupo. Colocó a cuatro patas a la mujer, se puso a penetrarla y me dejó sola disfrutando de la lengua del otro compañero de orgía. Jaime, mientras, estaba ya follando con la otra mujer en el jacuzzi. La imagen me produjo más excitación que otra cosa. En ese momento no estaba para celos absurdos.

El joven me estaba lamiendo con suma habilidad. Sus toqueteos en el clítoris me provocaban un placer in crescendo y el orgasmo era cuestión de segundos. Me puso las manos en las nalgas y apretó con fuerza. Fue la gota que derramó el vaso. Me corrí durante unos intensos segundos en los que no pude contener ni mis gemidos ni mi temblor en las piernas. Me quedé tumbada recuperando la normalidad en mi respiración pero enseguida me encontré una polla queriendo entrar en mi boca.

Como tenía los ojos cerrados en un primer momento supuse que era la del joven pero cuando los abrí me encontré con la cara de Carlos que me miraba sonriente con su pene ya en mi boca. Busqué a Carmen y la encontré sumándose a la pareja que formaban Jaime y la mujer del Jacuzzi. Me agradó la presencia de la pareja canaria y ahora que veía a Carlos desnudo pude confirmar que había adelgazado.

Lamí su miembro con especial dedicación recordando las chupadas mutuas que nos hicimos en La Gomera. El chico también se incorporó y se situó junto a Carlos con lo que me encontré con dos penes, el suyo por cierto bastante largo. Soy mala para las medidas pero yo diría que llegaba a los 20 centímetros. Lamí alternativamente los dos falos y llegué incluso a metérmelos los dos en mi boca. Carlos se separó y observé mientras seguía chupando el pene de mi otro amante como se situaba detrás de mí. Me cogió por detrás y guió mi cuerpo para que incorporase el culo y le dejara acceso a mi cavidad.

Después de un orgasmo no me suele gustar que me penetren sin dejar descansar un rato al menos a mis genitales, pero en esta ocasión, notaba como mi excitación no había aminorado. No era la primera vez que practicaba el sexo con dos hombres a la vez, aun así, la situación mantenía mi libido en todo lo alto. Cuando percibí los primeros roces del pene de Carlos mis labios todavía estaban algo contraídos tras el reciente éxtasis provocado por las lamidas de mi joven amigo, pero la habilidad amatoria del canario ya era conocida por mí. Me lo fue introduciendo con suavidad quebrando con delicadeza la leve resistencia de mi coñito. Cuando lo tuvo todo dentro, empezó a bambolear su cuerpo de adelante atrás lo que derivó en nuevas oleadas de placer para mí y a su vez en el aumento de la intensidad de mí mamada.

Estuvimos así un buen rato. Carlos poco a poco me follaba con más fuerza, sujetando mis nalgas y pellizcándomelas, poniéndome la sensibilidad todavía más a flor de piel. El chico al que se la chupaba me pedía que parara de vez en cuando, supongo que para no correrse. Él mismo me la volvía meter en mi boca en cuanto se recuperaba.

A los pocos minutos Carlos intensificó sus jadeos, sus metidas y la fuerza de agarre de mis nalgas. Noté como me la sacaba y como a los pocos instantes su semen se derramaba en mi culo. Una vez que Carlos se desfogó el chico sacó la polla de mi boca, y me dio la vuelta tumbándome boca arriba. A mi no dejaba de excitarme el ser manejada de esa forma por dos hombres. Me levantó las piernas y me folló con furia con su largo pene entrando hasta el fondo de mi vagina. Sin duda tenía ganas después de la larga mamada que le había practicado. Mientras, Carlos me besaba en la boca al ritmo de las embestidas del compañero de trío.

El chico no tardó en correrse. Sacó su pene de mi coño y derramó su líquido sobre mi vientre meneándosela con frenéticos movimientos para luego aminorar la velocidad y quedarse en lentas sacudidas.

Yo me quedé tumbada pero con ganas de experimentar un nuevo orgasmo. Había estado a punto pero el amigo retiró su polla antes de tiempo. Miré hacia Jaime y le vi con su pene semiflácido. Sin duda ya se había corrido con sus compañeras. Estaba besando a la mujer del jacuzzi mientras ésta se dejaba chupar el coño por Carmen.

Me dirigí hacia mi marido. Me apetecía tener un orgasmo con él. Con una sonrisa les indique a sus compañeras que me tocaba a mí. Lo comprendieron y siguieron a lo suyo proporcionándose placer mutuamente entre ellas. Metí a Jaime en el jacuzzi. Con unos rápidos movimientos masturbatorios su pene recuperó plena vitalidad. Me senté sobre él y sin más dilación comenzó a follarme. Ambos nos encontrábamos excitados, se notaba, y teníamos ganas de nosotros. A los pocos minutos nos corríamos de forma sonora. Mi orgasmo se alargó durante casi un minuto mientras notaba como el semen de mi marido se esparcía en mi coñito.

Al final la experiencia del local de parejas no había sido nada mala.

Al día siguiente, y a pesar del gasto de energías de la noche anterior, nos levantamos relativamente temprano para acompañar a los canarios al Reina Sofía. Luego pasamos el día de visita turística por Madrid y terminamos en casa después de cenar y de haber tomado una copa. Nos servimos otra ronda mientras los cuatro charlábamos tranquilos. Esa noche yo no pensaba demasiado en el sexo, simplemente disfrutada de una velada con amigos. En una ocasión me levanté a por hielos y Jaime me acompañó a la cocina. Estando los dos solos me preguntó:

  • ¿Qué? ¿Te apetece echar un nuevo polvo con Carlos?- me dijo como si tal cosa

  • ¿Qué pasa? Tú quieres echar uno con Carmen, ¿no?- Sabía que mi marido no tiene límites y que quería aprovechar al máximo la estancia de los canarios en nuestra casa. Él levantó los hombros dejando claro que no le importaba la idea- Bueno, sí surge pues surge, no descarto nada- Dije yo finalmente.

Seguimos charlando amigablemente pero sin atisbos de que fuera a surgir algo sexual esa noche. El caso es que tras la breve conversación con Jaime, yo ya no me podía quitar de la cabeza la idea de echar un polvo con Carlos. Aproveché un viaje al cuarto de baño para, al volver, sentarme junto al canario y decidí sacar mis armas de seducción.

Seguí hablando con él como si tal cosa, pero con cualquier disculpa, le tocaba el muslo, las manos, la cabeza, etc. Notaba que estos inocentes roces iban surtiendo efecto y que Carlos comenzaba a excitarse levemente. En realidad no necesitaba tantas alforjas para el viaje. A estas alturas, con haber propuesto directamente el polvo hubiera bastado, pero yo quería jugar a la antigua usanza. Camelando a mi presa. Me descalcé y recogí mis piernas sobre el sillón rozando mis pies levemente en el culo de Carlos, hasta que los coloqué debajo como para protegerme del frío. Discretamente movía mis dedos tocando sus nalgas. Observé además que Carmen captó el mensaje y también se comportaba de forma sugerente con mi marido.

En un momento de la conversación el tema había derivado en deportes y nuestros varones perdieron aparentemente el interés en nosotras. Se dedicaban más a exponer, con aire de autoridad en la materia, sus respectivas opiniones sobre la defensa del Real Madrid. Yo miré a Carmen y ella me hizo un gesto dejando claro que opinaba lo mismo que yo, es decir, que nuestros chicos eran unos pesados. Decidí por una vez tomar la iniciativa

  • Carmen, ¿a ti te importa si beso a Carlos?

  • A mí en absoluto ¿y a ti si hago lo mismo con Jaime?

  • Todo tuyo- dije para a continuación acercarme a Carlos, meterle la lengua en la boca y hacerle callar.

Estuvimos unos buenos minutos calentándonos, hasta que cogí a Carlos ya semidesnudos los dos y me lo llevé a la habitación. Dejamos a Carmen y a Jaime en el salón bien ocupados. Mi marido le practicaba entusiasmado el sexo oral a nuestra amiga.

En la habitación Calos hizo nuevamente gala de sus saberes amatorios y me folló con dulzura, técnica e imaginación. Ambos gozamos de sendos buenos orgasmos. Cuando volvimos al salón. Nos encontramos a Jaime y a Carmen con cara de haber disfrutando también de lo suyo.

Al día siguiente los canarios regresaron a sus islas. Y así, habíamos pasado un estupendo y excitante fin de semana, sólo comparable a aquellos maravillosos días en La Gomera. Otra nueva experiencia que no hizo sino mejorar a aún más las relaciones sexuales entre Jaime y yo. Tengo la sensación de que como pareja cada vez tenemos menos límites... y eso, lo admito, me gusta.