Reconciliación

Sonya ya está harta del enfado de su hermana y la invita a una cena para hacer las paces. Mientras esperan que vengan a buscarles, ella y Víctor también tendrán su pequeña reconciliación.

Le encantaba el queso, no podía evitarlo. A veces le daba un poco de apuro que alguien fuese a sospechar de él por comer tanto, pero era superior a sus fuerzas. Miró por encima de la puerta de la nevera, hacia el salón. Tasha, con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, dormía con la boca entreabierta. Sonrió y siguió embutiéndose queso en las mejillas que luego iría mascando con los incisivos delanteros. Parecía un globo. En ese momento llamaron a la puerta y se tragó un buen pedazo sin masticar, de puro milagro no se atragantó; se dio unos golpecitos en el pecho y pasó el trozo, pero no dejó de maldecir para sus adentros, ¿quién sería el inoportuno?

—¡Ah!… ¡Ya voy yo! – Tasha pegó un respingo y corrió a la puerta. “¡Genial!” pensó Raji, eso le daba unos momentos para masticar y tragárselo todo. — ¡Sonya! – oyó que decía su mujer en la puerta.

—¡Hola, chata! – saludó la hermana pequeña de Tasha. Ésta estaba sorprendida, pero Sonya la abrazó y le dio dos besos antes de que ella pudiera hablar – Pasaba por aquí, y me dije, “¡voy a saludar a mi gordi!”, ¿cómo estás?

Sonya había pasado hasta el salón y se había acomodado en el sillón mientras lucía una enorme sonrisa. Si se hubiera tratado de otro asunto, Tasha habría “olvidado” que estaba enfadada con su hermana, pero en aquella ocasión, no se iba a dejar vencer así de fácil con un par de zalamerías fraternales.

—Sonya, ¿qué pasa? – su hermana pequeña la miró con fingida inocencia – Quiero decir… ¿a qué vienes?

—¿Necesito una razón para venir a ver a mi hermana preferida? – no tenían más hermanos y esa era una broma típica entre ellas. Tasha puso los brazos en jarras y la interrogó con la mirada – Víctor y yo queremos invitaros a cenar.

—Ni hablar. – contestó Tasha.

—¡Pero qué idea tan buena! – dijo Raji, que llegaba desde la cocina. La prudencia y la experiencia le decían que no debía meterse en una conversación entre su esposa y su cuñada, pero aquello de una reconciliación envuelta en comida gratis, era demasiado tentador.

—Raji, si tú quieres ir, me parecerá estupendo, ¡así podréis reíros los tres de mí, y de cómo engañasteis a la tonta de Tasha! – se sentó cerca de Sonya, pero le dio la espalda, cruzando brazos y piernas y elevando la nariz. Toda ella era una imagen de princesa ultrajada. Sonya suspiró.

—Venga… ¿hasta cuándo piensas seguir de morros?

—Hasta que me dé la gana.

—Nenita, yo creo que… — empezó Raji, pero las dos hermanas le miraron de forma muy similar, y rectificó — …yo creo que voy a hacer mushaté calentito, ¿vale? Lo que sea, me llamáis. – e hizo mutis en dirección a la cocina, pero no por ello dejó de escuchar.

—Tasha, oye, no puedes seguir enfurruñada eternamente.

—¡No me digas lo que no puedo o no puedo hacer, niña! ¡En primer lugar, esto no es “estar enfurruñada”, es estar cabreada! Y lo estoy, porque mi única hermana se rio de mí en mis narices acostándose con un tío del que la previne mil veces.

—Vamos a ver… ¡tú, no me pediste permiso para acostarte con Raji!

—¿Qué tonterías dices? ¡Si tú ni conocías a Raji!

—Justo. Y lo creas o no, tu tampoco conocías a Víctor. – Tasha intento meter baza, pero Sonya la cortó – No, hermana, escúchame. No le conocías y sigues sin conocerle. Te formaste un prejuicio, y no hay quien te saque de él. De acuerdo, colecciona retroporno y lo vende, sí. Le gusta el erotismo más que a los tontos las tizas, sí. Es bastante mayor que yo, sí… Y es un hombre encantador, Natasha, el mejor que he conocido nunca. Ya sé que no te cae bien, pero no es ningún violador, ni me va a ser infiel, ni me va a prostituir, ni me va a maltratar, ni NADA.

—Sonya, no es eso lo que me molesta. Bueno, sí me molesta, pero no es eso lo que me molesta más – se corrigió la mayor – Lo que más me enfada, es que llevases ese lío a mis espaldas, ¿Por qué no confiaste en mí y me lo dijiste a las claras?

—¡Tasha, porque no podía! ¿No te das cuenta de que te hubiera dado un patatús? ¡Hubieras puesto el grito en el cielo! – su hermana se llevó la mano al pecho en un gesto de dignidad, y Sonya insistió – Sí, lo hubieras hecho y lo sabes. Sé que no te gusta oír esto, pero no era la primera vez que me acostaba con un tío a poco de conocerle, y sé que no es algo que diga mucho de mi sensatez, y hace tiempo que yo misma me dije que no volvería a hacerlo… pero surgió y surgió. Ninguno de los dos pretendíamos que pasara, pero también te digo que ninguno de los dos quiso evitarlo.

Tasha, sentada frente a su hermana, tamborileaba en el suelo con el pie. Sonya se acercó más a ella.

—Hermanita… si tuvieras una manera más calmada de tomarte las cosas, hubiera confiado en ti al momento. No es que no te lo hubiese ocultado, es que ni hubiera esperado al día siguiente, esa misma tarde te hubiera dicho cuánto me gustaba y… pero no podía. Tuve miedo de cómo te lo tomarías. Y el caso es que esto va para largo, Tasha. No es una aventura, no quiero que lo sea. He pasado unos días en casa de Víctor y me ha pedido que me mude con él.

—¡¿Qué?! – rugió Tasha y, de la cocina, llegó un estrépito de cacharro roto.

—Y yo he aceptado. Su casa queda más cerca de aquí, y de mi trabajo… y quiero vivir con él. Por lo menos una temporada, pero te aviso que yo voy a poner todo de mi parte para que sea definitivo. Quiero que sea definitivo. – Natasha, mirando al vacío, negaba con la cabeza – Y no quiero que sigas enfadada por más tiempo. Quiero a Víctor y te quiero a ti, no me apetece perder a ninguno de los dos, no te voy a dejar que me hagas elegir… — buscó la mirada de su hermana mayor – Porque sé qué elegiría, ¡y te lo estaría echando en cara el resto de nuestras vidas!

Natasha la miró con tristeza, haciendo casi un puchero. Enseguida sucumbió y la abrazó con fuerza.

—¡Oh, maldita sea! ¡Eres una enana repelente y chantajista! – dijo. – Iremos a cenar con vosotros, ¡pero espero que ese novio tuyo sepa comportarse! Como se le ocurra mover las manos de donde yo pueda verlas, le estrello el plato en la cara, ¿me oyes?

—¡Ya está acostumbrado, ya se lo hiciste una vez! – sonrió la pequeña, devolviendo el abrazo con ganas. Desde la cocina, Raji terminó de barrer los escombros de la taza rota. Bueno, al menos la peor parte había pasado ya; estaba harto de que su costilla anduviese tristona y enfadada por lo de su hermana y Víctor… Cuando salió de la cocina con tres tazas de mushaté humeante, fue vitoreado por las dos mujeres.

En otro tiempo, en otro lugar, y en otro planeta…

—Gertrudis, ¿te importa ir a buscarme un bocadillo vegetal? — Zacarías Fíguerez , empresario y traficante de porno asomó por la puerta de su despacho con un billete de diez en su mano llena de anillos. Trudy asintió y lo tomó muy deprisa, para evitar que él la rozara o le acariciara los dedos, como intentaba siempre — Con mucha mayonesa, por favor.

La mujer tomó su abrigo y salió. Zacarías sabía que tenía al menos diez minutos de soledad, así que abrió una página de vídeos X, escogió uno de sus favoritos y lo puso a reproducir en bucle, a todo volumen.

Trudy salió del local y se dirigió al supermercado que preparaba los bocadillos favoritos de su jefe. Se trataba de un pequeño comercio de sólo dos cajas que solía poner productos caducados como “oferta de la semana”, vender casi regalados los botes abollados o hinchados y empapar en salsas la carne que empezaba a oler raro, pero tenía un puesto de sándwiches y bocadillos preparados al momento que sí valía la pena, y por ello siempre había que esperar cola. Entró en el supermercado y pasó por entre los típicos clientes que lo frecuentaban, hombres y mujeres llenos de joyas, relojes de oro y abrigos de piel, que se peleaban por llevarse los productos más baratos o un paquete más de yogures caducados, y llegó al puesto de bocadillos, llenito de gente que esperaba turno. Muchos de los clientes eran muy jóvenes, algunos venían de la Universidad o se iban de fiesta, y era una opción para cenar no muy cara, pero de mejor calidad que una hamburguesería. Tomó su número y esperó. Sabía que los dos encargados eran ágiles, pero aún así tendría que esperar un ratito. Se puso a pensar en sus cosas, y al cabo oyó que alguien la llamaba por su nombre:

—¿Señorita Gertrudis… Trudy? — se volvió y vio una cara conocida y una sonrisa muy bondadosa. Se trataba de Malaquías, el hermano gemelo de su jefe. Sonrió.

—Buenas tardes, señor Malaquías, ¿cómo está?

—Malaquías sólo, por favor — Una sonrisa de dientes sin manchas de nicotina. Un hombre larguirucho, pero que caminaba derecho y no encorvado. Un traje barato, pero bien arreglado y sin restos de caspa en los hombros. Un cabello ligeramente largo y una barbita redonda pegada a un bigote, pero bien lavados y peinados. Una persona que, si te pedía que le tuteases, lo hacía por cortesía y no porque fantaseara con llevarte al catre. La joven dio un paso hacia él. — Parece que voy a quedarme unos días, unos asuntillos que resolver con mi hermano y con la familia… Zaca me dijo que aquí hacían buenos bocadillos, y se me ocurrió llevarme uno para cenar.

—Precisamente yo vengo a buscarle uno a él.

—Vegetal con mucha mayonesa, ¿verdad? — aventuró, y la joven asintió — Desde niño es su favorito. Recuerdo que lo probó por primera vez en un cumpleaños de un primo nuestro. Lo cogió por que sólo quedaba ese en el plato que sacaron, y le encantó. Se comió catorce sándwiches vegetales aquélla tarde. Cogió un entripado…

—¿Por qué será que no me sorprende ese proceder en él? — sonrió ella, y Malaquías le hizo coro.

—Sí, en cuanto algo le gusta, no tiene freno. — en la voz del hermano de su jefe, se notaba el cariño que sentía por él —  De niño, no le gustaba demasiado estudiar, pero en quinto de básica nos dio clase una mujer joven, muy guapa y simpática… A Zaca le hizo una pregunta el primer día, él contestó bien y ella le alabó. Mi hermano se quedó tan prendado de ella, que se convirtió en el número uno de la clase, estudió todos los días, hizo los deberes perfectos y sacó todo sobresalientes, sólo para que ella le siguiese felicitando y estuviese contenta de él.

—Usted le quiere mucho, ¿verdad? — Malaquías asintió, con una sonrisa triste.

—Siempre digo que yo nací junto a mi mejor amigo. — suspiró. — Por desgracia, él… bueno, él también me quiere mucho, pero… Su estilo de vida es muy poco comprendido por el resto de la familia. Él tiene un carácter mucho más fuerte que el mío, sabe sobrevivir solo; si echa de menos al resto de nuestros hermanos, a nuestros padres y tíos, no lo deja ver. Se las apaña. Yo necesito estar con ellos, con todos. No sé vivir separado de mi familia. No es que la nuestra sea una familia perfecta…

—Ninguna lo es. — intervino Trudy, quien tenía que ayudar económicamente a su madre mientras ella intentaba recuperarse del alcoholismo en el que se metió cuando quedó viuda.

—Cierto, ninguna lo es. Pero ellos son lo que tenemos, quienes nos criaron y cuidaron. Les debemos cariño y respeto. — Mala parecía a la vez incómodo y aliviado, como si estuviera soltando algo que le pesase mucho y que tuviese ganas de decir. Trudy ya lo había notado la primera vez que habló con él, y asintió, escuchando con simpatía, animándole a soltarlo todo. — Adoro a mi hermano, Trudy, y sé que él me quiere a mí. Pero llegó un momento en que los dos hubimos de decidir si continuar con la familia o seguir adelante juntos, pero solos. Él decidió seguir solo, y yo decidí quedarme. Él rompió lazos y yo los conservé. A mí no me importa a qué se dedique, ni cómo se gane la vida, ni a quién meta en su cama, si me perdona la franqueza. Pero a nuestra familia sí le importa. A mi madre le hiere que sea así, ella sigue pensando que es un enfermo. Y yo estoy entre los dos. Cada vez que le llamo, cada vez que hablo con él, en casa me miran mal. Y cada día que no le llamo, yo mismo me siento mal y él me lo reprocha. Ahora han tenido que pedirle ayuda, y me siento como un canalla por venir yo a dar la cara, pero me sentiría como un cobarde de no haberlo hecho.

El rostro de Malaquías se contraía de vergüenza y de dolor; era indudable cuánta falta le hacía hablar con alguien. Gertrudis no pudo evitar sentir empatía hacia alguien tan sincero y se acercó aún más a él, para que pudiese hablar en susurros si así lo deseaba.

—Malaquías, no es preciso que me cuente cosas que usted no quiera contar. – dijo y le apretó suavemente el brazo – Pero diga lo que diga, que sepa que no saldrá de aquí; será como si se lo hubiera contado a una tumba.

El hombre la miró con una gratitud infinita, y al tocarle notó que el pobrecito hasta temblaba. Era una persona muy sentida, estaba claro. Mala fue a abrir los labios, y entonces dijeron un número desde el mostrador.

—¡Cuarenta y uno! El cuarenta y uno… A ver, cuarenta y uno a la una, cuarenta y uno a las doooos….

—Es el suyo. – musitó Trudy, que vio el tiquet en los dedos de Malaquías. Temiendo que este pudiera sentirse demasiado emocionado para hablar, la joven lo tomó de entre sus dedos, y no por casualidad le tomó la mano al cogerlo. Ella misma se lo dio al dependiente y tomó el pedido, un humilde sándwich de maíz y huevo duro. – Tenga.

—Gracias. – Malaquías tomó aire y parpadeó muy deprisa. – Es usted la persona más amable que he conocido desde que salí de casa. – Había intentado no mirarla a los ojos al decir esto, pero al final se le escapó la mirada y Trudy se dio cuenta de otra gran diferencia entre aquellos gemelos; Malaquías era vergonzoso. De hecho, era un gran tímido. Es posible que ella le gustase, que le gustase incluso tanto como le gustaba a Zacarías, pero su modo de conducirse ante una mujer era radicalmente distinto. Entre la simpatía y la comprensión que le inspiraba, no pudo evitar sentirse también un poquito halagada.

—Yo sé bien que Zacarías puede ser un poco exagerado con las cosas que le gustan, y el sexo le gusta a niveles casi enfermizos, seguro que usted lo sabe aún mejor que yo. – dijo ella – Pero eso no significa que no sea buena persona. – Malaquías la miró, con algo de asombro, y ella sonrió – Oh, sí, me cae bien. Sé que es un poco sátiro, y al principio, tuve muchas dudas sobre aceptar el empleo, pero él es… ¿cómo se dice él mismo…? “Un pervertido apacible”, eso es. Puede perseguirla a una, pero nunca le faltará el respeto. Y si alguna vez se pasa de la raya, ni siquiera intenta esquivar el bofetón. Es justo como jefe y como persona.

—Ojalá mi madre le oyese a usted decir esas cosas. Allí siempre me están diciendo que yo le quiero demasiado, que el cariño me ciega, y yo creo que es al revés, que son ellos quienes están ciegos, y sólo quieren ver su defecto. – Dijeron entonces el número de Trudy y la joven se apresuró al mostrador. Para cuando volvió, Mala sonreía. - ¿No le importa que la acompañe de vuelta al club, verdad?

La mujer aceptó encantada, y caminaron juntos. Gertrudis no pudo evitar fijarse en que hasta el modo de caminar, sin dejar de ser similar al de su hermano, era distinto. Malaquías caminaba con mayor rigidez, daba pasos más largos, parecía caminar con mayor decisión, mientras que Zaca siempre caminaba un poco encorvado y como si estuviera siempre aburrido o cansado. En conjunto, Malaquías hacía mejor uso de su cuerpo, pero de forma que parecía un tanto forzada, como si alguien le hubiera estado machacando con que anduviese derecho. Indudablemente, a ambos hermanos les habían dado esa cantinela; uno había intentado hacer caso, y el otro no. Y es probable que hubieran sido igual en todos los aspectos de la vida.

—Un hermano nuestro pasa dificultades. – dijo vagamente Malaquías. – No es que Zaca le tenga una especial simpatía. Tampoco yo moriría por Jero, si a eso vamos, pero es nuestro hermano y nos necesita. Yo no podía dejar de ayudarle, tenía que intentar por lo menos… Jerónimo necesita dinero, una buena cifra. Zacarías ha accedido a dármela, y yo quiero quedarme aquí unos días, hasta que vea el cheque cobrado y le mande el dinero a él, y me asegure de que todo está bien. – Tenía un aspecto tan triste y buenazo, tan necesitado de cariño, que Gertrudis se estaba muriendo de ganas por tomarle de la mano, pero se contuvo. Casi llegaban al callejón, cuando Mala continuó – Yo… voy a pasar aquí unos cuantos días. No conozco la ciudad, y sólo conozco aquí a mi hermano, y él no querrá pasar conmigo más tiempo del necesario. Me preguntaba si quizá no le molestaría a usted tomar un café conmigo...

—Con mucho gusto – sonrió Trudy con sinceridad. - ¿Mañana le iría bien? ¿Por la tarde?

—¡Sí, perfecto! ¿A eso de las seis?

—Estupendo. ¿Le viene bien quedar aquí? Así quedamos en un punto que conoce, y no le hago callejear buscando sitios…

—¡Sí, sería estupendo! Mi hotel está muy cerca, allí. – asintió, señalando un hotel muy cercano. Era de habitaciones por horas; si había pedido alojamiento para varios días, el encargado tenía que estar dándole tratamiento poco menos que de ilustrísima. – Hasta mañana entonces. Y gracias.

—¿Por qué? – preguntó suavemente.

—Por escucharme. – Malaquías y ella se quedaron mirando un segundo, y enseguida él le tendió la mano a modo de despedida. Trudy la estrechó, no sin dejar de pensar que, de él, no le hubiera molestado pero nada que le hubiese dado dos besos.

La mujer entró en el local por el callejón. La verdad que parecía imposible que fuera hermano gemelo de su jefe. Mala era un hombre tan educado, tan amable, tan sensible… Del despacho de Zacarías le llegó el sonido del vídeo porno a todo volumen. Trudy murmuró un “ecs” y esperó. No pensaba ni llamar a la puerta para decir que ya estaba allí hasta que aquéllos exagerados mugidos dejaran de oírse, y apenas un minuto después, pararon, y poco después Zacarías salió del despacho, con una gran sonrisa y aspirando con fuerza de su cigarro.

—Haaaaaaaaah… - suspiró – Me he quedado más a gusto… Y ahora, mi cena, ¡gracias!

—Al menos, se habrá lavado las manos, ¿no? – Trudy le señaló la bolsa en la que estaba el bocadillo. No pensaba tendérsela.

—Con jabón de lavanda, ¿quieres olérmelas?

—No hace falta, le creo. Buen provecho. – Zacarías dio las gracias con un asentimiento. Cogió la bolsa y enseguida pegó un bocado – Mmmh, con mucha mayonesa, justo como me gusta. – dijo con la boca llena de lechuga, huevo duro y atún.

—Me encontré con su hermano, por cierto. – comentó ella de pasada, mientras abría el programa de contabilidad y repasaba los últimos arqueos. – Estaba también comprando cena, me dio recuerdos para usted.

Zacarías torció el morro.

—Cómo no. Malaquías el niño bueno de mamaíta, siempre acordándose de los demás y pidiendo por su hermano el bala perdida. Valiente meapilas.

Gertrudis pensó que no tenía derecho a opinar que… pero, ¿qué cuernos? ¿Acaso su jefe tenía derecho a hacer alguna de las cosas que había hecho con ella? NO.

—Su hermano le quiere muchísimo. Y es un hombre muy sensible, no me parece justo que hable así de él.

—Trudy, mi hermano es un cursilón de dramón de sobremesa. – parecía sorprendido porque ella le defendiera – Le quiero, claro que sí, pero me resulta muy difícil tenerle respeto, cuando él mismo no se lo tiene. Sé de qué hablo, en casa le han mangoneado desde que empezó a caminar. Es la típica persona que vive quejándose de lo desgraciadito que es, pero que no mueve un dedo por solucionarlo. Está tan horrorizado porque nadie le pueda comparar conmigo, que es incapaz de disfrutar como un hombre, ¡ha tenido dos novias, y siempre hacía el amor a oscuras! Y oye, hacerlo así por morbo, vale, pero por vergüenza…

Gerturdis resopló. Sólo Zacarías sería capaz de soltar algo tan íntimo sin concederle importancia, ni pensar en cómo se sentiría su pobre hermano si se enterara de que iba contando cosas así.

—Para mí, es una persona muy agradable. – se limitó a decir. – Lo que haga en su vida privada, no me incumbe, sólo digo que no me parece bien que hable con tanto desprecio de alguien tan bueno y que le quiere bien. No tiene usted a tantísimas personas que le quieran como él, como para andar despreciando un cariño, la verdad.

Zacarías pareció fastidiado. Trudy tuvo miedo de haber tocado donde no debía; su jefe era un hombre muy solo, bien lo sabía. Pero enseguida él hizo un cómico puchero.

—Si lo sabré yo… y por más que pido cariño para el pobre infeliz que vive en mis pantalones, nadie quiere darle ni un poquito. – parpadeó muy deprisa, y Trudy tuvo que reír. Zacarías le dio otro mordisco al bocadillo y se metió en su despacho. Y durante mucho rato, no dejó de sonreír.

En la puerta del local, un sintecho cenaba bien. Un hombre que pasó junto a él le había dado un sándwich de maíz y huevo duro.


—¡Aceptó! – Sonya estaba triunfal y Víctor la abrazó, todo sonrisas. Era una muy buena noticia que Tasha se hubiera avenido a cenar fuera con ellos; estaba harto de que las dos hermanas estuvieran enfadadas, y sabía que su relación con la menor de ellas corría peligro si la riña continuaba. Sonya tampoco soportaba estar a malas con su hermana. Al abrazar a Víctor, notó lo bien que olía, y por un segundo se extasió en aquel olor, pero enseguida se retiró – Estás duchado. Víctor, no me gusta que te duches solo…

El viejo soldado sonrió con ternura.

—Sonya, llevo duchándome solito desde los siete años. – sabía a qué se refería ella. Víctor estaba impedido de las piernas. Usaba un esqueleto externo para caminar erguido, pero como el agua lo deterioraba, tenía que bañarse sentado o utilizar un soporte que tenía en el baño si quería ducharse de pie. Para él era tan normal como para otra persona podía serlo regular el agua de la ducha, pero a la mujer le aterraba la posibilidad de una caída en el baño, de un resbalón.

—Aún así, podías haber esperado al menos que estuviera en casa yo, por si lo que fuera.

—Luego, di que tu hermana tiene complejo de clueca. – Sonya estuvo a punto de indignarse – Nena, te lo agradezco, pero sabes que no necesito que veles por mí; eres mi chica, no eres mi mamá, ni mi enfermera, y no quiero que lo seas.

Sonya asintió poco convencida, y decidió ir a ducharse ella también para estar lista cuando Tasha y Raji viniesen por ellos. Víctor se quedó pensativo mientras se sentaba en el sofá. Esperaba que no se hubiese picado por lo que le había dicho. La propia Sonya había tenido que llevar esqueleto externo de pequeña, ella sabía lo molesto que podía ser que los demás te tomasen por un inválido, y es cierto que ella se ofrecía sin artificios y sólo en lo referido a la ducha, pero aun así a Víctor no le gustaba que lo hiciera. No es que le hiciese sentir inútil, pero sí que le resultaba incómodo. Por su parte, a Sonya le disgustaba que él se negase por lo menos a que ella estuviera en casa “por si acaso” para lo único que le daba miedo. Víctor jamás se había caído ni le había fallado el esqueleto externo, podía llevar una vida normal casi por completo. Pero la idea de una habitación de baldosines lisos y resbaladizos llena de vapor de agua, la asustaba. No lo podía evitar.

Víctor se acomodó en el sofá. Como para sus piernas lo mejor era estar estiradas y ligeramente elevadas, el sofá no era un sillón al uso, sino más bien una cama. Era un gran colchón rectangular con un cómodo respaldo y reposabrazos plegables, en los cuales estaban los botones para la imperiovisión, el lector, la música y hasta un HotExpress para servirse bebidas calientes o frías sin necesidad de levantarse. Mientras ponía la imper para ver qué había, una molesta vocecita empezó a hablarle.

“Sabes que a ella le molesta. Es lo único para lo que te pide estar presente. No ya ayudarte, ni nada así, sólo estar en casa. ¿Tanto te cuesta ceder en eso? ¿Piensas que vas a estar menos inválido sólo porque ella no esté en casa cuando te duchas?”. Detestaba esas ideas. Uno cedía en eso, y cuando se quería dar cuenta, Sonya podía estar poniéndole las zapatillas y trayéndole la comida a la cama. Había cosas en las que no podía ceder, y su independencia era una de ellas, no quería que ella pensase que… “¿Qué? ¿Quizá que la necesitas?”. Claro que sí. Claro que la necesitaba, pero no así. No como “cuidadora del pobrecito inválido”, sino como mujer y punto. Era lo mejor que le había pasado en muchos años. No la quería perder, pero tampoco quería perder la autosuficiencia que tanto se había empeñado en tener. No había gastado precisamente poco dinero en la casa para tenerla toda automatizada y no tener que depender nunca de una persona que viniese a limpiar, ni menos aún a cuidarle a él. Sólo esperaba poder hacérselo entender a ella, si pudiera saber lo que estaba pensando…

Y entonces, cayó en lo automatizada que estaba su casa. Si Sonya pensaba en voz alta, quizá sí pudiera saber qué pensaba.

—Cámara del baño – ordenó, y la imagen de la imperiovisión que había estado mirando sin ver, desapareció para mostrar el cuarto de baño, en el que Sonya se quitaba la ropa. La joven tenía una expresión triste en el rostro. No decía nada, sólo se terminó de quitar la camiseta que llevaba y se quedó en ropa interior. Víctor no pudo evitar mirar su cuerpo. Llenita y con deliciosas curvas, Sonya era una mujer muy hermosa, pensó. Mucho más de lo que ella pensaba. La joven se quitó el sostén y las bragas, y a Víctor se le escapó una sonrisa.

—Bah, supongo que no le puedes borrar las manchas a un leopardo. – musitó Sonya. No era mucho, pero ahora Víctor ya tenía una idea de qué pensaba, y estaba más resignada que molesta. Ahora podía quitar la cámara. Debía quitarla, debería quitarla, sí. Sonya tomó el bote de gel, vertió un poco en la esponja apenas húmeda, y empezó a enjabonarse el cuerpo sin meterse en la ducha primero.

No.

Ahora no podía quitar la cámara. Tenía que verlo, Sonya se enjabonaba todo el cuerpo antes de ducharse. Allí donde pasaba la esponja, su piel quedaba cubierta de espuma azulada y blanca. Sus brazos, su cuello, y enseguida sus pechos estuvieron espumados. Víctor pensó en dar ordena la persiana de cerrarse, porque empezó a acariciarse sobre el pantalón, pero la casa más próxima estaba lejos, nadie le vería. Comenzó a meneársela perezosamente, disfrutando del cosquilleo que le producía y que iba levantando su miembro con rapidez. Sonya paseó la esponja por su cuerpo, en pasadas interminables. Sus largas piernas, sus generosas nalgas y… sí, también se enjabonó el sexo. Primero por encima, y después separó las piernas y lo frotó completamente con la esponja. Canturreaba mientras lo hacía, y después volvió a sus tetas. Las frotó con la mano y la esponja, tenía los pezones duros y los pellizcó, cerrando los ojos por el gustillo que le daba. Víctor se mordió el labio y devoró la imagen con los ojos.

La joven dio al fin el agua y se metió en la ducha. La cámara, siguiendo el calor del cuerpo de Sonya, cambió al objetivo de la ducha sin interrumpirse. La capa de espuma que ella llevaba sobre la piel burbujeó y se deshizo, dejando su piel húmeda y brillante, limpia. Entonces empezó a enjabonarse el cabello. Lágrimas de agua y jabón se paseaban por el cuerpo de Sonya, sus tetas se elevaban y mecían cada vez que ella movía los brazos, y su chocho estaba empapado. Víctor se abrió el pantalón y se sacó la polla sin dejar de sonreír. Con la punta de los dedos se agarró la piel del glande y empezó a acariciarse despacio. ¡Qué delicioso! Los escalofríos de gusto le subían hasta los hombros, en un placer pícaro y picante, cosquilleante.

Una parte de sí mismo quería ir al baño y meterse a la ducha con ella, pero esa era una de las pocas cosas que su esqueleto externo no le permitía hacer. En lugar de maldecirlo, prefirió seguir mirando, en primera así Sonya no se enteraría de que la había estado espiando como un crío, y en segunda, era tan excitante que no quería parar. Las manos de la joven retiraban la espuma en caricias y finalmente se quedó unos segundos simplemente bajo el chorro de la ducha, gozando del agua, hasta que la apagó. Empezó entonces a aplicarse aceite hidratante perfumado. Su piel relucía y adquiría un precioso tono rosado por unos segundos, hasta que la loción se absorbía. Sonya hizo círculos interminables en sus tetas, y una lágrima de loción quedó colgando de uno de sus pezones durante unos segundos. Haaaaaaaaaah… Víctor no pudo evitar imaginarse lamiendo ese pezón húmedo y dejando su saliva en él, también temblando en una gota. O frotando su polla entre las tetas resbaladizas y calientes de la mujer hasta el éxtasis, y dejando en el pezón una gota de su esperma. Bajó el ritmo de las caricias, los dedos se deslizaban por su glande húmedo y cada vez más rojo, y no quería acabar tan pronto.

Tomó aire, y quitó la imagen del proyector; si Sonya salía del baño, no quería que le pescase zurrándosela. En su lugar, pidió la imagen en la pantalla pequeña del reposabrazos, y dio marcha atrás a la cámara, para volver a ver cómo Sonya se enjabonaba. Mientras la miraba, siguió acariciándose. El placer le convertía la columna en mantequilla y le hacía cerrar los ojos, le subía en escalofríos por los brazos y le recorría en caricias los muslos. Saboreó las sensaciones y sus labios se abrieron ligeramente para tomar aire. Y sin duda por estar extasiado con tal deleite, no notó nada más.

La puerta del baño, como todas las de la casa, era automática y se abría deslizándose, sin ruido. Sonya salió ya con el cabello seco y en albornoz y, como iba descalza, ella tampoco hacía ruido. Vio la persiana de láminas echada y le extrañó, pero al mirar hacia el sofá, vio el hombro de Víctor moviéndose con un ritmo delator. O se había puesto a abrillantar sus medallas, o estaba “sacándole brillo al sable”. Sonrió y se acercó lo más despacito que pudo, pero apenas al tercer paso, el hombre respingo y se volvió; los años en el ejército le habían dejado un oído y un sexto sentido que el placer había abotargado sólo en parte. Y su cara de mejillas coloradas y sonrisa de apuro era una confesión de culpabilidad.

—¡Hola, nena! – dijo. Pero Sonya siguió sonriendo y se apoyó en el respaldo del sofá para mirarle. Víctor había podido guardársela, pero no cerrarse el pantalón. Víctor se sintió como un idiota, pero cuando Sonya le colocó las tetas, aún tapadas por el albornoz, junto a la cara, se le pasó un poco.

—¿Qué hacía mi travieso? – susurró, e hizo caminar sus dedos por el pecho de Víctor, en sentido descendente. Él sonrió y le besó el brazo. - ¿Me dejas ayudarte?

—Claro que sí. Ven aquí. – Sonya pasó por el respaldo y se tendió junto al soldado. La luz del atardecer que se acercaba le daba en la espalda y le hacía parecer que resplandecía, y que su cabello entre sal y pimienta pareciese dorado, como de merengue ligeramente tostado. Estaba guapísimo. Sonya juntó sus labios con los de él e intentó separarse para sonreírle, pero ya no lo logró; su boca se pegó a la de su compañero y se dejó penetrar por la lengua de éste. La joven acarició la barba redonda y las mejillas ásperas del soldado, pero éste le tomó la mano y la llevó a su erección. Ella emitió una sonrisa que cosquilleó su paladar y le acarició la polla con rapidez, intentando igualar el ritmo que le había visto tomar a él.

Víctor se estremeció bajo la mano de Sonya, ¡qué gusto! Una intensa sensación de calor dulce se extendía por su cuerpo y parecía pellizcar su nuca, en un mordisco placentero. Tenía muchísimas ganas de correrse, pero a la vez no quería hacerlo, quería gozar con ella. Se concedió unos segundos de escalofríos deliciosos y, con no poco esfuerzo, pero frenó la mano de Sonya al tiempo que soltaba su boca y empezaba a besarle el cuello, bajando hacia el escote del albornoz, hacia las tetas… La joven tembló de gusto entre sus labios, toda sonrisas y deseo, entre gemidos que se le escapaban y le hacían botar los pechos y le aflojaban el albornoz.

—¡Ah! ¡Haah… aaah…! – gimió en espasmos, y la sonrisa de Víctor se hizo pícara y se ensanchó.

—¿Ya gimiendo? ¿Tanto gusto te doy, sólo besándote?

—E-esa maldita barba tuyaaaah… mmmh… hace demasiadas cosquilla-aaaaah… - confesó Sonya. Su piel sensible sentía chiribitas de placer allí donde la barba del soldado la tocaba, y Víctor lo aprovechó. Metió la cara en el escote, más flojo cada vez, de la joven y restregó su cara entre las tetas de ella. Sonya pegó un bote y le abrazó contra ellas. La barba suave le daba la sensación de un millón de cosquillas, era como si la acariciaran con un cepillo cálido y provisto de labios. Sus pezones se pusieron erectos al instante y Víctor los besó, moviendo la cara muy despacio, dejando que su barba los rozase. Sonya apenas se daba cuenta, pero se estaba dejando caer más y más, hasta que su espalda dio contra el colchón y se encontró debajo de su compañero; éste, con la polla fuera, se frotaba contra el delicioso calor que emitía el cuerpo femenino y empezó a bajar a besos por su vientre, hasta que sus labios llegaron a la zona de donde salía más calor.

—Oh, sí… - Sonya, toda colorada, elevó las piernas para dejar su coño expuesto al capricho de Víctor. – Por favor, chúpame… - pidió, bajito.

Víctor sintió cómo ella le acariciaba el cabello y las orejas, pidiendo con todo su cuerpo que le diera placer también en su rosado sexo. Olía muy bien, olía a jabón perfumado, a talco rosa, a flores y a hembra. Sus dedos acariciaron los muslos y los labios, cubiertos de vello rizado y suave, y los abrieron. Entre ellos, brillaba la abertura húmeda y tentadora, y el clítoris erecto. Víctor besó los labios y aspiró el aroma. Quería hacerse desear, quería torturarla un poquito, pero no fue capaz; su lengua pensó sin él y salió de sus labios para acariciar la perla. Notó cómo Sonya temblaba bajo su lengua, cómo aquél diminuto bultito buscaba su calor, y creyó morir de amor y de deseo. Su lengua aleteó contra él, deleitándose en el sabor salado, en cada dulce escalofrío que provocaba en su chica, en cómo ella gemía y le acariciaba el pelo para que continuase… Su mano derecha reptó por el cuerpo de Sonya y le agarró un pezón.

—¡Sí! – gritó la joven, y luchó por alzarse un poco y mirarle. Apenas podía, no con todo el cuerpo hecho gelatina por las caricias de su compañero, pero lo logró. El ver los ojillos traviesos de Víctor entre sus piernas hizo que un delicioso golpe de placer le recorriese desde el clítoris a los hombros y ahogar un nuevo gemido. Le encantaba que él le diese aquellas caricias con la lengua, pero de pronto ya no le bastaban. En medio de un gemido le tendió los brazos, lo que la hizo caer de nuevo sobre el colchón, pero fue suficiente para que él entendiese qué quería; dejó de lamer, dio un último beso y se alzó para orientar su polla.

El coño de Sonya despedía calor a ráfagas, las notó cuando acercó su miembro a ella y más aún cuando lo frotó. La joven emitió un gemido desmayado, no podía aguantar más, casi rogaba con la mirada, toda colorada. Víctor no se hizo esperar, tampoco él podía esperar más. Apoyó su polla en la entrada y de inmediato le pareció que la entrada de la mujer le absorbía, tiraba de él. Un gemido profundo le salió del alma y le hizo cerrar los ojos de gusto, ¡qué placer! ¡Qué placeeeer…!

En otras circunstancias, Sonya hubiera intentando ponerse encima, cabalgarle… pero en esa ocasión, la excitación era superior a ella y Víctor se aprovechó de llevar puesto el esqueleto externo; podía hacer uso de sus piernas. Empezó a empujar, primero lentamente, pero enseguida el placer pensó por él y pasó a hacerlo más rápido. Los gemidos de Sonya enseguida cambiaron a gritos, ¡era delicioso! ¡La polla de Víctor le quemaba por dentro en un cosquilleo enloquecedor… tan enloquecedor como dulce! Sentía su coño empapado, encharcado de tal modo que sus jugos le manchaban el pubis y los muslos.

Víctor dejó de apoyarse en las manos; para una vez que podía hacer trabajar a sus piernas, había que aprovecharlo. Se arrodilló en la cama, con las piernas separadas, arrimó a Sonya a su entrepierna, y empujó con las caderas, con fuerza. Sonya le sonreía y gemía de placer, veía cómo le botaban las tetas a cada empellón. La mujer se sentía en la gloria, poseída por su compañero. La mayor parte de las veces lo hacían cuando él se había quitado el esqueleto externo, y eso limitaba mucho las posturas y hacía que casi siempre hubiese de ser ella quien llevase la batuta, ambos sabían que esto no era algo que fuese prudente repetir todos los días, porque el aparato se estropearía por una exigencia tan alta, pero por una vez… ¡Ah, qué maravilla, qué follada! ¡Era delicioso sentirse follada! La dulzura de la sensación estaba empezando a superarla, y no pensó en luchar contra ella.

—¡Sí! ¡Sí…! ¡Sí, fóllame, Víctor, fóllame, animaaaaal…! ¡Fóllame! – Víctor aceleró más, extasiado por poder ser él hoy quien tenía el mando. La mantenía agarrada de los muslos, las piernas en sus hombros, la empujaba con fuerza y le besó un tobillo, en el que sentía el golpecito del latido, la sangre acelerada por el placer, y lo lamió. Los pies de Sonya se estiraron y las piernas se tensaron. Víctor supo qué le estaba pasando y la miró a la cara para verlo.

Sonya intentaba mantener los ojos abiertos, pero el placer la superaba; el picor delicioso se cebaba, todo dulzura, en su interior. La recorría por dentro, subía y bajaba de intensidad, la enloquecía de gusto. Y entonces, Víctor le besó los tobillos y sintió ganas de llorar de felicidad, y su placer se desbordó. Su compañero la miró a los ojos, y gritó sin poder contenerse, retorciéndose en el colchón, sintiendo cómo el picor cosquilleante estallaba en su coño y se expandía en olas de saciedad y dulzura por todo su cuerpo, hasta los dedos encogidos de sus pies, hasta sus brazos que se estiraban y relajaban, hasta sus ojos que se ponían en blanco, y al fin lograban enfocar de nuevo… Y lo primero que vieron fue a Víctor. Jadeante y sonriente, el hombre había pasado a empujar más despacio, en embestidas más hondas y lentas para que ella saborease su placer, pero ahora que ella estaba colmada, aceleró de nuevo. Sonya asintió.

—Córrete, mi amor – pidió, y Víctor gimió al oírse llamar así – Córrete donde tú quieras… échamelo en las tetas, en la cara, córrete dentro, ¡donde tú quieras!

Víctor jadeó y sintió su orgasmo acercarse a la carrera; ya estaba muy a punto, y oír a Sonya decirle esas cosas sólo le excitaba más. Notó los dedos de ésta acariciarle las piernas, allí donde llegaban y a través del pantalón que aún llevaba, pero fue suficiente. Un subidón de gusto, un cosquilleo infinito, una dulzura maravillosa, y al fin, el placer supremo que le agarraba desde las nalgas hasta la polla y se escapaba por ésta en un chorro de bienestar y alivio que le dejaba en la gloriaaaaah… Sus caderas dieron el empellón final, y al intentar hacia atrás, su polla se salió en mitad del momento mágico y buena parte de la descarga voló y aterrizó en las tetas de Sonya, que la recibió con un alegre gemido, mientras Víctor se acariciaba. Qué delicia, qué incomparable delicia… Ni siquiera notó que Sonya se había escurrido por entre sus piernas, pero cuando se metió su polla en la boca, sí que lo notó. Se estremeció de pies a cabeza.

—¡Ah… mmmmh! Sonya, mala, malaaa… Basta… - pidió entre sonrisas, y Sonya se la sacó de entre los labios con un sonido de succión. Víctor no pudo evitar fijarse que una gota de su descarga había quedado colgando del pezón, como una lágrima. Como él había soñado. Su compañera, con una sonrisa, le dio un besito cariñoso, juguetón, en el glande. Víctor le acarició la cara y se inclinó para besarla. Sonya y él se abrazaron y estrecharon mientras sus lenguas se acariciaban, seducidos ahora por un cariño inmenso. Estaban tan a gusto, tan mimosos y cómodos que antes de darse cuenta, se habían quedado dormidos el uno en brazos del otro.

Precisamente por eso, no oyeron el aviso que salió holografiado en la pantalla de la Imperiovisión: “AMONESTACIÓN. Se recuerda a los ocupantes de la vivienda que para mantener relaciones sexuales en zonas habitadas, deben utilizar las debidas precauciones para evitar incurrir en involuntario escándalo. Dado que en esta ocasión sólo han sido vistos por adultos y que es la primera vez, sólo serán advertidos, pero se les informa que, si volviese a repetirse el hecho, serían sancionados con sendas multas de doce créditos cada una. Que pasen un buen día”.

Fuera de la casa, Tasha y Raji permanecían alejados de las ventanas. Habían ido a buscarles temprano, es cierto, pero lo último que podían imaginar es que iban a pescarles en pleno mete-saca. No era algo que ni el uno, ni la otra, hubieran querido nunca ver, y mucho se temían que no iba a ser algo facilito de olvidar.

—A plena luz del día, y sin echar las persianas, para que les multen. – reprochó Tasha, mirando hacia el bosquecillo. Al menos, la casa estaba insonorizada, gracias a Lemmy. - ¡Serán… qué par de CONEJOS!

También a Raji le parecía imprudente, pero el tono de repulsión de su costilla, ya por ahí, no pasaba.

—Bueno, nenita, tampoco hay para… ¡No vengas ahora haciéndole ascos al sexo, con lo que te gusta chuscar!

Tasha ahogó un grito de ofendida dignidad, pero su marido tenía demasiada razón, y también ella acabó riendo.

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