Reclamando mi placer
Descubriendo el sexo anal.
He decidido dedicarme la tarde, pero estoy indeciso. Repaso mi pequeña colección de tres juguetes anales intentando decidir por cuál empezar. ¿Quién me ha visto y quién me ve? Si hace unos años me hubieran dicho que acabaría comprándome dildos para la puerta trasera seguramente me hubiera reído. Simplemente no entraba dentro de mi educación clásica de hombre hetero de los ochenta. Menos mal que me pudo la curiosidad de ver que tal sabía esa fruta prohibida para los machotes.
Quizá empiece calentando motores con mi joyita para el culo mientras me doy una ducha, preparando el terreno para cosas más serias. Si, parece lo mejor. Me gusta el tacto y el peso de ese trozo de aluminio. ¿Frío o caliente? Con el bochorno que hace, mejor frío. Lo pongo bajo el chorro del grifo para bajarle la temperatura. A continuación, aplico una generosa dosis de lubricante sobre la cabeza en forma de gota del plug. Como siempre, me he pasado. Aprovecho el sobrante para dar un masaje suave en el esfínter y luego meto el dedo para ir acostumbrándolo a lo que vendrá después. Exploro un poco ese interior mío del que no sabía nada hasta hace unos meses.
Llevo la punta del plug hasta la entrada de mi cueva de placer particular y me recreo en la sensación de frescor que me produce el metal. Relajo mis músculos y me preparo para saborear el primer momento. Mi culo, hambriento, reclama su premio y me recreo unos momentos en el placer inicial, en la sensación de plenitud. No siempre ha sido así, las primeras veces, con los nervios y las dudas de ser virgen, era más una molestia que otra cosa.
Con mi joya asentada entre mis nalgas me miro en el espejo para ver que tal me queda el cristal facetado que adorna el extremo del juguete. Maravilloso, realmente un día de estos tengo que hacerme con uno de esos que tienen una cola de zorro. Satisfecha la vanidad, me meto en la ducha. Con cada movimiento lo siento en mi interior, cosquilleando y calentándome. Me enjabono recreándome en las curvas de mi cuerpo. No es espectacular, pero estoy orgulloso de lo que he conseguido con un poco de deporte. Mientras me aclaro, contraigo y relajo las nalgas despacio, para así mover la cabeza de metal en el interior.
Creo que esta vez me saltaré el otro plug y me iré directo al vibrador, mi dragón. No es que tenga prisa, es que el jugueteo en la ducha me ha puesto a cien. Limpio el vibrador con esmero, recreándome en el suave tacto de la silicona antes de aplicarle lubricante y hacer que mi joya ceda el puesto al dragón en el asiento trasero. Me tumbo en la cama y lo introduzco despacio, disfrutando de la sensación que me produce cada una de las protuberancias al entrar, sintiendo cómo me va llenando hasta que una sensación de cosquilleo me dice que la cabeza ha llegado a su destino.
Cierro los ojos. Desde fuera parezco inmóvil, echando una siesta, pero en realidad no estoy quieto ni un segundo. Concentrado en mi parte baja, he abandonado los mandos del resto de mi cuerpo y estoy muy ocupado en dirigir aquí y allá la cabeza de mi dragón, construyendo poco a poco la tensión que me llevará al paraíso.
Creemos que por llevar toda la vida viviendo en nuestros cuerpos ya los conocemos a fondo, y no es así. Recuerdo la primera vez que intenté esto. Había leído lo que se supone que debía sentir, lo que debía hacer, pero la falta de experiencia hizo que no supiera interpretar lo que me decía mi cuerpo y fue un poco decepcionante. Sí, la vibración estaba bien y era agradable, pero no se acercó al cielo multiorgásmico que me habían descrito. Pero a medida que fui probando, a medida que rescataba mi cuerpo de las cadenas de los prejuicios sexuales de toda una vida, fui descubriendo músculos que me permitían mover el juguete en mi interior para presionar los puntos adecuados de la forma correcta. La experiencia, como dicen, es un grado, y en el sexo anal más.
Poco a poco el calor va aumentando en mi pelvis hasta formar una bola de fuego. Creo que mi cuerpo, llevado por el placer creciente, se contorsiona de gusto, pero yo ya no estoy ahí para verlo porque me he refugiado en un trocito de mí de apenas el tamaño de una almendra. Finalmente me invade el primero de varios orgasmos. No es exactamente como cuando te corres. Es mucho más lento en desarrollarse, sin esa sensación de urgencia, y por eso su inicio se te pasa por alto en las primeras experiencias — ya sabéis aquello de que si buscas algo azul no te vas a fijar en las cosas verdes. Mi mente ha estallado y he perdido toda noción de la realidad. Es como tomarte unas vacaciones de absolutamente todo. Una oleada de placer tras otra me recorre y solo sé que no quiero que acabe. Me abandono a la sensación, y dejo que mi cabeza vuele. Puede que esté gimiendo, incluso creo que estoy temblando de gusto, pero no quiero salir de aquí para averiguarlo.