Recién casadas (8)
Al llegar al hotel ya llevábamos varias copas encima, nos empezamos a besar con calma, muy lentamente pude sentir su lengua recorrer despacio mis labios, después los dientes y finalmente hundirse dentro de mi, empezamos a pelearnos con las lenguas y rápidamente mi temperatura se elevó.
Los días empezaron a ser más tranquilos, íbamos conociéndonos más y eso ayudaba a que cada momento fuera único y especial. Nuestras listas de música se fueron unificando, salíamos a comer a cualquier lugar que veíamos en internet, ambas trabajábamos de mañana lo que favorecía para que pasáramos las tardes juntas. Entre una que otra muestra de afecto me di cuenta que me estaba enamorando de Andrea.
Así, sin planearlo, con el panorama enloquecido y con su hermosa sonrisa, me estaba pegando duro el sentimiento.
En el trabajo nos informaron de un congreso en Las Vegas, era opcional el ir o no, y después de planteárselo a Andy quedamos en que iríamos; por las mañanas estaría en las conferencias y por las tardes conoceríamos el lugar, era de lunes a jueves. Preparamos todo y nos fuimos, el hotel era magnífico, obviamente tenía varios casinos.
Llegamos el domingo por lo que pudimos salir a cenar a un lugar que estaba ambientado como casino, claro que sí, lógico. Después caminamos por varias calles de Las Vegas, en serio que de noche esa ciudad es hermosa.
Al llegar al hotel ya llevábamos varias copas encima, nos empezamos a besar con calma, muy lentamente pude sentir su lengua recorrer despacio mis labios, después los dientes y finalmente hundirse dentro de mi, empezamos a pelearnos con las lenguas y rápidamente mi temperatura se elevó. Abrí los ojos y me separé de ella, por primera vez la vi con deseo, algo ardía dentro de mí; la necesitaba recorriéndome todo el cuerpo.
Lentamente nos recostamos en la cama, ella cayó sobre mí, el sentir su peso sobre mi piel hizo que ésta se erizara. En mi mente había un playlist sonando para ese momento. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo mientras su lengua no dejaba de dar batalla, sentí cómo bajó una mano hasta mis piernas mientras la otra estaba en mi nuca, me tenía prisionera de sus besos; yo no podía hacer nada más que dejar que hiciera eso que tanto necesitaba.
Coloqué ambas manos alrededor de su cuello y por un impulso moví las piernas para que ella pudiera quedar en medio. Se separó un poco de mí y luego se dirigió a mi cuello, primero pasó lentamente la lengua alrededor de él, me estremecí y le susurré que no parara, algo en mí era definitivo, ya no había marcha atrás; necesitaba que sucediera.
Andrea comenzó a desabrocharme el pantalón y como acto reflejo me fui hacia los botones de su camisa blanca, lo hice lo más rápido posible y al quitarla me encontré con sus senos envueltos en un sostén de encaje en color gris, terminamos de desvestirnos entre jadeos y besos apasionados, confirmé lo que pensé, su pantie era también de encaje en gris, un hermoso conjunto que resaltaba su piel blanca.
Sabía bien lo que pasaría, y realmente lo deseaba; Andrea era todo eso hermoso que podía ver en una persona, en ese momento me di cuenta que ya estaba perdidamente enamorada de ella.
Sus feroces besos recorrieron cada centímetro de mi piel, me desnudó con el suave tacto de sus dedos, cuando ambas estuvimos sin rastro de ropa se colocó encima de mí, empezó un ligero vaivén de su cadera contra mi pelvis. Sin mucho preámbulo fue bajando lentamente entre besos hasta mi entrepierna, me encontraba extasiada, activó Alexa con “Guapa” de Edgar Oceransky con Diego Ojeda; y entre jadeos y esa canción, llegó hasta mi clítoris para succionarlo y presionarlo con la punta de su lengua, se entretuvo bastante ahí, no tardé mucho en explotar en un vertiginoso orgasmo al que precedieron otros dos, Andrea no se quitaba de ahí y mi capacidad de tener orgasmos múltiples salió a relucir.
Luego del cuarto orgasmo subió a besarme en la boca con una sonrisa de satisfacción, con la mirada como un niño cuando gana un caramelo, se veía hermosa, entre el mareo por tanto éxtasis me coloqué encima de ella y la besé introduciendo mi lengua por toda su boca, nuestros dientes chocaron en un movimiento erróneo y ambas sonreímos. Mientras iba recorriendo su cuello con un camino de besos ella puso sus dedos dentro de mi cabello que caía en su cuerpo.
No aguanté mucho tiempo sin llegar al meollo del asunto, así que me fui a su monte de venus y di uno que otro mordisco, ella rió nerviosa, me introduje de golpe entre sus piernas y localicé el clítoris para aprisionarlo y estimularlo como se merecía. “Oxígeno” de Edgar Oceransky sonaba de fondo.
Unos minutos más tarde me regaló un delicioso orgasmo y aunque me pidió que parara no lo hice, decidí apostar por uno más y así fue, entre gemidos llegó al segundo orgasmo mientras yo dibujaba letras con mi lengua sobre su clítoris.
Subí hasta su boca y la besé lo más tierno posible que pude, nos miramos con complicidad, no hicieron falta las palabras, me abrazó y me permití ser suya esa noche, ignorando que lo sería de ese día en adelante.
La semana pasó entre mi congreso, nuestras salidas nocturnas a conocer la ciudad y el regresar al hotel a hacer el amor de una y mil maneras. El viernes antes de salir del hotel hicimos el amor en la ducha y luego empacamos nuestras cosas para regresar, ella tomó el control del auto de regreso, fueron las cuatro horas más románticas de viaje, escuchamos muchísimas canciones y parecía una competencia por elegir la más melosa.
Al llegar al departamento me fui sobre ella para besarla desesperadamente, su respuesta fue dirigirme hacia su habitación, que oficialmente después de ese día sería nuestra habitación.
—¿Y si enciendes a Alexa? —
—¿Estás nerviosa? — preguntó con la seguridad que un león acecha a su presa.
—No, sólo quiero sentir a mi esposa haciéndome el amor mientras escucho sus hermosas canciones—
—Me encantas—
Rápidamente acomodó la bocina y le pedí música de Joaquín Sabina, después dejé que Andrea hiciera conmigo lo que se le viniera en gana.
Pasaron dos semanas donde todos los días terminamos en la cama haciendo el amor, en le sillón, la ducha e incluso en el comedor. De repente un día la noté pálida sin razón aparente y decidí hablarlo.
—¿estás bien?— pregunté cuando acabé mi última porción de sushi.
—Mis papás vendrán a visitarnos la próxima semana—
Nos miramos fijamente.