Recién casadas

Paulina descubre en un mal momento que se casó con Andrea, alguien a quien ni siquiera recuerda haber conocido.

Luego de una mega borrachera con Gabriel por mi nuevo trabajo en Los Ángeles llegué a rastras a mi apartamento, sería mi última noche ahí, me entró el sentimiento y quise llorar pero me quedé dormida antes de que sucediera. Desperté a eso de las once de la mañana tras muchas alarmas aplazadas y varias llamadas de Gabo. Mi avión salía en menos de una hora y yo seguía acostada, me levanté y por fortuna las maletas estaban listas, llegué al aeropuerto y no me dejaron documentar mi maleta, así que se la dejé a Gabriel y me despedí de él, quedamos con la promesa de que en sus próximas vacaciones estaría de visita en mi nuevo lugar de residencia. Me subí al avión apenas con el maletín de mi computadora y una pequeña mochila personal. Una chica de tez blanca y cabello oscuro ocupaba mi lugar.

—Disculpa, yo voy del lado de la ventana— se giró lentamente para verme.

—Pensé que no llegarías. ¿Pudiste documentar tu maleta?—

—Disculpa ¿te conozco?— pregunté desconcertada.

—Nos casamos ayer— de inmediato me reí.

—Por favor déjame el asiento de la ventana, en serio, pagué más por tener el 17A—

—Pau no es broma, nos casamos ayer— estaba empezando a desesperarme.

Hasta que reflexioné en que me habló por mi nombre.

—¿quién eres?—

—Nos conocimos ayer en el antro, me pediste que me casara contigo y lo hicimos— me mostró un anillo.

—Mira chica, eres muy guapa, quizá bajo otras circunstancias no dudaría en casarme contigo, pero estoy por mudarme de estado, no te conozco y no sé por qué estás haciéndome esto—

—Sólo checa nuestra acta de matrimonio— me extendió un documento —me pediste que dejara todo para ir contigo a Los Ángeles— seguía incrédula y con el terrible dolor de cabeza por la resaca que llevaba a cuestas.

Un sobrecargo nos avisó que el pasajero del asiento C se había quejado de que no nos acomodábamos, así que no tuve más remedio que sentarme en medio. Cerré los ojos unos instantes, tenía ganas de estallar en carcajadas por lo que la chica de al lado me decía. Recobré la compostura y abrí el documento, era un acta de matrimonio, no sólo mi nombre estaba ahí, sino mi firma, Gabriel como mi testigo y al parecer ésta chica se llamaba Andrea.

—A ver Andrea, porque si eres Andrea ¿verdad?—

—Sí— respondió incómoda.

—Ayer yo me fui de farra con mi mejor amigo, y es cierto que quizá a ambos se nos pasaron las copas, pero de eso a haberme casado, creo que hay un abismo. Dime por favor que esta es una mala broma que Gabo me está jugando— tomé mi teléfono para llamarlo pero de inmediato me regañaron pues estábamos en proceso de despegue.

—Te juro que no es una broma— su semblante era de preocupación. —Ayer que nos conocimos me pediste matrimonio, de hecho llevaste a comprar el anillo y nos casamos, desde tu teléfono agregaste un pasajero más a tu itinerario de vuelo y aquí estoy, aunque entiendo que si todo fue por el alcohol, llegando a Los Ángeles me tomo un avión de regreso—

Me paralicé al escuchar sus palabras, no sabía que iba a hacer, la había hecho sentir mal, pero no tenía ni idea de lo que sucedía. Durante el vuelo apenas cruzamos palabras, pedí dos cafés a la azafata y le compartí, en verdad era una chica muy hermosa, sus enormes ojos hacían que pareciera una de las criaturas más bellas del planeta. Durante esas dos horas no sabía ni qué pensar, estaba muy confundida y ella se veía preocupada.

Aterrizamos y después de eso trámites correspondientes nos fuimos a la banda por su maleta, yo no llevaba equipaje, saliendo de ahí me dijo que pediría un vuelo de regreso, le pedí que no lo hiciera, que se quedara, algo en ella me llamaba la atención, además, si yo le había pedido que se casara conmigo y que se viniera a vivir conmigo no podía simplemente mandarla de regreso.

Lo primero que hicimos fue tomar un taxi al apartamento que la compañía ya tenía para mí, ahí ya me esperaban para entregarme llaves del mismo y un coche de la compañía, era sábado y mi primer día era el lunes.