Recién casada y ya puta de lujo
Abandonada por su marido en la luna de miel, la recién casada se despierta completamente desnuda en una lujosa mansión donde disfrutan de ella.
(CONTINUACIÓN DE “RECIÉN CASADA ENCUENTRA SEMENTALES QUE LA FOLLEN”)
La claridad del día que fue entrando por los cristales la fue poco a poco despertando. Aunque ya hacía muchas horas que había amanecido, la noche y la madrugada habían sido tan agotadoras para aquella joven que su cuerpo solo la pedía descanso.
Abrió levemente un ojo para enseguida cerrarlo y girándose sobre la cama, dio la espalda a la luz que la cegaba y la impedía seguir durmiendo, pero no, no lo conseguía y en su cabeza empezaron a suceder una tras otra estimulantes imágenes, al principio lentamente, sucediéndose luego con mayor rapidez como si fueran fogonazos. Veía hermosos cuerpos desnudos, el de un gigante de color caoba extremadamente musculado y con una verga descomunal, el de una mujer del mismo color de piernas interminables y coño totalmente depilado, su propio cuerpo completamente desnudo y deseable.
Al principio creyó que era un sueño, pero enseguida la duda se plantó en su cabeza y pensó que quizá no todo era producto de su imaginación, sino que había sucedido realmente y que todos esos cuerpos desnudos habían disfrutado de ella, que todas esas situaciones escabrosas habían tenido lugar y ella era la protagonista. ¡La había sucedido realmente! ¿La había sucedido a ella en realidad?
Sin abrir los ojos se palpó el cuerpo, las tetas, las caderas, entre las piernas. ¡Estaba desnuda, completamente desnuda! Se despertó totalmente y abrió los ojos, ¿qué hacía desnuda? ¿dónde estaba? Empezó a recordar y ¡dios! ¿qué es lo que había hecho? Recordaba haberse paseado desnuda delante de desconocidos y, lo que era peor, follar con desconocidos. ¡Se avergonzaba, se avergonzaba profundamente! ¿Cómo había hecho eso? Ella recién casada, se había entregado como una puta a cualquier polla que se pusiera delante.
Sin moverse recorrió con su vista la habitación. Estaba sobre una cama enorme de sábanas blancas de seda en una habitación llena de espejos, enormes espejos en paredes y en techos. Se observó reflejada en ellos y se vio totalmente desnuda sin nada que la cubriera. Tanteo con sus manos por detrás de su espalda por si había alguien acostado a su lado y no, no había nadie. Respiró con alivio. Volteándose sobre el colchón hacia la luz, vio que una de las paredes era de cristal y estaba abierta, era corredera y estaba abierta de par en par.
Dudando qué hacer, se rascó la entrepierna, la picaba mucho y, al mirar, vio que no tenía ni un solo pelo que cubriera su vulva. ¿Cómo era posible? Pero si ella nunca lo hubiera hecho. Solamente se hizo antes de casarse una depilación brasileña, pero … ¡alguien la había rasurado totalmente el sexo mientras dormía! Si lo habían hecho, la podrían haber hecho cualquier cosa, cualquiera, pero … si la habían desnudado, follado y comido el coño ¿podían hacerla más de lo que la hicieron estando despierta? Sí, rasurarla íntegramente la entrepierna. Y ahora ¿qué diría a su marido cuando se reencontraran? ¿Qué se había rasurado la vagina cuando estaba sola, cuando su marido no estaba? Y ¿por qué motivo? ¿para evitarse ladillas? Entonces se daría cuenta que había mantenido relaciones sexuales en su ausencia, que le era infiel.
No deseando pensar más, se incorporó de la cama, y, al ser tan grande, gateó por ella hasta el borde y se puso de pie en el suelo. Mirándose detenidamente al espejo que tenía enfrente observó lo espléndidas que estaban sus grandes tetas erguidas y, bajando la mirada se observó la entrepierna y, efectivamente, estaba totalmente rasurada, sin dejar nada velado o abierto a la imaginación.
Dando la espalda al espejo, se acercó a la pared de cristal. Se acercó con precaución, con miedo. ¿Qué podría encontrar? ¿Quién podría verla así, completamente desnuda? Y ¿qué excusa pondría para estar desnuda en una casa ajena sin su marido?
El cielo lucía espléndido, azul claro y sin una sola nube. Tampoco había ningún edificio ni montículo desde donde podrían verla desnuda. Aproximándose observó a sus pies una amplia piscina de aguas azules y cristalinas. Era muy hermosa y no había nadie a la vista. La entraron muchas ganas de meterse en la piscina y eso hizo. Acercándose, descendió lentamente por unos peldaños de mármol dentro de la piscina y, cuando no podía bajar más y el agua la llegaba por la cintura, se inclinó hacia delante y extendió sus brazos hacia delante dentro del agua y comenzó a nadar a braza, plácidamente, tranquilamente, despacio, sin ninguna prisa, solamente disfrutando del placer del agua bañándola todo su cuerpo, metiéndose entre sus muslos, entre sus piernas, entre sus nalgas, acariciándola el culo y el coño, las tetas, todo. El agua estaba maravillosa, ni fría ni caliente, ideal, como si fuera un amante perfecto, sin prisas, solo gozando.
Se sumergió bajo el agua, cerrando los ojos, y dejando que el líquido elemento la limpiara el rostro, el cabello. Abrió los ojos y, bajo el agua, continuó nadando unos metros. Siempre había sido una gran nadadora aunque nunca muy pocas veces había nadado desnuda.
Saliendo a la superficie, continuó nadando, deslizándose sobre el fluido azul, llegando al límite de la piscina y, dando la vuelta bajo el agua, al emerger nadó de espaldas, tan despacio como antes, disfrutando.
Meciéndose bocarriba en el agua, se detuvo deleitándose del placentero momento y dejando que el calor del sol acariciara su piel tostada.
Suaves ondas se propagaron por el líquido elemento que la sacaron de su sopor y, entornando ligeramente los ojos, encontró alguien que, al lado suyo, también se acunaba bocarriba.
Abriendo algo más los ojos pudo distinguir su rostro y, aunque al principio no lo reconoció, ¡era Pablo! Su amante, el que se la folló en hoteles y playas y la llevó para que otros lo hicieran en discotecas, limusinas y mansiones. ¡Su chulo, su alcahueto!
¡No sabía Marga si lo que buscaba era un ángel, pero lo que encontró fue un demonio! ¡Un demonio que se metió entre sus piernas y la hizo gozar como nadie lo había hecho! O quizá … el demonio lo tenía ella dentro y solo Pablo fue el catalizador que lo hizo emerger de sus entrañas.
Al estar tumbado bocarriba los cojones y el pene del hombre emergían impúdicos y se doraban al sol. ¡Estaba también completamente desnudo, tan desnudo como ella! ¿Qué habría estado haciendo toda la noche? Follando seguramente, posiblemente con la negrita o incluso con Winston, pero si se trataba de una lucha de vergas con el negro, el blanco tenía todas las de perder y ya podía darse por sodomizado, aunque con la monstruosidad que tenía Winston entre las piernas, morir empalado era una certeza.
Cerrando los ojos continuo la joven acunándose en el agua, sin hacer ningún gesto ni decir nada, cómo si no lo hubiera visto.
Pasaron los minutos adormeciéndose acunada por las aguas. De pronto Marga percibió algo que la rozaba suavemente una de las nalgas. Segundos después volvió a sentirlo, quizá fuera su imaginación y, aunque medio consciente, no le dio importancia. El tercer roce la hizo abrir ligeramente un ojo. El agua frente a ella continuaba cristalina y en reposo. Aun así, abriendo un poco más los ojos movió perezosa su cabeza en dirección a donde estaba Pablo, pero ¡ya no estaba ahí!
Ahora sí abrió los ojos y, sin prisa, se giró lentamente en el agua, recorriendo con su vista toda la piscina, y observó a una mujer sentada en el borde de la piscina, con las piernas dentro del agua.
¡Era Elsa, la negrita! Estaba totalmente desnuda y la miraba con los ojos semicerrados y una sonrisa burlona se dibujaba en sus carnosos labios.
De repente algo cogió a Marga por el tobillo y tiró violentamente de ella hacia abajo. No se lo esperaba y tragó agua, sin poder coger aire extra sus pulmones.
Algo la sujetó por las caderas, reteniéndola bajo el agua. Aterrada y sin aire suficiente para respirar, se giró rápida y vio detrás de ella a Pablo, que, sonriéndola bajo el agua, la cogía con las dos manos por las caderas para que no ascendiera a la superficie.
Agarrándole las muñecas, le hizo saber con movimientos de cabeza que la soltara, que se estaba asfixiando, pero el hombre, sin dejar de sonreírla, ahora con una maldad más manifiesta, la mantenía sujeta.
Doblando las piernas, la joven, desesperada, apoyó sus pies en el bajo vientre del hombre y, empujándole bruscamente, se logró soltar, catapultándose hacia arriba, hacia la superficie.
Con el impulso que llevaba, no solo sacó su cabeza fuera del agua, sino la mitad superior de su cuerpo, incluso hasta casi la cintura.
Aspirando fuertemente, fue llenando sus pulmones de aire fresco, cuando pusieron una mano sobre su cabeza y la metieron otra vez bajo el agua.
No había cogido todavía el suficiente oxígeno y la sujetaron con fuerza por detrás, primero por los hombros y luego por las caderas, para que no emergiera.
Intentó patearle pero se metió por detrás entre sus piernas, y, tanteando con el erecto cipote, se lo metió por el conducto a la vagina de la joven.
Sujetándola por las caderas, empezó el hombre a mover rápido sus caderas, adelante y atrás, adelante y atrás, follándosela y también flotando.
Logró sacar Marga un momento su nariz y su boca del agua, cogiendo una bocanada de aire, pero al momento la volvieron a sumergir.
Otra embestida propició que la joven volviera a tomar aire, y, esta vez, girándose, si logró dar un codazo al hombre en la cabeza, logrando soltarse y nadar a la desesperada hacia el borde de la piscina.
Haciendo pie, se agarró al borde de la piscina para subir de un salto, pero la retuvieron, sujetándola por detrás por las tetas, y, empujándola, la aplastaron sobre la pared.
Forcejeo por soltarse, sintiendo el pene erecto del tipo restregarse por su culo macizo, pero él era más fuerte y, logrando meter su verga entre las nalgas de la joven, encontró el ano de Marga.
Presionando en el agujero, fue poco a poco penetrándola, ante los gritos angustiados de la joven, que, al sentir cómo la desvirgaban el culo, chilló tanto de dolor como de miedo a sentir uno mayor.
La negrita, observando desde el borde de la piscina cómo violaban el culo de Marga, empezó a reírse a carcajadas, tapando los chillidos de la joven mientras los glúteos de Pablo se movía impasibles adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela.
Esta vez sí se corrió dentro de su culo, y, sin desmontarla, dejó que Marga llorara desconsolada durante unos largos segundos, para susurrarla al oído:
- Ya no eres virgen, gatita. Tu marido ya no será el primero en desvirgarte el culo. Lo he sido yo.
Era Pablo el hijo de puta que la había violado y, soltándola, se dejó mecer bocarriba sobre el agua, alejándose tranquilamente unos metros de la joven.
Dolorida y avergonzada, no se atrevió ahora Marga a salir de la piscina de un salto ni a quejarse de nada, sino que, pegada a la pared, fue lentamente acercándose a las escaleras, sin dejar de cubrirse con una mano ahora su ano y con el otro brazo sus pechos.
Incorporándose Elsa se acercó desnuda al lugar por donde iba a salir la joven de la piscina, provocando que ésta, temerosa, se quedara quieta, esperando el próximo movimiento de la negrita, pero Elsa, soltando una carcajada, la dijo sonriendo:
- No te asustes, cariño, y desayuna con nosotros.
Y acercándose a una mesa, se sentó en una silla, apareciendo al momento por la puerta el mayordomo empujando un carrito con un suculento desayuno que fue colocando sobre la mesa.
Subiendo los escalones de la piscina Pablo, totalmente desnudo, se acercó muy tranquilo a la mesa y, sentándose en una silla, miró muy ufano a Marga que todavía estaba encogida y asustada dentro del agua.
- Ven, cariño, no te asustes, que todo es un juego.
La dijo Elsa y Marga, limpiándose con agua las lágrimas que la anegaban el rostro, pensó que era mejor seguirles el juego y escapar cuando la fuera posible.
Poniendo una mejor cara, intentó sonreír, y, subiendo con parsimonia también los escalones de mármol de la piscina, se acercó a la mesa donde la esperaban la negrita y Pablo.
- Así me gusta, cariño. Ven y come.
La animó Elsa al tiempo que servía de una bandeja unos huevos con beicon en unos platos.
Sentándose a la mesa con ellos, empezó a desayunar. Tenía más hambre de la que pensaba y comió con ansia, aunque enseguida se saturó y dejó de comer. Bebiendo de su taza, no dejaba de mirar a Pablo y a Elsa que también comiendo, no dejaban tampoco de observarla. Era una calma tensa. Con total certeza pensó que también a la negrita se la habían follado la pasada noche, seguramente Winston o Pablo o seguramente los dos. Se preguntó también qué relación tendrían Elsa, Pablo y con Winston, que parecía ser el jefe.
Fue pensar en él y apareció de repente por la puerta, el gran jefe negro, todo músculo, armado con su enorme trabuco colgando entre las piernas y llevando como única vestimenta unas altas botas negras.
Ante el asombro de la joven que tenía los ojos clavados en el enorme chuletón, Winston, sonriente, dirigiéndose a todos, dijo sin preámbulos con su voz atronadora:
- Vamos a montar a caballo.
Y, dándose la vuelta, se volvió por donde había venido, seguido por Pablo, mientras Elsa, levantándose de la silla, cogió la mano a Marga y, tirando, la obligó a ir con ella tras los dos hombres.
Al llegar la joven a un patio, observó cómo Winston, subiéndose a un gran caballo negro, empezó a trotar alejándose de la mansión, seguido por un Pablo, íntegramente desnudo, trotando también sobre uno pinto.
El mayordomo, cogiendo en brazos a una Marga desprevenida, la subió a horcajadas sobre uno negro, haciendo lo propio con Elsa sobre uno blanco.
Fue la negrita, la que azotando el lomo del caballo donde iba la joven, hizo que ambos caballos siguieran al trote al caballo de Winston.
Marga, aunque no era una amazona experimentada, había montado alguna vez a caballo, pero nunca lo había hecho sin ropa sobre un animal sin silla ni manta sobre el lomo, a pelo, así que agarrándose a las riendas como pudo, intentó no deslizarse al suelo ni caer del animal.
Trotaron por un camino de arena y salieron a la playa, a una larga playa de arenas doradas, y cabalgaron por su orilla sin que la joven observara a nadie, aunque bastante ocupada estaba en no caerse, pero enseguida se habituó y, si no disfrutó del paisaje, fue por lo asustada que estaba pensando en las situaciones comprometidas que podrían hacerla vivir esos sátiros.
Observó que todos, los cuatro, montaban a pelo sobre sus respectivos animales, sin silla de montar.
Era increíble pero Marga, sin apreciarlo al principio, tanto trote y salto sobre el caballo, la estaba estimulando el clítoris al frotarlo reiteradamente sobre la grupa del animal. Intentó contenerse, apretando sus muslos contra los laterales del caballo para evitar frotarse tanto, pero, al no tener ni silla ni estribos, no podía impedirlo, así que poco a poco se fue excitando ante la asombrada mirada de Elsa que cabalgaba a su lado y que no dejaba de observarla en todo momento.
Intentando aguantar, sudaba y jadeaba incluso del esfuerzo, y ya no se preocupaba que sus hermosas tetas brincaran al ritmo del trote del caballo. Ya no las notaba, solo se concentraba en su coño, pretendiendo no correrse sobre la grupa del animal. No sabía si esto era realmente zoofilia, pero sentía como si el bruto también se la estuviera follando.
Así que, en contra su voluntad, la joven tuvo un fuerte orgasmo sobre el animal y no pudo evitar chillar de placer, provocando fuertes risotadas y carcajadas de la negrita que, mirándola, exclamó divertida:
- ¡Eres increíble, cariño, totalmente increíble!
Deteniéndose el caballo de Winston, todos le imitaron, parándose a su lado, y fue Pablo el primero que se bajó ágil de su montura y, acercándose al caballo de Marga, lo sujetó para que bajara, diciéndola, al tiempo que la cogía por el pie para obligarla a hacerlo por el lado donde estaba él:
- Baja, gatita.
La joven, obediente, ayudada por el hombre, se empezó a bajar del caballo, pero Pablo, antes de que alcanzara el suelo, la retuvo pegada a su propio cuerpo, sujetándola con sus manos por las nalgas, una en cada una de ellas, y, bajándola despacio, encontró con su erecto cipote la entrada a la vagina de Marga y la fue penetrando poco a poco.
Al sentirse penetrada la joven abrió, sorprendida, mucho los ojos y la boca, abrazando con sus brazos la cabeza de él y con sus piernas la cintura de Pablo con el fin de retener su caída y no sufrir ningún daño al ser ensartada en su duro miembro.
Apoyándola sobre el lomo del animal, el hombre la levantó y bajó una y otra vez con la fuerza de sus brazos, follándosela poco a poco, ante la mirada lujuriosa de los dos negros que escuchaban a Marga gemir y suspirar de placer.
Antes de correrse Pablo la desmontó y la depositó de pies en el suelo, y se fue hacia el mar, hacia donde se dirigían Elsa y Winston.
Aturdida al tiempo que muy excitada sexualmente, la joven no comprendía por qué Pablo no había acabado de follársela, por qué no había esperado, sino a correrse él, a que ella se corriera. Supuso que todo formaba parte, como dijo la negrita, de un juego, de un excitante juego sexual.
A punto estuvo de utilizar sus dedos para masturbarse allí mismo pero observando cómo los musculosos glúteos de Pablo, de Winston y de Elsa se metían en el agua, les siguió, bamboleando sugerentemente los suyos.
Se fueron adentrando cada vez más en el agua e incluso el negrazo se echó a nadar con potentes brazadas, seguido por Elsa, mientras Pablo esperaba que Marga se aproximara.
Viendo cómo los dos negros nadaban hacia un yate que estaba anclado a casi cincuenta metros de distancia, la joven se acercó a Pablo, preguntándole si el barco era de ellos, pero, en lugar de responder inmediatamente, el hombre la agarró de frente por los glúteos y, acercándola, la levantó un poco del suelo y la volvió a montar, la volvió a meter la polla empinada dentro de su coño.
- ¡Hey, otra vez!
Exclamó divertida Marga en lo que ya estaba siendo una costumbre, que se la follaran a cada momento.
Abrazándose con sus brazos a la cabeza y con sus piernas a la cintura del hombre, le interrogó pegando su boca al oído de él:
- ¿Quién eres?
Pero el hombre, sin responder, se la follaba lentamente, por lo que la joven volvió a hacerle otra pregunta:
- ¿Quién es Winston? ¿Es tu jefe?
Pablo, sin dejar de follársela despacio, continuaba sin responder, hasta que, de pronto, la desmontó y echó a nadar hacia el yate, ordenándola:
- ¡Sígueme, gatita!
Marga le siguió nadando hacia el barco y, viendo cómo el hombre subía utilizando una escala, ascendió tras él, tras su musculado culo desnudo y blanco, siendo ayudada por Pablo en los últimos peldaños.
La hizo caminar delante de él por el pasillo del yate, mientras recibía ligeros azotitos en las nalgas, hasta que llegaron a la proa donde la joven se detuvo observando a Elsa follando encima de Winston que permanecía bocarriba y espatarrado sobre una mullida colchoneta situada sobre la cubierta, sujetando a la negrita por las caderas con sus fuertes manazas.
El hermoso culo respingón de Elsa subía y bajaba despacio, mientras el enorme miembro del negrazo entraba y salía del coño de ella.
¡Era increíble la gigantesca verga del negro y cómo era posible que entrara y saliera con tanta facilidad de la vulva de la negrita! ¡Si Winston era un superdotado, era evidente que Elsa también lo era, o quizá la práctica había dilatado hasta esos extremos el acceso a su vagina!
Empujándola suavemente por detrás, al tiempo que recibía suaves azotitos en sus nalgas, obligaron a Marga a acercarse a la pareja copulando.
Tan concentrados estaban follando que ninguno delos dos la prestó la más mínima atención, y, Pablo, empujando suavemente a la joven por la espalda, la obligó a ponerse a cuatro patas sobre la colchoneta, a escasos centímetros de la pareja de negros.
Sujetándola por las caderas, se colocó Pablo entre las piernas abiertas de Marga, con una pierna flexionada hacia delante y otra hacia atrás, y, cogiendo con una mano su pene erecto, lo dirigió a la entrada a la vagina de la joven, penetrándola poco a poco, hasta que los cojones del hombre chocaron con la entrepierna de ella, y entonces, mediante balanceos de cadera, adelante y atrás, adelante y atrás, comenzó a follársela.
Los bamboleos de las dos parejas parecía que seguían el mismo ritmo, uno-dos-uno-dos-adelante-atrás, arriba-abajo, sin prisa pero sin pausa, mete-saca-mete-saca, siendo ellas las que ponían la música y la letra con sus jadeos y gemidos, mientras ellos solamente resoplaban mientras follaban.
Subiendo y bajando fue Winston el primero que se corrió, gruñendo como un enorme gorila de las montañas, y, sujetando a Elsa para que dejara de botar, descargó un gran chorro en las entrañas de la negrita, provocando que también ésta, a punto de alcanzar el orgasmo, lo tuviera, chillando como una gata en celo.
Observando Pablo cómo lo hacían, fue él el que aumentó el ritmo, corriéndose también dentro de su lúbrica montura, haciendo que Marga chillara de placer, corriéndose a su vez.
Al desmontarla, Marga se relajó, quedándose bocabajo sobre la colchoneta, pero con el culo en pompa, por lo que todas las miradas fueron lascivas justamente allí y a la vulva hinchada que sobresalía debajo.
A pesar de acabar de tener un orgasmo el negrazo, al verla así, tan excitante con el culo en pompa, a poco más de un metro de distancia, apartó a Elsa, y, colocándose de rodillas, se dirigió hacia Marga.
La joven, al sentir sobre sus nalgas, unas manos que las separaban, pensó que era Pablo el que nuevamente pensaba penetrarla, pero, al sentir lo ancho que era el objeto que colocaban en la entrada a su vagina, se dio cuenta que no era el acostumbrado miembro del hombre lo que pensaban meterla por el coño, y, horrorizada, al tiempo que empezaba a girarse rápido, suplicando que no lo hicieran, Winston comenzó penetrarla con su gigantesca verga.
Atisbó de reojo quien era el que ahora la empotraba, Winston, el gran califa de ébano, y, aterrada, se mantuvo quieta, totalmente inmóvil, sin atrever a moverse, como si estuviera siendo sometida a una arriesgada operación quirúrgica y cualquier movimiento que hiciera le pudiera producir un gravísimo desgarro y un importante derrame de sangre.
Despacio y con cuidado, consciente en todo momento de la monstruosidad que tenía entre las piernas desde siempre, el negrazo se la fue metiendo poco a poco, dilatando el acceso sin prisa, hasta que alcanzó un tope y, sin forzarlo, incluso con delicadeza, se la fue sacando lentamente hasta casi sacársela del todo para volver otra vez a metérsela, esta vez algo más rápido, lubricando el ya de por si empapado canal para facilitar el tránsito.
Una y otra vez, Winston se la fue follando, aumentando ligeramente el ritmo en cada ocasión, mientras la joven, aterrada al principio, se fue también excitando poco a poco, y el terror dio paso al placer. Cada deslizamiento, cada frotamiento por el interior del coño, aumentaba el disfrute de ambos, de la blanquita y del negro.
El sonido que provocaba el gigantesco miembro al deslizarse por la dilatada vagina se acompasaba con el tam-tam de los enormes cojones del negro chocando contra la vulva lubricada. Pronto a estos sonidos se incorporaron los jadeos, gemidos y chillidos de Marga, cada vez más seguidos y a mayor volumen, así como las embestidas del negro, que, si al principio eran casi inexistentes, ahora cada vez eran más fuertes, más potentes, obligando a la joven a doblar los brazos y colocar su cabeza entre ellos, intentando aguantar, resistirse, pero, al no poder hacerlo, venció hacia delante, cayendo desmadejada sobre la colchoneta.
Fue entonces cuando Winston se detuvo, sin haber eyaculado, y, desmontándola, se levantó, dejándola tirada bocabajo, y, empalmado, se acercó a la negrita para que, con su boca, rematara la faena.
Y esto hizo ella, muy solicita, se puso de rodillas ante su amo negro y, cogiendo con las dos manos la gigantesca verga, empezó a acariciarla, más bien a tirar de ella, arriba y abajo, arriba y abajo, cada vez con más fuerza, como si estuviera en un gimnasio ejercitándose con una polea, como si estuviera sacando un pesado cubo de un pozo.
La cara que ponía Elsa, esforzándose y sudando, era casi la misma que la de su amo y señor, que también se esforzaba por correrse, pero el gigante de ébano que, hacía pocos minutos lo había logrado, ahora no lo conseguía, y, hastiado, sujetó las manos a la negrita para que lo dejara, para que dejara de masturbarlo.
Una vez liberada su polla se dio la vuelta, entrando muy serio en el interior del yate. ¡Hasta Hércules tenía límites!
Una mirada de inteligencia se cruzó entre Elsa y Pablo, pero que ni Winston ni Marga captaron al estar de espaldas a ellos.
Tumbada bocabajo la joven se quedó quieta, queriendo recuperarse del pollazo que la acababan de meter. Y fue Elsa la que, con un bote de crema en la mano, se sentó al lado de ella y la unto la entrepierna con la pomada.
- Tranquila, niña, ya te acostumbraras a que te follen y sodomicen pollas tan grandes que ni te imaginas.
Marga se disculpó en un susurro:
- Es que la tiene tan grande, … tan grande y tan dura.
La negrita no solamente esparcía con sus expertos dedos la crema por fuera del dilatado coño, sino incluso entre los labios vaginales y dentro de la entrada a la vagina, entonando cada vez más a Marga.
- Túmbate bocarriba para que te alivie mejor.
Y eso hizo la joven, obediente se puso bocarriba sobre la colchoneta, completamente abierta de piernas, despatarrada y con su coño abierto de par en par, ante la mirada lujuriosa tanto de Pablo que ahora bebía tranquilamente un coctel como de un empleado negro que la observaba desde el piso superior del yate. Pero Marga con los ojos cerrados no se dio ni cuenta, disfrutando del estimulante masaje que la estaba dando la negrita.
La respiración de la joven se fue avivando cada vez más y su carnosa lengua sonrosada acariciaba sus voluptuosos labios mojados
A punto estaba la joven de correrse cuando Elsa se detuvo, retirando sus manos del coño de la joven, que gimió en voz baja como si fuera una gatita en celo:
- ¡Ay, no, por favor, no! ¡Continúa, por favor, acábalo, no me dejes así!
Pero fue Pablo el que la respondió, señalando con su mano hacia el empleado negro del piso superior.
- Sube tú y acabalo.
Entornando los ojos, observó al negro pero no se movió, siguió tumbada bocarriba despatarrada y con el coño abierto de par en par, hasta que Pablo insistió:
- Venga, sube y acabalo.
Marga, sin saber si lo tomaba por una orden o por una provocación, se incorporó despacio y, sin decir una sola palabra, caminó lentamente por la borda hasta la escalera que conducía al piso superior. Se sentía observada, especialmente su culo, y por eso, al subir peldaño a peldaño por las escaleras, no dejó de balancearlo a uno y otro lado, lenta y rítmicamente, como invitando a seguirlo y eso hicieron los ojos tanto de Elsa como de Pablo.
Cuando llegó arriba se acercó lentamente al marinero, como si fuera una modelo en una pasarela, y éste, mirándola fijamente, la dejó acercarse, que le diera un suave beso en los labios, le bajara la bragueta del pantalón, y le sacara la verga dura e inhiesta.
Acariciándole el miembro, se volvió Marga hacia Pablo y le miró fijamente, retadora, como queriendo provocarle celos, celos de ser follada por otro, hasta que el negro la empujó bruscamente sobre la barandilla, haciendo que la joven se apoyara con las dos manos en ella y la hizo inclinarse hacia delante.
Separándola las piernas, se colocó entre ellas y, tanteando con su cipote, la penetró por el coño, haciendo que la joven diera un respingo.
Sujetándola por las caderas el marinero empezó a follársela y Marga, bajando su mirada, la fijó en Pablo, provocadora, y éste la devolvió la mirada, sonriendo irónico, y la aguantó la mirada. Se la aguantaron los dos sin pestañear mientras el negro se follaba a la joven.
Los movimientos del marinero eran cada vez más enérgicos, más potentes, zarandeando a Marga hasta que en pocos segundos se corrió dentro de ella, y, desmontándola, se alejó, dejándola sola, sola y follada.
Aun así Marga y pablo se sostuvieron la mirada, ella seria y retadora, él sonriendo sarcásticamente.
El hielo lo rompió Elsa, que había observado todo, y propuso con voz alegre:
- ¡Al agua todos!
Y, acercándose a la borda, se tiró de cabeza al agua, seguido en un par de segundos por Pablo.
Sin que el hombre la viera, la joven se relajó y, colocando su cabeza sobre la barandilla, entre sus brazos, pensó avergonzada:
- ¡Dios mío! ¿Cómo he podido caer tan bajo?
Pero ese pensamiento enseguida se diluyó y, bajando a la carrera las escaleras, también Marga se tiró al agua, pero ella no de cabeza, sino de pies.
Ya dentro del mar, nadó a braza hasta acercarse, no a Pablo, sino a Elsa, y, colocándose bocarriba sobre el agua, se dejó mecer, cerrando los ojos y disfrutando del momento, de la frescura del líquido, de la sensación de dulce ingravidez.
No se sabe cuánto tiempo pasó, quizá horas, y, aunque escuchaba a veces algún movimiento del fluido, la joven se dejó llevar en un estado de semi somnolencia, de estar como en el limbo.
Cuando por fin quiso volver a la realidad, abrió poco a poco los ojos, y, recorriendo con su mirada la superficie, se giró, observando la playa a casi cien metros de distancia, y, en su recorrido de trescientos sesenta grados, ¡no encontró el yate! ¡se había ido, la habían dejado, abandonado!
- ¡No, no, era posible!
Pensó Marga buscando con su mirada no ya el yate que evidentemente no estaba, sino a Pablo o a Elsa, pero no, no los encontraba, no estaban, se habían ido, pero … ¿cómo? La habían dejado así, completamente desnuda, tirada en una enorme playa desierta, sin nadie, sin ninguna persona alrededor.
Y ahora, ¿qué haría?