Recibiendo mi merecido (3) Ex presidiario maduro

Él quería reinsertarse en la sociedad y hacer lo mismo conmigo, insertándome una y otra vez sin compasión, tras no haber catado mujer en mucho tiempo

Estaba en mi habitación a oscuras, con la espalda apoyada en el cabezal. Un hilo de saliva colgaba de la comisura de mi boca y saqué la lengua para capturarla. Saboreé su tibieza espesa, quizá no fuera saliva sino restos de mi regalo de Navidad. Mis piernas se abrían en un ángulo obsceno y, en el vértice de ese ángulo, un delicioso hormigueo daba fe de la sabrosa follada de la que había gozado.

Llevé mi mano a la zona escocida y la hundí entre los labios pegajosos de la vulva que se cedió como manteca. Yo estaba vencida como ella, pero aún me regaló con una pequeña descarga de gusto, secuela de ese placer intenso. Ese había sido mi regalo: El semen de un hombre que durante veinte años no había catado hembra. O eso me dijo.

Todo había empezado un mes antes. Mi padre vociferaba al teléfono y, cuando lo hacía, no precisaba de esa tecnología, pues lo hubiese escuchado igual con la ventana abierta aun viviendo a 60 km:

-¡Pensaba que en la facultad mejorarías de actitud, pero sigues igual de vaga. Ponte las pilas o te cierro el grifo. Se acercan las vacaciones de Navidad y ya puedes ir buscándote un trabajo en tu tiempo libre si quieres venir a casa a comer turrones!!! ¡ME HAS ENTENDIDO???

-Papá, estamos en crisis y no hay trabajo -contesté como si mi padre recién despertara de un coma interminable y yo lo pusiera al día.

-No voy a discutir contigo, Julia. Pero el próximo trimestre volverás a casa a diario y pasarás cuatro horas en el tren para ir y volver de clase. Quizá así te cunda el estudio. Tu sabrás.

Temblé. Me encanta que los maduros me hagan temblar, pero entre ellos no incluyo a mi padre o eso estaría en filial.

Suspiré resignada, bajé al bar, puse el periódico junto a mi café con magdalenas y busqué las páginas de ofertas laborales. Me bastaría con un contrato basura de un mes para sortear su enfado. Los anuncios pronto sucumbieron al rotulador grueso color fresa, que ponía cerco a los más selectos trabajos, las perlas del sector servicios con su amplio abanico de ofertas: sanadora, furcia, mamporrera, tiradora de cartas, churrera, masajista, telemarketera, etc., trabajos más cercanos a la economía de subsistencia que a la productiva.

El trazo rosa avanzaba como el tsunami de Fukushima hasta que un pequeño y acogedor islote se salvó de la marea. ¿Cómo me había pasado por alto esa joya?:

SE PRECISA CHICA ENTRE 18 A 24 AÑOS

-------PARA TRABAJO TEMPORAL-------

...y un teléfono con el prefijo 902, adjunto.

Era impreciso, escueto y se ajustaba a cualquier perfil, exceptuando la edad. Era perfecto. Debía ser cutre a morir. No requería buena presencia ni currículum, ni disponibilidad japonesa. Sería tan espantoso que a los dos días sufriría una embolia por estrés y conseguiría una paga de por vida; corta, pero plácida vida entre pañales.

Me citaron tras tenerme en línea media hora y agotarme el saldo de la tarjeta. Al día siguiente, me lavé los dientes hasta sangrar y pasé hilo dental a conciencia por si era enviada al mercado de esclavas. Me arreglé tal y como no recomiendan los manuales, y acudí a la cita con una falda hasta la ingle; una camiseta que dejaba el piercing del ombligo y el tatuaje de la rabadilla al aire; unos pendientes grandes como tapacubos a juego con el collar; y me apliqué en la cara todos lo colores de gama fría que tenía en la polvera y que no usaba ni en Carnaval. Apreté labios y pestañas reconociendo a Morticia en el espejo y salí a la calle convencida de que no me lo darían.

Como siempre, la ley de Murphy intervino y me lo dieron. Y allí estaba, en una nave industrial en las afueras, empaquetando juguetes para mandarlos a los puntos de venta y gozando del castigo primigenio: el de trabajar con el sudor de mi frente.

Cuando ya sabía que las muñecas Soraya cagonas esperaban su adopción en el pasillo 143, sección D, vino a verme, Federico, que aún no tengo claro quien era, si jefe de ventas, logística, personal o lo que fuera. Total, para un mes que iba a estar en esa empresa...

-Sofía -dijo a mi compañera-, acaba tú su trabajo que yo tengo que hablar con Julia y, haciendo un ademán, me indicó que lo siguiera.

Hice a Sofía un solidario gesto de resignación que ella contempló indiferente para que ninguna emoción negativa interfiriera con su apasionante labor de etiquetado, y seguí a Federico a su despacho. Estaba algo inquieta como es normal, y cualquiera de vosotros/as pensaría lo mismo que yo: que me pondrían de patitas en la calle y que me vería obligada a buscar trabajo otra vez con el riesgo de encontrarlo.

Federico parecía el clásico trepa capullo que jamás conseguiría ascender dos palmos por más culos que lamiera, el individuo perfecto para ser usado por los altos cargos, destinándolo a las más aberrantes tareas.

Pasa -dijo sin sostenerme la puerta que casi me dio en las narices, dejando bien claro que yo estaba cuatro puntos y medio por debajo de él en el organigrama de la empresa.

Se sentó con empaque, me miro de soslayo y ojeó unos papeles que, supuse, era mi ficha de currante

-Bellas Artes -afirmó.

-Sí, señor. Primero.

-Bueno. Aquí tenemos a una creativa artista que nos irá como anillo al dedo -prosiguió mientras hacia un pliego con los papeles y los golpeaba con el canto de la mesa para dejarlos alineados y ponerlos en carpeta.

Le sonreí cooperadora.

-Mira, Julia -prosiguió metiendo la directa como los hombres que simulan estar muy ocupados sin estarlo-, iniciamos la temporada de Navidad y nuestra empresa no puede prescindir de ese elemento comercial -casi religioso- que supone Papa Noel. Nuestro departamento se encarga de seleccionar a los aspirantes que luego distribuimos a los puntos de venta, donde ejercerán uno de los trabajos más hermosos jamás concebido: no dejar ningún corazón infantil sin esperanza.

-Y yo que creía que sólo tenían que gritar «wow jojojojojooooo», hasta el agotamiento -interrumpí de forma poco afortunada.

-Te parecerá una tarea fácil, Julia, pues no lo creas, no lo es en absoluto -prosiguió con el mismo énfasis relamido-. Nos nutrimos de individuos en paro, faranduleros fracasados, ex presidiarios en proceso de reinserción, alcohólicos, toxicómanos, algunos redimidos y otros, no. Lo que más miedo nos da son los pederastas encubiertos que buscan ese trabajo para solazarse. Antes los detectábamos con nuestros propios hijos que ofrecíamos a la empresa por nuestra cuenta y riesgo, pero hubo denuncias al Defensor del Menor que consideraron el procedimiento poco ortodoxo.

-Lo comprendo -dije asintiendo y pensando que, si un superior se lo pedía, ese hombre era capaz de hacer picadillo con su madre y ofrecerla en hamburguesas.

-Aquí llegan cribados por terapeutas de otras instituciones, pero no nos parece suficiente -prosiguió-. Nuestro lema es: NI ERECTOS, NI INCONTINENTES, una estrecha franja de edad con cuyo margen debemos jugar.

-Entiendo. ¿Y cual sería mi papel, entonces? -pregunté intrigada sin verme en el de Papá Noel

-Julia, Julia, Julia... -suspiró condescendiente- creí que eras más lista.

Y entonces giró la pantalla del ordenador hacia mí para que viera la imagen de una mocosa sentada en las piernas del vejete inmortal, abrazada a su barriga. Llevaba una faldita escolar de cuadros muy corta, camisa blanca y calcetines del mismo color con mocasines negros. Dos graciosas coletas atrapaban su pelo, rematadas con dos lazos de colores.

-La máquina de la verdad -dijo sonriendo de oreja a oreja, como si acabara de inventar el pan de molde

Quedé pasmada, sin saber si reír o chillar de horror. Era un fotomontaje y bajo esas trenzas estaba mi cara, sacada de la foto de carnet que les había entregado. Patético.

-Pero si esa soy yo... -gemí.

-Tú serás la prueba del algodón.

-Perdone -repliqué-, pero tengo dieciocho años cumplidos..., me está diciendo qué...

-Exacto -me cortó-. Tienes dieciocho años y cara aniñada, no mides más de 1,63...

-1,65 -puntualicé-. Con tacones ni le cuento.

-Lo que tu digas, pero aquí no llevarás tacones.

-Visto de esa manera... -contesté escéptica, pensando que a los diez años las niñas ya habían superado la etapa de creer en esos mitos y sus mamás las llevaban a la disco por las tardes, donde sorber caipiriñas sin alcohol y hacer manitas con raperos de trece.

-Así me gusta, ver al personal positivo -dijo con expresión de gurú sectario.

-¿Y cual sería mi función, entonces? -pregunté resignada.

-Pues la que ya habrás podido adivinar: subirte a su regazo, mostrarte melosa, confundirlo con Gaspar y preguntarle por los camellos en lugar de los renos. Lo que se te ocurra que una niña de esa edad pueda hacer. El año pasado, una estudiante de arte dramático bordó el papel. De ciento veinte, sólo quince superaron la prueba

Aquello era un reto. Quizá la "dramática" tuviera más tablas que yo, pero a intuitiva no me ganaba nadie.

-De acuerdo -dije para disipar cualquier duda sobre mi competencia. Cualquier cosa antes que seguir pegando etiquetas.

Federico respiró satisfecho y descolgó el teléfono para conectar con las altas esferas y contarles sus fantásticos avances y sus geniales propuestas.


Suculentos maduros esperaban ser llamados para la prueba, sentados en hileras de sillas adosadas parecidas a las que se encuentran en urgencias. Ya había desestimado unos cuantos por sobones, otros tantos por erectos y un buen lote por infractores dobles.

Clara, una recepcionista de la empresa, los sentaba en el trono dorado clásico y después se retiraba. Yo, metida en el papel, salía chupando con fruición un caramelo de palo de conocida marca, con mucho ruido de babas, lengüetazos, chupetones y contorneándome, zalamera. Canturreaba una canción picantona más vieja que el hilo negro para que entraran en añoranza de sus tiempos folladores. Ellos parecían desconcertados, atrapados en ese pastiche morboso, en esa performance horrenda.

«Los hombres somos visuales por naturaleza y nos saltamos rápido cualquier pensamiento que nos pueda llevar a la duda, y vemos pronto a esa niña, no porque la veamos realmente, sino porque la queremos ver así de infantil y pizpireta». Eso es lo que me había dicho el gilipollas de Federico, cuando me entregó el disfraz. Quizá tuviera razón y no fuera tan gilipollas.

-¿Y el próximo? -pregunté a Clara, la recepcionista .

-Carlos F., caucásico, 61 años, 1,77 cm de estatura, 80 kilos de peso. Complexión robusta y acaba de salir de prisión tras veinte años de encierro sin ninguna prebenda, dada su peligrosidad. Ni siquiera disfrutó del vis a vis.

-Qué horror -gemí impresionada-. ¿Y por qué causa cumplía en ese antro?

-No deberíamos saberlo, pero no sé como lo hace esa rata de Federico que no deja cabos sueltos. Robo a mano armada, tráfico de drogas, proxenetismo, asesinato a sueldo, y un largo etcétera que no me da tiempo a enumerar. Estuvo imputado por violación sistemática. El testimonio de las presuntas víctimas no fue aceptado a trámite porque no pudo probarse que hubiesen sido forzadas; es más, algunas de ellas se corrieron voluptuosamente mientras relataban la presunta agresión. Se archivó como un caso de acusación falsa colectiva con un claro componente de celos y autosugestión patológica.

-Vaya, que en lugar de ver a la Virgen de Lourdes aparecer, veían al machote de marras a punto de follárselas. Mira que te digo, Clara: ese no pasa la prueba como que me llamo Julia. Ya puedes hacerle pasar -dije segura de mi misma, mientras relamía el caramelo, me atusaba las trenzas y me retiraba al cuarto anexo.

Al rato; entré y allí estaba. Reposado y en su trono, haciendo honor a la ficha de Clara y con expresión estupefacta, reacción normal al verme. Me contorneé y me levanté la faldita con descaro, chupé y rechupeteé con gusto y me acerqué a sus rodillas. Me senté sobre ellas mientras cantaba la canción y, cuando acabé con ella, empecé con las preguntas estúpidas mirándole a los ojos con forzada inocencia.

Él me sostenía la mirada, con unos ojos verde intenso de niño que parecían implantados por algún método quirúrgico en su cara de perro viejo; raleaba, pero sus cuatro pelos blancos bien peinados lucían con arrogancia y tenía un nosequé en su expresión que seducía a la vez que intimidaba.

Me sentí más avergonzada que nunca en mi papel, pero sostuve su pulso, refrotando mis nalgas para que despertara su entrepierna, le acaricié la nuca y juqueteé con su cuerpo e hice cosas que no haría jamás una niña, porque desquiciarlo ya era un reto. Él se mantenía imperturbable y se resistía a caer en la trampa hasta que me dijo con sonrisa burlona:

-¿Cuando acabará esa parodia?

-Cuando yo quiera darla por acabada, Carlos -dije sin darme cuenta de que ya me había sacado de mi papel de niña y había contestado como una mujer derecha.

-¿Crees que me la vas a levantar sin más por haber estado veinte años en la cárcel, o crees de verdad que ese numerito sirve para detectar pederastas? Será idea de algún gilipollas que está tras esos paneles haciéndose una paja a nuestra costa...

Me había cortado el rollo y yo me había alejado de él, confundida, sin tener claro en que emplear mis pensamientos ni cómo articular palabra...

-¿Te has visto...?, jajajajajajajajjja... Patética... Nunca se la levantarás a un pederasta, lo harás con un pobre desgraciado que lleva años sin meter; con un chaval primerizo o con un senil encoñado. Podría decir cuando menstruaste, que día te te la metieron por última vez y cuando te hiciste la última paja, con sólo olerte. Si me la levantaras, sería por ver en ti a esa mujer, no por esa ridícula parafernalia de niña; pero sé controlarme, he aprendido. No todos los hombres somos perros salidos ni todos los pederastas son estúpidos. A saber los que se os habrán colado con esos métodos absurdos.

»¿Puedo irme ya, criatura? -prosiguió tras bajarse del trono resolutivamente- o tengo que follarme, vestido de marinerito, a ese imbécil que te manda disfrazarte de mamarracha?

-Espere aquí un momento, por favor -contesté, fuera de mí y con los ojos brillantes de lágrimas, intentando recobrar mi precaria credibilidad.

Entré en el cuarto anexo dando un violento portazo como si así pudiera reforzar mi autoridad, pero sólo conseguí oír sus risotadas. Apoyé mi espalda en la puerta, respirando agitada y llorosa. Tenía razón el viejo, me había puesto en mi sitio y, a la vez que me sentía frustrada, me gustaban sus formas directas hasta el punto de que estaba empapada.

Tenía que hacer algo, chillar, patalear, golpearle o quizás, desahogarme con algún otro método menos ruidoso. Puse mi mano bajo la falda infantil, bajé mis braguitas estampadas con platanitos y cerezas y sentí un gusto eléctrico que me recorrió toda cuando la hundí en la raja. Empecé a darme en el botoncito, el interruptor del gusto con movimientos circulares, puse a trabajar mis deditos. A mí no me engañaba. Lo había puesto a mil... Era un viejo zorro cabrón y yo clamaba venganza; y mi coño, guerra.

Desabroché mi blusa de niña y me bajé la faja que usaba para disimular mis ubres que salieron desbordadas, los pezones como estacas. Si no quería niña tendría mujer, pero en su momento. Me faltaban manos para sobarme y exprimir mis flujos..., por favor..., qué caliente estaba... Alcé un poco las nalgas y, sin querer, me topé con el pomo de la puerta; era esférico y, contra él, apreté la raja de mi culo..., así..., así..., así...

Para sentirme más cómoda, me subí sobre unos listines telefónicos que amontoné y arrimé a la madera. Subía, bajaba y acariciaba mi ano con él pomo... Su frío metálico pronto se caldeó e imaginé que era el prepucio del viejo, si hasta la cerradura simulaba el hoyito de la leche, mmmm... me gustaba... Hice un cuenco con la mano y escupí un poco de saliva para untarla en el artilugio. Tiré de mis nalgas por los lados para que mi ojete emergiera...y aaaaaayyy... qué gusto... Esa gruesa bolota insertada y refrotada en mi orto y yo gozándola con movimientos circulares... Así..., así..., mientras yo me remataba con deditos en mi clítioris... Boqueaba..., qué gustazo... Iba a correrme toda...

Nada es lo que parece en este mundo. No me follaba la puerta, me lo follaba a él o eso fantaseaba yo -lo habréis notado- y gemí lo suficiente para que oyera mi orgasmo solitario. Poco a poco, recuperé el resuello y me acerqué a la fotocopiadora que había en un rincón. Levanté la tapa y senté mi culo sobre el cristal. Le dí al botón y un fogonazo caliente barrió la carne desnuda de nalga a nalga.

Me bajé de la impresora y contemplé la obra: Si los museos tuvieran más de esas, habría más afluencia. Ya tenía un título para ella: "Vulva y ano, jugositos, enmarcados por dos nalgas exquisitas" . No era nada original pero si muy descriptivo. Puede que presentara otro parecido en clase y guardara otro para la tesis doctoral. Le di la vuelta a la hoja y escribí con trazos grandes y gruesos:

Estimado Papá Noel, ha pasado la prueba con buena nota y ha mostrado un autocontrol excelente. Hace años que no mandaba una petición a su persona. Tome el reverso como tal, ahí le expongo mis deseos y pido mi regalo de forma gráfica. No adjunto ni adjunté jamás punto de entrega y siempre me llegaron los obsequios sin ninguna dilación, espero que siga usted igual de hábil. Toda suya, "la niña zorrona y mamarracha"

Lo doblé con rabia en cuatro partes y lo metí en un sobre. Pasé el borde de goma por mi vulva para humedecerlo y dejar ahí mi olor a hembra, pero el filo del papel me cortó y di un respingo. Una gota de sangre fluyó con su color hematíe entre mis pliegues, advirtiéndome como un semáforo en rojo; estaba cruzando un límite peligroso y tuve unos momentos de duda; pero era traviesamente joven y estaba despechada. Cerré el sobre antes de que secara.


No podía dormir. Estaba en la cama dando vueltas, ansiosa. Mis compañeras de piso habían vuelto a sus casas, y yo seguía con mi trabajo en el almacén. Según Clara, habían mandado a Carlos F. a un punto de venta del centro. Me sentía ridícula y arrepentida. Había entregado esa nota retadora y obscena a un psicópata. ¿Estaba loca? ¿No tenía bastante con que se riera de mí en esa prueba tan patética? Me desnudé completamente para destilar unos fluidos si quería pillar el sueño...

El perro del vecino ladró con desespero, aulló y oí a su dueño acallarlo. «También ellos tienen pesadillas», pensé, pero descubrí con horror que no era esa la causa de su inquietud cuando sentí el aire desplazarse, el levantar de la colcha y la mano en mi boca ahogando el grito que pugnaba por salir. El corazón se desbocó y su galope martilleó en mi oído. Sentí su aliento caliente junto a esa palabras:

-Tranquila, "niña zorrona", soy tu regalo sin acuso de recibo... No te pongas nerviosa, relájate, no te vaya a dar un jamacuco y tengamos que llamar al pediatra... ssssssss..., que si a alguien tiene que darle el soponcio es al viejo, y ese soy yo...

Pateé, llevada por el pánico mientras le oía resoplar por el esfuerzo en mi nuca. Reconocí a Carlos F. en su voz... ¿Quién iba a ser?

-Mmmmm... mmmmm... mmmmm... -eran gemidos primitivos que traducidos a códigos modernos significan: «suéltame... cabrón... no puedo respirar»

Ese cepo de carne no aflojaba. Estaba desnudo y pegado a mí, fundiéndome con su abrazo y no iba a soltarme hasta que le diera garantías de que no le culearía los huevos con la rabadilla. Lentamente, acompasamos nuestros fuelles en una respiración única, y su abrazo aflojó, convirtiéndose en una caricia que extendió a todo mi cuerpo...

El perro gruñía de nuevo. Era un gruñido extraño..., entre animal y mecánico..., como de aparato estridente. ¿Era el interfono... ?: Lo era. Qué extraño sueño y qué horas de llamar. Alguien que perdió su llave. Pegué un bote, salté de la cama y me puse lo primero que encontré a mano, una bata...

-¿Quién es? -pregunté.

-Papá Noel con tu regalo

Mi corazón dio un brinco, se me secó la boca de golpe y quedé paralizada... ¿Qué iba a hacer? Me ponía húmeda con sólo oír su voz. Cerré los ojos, le di al botón y oí la puerta abrirse. También oí un «gracias», junto a un ruido de pisadas perdiéndose en el vestíbulo. La bata era cortísima, transparente y no me daba tiempo a cambiarme, o ¿quizá fuera una excusa y en el fondo no quería? La puerta del ascensor, unos pasos y, seguidamente, el timbre. Tragué aire y abrí la puerta. Un ramo de rosas rojo terciopelo, su cabeza rala asomando por arriba y los ojos verde frío escrutando entre los tallos como los de un depredador entre la fronda. Entonces supe que era su presa y que no podría resistirme.

-Hola "niña zorrona" -dijo como en el extraño sueño que había tenido, mientras me ofrecía el ramo.

Iba muy guapo, con un traje apurado de color marrón oscuro que valía menos que las flores, quizá ahí radicaba su encanto. Olía a una loción de afeitar de esas antiguas hechas con extractos de gónada de buey almizclero.

-Gracias, son preciosas -contesté mientras le invitaba a pasar, cerraba la puerta tras él, y tomaba las rosas para llevarlas a la cocina y meterlas en un jarro con agua.

-Supe que había veinte sin contarlas. Era un día muy especial para Carlos.

-¿Cómo me has encontrado? -pegunté aún acelerada.

-Oliendo tu rastro. Recuerda lo que soy, la duda ofende... -dijo en voz baja como si hablara para sí.

-Lo siento, perdona. Lo olvidé. Psicopáta, ladrón, rompepuertas, rompeculos aunque lo que más me inquieta es ese largo etcétera que no consiguieron detallarme. ¿No es eso?

-Buena chica, pero algo contestona -dijo como si yo fuera una perra a la que tuviera que adiestrar. Me gustaba pensar eso.

-¿Sabes? -le dije mientras lo acompañaba al salón donde le ofrecí sentarse-. Estaba soñando contigo cuando llamaste...

-¿Era una pesadilla o quizá era un sueño agradable? Por lo que veo, estabas desnuda cuando lo gozabas o sufrías, quien sabe...

-Me despertabas en la noche y me tenías prisionera entre tu cuerpo y mi cama. Tu mano era una mordaza de carne -contesté mientras me arrebujaba en la bata con pudor, como si con ello pudiese cubrir mi carne excitada, mis pezones erectos y mi vulva que se hinchaba jugosa por momentos...

-¿Tenías miedo? -preguntó extendiendo la mano y rozándome los muslos con la palma.

-¿Qué vas a hacerme? -pregunté con más deseo que pavor.

-Seguir con tu sueño, si quieres.

-Me encantaría -contesté bajando la mirada con voz apagada y temblando.

Me levanté, pero no me dio tiempo a marcharme porque me alcanzó por detrás con un abrazo muy fuerte. Me puso una mano en la boca y con la otra me alzó por la entrepierna.

-Mmmmm... mmmmm... mmmm... -gemía como en mi pesadilla, pateando en el aire mientras él me llevaba a la habitación en volandas.

-¿Se está cumpliendo tu sueño? -preguntó mientras se dejaba caer sobre la cama, apretándome contra las sábanas.

-Como cuando vives ese momento que parece ya vivido en algún rincón de tu cerebro -contesté cuando retiró la mano de mi boca- ¿Qué vas a hacerme ahora? Yo ya no tengo el guión.

-Darte gusto, ¿no pedías eso en tu carta? Pero no soy Papá Noel, desengáñate... Yo también me lo daré.

-¿Vas a darme por el culo? -pregunté.

-Quita. Ya tuve bastante de eso en la cárcel -dijo-. Quiero sexo básico, meter y sacar de tu coño, sentirte como hembra.

«Quiero..., quiero..., quiero... ». No pedía, exigía. Me gustaba el viejo. Sabía lo que quería.

-Como que no habrás ido de putas cada noche desde que saliste del trullo...

No contestó a eso. Me puso boca arriba, apartó la bata transparente y montó encima, rudamente. Me abrazó por la cintura y hundió su boca en la mía. Sentí su lengua rebañando mis encías y su sabor a tabaco. Tenía un punto degradante y me excitaba en extremo saber que ese hombre ya llevaba años en la cárcel cuando yo recién nacía.

Me apretaba las ubres con sus manos algo rígidas y me asestó unos buenos tirones de pezón con sus dientes. Parecía que iba a partírmelos tal era la fruición que gastaba...

-Come y hártate -gemí entre dientes, y apretando su cabeza rala contra mi piel que brillaba con sus babas.

Un rosario de dentelladas bajó hasta el ombligo y llegó hasta mi entrepierna, donde sus hábiles dedos trabajaban mis orificios, incitándolos a abrirse y a rezumar calentura. Aplicó diente y lengua para pulir la faena y sorbió los jugos con gusto, vengándose de ese desierto de hembra en el que había vivido tanto tiempo.

-Come y bebe todo..., así..., qué placer...-gemía yo, abrevando su sed de fiera. Casi que me dolía pero era un dolor gustoso que hacía abrime aún más y arquearme toda entera.

Tiraba de los labios de mi vulva y repiqueteaba en mi clítoris con la lengua. Yo enloquecía y apretaba su cabeza contra esa tumefacción pringosa, que era el centro del placer irradiado a todas mis células nerviosas.

Se desnudó muy rápido, chaqueta, corbata y camisa volaron; la camiseta de tirantes la sacó por su cabeza como la piel de un ofidio. La erección ya era más que evidente y se desabrochó el cinturón -qué morbo- y bajó los pantalones hasta los tobillos y, después, los calzoncillos blancos esos antiguos de perro viejo que tanto me ponen. El vergajo cimbreó a media asta, un cuarto de libra de carne venosa rematada por un prepucio malva que reclamaba un coño de inmediato. En la trastienda, sus cojones hinchando el escroto, uno cabalgando en el otro. Por lo demás estaba rico y fibrado bajo su vello canoso.

Empecé a gemir de puro desespero:

-Fóllame, por favor..., fóllame..., fóllame... Quiero tu polla dentro de mí y hasta el fondo... ooooohhh... sííííí... sííííííííí... Párteme de una puñetera vez...

Le puse rabioso -eso es lo que yo pretendía- porque se arrastró por mi cuerpo frotándome su pecho velludo y yo me ericé entera con nuevas oleadas de gusto. Vi de nuevo esos ojos verdes de niño fríos e intensos como el hielo a un palmo de los míos. Apretó fuerte la mandíbula con un rictus y me la metió de golpe y hasta el fondo...

Aaaaaaaaahhhhhh... aaaaaaaaahhhhhhh... aaaaaaaaaahhhhhh... sííííiíííiíííiííííiíííííííííííí... -gemí, sollocé, yo que sé lo que hice en mi desesperación viciosa.

-¿Querías eso, puta? -me espetó en la cara mientras yo pateaba en el aire y boqueaba sofocada por la dicha- ese era el regalo que pedías o ¿quieres más? Seguro que sí, "niña zorra"

Y sin esperar respuesta, la sacó y metió de nuevo para darme el mismo trance.

Follaba con cadencia lenta y estudiada. Cada vergada era como un surco en un campo sin arar, una abrasión gustosa en mis mucosas jóvenes, y yo me estremecía de placer sintiendo despertar esos puntos de gozo. Su vigor en mi carne abierta me mantenía en esa intensa calentura y, cada vez que la retiraba, el eco del placer rebotaba en ese vacío con una vibración excitante.

-He anhelado ese momento cada día de mi encierro..., pero no esperaba consumar en carne tan joven y tierna... -dijo entrecortadamente sin dejar de joderme y sin reclamar descanso.

Sus cojones en mi vulva me reactivaban el gusto en cada hincada violenta y, cuando los retiraba, yo los buscaba con desespero con mis manos temblorosas, con la angustia de pensar que quizás no volvieran por mis partes.

Pareció entender la razón de mi ansiedad y me folló un buen rato sin sacarla para que yo gozara hasta el límite de la gustosa presión de sus huevos en mi coño. La removía, como un mazo majando en un mortero con movimientos circulares, bómbeandome flujos sin pausa y sin parar de decir:

-Cómo gozo de esa hembra... sííííí..., síííííiíí..., sííííííííiíííí... Veinte años sin meterla entre membrana jugosa... Te vas a enterar de lo que un cabrón viejo machote puede darte...

La follada ya era puro chapoteo rezumante y yo apenas podía sostenerle la mirada, porque quedaba en blanco de placer; pero, en mis momentos de consciencia, me gustaba ver esa expresión resolutiva que parecía decir: «de aquí no te escapas, puta, hasta que te llene toda» mientras descolgaba sobre mí un largo y denso hilo de baba...

Hasta que entró a rematar la faena y estiró los brazos para aferrarse a los barrotes de la cama mientras embestía rudamente sin concesiones a mi gozo mientras decía:

-Eso va por esas putas que dijeron habérmelas follado sin ser cierto... ¡Tomaaaaa...!

-Aaaaaayyyyyyyy sííííííí... -gemí yo dando por bien recibido en mí lo que merecieran esas zorras

-Eso por las que me follé y me acusaron de haberlas violado, por placer mal entendido o por celos... ¡Toma de nuevo...! -dijo mientras embestía con furor renovado partiéndome el coño en seis partes...

-Aaaaaaayyyyyy qué malas fueron... -aullé aplaudiendo ese castigo con una buena ristra de sollozos placenteros.

-Eso va por esa furcia que, cuando estaba en esa cárcel urbana, nos calentaba desde su apartamento, frotándose las tetas y el culo contra el cristal de la ventana... ¡Ahí va, calientapollas...!

-Aaaaaayyyyy que rico se lo debía pasar cuando salíais liberados y le ajustabais las cuentas... síííííííííííííí...

-Eso va por mi compañero de celda, el Emilio, que olía a coño cuando volvía del vis a vis con su mujer y no me lo follé de milagro... ¡Hasta el fondo, perra zorra...!

-Agggghhhhh qué gusto y lo que se perdió esa mujer por no hacérselo contigo y lo que se perdió el Emilio por no darte buen consuelo...

-Eso por María, la enfermera que me atendió cuando me ingresaron tras una refriega con "El Rata", con esas tetas que le alzaban la bata como una tienda de campaña y que, cuando se acercaba a mí, yo competía con ella levantando el palo mayor tras la sábana... ¡Toma toda dentro...!

-Aaaaayyyy que penaaaaaa... -suspiré, no haber sido yo María para bombearte bien bombeado.

-Y eso va para la zorra del calendario del 92, desplegable y con una ubre en cada página, y el pliegue del papel que bajaba entre los bultos y le hacía la raya a la pelusa del coño, que de tanto frotarle la polla se desgastó y la rompí, perdiendo su virginidad fotográfica... sííííííííííí...

-Qué envidia de esa cartulina que te recibió a diario hasta convertirse en cartón de trapero... -sollocé sintiéndome reventar de gusto.

-Y eso por el del 93, con esa negraca de buenas tetas y que se libró de la ablación, seguro, por el clítoris que gastaba...

-Aaaaaayyyy qué gusto que le debías dar aplicando lengua en su botón… sííííííí... cómo la gozooooo...

-Y eso por el del 94, con esa wikinga rubia, que de tan blanca apenas se le veía la leche que le vertía tras la paja... ¡Toda hasta el fondo...!

-Aaaaaayyyy qué rico y que pena no haber estado allí para limpiarla con la lengua...

-Y eso por el que nos mandaron en el 95, publicidad de vinos jerezanos, donde se veía a esa zorrita montada a caballo como si fuese picadora y hasta el pobre animal ponía cara de correrse de inmediato...

-Aaaaaayyyy qué gusto que puedas encontrar en mí a esas hembras -si exceptuamos al Emilio- y aliviarte de una vez por todas -gemí extrarrecalentada por tanta embestida sabrosa.

Y así siguió sin perder la cuenta repasando el calendario que no se acordaba ni de santos ni de vírgenes pero si de las portadas, hasta que pareció perder color y se le hincharon las bolsas de los ojos con un tono azul morado mientras descolgaba sobre mí un largo y denso hilo de baba, y reanudó:

-Y eso va por esa puta que me calentó con ese uniforme de escuela y esas braguitas estampadas chupando ese caramelo como si fuese polla humana... -dijo aún con resuello para hacerme vibrar las tetas y pellizcarme los pezones. ¡PARA ELLA VA TODA MI LECHE AUNQUE ME MUERA AQUÍ MISMO... !!! -aulló, recuperando color y con expresión depravada mientras se corría, una vez, otra... y otra..., llenándome con su leche hambrienta de coño hasta que su expresión cambió; aliviada de esa rabia, relajándose en la medida que me llenaba, y yo la recibía con convulsiones de gusto.

Levanté bien las piernas -puro instinto- para capturar al máximo la simiente como si quisiera preñarme de ese viejo sátiro mientras chillaba enloquecida en esa letanía casi religiosa dedicada al dios de la carne:

-¡AAAAAAYYYY QUÉ GUSTO..., AAAAAAAAYYYY QUÉ GUSTO..., AAAAAAAAYYYY QUÉ GUSTO..., AAAAAAAAYYYY QUÉ GUSTOOOOOOOOOOOOOOOOOO...!!!

Nos apagamos como velas, golpeados por el trance, y nos dimos la espalda buscando el sosiego propio. Al rato, oí el chasquido del mechero, una chupada larga y el denso olor a tabaco.

-¿Qué te metes? -pregunté

-¿Meterme? ¿Para qué? Si sólo te eché un polvo de nada. Un pitillo de vez en cuando y un vaso de vino tinto por lo del ollejo cardiosaludable. Descafeinado tras las comidas. Las jóvenes os creéis que a los sesenta estamos seniles y ya no valemos para nada.

-¿Ni Viagra? No me vengas con faroles, que ha sido un sólo polvo, pero de fibrilar para arriba.

-Doscientas flexiones al día en la celda y, a falta de coño, meterla en orto prieto y a diario a ser posible; o una paja, que eso si es musculación de la buena. Vida activa, al fin y al cabo. ¿Quieres? -dijo pasándome el cigarrillo.

-No, gracias.

-Toma, es verdad. Sólo tienes diez años... -dijo sarcástico- Y esas braguitas con plátanos y cerezas que llevabas..., ¿no las habrás perdido, verdad?

-Viejo pervertido... Sabía que, en el fondo, el numerito te gustaba. Tranquilo, que te las daré usadas.

-Mmmmmmmmmmmmm... sííííííííííííí... -gimió poniendo los ojos en blanco, parodiando mis orgasmos.

Nos reímos. Puse mi cabeza sobre su pecho acolchado de rizos blancos y sobre esa piel de un moreno delicioso conseguido en el patio de la cárcel. Estaba nervudo y me creí lo de las flexiones. Le pellizqué un pezón y luego se lo mordí, sin queja por su parte. Le acaricié los huevos y la polla, flácida y húmeda por la pringada. No pude resistirme llevármela a la boca y, poco a poco, me mostró de nuevo su cara peligrosa. Tenía buenas medidas, ese hombre que, por edad, podía haber sido mi abuelo; quizá por eso me excitaba.