Rebelde

En la estancia no había sábanas, ni ropa con la que poder cubrirse.

REBELDE

María estaba encerrada en su celda, una diminuta y sobria estancia, cuyo entorno adivinaríamos casi monacal. En ella había una ventana alta, por donde penetraba escasamente la luz, un camastro de paja, un curioso orificio cubierto por una tapa de madera, donde vaciaba su vejiga e intestinos cuando era necesario, unas hojas de papel y un lápiz, una puerta de madera con una reja en su parte superior que se abría desde el exterior y permitía ser vista en cualquier momento del dia o de la noche, o suministrarle la modesta comida que se le proporcionaba tres veces al dia, silenciosamente.

En la estancia no había sábanas, ni ropa con la que poder cubrirse.

Ningún lamento, ella sabía que debía purgar las faltas cometidas, era el tercer dia de confinamiento, y deseaba más que nada en el mundo ser perdonada por su Amo.

Le había ofendido en lo más profundo de su ser, desconfió de Él y se le enfrentó...¿cómo pudo olvidar su Señor la fecha?.

Una lágrima furtiva se le escapaba de sus ojos, y rodaba por sus mejillas, cuando sentía la soledad en la que se encontraba, y angustiada escribía, escribía a su Señor, esperando que él leyese sus reflexiones cada día, sus poemas, exaltando la bondad, la generosidad, el amor que sentía venían de Él, y la inmensa felicidad, que la amparaba cuando estaba a su lado.

Los manuscritos los depositaba sobre la bandeja de la comida que recogía una vez terminada ésta, un hombre encapuchado, sigiloso, fantasmal.

Oyó la cerradura de nuevo, llegaba la bandeja de la cena, agua, y pan con aceite. Esta vez no había sal, en su lugar una fusta de su Dueño que sobresalía ostensiblemente del conjunto.

Supo qué significaba, sabía qué debía hacer. Su Amo deseaba que le demostrase su arrepentimiento autocastigándose.

Dejó la cena en el suelo, se dirigió a la pared fusta en mano, apoyó la otra sobre ella, y sin dilación alguna empezó a  azotarse en las nalgas, contando mentalmente cada uno de los golpes.

Cuando hubo contado veinte, cambió de mano para descargar sobre la otra la misma cantidad.

Ni su Amo la hubiese golpeado con tanta fiereza, tenía las nalgas marcadas con trazos morados, algunos de ellos sangraban ligeramente. No emitió ningún tipo de quejido, solo resonaron los zumbidos.

Se dió la vuelta mirando a la puerta, y vió al encapuchado por la rejilla, apoyó su espalda contra la pared y procedió a propinarse otros tantos sobre sus piernas y pubis, cambiando de mano convenientemente.

Los muslos enrojecidos y marcados, apenas la sostenían, le temblaban.

El ser silencioso observaba impasible.

María se armó de valor, intentando recobrar la confianza de Su Amo, y cogiendo nuevamente la fusta tras engullirse las lágrimas que pujaban fuertemente por salir de su cauce, empezó a castigarse los senos. Era lo único que no soportaba, el que le castigasen en dicha zona, pues coqueta como era y teniendo los pechos hermosos, temía lastimárselos, y perder atractivo para Su Señor.

Quince azotes recibió cada uno, a cual más fuerte, y, sudorosa, dolorida, vencida y bañada en lágrimas se desplomó sobre sus rodillas, dejando caer la fusta.

La puerta se abrió.

¡Ven!- dijo la voz - .

Era la voz de Su Dueño, Su Señor, Su Amo.

Ella arrastrándose como pudo llegó hasta Él, le agarró los pies, y se los besó largamente sin dejar de repetirle...-Mi Señor, perdóneme-, nunca más le diré como esclava suya que soy y que libremente a Usted me ofrecí: ¡¡¡-hoy no me toque-!!!.

Esa noche El Amo bañó a la esclava, y la untó con bálsamo, cenaron discretamente, aunque a María todo le parecían manjares.

Esa noche recibió las caricias más deseadas... las caricias de la persona a quien amaba, y un anillo...el anillo que el orfebre no había podido entregar a tiempo para celebrar la onomástica de su entrega como esclava.

maddy