Rebeca (Parte 1)
Rebeca despierta una parte de ella desconocida hasta ahora
Se llamaba Rebeca. Princesa, cariño, cuqui, para sus amigas. Señorita Lozano para la compañia del gas. Pero Rebeca era su nombre. Descubrí a Rebeca el primer dia de mi curso de aleman, en una esquina de la clase.
Sentada, con una falda larga y una rebequita por encima de sus hombros. Aunque vestia de modo recatado, se apreciaban en ella unas curvas que no podia disimular, y producian en mi un efecto mas erotico que el de la ropa más sugerente. Pequeña y esbelta, tenia un suave y liso pelo negro que le llegaba a media espalda, a veces recogido en una cola de caballo.
Rebeca era una chica timida, a la que no le gustaba destacar, pero tierna para sus amistades y conocidos. Inocente, parecia no tener una sola mala palabra en su vocabulario ni un mal pensamiento en su interior.
Empecé a hablar con ella, y nos hicimos conocidos, para poco despues ser amigos. Estudiabamos, reiamos, charlabamos juntos. Un dia, despues de acompañarla a su casa, le pedi si podia entrar con ella. Completamente roja, busco una excusa y me beso en la mejilla antes de entrar y decirme adios.
El fin de semana siguiente, lleve a Rebeca de paseo por el parque. Mas tranquila, me miraba con ojos vibrantes cuando se decidio por abrazarme el brazo mientras descansabamos sentados en la hierba. Y lo que pudiera parecer tierno, usual y comun en otra mujer, representaba el mundo para ella, pues no habia tocado a ningun otro hombre hasta ese momento.
Los dias pasaban. Le enviaba largos mensajes, casi como cartas, que ella leia antes de dormir, y en los que ella me respondia con pequeñas preguntas y confidencias, inocentes pero intimas, incluso cuando sabiamos que nos veriamos la mañana siguiente.
Pero siempre que la invitaba a tomarse una copa en mi casa, sucedia lo mismo. Un beso. Una caricia. Una disculpa. Luego, la acompañaba en la puerta de su apartamento y nos despediamos otra vez.
Finalmente, ella accedio. Esa noche, para mi sorpresa, pregunto, con voz temblorosa, si queria tomar algo para beber. Era un pequeño piso de soltera, decorado con muchos cuadros y alguna que otra estampa o simbolo religioso.
Me senté en su comodo sofa mientras me era ofrecida una taza de cafe. Pasaron las horas, aunque ninguno de los dos quiso mencionar lo tarde que era, y pronto ella reposaba su cabeza en mi pecho, ayudada por la intimidad de la sala, y el confort de una manta.
La mire a los ojos, y la besé. Sus labios, nerviosos e inexpertos, probaban por primera vez el sabor de la carne, o mas bien dicho, la carne probaba a ella. Se separaron nuestros labios, y al leer mi mirada, comprendio lo que iba a pasar esa noche. Lo que yo, y ella a su pesar, deseabamos.
La levante en mis brazos, suavemente, y la lleve a su dormitorio. Sentia la suavidad de su cuerpo y sus dedos apretando en mi torso. La deje en su cama, cubierta en una suave y gruesa colcha que la acogio como un nido a sus polluelos.
La bese un poco mas, trazando su cintura con mis manos. Poco a poco, Rebeca fue aceptando mi cariño, tan deseado y a su vez tan temido desde ese primer beso en la mejilla. La mire otra vez a los ojos, tan tiernos, cristalinos, incapaces de ocultar ningun sentimiento.
Luego me levante, y delante de ella, empece a desnudarme lentamente. Sus pupilas se dilataron, y los labios se abrian y entrecerraban mientras ella no podia mas que observar, temorosa de sus deseos de mujer, confinados hasta ahora en su profundo ser.
Acabé de desnudarme, y mostré delante de ella mi pene erecto. En ese momento, le vino a la mente un recuerdo que habia olvidado hace mucho tiempo.
Cuando era pequeña, veraneaba con sus padres en casa de su abuelo. Tenia el algunos caballos, y de todos ellos al que mas amaba era el gran caballo blanco con el que aprendio a montar. Fuerte, pero muy gentil, paseaba con el largas tardes. Un dia, su tio llevo a ese caballo junto a una hembra mas joven. Atónita, vio como se puso completamente erecto, y montaba a la hembra en celo con un brio y fuerza que jamás habia visto en el. No olvido, mientras hubo visitado esa finca, como su querido y docil animal se convirtio en una bestia salvaje delante de esa hembra solícita. Y, aunque lo queria igual que antes, nunca mas penso en el del mismo modo.
Rebeca no entendia porque le vino ese recuerdo a la cabeza. Pero sabia que ella no volveria a ser la misma mujer.