Rebeca
La Dominatriz se acercó a Rebeca y sin miramientos metió un dedo profundamente en el coño, Rebeca aún no estaba húmeda y se quejó profundamente por aquella invasión. Falta un buen plug en ese otro agujero querido, dijo Mamen en un tono burlón y con una media sonrisa de maldad...
Ver esos hermosos ojos verdes arder en el fuego, como una llama esbelta y poderosa que incendia a cada paso que da. Me recuerdo a mí mismo por qué estoy allí. Su suave seda dorada, que siempre me apetecía acariciar tras haber sido azotada, brillaba como ascuas.
Tenía un hermoso cabello color azabache, que caía grácilmente sobre sus hombros y se desparramaba intentando llegar hasta la base de sus nalgas, que a duras penas rozaba.
Observaba su hermoso cuerpo, pese a no estar bien torneado, ni ser un canon de belleza, a mis ojos era una verdadera hermosura. Poseía unas hermosas caderas y un respingón culo no demasiado grande. Sus hermosos pechos, eran firmes y arrogantes, con unos duros pezones que, hacía tiempo, tenía anillados.
Observe con deseo su depilado pubis, su hermosa raja prácticamente cerrada pero hermosamente abultada. Cuatro anillos adornaban sus labios vaginales y allí escondido su clítoris también estaba en cierta manera anillado. Sus manos atadas a la espalda, firmemente por las muñecas, de tal manera que no podría usarlas para desatarse aunque quisiera. Sus brazos también con firmeza atados un poco más arriba de sus codos, de manera que estos quedaban juntos. Era hermoso ver como de erectos quedaban sus pechos con estas ataduras, pues sus hermosos y cincelados hombros arqueaban su espalda.
Acaricie ensoñado sus senos, pellizcando diabólicamente cada uno de sus pezones. Ella dio un suspiro. Su mordaza, una bola roja de amplias dimensiones, poco más le dejaba hacer. Babeaba copiosamente, aquello hacia que mi erecto pene se pusiese aún más erecto si cabe.
Me aleje de ella unos pasos en busca de unas pinzas metálicas. Sonreí maliciosamente. Agarre también una pequeña capucha de látex que no tenía obertura para los ojos, aunque no taparía su boca.
Acaricie su cabello mientras lo recogía, para ir metiendo poco a poco su hermoso pelo en el interior de la capucha. Comprobé que quedaba la capucha de la manera correcta, y a su vez que ella ya no podía verme. Bese sus labios por encima de la mordaza y mientras comencé a poner la primera de las pinzas en su pezón derecho.
Deje bien firmes las pinzas y di dos pasos hacia atrás para ver cómo había quedado.
Seguía tan bella como siempre, un sudor perlado comenzaba a recorrer su dorado cuerpo. La saliva que caía como un riachuelo, recorría el seno en busca de su abultada vulva. De vez en cuando pequeñas condensaciones de saliva se quedaban en su ombligo. Me acerque a ella hasta que nuestras caras quedaron a unos pocos centímetros y le di una sonora palmada en la vulva.
Un murmullo de dolor salió desde detrás de su mordaza, yo sonreí maliciosamente de nuevo.
Hacia unos meses que conocía a Rebeca, al principio parecía una niña que nunca hubiese hecho nada, hablábamos de romances, pequeñas frivolidades, y de lo mucho que nos gustaba el cine a ambos. Habíamos salido varias veces a ver alguna que otra película. En una de esas incursiones en nuestro hobby particular ella me sorprendió, sí, se puso de rodillas en el cine, bajo mi cremallera y comenzó a realizar una felación, pero no solo eso, se mantuvo de rodillas en pose sumisa toda la película. En todo momento intente comprender aquel día por qué ella se mostró sumisa así de repente. Tal vez, pensé, era un simple juego para ella que quería experimentar; me saco del error tras acabar la película.
Allí estaba yo observando a mi sumisa, hermosa y bien adiestrada, inmovilizados sus brazos, amordazada y con dos pinzas metálicas en sus pezones.
Cogí una barra separadora y con cierta tranquilidad fui a colocársela entre sus piernas a la altura de los tobillos, separándolas para dejarla bien expuesta.
Justo cuando acababa de poner bien prieta la barra llamaron a la puerta, era una visita especial que iba a sorprender del todo a Rebeca.
Al abrir la puerta vi a la mujer que estaba esperando, se llamaba Mamen, venia vestida con un traje de látex negro largo que cubría sus piernas, con un generoso escote que dejaba entrever sus abultados pechos. Tenía un pelo de color rojo recogido en una cortísima melena. Sus tacones de fina aguja resonaron en el suelo como truenos.
Mamen era una Dominatriz que conocía de hace ya muchos años cuando yo aún no me había iniciado como dominante y ni siquiera soñaba con tener sumisas. Era ducha en el arte del látigo, de la fusta, y de los más diversos castigos que se le pueden implantar a una sumisa. Era bisexual, pero prefería dominar a mujeres, ya que entre sus virtudes estaba el buen uso del shibari, yo adoraba eso y ver como Mamen dejaba a las sumisas realmente bellas.
La Dominatriz se acercó a Rebeca y sin miramientos metió un dedo profundamente en el coño, Rebeca aún no estaba húmeda y se quejó profundamente por aquella invasión. Falta un buen plug en ese otro agujero querido, dijo Mamen en un tono burlón y con una media sonrisa de maldad. Yo sonreí para mis adentros pues sabía que adoraba tener a las sumisas totalmente penetradas tanto anal como vaginal. Fui hasta donde estaban los juguetes y rebuscando encontré un cinturón especial, el cinturón se componía de dos dildos uno grande que sería introducido por la vulva y el otro no mucho más pequeño que iría en el ano. Le entregue el cinturón a Mamen para que ella hiciera los honores.
Ahora si estaba completa Rebeca, totalmente penetrada, amordazada y sin escapatoria posible.
Nuestra visita especial fue a elegir entre la variedad de fustas que yo poseía, una vasta colección de diversos tamaños y grosores que servían para infligir infinidad de golpes diversos.
Una vez elegida la fusta se puso tras Rebeca y chasqueo durante uno o dos minutos la fusta. El sonido era tan profundo que parecía el zumbido de mil moscas.
El primer golpe me sorprendió hasta mí, fue seco, duro y sonó como el aullido de un lobo que salía de la garganta de nuestra “inocente” Rebeca. Fueron treinta golpes en las nalgas, repartidos entre ambas. Las marcas rojas tornaron el culo de Rebeca en una diana de color escarlata que brillaba.
Las deslumbrantes botas de Mamen caminaban sin parar alrededor de la sumisa, de vez en cuando escupía sobre la mordaza gran cantidad de saliva. Al cabo de un rato se acercó a mí y me pidió que trajera velas rojas o negras, sí, negras definitivamente.
Yo observaba el ritual de Mamen mientras iba encendiendo las velas, sabía que iba a suceder a continuación. Fue echando gotas por los pezones para empezar, esos pezones anillados a los que les había quitado las pinzas metálicas, se pusieron muchísimo más duros de lo que ya estaban. Más tarde dejo un camino de cera por todo el cuerpo que iba a parar a la mismísima vulva. Rebeca se retorcía intranquila.
Mamen y yo éramos amantes desde hacía aproximadamente un año, a pesar de conocernos desde hacía muchísimo más tiempo. Pero hoy todo su interés era para Rebeca, deseaba humillarla y sacarla a la calle para que todos observaran en lo que se había convertido.
Habíamos desatado a Rebeca y le habíamos quitado toda la cera ya reseca, la lavamos y la vestimos de una manera especial. Hacia unos días que había comprado un corsé de cuero rígido de color fucsia listado en color negro. El corsé le quedaba ceñido a Rebeca, los cordones estaban bien apretados. El corsé hacia a su vez de liguero, las ocho tiras que llevaba fueron puestas en las negras medias que se había calzado Rebeca.
Mamen eligió para la ocasión unas botas de caña alta que se acordonaban, apretándolas especialmente fuerte. Eran unas botas especialmente de castigo. No habíamos quitado el cinturón a Rebeca pues iba a llevarlo puesto durante el paseo.
Una no muy corta falda y una blusa blanca fueron el toque final del conjunto, la blusa quedaba dentro del corsé y la falda no llegaba a tapar las junturas del mismo. Mamen pinto de un rojo especial los labios de Rebeca. Y el toque final era un collar metálico con una argolla al que se podía añadir una cadena.
Había quedado realmente hermosa…
… continuara.