Realquilados: una historia morbosa
La necesidad de mantener mi nivel me vida me llevó a tomar una decisión que me haría vivir algo que jamás hubiese previsto en un principio.
REALQUILADOS: UNA HISTORIA MORBOSA
Que la crisis ha golpeado duro y a la cabeza es algo innegable. Descontando a cuatro hijos de P que siguen viviendo a cuerpo de rey (seguramente estafando y robando a todos los demás), el resto del planeta hemos visto como de pronto se ha ido el dinero y como el modo de vida que habíamos llevado desde hacía varias décadas tambaleaba e iba cayendo de forma inexorable, pero todo eso era ajeno a mí...hasta que un día me vi con el agua al cuello y de pronto mi nivel de vida se vio amenazado por falta de dinero. No lo podía creer. ¿Cómo podía pasarme a mí?.
Me llaman Chusa (diminutivo de María Jesusa, mi nombre de pila), y hasta que la crisis llegó, tenía un tren de vida medio-alto bastante acomodado. Un día comencé a ver como todo se desmoronaba y como las facturas que antes pagaba holgadamente se volvían una tortura. Lo que más me dolía no era la falta de dinero o el no permitirme los caprichitos que antes me daba, no...lo que más me dolía era la acuciante punzada en la nuca debido al miedo de perder mi casa, que era el sueño de mi vida. Me había costado sangre, sudor y lágrimas comprar y tener la casa que quería, y la idea de abandonarla se me hacía insoportable. Pensé que la cosa sería un pequeño bache, pero en cuanto la TV se llenó de noticias de desahucios, me puse las pilas y tomé una decisión límite (en ese momento para mí lo era) con tal de resistir el embate de esta tragedia de escala global.
Realquilados. Así de simple. Coger las habitaciones que tenía en casa, incluso el salón comedor o la sala de estar (tenía sofá-cama) si fuese preciso, y encontrar gente que estuviese dispuesta a pagar por vivir de alquiler. Dado lo exigente que siempre he sido para todo, y con el riesgo de meter gente indeseable, me volví muy selectiva, y pedí un caché de cierta envergadura para no meter en casa a gente de baja estofa o a morosos que dicen pagar y luego se convierten en parásitos. Tampoco estaba segura de que lo de alquilar habitaciones saliera bien, por lo que planeé un plan B y hasta un C, por si acaso. Una vez puesto el anuncio, recibí más llamadas de las que me esperaba, y de entre todas las solicitudes, hubo una que fue la que más me convenció: una chica, Anya.
Acababa de ser despedida del banco en donde trabajaba y había conseguido un simple puesto de camarera en un bar, de lo que subsistía. Perdida su casa, su situación y su temple me convencieron de admitirla, y ella aceptó mis condiciones (entre ellas, no admitía a gente sin empleo, y además de pagar alquiler, ayudaría con la casa). Aunque los amigos a quienes había contado mi idea me tacharon de loca según se las conté, con el tiempo se dieron cuenta de mi valentía cuando ellos también empezaron a estar con el agua al cuello. Temerosa al principio, Anya resultó un encanto de chica con la que hice migas inmediatamente. Además, éramos el complemento perfecto: Anya era rubísima, y yo morena; ella de ojos azules, y yo verdes; ella seria, yo algo más alegre; nos gustaban las mismas cosas y aunque las opiniones diferían un poco, lo cierto es que quedé de lo más encantada con Anya, tanto como para intentar un segundo realquilado.
Anya se mostró algo reservada y me hizo saber que tuviese cuidado para así no hacer de mi casa un hospicio. Encantada con su nueva residencia (mi casa no es un piso de un edificio céntrico, si no una casa de verdad, con jardincito y esas cosas), Anya me sorprendió al ser tan protectora con su nueva casa, aún siendo de alquiler, y acepté su ayuda a la hora de seleccionar nuevos inquilinos. Entre las dos revisamos los candidatos que pasaron por casa, y que fueron sometidos a una entrevista rigurosa. Por dinero que tuvieran, había cierto protocolo de conducta que debía ser respetado, y ambas sabíamos que no todos lo hacen. Finalmente, y después de revisarlo todo con lupa, elegimos a una pareja de chicos, que eran novios, para ocupar otra de las habitaciones: Ernesto y Toni.
Toni podría ser calificado con la vieja etiqueta de “locaza”, un gay de una más que evidente pluma y algo descocado, pero muy cordial, en tanto que Ernesto era el tipo de chico serio y cabal de quien no dirías a primera vista que es homosexual. Una pareja curiosa pero muy bien avenida que se adaptaron a las mil maravillas al nuevo estilo de vida que tocaban en estos tiempos tan negros. Resultó que además Toni había trabajado en una inmobiliaria y estaba puesto en temas de hogar, con lo que ganamos un experto decorador. Después de darnos un tiempo entre los cuatro para ver como nos hacíamos entre nosotros y como nos adaptábamos a los distintos ritmos de trabajo, no puedo negar que tener gente en casa (gente de confianza) me resultaba muy confortable, a diferencia de antes, ya que en casa vivía sola tras la ruptura con el que había sido mi casi marido, varios años atrás. Ignoraba lo mucho que echaba de menos la compañía de alguien con quien hablar o con quien compartir cosas.
Por último, incorporados Ernesto y Toni a nuestras vidas (Anya y yo actuábamos casi como hermanas gemelas), llegaron dos nuevas incorporaciones, que también fueron las últimas: Flori, una ex funcionaria reconvertida en empleada de hogar, y Javichu, un ex teleoperador que ahora se había reciclado en repartidor de comida a domicilio. Éstos dieron algo más de trabajo para adaptarnos, pero cuando logramos amoldarnos, fue...no sé, como si fuésemos una mini familia. Diferentes edades, diferentes posiciones sociales pero un mismo nexo común: todos estábamos con el agua al cuello, y eso nos unía ante la adversidad. Todo fue bien hasta una noche en que, molesta por las migrañas debido a unos días donde tenía problemas de sueño (por unas alergias que en algunas épocas son peores que la regla), tuve que levantarme para ir a la cocina a beber algo. Algo tan en apariencia anodino se convirtió en algo más al pasar por uno de los dormitorios.
Era el cuarto que Toni y Ernesto habían alquilado, y sabía que Toni se había ido de viaje un par de días por motivos familiares. Ernesto no había podido acompañarlo y supuse que estaría solo en su cuarto...pero me llegaban al oído el sonido como si dentro hubiese dos personas. La puerta estaba algo entornada, que no cerrada, y por una de esas malsanas y morbosas curiosidades, me dio por mirar. Al principio no sabía muy bien lo que veía, solo sé que eran dos personas en la cama. ¿Acaso habría vuelto Toni antes de tiempo?. Nada más lejos de la realidad, cuando finalmente en la semi oscuridad logré distinguir lo que pasaba. Pensé que estaba alucinando, que no podía ser verdad lo que mis ojos veían, pero lo era, vaya que si lo era.
Porqué lo que mis ojos estaban viendo, abiertos de la expectación, era a Ernesto, de rodillas a los pies de la cama...¡¡comiéndosela a Javichu!!. Me quedé petrificada en aquel sitio, pensando si era un mal sueño o algo así. ¿Javichu también era homosexual?, ¿pero es que todos los hombres de mi casa eran de la otra acera?...esa y un millón más de preguntas me asaltaban la cabeza mientras veía a Javichu y Ernesto montándoselo en plan secreto. No solo lo veía, también lo oía. Javichu, con una actitud que no le conocía, sometía a Ernesto llamándole de formas obscenas, que si él era esto o aquello, que si se había acostumbrado a ser el dominante con Toni ahora él sería dominado, bla bla bla...y yo, testigo involuntario de lo sucedido, aunque sabía que debía parar aquella locura (por Toni, más que nada, al que había llegado a apreciar mucho), no lo hice. Sencillamente, no pude.
Me costaba aceptar que eso estuviese realmente pasando. Aún con problemas en asimilar lo que veía, súbitamente Javichu cogió a Ernesto y como si de un niño pequeño se tratase lo puso boca abajo en su regazo, propinándole varios cachetes en el culo con bastante fuerza, y que sonaron quizá un poco más fuerte de lo debido (al suponer que la puerta estaría del todo cerrada, seguramente creerían que nadie lo oiría). Ernesto estaba en la palma de la mano de Javichu, era un juguete para él, algo con lo que divertirse. Mis ojos no perdían detalle de cómo, tras “reprenderle” varias veces, Javichu estalló en un arrebato de furia y puso a Ernesto de cara a la pared que estaba enfrente de la cama, con el culo en pompa y él algo arqueado, y sin dilación ni cariño apuntó con su verga reluciente debido a la previa mamada de Ernesto y se la metió hasta el fondo. ¡Virgen santísima!, ¿cómo podía tratarlo con tanta crueldad?, ¿cómo podía Ernesto ponerle los cuernos a Toni, cuando de cara al público eran la pareja más asquerosamente feliz del mundo?...¿como podía yo excitarme tanto viendo a dos gays follando?...
Estaba hipnotizada y excitada viendo aquel salvaje polvo, pero excitada como no pensé que fuese posible. No entendía porqué me excitaba tanto. Lo que quiero decir es que no era una sorpresa para mí el sexo entre hombres, no había que ser un lumbreras para entender como se hacía, intuía como se hacía a las mil maravillas, pero vamos, que jamás lo había presenciado “en vivo y en directo”. Y más que el mete saca (frenético y casi esquizofrénico) de Javichu a Ernesto, era más bien la maldad que él primero usaba para someter al segundo, la forma en que lo sometía. Sí, esa es la palabra: sometimiento. Lo que me excitaba de aquella situación era ese sometimiento de Ernesto hacia Javichu, la total confianza en sí mismo de éste a la hora de dominar a su amante, y como no, la forma en que se lo follaba. Por dios, ¿pero que pretendía Javichu, follárselo o atravesar la pared?. En mi vida había visto una penetración tan violenta, si no los conociese casi diría que lo estuviera violando.
Esa mezcla de morbo y cariño, de sensualidad y pura lascivia, fue la culpable de que mi cuerpo respondiese al estímulo (tremendo) que mis ojos recibían. ¿Cómo no iba a excitarme ante tamaña vejación?. Y no es que una fuese especialmente pervertida ni nada de eso, pero la evidente complicidad de aquellos dos y el modo en que uno pasaba por la piedra al otro me provocaron unos intensos ardores en mi entrepierna, ardores que iban subiendo de tono hasta que, en otro arrebato repentino, Javichu lanzó a Ernesto a la cama, lo puso a cuatro patas contra el cabecero y remató la faena con toda la saña de la que disponía. Temiendo ser descubierta me volví a mi cuarto dejando a los tortolitos a solas e intenté dormir, pero con todo lo que había visto era imposible, la cabeza me iba a estallar, y obligada por la calentura que llevaba a rastras usé todas mis habilidades de que disponía para masturbarme lenta y delicadamente hasta que fui presa de un orgasmo delicioso y triunfal con el que dormí como un lirón.
Los siguientes días estaba confundida, extrañada, más aún cuando Toni volvió de ver a su familia y él y Ernesto andaban comiéndose a besos o tonteando como lo más natural del mundo. Si no fuese por lo que había visto, se diría que eran una pareja como otra cualquiera, sin más, pero cada vez que los veía juntos, me asaltaba la misma duda: ¿cómo pudo Ernesto engañar a Toni de la manera en que lo hizo?. Por muchas vueltas que le daba a la cabeza, no me cabía que él pudiera engañarlo, de menos como lo hizo, dejándose encular de mala manera por Javichu. Por suerte supe disimular mi decepción sobre Ernesto, y nadie lo notó...pero mi decepción y mi rabia por el pobre Toni pronto se vio superada por la incredulidad cuando, apenas al par de semanas, de nuevo vi algo que no debería haber visto.
Y no ocurrió en casa, si no en la parte trasera de la misma, porque me parece que no había especificado que mi casa (como todas las de esa zona), tienen un jardín en la parte de atrás, con una pequeña piscina. Nada ostentoso, solo muy apañado, y donde los fines de semana hacíamos alguna barbacoa entre nosotros, intentando hacernos olvidar nuestras miserias mutuamente tomando algo o charlando amigablemente (momentos de lo más apreciados). En fin, a lo que iba: que una noche especialmente calurosa estaba a punto de irme a la piscinita para darme un chapuzón nocturno, algo que aliviase el calor, cuando me di cuenta de que no había sido la única en tener la misma idea. Casi a punto de salir, vi que había alguien en ella. Javichu, de espalda contra el borde de la piscina, apoyado tranquilamente. Pensé que solamente sería un simple remojón, más o menos en la misma línea que yo tenía pensada...pero me extrañaban los vaivenes de su cabeza. De pronto, obtuve la respuesta al porqué de sus meneos: Anya salió de debajo del agua.
Ella no. Por dios, no podía ser verdad. Deseaba con todas mis fuerzas que fuese una fantasía, un delirio, que fuese Flori y me hubiesen engañado mis ojos, pero no, ella Anya, era ella la que le acababa de hacer una mamada bajo el agua de la piscina. Ya no sabía como afrontar aquella situación. Que se lo hiciese con Ernesto era una cosa, ¿pero con Anya?. Aparte, eso me llevó a recordar el polvo que le había hecho a Ernesto y me quedé estupefacta. Suponía que Javichu era gay, al verlo con el otro, pero a tenor de lo que ahora veía, estaba claro que no era homo. ¿Es que entonces sería bisexual?. Perdida entre divagaciones, un mazazo me sacudió la mente como si la realidad se impusiese a todas las teorías de mi cabeza: ¡LO QUE PASABA ES QUE JAVICHU ERA UN HIJO DE P!. El cabrón había tomado mi casa por un harén y se estaba hinchando a follar el desgraciado de él, con unos y con otros. ¡Menudo morro que tenía el tío!.
Tenía que vengarme de él. Como fuese, pero tenía que resarcirme, hacerle pagar por lo que estaba haciendo. ¡Un momento!. Las palabras resonaron con fuerza dentro de mi mente: “hacerle pagar”...De pronto se me ocurrió un método de tomar el control de la situación. De hecho, aquella visión me proporcionó nuevas vías de sacar dinero, ya que a fin de cuentas, sexo y dinero siempre han ido de la mano desde que el mundo es mundo. Nuevas posibilidades para sacar unos cuantos billetes y salir a flote de toda esta panoplia de calamidades (y nuevas actividades que, en el futuro, me reportaron dinero y algún que otro problemilla, nada grave por suerte. Muy posterior a la “etapa Javichu” su idea aún sigue sacándome las castañas del fuego). Sin embargo, todo aquello debía ser desplazado para otra ocasión. Lo más inmediato era vengarme...y sabía como hacerlo.
En lugar de enfrentarlo directamente, opté por la vía de la manipulación. No dije nada y actué como de costumbre, y con Anya disimulé para que ella no supiera que la había visto en la piscina, montándoselo con Javichu (que no lo dije: después de estar en la piscina, comiéndoselo todo, se fueron a una de las tumbonas para montárselo, y vaya señor polvo que echaron. No sabía que Anya fuese tan salvaje en el sexo). Ahora bien, mi actitud de andar por casa o de ir al curro cambió. Por un lado, comencé a vestirme de forma más sugerente y provocativa para ir a currar, y por otro, fui menos pudorosa a la hora de enseñar carne cuando iba por casa, vestida con mini-pantalones o cosas de esas, a estar “menos incómoda” precisamente por el tiempo y la confianza que había con los demás habitantes de mi casa.
Aparte de excitante, me parecía muy divertido jugar a ver si Javichu se sentiría tentado de ir a por la dueña de casa. Además, llevaba mucho tiempo sin jugar a seducir a un hombre y no me había dado cuenta de ello. Desde mi ruptura con mi novio no me había vuelto a interesar por los hombres y sin apenas darme cuenta, me había dejado un poco de ponerme un poco sexy y mantener el tipo. Lo de Javichu sirvió para ponerme de nuevo en el mercado, y para hacerme saber que aún atraía a los hombres, por como me miraban en el trabajo con mis nuevos atuendos, y no digamos en la calle, donde ni siquiera los que iban con sus parejas se libraban de mirarme. Sabiéndome del efecto que causaba en el género masculino, sabía que era cuestión de tiempo que Javichu dejase de resistirse a sus impulsos (¿ninfomanía, simple calentura típica de hombres?) y viniera a por mí. Eso es lo que yo deseaba: que viniera a follarme.
Si efectivamente se estaba cepillando a todos los de la casa (no podía hablar por Flori o Toni porque con ellos no lo había pillado, lo que no quita que de todos modos se lo hubiera hecho a escondidas tranquilamente), pronto no le quedaría nadie más que yo por cepillarse, y yo estaba como loca porque me buscase. Llevaba tiempo sin un buen meneo como dios manda, y cierto era que me moría de curiosidad de ver lo buen amante que era, tras ver como se merendaba a Ernesto y a Anya como si de un maestro polvero se tratase. Envalentonándome como hacía tiempo que ya nadie me había buscado las cosquillas de esa manera, me propuse que ese pedazo de mamón me diera unos cuantos centímetros de clavo. Yo misma estaba sorprendida de mi actitud furiosa y lasciva sobre Javichu: enfadada por lo que hizo, en lugar de echarle a patadas, me había propuesto el que se viniera a pasarme por la piedra.
Y cuando pensé que eso ya no pasaría, una noche en que estaba a punto de caer en brazos de Morfeo, bien calentita en mi cama, noté como si unas manos se posasen en mis hombros y fuesen bajando por mis brazos, deslizando lentamente la colcha para así dejarme el cuerpo al aire (aún era verano y dormía sin nada debajo). Cuando vi que no estaba soñando, hice como que me despertaba y allí estaba Javichu, sentado en el lateral de la cama, con sus ojos clavados en mis tetas, que él había expuesto de debajo de las sábanas. No dijo nada, tan solo se me acercó y me estampó un beso en los labios de esos que crean escuela. Madre santa, que forma de besar tenía, desde luego eso sí que sabía como hacerlo. ¿Sería tan bueno con lo otro?. Estaba a punto de descubrirlo.
Se metió en la cama conmigo, y yo lo recibí con los brazos abiertos. Me rodeó con los suyos y se pasó buen rato comiéndome a besos, probando el sabor de mi boca y la de mi lengua al contacto con la suya. El muy cabronazo no cerraba los ojos, que va, me clavaba sus ojos verdosos directos en los míos. Nunca hasta ahora había probado a hacerlo con los ojos abiertos, era algo nuevo para mí, pero él parecía un experto, podía verse el deseo en su mirada, su lujuria que buscaba poseerme sin contemplaciones. Me sentía totalmente dominada por él, ¿sentiría Anya lo mismo mientras éste se la pasaba por la piedra en la piscina?.
Cuando se dio por satisfecho de besos, con mis brazos aún rodeándolo, deslizó su cabeza hasta mis tetas, que lo recibieron encantadas de la vida. Posando su boca en mis pezones, se los metió en ella y con su lengua jugaba a acariciarlos con la puntita, un juego que me volvía loca. Por si eso no fuese poco, usó también sus dientes para fingir que me los mordía. Los pequeños mordisquitos en mis pezones, los juegos de lengua en lametones o leves caricias incendiaron mi cuerpo en deseos largo tiempo no vividos. Ya había olvidado lo divertido que era estar en la cama con un hombre, pero eso ya era cosa del pasado: Javichu iba a quitarme las telarañas.
En tanto me dejaba hacer por él (no habíamos intercambiado ni una sola palabra desde el principio), procuraba acariciarlo y hacerle saber que como me dejase a medias lo iba a despedazar y me lo comería en el desayuno. Él redobló esfuerzos en mi cuerpo y bajó hasta mi chochito, que estaba depilado (cosa que hago regularmente; no me gusta el pelo “ahí”). Aparte de sus dedos toqueteándome mis labios vaginales, pronto sentí su lengua en ellos, recorriéndolos y como poco a poco los iba abriendo, sin ayuda de los dedos, para lograr penetrarme con ella. La sensación era fabulosa, no sabía que algo así pudiera hacerse. Javichu había logrado, solo con su boca, que mi chochito se abriera de par en par para recibirlo, y éste no perdió detalle a la hora de gozarme en mi intimidad, degustándola y probando a meter la lengua hasta donde ésta pudiera llegar.
Sus manos, en todo momento, se ocuparon de atender mis pezones, y con un mar de caricias, apretones y hasta pellizcos algo dolorosos, consiguió dejármelos tan duros como doloridos. No recuerdo haber recibido un trato así jamás. Válgame el cielo, ¿pero de donde había salido este tío?, ¿dónde había aprendido a hacer todo lo que hacía?, ¡si era el más joven de toda la camada que pululaba por mi casa!. Me costaba entenderlo, y bien pensado, me costaba hasta pensar con claridad. La riada de sensaciones de Javichu eran interminables, ininterrumpidas, no tenía un segundo de respiro, no me daba tregua el muy hijo de P. Yo le seguía el juego sin rechistar, sin una objeción ni protesta, acepté mi papel de sumisa a sus órdenes y me dejé llevar por sus artes amatorias: estaba muerta de ganas por follar con él.
Por supuesto, obviamente, no me quedé con las ganas de experimentar el sabor y calor de su dura verga en mi boca. Sentándose sobre mi cara, me apuntó con su pistola y me la dio a probar. Obedecí de inmediato, se la cogí entre las manos y la froté mimosamente entre ellas, se la meneaba con mucho detalle para calentarlo aún más, si es que eso era posible. Tenía buen tamaño, y también buen grosor. El punto equilibrado entre ambas cosas que la hacían bien apetecible. Apoyándose en la pared y el cabecero de la cama, Javichu dobló algo la espalda y se encorvó hacia mí para colocármela en la boca. Yo dije “aaaah” y me la metió bien metida. Me ocupé de degustársela tal y como él quería, entraba y salía como si en verdad me follase la boca. Era muy excitante.
No recuerdo cuanto tiempo se deleitó con mis masajes linguales, pero él parecía que le hubiese tocado la lotería. Su cara reflejaba el cúmulo de emociones que con toda seguridad llevaban tiempo creciendo en su mente: deseo, pasión, lujuria, sexo, lascivia y tantas otras cosas tan gustosas. Mis maniobras surtieron más efecto del deseado, pero a fin de cuentas es lo que buscaba. Los leves meneos de caderas de mi amante provocaban un suave mete saca en mi boca que me hacía sentirme como un juguete sexual en sus manos. Todos mis pronósticos sobre las aptitudes sexuales de Javichu se fueron a la mierda: ¡era mil veces mejor de lo que me había imaginado!. Pervertido a la vez que entregado, dominante y complaciente, aquel flacucho de revuelto pelo negro y ojos verdosos estaba poniéndome al borde de la locura.
Y eso que aún no me había penetrado, hasta entonces solo estábamos metidos en los preliminares. ¡Ay dios mío!, ¿si eso solo eran preliminares, como sería el resto?. Me moría de ganas por conocerlo, así que incorporé algo la cabeza para metérmela más a fondo en mi boca, casi tocando la campanilla, haciéndole entender el alcance de mis deseos por él. Su reacción no se hizo esperar, me la sacó tras un último par de metidas más y como sabiendo que tenía pleno poder sobre mí, me puso de rodillas en la cama, dándome la vuelta para dejarme a cuatro patas contra el cabecero de la cama, con las manos bien sujetas a él (o a la pared), y curvado sobre mi espalda, me penetró en un solo movimiento mientras me cogió de mis tetas con tanta fuerza que me provocó un gemido de dolor. Parecía enloquecido.
Oh, y sabía follar, vaya que sí sabía. Me taladraba con embatidas secas y fuertes, nada de cariños románticos ni amores de parejas. Esto era follar por follar, era darle un gusto al cuerpo...¡¡Y QUE GUSTO, OH POR DIOSSSSSSSSS!!. Ya sé que va a sonar muy tópico, pero aquello era el mejor polvo de mi vida. No había conocido un amante tan apasionado ni tan obsesionado con hacerme gozar jamás. Me martilleaba de manera que me hacía olvidar todo, estaba como en otro mundo y él dale que te pego a base de pollazos. Que delicia, que forma de tocarme, de excitarme, de conseguir que mi cordura y mi raciocinio se fuesen por la borda. Estaba loca, pero loca de verdad, no me había pasado antes con un hombre. Mis caderas se movían al ritmo de las suyas en busca de una penetración más profunda, íbamos al mismo vaivén mientras sus esfuerzos por hacerme gozar se vieron recompensados y por miedo a despertar a los demás me vi obligada a callar mis deseos por gritar cuando Javichu obtuvo su premio.
Caí derrengada en la cama, respirando con dificultad, casi empañada en sudor. A mi lado cayó Javichu, con una sonrisa de autosuficiente satisfacción en el rostro, como sabiendo sin que le dijese nada que me había hecho disfrutar como nunca. Lo veía y por su sonrisa supe que se sentía como el rey del mundo, que se había follado una tía buena y además le había hecho un polvo descomunal. Pese a mi cansancio, por dentro la que sonreía era yo, él no tenía ni idea de lo que le esperaba, pero ya se enteraría. Por ahora que se sentase en su trono de marfil. Ya caería de él.
Pero la que sí cayó fui yo. Caí en sus redes de mala manera y cuando Javichu se propuso un segundo asalto, no tuve fuerzas para detenerlo aunque era lo que más quería en el mundo: ¡el cabrón de él intentaba desvirgarme el culo!. Forcejeé con él todo lo que pude, intenté apartarlo de mí pero él me había cogido por sorpresa y por lo que se veía, le quedaban más fuerzas que a mí. Me puso la sábana en la boca, me la hizo morder con fuerza y sin compasión ni cariño, se apropió de mi culo, que usó para su propio placer. Yo no gocé con ello, solo me dolía sin parar. Jamás había probado el sexo anal y mucho menos de forma tan violenta. Sí, había acertado antes cuando lo había visto montárselo con Anya en la piscina: ¡Javichu era un hijo de P!.
A la mañana siguiente me costaba andar, y en los siguientes días fui recobrando la integridad de mi malogrado culito. Tanto Anya (con la que tuve mi primer lésbico (maravilloso), cuando puse alquiler a mi cuerpo además de a mi casa) como Flori (una delicia de chica) no entendían qué pasaba. Toni y Ernesto (con los que hicimos sesiones de voyerismo; nosotras les veíamos y viceversa) estaban igual de extrañados, pero la palma se la llevó Javichu cuando, al cobrarle el alquiler del mes, la factura era 200 € mayor. Se me enfrentó delante de todos, montando el pollo y pidiendo explicaciones. Le dije de hacerlo en privado, pero él no cedía, debía ser en público ya que a los demás no les había subido el precio. Viendo que no desistía, se lo dije bajo su cuenta y riesgo, (dando lugar a todo lo que vino en fechas posteriores): “50 € por cepillarte a Anya; 50 € por Ernesto...y 100 € por follarte a la dueña de la casa. Que cama y comida no son lo único que cuesta dinero aquí, ¿o qué te creías, majete?”. Los demás alucinaron, Javichu quedó avergonzado a más no poder...y yo no podía dejar de reír.