Realidades (III)
"-Estoy solo, Sarita, ¿seguro que quieres entrar en la boca del lobo?" Ella le dio una sonrisa de niña buena, llevando a la mente de Damián a los sucesos del día anterior. "-Precisamente, vengo por la boca del lobo."
Sara estaba despierta desde antes que sonara la alarma, aunque realmente apenas había pegado ojo esa noche. Solo se limitó a mirar por las rendijas de la persiana al exterior, observando la tenue claridad del amanecer. Intentaba no pensar, olvidarse de todo, pero era difícil. Su padre había vuelto, y con él, los recuerdos y la realidad.
Hizo memoria y contó, eran trece los días que había pasado sin verlo, evitándola él a propósito. Había recaído otra vez, y la mirada perdida en esas pupilas dilatadas le decía que su padre se había marchado durante otra temporada para convertirse en un hombre extraño ya muy familiar para ella y para su abuela.
Sabía que iba a regresar de esa forma, que tarde o temprano lo volvería a ver así, no solo por su abuela, que siempre se ponía inquieta cuando notaba que él comenzaba a consumir de nuevo. Realmente, Sara nunca había creído que su padre saldría de ese pozo de autodestrucción, pero su yaya siempre mantendría la esperanza hasta su último aliento.
La tarde anterior, cuando Damián se había ido y ella se había encerrado en el baño para limpiarse, había creído por un momento que quien abría la puerta era su yaya, que había regresado por algo olvidado. Pero al pasar unos segundos, al no escuchar la acostumbrada llamada de su abuela cuando llegaba, supo que era él. Se miró a sí misma en el espejo, con la cara empapada con agua y restos del semen. Respiró hondo, intentando ordenar sus pensamientos, se limpió por completo y salió.
Se encontraron en el pasillo, él le sonrió, dirigiendo su mirada al suelo.
-Hola, niña –dijo sorbiendo por la nariz.
-Hola papá.
Podía olvidar su corazón y que, a pesar de todo, él seguía siendo su padre. Podía reprocharle muchas cosas pasadas y presentes, ser una cruel hija de puta sin escrúpulos ni contemplación de ningún tipo solo para desquitarse del sufrimiento. Pero no lo haría. Quería, muchísimo, pero no lo haría, por su abuela sobre todo.
-Voy a cenar. ¿Quieres que te prepare algo? –preguntó ella.
-No…-dijo él sorbiendo de nuevo.- Yo… voy a dormir ya, mañana madrugo.
Ella solo asintió.
-Vale. Buenas noches.
Se dirigió a la cocina, pero no llegó a entrar. Observó como su padre, con paso inestable, se dirigía a su habitación. Hasta que no escuchó el chasquido del pestillo, no entró en la cocina. Su padre tenía la mala costumbre de “confundir” su habitación con la de su abuela, al igual que tenía la mala costumbre de rebuscar entre las pertenencias de la anciana…
Su yaya había envejecido diez años cuando llegó alegre de su salida y ella le había dicho que su padre estaba en casa. Siempre le pasaba, y Sara no podía evitar sentir un odio ciego al ver el cambio en los ojos de su pobre abuela.
Se incorporó en la cama, mirando a algún punto en su escritorio sin ver nada, solo dejando que su mente volase hacia pensamientos aleatorios… Damián. El otro problema que acosaba su cerebro. No había pensado durante aquellas horas nocturnas en él, centrándose solo en la llegada de su progenitor. Le llegaron en ese instante los recuerdos de todo lo ocurrido la tarde anterior, repasando cada momento. Y tuvo la tentación de entrar a hurtadillas en su cuarto y asfixiarlo con su propia almohada por correrse en su cara.
Pero no podía separar el recuerdo de su semen saliendo de su polla sin rememorar lo que había pasado antes. Y no se negaba a sí misma que le había gustado lo que le había hecho.
Cerró los ojos, se tumbó de nuevo y revivió las escenas. Ella no quería pero él la ignoró y continuó con su juego, en sus pezones sensibles, con sus dedos, con su boca… Le dio morbo el pensamiento de haber sido forzada un poco, sintiendo como las ganas de un orgasmo se asentaban en su bajo vientre. Sabía que no debería excitarse con un pensamiento así, pero no era dueña de sus instintos más primarios. Solo se dejó ir, como hacía siempre que quería sentirse liberada.
Llevó un par de dedos a su boca, pero lo pensó mejor y no los chupó, sino que directamente se los llevó a su tanga. Apartó la fina prenda y se los metió, notando un poco de molestia al principio. Flexionó sus rodillas y llevó su otra mano por debajo de su camiseta, hasta llegar a uno de sus pechos. Pero esta vez no iba a conformarse con masajeárselos, no después de los suaves pellizcos y tirones que Damián le había dado en sus pezones. Había sentido una mezcla de dolor caliente que la había excitado de una manera diferente, poniéndola ansiosa por más de ese trato. Y ella se haría lo mismo.
Cogió uno de sus pezones entre dos dedos y lo apretó. Le gustó, pero quería más. Volviendo a apretarlo, tiró de él, sintiendo algo parecido a lo que Damián le había hecho. Sonrió, y abrió los ojos, mirando hacia la ventana. La idea de que él la hubiese visto masturbándose una vez ya no le pareció tan vergonzosa, por el contrario, le estaba gustando la fantasía de que él la estuviese observando en ese momento también.
Pateó las sábanas, destapándose por completo, sin apartar la vista del Damián imaginario tras la persiana. Con las rodillas dobladas, abierta por completo de piernas y con su dedo aun apretando su pezón, empezó a masturbarse el coño salvajemente.
La leve molestia que sintió al principio por el ímpetu de sus dedos la puso más desesperada por sentir pronto su orgasmo. Lo necesitaba rápido y duro, de la misma manera que sus dedos entraban y salían de ella. Sus jadeos aumentaron cuando se apretó su pecho y torturó su pequeño pezón. Se mordió el labio para evitar hacer ruido, siempre con la vista en la ventana, desafiando a su observador inexistente. Le gustaba la idea de que la mirase mientras se masturbaba, la ponía frenética, excitada, haciéndola sentir rebelde y poderosa.
Imaginó como se pajearía Damián mientras veía a sus dedos entrar y salir de su coño, follándolo. Cerró por un leve momento los ojos, haciéndose a la idea de que no eran sus dedos los que penetraban sus estrechas paredes vaginales, sino un pene. Real, duro, fuerte. La embestía sin piedad, con impaciencia, potenciando la necesidad de correrse.
Consciente de que realmente estaba haciendo algo que estaba mal según su abuela, algo que no haría una chica buena como su yaya pensaba que era. Y ese desafío, esa emoción de hacer lo prohibido la puso frenética, haciendo su fantasía más real, imaginando vívidamente una gran polla entrando en ella y saliendo… y una boca lamiendo y mordiendo sus pezones, hasta que se ponían muy duros… la cabeza entre sus tetas levantaba la vista, y ella lo miraba, a unas pupilas tan dilatadas de la excitación que casi no se veía el marrón del iris.
-Ahora, relájate. Más tarde me darás las gracias –dijo el Damián de su fantasía.
Y ella se dejó llevar, con las potentes embestidas que él le daba en su imaginación, y la velocidad e insistencia de sus dedos en su coño en la realidad. Se corrió fuerte, haciendo que todo su cuerpo se estremeciese. Llevó la mano que tenía torturando su pecho a su boca, reticente a sacar sus húmedos dedos de su tembloroso coño. Las réplicas eran duras y largas, muy placenteras, muy fuertes, y muy satisfactorias…
Respirando con dificultad, sus dedos salieron, y ella solo se dejó llevar por el cansancio de la noche en vela y la saciedad que le había proporcionado el orgasmo.
Damián estaba en el taller de Don Luis desde primera hora de la mañana, como hacía todos los fines de semana desde hacía años. El viejo había sido una figura más o menos paternal para él y para algunos chicos más, compartiendo con ellos tanto sus conocimientos con los coches y las motos como vivencias y anécdotas disparatadas de un pasado no tan remoto como hacían creer sus arrugas.
Los chicos no cobraban, solo iban allí para ayudar al viejo, aunque Luis siempre supo que era más que nada para mantener la cordura en sus jóvenes cabezas. El taller mantenía ocupados aquellos cerebros jodidos y marcados de los chicos por experiencias que no deberían haber tenido a edades tan tempranas o por realidades presentes difícilmente soportables para muchos.
-¡Eh! Damián, necesito que mires las pastillas de freno de aquel coche. A mi me duele mucho la espalda para cambiarlas.
-Señor, sí señor –dijo con voz cómicamente grave.
-Niño, deja ya de joderme con el ejército.
Damián y Samuel se rieron. Todos sabían del pasado de Don Luis, y lo mal que lo pasó por su propia rebeldía mientras hacía el servicio militar. El viejo se giró al escuchar el motor de un coche que hacía tiempo que no escuchaba, y vio el viejo Opel de Óscar. Sonrió y salió a recibirlo.
-¡Eh! ¡El hijo pródigo ha vuelto!
-¿Qué hay de nuevo, viejo? –dijo el joven sonriendo con antelación.
Don Luis se paró en seco, mirándole severamente, pero ambos sabían que no se había enfadado.
-Deja de decirme esa jodida frase, pequeño cabrón. Tengo una polla lo suficientemente grande como para que se confunda con un puto conejo.
Las carcajadas de Óscar resonaron por el vago eco del taller, y Damián se paralizó frente al coche que estaba arreglando. Samuel también lo escuchó, por eso se acercó a él.
-Deja que yo lo termine. Pareces que tuvieses resaca, vete a dormir la mona.
Solo tenía ojeras, pero le agradeció a su amigo la vaga excusa que le puso para excusarlo del trabajo. No habían tenido que recurrir a esas evasivas con Don Luis desde hacía un par de meses, cuando todo el problema con Óscar había comenzado. Él mismo había dejado de ir al taller, lo que Damián agradecía, pero había vuelto. No podía pedirle que se alejara de allí, no tenía ningún derecho, pero sí podía evitar estar en el mismo sitio que él. Le jodía, pero no le quedaba otra… Siempre tendría la tentación de golpearlo hasta partirle varios huesos, pero eso lo llevaría de nuevo a la cárcel y a los problemas, y no quería entrar en esa interminable espiral de nuevo.
Se dirigió a la salida, sin siquiera despedirse de Samuel.
-Tengo que irme. Samuel se encarga. Hasta otro día –dijo rápidamente al pasar a Don Luis.
No miró a ninguno, solo al suelo mientras aceleraba su paso, entraba en su coche y arrancaba para irse de allí.
Don Luis lo vio alejarse, notando la tensión que se había apoderado de Óscar cuando Damián apareció. Se giró al chico, quien tenía la vista en un punto perdido en el suelo.
-¿Ha pasado algo?
-Nada –respondió Óscar muy serio, aun sin mirarle.
No iba a preguntar lo que no le iban a responder, por eso simplemente le dio instrucciones a Óscar y se fue a revisar el trabajo de Samuel.
Sara se levantó tarde, pero aun tenía algo de sueño. El crescendo de las voces del salón la despertó, aventurándose por el pasillo para estar cerca por si la situación lo requería.
-Venga ya, mamá. Dame algo, no te estoy pidiendo mucho –decía su padre con voz cansina, como si le hablase a un niño pequeño.
-¡Que te he dicho que no! ¡Ya no tengo nada más! -Su abuela tenía el rostro enrojecido por la irritación.
-Joder, vieja, que no te estoy pidiendo tanto… -el volumen de su padre subiendo.
-¡No! Trabaja y gasta tu propio dinero –casi chilló su yaya.
Sara decidió entonces aparecer en escena y los dos la miraron, sorprendidos.
-Niña, no sabíamos que estabas dormida todavía. ¿Te encuentras bien? –preguntó su abuela acercándose a ella, más para alejarse de su hijo que para tocarle la frente.
-Estoy bien, no te preocupes yaya.
-¿Quieres comer algo? –Preguntó su yaya, solícita, pero sin darle tiempo a responder.- Voy a ir preparando la comida, así comes antes, que tienes que estar muriéndote de hambre… -decía mientras se alejaba a la cocina.
Sara se quedó allí, soportando la mirada acusadora de su padre. Él no se atrevía a enfrentarse a ella, no sabía por qué, no creía que fuese por ningún temor ni por su abuela, solo evitaba confrontarse con su hija.
-Si necesitas algo o la abuela, ya sabes… -dijo sorbiendo la nariz.
“ …donde encontrarme ”, dijo su padre sin hablar. Solo ella lo sabía, y nunca le había dicho a su abuela que sabía aquella información. Él se despidió con un asentimiento de cabeza y se fue dando un portazo. Ella no perdió tiempo, fue hacia la cocina y se puso al lado de su abuela. La anciana estaba aun tensa, con los ojos un poco llorosos, pero aguantando.
-Deja que yo haga la comida, yaya –dijo con voz suave Sara.
-No, niña, no… -susurró la mujer.
Sara se la quedó mirando unos segundos, suspiró e hizo lo que hacía siempre en esas circunstancias: preguntó, en un murmullo rápido.
-¿Cuánto le has dado?
Realmente no sabía si su yaya escuchaba la pregunta a un volumen tan bajo o si simplemente ya estaba acostumbrada a la pregunta de rigor y contestaba automáticamente.
-Veinte…- dijo cansada, pero empezó a sonreír.- Podía haberle dado más, pero eso me lo reservo para mí… Para esta tarde, en el bingo.
Sara sonrió, una distracción era lo que su abuela necesitaba. No creía que los paseos solitarios que había estado dando ella sola durante esos meses fuesen buenos para su cordura.
Le dio un beso en la frente y fue a darse una ducha. Necesitaba despejarse y pensar.
Bajo el agua, los recuerdos invadieron su cabeza y las conclusiones se precipitaron. Hacía dos años que vivía con su abuela, y durante ese tiempo su padre solo había empeorado. Había vuelto a beber, pero pronto no fue suficiente, y le dio la bienvenida a las drogas a su vida… de nuevo. Sabía de su pasado, de la época cuando cimentó su vida en ambos elementos hasta el punto de no poder pensar en otra cosa, de no querer sentir otra cosa ni necesitar nada más que el suave sopor que nublaba la mente y relajaba los sentidos. No importaba nada fuera de eso.
Era una actitud egoísta, y Sara se lo había reprochado a su padre al principio, hasta que él se cansó de sus riñas y le pegó una paliza cuando tenía quince años. Al día siguiente, le pidió perdón llorando, pero ella siempre le guardaría rencor por ello. Intentaron llevar una relación como la de antes de los golpes, pero fue prácticamente imposible. Sirvió, sin embargo, para que su padre la respetase un poco más, viéndola como una especie de muro que, aunque salvable, no debía volver a cruzar para no caer más hondo.
Pero Sara estaba cansada, sin fuerzas ni ganas para seguir. Reflexionó y pensó, intentando recordar cuándo fue la última vez que realmente fue feliz… y no se acordaba. Mirándose en el espejo mientras se secaba, tuvo ganas de romper algo. Ella también quería ser egoísta por una jodida vez en su corta vida. Necesitaba algo que la hiciese olvidar todo lo que la rodeaba, aunque solo fueran unos minutos, porque su cabeza colgaba de un hilo.
Salió del baño, comió como una autómata, solo centrada en sus pensamientos, desesperada por encontrar una solución a su entumecimiento. No quería morir por dentro, ansiaba algo que la hiciese sentir viva, relajada.
En su habitación, tumbada en su cama, miró a la ventana, entreabierta… Damián. El capullo la había molestado desde que se mudó allí, pero realmente en ese momento no pensaba en todas esas ocasiones que la había incordiado.
Él la vio masturbándose. Él mismo la masturbó hasta que se corrió en su boca y en sus dedos. Y fue él quien le dejó todo su semen en su cara… El mismo Damián que había imaginado que la follaba esa misma mañana, dejando sus dedos entumecidos dentro de su coño mientras llegaba a su orgasmo… Sintiéndose bien, relajada y exhausta, saciada, con ganas de más, de volver a sentirse así…
Y si necesitaba a aquel gilipollas para experimentar esa leve sensación de libertad que podía mantenerla cuerda durante un poco más de tiempo, no le importaba. Pagaría el precio que tuviese que pagar.
Entrando en el portal, Damián casi se chocó con Pedro, el padre de Sara. Le dio una disculpa y el hombre solo le miró molesto un par de segundos antes de salir por la puerta. Siempre había pensado que el tipo necesitaba realmente un par de hostias por el sufrimiento que le daba a Doña Pepa y a su hija, por muy irritante que fuese la niñata. Entró en su casa y encontró a su madre en el salón, preparada para salir.
-Hola, ¿vas a salir?
-Sí –dijo ella con una sonrisa.- Iré a la peluquería y a ponerme un poco decente. ¿Quieres algo del supermercado?
Lo pensó un momento, extrañado por la sonrisa de su madre y la velocidad de sus palabras. No quiso preguntar de todos modos, no estaba de humor para escuchar algo que no estuviese concienciado para oír.
-No, no quiero nada… Y… ¿sobre qué hora volverás? –tanteó.
Sin mirarlo, resolviendo sus dudas de que iba a hacer algo que él realmente no quería saber, le contestó.
-No sé, ya sabes lo que tardan en la peluquería. ¿Por qué? –Le dirigió una mirada de burla.- ¿Vas a estar ocupado? Si necesitas más tiempo, solo mándame un mensaje y…
-¡Ya! Vale, mamá. Solo preguntaba.
Riéndose de él, con un sonido un tanto nervioso, ella le dio un beso en la mejilla y se fue.
Damián suspiró, encendió la televisión y empezó a cambiar de canales hasta que encontró un programa que le gustaba. Al rato, calentó algunas sobras de la noche anterior y comió rápidamente de pie en la cocina, con la cabeza inundada de pensamientos superficiales, aguantando las ganas de ir más hondo.
Se duchó mientras se devanaba los sesos intentando buscar algo que hacer, algo con lo que tener sus manos ocupadas. No quería pensar, solo dejar la mente en blanco, pararla, detenerla de los pensamientos que bullían en un mar de rabia y rencor.
El timbre sonó. Damián miró a la puerta, extrañado, mientras se acercaba. Abrió y se encontró con Sara.
-¿Qué quieres? –preguntó extrañado.
No pensaba que quisiese volver a verlo después de la tarde anterior. Ella levantó una ceja inquisitiva y se acercó un poco a él, mirándolo en todo momento.
-¿No sabes que es de mala educación no invitar a alguien a entrar…-preguntaba con una sonrisa pícara-… sobre todo si te has corrido en la cara de esa persona?
El sonrió, divertido.
-Estoy solo, Sarita, ¿seguro que quieres entrar en la boca del lobo?
Ella le dio una sonrisa de niña buena, llevando a la mente de Damián a los sucesos del día anterior.
-Precisamente, vengo por la boca del lobo.
Pasó por su lado, entrando sin ningún problema, cruzando toda la casa.
-¿Dónde coño vas? –gritó él desde la entrada, con la puerta aun abierta.
Ella se paró frente al pasillo donde se encontraban las habitaciones, se giró y le volvió a sonreír, como si supiese una broma secreta. Se quitó la camiseta mientras iba adentrándose más por el pasillo, directa a su habitación. El súbito calor que inflamó su pene lo dejó un tanto sorprendido, pero no se paró a meditar sobre ello, sino que cerró la puerta, desconfiado por la surrealista situación.
Fue rápido a su habitación y la encontró desabrochándose los pantalones. Por un par de segundos no supo qué hacer o decir, hasta que ella lo miró con esos ojos confiados y solo con su ropa interior. Sus tetas estaban abultadas, y sus piernas empezaban en un culo al que visualizaba cada vez mejor siempre con un dedo metido en él, incapaz ya de imaginarlo de otra manera.
-¿Qué haces, Sara? –preguntó cada vez más cabreado.
Le costaba pensar bien teniéndola así, casi desnuda, tan cerca. Ella avanzó lentamente hasta él, llevando una mano a su espalda, desabrochando su sujetador y quitándoselo. Lo arrojó a un lado cuando solo hubo unos pocos centímetros entre ellos.
Damián empezó a sentir como su polla se endurecía a medida que se acercaba, sin escuchar su agitada respiración, solo notando como su sangre circulaba directamente de los agitados latidos de su corazón a su entrepierna.
Sara cogió una de las manos de Damián y la llevó a un pecho, manteniendo la suya por encima de la de él, instándole a que le hiciera lo que le hizo el día anterior. Y él comprendió, moviendo la palma de su mano sobre su delicado pezón. Cogió su otra mano y la llevó a sus labios, sin mirarlo a la cara nunca. Metió un dedo en su boca y empezó a chuparlo, recordando donde había estado ese dedo, degustándolo como si fuese un caramelo. Lo escuchó tragar y se atrevió a mirarlo.
Damián miraba su boca como hipnotizado, seguramente sin controlar su imaginación, ajustando mejor su mano para apretar su pezón un poco más. Sacó el dedo de su boca y lo bajó lentamente, haciendo que rozase contra su pezón en su descenso, hasta que llegó a su tanga. Apretó el dedo donde se encontraba su clítoris, haciendo círculos por encima de la tela para que se pusiese duro. Pero como si de un jarro de agua fría lo hubiese golpeado, Damián apartó su mano. La miró duramente, quitó su mano del pezón y le cogió la mano, llevándola hasta la cama, donde la tiró bruscamente.
Por un momento, Sara se asustó, pero al ver que él se desvestía se serenó un poco. Los oscuros ojos de Damián no se despegaban de ella mientras se deshacía de sus pantalones, retándola a que se alejase de lo que le esperaba. Pero ella no se iría, y para demostrárselo, se deshizo del tanga, lanzándoselo a él, quien lo esquivó.
Damián se subió a su cama, poniéndose sobre Sara pero sin llegar a tocarla, mirando su cara por algún signo de miedo. Quería ver como ella se percataba de su error, de que ya no manejaba la situación, el miedo al darse cuenta de que estaba bajo sus deseos… Pero no vio nada de eso, solo vio excitación.
Bajó sobre uno de sus pechos y empezó a saborearlo, acariciando su pezón con sus dientes hasta que se puso erecto. Llevó una de sus manos al otro, para torturarlo como el día anterior, y al poco tiempo empezó a escuchar levemente los suspiros de Sara, pero los ignoró. La necia había venido en un momento perfecto para él, y lo aprovecharía de una manera egoísta, hasta las últimas consecuencias.
Su mano no demoró mucho tiempo más en el pezón. La volvió a llevar a la de Sara, reclamando que los mojase de nuevo con su saliva, pero ella lo miró negando con su cabeza y cerrando herméticamente sus labios. Despegó su boca del pezón y le dijo:
-Chúpalos –ella volvió a negar, testaruda.- Te dolerá si no están mojados.
Ella sonrió levemente, cogiendo su mano y llevándola a su entrepierna… estaba empapada. Abrió más sus piernas al tiempo que acariciaba sus labios vaginales con sus propios dedos y los de Damián. Sin darse mucha prisa, cerrando sus ojos y sonriendo placenteramente, solo sintiendo… hasta que encontró su agujero. Ella abrió los ojos y lo miró, cogiendo uno de sus dedos con su mano y metiéndoselo ella misma. Lo sacó, lentamente, y lo volvió a introducir en aquella estrechez paradisíaca, sacándolo con la misma lentitud. Damián había masturbado a muchas chicas, pero nunca de esa manera, y le estaba gustando demasiado dejar que lo guiase. No había hecho nada igual nunca, y su polla le palpitaba del esfuerzo de aguantarse.
Pero Sara dejó su mano, permitiéndole que siguiese él. Al principio, siguió el ritmo que ella había marcado, pero fue en crescendo poco a poco, y con él, las expresiones en la cara de la chica. Se mordía el labio, lo miraba con picardía, sus pupilas dilatadas hasta que casi no se veía el celeste de sus ojos, su respiración acelerada, rogándole por más… y entonces hizo algo que él no se esperó: metió uno de sus propios dedos, al tiempo que él introducía el suyo también.
-Mete… el tuyo… cuando yo saque el mío –instruyó ella.
Sara lo sorprendía y lo irritaba al mismo tiempo, pero la obedeció en eso. Ella ajustó su propio dedo al ritmo que él había tenido momentos antes, y Damián empezó a encontrar aquello demasiado caliente y satisfactorio como para mantenerse satisfecho solo con masturbarla. Su dedo se convirtió en la batuta y el aumentó el ritmo y la intensidad, siguiéndolo Sara en todo momento.
Sabía que estaba gimiendo muy alto, pero no le importaba, estaba muy cachonda, muy caliente, y necesitaba correrse. En algún lugar de su mente agradecía a Damián por hacerlo tan fuerte y tan rápido, tan duro como ella necesitaba.
-Córrete… quiero verte… -susurró él en su oído.
Ella gimió lastimosamente mientras cerraba los ojos y gritaba desinhibida, descontrolada, libre. Se corrió mucho, muy fuerte, con los dos dedos metidos, sintiendo todas las réplicas de su orgasmo, como si hubiese un terremoto en su vagina. Notó como salía el dedo de Damián y como sacaba su propia mano, tan exhausta como para hacer ella misma ese mínimo movimiento.
Damián cogió un pañuelo de su escritorio y se limpió el dedo, acercándose a una Sara casi comatosa para limpiarle el suyo. No quería que se quedase dormida, él aun no se había corrido, y tenía una clara idea sobre como quería correrse.
Se puso entre las piernas femeninas, agarró su pene y empezó a pasarlo por los húmedos labios vaginales. Sara reaccionó como esperaba.
-¿Qué haces? –preguntó intentando incorporarse.
Él la tiró del hombro hacia atrás, poniendo su cuerpo sobre ella, sin cesar en su caricia.
-Tranquilízate, esto también va a gustarte. Confía en mí.
Ella empezó a relajarse poco a poco, obedeciendo a las palabras de Damián. La punta del pene era suave, y sus caricias muy estimulantes y sensuales. Se estaba manchando con sus propios flujos, y le gustó la idea. Sara cerró los ojos y se dejó hacer, se permitió relajarse con esos mimos que Damián le estaba dedicando.
Sara, tan calmada, sus defensas bajadas, sonriendo levemente incluso por las caricias… pero él quería más. Desde la noche que la vio tras la persiana quiso más y, egoísta o no, necesitaba que fuese en ese momento. Con su polla lo suficientemente lubricada, llevó la punta al estrecho agujero femenino y respiró hondo. Cuando empezó a avanzar, supo que no había vuelta atrás.
En un segundo estaba sintiendo las suaves caricias en sus labios vaginales, y al siguiente, Sara notó una presión invadiéndola. Abrió los ojos alarmada, llevándolos directamente a su entrepierna, viendo como Damián entraba en ella de un solo y fluido golpe.
Sara cerró los ojos fuertemente, mordiéndose el labio pero sin poder evitar que el gemido doloroso se le escapara. Sus manos descansaban aun en la cama, agarrando las sabanas para aguantar un poco el dolor, y sobre ella, el cuerpo de Damián se tensó.
-Joder… -suspiró, mirándola fijamente.- No… no sabía que eras virgen.
-¡Sí, gilipollas! ¡Sal!
Ella respiraba forzadamente, y se sintió un poco culpable por haber sido tan brusco, pero no tanto como para hacer lo que le pedía. Se acercó a su cuello y empezó a besarlo.
-¿Qué coño haces ahora? –preguntó ella histérica, intentando zafarse de debajo de él.
Damián cogió sus manos antes de que las utilizase para arañarlo o pegarle, y las llevó por encima de sus cabezas. Ignoró sus insultos susurrados y sus vanos intentos por salir de debajo de su peso, y sacó su pene un poco para volver a meterlo. Sara se quedó paralizada.
-N-no hagas eso… No quiero…
Pero él la ignoró de nuevo, tomándose su tiempo. No salía del todo, solo un poco, hasta que se acostumbrase. Sus breves besos formaban una sensible línea en su cuello, las manos de ella le apretaban fuerte, y su respiración era entrecortada, manteniendo los ojos cerrados.
Pasó la lengua por detrás de su oreja, y notó su estremecimiento, inflándose su ego masculino. Se estaba rindiendo poco a poco, y se sentía jodidamente increíble. Le mordió levemente el lóbulo de la oreja, continuó con sus besos por el cuello y pasaba esporádicamente su lengua por toda la zona, siempre saliendo y entrando de aquel estrecho coño, deleitándose de lo caliente y apretado que estaba. Nunca lo había sentido así, y le encantaba.
Sara gimió levemente. El dolor casi se había ido y la suave fricción que provocaba toda aquella gran polla metida en su pequeño agujero le instaba a querer más. Arqueó la espalda un poco, para sentir más aquella sensación de roce en su interior. Y fue algo increíble, le gustaba a pesar del leve dolor persistente, llegando incluso a desear más precisamente por eso. El ritmo de Damián se le hizo insuficiente de pronto.
-Más… -pidió en un leve susurro.
-¿Quieres más? –susurró él en su oído.
-Sí… duro…-suspiró Sara.
Damián no estaba muy seguro de ello, pero no quería preguntarle tampoco. Él también lo necesitaba duro, no iba a aguantar mucho más con aquel caliente coño excitándolo como lo hacía. Se incorporó un poco, mirando a Sara a medida que la intensidad de sus embestidas aumentaba.
Ella sintió el cambio y abrió los ojos. Arqueó la espalda para recibirlo más, gimiendo, alto y fuerte, disfrutando de ese momento como si no hubiese mañana. Se sentía libre y excitada, y no quería que Damián parase. Le daba fuerte, doliéndole hasta cierto punto, pero lo necesitaba, las dos sensaciones al mismo tiempo: la molestia y el placer.
Damián liberó sus manos, apoyándose mejor en la almohada a ambos lados de su cara para coger más impulso en sus embestidas. El sudor los empapaba a ambos, y sus respiraciones eran muy irregulares, pero todo pasó a un segundo plano. Solo estaban ellos dos, follando como animales en celo, sin inhibiciones ni preocupaciones, solo buscando más y más placer, más y más fricción en la polla de él y el coño de ella.
-Sí… sí… voy a… correrme… sigue… -suplicaba Sara.
Damián se perdió en sus ojos, en toda su cara, llena de satisfacción, feliz, hermosa incluso… y aguantó hasta que sintió como aquel estrecho agujero se estremecía, se humedecía y se convulsionaba. Sara puso los ojos en blanco mientras ponía toda su voz en un grito de placer, y Damián se perdió a sí mismo.
Se sintió ir, casi como si toda su energía saliese por su polla propulsada hacia el interior de Sara. Cayó inerte encima de ella, intentando conseguir oxígeno, con la mente completamente blanca. No supo exactamente cuánto tiempo pasó hasta que volvió a un estado semiconsciente.
-D-Damián…-susurró ella débilmente debajo de él.- ¿has usado…?
Él abrió de pronto los ojos, incorporándose levemente. Se miraron, casi entrando en pánico, y empezó a salir de ella sabiendo la respuesta antes de verlo.
El pene de Damián estaba manchado con sangre y semen, y ella solo tuvo que mirar abajo para ver la mancha que habían dejado en la cama. Se ruborizaría si no tuviese su cerebro registrando en ese momento la sensación de un líquido caliente saliendo por su vagina.
Ambos se quedaron viéndolo, como salía, como hipnotizados. Y cuando levantaron sus respectivos ojos al contrario, el shock paralizó sus movimientos.
-T-te has corrido… dentro –dijo Sara asustada.
-L-lo siento… Yo…
Con los ojos muy abiertos, atemorizada, ella se levantó rápidamente de la cama y se vistió. Él solo estuvo allí, mirándola, hasta que volvió en sí cuando salió apresuradamente por la puerta. Quiso perseguirla para intentar calmarla, pero la puerta principal se cerró antes de que él saliese de su habitación.