Realidades (II)
"-No te hagas la tonta conmigo, Sarita. Sabes a lo que me refiero -ella le dedicó un encogimiento de hombros con una expresión de extrema duda.- Muy bien, si quieres que te muestre lo que sé de ti "
La luz del mediodía entraba por las ventanas y llenaba el aula, al igual que la brisa de la primavera. Aquel día no estaba siendo particularmente caluroso, algo extraño, y el suave viento que jugaba con las hojas de los libros y de los cuadernos era más gélido de lo normal. Algunos se quejaron, sobre todo algunas chicas, y se cerraron las ventanas para que la clase pudiese continuar… Pero Damián no cerró la suya. Se ganó algunas miradas furiosas, pero no iba a hacerlo y nadie iba a discutírselo por el humor con el que había llegado al instituto.
La mirada de Sara era una de las que le habían atravesado el cráneo en innumerables ocasiones durante toda la hora, pero se la sudaba. Él necesitaba el frío para calmarse y que le bajase la temperatura corporal. No había cedido a la presión de grupo, y no iba a ceder a los caprichos de Sarita.
Hasta que se dio cuenta que el hombre era un animal visual, y su cerebro actuaba por este tipo de estímulos, mandándole ordenes involuntarias e inconscientes al resto del cuerpo… Llegó a esa deducción cuando miró de reojo a su tormento personal y se percató de los pequeños picos que sobresalían en su camiseta. En un segundo la desnudó por completo… y al siguiente cerró la ventana.
Tenerla sentada a pocos metros, tan concentrada y tan seria atendiendo, y rememorar sus tetas, sus dedos dentro de su coño, su cara cuando se corría… Estaba empalmado…
-Venga, tío –instó Samuel.
-Espera…-susurró él mientras observaba como sus compañeros abandonaban el aula.
-¿Qué? –preguntó su amigo impacientemente.
-Que te esperes un momento, joder…- susurró de nuevo Damián.
-¿Por qué coj…? –Empezó a preguntar Samuel mientras se acercaba a su pupitre, trabándose a mitad de la frase.- Tío… ¿estás emp…?
No terminó tampoco aquella palabra, empezó a descojonarse. Damián frenó la tentación de darle un puñetazo. Ya era bastante irritante que la imagen de Sara le estuviese complicando la vida como para que Samuel se riera de él.
-¿Qué parte de la explicación de Don Gregorio te ha gustado más? ¿Cuándo ha empezado a hablar de las ecuaciones o han sido las integrales lo que más cachondo te ha puesto?
Samuel no paraba de reírse de él, pero no le importaba. Tantas ganas como tenía de contarle a su amigo lo que vio, no iba a hacerlo, no solo porque insistiría hasta la saciedad para que lo llevase una noche a su casa a ver el espectáculo, sino porque no quería que nadie más viese a Sara con esa cara de viciosa que tenía mientras disfrutaba con el sexo.
Salieron de la clase cuando estuvieron seguros de que no había nadie por el pasillo y se dirigieron rápidamente a la planta baja. Pero para desgracia de Damián, Sara se encontraba en la fuente que estaba al lado de los baños, bebiendo. Se vieron al mismo tiempo y él se paró en seco. Seguramente sería la rara expresión de su cara cuando la vio lo que hizo que ella lo mirase bien y se percatase del problema que tenía con su polla… Empezó a descojonarse igual que Samuel, y Damián dudaba de su tolerancia hacia ella en aquel momento.
-Pero… ¿Cuántos calcetines tienes hay metidos? -preguntó señalándole el bulto en sus pantalones.
-¡Ostias! ¡Ese ha sido bueno! -exclamó Samuel.
“ Cabrón ”, pensó Damián para sus adentros. Tendría que echarle desparpajo al asunto.
-Podrías ayudarme con mi problema, Sarita. ¿No hay algún mandamiento o algo en la Biblia sobre “ayudar al prójimo”? Tu abuela se sentiría muy orgullosa de ti.
-Me sentiría mal por tu amigo... –dijo señalando a Samuel con la cabeza.- No quiero que lo dejes solo, aunque solo sean cinco minutos…
-Por mí no te preocupes, Sara, no me importaría mirar… O si no quieres que mire, me quedaré aquí fuera, solo imaginando como te las arreglas con el… problemilla de mi amigo.
Empezaron a reírse de nuevo los dos, y Damián se aguantó sacando de sí una paciencia sobrehumana que no sabía que tenía. Debía salir de allí, ir a su casa y pajearse hasta que tuviese las pelotas vacías, pero no sin antes atormentar un poco a Sara. Se acercó a ella, mirándola fijamente, hasta que la hizo levantar la cabeza para mantener el contacto con sus ojos.
-Si supieras porqué tengo la polla tan dura, Sarita, no te reirías tanto… -captó algo de extrañeza en sus profundidades celestes.- Y te puedo asegurar que no tienes que preocuparte de mí o mi polla, yo sé como desahogarme…- bajó su cabeza a su oído y le susurró-…y no tengo que chuparme un dedo y metérmelo en el culo para disfrutar más…
Al momento sintió como se tensaba el cuerpo de la chica. Se alejó de ella y la miró a la cara. Ella no había abandonado su sonrisa de póker, pero algo en su mirada había cambiado. Le dedicó una breve mirada a Samuel y asintió a los dos a la vez y a ninguno en particular al despedirse.
-¿Qué le has dicho? –preguntó su amigo.
-No mucho, solo lo suficiente.
Samuel lo miraba extrañado por su enigmática respuesta, pero no insistió. Ambos habían llegado a un acuerdo desde pequeños: ninguno preguntaba sobre lo que él otro no quería decir.
Sara llegó a casa con un remolino en sus pensamientos. ¿Qué había querido decirle el gilipollas? ¿Sabría él lo que le gustaba a ella? Impo… No, imposible no era, ella no utilizaba esa palabra. “Improbable” se ajustaba más a la realidad, pues quedaba abierta la posibilidad de que algo pasara aunque fuese en cierto modo impensable o inesperado.
Damián no la había visto masturbándose, ella tenía cuidado de hacerlo en la intimidad de su habitación, con la luz apagada y la ventana cerrada…No, la ventana cerrada no, la persiana bajada, por el calor de las noches primaverales…
“ Mierda… No, no voy a pensar en eso… ¿Qué probabilidad hay de que él me haya visto metiéndome el dedo en el culo?... ”, se dijo a sí misma para intentar tranquilizarse.
La voz de su abuela desde el salón la sacó de sus pensamientos:
-Niña, ¿eres tú?
-Sí, soy yo yaya- respondió mientras se acercaba al salón, a tiempo para escuchar una de las muchas charlas que tenía su abuela consigo misma.
-… ¿para qué preguntas, Pepa? Ya sabes que será ella… No pensarías por un segundo que fuese el descarriado de tu… -No terminó esa frase al percatarse de la presencia de Sara parada a su espalda.- ¡Oh! Quería decirte que esta tarde iré al bingo con mis amigas.
Ella quería pedirle que terminase lo que estaba diciendo. No era tonta y sabía perfectamente a lo que se refería, solo quería saber si había pasado algo nuevo que su abuela no le hubiese contado, como había ocurrido en otras ocasiones. Pero su yaya no le diría nada, ya la conocía y creía que lo que no sabía no le haría daño y le evitaría más sufrimiento a Sara. Así que ella no insistiría, sería peor, lo sabía por experiencia. Se limitó a darle una sonrisa forzada y le dijo:
-Bien, te hace falta salir más abuela.
-Te dejaré preparado algo para la cena por si llego más tarde.
-No, deja que yo me encargue de eso. Tú solo preocúpate de pasarlo bien -su yaya la miró con los labios apretados, no muy conforme con lo que le decía.- No me pasará nada, ya soy mayor y puedo hacerme la cena sola. De verdad, no tienes que venirte antes por mí. Lo tendré todo bajo control.
Su abuela le sonrió y ella le dio un beso en la arrugada mejilla. Se dirigió a su habitación, escuchando brevemente la reanudación de la conversación que su abuela había interrumpido momentos antes:
-…La única que no me da problemas ni preocupaciones… pero es una niña todavía, aunque ella no se lo crea…
Damián iba entrando en el edificio cuando vio salir a doña Pepa, la abuela de Sara.
-Buenas tardes, doña Pepa.
-Buenas tardes, niño. Y no me llames así, ya sabes que puedes llamarme yaya, como Sarita.
Él se rió. Siempre le decía lo mismo, pero él simplemente estaba acostumbrado a llamarla así. Le ayudó a bajar el escalón de la entrada y le preguntó:
-Y… ¿se puede saber dónde va tan guapa?
-¡Oh! No me regales los oídos, niño, que ya soy muy vieja –dijo ella con un gesto coqueto.-Voy a salir con algunas amigas al bingo y a tomar café. La vida es corta y está llena de sufrimientos, y una necesita de vez en cuando un respiro de todo lo que el Señor nos manda.
-Sabias palabras, doña Pepa. Que se divierta.
Se despidieron y Damián entró en su casa con la adrenalina corriendo por sus venas. “ Así que… Sarita estaría hoy sola… ”, se dijo para sí. La adrenalina de la anticipación empezó a correr por sus venas.
Aceptaba una broma contra su persona como el que más, pero el hecho de que ella fuese la culpable de su actual estado de febril sexualidad en su cerebro hacía que su plan cobrase un sentido más cínico e irónico.
Cogió de la cocina un refresco y empezó a bebérselo mirando la televisión, sin realmente ver nada. Estaba imaginándose muchas cosas con Sara cuando escuchó la puerta de la habitación de su madre abrirse y una voz muy familiar. Se le hizo un nudo en el estómago y solo miró hacia el pasillo. Su madre, despeinada y con cara somnolienta, llegó al pasillo y abrió los ojos como platos al verlo a él. No le dio tiempo a hacerle señas a su cliente para que volviese a su habitación hasta que él saliese del salón para no tener que verlo… pero aun si hubiese tenido los ojos cerrados sabría quien había sido el cliente de hoy de su madre.
Al segundo siguiente de que su madre se quedase paralizada en el pasillo, Óscar, su antiguo amigo, se paró detrás de ella abrochándose el cinturón. Sus ojos se abrieron tanto como los de su madre. Cerró la boca, miró al suelo y se fue apresuradamente.
-Damián…-comenzó a susurrar su madre con culpabilidad- …cariño…
-Lo sé, mamá, lo sé…-dijo él suspirando y levantándose.- Es tu trabajo…
Se dirigió a su habitación sin poder mirar a su madre. Se había acostumbrado a aquellas situaciones violentas cuando los clientes salían de la habitación y lo veían, siendo con suerte ignorado por muchos, para su propia comodidad… Pero de ahí a que uno de tus mejores amigos se estuviese follando a su madre… Aunque tuviese aceptado el trabajo de su madre, eso era algo que no conseguía asimilar…
“ A la mierda ”, pensó. No iba a esperar mucho más para ir a visitar a Sara. Necesitaba una distracción en ese momento, para olvidarse de todo.
Sara terminó su batido, y cuando se dirigió a la cocina para tirar el envase vacío, escuchó golpes en la puerta trasera, que comunicaba la cocina con la parte posterior del patio. Miró por la ventana, y pudo ver a Damián. Abrió la puerta y lo saludó.
-Hola. ¿Qué haces aquí?
-Hola, quería hablar contigo sobre lo de hoy.
Ella lo miró extrañada, sin muchas ganas de mantener ninguna conversación con él. Damián no había ido mucho a su casa a pesar de que eran vecinos, menos por la puerta del patio. Pero ella asintió y le indicó con un movimiento de cabeza que entrase. Se dirigieron al salón, sentándose Sara en el sofá, cuidando que la larga y vieja camiseta que utilizaba de pijama lo tapara todo, y él se sentó al otro extremo del mismo, con el cuerpo girado hacia ella.
-¿Y bien? –lo apremió ella.
Riendo, él asintió con la cabeza. Se inclinó un poco para ella, como para hablarle de algo confidencial.
-¿Qué piensas de lo que te dije hoy?
Ella se hizo la pensativa, sabía exactamente a lo que se refería, pero no iba a darle el gusto de saber lo rayada que había estado por sus palabras.
-¿El qué? –preguntó ella inocentemente.
Él le sonrió.
-No te hagas la tonta conmigo, Sarita. Sabes a lo que me refiero…-ella le dedicó un encogimiento de hombros con una expresión de extrema duda.- Muy bien, si quieres que te muestre lo que sé de ti…
Frunciendo el ceño, Sara abrió la boca para preguntarle que mierda significaba eso, pero antes de que pudiese emitir ningún sonido, él la cogió por uno de sus tobillos y lo levantó a medida que se ponía de pie. Ella intentó patearle con la otra pierna, pero él agarró su otro tobillo con la mano libre. Tenían casi todo el cuerpo en alto, apoyándose en el sofá solo con la mitad de su espalda y los hombros, y con la camiseta arremolinándose en su cintura.
-¡¿Qué coño haces, capullo?! –dijo ella histérica.
-Mmm… Tanguita morado… -dijo Damián observando las mejores vistas de Sara.- No sabía que te iba la lencería sexy, Sarita.
-¡Bájame, gilipollas!–ordenó ella intentando cubrirse con la larga camiseta y moviendo sus piernas para patearle, pero sin resultado alguno por la fuerza de él.
-Te vi –dijo Damián, ganándose la atenta mirada de Sara.- La otra noche, vi como te metías tus propios dedos en el coño y en el culo…
Ella se quedó paralizada, colorada de la vergüenza y la impresión. “¡Me vio!” , pensó alarmada. El sonrió triunfante al ver su expresión.
-No te pongas así. No es nada malo. Desde luego, no fuiste tú la única que lo disfrutaste. –Se puso serio y le dijo:- Hoy me empalmé en clases, y todo fue por tu culpa, Sarita. Desde la otra noche, no puedo evitar preguntarme como sabe tu coñito cuando te corres… y, con tu permiso, voy a averiguarlo.
Él puso sus piernas en el sofá, y las inmovilizó con sus rodillas. Ella intentó incorporarse para estar sentada, sentía su cara roja por la vergüenza y la rabia, pero él la sujetó por un hombro manteniendo su cuerpo completamente horizontal y tumbado en el sofá.
Se miraron a los ojos, y Damián sonrió. Ella intentó pegarle un tortazo, pero él la esquivó y logró sujetar sus muñecas con una sola de sus manos en un par de segundos.
-Ahora, relájate. Más tarde me darás las gracias.
Puso su otra mano sobre un pecho de Sara, y ella jadeó. Se removió, intentando que parase, pero solo consiguió que él aferrase su agarre más. Estaba poniéndose nerviosa. Nunca antes la habían tocado, solo se había tocado ella a sí misma, pero nadie más.
-Damián, para. Esto no me hace ni puta gracia.
Él la ignoró, escaneando su cara. Echó hacia abajo el amplio cuello de la camiseta, y con él el sujetador, destapando los blanquecinos senos que lo habían obsesionado tanto. La cara de Sara ardió. Él empezó a acariciar un pezón suavemente, con círculos, pasando brevemente por la cima, hasta que empezó a endurecerse.
Sara lo notaba, y notaba que su otro pezón se ponía igual. Su respiración era irregular, y bajó su mirada para ver el trato que Damián le daba a su pecho. Era una visión erótica, no podía negarlo, pero tenía que detenerlo.
-Para –volvió a decir.
Y él volvió a ignorarla. Ciertamente, las tetas de Sara eran fantásticas y apetecibles… Bajó su boca al otro pezón para probarlo, notando la tensión en el cuerpo de Sara y recordando no haberla escuchado respirar en varios segundos.
Hizo los mismos movimientos con su lengua que con sus dedos, notando lo duros que se ponían, como piedras, como su polla en ese momento. Se deleitó en su sabor durante un rato, con los ojos cerrados, amamantándose de las tetas de Sara. La escuchaba jadear cuando succionaba y eso lo encendió más. Puso sus dientes en el pezón, al tiempo que dos de sus dedos en el otro, y apretó al mismo tiempo. Sara dejó escapar un sonido a medias entre un jadeo y un gemido. Damián entreabrió los ojos, y vio su expresión: ojos casi cerrados, labios entreabiertos, respiración entrecortada y unas mejillas muy sonrojadas. Estaba cachonda.
Bajó la mano del pezón hacia la entrepierna de Sara, y empezó a acariciar su coñito por encima de su tanga. Estaba empapado. Se enorgullecía de ello. Ella, al parecer, no se había percatado de aquella humedad, y se estremeció al notar sus dedos allí. Abrió los ojos y lo miró, de manera suplicante.
-No…-dijo en un susurro.
Él succionó fuerte de nuevo y ella cerró los ojos con deleite mientras gemía. Sus dedos empezaron a frotar la rajita que se mojaba cada vez más, y el cuerpo de Sara iba desprendiendo cada vez más calor, aflojándose, dejándose hacer. Presionó su clítoris, sintió su estremecimiento y escuchó su suspiro. Ya no le quedaba mucho para que se hiciera arcilla en sus dedos.
Pasó sus labios al otro pezón, jugando con su lengua antes de metérselo en la boca para distraer la atención de Sara de sus dedos en su tanga. Levantó la vista y vio sus ojos cerrados, no quitó su mirada de los mismos mientras apartaba el tanga a un lado y acariciaba con sus propios dedos los sensibles labios de Sara. El olor de su coño mojado lo puso ansioso por correrse, pero tenía que esperar un poco más.
Sara abrió los ojos de golpe cuando sintió como entraba un dedo de Damián en su interior. Lo miró, y él solo le devolvió la mirada durante unos segundos, tras los cuales, los cerró con deleite y succionó su pezón al tiempo que metía más su dedo, mojándolo con sus fluidos.
A Sara le costaba respirar, su cabeza le decía que tenía que parar aquello, que tenía que rebelarse, pero su cuerpo se negaba, necesitaba seguir. Se relajó, sin poder evitarlo. Se sentía un poco extraña, porque los únicos dedos que habían entrado en ella habían sido los suyos propios, y nunca consiguió sentirse así. Un segundo dedo se introdujo, y ella jadeó buscando aire.
“Joder… está muy estrecha. Como siga así, no me podré aguantar mucho más aunque quiera” , pensó Damián. Al escuchar los jadeos de ella, supo que le quedaba tan poco como a él. Sabiendo que ya la tenía bajo control, se deslizó por su cuerpo hasta que su cabeza estuvo frente a su coño, sin apenas vello.
Sara abrió los ojos al echar de menos el agarre de Damián en sus muñecas, lo vio posicionándose frente a la entrada de su coño y sintió su clítoris palpitar con anticipación. Se sostuvieron la mirada, la de ella con sorpresa e impaciencia, la de él con satisfacción y diversión.
Solo hizo falta que Damián sacara la lengua y la deslizase por la rajita húmeda para que Sara pusiera los ojos en blanco y gimiera. Sin esperar un segundo más, él empezó a comerla, lamiendo, chupando. Su polla palpitaba, le dolía, y presentía que acabaría duro.
Sara gemía sin parar, arqueando la espalda, susurrando y demandando más. Damián volvió a meter dos dedos y empezó a masturbarla con ellos al mismo tiempo que con su lengua. Ella estaba a punto de correrse, e instintivamente puso una de sus manos en la cabeza de Damián, instándole a que siguiera
No tardó mucho más. Cuando sintió como las paredes de su coño apretaron sus dedos los sacó y metió su lengua para beber todo lo que Sara estaba soltando entre fuertes gemidos y estremecimientos, al mismo tiempo que dirigió sus manos a sus pantalones, se sacó la polla y empezó a pajearse mientras el sabor que tanto había ansiado se derramaba en su boca y llenaba su lengua.
Sara aun respiraba con dificultad, manteniendo los ojos cerrados, y aun no habían terminado los estremecimientos de su orgasmo cuando notó a Damián levantarse del sofá y posicionarse a su lado. Abrió los ojos y vio por un par de segundos como se masturbaba su increíble polla… pero solo fueron un par de segundos, porque cuando vio salir el primer chorro de semen cerró los ojos instintivamente, sintiendo como caía en su cara. El siguiente, le entró un poco en la boca, y el resto fue cayendo por diferentes lugares en su rostro y en sus tetas.
Cuando Damián terminó, jadeando, se fijó en ella. Toda manchada de su leche. Sara se incorporó hasta sentarse, con los ojos aun cerrados para que no le entrase semen, se quitó el rastro del mismo con las manos de esa zona para poder abrir los párpados y mirarle con odio. Aquella imagen se quedaría grabada en su mente por el resto de su vida: la furiosa expresión de Sara, estando toda manchada con su corrida, resbalándose por su rostro, sus labios, sus tetas, su pelo…
Sonrío ampliamente, se guardó la polla, le dio un beso en la coronilla y le susurró:
-Sin rencores, Sarita.
Tras eso, Damián se fue. Sara quería matarlo, pero escuchó a alguien intentando abrir la puerta de entrada y ella corrió al baño para limpiarse.