Reacciones perversas
Me he vacunado del Covid. Fue ayer a las 10,00 de la mañana y ha sido todo tan increíble, tan alucinante, que no puedo resistir sin compartirlo con alguien.
Sabía de la posibilidad de que aparecieran efectos secundarios, reacciones adversas, pero no me podía imaginar lo que ha pasado.
Los que seguiis mis relatos sabeis que me llamo en realidad Jose Antonio y soy un señor mayor, un sesentón felizmente casado y padre de dos hijas ya a punto de hacerme abuelo. SIn embargo, mi otra cara, anejo, acecha en la red y se dedica a pergueñar las más bizarras aventuras. Sin embargo, esta vez la realidad ha superado a la fantasía.
Fui al ambulatorio con cierto canguelo. La enfermera es una señora de mi edad, ya la conozco de hacerme analíticas y es, por decirlo suavemente, un pelín brusca.
- Venga, quítese la camisa que hay cola.
He obedecido sumisamente y he dejado que me banderilleara con saña mientras me aleccionaba.
Esto le va a doler todo el día y parte de la noche. Tendrá fiebre, nauseas, vómitos, cefalea, que quiere decir dolor de cabeza, escalofríos... Tómese un paracetamol y no vaya por la calle si se encuentra mal.
Sí, sí. Hoy tengo permiso en el instituto y podré...
¡A ver, el siguiente! Usted haga caso o verá que no exagero. Ahora diez minutos aquí fuera por si... ¿Qué le pasa? ¡Eh ayudadme, socorro!
De pronto el suelo se precipito hacia mi cara, aunque puse las manos y no me lastimé, pero se me había hecho de noche por un segundo. Me llevaron de nuevo a la consulta y me tumbaron con los pies en alto. Habían venido otros dos enfermeros y una doctora.
- No es nada, no se preocupe. Una reacción habitual. Descanse un momento y verá que se puede levantar enseguida.
En efecto, a los diez minutos me sentí mejor. De hecho, creo que hasta eché un sueñecito allí acostado.
- Venga, caballero. Espabile que nos estamos retrasando por usted - La enfermera, tan amable como siempre.
De camino a casa empecé a sentirme mejor. Al subir las escaleras, casi eufórico. Notaba una energía vital aumentada, como no experimentaba desde hacía meses.
Pilar, mi esposa, es contable. Una fiera con los números. Trabaja en casa y lleva cinco o seis empresas de las gordas. Me oyó entrar y salió del despacho.
Toni ¿ya está? ¿Ha ido bien?
Fantástico - respondí , y sin pensar, me acerqué y la bese en los labios. Hacía gusto a tabaco, ella fuma como un carretero, la verdad. Me miró sonriente y me abrazó.
Oye, qué bien hueles, ¿no?
No creo. No me he duchado aún y he subido corriendo. debo estar sudado y todo.
No es sudor, es algo, no sé...
Empezó a olerme un poco exageradamente, como si fuera una perra de la policía y buscará un alijo de marihuana. Se agachó y todo, y se detuvo en mi bragueta.
El olor viene de aquí.
¡Qué tontería! Venga quita y no hagas bromas, que me han dicho que he de cuidarme por si me da....¿pero qué haces?,¡¡ Pilar!!
Mi mujer me estaba mordiendo la polla a través del pantalón. Y fue aquí que me di cuenta de que la tenía durísima. Quizas era esa la euforia que sentía por la escalera.
Pilar es una mujer guapa y le gusta follar, pero a nuestra edad no abusamos de esas prácticas. Con uno a la semana tenemos bastante y nunca me monta numeritos como éste... por desgracia, claro. Quizás es por eso que me paso la vida escribiendo cuentos guarros para colgarlos aquí.
Está más gordita que cuando nos casamos, eso sí, pero todo ha crecido en proporción, más el vientre quizás, pero las tetas y el culo han hecho también sus progresos. Su bata de estar por casa no es precisamente sexy, pero vi que ya se la había quitado y mostraba sus hombros desnudos y sus pechos medio salidos del camison, con los pezones erguidos y duros. Mientras observaba estos detalles, Pilar extrajo mi pene de la bragueta y lo chupó y lamó a conciencia mientras me desabrochaba el cinturón y el botón del pantalón.
Pilar ¿Estás bien, cariño?
En la gloria - contestó, para dar después un amoroso mordisco a mis huevos.
Estaban tan duros e hinchados que me parecía que no eran los míos. Y la polla.. ¡Qué tamaño y qué dureza! Si parecía la de un actor porno. Yo nunca la he tenido muy lucida la polla, pero con los años ha ido perdiendo encanto, y ahora ya parece un trasto viejo ahí colgado, sin otra misión que expulsar orina.
Pero no era cosa de desaprovechar aquel fenómeno paranormal. Me acabé de quitar la ropa y dejé que Pilar siguiera amorrada al pilón, disfrutando de su renovada golosina.
- ¡Fóllame! - dijo después de unos minutos, sacándose el camisón y tumbándose en la alfombra - ¡Vamos, que no puedo más!¡Quiero tu leche!¡Dámela toda ya!
Me quedé muy cortado. Pilar no habla jamás así. De jovencita era muy ardiente, pero nunca obscena ni poligonera. Ella es una señora. Ahora parecía transmutada, convertida en una puta arrabalera, una vedette de vodevil porno. ¡Qué escándalo! pensé mientras me acababa de quitar los zapatos y la camisa y me arrancaba la tirita de la vacuna.
Sus palabras, su expresión lujuriosa y la visión de su coño, algo demasiado peludo quizás, hace tiempo que no va a la esteticista, me pusieron como un jabalí encelado. Fui sobre ella y le hinqué mi polla con un ardor juvenil impensable a mi edad. Y la saqué despacio, para meterla de golpe por segunda vez.
A la de cuarenta, con un ritmo cada vez más rápido, Pilar empezó a llorar como una niña pequeña.
- ¿¡Porqué ...no me... lo haces... así ...siempre,?¡... cabrón....!
Ya veis que me lo decía entrecortadamente, como indican los puntos suspensivos. Que me insultara así, era una novedad aún mayor que lo de "fóllame", pero este lenguaje me enardecía aún más. Seguí taladrando a mi parienta sobre la alfombra. Oí como se corría una vez y no paré. Tampoco a la segunda. A la tercera, me corrí yo. Noté allí abajo una explosión, que ni en mis mejores tiempos, mientras ella literalmente aullaba como una loba mientras me clavaba las uñas en la espalda, que gracias a Dios se las muerde y no me hizo sangre, pero me dejó un par de morados, que para qué...
Nos quedamos allí, tumbados, yo lamiendo sus pezones, es algo que hago a menudo, esto sí, y ella sujetando el manubrio con la mano, como si quisiera evitar que se encogiera.
Cuando finalmente se encogió, su tamaño era el triple del habitual de mi sexo en situación de flaccidez. Aquello era magia. Me parecía estar soñando. Soló me venía a la cabeza una explicación... ¡la puñetera vacuna! Este era un efecto secundario que nadie habia dicho `por la tele. Sólo hablaban de trombosis en la AstraZeneca, de miocarditis en la Pfizer, de febrones del Copón en la Moderna. Pero ¿Cuál me habían puesto a mí? Ni siquiera lo había preguntado...
Pilar se levantó con dificultad. Parecía que se le habia recompuesto la columna con el bombeo. Una visita menos al osteópata, todo eran ventajas. Parecía haber crecido y tener las tetas hinchadas por el gusto. Se fue tambaleándose a buscar el tabaco. Yo no fumo, pero le di cuatro chamadas al pitillo, sentado en el suelo a su lado.
Toni, esto ha sido fantástico. Estoy destrozada. Pero ¿Qué te has tomado, hijo? ¿Has estado mirando porno, o qué?
Es la vacuna, amor. Tiene que ser eso. ¡Qué barbaridad!
Creía que me matabas. Casi me rompes una vértebra.
Pues yo creo que te las he arreglado de golpe. Estás más tiesa. Se nota porque se te han levantado las tetas.
Pilar se fue para la ducha mirándose las dos magníficas peras y meneando el culo como gata bien follada. Aquel día se iba a reunir con los jefes de una pastelería de postín de la que llevaba la contabilidad. Se vistió tan sexi como hacía tiempo no la veía, con un pequeño escote y un vaquero que le marcaba un culo de vicio, y encima, o sea, debajo, se puso unas botas camperas que acentuaban sus curvas de madura despampanante.
- Vete a la cama y descansa. Yo como con los Bermúdez, que quieren abrir tres pastelerías más y hemos de hablar largo y tendido.
La verdad, yo no tenía ganas de dormir. Sentía un hormigueo, no en las manos, como me había advertido la enfermera, sino en los huevos, que estaban recuperando dureza a marchas forzadas. Me fui a la ducha y me eché un buen chorro de agua caliente. No había pasado un minuto, que tenia la polla como el mástil del Bribón, por decir un mástil famoso y trempador.
Utilicé el agua fría para apagar mis ardores y me vestí. Estaba bien, de puta madre, de hecho, así que decidí ir al instituto y avanzar un poco la faena, que estábamos ya poniendo las notas del tercer trimestre y preparando ejercicios para la selectividad.
El instituto está a diez minutos de casa y aún no eran las doce que me presenté allí. Estaban haciendo patio y un grupito se me acercó. Luís era el más dicharachero.
Profe ¿Qué tal la vacuna?
Bien, bien, aunque me ha hecho algún efecto secundario, me parece.
Váyase pa casa, profe. A ver si le da un chungo...
Que va, al contrario. Venga ir para clase, que ya són las doce.
Una de las chicas del grupito, Jeni se llama, se quedó un momento. Con la máscara puesta no sabía yo qué quería exactamente, o por dónde iban los tiros.
- Toni, me has suspendido el examen de los idealistas.
Ya se veía por dónde iba la cosa. Algunos alumnos y alumnas me tutean como si nada y yo los aguanto, no me molesta en realidad, pero sí que se aprovechen de que soy tan enrrollado.
Y ¿qué pasa con eso, Jeni? Tendrás que estudiar mas para la recu.
Sí. Pero si me dices un poco lo que va, o sea, lo que pondrás.
Eso no puede ser. ¿Cómo te voy a decir..?
Jeni se había acercado un poco a ver si me convencía. Es una chica menudilla, no sé decir si guapa, porque con esto de la máscara no le he visto el careto desde septiembre y ya no me acuerdo muy bien, pero con buen cuerpo, sin entrar en detalles, que es menor y es una alumna.
- Toni, me podrías hacer repaso...
Hostia. Esto si que no me había pasado nunca. Una de aquellas jovencitas de melenas lisas hasta el culo, insinuándose con su profesor de filosofia sexagenario. Y la expresión de sus ojillos me estaba diciendo que ella también había olido algo y estaba a punto de lanzarse sobre mi paquete, como mi Pilar.
Un sudor frío me recorrió la espalda. No por la vacuna, sino por la erección que empezaba a insinuarse entre mis piernas. Eche el culo atras y fingí que tosía para dismular mi estado de palote total.
Por suerte llegaron otras dos alumnas y se llevaron a Jeni, que parecía seguir babeando y mirando hacia atrás, juraría que hacia mis hinchados genitales, mientras las coleguis se la llevaban a clase, preguntándole qué le pasaba, que parecía estar en trance.
Subí al despacho de profesores, desierto a aquella hora y me senté a corregir exámenes. A los pocos minutos se abrió la puerta y entro Camila. Camila es la señora que limpia. Una cuarentona de tierras caribeñas que hace dos años que trabaja en el instituto. Es una mujer afroamericana, es decir morena de piel, con la nariz americana y la boca afro, una combinación que le favorece. Siempre me ha parecido que iba pidiendo guerra, pero las americanas son dicharacheras de por sí y ésta lo era en extremo. Cuando supo qué profesores estábamos felizmente casados, se concentró en los solteros y divorciados. Creo que busca estabilidad afectiva y legal, pero siempre tiene una sonrisa amable con magníficos dientes y una exhibición de pechos rotundos, que hincha al respirar delante del interlocutor para recordarle su poder.
Se acercó a la mesa con un trapo y una botella de desinfectante, con su FPP2 blanca medio descolocada.
¡Jesús, Don Antonio! Me ahogo con esta vaina de máscara. A ver si esto acaba de una vez.
Ya falta menos. MIra, hoy me vacunaron.
¿Sí? ¿ Y qué tal? ¿Le dolió?
Para nada. Un mareito muy leve y ya está.
Se le ve magnífico, profesor. Creo que le sentó bien.
Si, no sabes cuánto, me dije para mí, recordando a Pilar dando gritos debajo de mí hacía un rato.
Seguí con mi trabajo y ella con el suyo, hasta que se acercó a mi posición con su spray echando gotitas en la mesa. Me aparté con los exámenes y la dejé limpiar. Se inclinó y me miró de reojo al hacerlo. Se quedó quieta unos segundos, justo a mi lado, rozando con su rodilla mi muslo.
- Nunca me había fijado que fuera usted tan fuerte, don Antonio.
Aquel comentario era falso y absurdo. Hace años que no levanto una pesa y mi barriga empieza a ser algo demasiado prominente para resultar simpática. La unica parte de mi que desbordaba fortaleza, estaba entre mis piernas y empezaba de nuevo a manifestarse con todo su vigor.
Camila se sentó en la mesa, a mi lado, dejando que su uniforme a rayas verdes y blancas se escurriera hacia arriba, y sus muslos morenos y voluminosos se mostraran insinuantes a unos centímetros de mi mano.
Con gran precaución, pues aquello me parecía ya la repanocha, acaricié su rodilla más cercana y ello desató una tormenta de dimensiones ciclópeas.
Camila dejo caer sus zuecos con estruendo y pasó un muslo por delante de mí, dejando su abultada almeja bien visible a través de sus bragas caladas. Aquel coño de categoría superior en volumen y efluvios vaginales, estaba ahora a un palmo de mi cara.
- Cómemelo - Me dijo ella lacónicamente, con una voz cazallera que daba miedo.
Yo no soy un gran comedor de coños, según dice Pilar, que no sé de dónde se saca los elementos de comparación. Demasiado poco apasionado, sentencia. Habría de ser realmente voraz, casi carnívoro, para hacer que se corriera de esta forma.
Pero con Camila no había problema. Cuando empecé a morder sus bragas, la morenaza se puso a gemir y a murmurar frases incomprensibles. Aparté con las manos la tira inferior de la braga, que se rompió con mi ímpetu. Me concentré en aquella tarea, mucho más ardua de lo que yo estoy acostumbrado, en un coño netamente mediterráneo, como es el de mi media costilla, pequeño y manejable. Este era inmenso, inabarcable para mi lengua y labios. Encima, la ausencia de vello, exceptuando una fina mata púbica, hacía aún más inmensa aquella vulva apoteósica. Yo hacía lo que podía, viajando de arriba a abajo, succionando aquel prominente y brillante frijol y deslizando la lengua hasta llegar al segundo agujero, muy rugoso y tan suculento como el otro.
Ya abierto el camino, Camila decidió que era el momento de llenar su raja con algo más voluminoso que mi lengua. Se arrancó la bata, mostrando sus tetazas enmarcadas por un sujetador azul claro, caladito, a juego con las bragas.
Me ensañé en ellas sin esperar a que las sacara de aquel marco incomparable y liberé mi polla de su encierro, para encerrarla de nuevo, ipso facto, en aquella cueva de las maravillas.
Noté enseguida que no iba a ser tan facil llenar aquel reducto con mi polla, a pesar de su inesperado crecimiento. Aquello era una gruta insondable. Camila era madre por cuatro veces, recordé de pronto, y no había recuperado toda su angostura natural.
Ella parecía gozar, pero nada que ver con la comida de conejo que yo le hacía un minuto antes, con la que gemía como si la estuvieran electrocutando el chichi.
- Me gusta más por detrás - afirmó apeándose y cambiando de pose para ofrecerme su culazo serrano.
En efecto, al inclinarse, mi polla la penetró encontrando unas deliciosas resistencias, que me pusieron a cien. Ella volvió a gemir de gusto y yo sentí también que explotaría en breve.
Pero Camila decidió parar entonces y llevó atrás sus manos para abrir como una puerta sus nalgas opulentas y ofrecerme su otra cueva, que se empezaba a abrir, rosada y brillante, contrastando con su negro y apetitoso culo.
Y no me lo pensé. Mi mujer prefiere que le meta el dedo, se vuelve loca ciertamente, pero mi polla no cabe allí, hace años que lo sabemos. SIn embargo, el ano y el recto de Camila parecían diseñados para ser taladrados por una polla, la mía en este caso. Nunca habia sentido aquel delicioso pellizco en toda la extensión de mi pene, me parecía que el capullo habia quedado reducido a las dimensiones de un chiclé.
Ella no se corrió en ese momento, pero a mi casi me da un infarto cuando se puso a culear con el rabo dentro. Pensé que valía la pena morir de aquella manera cuando empecé a eyacular sin soltar una gota de leche. Cuando pude sacarla, que costó, todo el esperma salió a chorros de mi próstata, que se quedó bien escurrida, doy fe.
Ella estaba ya casi desnuda y me atrajo hacia si, llevando mi mano a su coño. ¡Que forma de besar, amigos! Parecía que me iba a devorar, la morenaza. Yo le di caña con la mano, digamos que más bien con el puño, que coloqué en forma de alcahofa. Aquello sí que funcionaba. Camila se corrió ruidosamente mientras yo la besaba y pellizcaba sus pezones, grandes y erectos por la excitación.
Camila acabó y me miró espantada por lo ocurrido, metiéndose las tetas en el sujetador y la máscara sobre la boca y la nariz. Se puso los zuecos y se abrochó el batín-uniforme, errando por cierto los botones con los ojales y quedando muy poco presentable en conjunto.
Salió del despacho sin decir palabra ni mirar atrás. Aquello había sido demasiado espeluznante para ser comentado. Yo me limpié el pito con el trapo que se había dejado por allí, aprovechando así para desinfectarlo, por lo que pudiera pasar depués de recorrer aquella senda impura pero magnífica.
Esperé unos minutos y salí del despacho yo también. Me palpé los huevos aprovechando la soledad del pasillo. No estaban tan duros como antes, pero tampoco parecían del todo derrotados por el lance. ¡Qué prodigio de la farmacología! Aquella vacuna iba a ser la bomba cuando la dispensaran a los menores de treinta. Tendrían que declarar otra vez el estado de alarma.
Me fui a la zona de break y me bebí una cocacola zero, acompañada de un paquetito de almendras. Pobre almuerzo, que no sació mi hambre pero me entretuvo un rato.
Oí tacones lejanos y me volví con alguna aprensión. No sabía que le pasaba a las mujeres aquella mañana. Ellas no se habían vacunado, que yo supiera...
Bueno, ahora no había peligro. La señora directora, Doña Luz, una mujer de mi edad más o menos, aunque ella se esforzaba por parecer una cuarentona, siempre pintada como una puerta y vestida con modelos propios de divorciadas resultonas.
La miré contonearse con cierta lástima. Aunque, a medida que se acercaba al expendedor de bebidas, observé que no estaba tan caducada como me parecía. Era delgada y menudita, pero con los tacones y las hombreras daba el pego. Se vino a sentar delante de mí y me saludó con una inclinación de cabeza. No nos llevamos bien. Siempre me está tocando los cojones con papeleos y más papeleos. No me gusta tanto trámite y se lo hago saber en cada claustro, pero ella me mira con indiferencia y desprecio y sigue con sus exigencias.
Se había comprado un agua y unos bastoncitos y se puso a matar el hambre . Llevaba los labios pintados de un granate excesivo, a pesar de que, hasta que empezó a comer, no se quitó la mascarilla.
¿No tienes clase, Jose Antonio? - Aquí no me llaman Toni.
No, Luz. Hoy me han vacunado, ya escogí el día que no tenía clases para no retrasarme.
Por cierto, no me has enviado la preevaluación de segundo..
Ya empezábamos con los putos papeles. ¡Qué ganas de que se jubile esta cacatúa! Claro que yo iré detrás y no lo disfrutaré. Con cierta maldad me puse de pie y me coloqué a su lado, haciendo ver que elegía alguna golosina de la máquina. Esperé a observar algún efecto. Luz estaba comiendo y daba traguitos de la botella, cuidando de no correrse el carmín. De pronto se paró. Me miró y los ojos empezaron a ponerse tiernos, aunque las cejas reflejaban una sorpresa mayúscula.
- Me parece que me voy al despacho - dijo en un hilo de voz sin mover el culo del butacón ni dejar de mirarme de arriba a abajo, cada vez más abajo que arriba.
Era normal su sorpresa. Mi pantalón parecia la carpa del Circo Ruso, con una prominencia que apuntaba hacia ella con descaro y una pequeña pero evidente mancha de líquido seminal en la punta.
Pero esto no le repugnó, al contrario, La señora directora parecía hipnotizada por mi erección. Tragó saliva y me miró a los ojos.
- José Antonio, deberías de venir a mi despacho un momento. Hemos de hablar.
Casi pierdo la erección al oír aquello, pero la sonrisa lasciva de Luz me anunció que no íbamos a hablar de trabajo.
La seguí por el pasillo y subimos a la planta primera. En la escalera me fijé en su culo. Pequeño, pero redondo y duro, me pareció. Y tenía un meneo de caderas que yo no había advertido hasta aquel día.
Entró, cerró y se vino hacia mi decidida.
- No sé porqué no había hecho esto antes - dijo. Y me abrazó con una efusión desconocida en ella. Su boca era pequeña pero muy jugosa. La lengua era viperina, no por que escupiera veneno (que un poquito, también en los claustros) sino porque vibraba contra la mía como si tuviera un motor oculto. Con gran habilidad se fue desnudando sin apartar su boca y cuando me aparté y la miré, no me pareció nada mal lo que vi.
Se había quedado en ropa interior, un sujetador negro que levantaba sus pequeñas tetas y una braguita a juego, que transparentaba su pubis lampiño, o sea, sin un pelito. Esto pronto desapareció también y la directora me empujó al sofá del fondo. Me abrió el frasco de las esencias y extrajo mi polla, ya preparada para la acción...por tercera vez en dos horas. ¡Lo nunca visto!
Vestida sólo con sus zapatos de tacón, se montó a horcajadas sobre mí y buscó sin más preámbulos la penetración. No necesitó más preliminares, estaba húmeda y suave, como una fruta madura, y el glande se deslizó con naturalidad en el agujero. SIn embargo, pronto llegué al tope, ya que los genitales de Luz eran proporcionales a su corta estatura. Cuando toqué fondo, se estremeció de placer y elevo el culete para repetir la embestida.
Cada nuevo choque contra la entrada de su matriz la ponía más loca, sus pezones se ponían más rígidos y su mirada más perdida. Noté una salpicadura y resultó ser saliva que salía de su boca abierta y desencajada, con un gesto de abandono total.
Paró un momento y la besé con pasión mientras le daba pequeños empujones en las paredes vaginales contrayendo los músculos del ano, una cosa que había leído en una página web de sexo tántrico, pero que jamás había practicado. Aquello no fue una buena idea, porque Luz se puso tan caliente que me mordió el labio inferior con un ansia animal.
¡Coño! - dije.
Ay, perdona. No me puedo contener. Hazme eso de apretar así, me vuelvo loca...
Vale, pero no nos besamos mientras tanto - Y para ocupar mi boca, le chupé los pezoncitos mientras seguía con el masaje de la polla inmovil.
Sé que se corrió como una fuente, porqué noté los líquidos mojarme los cojones resbalando excitantes hasta el culo.
Feliz del orgasmo pasivo obtenido, Luz empezo a cabalgarme, buscando una segunda corrida, más convencional y compartida; Y a fe que lo consiguió. Yo no sé de dónde salía tanta leche, porque ya llevaba tres y no me notaba agotado sexualmente. Por lo visto la vacuna actuaba intensamente sobre la próstata y los testículos haciendo que aceleraran sus funciones o algo parecido.
Mi jefa se apeó con gracia y me pasó unos klinex con los que nos limpiamos como pudimos. Cuando me levanté, pude ver una buena mancha en el sofá, que costaría de eliminar y de justificar.
Ella se vistió lo más deprisa que pudo, porque le fallaban un poco las piernas y me despidió de mala gana.
- No te preocupes por la pre-evaluación. Puedes hacernos un resumen en el claustro - dijo como despedida, acompañandolo de un suspiro de nostalgia.
Decidí volver a casa a comer antes de que acabaran las clases y salieran en tropel todas las profesoras a preguntarme si me habían vacunado.
Me sentía ya algo cansado y me molestaban un poco los genitales, por el roce, supongo, pero no me notaba los huevos vacíos y la polla fláccida, como me ocurre después del polvo semanal con mi Pilar.
Tranquilamente subí al ascensor, cuando una voz me detuvo.
- Espera, por favor
¡Por Dios Bendito! La vecina buenorra del sexto. Con su negra melena, su minifalda y aquellas sorprendentes mamas. Amparo es delgadita y no muy mujerona, pero tiene esa cara sexy que hace caer la baba a cualquier varón que conserve un mínimo equipamiento hormonal. Ahora, con el covid, no le podía ver la cara, pero esta sí que no se me olvida, aunque hace más de un año que no se la he visto.
Entró al ascensor con sus meneos de culo particulares y me saludó, tan amable como siempre. Apreté el botón del cuarto y, al hacerlo, tuve que acercarme a ella. NO hice nada por evitarlo, lo he de reconocer.
¿ Qué perfume usas, Toni? - ¡Ya había entrado al trapo!
Nada especial, uno que venden en Mercadona - improvisé.
¡Caray! Es muy cálido - Y me miró con interés.
Ya estábamos en el cuarto piso. En unos segundos se decidiría mi suerte. La puerta se abrió... No se movió.
Bueno, ¡qué vamos a hacer!. No iba a ligarme a todas las mujeres sobre la faz de la tierra, aunque ésta, era muy especial.
Toni, ¿está Pilar en casa? - ¡Ay!
No. Tenía una reunión. ¿Quieres pasar a tomarte una cervecita?. - Sé que le va la cerveza porque la he visto varias veces sentada, bebiendo en la terraza de abajo, antes de empezar la pandemia.
Juraría que se lo estaba pensando seriamente. Esta chica es muy activa sexualmente por lo que se comenta en la escalera, pero jamás le ha dado cancha a ningún varón emparejado, y lo sé porque creo que lo han intentado la mitad de los vecinos. Ella es inflexible en ese aspecto. Sólo se lo hace con singles como ella.
Parecía librar una lucha interior. Dio un paso en dirección a la salida del ascensor, pero se detuvo.
- ¿Tenemos los teléfonos grabados, verdad? - fue la pregunta, un tanto sorprendente, que formuló.
Recordé que sí, los teníamos porque hay un chat en whatsapp en el que estamos todos los vecinos. Contesté afirmativamente mientras se cerraba el ascensor.
Entré de cabeza a la ducha; demasiado trasiego de mis genitales fuera de su corral, había que hacer limpieza general. Mientras me duchaba sonó el aviso de mensaje. Salí de la ducha y me sequé las manos. Abrí el whatsapp.
Has estado a punto de hacerme traicionar mis convicciones, no entiendo porqué. Tu me caes bien, pero no eres un Adonis precisamente.
Vaya, muchas gracias por el cumplido
De todos modos, no sé a santo de qué, es absurdo, pero siento la necesidad de tener sexo contigo.
Pues has dejado pasar la ocasión.
aunque, si quieres subo a tu casa ahora mismo...
No, no. No te confundas.
Tú estás casado y no me lio con maridos ni con novios.
Te propongo un poco de sexo virtual.
Tampoco es que me parezca bien, pero estoy salidísima
Este tema lo domino poco. No tengo vínculos con estas simpáticas muchachas que a miles ofrecen sus servicios visuales en internet, pero ya me imaginaba en qué consistia la cosa. En un minuto llegó el primer vídeo. Era muy breve. Amparo se movía sinuosamente en primer plano. En primer plano de sus magníficas tetas, envueltas en un sedoso camisón rojo; Su rostro permanecía fuera de pantalla. Observe un minuto, en bucle, la danza de los senos, que se movían libres y salvajes, los pezones marcándose a través de la tela. Me puse a cien sólo con esto. Mi polla apuntaba hacia el móvil como un perro cazador que huele su presa.
Enséñame el efecto
No lo entendí a la primera lectura, pero sí a la segunda. Rápidamente encuadré mi pene erecto en la pantalla y envié la foto.
Mmmm...Está muy bien.
Ahora hazte una paja para mí.
Venga, envía.
Empece a hacer lo que me mandaba con ardor. Grabé diez segundos, añadiendo un jadeo de fondo muy real, ya que de verdad estaba salidísimo.
Inmediatamente después de recibirlo me llegó el siguiente vídeo. Amparo se había quitado el camisón y me ofrecía ahora una panorámica perfecta de sus nalgas, también en movimiento. No eran muy grandes y las cubría un fino vello, pero se movían con una sensualidad que me hizo gemir de nuevo, ahora sin necesidades del guión. Se cubría con un tanga muy fino, que dejaba entrever sus labios mayores y los rizos muy negros de sus ingles.
Yo aceleré el ritmo de mi paja, la grabé y le dí a enviar. Por desgracia, no creo que mi físico la pudiera excitar demasiado, así que lo fie todo al ardor sexual que provoca en una mujer el saber que un hombre está a punto de explotar mirándola sólo.
Tienes un regalo en el ascensor
Fue el siguiente y enigmático mensaje. Corrí hacia el lugar indicado, abrí la puerta y me encontré una bolsita. Dentro, su tanga. ¡Buff! Me estaba cogiendo una taquicardia que no había sentido con Luz ni con Camila, y menos con Pilar. Aquella chica era una bomba ciertamente.
Ahora huélelo y envíame la foto
Lo hice como ordenaba. Allí había muchos aromas concentrados, lo que me hizo pensar que lo había llevado puesto todo el día. Olía incluso a perfume, lévemente a orina y un poquito a otra cosa que ya no excitaba tanto, pero predominaba el olor a flujo vaginal de forma evidente.
Chúpalo
Orden lacónica y definitiva. Por supuesto lo hice (sólo por delante...) y envié un pequeño vídeo con mi lengua vibrando en primer plano.
Cochino, me estás volviendo loca
Y ahora entró un vídeo más largo. Su cara estaba fuera de plano, pero Amparo se había sentado con las rodillas flexionadas y las piernas abiertas. Los pies se apoyaban en el suelo, enfundados en unos zapatos azules de tacón vertiginoso, unos quince centímetros, calculé. Libre de tanga, su coño ocupaba el centro de la imagen, rizoso, mojado y abierto. Ella misma se frotaba el clítoris delicadamente con dos dedos, mientras su otra mano pellizcaba un pezón al ritmo de la paja que se estaba haciendo.
Pajéate con mis bragas, venga
Obedecí presuroso, pasando la escueta prenda a lo largo de mi pene, frotando los huevos, envolviendo el glande. Ya brotaba mucho líquido de la punta y el tanga estaba quedando como un trapo de cocina. Envié un vídeo documentando todas mis actividades. Ella tardó unos minutos en contestar. Cuando llegó el siguiente vídeo mi pulso se aceleró aún más.
Mi vecina tenía entre los muslos un falo negro de dimensiones troglodíticas. Se dedicaba a prepararlo con un baño de leche corporal, que iba extendiendo por toda la superficie. Luego lo introdujo lentamente en su coño, sin prisa, con un ritmo suave. Seguía frotándose el clítoris, ahora más intensamenete, y el dildo aceleraba sus movimientos. Amparo de habia quitado los zapatos y sus pies se apoyaban en la base de la gigantesca polla. Aquellos pies menudos y nerviosos me pusieron al borde del orgasmo, tanto como la visión del coño taladrado y las tetas enhiestas y turgentes, que también se había untado con leche corporal. Soy bastante adicto a los pies femeninos, aunque no todos lo merezcan, pero los de Amparo me excitaban de verdad, con sus dedos largos, sus uñas rojo sangre y sus finos tobillos. Se curvaron hacia arriba por la excitación, mostrando sus plantas intermitentemente, al ritmo de su masturbación.
Córrete en mis bragas
Fue la siguiente orden. Ya estaba a punto y no lo demoré más. La poca leche que quedaba en mis almacenes genitales se derramó sobre el tanga, acabando de pringarlo. Lo grabé, por supuesto, y lo envié.
Envíalo
Ya lo he hecho
No, envía el tanga por el ascensor
Bueno, aquello era una marranada, pero ella parecía necesitar el estímulo final de ver sus bragas empapadas con mi semen para correrse a gusto, así que no la privé de ese placer. Con el albornoz puesto, volví al ascensor y dejé la maltrecha prenda dentro de la bolsita.
Ahora si que parecía que mi pene y mis testículos estaban quedando definitivamente "out of order". Me volví a la ducha mirando si llegaba algo más al móvil, pero parecía haber acabado la transmisión. Me imagine a Amparo, frotándose el cuerpo con sus bragas fecundadas por mí, mientras el colosal consolador completaba la faena entre sus piernas. Me duché de nuevo.
Oí ruido en el comedor y salí envuelto en mi albornoz. Era Pilar.
- ¿Te puedes creer que un marrano ha dejado unas bragas manchadas con una corrida en el ascensor?¿Es que la gente se ha vuelto loca con el confinamiento o qué?
¡Glub! Procuré disimular. Sentí vibrar el móvil en el bolsillo. Amparo reclamaba sus bragas sin duda, pero no era buen momento para contestar.
¿Y qué has hecho con el tanga?
Pues tirarlo a la basura, ¿Qué iba a hacer?
Ya.
Necesitaba una excusa para vestirme, ir al zaguán, sacar las bragas de la basura y enviarlas. Además de prisa, porque Amparo debía estar negra, a media paja y sin sus bragas impregnadas.
Me volví al dormitorio y me puse el chandal. Tenía que bajar. Sorprendentemente, Pilar entró en nuestra habitación en ropa interior y con una mirada perversa.
Es una guarrada eso que me he encontrado, pero reconozco que me ha puesto caliente. ¿Qué haces vestido así?¿Vas a correr?
Es que creo que me he dejado abierto el coche, voy a bajar a comprobarlo y subo enseguida.
Deja el coche, que en el garaje está bien seguro - Y se vino hacia mi, llevando la mano en dirección al ya fláccido paquete. Aquello no respondía, y mira que Pilar estaba para comérsela con sus preciosas mollitas desbordando bragas y sujetador y su boca de viciosilla con una copita de más.
¿Has almorzado con los clientes? - Intenté desviar su atención de mi maltrecha polla.
Sí, hemos comido, bebido y charlado. Ganaremos un montón de pasta. Y ahora lo vamos a celebrar tu y yo.
Antes de que pudiera impedirlo me bajó el pantalón por las rodillas y empezó a chupar inutilmente mi polla. Menos mal que me la habia limpiado a conciencia y no olía a nada sospechoso. Pero no se ponía dura. Ni con todo su arte, que no está nada mal.
Vaya, se diría que se secó la fuente, ¿no?
Ya lo hemos hecho hoy, cariño. Parece que no te acuerdes - me justifiqué.
Pensaba hacer doblete, como en los buenos tiempos - resignada, se encendió un cigarrillo.
Pilar, no debes de fumar aquí - la reconvine subiéndome el calzón
Oye, ¿y tú cómo sabías que era un tanga?
Lo has dicho tú, que había un tanga con semen en...
No, no. He dicho unas bragas. Tú has adivinado que era un tanga...
Bueno, es una casualidad.
Toni, ¿qué has estado haciendo esta mañana?- Por el tono se veía que no era una pregunta inocente. Pilar sospechaba de mí.
Nada, ir al cole. Me he reunido con Luz, he estado en el despacho de profes, corrigiendo exámenes...
¿Has comido algo?
Unas almendras nada más
Pues va a ser eso. Venga come y ven a la cama, que te espero - Y diciendo esto, se despojo de las bragas y el sostén y se tumbó boca arriba, en un gesto inequívoco de qué esperaba exactamente de mí.
Reaccioné rápido, buscando una solución al problema. Hice notar a Pilar que no había nada preparado, verdad de la buena, ya que mi mujer no cocina más allá de patatas fritas, cosas sobre la sarten y sopa de sobre o pizzas para horno preparadas.
- Voy al bar un momento y me hago un bocata. Subo enseguida, amor; Mantén el horno encendido... - esto lo dije en un tono pícaro fingido que no acabó de resultar, por la cara de excepticismo de mi mujer.
Me has dejado a medias. Dónde está mi tanga?
Este era el irritado mensaje de Amparo. Envie una justificación rápida y recuperé las deterioradas bragas de la basura. Se me olvidó advertirle de que no debía chuparlas ni lamerlas, ya que el cubo estaba repleto de inmundicias diversas, pero tampoco quise cortarle el rollo.
El problema era otro ya. Un bocadillo no tendría más efecto sobre mis genitales que la ducha caliente o cualquier otro recurso casero e inutil. Sólo una cosa me podía devolver el vigor sexual: Una segunda dosis. Corrí hacia el centro de atención primaria con la esperanza de recuperar algunas gotas del divino elixir. Me paré en seco al doblar la esquina. El CAP estaba literalmente tomado por las fuerzas de seguridad. Había allí hasta cinco coches patrulla y una furgoneta.
¿Qué desea? - fue el recibimiento del guardia que custodiaba la puerta.
Es que.... vengo a vacunarme - aduje con cara inocente.
No hay más vacunaciones por hoy, caballero.
Pero es que yo necesitaba...
A ver, ¿No me ha entendido? Haga el favor de circular
La enfermera malcarada salía en ese momento, La abordé.
Perdone, necesito vacunarme. Es que creo que la primera no me ha hecho efecto.
No se haga el tonto conmigo. Usted y yo sabemos el efecto que le ha hecho. Ya hemos retirado la partida completa y la policía se la va a llevar ahora mismo.
En efecto, cuatro robustos agentes salieron con varias bolsas en las manos en dirección a la furgoneta. De pronto me fijé en que una de las cajas estaba abierta y un botellín cayó rebotando por la acera. "Cuidado, detenedlo" gritó intuitiva la mujer. Me lancé a cogerlo como un poseso, pero el guardia fue más rápido y me atizó un porrazo en medio del cogote que me hizo ver las estrellas y la oscura noche a continnuación.
Supe que me habían llevado a una consulta, ya que me desperté con la luz blanca de una lámpara de exploración sobre mi cara. Alguien me cogía la mano. Era Pilar.
Cariño, ¿estás bien?. ¡Vaya susto!
Sí, ahora estoy bien. Pero a ese policía lo denuncio en cuanto pueda salir de aquí,
No está bien aún, señora - Oi la voz de la enfermera de marras - Ya ve que delira.
¡Y una mierda, deliro! Tú estabas delante, hija de puta, y le has dicho que me zumbara.
Oiga, sin faltar, que le disculpo porque está bajo los efectos de la vacuna, pero no se pase.
Pero si me han arreado un porrazo, uno de esos que parecían robocops.
¡Ja! Tiene usted una imaginación. Parece un independentista.
Aquello me dejó perplejo. No porque aquella señora negara el aporreamiento de los disidentes separatistas, extremo más que evidente, sino porque mi Pilar sonreía condescendiente y se disculpaba con ella.
Lléveselo y dele de desayunar, que seguro que ha venido sin comer nada - dijo la sanitaria con desprecio.
¿Será comer, no? Son más de las tres... - advertí
Toni, ¿qué dices? Me han avisado a las nueve de que te habías desmayado, que viniera. Son las nueve y cuarto, y es verdad que estás en ayunas.
Aquello rebasaba mi capacidad mental. Me palpé la chorra y los huevos bajo la sabanilla. Parecían recuperados, no tan turgentes como los recordaba yo de toda la mañana azarosa, pero tampoco fláccidos, como quedaron despues del lance telefónico con Amparo.
Entonces, todo era falso, mentira o sueño, delirio de la razón, turbada por la vacuna. Pero yo lo había vivido como si fuera real, como algo pasmosamente real.
Salimos de allí y comprobé la ausencia de policías, la presencia de un sol claro y mañanero. Me alejé de la mano de Pilar, mi fiel compañera, mi amor terrenal, ajena a esas vicisitudes arrebatadas de mi libido senescente.
¡Anda!
¿Qué pasa, Toni?
Se me olvido pedir hora para la segunda dosis...