Re edición, Encuentro Accidental, Capítulo 6

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Capítulo 6 – Remordimiento

Leila se quedó con la boca abierta, durante un instante, parecía como si el efecto del alcohol hubiera menguado. Frunció el ceño graciosamente, como si su vista no estuviera bien y rió.

— ¿En serio? — Le preguntó, a lo que recibió como respuesta sólo un “Sí”, con la cabeza de parte de Claire, quien no dejaba de sonreír con orgullo — Ohh… — musitó ella.

Después de que su mirada color gris se mantuviera fija en los ojos verdes de Claire por lo que parecieron ser horas a pesar de que fueron cortos cinco segundos; sin previo aviso, Leila se acercó rápido a ella y le besó en los labios. Su corazón se frunció y el estómago se le hizo un nudo mientras, en medio de toda su embriaguez se preguntaba lo que estaba haciendo, era algo muy nuevo, pero no le desagradaba por completo, incluso lo estaba disfrutando. Sin embargo, fue cuando trató de hacer el beso más profundo, que la chica nueva comenzó a resistirse; Leila se separó de ella unos cuantos centímetros con una expresión de desconcierto, inseguridad e incredulidad.

No sabía qué demonios decir, ni siquiera sabía qué cara poner, sí, Claire dijo que le gustaban las chicas; pero fue ella quien le besó, ¿por qué lo hizo? ¿Por impulso? ¿Quería probar? ¿Qué quería realmente? Trató de decir algo en tono de disculpa, pero la voz no le salió, sólo rió nerviosamente y, a pesar de los fuertes efectos del alcohol, comenzó a sentir vergüenza. La chica nueva le veía fijamente, sus ojos estaban muy abiertos y sus cejas levantadas; su boca se mantenía quieta e inmutable, podía jurar que en cualquier momento le lanzaría una bofetada y le acusaría por aprovechada.

Lo que pasó a continuación fue tan rápido que apenas tuvo tiempo de reaccionar, Claire se arrojó hacia ella y le volvió a besar de una forma que ella nunca imaginó que existía. Aquella rodeaba sus hombros y su cuello con mucha firmeza y seguridad, no había duda alguna en sus movimientos, tal vez un poco a causa de los efectos del alcohol. Fue entonces cuando Leila reaccionó y antes de ser completamente recostada en el sillón, recuperó el dominio de la situación y le empujó hacia el otro lado.

Negó con la cabeza mientras se separaba una vez más y clavaba la vista en aquellos ojos color esmeralda, instintivamente se puso de pie y jaló a Claire del brazo para que ella también se levantara, de nuevo, besos y más besos mientras trataba de coger el control con el que apagó el radio, dejando el departamento en silencio. Dominada por sus instintos, en medio de tanta caricia, Leila trató de quitarse la sudadera color negro que llevaba, luchó bastante con ella pues la chica nueva no parecía querer separarse de sus labios. Entre tanta confusión, su celular salió volando de su bolsillo y cayó con un estrépito al lado del radio, cerca al estudio. Fue así cómo fueron llegando a su habitación.

Después de horas de oír el sonido del bombo de la horrible música de hip hop de Leila, las risas y gritos de sus amigos e incluso, la muerte en vida de Martín cuando fue al baño a vomitar el exceso de alcohol; por fin, alguien había apagado aquella música y Vanessa por fin se disponía a conciliar el sueño de una vez por todas. Debía aceptar que estaba muy decepcionada, ella creía que Leila le iba a dar su habitación y al contrario, le dio el triste estudio que no era tan amplio como el cuarto de la dueña de la casa; además, ¿qué clase de amigos eran esos? Hacer una reunión para emborracharse de “bienvenida” cuando sabían que ella estaba embarazada y no podría beber. Su resentido resoplido se oyó en todo el oscuro cuarto, sólo iluminado por las luces del exterior y uno que otro automóvil que pasaba reflejando un haz de luz que se perdía en el borde de la ventana.

Entre aquella quietud que debía aceptar que le tranquilizaba al menos un poco; de pronto, oyó una música muy fuerte cerca a su habitación y por el corto pasillo al cuarto de Leila. Abrió los ojos, muy molesta, ¿otra cosa más? ¿Qué rayos creía Leila? El sonido persistió por segunda vez pero ella no lo aguantaría, se levantó de la cama a toda velocidad y apoyando su mediano vientre en una de sus manos, caminó fuera del lugar.

A dos pasos de su puerta, estaba el celular de Leila, sonando y vibrando descontroladamente. Vanessa lo alzó con molestia y vio la pantalla, era un número muy sencillo, tan sencillo como el de los radiotaxis; estuvo a punto de contestar, pero el sonido se detuvo mostrando la segunda llamada perdida. Alzó la vista y observó las botellas vacías que descansaban sobre la mesa de café y que alguien había apagado la música, pero habían olvidado apagar las luces de la sala. Mucho antes de dar un paso siquiera, oyó algo parecido a un suspiro que provenía de la habitación de Leila; frunció el ceño, confundida y, sin dejar el pequeño aparato, se asomó por la pared que daba vista al pequeño pasillo que llevaba al cuarto de Leila.

Se quedó con los ojos tan abiertos que se asemejaban a los de un búho en plena cacería, su piel tan pálida y su cuerpo tan tieso como el de una estatua de yeso. Claire estaba acostada al pie de la cama, Leila estaba sobre ella y le besaba sin control alguno, ¿qué rayos significaba eso? Por un momento, creyó que era sólo el resultado de su imaginación y se sintió tentada a darse a sí misma una fuerte bofetada. Fue el celular de Leila el que le hizo saltar del susto y volver a la realidad mientras sonaba de nuevo endemoniadamente fuerte y continuaba con su insistente vibración; por poco le daba un paro cardíaco cuando escuchó la conversación a lo lejos.

— Leila… tu celular — decía la arrastrada voz de Claire — deberías ir a contestar.

— No quierooo — se quejaba la voz de la otra mientras también murmuraba cosas inentendibles.

— Vanessa se va a despertar — advertía la primera.

— Ugh, está bien… ya que insistes.

La muchacha casi arrojaba el celular al lugar de donde lo había levantado y huía despavorida a ocultarse al estudio. El sonido del pequeño aparato cesó por completo cuando oyó los pasos de Leila acercarse y detenerse fuera de su puerta, lo siguiente que oyó fueron aquellos mismos pasos alejándose y después el sonido de una puerta cerrándose.

Por al menos una o dos horas más, no dejó de oír risitas, gemidos y demás asuntos que sólo le horrorizaban más aun. Su cerebro conectó todo, con razón Leila no le hacía caso a Diego; con razón esa tal Claire se la pasaba observándoles cuando eran una pareja, estaba muy claro: Claire no observaba con desdén a Leila, sino a Diego; estaba celosa de Leila, no de Diego; le gustaba Leila, no Diego. Al menos eso intuía, se llevó ambas manos al rostro, lo último en que pensó esa noche, fue en sus planes.

Leila abrió los ojos bruscamente en un sobresalto. Su primera acción instintiva fue extender su mano a un lado, como esperando a que alguien estuviera junto a ella. Al no sentir a nadie, volteó con los ojos entrecerrados aun adormilada, a pesar de que su cama estaba muy desordenada, ella estaba completamente sola y con un dolor de cabeza que sólo podía provenir de alguna conspiración del averno. Tuvo sueños muy extraños con la chica nueva, ¿qué rayos había pasado la noche anterior? Recordaba sólo escenas muy rápidas, su cerebro bloqueaba lo que había pasado después de que Martín hubiera abandonado el departamento.

Apretó los párpados, buscando claridad mientras bajaba la vista a sí misma al quitar el cobertor: no llevaba una sola prenda superior y tenía el pantalón desabrochado y a la mitad del muslo. Se tapó instantáneamente, muy asustada; ¿qué diablos? ¿Cómo terminó así? Negó con la cabeza varias veces, pero cualquier intento de pensar mejor, le causaba un terrible malestar en su pobre cerebro dañado por el alcohol.

Se acomodó la ropa lo mejor que pudo en aquella posición y al incorporarse, vio que su playera blanca estaba arrugada en el suelo; se puso de pie y la alzó con mucha pereza para ponérsela. Un pequeño aparato salió volando cuando la extendió y fue a parar a las patas de la silla que tenía frente a su escritorio. Refunfuñando por el horrible dolor que le aquejaba y después de vestirse al menos con un poco de decencia, se acercó a la ventana y la abrió para que entrara el aire; al momento siguiente, se agachó a recoger el desconocido celular de carcasa roja con alguna que otra calcomanía deportiva. Extrañada, lo dio media vuelta y en el reverso, se encontró con varias letras pintadas con esmalte de uñas color plateado: “Claire”.

Sus ojos se abrieron de par en par mientras recordaba que, la noche anterior, la chica nueva sacaba su celular y se mantenía absorta en él, parecía estar enviando mensajes de texto. Evidentemente aquél aparatito le pertenecía, pero peor aun y con un estremecimiento en todo el cuerpo, recordó el “secretito” que ella le había contado y el cómo había reaccionado y todo lo que pasó después de eso; incluso la interrupción que hubo a causa de su propio celular que en ese momento ya descansaba en la mesa de noche. ¿Cómo había ocurrido eso? Mientras trataba de hallar una explicación, sólo era capaz de pensar en cómo habían sido los emborrachados besos y caricias con la chica nueva; no, con Claire, después de todo ya no era tan nueva. Tendría que buscarle un nuevo sobrenombre.

Sabía también que contra todo pronóstico, su primera vez, aquella que le negó rotundamente a Diego; se la entregó a Claire como si fuera algo tan natural como comer, dormir o beber. Sí, su primera vez fue con una chica. Llevó ambas manos al rostro, con una mezcla de sensaciones: confusión, arrepentimiento, emoción, más confusión, más arrepentimiento, euforia, más euforia, susto, mucha más euforia, demasiada euforia: quería hacerlo de nuevo.

Esto último era lo que más complicaba su situación moral. Aquello le había gustado.

No fue hasta que llegó a esa conclusión, que cayó en la pésima y triste realidad: Martín, su mejor amigo desde la escuela secundaria, estaba enamorado de Claire y ella; la gran amiga, aquella que siempre quería hacer el bien por los demás incluso dejando de lado su propia felicidad; se había acostado con la chica que su amigo quería para él. De nuevo, con una chica. Dio vueltas en su cuarto por al menos una media hora, mordía su mano, mordía el cuello de su playera, era eso lo que hacía cuando estaba nerviosa. Martín no podía saberlo, nadie podía saberlo, sólo ella y Claire si lo recordaba; pero le había gustado.

Se arrojó a sí misma una bofetada para regresar a la realidad; respiró hondo varias veces y otra nueva duda surgió en su cabeza: ¿dónde estaba Claire? ¿A qué hora se iría? ¿Lo habría hecho porque quería o sólo se habría dejado llevar? Había dicho que le gustaban las chicas, ¿sentiría algo por ella? Frunció el ceño y trató de husmear en el celular, pero éste estaba apagado y cuando trató de encenderlo, sólo la molesta pantalla de “Battery Low”, acompañó la oscuridad que le seguiría. Resopló, molesta, pues el modelo de aquél aparato era algo antiguo y ella no disponía de cargadores con ese tipo de entrada.

Suspiró y vio la hora en el despertador que tenía al lado de la cama, eran las once de la mañana, se había faltado a la mitad de las clases de aquél miércoles y apenas llegaría a la última. Alzó el celular de Claire, moría de curiosidad por husmear en él, pero lo correcto sería al menos devolverlo; muy en el fondo, aunque trataba de negarlo, sería una excusa para hablar con la chica… ¿nueva?

Después de darse un baño caliente y asearse lo mejor que pudo, se vistió con su sudadera abierta color rojo y un pantalón grisáceo. Alzó su bolsa de cuadernos tal como había quedado del día anterior y salió a la sala, recordando que Vanessa había comenzado a vivir en su departamento; ¿cómo pudo olvidarlo? ¿Habría escuchado algo? ¿Cómo podría explicárselo? Sin embargo, todas esas dudas se vieron interrumpidas cuando se encontró a su amiga acomodando los sillones de la sala y agrupando las botellas vacías de alcohol en la mesa de café.

Al escucharle, ésta pareció asustarse y voltear muy rápidamente, le miró fijamente con los ojos como los de una lechuza y la boca entreabierta, como si tratara de decir algo más que el simple y frío “hola”, que salió de sus labios. Leila respondió de la misma forma; Vanessa lo sabía, le había oído, era lo más seguro, su expresión le delataba y ella no tenía otro sentimiento que no fuera vergüenza y ganas de enterrar la cabeza bajo la tierra. Trató de sonar normal, preguntando cómo había dormido, la otra sólo respondió con un “bien” , tan cortante que prefirió huir de ahí hacia la facultad.

Vanessa soltó el aire contenido, al fin en paz; fue un ambiente tan incómodo cuando Leila salió de aquél cuarto y con aquella expresión típica de culpabilidad que le recordaba bastante a la de Diego cuando se encontraban en la sala del centro de estudiantes por las noches. Pensó en Diego, pedirle que persistiera en una relación con Leila, era ya una causa perdida, pues además de que él se negaba a continuar con aquella farsa; ya sabía la razón por la que aquella niña riquilla no aceptaría al sujeto.

Se sentó en el sillón y con la vista fija en las vacías botellas, pensó en lo que podría hacer para conseguir más dinero de Leila. De repente, una idea cruzó por su cabeza al ver la oscura coloración de los envases de cerveza que tanto le gustaban a Martín... Sí, Martín. Desde hacía dos meses pensaba qué podría hacer para alejar a ese muchacho del objetivo; aun a pesar de que aun no sabía cómo adecuar sus estrategias al “nuevo gusto desviado” de Leila, el dejarle completamente sola era vital, debía sentirse sola y que sus únicos amigos fueran Diego y ella misma; si le tenían a su lado, vulnerable, ella fácilmente soltaría un poco de pasta.

La oportunidad era espectacular, Martín estaba enamorado de Claire, por más que intentó, ella nunca le hizo caso; a cambio fue a acostarse con Leila, no, Leila fue a quitarle la chica al pobre muchacho. Ese era el cuento que vendería.

Con el corazón latiendo muy rápido, los nervios a flor de piel, con las piernas de gelatina y un constante temblor en las manos; Leila entró a la clase a la que llegó media hora tarde. A pesar de que no podía estar más ansiosa, la enojada mirada de su docente que se clavaba en ella cual si fueran agujas, le hacía sentir aun peor y maldecía el momento en que a alguien se le ocurrió poner la puerta de entrada justo delante de todo el salón. Con otro retorcijón en el estómago y una especie de hundimiento en el corazón, se encontró con los verdes, fríos e inmutables ojos de Claire, quien tenía la vista fija en el pizarrón; buscó a Martín con la vista y a pesar de que no podía verle a la cara, se sentó a su lado mientras sacaba sus cuadernos para tomar los apuntes.

Habría preferido no asistir a ninguna clase de ese día, pero no podía simplemente ocultarse de la realidad, además de que los exámenes finales serían pronto, ¿preocupándose por la universidad? Al menos algo tenía que salir bien.

Cuando la clase terminó, Leila se levantó sin guardar sus cosas, pero sacando el celular de Claire de su bolsa para poder devolvérselo; sin embargo, cuando la susodicha vio que ella se acercaba, se levantó a toda velocidad y alzando sus últimos libros, casi “huyó” del salón. Leila se quedó paralizada y muda, sintiéndose terrible, no sólo avergonzada, sino rechazada cual si fuera alguna especie de criatura subnormal. Vio el apagado celular fijamente, negó con la cabeza y lo guardó en su bolsillo.

— ¡Leila! — El tono cantado de Martín le sacó de sus pensamientos y otra nueva sensación de culpa le invadió, cuando se dio media vuelta a ver a su amigo quien le sonreía sinceramente, sólo pudo hacer una mueca como sonrisa — te extrañé en toda la mañana, ¿estabas con resaca? — rió.

— De hecho, estoy con resaca — se burló de sí misma tratando de sonar casual — ¿tú no?

— Me puse mal anoche, pero no, no tengo resaca — dijo él, muy orgulloso. Entonces su sonrisa desapareció, siendo reemplazada por una expresión de seriedad y algo de desconcierto mientras sacaba su celular de debajo de su chaqueta negra, de un pequeño estuche que tenía en el cinturón, vio el nombre de quien le llamaba y frunció el ceño, algo confundido — ¿sí? — Leila prefirió pasar de largo y alistar sus cosas mientras su amigo hablaba — Oh, ¡hola…! ¿Eh? — Él parecía dudar — claro, ¿qué pasó? ¿Eh? ¿Por qué? — Ella terminó de alistarse y se paró al lado de Martín y esperó a que él terminara de hablar — bueno, entonces ya voy, te veo allá — colgó el aparato.

— ¿Qué pasó? — le preguntó ella, con una media sonrisa.

— Pues, me… me llamó Fabiola, me pidió que fuera por ella a la escuela — asintió el joven, ese era el nombre de su hermana menor que tenía quince años — creo que no podremos almorzar juntos.

— No te preocupes, yo volveré al depa o iré a comprar algo al súper — cambió de idea al recordar que Vanessa estaría en su antes hogar dulce hogar.

A pesar de que pensó en buscar a Lilian para contarle lo que había pasado y pedirle consejo, tenía la sensación de que aquello no iría bien, entonces prefirió ir a la cafetería y almorzar sola. Por más que hubiera querido ir a comprar algo distinto, su ahora débil dolor de cabeza, su confusión y constante sensación de nerviosismo; no le dejaban pensar en otra cosa que no fuera lo más sencillo de hacer. Al sentarse en una de las mesas lejos de la ventana, vio que en el fondo, Claire estaba sentada con sus nuevas amigas, hablando animadamente. Leila suspiró, sintiéndose incluso ridícula mientras algunos desconocidos le preguntaban si las sillas extra que estaban en su mesa, estaban ocupadas; ella negaba sin decir una palabra y comiendo el clásico plato de arroz con papa frita, hamburguesa a la parrilla y salchicha; sin saborearlo realmente. Comía por costumbre.

Rió, recordando cómo Martín le daba su celular para que tomara una que otra foto de Claire mientras estuviera de espaldas o de perfil; ella lo veía tan absurdo que no dejaba de molestar a su amigo con que tenía algún extraño síndrome acosador. Una vez más, dejó salir un suspiro mientras del bolsillo, sacaba su propio teléfono móvil y enfocaba a la chica… ¿nueva? Quien por primera vez saldría de frente y mirando a la cámara desde lejos.

— ¿Por qué me pediste que le dijera a Leila que no eras tú? — le preguntaba Martín a su amiga, una hora después de haber salido de la facultad, el joven fue a encontrarse con ella, estaban reunidos en un parque que tenía varias mesas de ajedrez que eran ocupadas por algunos aficionados a aquél juego. Ambos chicos estaban bajo la sombra de un esquelético árbol que acompañaba el frío ambiente de la tarde.

— Porque lo que tengo que decirte es algo muy grave — comenzó Vanessa, iba vestida con un saco sobre una blusa especial color amarilla para embarazada, la egoísta de Leila aun no le había dado dinero para comprarse ropa más decente.

— Oye, qué tan grave será, porque no me gusta mentirle a mi mejor amiga — el joven alzó una ceja, pero luego relajó el rostro y rió — pero bueno Vane, ¿qué pasó?

— Ayer, fui testigo de algo que… — fingió angustia — no sé si decirte.

— Habla, todo está bien — Martín le dio palmaditas en los hombros para tranquilizarle.

— Ayer, después de que te fuiste del depa de Leila, ella se quedó con Claire — él asintió — pero… no sé si fue por el alcohol o por qué pero, cuando apagaron la música y se terminaron todo el trago, salí porque escuché ruidos.

— ¿Qué pasó? — Él comenzó a desdibujar su amigable expresión — ya no des tantas vueltas.

— Es que yo sé que te gusta Claire, sé que es la chica de tus sueños y has intentado tanto estar con ella — adornó con un tono de voz muy dramático — pero anoche vi cómo Leila besaba a Claire… y vi cómo se la llevaba a la cama…

— ¿Eh?

El shock debió haber sido muy grande, porque el joven no dijo nada, sólo se quedó pasmado sin expresión alguna, se notaba pálido y sin poder articular una sola palabra. Vio a Vanessa a los ojos fijamente y comenzó a fruncir el ceño, confundido, entonces rió, incrédulo.

— No, eso no es posible — dijo, algo tartamudo — Leila es mi amiga, además… o sea, es una chica y Claire también y…

— Lo sé, yo tampoco pude creerlo al inicio — insistió la muchacha, sabía cómo hacer del daño un dolor más incisivo — Leila siempre fue tan buena, pero sé lo que vi, no te lo diría si no supiera que esas dos chicas son importantes para ti y somos amigos tanto tiempo.

— Pero es que — dudó un momento — tengo que hablar con ella.

Se despidió y se alejó dando zancadas. Vanessa sonrió, habría pagado por presenciar aquella escena.

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