Re edición ENCUENTRO ACCIDENTAL Capítulo 1

Capítulo 1: Cambio de estación, Wind regresa con la nueva versión de esta historia, espero que les guste!! :3 Leila y Claire mejores que nunca :)

Capítulo 1 - Cambio de estación

2 de agosto de 2010, era lunes y el segundo semestre académico estaba comenzando; el semestre anterior, a pesar de haberse inscrito a la facultad, perdió cinco de siete materias por falta de asistencia. Era probable que en el semestre que acababa de comenzar, le pasase lo mismo; en verdad, ya no tenía interés en continuar con sus estudios. Su familia era muy adinerada y le habían comprado un departamento a sólo cuatro bloques de la universidad; sus padres se interesaban poco o nada por su hija, siempre había sido así desde que ella era pequeña, por lo que prácticamente quienes le criaron fueron su mayordomo y su nana.

Estiró los brazos, bostezando, sus ojos grises viajaron hasta la cortina entre abierta por donde la luz del sol se asomaba. Estimaba que serían las nueve de la mañana, su primera clase sería en media hora; sin embargo, aun tenía dudas sobre si ir o no, era probable que su docente no fuera. Entonces sonó su celular avisando la llegada de un nuevo mensaje. De los cobertores color marfil de la gran cama, salió un pesado brazo y cogió el aparato que se encontraba en la mesita de noche que descansaba a un lado de la cama. Abrió el celular y leyó.

"De: Diego

Hola! Espero que vengas a la facultad, te extraño! No faltes esta vez, si? Solo llevaremos dos materias juntos :("

Leila rió y negó con la cabeza, su celular sonó por segunda vez.

"De: Martín

Leila! Ya que no lograste aprobar primer semestre, creo que nos veremos en cinco materias! Este es mi primer semestre en la carrera, sera genial estar en el mismo curso! No crees? No faltes, sociologia general comienza en media hora"

Más mensajes le sobresaltaron.

“De: Lilian

Leila floja, no vayas a faltarte a tu clase, recuerda que ahora sere tu auxiliar de materia XD se te espera!!!”

“De: Vanessa

Te ordeno que vengas a la facultad, debes darle la bienvenida a los nuevos de primer semestre, jajajaja, no, ya en serio, piensa en tu futuro, chica dinerosa, esta materia la pasare contigo!!”

Leila blanqueó los ojos, divertida, al ver que todos sus amigos se acordaron de ella. Resopló y se levantó con mucha pesadez. Era una chica común y corriente de diecinueve años, cabello negro, piel blanca; lo único especial que tenía eran sus ojos color gris y un tatuaje que tenía en la nuca formado de varios y pequeños símbolos chinos que bajaban hasta la mitad de su espalda aparentando ser una cadena.

Su padre era el gran empresario de la fábrica de cemento “Emerson”. Su madre era una señora del alto estrato social que se la pasaba en clubes campestres y otras tonterías como fiestas de beneficencia de las que sólo el diez por ciento cumplía su objetivo. Su hija no era así, prefería las cosas sencillas y a duras penas se le convenció de que se mudara a aquél amplio departamento en el tercer piso; compuesto de una sala, cocina, baño y cuarto separados; incluso tenía un bonito balcón. Si hubiera dependido de ella, se habría mudado a un cuarto pequeño cuya única división sería el baño.

Después de asearse y vestirse con un pantalón holgado de varios bolsillos de color marrón claro, una playera color blanco con varios dibujos abstractos y su bolsa de cuadernos colgada a un costado; salió hacia la facultad mientras escribía un mensaje colectivo para todos sus amigos:

“Para: Diego, Martín, Lilian, Vanessa

Estoy saliendo!!”

Caminaba ladeando la cabeza a los lados de rato en rato, pues no había dormido en una buena posición y le dolía un poco el cuello. Varios hombres mayores le veían fijamente con ojos pervertidos mientras caminaba, ella resistía las ganas de hacerles alguna señal ofensiva con la mano. Las calles en plena actividad a esa hora de la mañana le ponían de buen humor, no le gustaban los paisajes solitarios en los que ella fuera el único ser viviente. Era normal el tropezar una o dos veces al día en los baches del camino y reír por su falta de atención; pasó por un café de aquellos que tenían varios televisores en la vitrina y sintonizaban las noticias de la mañana, suspiró y entró. Como siempre, pidió un café capuchino para llevar que solía tomar mientras caminaba o se paraba a observar los noticieros.

“Desde Visión Amazonas les informamos que el empresario Taylor Emerson ha donado quinientos mil dólares para apoyar a los movimientos ecológicos en la construcción de nuevos refugios de animales”. Leila tragó lo que tomaba y encogiéndose de hombros continuó su camino: su padre y sus donaciones extraordinarias que hacía una vez al año para que dijeran que era un empresario que se preocupaba por la gente y la naturaleza.

La suave brisa matutina acariciaba los pequeños árboles de la calle mientras uno que otro perro marcaba su territorio en ellos. Los autos pasaban apresurados pero se detenían en los semáforos de la esquina de aquella cuadra. Leila cruzó al lado de mucha gente mientras observaba a los lados por si algún auto se aproximaba; llegando por fin al bloque que estaba antes de llegar a la facultad; había varios locales donde sacaban copias, impresiones y ofrecían servicios de red.

Entró por el gran portón de rejas de la universidad cinco minutos antes de que comenzara su clase de Sociología General y seguía preguntándose si el docente asistiría, no solían asistir los primeros días de clase. Varios estudiantes entraban al mismo tiempo y corrían por la amplia plazuela cuya decoración principal era una fuente en el centro, ella cruzó a paso tranquilo hasta el ancho edificio principal de cinco pisos, vio su reflejo en el agua de la fuente y sonrió acomodando detrás de las orejas uno que otro cabello que se había zafado de su sencilla cola de caballo.

Pasó por el camino que cruzaba el pasto y por fin subió hacia el aula 202 que era en el segundo piso y era una de las más grandes de todo el establecimiento.

Se encontró con una gran sorpresa, típico de los de primer semestre; todos los asientos dobles de adelante estaban ocupados al menos hasta la mitad. Todos ellos eran rostros desconocidos, buscó con la mirada y se encontró con Martín y Vanessa haciéndole señas con la mano, estaban ocupando el segundo y tercer asiento. Martín era un chico alto, de cabello castaño oscuro y ojos color marrón claro, su piel era trigueña y su nariz levemente aguileña, tenía una sonrisa de la que cualquier chica se enamoraría, tenía dieciocho años y conocía a Leila desde la escuela y a Vanessa porque era su vecina. Ella era una chica de cabello castaño claro y ondulado que había teñido de un rubio no muy pronunciado, sus ojos eran color marrón oscuro, su piel era blanca y su nariz respingada; tenía veinte años pues en la escuela había perdido dos años. Muchos hombres volteaban a ver a Vanessa como si fuera alguna especie de trofeo.

— ¡Hola! — alzó la mano con alegría al haberles encontrado, ellos respondieron de igual manera.

— ¡Leila floja! ¡Qué bueno que viniste! — le sonrió Vanessa.

— Creí que no vendrías, pero guardé un asiento — Martín señaló ambos lugares libres — elige dónde.

— Creo que por hoy me sentaré aquí — se sentó al lado de su amiga y rió — mañana te toca a ti.

— A mí me gusta el asiento para mí solo — rió el joven mientras subía ambas piernas y se acostaba en el lugar desocupado, entonces bajó la voz e hizo un ademán con la mano para que las muchachas se acercaran — ¿Se han dado cuenta que aquí están varios de nuestros compañeros del anterior semestre?

— Para mí, la mayoría son caras nuevas — musitó Leila, despreocupada.

— Sí, pero por ejemplo, Nataniel Velez — el joven señaló a un forzudo sujeto al otro lado del salón que no hablaba con nadie y tenía varios tatuajes en su brazo izquierdo —  dicen que está metido en drogas.

— Eso es muy obvio, sólo mira su expresión — comentó Vanessa con la ceja levantada.

— No, él no las consume, las distribuye, tiene contactos en esos negocios…

— Pues yo prefiero permanecer alejada de esas cosas… y personas — le cortó Leila.

— Lo mismo digo — asintió su amiga.

Entonces entró una chica alta de gafas de cabello negro y largo; ojos color miel, nariz aguileña y el porte de una estudiosa chica de biblioteca; llevaba varios libros pegados al ancho y largo suéter de rombos color azul que llevaba. Ella era Lilian y tenía diecinueve años, el semestre anterior, fue amiga de las chicas; en el semestre actual era su auxiliar de materia. Les hizo unas graciosas señas cuando les vio tan cerca de la pizarra; si algo compartía Leila con Vanessa era su falta de interés en las materias.

— Yo soy su auxiliar de materia, pueden decirme Lilian y les daré clases toda esta primera semana pues el docente está de viaje y me pidió que fuéramos avanzando el primer tema y consiguieran los libros que se van a utilizar…

Esa mañana, sólo se quedaron hasta las diez y treinta, la hora normal era hasta las once y treinta. Después de haber anotado la larga lista de libros que Leila ya tenía empolvados en su habitación, se dispusieron a salir del lugar y bajaron hacia la sala del centro de estudiantes en el edificio contiguo donde encontrarían a Diego, un joven de veinte años que ya estaba en tercer semestre, pero continuaba sin aprobar una de las materias de primero. Era uno de los miembros del centro de carrera y frecuentaba mucho aquél amplio salón de dos cuartos al que se entraba a través del escritorio principal donde había una computadora, tenía varios sillones, un televisor y una consola de juegos de video que algún alma caritativa había donado. Era algo común y corriente que los estudiantes sólo fueran a descansar a ese lugar y si alguien preguntaba direcciones, nadie sabría responder.

— ¡Hola, chicos!! — Saludó Diego, muy amigable mientras se levantaba del escritorio en el que estaba sentado, tenía el cabello castaño claro, ojos claros y piel blanca; muchas chicas se le quedaban viendo cuando pasaban por el lugar — ¿cómo están? — Se dirigió a Leila — qué bueno que viniste — le miró fijamente de manera significativa, ella sólo le sonrió.

— Ustedes dos deberían estar juntos, hacen bonita pareja — comentó Vanessa encogiéndose de hombros y entró a la segunda sala para sentarse junto con Martín.

— Aun no tengo tu respuesta — le dijo él con mucha seriedad.

— Yo — los nervios comenzaron a invadir a la muchacha, quien se rascó la cabeza por instinto, buscando seguridad — todavía no lo sé — dijo, dubitativa.

— Bueno, entonces seguiré esperando — le sonrió Diego al tiempo en que salía de la sala.

— ¿Dónde vas? — preguntó ella, con curiosidad.

— Olvidé unas cosas en el depósito, ¡ya vuelvo! — él se alejó a paso rápido.

Leila se sentó detrás del escritorio y jugaba con varios objetos de plástico que hacían de decoración y trataban de darle al lugar una apariencia de oficina. Se dio cuenta que había dos chicos que estaban sentados en las sillas de los costados, tenían la vista fija en ella e intentaban sacarle una foto con un celular. Ella frunció el ceño y les hizo una agresiva seña con los brazos, ellos rieron y continuaron jugando con aquél aparato. La chica sólo se quedó absorta en sus pensamientos, pensando en qué le diría a Diego, él le había propuesto ser su novia la semana anterior y ella en realidad no tenía el plan de ser la pareja de nadie; era mucha responsabilidad y le tenía miedo a los compromisos, aunque no podía decir que el sujeto aquél le desagradara por  completo. Era muy gentil, divertido e incluso guapo; pero aun así, tenía muchas dudas.

Mientras pensaba, se puso a jugar “solitario” en el ordenador, Martín se paró a su lado y le indicaba dónde acomodar las cartas, le gustaban mucho ese tipo de juegos. Entonces oyeron la desconocida voz de una muchacha preguntando algo a los chicos que estaban sentados en las sillas; Leila y Martín estaban muy concentrados en el juego de la computadora.

— Disculpen, ¿ustedes saben qué libros se necesitan para Sociología General? — les preguntó la voz, Leila y Martín levantaron la vista al mismo tiempo y se encontraron con una chica de cabello castaño, piel blanca y ojos de color verde que al ver la reacción de los chicos, rió con mucho nerviosismo — es que, no llegué a tiempo a la clase de hoy y… — su vista viajaba de Martín a Leila.

— Yo… — el joven estaba atontado mientras que por un momento, Leila sintió un balde de agua fría caerle encima, ¿le había visto en algún otro lugar? — Yo tengo la lista de libros — se recuperó su amigo mientras se levantaba y entraba por su mochila donde estaban sus cuadernos.

— ¿Eres de primer semestre? — Leila preguntó para romper el momento incómodo, la chica asintió — en la tarde tenemos Economía Política — de nuevo, ella sólo movió la cabeza con una mirada un poco incómoda y las cejas levantadas. Martín salió por fin y después de sacar una copia de su hoja con su incomprensible forma de escritura, se la pasó a la chica.

— Gracias — sonrió ésta e intentó leer.

— Espero que entiendas mi letra — rió el joven.

— Sí, creo que sí…

— Si no la entiendes — la otra se rascó la cabeza de nuevo — yo tengo todos los libros y vivo de aquí a cuatro bloques — la muchacha alzó una ceja.

— Gracias, son muy amables — se dio la vuelta y se fue.

— ¿Pero qué le pasa? — Leila se quejó a Martín — ¿te diste cuenta del aire incómodo que trajo? — sacudió la cabeza como si tuviera escalofríos.

— A mí me pareció muy guapa — su amigo parecía babear — está en primer semestre, podemos decirle que esté en nuestro grupo de amigos… ¿puedes pedírselo? Por favor, anda.

— ¿Eh? — La otra levantó las cejas y rió — ¿te gustó?

— Sí, al menos pregúntale cómo se llama, vamos, ve.

— ¿Ahora? — Resopló Leila, se levantó y estiró los brazos — está bien, aunque será un poco raro y puedo acabar ahuyentándole — se burló.

— Ni se te ocurra — amenazó Martín.

Ella salió y frunció el ceño, no había rastro de aquella muchacha, buscó en todos lados, volteó a ver a su amigo y negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.

— Bueno, le veremos en la tarde, en Economía Política, ¿verdad?

La tarde llegó rápido entre risas y chistes con Vanessa y Martín; jugaban un juego de luchas en la consola del centro de estudiantes. Cuando Diego regresó a la sala, también jugó con ellos, pero también trataba de hacerle insinuaciones a Leila, quien negaba con la cabeza a pesar de mostrar amables expresiones. A la una de la tarde, fueron a almorzar a la cafetería de la facultad, allí se encontraron con Lilian, quien llevaba las listas oficiales de la materia de la que era auxiliar. Comían mientras Vanessa molestaba a Martín con la chica que fue a la sala del centro de estudiantes y que le había gustado, “amor a primera vista”, decía. Su clase era a las dos de la tarde y Leila, Martín y Vanessa se encaminaron al aula 308 en el tercer piso donde pasarían Economía Política. Era un aula mediana con aquellos asientos de dos personas.

— Mira, ahí está — señaló Martín a la chica que estaba sentada en el primer lugar, tenía una playera roja de mangas largas y pantalón de mezclilla — vamos, háblale Leila — él se notaba esperanzado.

— Está bien, está bien — resopló la muchacha mientras dejaba su bolsa de cuadernos en el asiento contiguo a Vanessa, quien se burlaba de su amigo.

El resto del curso aun estaba vacío a excepción de tres a cinco personas que se notaban perdidas, típico de primer semestre. Leila se acercó al primer asiento donde la chica de cabello castaño estaba sentada, se paró delante de ella, quien levantó la vista, extrañada. Una vez más, sintió como si un balde de agua fría le cayera encima, ¿qué era esa sensación? ¿Dónde le había visto antes?

— Eh… — dudó — ¿quieres venir a sentarte con nosotros?

— ¿Eh? — La muchacha se quitó los audífonos que llevaba, no lo había notado antes pues su cabello castaño estaba suelto — disculpa — sonrió — no te oí, estaba con audífonos.

— Esta mañana estábamos en la sala del centro de estudiantes y viniste a preguntarnos sobre los libros que se necesitan para Sociología General — repitió de manera amigable — me preguntaba si querías venir a sentarte con nosotros, eres nueva, ¿verdad? — rió apenada, no era buena para introducirse a las personas por primera vez.

— Oh, claro — asintió la otra con amabilidad, alzó su mochila y sus cuadernos, se le cayeron varios bolígrafos a mitad de traslado. Leila se agachó y los alzó para pasárselos de vuelta — gracias — le sonrió la extraña, que se sentó al lado de Martín por indicación de la chica de ojos grises.

— ¡Martín! — el joven extendió la mano, se notaba muy emocionado.

— Vanessa — ella arregló su cabello de manera coqueta, siempre era así.

— Yo me llamo Leila — dijo ella con alegría mientras se sentaba al lado de su amiga.

— Espera, ¿Leila? ¿Cuál es tu apellido? — le preguntó con curiosidad la desconocida.

— Emerson, soy Leila Marian Emerson — respondió con seriedad y luego se apoyó en el asiento con los brazos detrás de la cabeza — sí, soy esa misma Leila Emerson hija de Taylor Emerson — se refería a su padre que era uno de los hombres más ricos de Latinoamérica — pero no se lo digas a nadie, aquí sólo lo saben ellos dos — señaló a sus amigos — y dos chicos de semestres superiores — se refería a Diego y Lilian.

Se la pasaron hablando de la materia que les tocaría a continuación mientras llegaban los demás estudiantes y el docente que se apareció exageradamente temprano, no era su costumbre. Leila se la pasaba tomando notas y dibujando grafitis en su cuaderno, dibujaba su nombre, dibujaba el nombre de Martín, el de Lilian, el de Vanessa y el de Diego; aunque se sentía un poco rara haciendo el nombre de éste último, pues recordó que aun le debía una respuesta a su proposición de ser su novia. Alzó la vista y se quedó perdida en el cabello castaño de su nueva compañera, sus ojos viajaban de ella a Martín de rato en rato; imaginó un escenario futuro en el que aquella desconocida fuera novia de su amigo. Leila por su parte sería novia de Diego. Levantó una ceja y negó con la cabeza, ¿en qué demonios estaba pensando?

Cuando salió de sus pensamientos, ya había perdido el hilo de la clase y le costó mucho volver a retomarlo. Continuó escribiendo a pesar de que poco a poco se aburría más y más. Por fin, media hora después, la clase acabó y el docente se fue a toda velocidad, tenía trabajo, decía.

— Nos vemos, un gusto — sonrió la nueva compañera y después de guardar sus materiales, salió rápido del salón.

Martín se quedó atontado viendo su figura mientras ella se iba, entonces, una expresión de horror cruzó su rostro.

— No le preguntamos su nombre — musitó.

— Ay, Martín, se lo preguntaremos luego, volveremos a verle — se encogió de hombros Vanessa, Leila sólo les vio en silencio.

— Leila, tú ya hablaste con ella, puedes preguntárselo, ¿verdad? — Le rogó el joven — no quiero ser tan obvio, ¿me haces ese último favor?

— Con una condición — afirmó ella — debes invitarme algo de comer.

— Hecho.

Leila salió del aula y vio a ambos lados del pasillo, la chica ya no estaba. Bajó las gradas y tampoco podía encontrarle, la plaza de la facultad estaba llena de gente que caminaba de aquí allá o simplemente se sentaban en la fuente o paseaban en varios grupos de amigos. Suspiró, dándose cuenta de que no encontraría a su nueva compañera. A lo lejos, vio a Diego que salía de la sala del centro de estudiantes; como acto reflejo, ella salió por el portón de salida del establecimiento para no ser vista, en verdad no tenía ganas de encontrarse con aquél muchacho. Entonces vio a la chica de cabello castaño que se subía a una bicicleta color rojo con algunas calcomanías pegadas en ella, alzó las cejas, desconcertada; mientras corría hacia ella a toda velocidad.

— ¡Oye! — le llamó, pero ella tenía los audífonos puestos, no le oía — ¡oye! — llamó mientras sentía las miradas de los estudiantes que entraban a la facultad.

Sin pensarlo, se paró delante de la chica y fue golpeada por la rueda de la bicicleta; no le dolió pues apenas estaba partiendo, aun así su pantalón se ensució y la desconocida alzó la vista, asustada. Se quitó los audífonos muy rápido y le vio con el ceño fruncido de confusión.

— No uses audífonos al manejar una bicicleta, es muy peligroso — le sonrió.

— Está bien, está bien — rió la otra y se quitó ambos aparatos — y no te pares así frente a una bicicleta, es muy peligroso — le dijo con seriedad — ¿qué sucede?

— Es que, mi amigo… — dudó un momento — nosotros, queríamos saber tu nombre, olvidaste decírnoslo.

— ¿Es eso? — Rió la muchacha — soy Claire.

— ¿Claire? — Leila se quitó del camino — es un bonito nombre.

— Gracias — le sonrió — y ya que estás aquí, dijiste que podías prestarme los libros que se necesitan para Sociología General.

— Eh — pensó en Martín — creo que los dejé en mi casa de campo, disculpa.

— ¿En serio? No me digas — era obvio que no le creía y le veía de una manera muy extraña — entonces ahora debo irme — le guiñó el ojo y quiso ponerse los audífonos, pero negó con la cabeza y los dejó caer sobre su pecho — nos vemos — subió a la bicicleta y emprendió el camino a su casa.

Leila se quedó algo desconcertada mientras le veía alejarse, frunció el ceño y volteó la vista hacia la fuente de la facultad. Rió para sí misma y entró.

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