Raul y el turco. C1 - La toalla.
(Serie) Un joven introvertido se apunta al gimnasio para cambiar su vida y transformarse en un auténtico hombre y le sale el tiro por la culata.
Me llamo Raul, tengo 25 años y soy de Valencia, pero la historia que voy a narrar ocurrió cuando tenía 18 años. Desde siempre había sido un chico bastante gordito, de los que no encaja en ningún lado, a pesar de que mi pelo ondulado y mis ojos azules escondían mucho potencial. Mi adolescencia fue bastante triste en ese aspecto, no tenía un grupo de amigos con el que salir, nunca tuve novia... mis veranos consistían en quedarme en mi casa todo el día jugando a la videoconsola de turno. Mi autoestima por los suelos, igual que mi felicidad, y a los 18 años aproximadamente, a causa de una broma cruel que me gastaron, decidí que era hora de hacer un cambio en mi vida.
Un psicólogo le recomendó a mi madre que me apuntara a un gimnasio, puesto que un cambio físico importante podía pegarme el chute de autoestima que necesitaba. Reacio, terminé aceptando. Desde aquel día, acudía día tras día, a excepcion de los fines de semana, al gimnasio de mi barrio. Allí me asistía un primo segundo, el típico chulito de barrio al que siempre había odiado y envidiado a partes iguales. En casa mi madre me preparó una dieta muy estricta, de esas que comer es un castigo. Durante un año mi vida fue un calvario, muchas veces intenté tirar la toalla, pero encontré un aliado en mi primo. Él, cuando me veía debil, me hacía referencia a parejas de chicos de mi edad que pasaban por delante del gimnasio, con sus novias perfectas: yo sería uno de ellos, sólo tenía que seguir adelante.
Seguí, y seguí y seguí. Los cambios se empezaban a hacer evidentes, y aunque fuera poco, cada semana me pasaba horas contemplandome en el espejo: haciendo poses, desnudándome, viendo mi evolución... Estaba animado e iba a por más. Poco a poco me di cuenta que podía ser como aquellos chicos de los que mi primo me hablaba. Me empecé a fijar en ellos en sus fotos de verano del instagram, contemplaba sus cuerpos, me comparaba con ellos, sus abdomilaes definidos, los músculos marcándose en sus axilas... su aspecto era tan masculino. Llegó un momento en el que buscaba fotos de hombres desnudos para ver sus cuerpos, y hasta noté como en los vídeos porno en los que inspiraba mis pajas, la atención se iba de la chica al tío que se la estaba follando: como se tensaban sus músculos, cómo disfrutaba... y las corridas eran cada vez más fuertes. Algunas veces me sentía culpable, pensaba que era una fase y que pronto o olvidaría cuando me echara una novia, pero cada día volvía a lo mismo.
Un día estaba en el gimnasio haciedo mis ejercicios, cuando entró una persona nueva. Era un hombre enorme de unos 40 años. Mediría proximadamente 1.90, y su moreno y su físico ancho y firme denotaban que trabajaba duro al sol. Su pelo era negro y tenía bastantes entradas, sus ojos marrones y penetrantes, y lucía barba de tres días. Bajo su camiseta se apreciaban dos enormes pectorales cubiertos de una mata de vello espeso, que continuaba en las piernas. Cuando cruzó el gimnasio haciendo gestos de saludo a todo el mundo, pensé que sin duda era el hombre más masculino que había visto en mi vida. Pensé que era imposible llegar al nivel de aquella persona, pues aquello debería ser genético. Cuando me fui aquel día, él quedaba haciendo piernas con un peso casi irreal, tanto alucinaba que al irme me soltó un "hasta luego" que, más tarde, me di cuenta que dejé sin contestar.
No pude dejar de pensar en aquel hombre durante todo el fin de semana. Estaba deseando que llegara el lunes para volver a verlo, y cuando llegó, no apareció. De hecho pasó toda la semana y no aparecía. Un día, hablando con mi primo, le comenté el tema disimuladamente. Me dijo que se llamaba Onur y era un turco que hacía ya muchos años había venido a trabajar en la construcción, pero que ahora trabajaba en el puerto. Llevaba en el gimnasio casi seis años, pero que normalmente venía unas horas antes que yo, pero que el otro día no había podido venir antes. Decidí que un día cambiaría de hora para ver a aquel enorme turco.
Al día siguiente, y excusándome en una falsa consulta con el médico, acudí al gimnasio a la hora a la que iba el tan Onur. Allí estaba, haciendo pecho. Al principio disimulé haciendo mi rutina diaria, pero a mennudo me encontraba murando como aquel toro levantaba los aros y aros que ponía en las barras. Sus músculos se tensaban a tope y yo ardía de ganas de poner mi mano en ellos para notar el esfuerzo que hacía sudar a aquel hombre. Una vez que le miraba las axilas peludas, mi primo me golpeó la espalda por sorpresa y el susto que me llevé fue evidente para los tres. Noté que se daba cuenta de que lo estaba mirando, y nuestras miradas se cruzaron unas cuantas veces. Finalmente decidí dejar de hacer el notas, recogí y me marché.
Sin embargo al día siguinete volví a la misma hora. Esta vez lo pillé en el vestuario, donde me saludó amablemente, y yo respondí titubeando. Estaba terminando de vestirse, y vaya cuerpazo de macho tenía. Lo recorrí de arriba abajo, fijándome además en el bulto que se marcaban en sus calzoncillos. Noté como empecé a empalmar, así que rapidamente me cambié y salí a la sala pasando a su lado, notando como su mirada se posaba en mi. Estaba embebido en mis pensamientos de por qué aquel hombre me causaba eso, cuando mi primo, siempre inoportuno, me asaltó.
Primo, otra vez a esta hora, no era que el otro día tenías una revisión?
Sí, pero.. eh...
De repente, Onur aparece por mi espalda.
Sergio, deja de interrogar al chaval jajaja -espondió riéndose y me echó una mano encima pasa saludarme- soy Onur, encantado.
Ho-hola -respondí titubeante- yo Raul... encantado igualmente.
Apenas nos saludamos, empecé con mis ejercicios. Se notaba que tenía muy buena relación con mi primo, y en alguna ocasión los vi hablando mientras me miraban. De hecho, aquella hora estuve constantemente vigilado por aquel hombre, que a veces me dirigía algunas palabras de ánimo. Yo tampoco le quitaba la mirada de encima en cuanto podía.
Pocos días después, un viernes en los que el gimnasio queda casi vacío, nos encontrbamos entranando cuando mi primo pidió a Onur que le ayudara a cargar unos pesos en el almacén, a lo que él aceptó. Me di cuenta que me había quedado sólo en la sala, lo cual agradecí, puesto que aquellos días apenas me había podido concentrar en mis ejercicios. Cuando fui a camiar de máquina, me di cuenta que en la que me tocaba estaba la toalla de Onur. La miré, y algo en mi cabeza terminó por colmarse. Miré a los lados, no había nadie. Escuché las voves lejanas de los del almacén. Era el momento perfecto: tomé la toalla, estaba algo húmeda, y me la llevé a la cara. Un olor a sudor fuerte me invadió las fosas, casi haciéndome daño, pero que pronto y sin comprender se transformó en el mejor aroma del mundo, que me recorrió el cuerpo en un escalofrío. Era como una droga que oscilaba entre en asco y el placer. Mi mano fue a mi pequete instintivamente, que poco a poco endurecía. Mis ojos se cerraron y en mi cabeza sólo veía a aquel prototipo del macho perfecto. Me sentí debil, desbordado...y de repente las voces un poco más próximas me sacaron de mi ensoñación. Dejé la toalla y apenas un par de segundos después, ambos hombres entraron, encontrándome camino del vestuario. Recogí la ropa, todavía algo excitado por la experiencia, y me encamine a la salida sin sospechar lo que me iba a ocurrir.
A escasos metros de la puerta se encontraban Onur y mi primo, hacia los que avanzaba con la mirada gacha. Sin embargo, algo me hizo alzarla: mientras mi primo miraba el móvil, Onur me miraba avanzar con una estraña sonrisa en su cara. Lo contemplé, avanzando, y de repente él cogió la toalla que tenía en la mano, se la llevó a la nariz, y sin dejar de mirarme finchió que la olía con cara de placer y ampliando aún más la sonrisa.
Fue como un jarro de agua fría, crucé la puerta sin despedirme de ambos y emprendí, un frío y tembloroso camino a casa.