Raúl, el futbolista hetero que me dio bien duro

Mi compañero de clase estaba buenísimo, y me invitó a dormir a su casa para que le diera una lección de física. Por la noche, sin embargo, fue él el cabronazo que me dio una lección bien sucia a mí.

Esto ocurrió en un fin de semana de diciembre. Los exámenes de evaluación acababan de terminar, y, como siempre suele suceder, mucha gente recibió suspensos y suspensos. Entre ellos, mi amigo Raúl había suspendido física. Como a mí se me da muy bien esta asignatura, me pidió ayuda para las recuperaciones.

  • Mi madre me ha dicho que, si puedes, vengas a dormir este sábado a mi casa. Para que me ayudes con física, y eso.

Respondí que sí. De esta manera, fui a su casa, le ayudé con la asignatura, cenamos, estuvimos viendo la tele un rato, y luego nos fuimos a dormir. Todo normal.

Una vez en la habitación, sus padres se despidieron de nosotros y se fueron a dormir. Serían, aproximadamente, las doce y media de la noche. Él comenzó a quitarse la ropa delante de mí, sin ningún reparo. Raúl es deportista: es el típico machazo futbolista y le encanta machacar su cuerpo. No había más que verle: tenía un espaldón enorme, los bíceps bien duros, y los abdominales bastante marcados. Se quitó los pantalones y se quedó en gayumbos. Tenía unos gayumbos prietos, blancos, de la marca Calvin Klein, que marcaban un paquete sugerente. Yo le observaba de reojo, deseoso, mientras sacaba mi pijama de la mochila. Por desgracia, Raúl es de estos tíos que duermen con la ropa interior puesta; de esta manera, se puso un pantalón de pijama por encima de los gayumbos, y se tumbó sobre su cama.

Yo me desvestí en el medio de la habitación, mientras charlaba con él de temas triviales. Estoy delgado y un poco fibroso, pero ni por asomo tanto como Raúl. Me quité los pantalones, le di la espalda y me agaché enfrente suyo para quitarme los gayumbos, dejando bien a su vista mi culo en primer plano. Lo puse bien en pompa y lo abrí lo más que pude, como quien no quiere la cosa, para intentar poner calentorro a mi compañero. Miré de reojo para ver cómo reaccionaba a mi provocación: pareció incomodarse, se revolvió sobre la cama y miró hacia otro lado. Por ello, insatisfecho, me puse rápidamente el pijama y me tumbé sobre mi cama.

Las camas estaban en la misma habitación, pero eran dos camas separadas. A pesar de ello, estaban puestas una al lado de la otra. Los dos nos acostamos bajo las mantas, charlamos un rato, y a eso de la una y media apagamos las luces.

Yo no podía dormir: estaba inquieto, porque mi amigo Raúl me daba mucho morbo, y la idea de tenerlo tan cerca de mí y no poder hacer nada me angustiaba. Él ya sabía que yo era gay, pero yo también sabía que él era hetero, y estaba convencido de que no tenía ninguna posibilidad de conseguir tema con él.

De esta forma, intenté pensar en otras cosas, mientras escuchaba su respiración cerca de mí.

Habría pasado media hora desde que apagamos las luces, y noté que Raúl se revolvió de forma nerviosa en su cama. Acabó por girarse hacia donde yo estaba; notaba su respiración cálida en mi cara, señal de que la suya estaba a escasos quince centímetros de la mía. Intenté ignorarlo, pero no pude. Su aliento me empezó a poner caliente. Me llevé la mano tímidamente al cipote, que se me estaba empezando a empalmar, y empecé a acariciarme al compás de su delicioso aliento. Dios, que ganas tenía de echarle un buen polvo. Me venía inevitablemente a la cabeza su imagen en gayumbos, con ese cuerpazo de machazo que tan cachondo me ponía. Los tíos como él me vuelven loco, no puedo explicar el por qué. Me hacen arder en deseos de darles placer y más placer.

A los pocos minutos, escuché su voz, susurrando muy bajito:

  • ¿Eh, estás despierto?

Me quedé callado unos segundos, y respondí:

  • Sí.

  • ¿No puedes dormirte? –me preguntó.

  • No. ¿Y tú?

  • Tampoco.

  • ¿Por qué? –le pregunté.

Se quedó callado un instante. Luego, me respondió más bajito aún:

  • Estoy cachondo.

No supe cómo reaccionar en ese momento. Pensé por un instante que se trataba de la típica respuesta vacilona que siempre sueltan los heteros. Pero, atendiendo a la forma en la que lo dijo, pregunté:

  • ¿Y eso?

  • No sé, tío, pero me muero de ganas de que alguien me la coma.

Me quedé callado. Un montón de ideas se me pasaron por la cabeza, y todas tuvieron una misma reacción: la polla se me puso palpitante y dura, fue inevitable.

  • Eh, tío… -me dijo-. ¿Nos hacemos una paja?

La idea me sonó exquisita.

  • Vale –le respondí, con una entonación que mezclaba inquietud y lascivia.

Me llevé las manos al paquete, que estaba duro y deseoso de librarse de aquel pantalón de pijama tan prieto que lo aprisionaba. En cuanto me saqué el nabo y empecé a trabajármelo, noté cómo Raúl se movía estrepitosamente a una esquina de su cama.

  • ¿Qué andas? –le pregunté.

  • He pensado en que aquí hay sitio para ti también… anda, vente aquí –me dijo prometedoramente.

No me podía creer esa proposición. Calmé mis instintos más salvajes pensando en que Raúl sólo quería pajearse, y nada más.

  • Voy –le dije, con voz juguetona. Me levanté de mi cama y di un salto para caer a su lado. Me tumbé cerca de él, y pude ver, gracias a la escasa luz que se filtraba desde el exterior, que se había quitado el pantalón del pijama, pero que todavía llevaba los gayumbos puestos. Se le marcaba un bulto grande y perfecto. Joder, qué cachondo me ponía ese tío.

  • ¿Te molesta si me quito la camiseta del pijama? Me muero de calor… -me dijo entonces.

Asentí con la cabeza y observé cómo se lo quitaba. Y ahí se quedó, a tres centímetros de mí, ese machazo sudoroso y cachondo en ropa interior. Me quedé mirando su cuerpo de arriba a abajo. Estaba tremendísimo y, para colmo, se estaba acariciando el paquete con las dos manos mientras me miraba fijamente a la cara. Joder, eso era demasiado para mí. Me estaba muriendo de ganas de echarle un buen polvo a ese cabrón.

Justo entonces, se inclinó hacia mí, y me susurró al oído:

  • ¿Te gusta lo que ves, eh? ¿Te pongo cachondo?

Me sonrió con cara perruna y se acomodó la almohada.

  • Ven aquí y enséñame de lo que sois capaces los maricones.

Sin pensármelo dos veces, me puse sobre él, abrí las piernas y me senté sobre su cadera. Me recosté hacia adelante y le planté un buen morreo. A él pareció gustarle el plan, y me agarró de la nuca con las manos mientras jugaba con su lengua dentro de mi boca. Mientras nos besábamos, yo rozaba mi culo con su paquete. Noté cómo se le hinchaba el cipote aún más gracias a ello.

Dejamos de besarnos, y me lancé a su cuello. Le fui lamiendo lentamente, saboreando su sudor y su sabor viril que tanto me gustaba. Mientras tanto, él me acariciaba el culo y me daba cachetadas por encima del pijama. Luego, fui bajando lentamente, recorriendo todo su torso y sus abdominales, pasando mi lengua por todas partes y acariciando todos y cada uno de esos músculos que tan trabajados estaban. Acabé llegando a los gayumbos. Sin quitárselos, empecé a chupar y olisquear la tela. Sabía a sudor y a líquidos preseminales, mis sabores favoritos.

  • Déjate de mierdas y cómeme la polla de una vez –me ordenó Raúl, dominante.

Le bajé los gayumbos y me golpeó en la cara su pollón. De largura la tenía bastante normal (le mediría alrededor de 17 centímetros), pero de ancho era muy grande. La tenía palpitante y dura como una puta piedra. El glande estaba húmedo de fluidos preseminales.

Empecé a chupársela por la base, yendo hacia arriba, jugueteando con mi lengua hasta llegar al glande. Saboreé los deliciosos líquidos y, sin pensármelo dos veces, abrí la boca bien abierta para tragarme su nabo en la medida posible. Me entraba solo la mitad de su polla en la boca. Me centré en dar círculos con la lengua en su glande, mientras con una mano le pajeaba la base del cipote y con la otra le manoseaba los cojones y los abdominales.

  • Se nota que no es la primera vez que haces esto, pero ya verás cómo va a ser diferente conmigo. Me vas a comer todo el cipote, por zorra.

Ese trato de dominación y sumisión me puso más cachondo de lo que ya estaba.

Seguí haciéndole la mamada durante unos minutos. Al rato, como Raúl veía que no me la podía tragar toda, me agarró de la cabeza con las dos manos y empezó a hacer presión hacia adelante. Su polla entraba y salía de mi garganta a embestidas, hasta el punto en el que se me hizo difícil poder respirar. Me entraban arcadas cada rato, pero resistí y me dejé llevar por su ritmo.

  • Esto sí que es una polla, ¿eh? Te vas a arrepentir de haber nacido, maricón hijo de puta.

Aceleró el ritmo hasta el punto en el que me saltaron las lágrimas. Pero no eran lágrimas de sufrimiento, no. A pesar del dolor que sentía en la comisura de la boca y en lo más hondo de mi garganta, esas lágrimas eran de auténtico placer. Estaba disfrutando realmente de la follada oral que me estaba dando ese hijo de perra. Mientras él seguía embistiendo contra mi boca, yo le acariciaba el torso y las piernas. Joder, eso sí que era un buen macho… me tenía bien dominado y sabía que eso me volvía loco.

Pasaron unos minutos y Raúl encendió la lámpara con una mano. Una luz tenue me permitió ver su cara, y a él, ver la mía. Inmediatamente, volvió a agarrarme de la cabeza y siguió con su brutal follada.

  • Me voy a correr y quiero ver cómo te comes toda mi lefa –me dijo en alto, mientras miraba mi cara con gran satisfacción, exhausta y sucia de líquidos preseminales y sudor. Verme ahí, humillado, manchado con sus fluidos corporales y con su polla metida hasta el fondo le debía de dar un placer enorme.

A los pocos segundos, aceleró el ritmo a medidas colosales. Se puso a convulsionar y cerró los ojos. Me preparé para la corrida. Empezó a gemir, cada vez más sonoramente, a la vez que yo notaba cómo un fuerte chorro de líquido caliente inundaba mi boca y mi garganta. A pesar de que intenté tragármela toda, gran parte me chorreó por los labios irremediablemente. Me cago en la puta, qué rica estaba esa leche. Caliente y super abundante. Entonces, sus embestidas pararon, me quitó las manos de la cabeza y pude al fin sacarme su cipote de la boca. Él estaba tumbado en la cama, casi inmóvil, con la respiración acelerada y un gran careto de placer. Qué a gusto se había quedado ese pedazo de hijo de puta follándome toda la garganta. Mientras tanto, yo me tragué toda la lefa que me quedaba en la cara, le limpié a lametazos lo que aún le quedaba en la polla (que ya estaba perdiendo la erección), y me tumbé a su lado. Tenía la garganta realmente jodida, pero me daba igual. Mereció la pena con tal de haberle dado ese gran gustazo a Raúl.

Le rodeé con el brazo y apoyé mi cabeza en su hombro. Él me dijo:

  • La siguiente vez que quedemos te pienso romper el culo.

  • Puedes hacerme todo lo que quieras, cabrón.

Me dio un último morreo, apagó la luz y nos dormimos juntos en aquella cama que apestaba a sudor, lefa, machote y sexo duro.

La siguiente mañana, su madre vino a despertarnos y nos encontró abrazados en la misma cama. Pero, bueno… ¡esta ya es otra historia!