Raro, raro (pero muy bueno)
La extraña historia de un ligue que hice a través de un anuncio en la tele y al que todavía continúo viendo.
No sé muy bien por que escribo relatos. Pero el caso es que llevo ya algún tiempo haciéndolo por otros sitios de la red. En realidad no son relatos. Son reportajes de los ligues que encuentro más interesantes.
El que os voy a contar es, sin duda, el ligue más extraño de cuantos he hecho y el que más se desvía de lo que es mi comportamiento habitual. Cuando lo conocí, hace ya unos años, él tenía 32. Hetero. Alto y grande. Algo pasado de peso, aunque sin exagerar. Le gusta depilarse por completo y si no lo hiciera sospecho que sería un oso muy bien poblado. Calza un 44. Sé su profesión. No le gusta que le toquen. De mí sólo busca el contacto con mi boca… Parece que sé bastantes cosas de él, ¿verdad? Pues no. Si lo viera por la calle no lo reconocería. Si me hablara, no sabría que era él porque nunca le oí la voz. Sólo podría reconocerlo por su polla. Si me vendarais los ojos y me pusierais pollas entre los labios, la suya podría reconocerla entre mil que me pusierais. La conozco mejor que la mía. Milímetro a milímetro. Lo reconocería por ella con toda seguridad. Y eso sin verla y hasta sin tocarla. Me bastaría con los labios para reconocer su forma, su tamaño, su manera de descapullar, la textura de su piel, sus resaltes, sus venas… todas sus peculiaridades. Y sé muy bien como reacciona ante los estímulos. Sé como tratarla. Quizá también pudiera reconocerlo por el sabor de su leche. Le arranqué ya unas cuantas decenas de corridas. Y también, si quiero ser exacto, debo de decir que también lo reconocería por el contacto con sus cojones suaves, rugosos y depilados. Os juro que no estoy exagerando nada en lo que digo, por raro que os parezca. ¿Cómo llegó a pasar esto? ¿Os lo cuento?
Lo conocí a través de una de esas teles que permiten poner anuncios de contactos. Contestó a uno mío (yo pedía una lluvia dorada). Mandó un SMS. Quedamos. Fui a la cita. En el sitio donde me dijo que estaría, junto a un faro, vi a alguien junto a una moto bebiendo agua de una botella. Y vi cómo se marchaba. Poco después, me llegó un SMS diciendo que no le molaba. Eso fue todo. Olvidé el asunto.
Quince días después recibí un SMS. Era un teléfono desconocido y era un tío que hablaba de no sé qué fantasía rara que tenía. Me hizo cierta gracia el asunto y, averiguando de dónde había sacado mi teléfono y cómo había sabido de mí, descubrí (SIEMPRE A TRAVÉS DE SMS’s) que era el tío aquel de la moto. Acepté cumplirle la fantasía.
Yo no podría verlo, ni hablarle, ni tocarle nada más que lo justo imprescindible. Él estaría dentro de un coche aparcado en una zona muy oscura y retirada. La zona típica de folleteo de parejas hetero en coche. Debía de llevar el móvil porque él sólo se iba a comunicar conmigo vía SMS caso de que hiciera falta. Yo tendría que subir al coche, al asiento del acompañante. Él estaría tumbado haciéndose el dormido. Y no se iba a despertar cuando yo le metiera mano en la bragueta y le sacara la polla para hacerle una mamada. Sólo me dio una pista sobre lo que me iba a encontrar dentro del coche y dentro de sus pantalones: me mandó una foto de la polla. Seguí instrucciones. Encontré el coche que él me había descrito, abrí la puerta y me instalé dentro. A mi izquierda tenía un tío con el respaldo del asiento bajado. Estaba como dormido; sólo le faltaba roncar. Era una noche sin luna y estaba muy oscuro. Apenas se veía nada. Parecía un tío muy grande, pero no vi nada de él. Afortunadamente, llevaba puesto un pantalón blanco, que facilitó bastante la búsqueda. Seguí instrucciones. Abrí, saqué, mamé. Noté en mis labios el contacto con un prepucio sorprendentemente áspero y en mi lengua el contacto con un capullo suave y calentito. Mamé hasta que el rabo dejó de ser de piedra y empezó a estremecerse y a palpitar dentro de mi boca. Noté ese sabor que tan bien conozco. Bajé del coche y me fui.
Aún no me había alejado ni 1000 metros cuando sonó el aviso de SMS de mi móvil. Era él que decía que todavía tenía y que si no quería más. ¡Claro que quería! Media vuelta con el coche y segunda ración.
Debió de gustarle porque quiso repetir. Lo hicimos más veces. Siempre igual, hasta que cogió confianza conmigo y me propuso que subiera a su casa. Allí las cosas son distintas. Hay más tranquilidad para tomárselo con calma. Sólo tengo que mandarle un SMS diciéndole que estoy en el portal. Él abre y yo subo a su piso. La puerta siempre está abierta y yo entro. Dentro hay muy poca luz; sólo la que da la pantalla de un televisor con una peli porno. Él está espatarrado en un sillón, delante de la tele y en pelotas. Yo me arrodillo cómodamente entre sus piernazas. Ahora sé bien cómo hacer para que sufra, para retrasar, para ponerlo a mil, para encontrar los puntos que más placer le dan, para llevarlo hasta no poder aguantar más… Conozco su polla tan bien como la mía. Sé muy bien qué puntos hay que tocar y cómo hay que tocarlos. Sólo tuve que observar sus reacciones. Y la verdad es que él también ayudó. Al principio escribía SMS’s contándome lo que estaba sintiendo o pidiéndome algo en concreto. Me apañé para aprender a leer un SMS sin sacarme una polla de entre los labios. No es muy fácil, pero es posible.
Yo procuro hacerlo durar. No hay prisa. Pero llega un momento en que ya no aguanta más y descarga. Entonces, al baño sin decir nada. A esperar un SMS que puede decir que vuelva con él porque ya se recuperó y quiere darme otra lechada o puede decir que me marche porque ese día ya no puede más.
Así me convertí en la puta de un hetero de 32 años. Es un rollo raro ¿verdad? Pero me gusta. Y creo que a él también. Por lo menos, insiste en mandarme SMS's preguntándome si puedo ir a su casa. Y yo siempre hago todo lo posible por poder.
Oye, amigo de La Guía, creo que no andas por esta página y que no vas a leer esta cosa. Me parece que los relatos gay no deben de ser de tu interés. Pero si llegaras a saber que publiqué esto, no te mosquees. Tómalo como una muestra de agradecimiento por las muchas horas que paso entre tus piernas y por los muchos batidos que me das.