Rareza (I)
¿Cómo puede ser la vida de un hombre, de una mujer, de un bisexual... o de alguien que lo es todo a la vez? Contiene Filial, Lésbico, Gay, Erotismo y amor, Primera vez,... ¡¡¡Variedad!!!
El ser humano es un cúmulo de maravillas que la naturaleza ha ido modelando a lo largo de los miles de años que llevamos en el planeta. La evolución se ha encargado de "eliminar" los fallos que han ido surgiendo a lo largo del tiempo y adaptando a los sujetos al entorno natural de su hábitat y eliminando a los individuos menos adaptados. De eso se encarga la genética ya que transmite en sus genes la información de los individuos que se reproducen y que se han adaptado a sus circunstancias.
Pero hay ocasiones en las que la genética hace experimentos extraños o tiene fallos que provocan que algunos individuos sean diferentes. Y para mi desgracia, éste es mi caso. Tengo una alteración genética que me hace diferente. Podría haber nacido con seis dedos en las extremidades, con tres brazos o incluso con aletas de pez... pero no. Lo que la naturaleza me "dedicó" fueron 2 sexos. Para que quede claro, no estoy diciendo que me diera 2 penes o dos vaginas. Aunque también muy raro habría sido más llevadero. Lo que me deparó el destino es un atributo de cada sexo.
Sí. Las personas como yo se las reconoce como hermafrodita. Seguro que alguien está pensado ... "Mira, se lo puede pasar en grande en solitario" o "Puede decidir con quién irse, si con hombre o mujer". Estos serían los más superficiales. Tampoco voy a entrar en más detalles ni especulaciones de lo que cada uno piense. De lo único que soy consciente es de los sentimientos y pensamientos que he tenido a lo largo de mi vida, vida que ha sido muy complicada ya que, aparte de las complicaciones físicas, están las mentales.
Para empezar, el problema lo tuvieron mis padres cuando nací ya que esperaban un varón puesto que se vio mi colita en la ecografía (en lo que se basa el sexo que dicen es si se ve o no puesto que si no se ve se suelen decantar por el sexo femenino). Ahora se encontraban con un bebé con el que no sabían cómo lidiarían. Por lo tremendamente extraño del caso, el personal sanitario tampoco es que esté preparado para dar un soporte adecuado. Tan sólo los psicólogos pueden hacer algo para ayudarte a que lo superes. Pero, ¿quién puede ayudar empíricamente a criar a un bebé así?
El primer escollo, aunque parezca una idiotez, es poner el nombre a la criatura. Sí, de acuerdo que se puede cambiar cuando se quiera, pero mi madre me quería evitar en el futuro todo el sufrimiento posible y un cambio de nombre cuando mi cuerpo desarrollara no ayudaría a las complicadas relaciones personales que tendría en el futuro. Tengo que agradecerla que tuviera la buena idea de buscarme un nombre válido para ambos sexos. Me pusieron Álex (por cierto que sudaron tinta en aquella época para que se lo aceptaran, no en el registro sino en la iglesia al bautizar). Este nombre podría ser diminutivo de Alejandro o de Alejandra pero, dado el caso, vendría como anillo al dedo.
Mi madre siempre se volcó mucho en mí, no así mi padre. Aunque nunca dijo nada siempre se notó que sufría mucho por mi situación. Mamá me contaba que de joven siempre fue muy extrovertido, divertido, juerguista, mujeriego y que tuvo la suerte de ser ella la que le echara el lazo antes que otra. A pesar de esta descripción, mis recuerdos de él son de un hombre muy serio (no estricto, no confundir) y poco dado a los mimos. Con los años mi madre y él acabaron decidiendo terminar con el matrimonio porque, desde que nací, él se encerró en sí mismo. No le guardo rencor aunque se extrañen. Sé que el pobre nunca pudo superar el trance de mi forma de ser y que, incluso, se llegó a echar las culpas de mi desgracia, causándole mucho más dolor. Tampoco nunca rehízo su vida con nadie hasta que murió en un accidente seis años y medio después.
La separación de mis padres no afectó demasiado a mi madre al estar ella volcada en mí al completo. Esto con el tiempo también haría mella en mi vida y a la relación con mi madre. Puede también que, al irse mi padre a vivir a un piso muy cercano al nuestro (esto le permitía a mi madre contar un poco con él para algunas cosas), no sintió mucha diferencia con el trato con él, que era menor con el paso del tiempo.
Y ahora me centraré en lo que fue mi crecimiento. Cuando yo era pequeña (veréis que me trataré a partir de ahora como chica y no como chico), la ingeniería genética no estaba para sacar grandes logros aún. Aunque ahora se pueden hacer estudios más o menos caros, se puede ver si en tus genética predominan los rasgos masculinos o femeninos. Cuando yo era pequeña, esta parte estaba en evolución en los laboratorios de investigación. Lo que mi desarrollo me deparara se vería con el paso del tiempo. Entonces, ¿cómo criar a un hijo/ hija así? La tratas como niña o como chico. ¿Y si luego te equivocas y provocas algún trauma?
Tal como hizo con el tema del nombre, mi madre me crió muy "neutramente", por así llamarlo. Nunca me vistió con vestiditos de niña. Sólo muy de bebé lo hizo con la típica ropita que se ponía tanto a niños como para niñas. Según me contó años más tarde, nunca se refirió a mí como "el niño" o "la niña" sino que me llamaba siempre por mi nombre. Y cuando la gente decía lo típico de "que niño/niña/bebé más rico", se limitaba a decir que me llamaba Álex sin sacar a nadie de las ideas preconcebidas. Si esto la trajo problemas nunca me lo dijo pero lo cierto es que el trato con vecinos no era muy abundante aunque, eso sí, con quienes sí tenían tratos éstos se portaron maravillosamente conmigo.
Esto duró hasta los 5-6 años en los que ya me definí claramente como "niña" ya que era como me sentía. Aunque algunas veces tuve dudas al respecto, siempre me alineé más a los roles y gustos femeninos que a los masculinos (aunque también era un poco tiarrona). Me gustaba estar con las niñas pero me llamaban la atención los niños y jugaba con ambos.
Los problemas empezaron al ir acercándome a la pubertad. Yo era una chica extraña para el resto de mis compañeras y un poco desconocida para mis compañeros. Ocurrió que, estando yo en el servicio y habiendo terminado de limpiarme (orino como mujer), al levantarme se abrió repentinamente la puerta. No lo sabía pero tenía roto el pestillo y por eso se pudo abrir aún habiéndolo echado yo por dentro. La chica que entró era una que tenía fama de cotilla y chismosa (o mejor, una bocazas de aúpa) con la que tampoco me llevaba yo muy allá. Se quedó mirando mi entrepierna e inmediatamente gritó:
- ¡¡Mirad!! ¡Álex es un chico!
Al poco tiempo se llenó de curiosos que me miraban. Por la sorpresa (y el susto) me había quedado bloqueada y tardé medio minuto en taparme y salir corriendo mientras escuchaba desde risas, gritos y algunos insultos.
Trascendió como la espuma. Mi madre no había dicho nada en el colegio y, hasta ese momento, no había habido motivo para tener que contarlo a los responsables del centro. Pero al pasar así, y echarse las madres del resto de los alumnos contra mi madre y contra mí, tuvo que explicar mi peculiaridad. Hubo gente que lo llevó medianamente bien pero otros, ni siquiera con el apoyo de los profesores que me conocían y sabían cómo me comportaba, no aceptaron que sus hijos convivieran con una "abominación" así. Y eso fue de lo menos ofensivo que se oyó.
Mi ánimo cayó en picado y mi madre tuvo la determinación de hacer que nos cambiáramos de barrio y no de ciudad (como insistía mi padre) porque era lo suficientemente grande como para no coincidir en la vida con nadie de allí. Fue entonces, con las tensiones producidas cuando mis padres se separaron. Pero pese a ello, como ya conté, en cierta forma seguí contando con mi padre.
Mi madre se encargó de rehacer mi vida (y mi ánimo de paso). Buscó un nuevo colegio para mí de sólo chicas. Lo que no comprendo fue cómo convenció a las monjas (sí, era un colegio religioso) pero consiguió que me aceptaran. Si bien al principio me sometieron a una discreta vigilancia (aunque me di cuenta de ella), al ver que tendía a encerrarme en mi misma y no socializar mucho, vieron que no deberían de dar crédito a los primeros temores que tuvieron conmigo. Poco a poco me tomaron con otra alumna más sin mayores complicaciones.
Sí hubo una hermana que me "acogió" bajo su tutela. Sor Clara era una monja recién tomada los hábitos, bastante más joven que el resto y me trató con mucho cariño. Era la única con la que hablaba abiertamente de mi condición, de mis sufrimientos y anhelos. Ahora con los años pienso que fue ella la que hizo que dejaran de "recelarme" el resto de las monjas.
Yo la quería casi tanto como a mi madre y, junto con ella, era la única con la que tenía intimidad para hablar de mis sentimientos. Se lo dije todo. Cómo me sentía, como peleaba con mi amorfo cuerpo, como empezaba a suspirar por los chicos que me empezaban a gustar y lo que lloraba por saber que nunca jamás nadie querría estar conmigo. Sor Clara siempre me ayudó en lo que pudo, dándome ánimos, consejos y comprensión. Quizás fue la mejor amiga que tuve nunca. Ella también fue la que se encargó de "empujarme" hacia la gente, a superar el anterior rechazo y a enseñarme a tratar con ellos. Gracias a ella me fui abriendo al mundo poquito a poquito.
Me faltaba poco para cumplir los diecisiete cuando falleció mi padre. A pesar de la separación y la distancia que existía emocionalmente, tanto mi madre como yo acusamos duramente el golpe. Ambas exculpábamos a papá de lo que ocurrió y de la separación y sabíamos lo que el pobre había sufrido. Esto nos hizo el palo más duro. Tuvimos que ayudarnos la una a la otra a superarlo lo que, aún más, estrechó nuestra relación.
Cogimos la costumbre de acostarnos juntas. Nos acostábamos relativamente pronto y nos quedábamos hablando mucho rato mientras nos abrazábamos. Una mañana, al despertarme, vi que mi madre me miraba desde los pies de la cama. Yo estaba tumbada destapada (empezaba ya a hacer calor) con mi camisón de dormir y mis braguitas ya que para dormir no usaba sujetador a pesar de no tener el pecho pequeño.
Me incorporé un poco, saludando a mi madre. Entonces me di cuenta que ella bajaba la mirada a mi entrepierna en la que, sin haberme dado cuenta, lucía el bulto provocado por mi pene en erección. Aunque no es grande, tampoco es pequeño. En aquella época me medía unos quince centímetros (ahora no pasa por poco los 16) y era finito (ahora tiene unos 3,5cm de diámetro). En definitiva, que no tengo tampoco mala "polla"...
Me ruboricé al instante e intenté taparme. Mi madre lo evitó:
- Espera Álex, hacía tiempo que no te veía así. Desde pequeña hasta ahora veo que tu cuerpo ha cambiado más de lo que me pensaba. ¿Te importaría desnudarte y dejar que te viera? -preguntó mi madre con un ligero deje nervioso.
- ¡Jo, mamá, no! Me da mucho palo que me veas y más ahora. -creo que mi cara debía estar roja como un tomate porque notaba el calor en mis mejillas.
- Venga, anda, si no es para tanto. Soy tu madre y no hay por qué tener vergüenza. Además, me gustaría comprobar algo que me dijeron los médicos que te podía ocurrir cuando crecieras.
- No sé, mamá. Es que... Además, ¿qué es lo que te dijeron? -aunque mi tono era un poco de preocupación, lo cierto es que mi madre había conseguido picarme la curiosidad.
- Venga, fuera ropa y te lo digo...
Mi madre se levantó de la cama y me cogió de los brazos para ponerme de pie. Me dejé hacer dócilmente mientras mi madre desataba los cordoncitos del camisón que lo fijaban a mis hombros, cayendo la prenda resbalando por mi cuerpo. Luego se agachó y me deshizo de mis braguitas. Mi pene, seguramente debido al pudor, se había desinflado y colgaba mustio. Me miró divertida notando mi vergüenza. Pero es mi madre y siempre sabe hacerme superar mis traumas.
- ¡Uyyy! El pajarito se ha ido al nido. Pues habrá que revisar éste entonces.
Lentamente se agachó frente a mí, pasando los dedos suavemente por mi pubis y evitando rozarme el miembro. Podría decir que estas caricias me cortaban pero el caso es que, desde siempre, me ha gustado mucho que mi madre me acariciara el cuerpo con el mimo con el que lo hace, con extrema dulzura y suavidad. No fue suficiente para volver a ponerme a 'tono' pero sí para conseguir que me fuera relajando y me abandonara a sus mimos. Y vaya si lo consiguió.
Mi madre me acarició casi el cuerpo entero. Subiendo y bajando por él me acarició cuello, cara, espalda, pecho (y pechos), costados, glúteos, piernas, tobillos y, por supuesto, mi entrepierna. Ahora sí que había conseguido recuperar mi excitación. Y no sólo la de la parte masculina. Mi pene estaba un poco más que morcillón sin llegar a estar totalmente dura y de mi chochito empezaban a rezumar juguitos que mi madre notó en sus dedos.
- Cariño, ¿cada cuanto tiempo te masturbas? -me preguntó mi madre.
- No lo hago. Me da cosa... -dije avergonzándome de nuevo. Mi madre evitó que me bajara la lívido restregando sus dedos a lo largo de mi vagina y acariciando mi glande a la vez - Uhmmmm... Ufff. Ay, mami, que gustoooo
Mi madre me cogió de la polla y empezó a hacer movimientos completos de arriba a abajo a lo largo del tallo, provocándome un placer nunca antes sentido. Es cierto que nunca antes me había masturbado. Sí me tocaba un poco, explorando las sensaciones que transmitía mi cuerpo, notando con cierta vergüenza que eran más fuertes en mi pene, lo que chocaba con mi sentimiento femenino. Pero ahora que no era yo la que me tocaba sino mi madre, algo me hizo abandonarme al placer y centrarme en disfrutar de la intensidad de esas nuevas sensaciones.
- Uf, cariño, ¡cómo te estás poniendo!
- Mamiiii... Uhmmmm... Agggg
- ¿Te gusta la pajita que te hago? ¿Eh, cariño, te gusta?
- Síiii mamiiiii... Nunca lo había sentido tan fuerte. La siento arderrrr
Entonces mi madre dio un paso más, metiéndose mi polla en la boca y haciéndome la primera felación de mi vida. Agarraba mi verga con la mano masturbando el trozo de pene que no estaba dentro de su boca. Su lengua tampoco paraba quieta y la notaba moverse por el glande, provocando el mayor placer que había sentido hasta la fecha a pesar de ya haber cumplido los diecisiete. No puedo todavía hoy ser capaz de narrar la sensación tan indescriptible que sentía. Mi madre se entregaba con mimo y pasión a la mamada, haciéndola con cariño pero intensa. Todavía no lo sabía pero mi primer orgasmo se precipitaba y avisé a mi madre.
- Ufff... Mamá, creo que me voy a correr. Noto que se me sale algoooo... ¡Quitateeeeeeee!
- Mmmmffmffmmmfm -no sé qué quiso decir mi madre pero aumentó la velocidad y la profundidad a la vez que se agarró a mi culo para que no pudiera apartarla.
Y entonces ocurrió. Mi primer orgasmo me alcanzó derramando mis líquidos en la boca de mi madre que fue tragando aquello que deposité en su interior. A la vez, notaba los jugos de mi chochete resbalando por los muslos. Y es que, durante la mamada, al tener mi madre agarrado mi pene y moviendo la mano, ésta chocaba contra mi empapada vagina, haciendo que también ésta se mantuviese excitada aunque no fuera tan intensamente como mi pene. El caso es que de puro placer me tensé como la cuerda de un arco, estirando todas y cada una de mis fibras musculares y sintiendo casi como si la vida se me fuera del cuerpo, incapaz siquiera de respirar.
Me derrumbé como un fardo tan pronto me vino el bajón de sensaciones. Recuperé la respiración, jadeando como un caballo a punto de reventar, sudando como una cerda pero feliz... con una sensación de plenitud que me maravilló. Mi madre había parado casi por completo, manteniendo sólo mi polla en su boca y dando pequeñas caricias con la lengua en ella, pero evitando cuidadosamente el glande. Terminó pegando un chupetón al sacársela de la boca sonando un 'plop' que nos hizo reír a ambas.
Mi madre subió hasta fundir su boca con la mía, sorprendiéndome. Sí, es cierto que me acababa de hacer mi primera mamada, pero que además me besara me sorprendió. Aunque para hacer honor a la verdad, tampoco me duró mucho puesto que, tímidamente al ser mi primer beso, empecé a corresponderlo, jugando con la lengua de mi madre y notando en mi boca el sabor de mi propio semen. No sé si es porque era mío o porqué, pero el sabor no me resultó para nada desagradable. Más bien lo contrario, me excitaba sobremanera, imagino que por mi ser femenino.
- ¿Qué te ha parecido, cariño?
- Uf mamá, no lo sé. No quiero pensarlo ahora porque me voy a liar. Déjame que lo termine de disfrutar y ya me comeré después la cabeza...
- ¿Pero por qué? ¿Te ha resultado desagradable?
- No mami, pero... no sé explicarlo. Digamos que lo he disfrutado pero con el sexo que no me corresponde. Me da miedo que sólo sea posible hacerlo así. Ya me entiendes, disfrutar como hombre cuando a mí me gustan ellos y ser yo la mujer. No sé mamá. Es un poco lioso.
- Bueno, -dijo mi madre con una sonrisa enigmática- pero aún nos queda mañana por delante para experimentar. Tengo que comprobar una cosa que me dijeron...
- ¿Quién? ¿El médico? Ay, mamá, coño, no me tengas en ascuas.
- ¡Niña, esa boca! -(joder, mi madre echándome la bronca por hablar mal cuando acababa de comerme la polla)- Sí, es algo de eso. Cuando eras pequeña te hicieron muchos exámenes y dijeron que, pese a que fueras seguramente estéril en ambos sexos, eso no quería decir que no fueran ambos perfectamente funcionales.
- No lo entiendo. ¿Qué quiere eso decir?
- Quiere decir, mi niña, que igual que te ha funcionado el pene lo puede hacer tu vagina. De hecho, mírate lo empapada que estás. Si parece un lago desbordando.
- Ay, ojalá sea así. Yo me siento mujer y quisiera llegar algún día a mantener relaciones como una mujer normal.
- Bueno. Hay una forma muy fácil de saberlo.
Tras decir eso, mi madre bajó una mano a mis pechos que empezó a acariciar y la otra a mi empapada gruta. tengo que deciros que mi vagina es algo distinta. El clítoris de una mujer es el 'pene' femenino. Pero al haberlo desarrollado yo, esté órgano brilla por su ausencia en mí. Sí es cierto que siento placer (y bastante) acariciando mi vulva, también lo es que la falta de ese apéndice dificulta mi llegada al placer por estimulación externa. Por fortuna, la naturaleza no se ensañó conmigo y lo que sí tengo es punto G, por lo que mis orgasmos son por penetración. Pero me estoy adelantando puesto que, en esos instantes con mi madre, aún desconocía todo esto.
Mi madre se dedicaba profusamente a masturbarme, algo que me mantenía excitada como una perra. Pero la sensación era, por así decirlo, más lejana que con mi pene. Tras un cuarto de hora de tortura estaba que necesitaba la liberación del orgasmo pero ya. Pero este no llegaba.
- Mamáaa. No aguanto más... Me tengo que correrrrrrr
- ¿No te gusta cariño? -preguntó mi madre un poco recelosa.
- Síiii, me gustaaaa. Pero me falta algooo. Me estoy salida como el pico de una mesa pero no llego. Necesito algo más.
- Espera cielo.
Me metió un dedo dentro y me sentí desfallecer. Lo primero que noté fue una sensación especial, luego el roce de mi intacto himen y por último un placer monumental, cuando mi madre empezó a estimularme por dentro una vez pudo meter el dedo bien dentro.
- Ummfff... Esto me gusta máaaaasssssss
- ¿Sí, cariño? Entonces sí que puedes gozar como una mujer.
- Síiii. Porfa, másss. ¡Méteme otro dedo!
- Si lo hago te voy a desvirgar, cielo.
- ¡No me importa! Mami, porfa. Me quiero correr como una mujer y bien llena.
- Entonces vamos a hacerlo bien.
Mi madre se apartó de mí, dejándome con una sensación de abandono enorme. Se estiró y abrió un cajón de su mesilla. Primero sacó un bote de lubricante que alguna vez había visto rodando por ahí y, después, su consolador. Yo sabía que lo tenía pero como hasta ahora no me había lanzado de lleno (para ser justa tengo que decir que me había lanzado mi madre) nunca me había planteado usarlo. Pero en ese preciso momento, lo único que deseaba en la vida era que mi madre me follara con ese juguete, sentirme llena de polla aunque fuese de plástico.
Mi madre lubricó bien el vibrador y echó un buen pegote de lubricante en el interior de mi vagina. Puso el vibrador en marcha y me metió solamente la puntita dentro, apenas un poquito de la cabeza para evitar desflorarme aún. Me sentía en la gloria. Las sensaciones que transmitía ese juguete eran maravillosas, sensaciones aumentadas por mi madre que, con la otra mano, me acariciaba la polla, ingle, culito,... Me estaba poniendo cardíaca por momentos. Mis gemidos y jadeos eran continuos y el calor que desprendía mi femenina intimidad se irradiaba por todo mi cuerpo. Estaba como el horno de una fundición y mi madre lo notó perfectamente de modo que, sin avisarme ni darme ninguna señal, enterró de golpe el falso pene en mi interior hasta casi el fondo.
La rotura de mi velo interior no fue tan traumática como yo me imaginé que sería. Noté como un pinchazo que me hizo tensarme levemente y un ligero escozor, pero nada excesivo. Mi madre, sabedora de lo que pasaría, lo dejó bien dentro de mí pero sin moverlo, sólo con la vibración activa, para que me fuera acostumbrando y relajando. Unos pocos minutos después lo empezó a mover tímidamente al principio para acelerar los movimientos en cuanto mi cara decía cómo pasaba de las molestias al placer más brutal. Llegó un momento en el que la mano de mamá era un martillo neumático que perforaba mis entrañas salvajemente. Además mamá se dio cuenta que cuando variaba el ángulo de la penetración y ponía la falsa polla como queriendo sacarla por mi monte de Venus (es decir, estimulando a lo bestia el punto G) conseguía que mis jadeos se convirtieran en gritos de placer.
No sé cuánto tiempo me estuvo follando de esa manera. Sólo sé que me parecieron horas, interminables y deliciosas, hasta que un orgasmo brutal me sacudió. Fue distinto al obtenido como hombre. Fue quizá un poco menos intenso, pero mucho más largo en cuanto a tiempo. De nuevo mi cuerpo se tensó al principio, pasando a espasmos de placer según mi madre me mantenía en un punto álgido del orgasmo hasta el derrumbe final.
La habitación apestaba a sexo y sudor pero a mí me daba igual. El recién descubierto placer me había dejado claro que mis neuras habían pasado de un plumazo al olvido. Había disfrutado del SEXO como ninguna otra persona (o muy pocas) podrían hacerlo nunca. Tenía muy claro que, desde ya, no me iba a cerrar a disfrutar de mi cuerpo como, cuando, cuanto y con quien quisiera.
Miré a mi madre que me miraba a mí con una sonrisa en la boca. Devolví la sonrisa de la forma más franca que se podía. Entonces me percaté que mi madre también tenía un brillo en los ojos muy característico. Sus mejillas lucían arreboladas y los pezones tenían pinta de querer rasgar su camisón. En definitiva, estaba cachonda perdida. Ella me había dado el mejor rato de mi existencia y sentí que debía corresponderla.
Acerqué mi cabeza a la de mi madre y junté mis labios con los suyos, haciéndo que mi lengua penetrara en la boca materna. Se sorprendió un poco pero duró poco puesto que rápidamente se afanó en devolver el incestuoso ósculo. Nuestras lenguas danzaban en el interior de la boca de mi madre y me dispuse a seguir adelante. Tiré de mi madre para que se pusiese de rodillas sin dejar de besarnos y bajé los tirantes del camisón por sus hombros y éste se deslizó hasta quedar enrollado en la cintura. Acaricié esas mamas que me alimentaron de pequeña de la misma forma en la que me acarició ella a mí, pero yo di pequeños pellizcos y tironcitos a sus pezones, algo que a mi madre la pusieron a mil por los gemidos que murieron ahogados en nuestras bocas.
Hice que se tumbara y la saqué el camisón dejándola desnuda ya que ninguna de las dos solemos usar braguitas para dormir (menos en los períodos de regla). Hice que se abriese de piernas y me enseñó su vagina que estaba arreglada pero no depilada como es habitual hoy día. El chocho de mi madre estaba libre de bello en la vulva y en la raya del bikini pero conservaba un arreglado mechón en el pubis que la hacía muy atractiva. Un poco tímidamente acerqué mis labios a los suyos (a los de abajo) e imité el beso que antes nos estábamos dando, metiendo la lengua dentro de la empapada raja de mi querida progenitora. Ni me molestó ni me encantó el sabor a almeja, no como otros dicen. El sabor fuerte y un tanto agrio no es que me gustara. Lo que sí me ponía como una moto y, por eso me comeré tantos chochos como pueda, era la excitación que provocaba en mi madre, el placer que la hacía sentir.
El coño de mi madre pasó de empapado a río desbordado, sobre todo cuando descubrí qué caricias hacerla y en donde (por fin vi un clítoris porque recuerden mi ausencia de él) haciendo que mi madre pegara auténticos culetazos cuando pasaba la lengua sobre él... o cuando lo chupaba... o cuando lo absorvia... incluso cuando le daba pequeños mordiscos. Mi madre estaba salida como una perra y yo, para ser sincera, no iba a la zaga. Mis pezones estaban como diamantes de duros y mi polla lucía ya una buena erección.
Pensé en ello y en el tiempo que mi madre no había estado con un hombre por dedicarme todo su tiempo y su atención. Y me llegó una idea peregrina. Si las travestis dicen que son mujeres con polla, para mi madre yo podría ser su hombre con tetas. Pensé que se merecía volver a tener una polla dentro y si la mía la hacía feliz... pues mira, dos pájaros de un tiro.
Me incorporé, poniéndome de rodillas entre las piernas de mi madre que me miraba atentamente y sin perderse mis reacciones. Noté que vio en mis ojos decisión y se abandonó, dándome permiso para follármela moviendo la cabeza. Me ayudó a apuntar mi miembro en ella porque no era capaz de atinar por mi falta de experiencia hasta que sentí el calor del túnel por el que salí diecisiete años atrás, dando un caderazo fuerte que me introdujo de a una en el coño de mi querida mamá.
- Uhmm... ¡Oh, cuánto tiempo hacía! -dijo mi madre al sentirse penetrada.
- ¿Te he hecho daño, mami? -la pregunté preocupada por la violencia de mi acometida.
- No cariño. Aunque no la tengas muy grande, a pesar del vibrador, lo tengo lleno de telarañas y por eso lo he notado un poco más fuerte de lo que ha sido de verdad. No te preocupes que me gusta... Mmmmm, muévete cielo. Dale amor a mami.
Y empecé a hacer el amor con mi madre. La breve pausa me había bajado un poquito los ánimos por lo que el ritmo que daba era más lento, dando estocadas profundas sacando casi entero mi pene hasta que mi chochito chocaba contra el suyo. Me tumbé sobre ella en cuando aprendí a tener la habilidad suficiente para seguir con la follada, haciendo que nuestros pechos se rozaran, que nuestros pezones se encontraran en ligeros choques y mientras nos volvíamos a besarnos.
Yo ya había tenido dos orgasmos, uno por cada sexo, pero mi madre no. Entre el rato que ya llevábamos y mi trabajito anterior, la pobre no tardó en llegar a un orgasmo que la hizo tensarse. Yo seguí moviéndome, un poquito más rápido para aumentar sus sensaciones. Sentía sus contracciones sobre mi polla en cada espaso de su cuerpo.
- Para cariño. Déjame que me recupere que me da mucha cosa si me sigues tocando ahí. -me dijo apartándome un poco.
Sin embargo no me salí de su interior sino que me quedé quieta sobre ella con mi miembro tranquilo mientras ella se recuperaba. Lo que sí seguí haciendo fue comérmela a besos mientras nuestros pechos y pezones seguían erre que erre con sus roces, manteniéndonos a las dos cachondas.
Cuando noté que volvía a estar receptiva empecé de nuevo el movimiento de caderas, esta vez a un ritmo alto desde el principio. Tenía la necesidad de correrme sin pensar en el placer de nadie más (imagino que los hombres lo entenderán). Iba lo más rápido que mis fuerzas me permitían que no era mucha porque, es posible que tenga polla de hombre pero mi cuerpo es de mujer, y de una mujer no demasiado fuerte tampoco.
Mi madre volvió a jadear con fuerza al ritmo de mis acometidas. El calor que desprendía su vulva envolvía mi pene que empezaba a congestionarse. Mi madre, al ver mi cansancio, hizo que rotáramos y cambiamos nuestras posiciones, poniéndose encima de mí acuchillándose el sexo con el mío (bueno, con el masculino mío). Se movía de una forma que me estaba volviendo absolutamente loca puesto que estaba totalmente sentada sobre mí, con mi polla enterrada por completo en ella pero, en lugar de moverse como lo hacía yo, movía las caderas en círculo provocándome incluso espasmos de placer. No conseguí aguantar ese tratamiento casi nada y, en unos tres o cuatros minutos de estar así me llegó el mazazo de placer.
- Arggg, mamiiiiii... me voy a correr, ufff
- Sí cariño, y yo. Venga cielo, corrámonos juntas las doooos. -mi madre cerró los ojos y su respiración colapso, dejando de dar aire a su cuerpo al tensarse por el orgasmo que la sacudía. La presión de su coño sobre mi polla provocó que también yo alcanzara mi anhelado orgasmo, tensándome al igual que ella y soltando, esta vez, casi nada de leche pero sin que esto influyera en la fuerza del mismo.
Mamá cayó sobre mí, jadeando y aplatanándome un poco con su peso lo que no ayudó a mi ya sofocada respiración en serenarse. Me clavó la mirada a los ojos y nos sonreímos mutuamente con dulzura, con amor... La experiencia había sido increíble para las dos pero, en especial, para mí. "¡Joder, qué forma de perder la virginidad!" pensé. Lo había hecho a lo grande y, lo más importante, con la persona más importante y especial de mi vida: mi amada madre.
Esa mañana no se puede contar nada más. De la intensidad de lo vivido y con la relajación propia del hecho, ambas caímos dormidas fulminadas por un rayo, haciéndolo abrazadas la una a la otra.