Raquel y yo (9)

Raquel cumple su promesa y convence a Sonia para organizar un trío...

¿Nunca habéis deseado algo con tanto anhelo hasta llegar a pensar que vuestra felicidad depende de ello? Y cuando por fin lo habéis conseguido ¿no os ha asombrado comprobar que el motivo por el que tanto suspirabais no era en realidad para tanto y os habéis sentido un poco decepcionados? Pues bien, esto mismo me acaba de ocurrir a mí. Y no es que no me guste lo que he obtenido, es simplemente que no ha cumplido las expectativas que en ello había puesto.

Si habéis leído los relatos anteriores sabréis que Raquel, mi mujer, me propuso organizar un trío con su mejor amiga Sonia al que yo acepté como supondréis encantado y más teniendo en cuenta que siempre la he encontrado una mujer encantadora, guapa y simpática. A fin de cuentas aquel día de hace ya siete años en el que me acerqué a aquel grupo de chicas dispuesto a invitarlas a la fiesta que daba mi amigo Ramón lo hice mirando siempre a Sonia, a la que no había dejado de contemplar desde que la viera entrar en el bar. Pero en la fiesta no conseguí enrollarme con Sonia pero sí pasarme varias horas hablando con Raquel, de una forma tan agradable que quedamos al día siguiente para vernos de nuevo y darme cuenta de que la chica a conquistar no era Sonia sino ella.

Pues bien, finalmente y tras una ardua tarea por parte de Raquel de casi cinco meses consiguió convencer a su amiga para participar en nuestra fantasía. No sé los métodos que utilizó para ello pero os aseguro que ejerció una excelente labor, ya que no es tan fácil convencer a alguien con quien además compartes una estrecha amistad para algo así, a pesar de lo que puedan haceros creer algunos relatos que se pueden leer por aquí. El caso es que lo consiguió y finalmente estaba en nuestra casa.

Aunque había estado ya infinidad de veces cenando con nosotros acompañada por alguno de sus novios o bien sola, aquel día era diferente. Se respiraba en el ambiente una incómoda tirantez, flotando a nuestro alrededor mientras cenábamos. Ya para empezar, había venido vestida de una forma tan provocativa que hasta Raquel la miró con cara rara al entrar, y no es que no se viera sensacional con aquella minifalda y aquel escote hasta el ombligo, sino que ella nunca ha vestido así y no le sentaba bien el disfraz de puta. Tal vez si se hubiera quitado el quilo y medio de maquillaje que llevaba habría resultado un poco más ella misma. Yo creo que sabiendo para lo que venía había tratado de ponerse lo más sexy posible sin darse cuenta de que no necesitaba nada para serlo.

Durante la cena no encontramos ningún tema de conversación que fluyera con naturalidad y creo que los tres estábamos más pendientes de lo que ocurriría a continuación que del momento actual. Y la cena se acabó y vinieron los postres, seguidos por el café y unas copas. Y a pesar de que los tres esperábamos lo mismo, nadie se movía, esperando cada uno de nosotros la reacción de los otros. Y tomamos una copa y me levanté del sofá a servir otra. Alcancé una a Raquel, mirándola con aire dubitativo al que ella me respondió con indecisión, y me volví a sentar en el sofá, al lado de Sonia a quien alcancé la suya. Se produjo entonces un corto y tenso silencio en el que Sonia miró a Raquel y algo debió ver, ya que se agachó hacia delante, dejó el vaso en el suelo e inmediatamente la tuve encima sentada en mis muslos besándome con violenta furia, mordiéndome los labios y forzando la entrada de su lengua en mi boca. Me vi sorprendido por tal arrebato y tardé un rato en reaccionar, colocando las manos en sus caderas y deslizándolas hacia su culo, firme y duro tal y como había imaginado en todos mis sueños.

  • Joder, Soni –Raquel siempre la ha llamado así-, te lo vas a comer. Déjame algo para mí también, ¿no?

Sintiendo en mi boca el sabor de su barra de labios metí las manos bajo la minifalda y las coloqué sobre la braguita mientras ella comenzaba a restregarse contra mi paquete con urgencia.

  • Coño, tía, ¿tan salida vas? –escuché que le preguntaba Raquel-. Relájate un poco, que tenemos toda la noche por delante. Ven, ponte aquí delante para que pueda enseñarle a Javier lo que va a disfrutar.

Y se acercó por detrás de ella y la apartó de mí, haciendo que se pusiera de pie dándome la cara. Raquel, a su espalda, la rodeó por debajo de los brazos hasta que sus manos cogieron sus tetas y las sopesaron elevándolas un poco y apretándolas entre ellas.

  • Mira Javier, mira qué tetas tiene. ¿No son fantásticas? ¿Quieres que se las enseñemos? –le preguntó al oído. Y luego mirándome a mí-. ¿Quieres verlas? ¿Quieres ver esta maravilla?

Y yo extasiado contemplaba la sugerente escena sin poder apartar la vista de aquellas tetas, medio cubiertas, medio descubiertas gracias al enorme escote que mostraba un sugerente canalillo. Tragando saliva moví la cabeza afirmativamente y disfruté viendo como las manos de Raquel desabrochaban uno a uno, con atormentadora lentitud los botones de su blusa mientras se movía lánguidamente pegada al cuerpo de Sonia, quien había cerrado los ojos y con la cabeza ladeada parecía disfrutar de la situación. Uno a uno los botones fueron cayendo hasta que su blusa se abrió y tuve la magnífica visión de sus pechos, elevados gracias a un sugerente sujetador. Con suavidad, Raquel le quitó la blusa y volvió a sujetar sus pechos, moviéndolos frente a mí.

  • ¿Te gustan, Javier? Son perfectos, ¿verdad? –me decía mientras los manoseaba-. ¿Quieres verlos? ¿Se los enseñamos, Soni?

Sonia movió la cabeza mientras sus labios dejaban escapar una susurrante afirmación y las manos de Raquel se desplazaron hacia la espalda e inmediatamente el sujetador se aflojó y las tetas cayeron un poco al perder el soporte que las sustentaba. Volvieron a aparecer ante mí las manos que volvieron a agarrar cada una un pecho.

  • Prepárate para ver algo asombroso, cariño. Mira qué tetas tan perfectas.

Y de un solo golpe descubrí que no mentía. Dos rotundos pechos de piel tirante, irguiéndose de forma natural hacia arriba, con dos oscuras areolas rematadas por sendos pezones, enormes y oscuros.

  • Mira como babea Javier. –Le susurró Raquel. Y Luego mirándome a mí-. ¿Quieres tocarlos? Venga, agáchate hacia delante para que pueda tocarte y disfrutar de esta maravilla.

Sonia se inclinó hacia delante apoyándose con las manos en mis muslos y alargando la mano acaricié aquellas tetas de piel sedosa. Efectivamente estaban tersas y duras. La cogí en la mano y apreté suavemente haciendo presión con la yema de los dedos. Pero Raquel la apartó y la volvió a colocar de pie frente a mí.

  • Quítate tú también la camisa, para que ella también pueda verte. –me dijo clavando sus ojos en los míos.

Yo la obedecí y me la quité, lanzándola al suelo al otro lado del sofá.

  • Mírale, Soni, mírale. ¿Qué te parece? ¿Verdad qué está muy bien?

Y Sonia abrió los ojos y me miró, clavando sus ojos en los míos, mientras Raquel acariciaba sus tetas desde detrás.

  • Date la vuelta para que pueda verte bien. –Le dijo Raquel tomándola por los hombros y dándole medio giro de tal forma que quedó dándome la espalda a mí y de frente a ella. Tomó su cara entre sus manos y la acarició subiendo hacia el cabello-. Levántate un poco la minifalda para que pueda verte el culo.

Y Sonia agarró la minifalda por el borde y la levantó un poco no sin cierta dificultad debido a lo ceñida que la llevaba mientras Raquel manteniendo su cara entre las manos la besaba en los labios con delicadeza. Yo no sé qué me excitó más, si la visión del redondeado culo o el beso entre ellas. Os aseguro que cualquiera de las dos cosas valía la pena. Y cuando sus labios se separaron le preguntó.

  • ¿Quieres que se quite los pantalones? Mírale, Soni, seguro que está deseando quitárselos para ti, ¿verdad cielo?

Y Sonia se giró para ver como levantando el culo del asiento me bajaba los pantalones hasta sacarlos del todo ayudándome con los pies y quedando tan solo con los calzoncillos. Y esta vez Raquel no tuvo que decirle nada, ya que fue ella misma la que llevó las manos a su cintura y abrió la cremallera de la sucinta falda que bajó hasta caer al suelo uniéndose a mi pantalón, y quedó frente a mí con una bonita braga de encaje que realzaba perfectamente la rotundidad de sus caderas. Mientras yo miraba embobado el voluptuoso cuerpo, Raquel se quitó el vestido, y con asombrosa rapidez se desprendió también de las bragas y del sujetador hasta quedar completamente desnuda, y girando un poco a Sonia hacia ella la abrazó y sus labios se unieron, no en un ligero beso como el de antes, sino en un beso profundo en el que sus lenguas danzaban una junto a la otra. Cada una bajó las manos hasta que reposaban en el culo de la otra y yo no podía hacer otra cosa que mirar alelado el brillante espectáculo que ofrecían, ambas desnudas frente a mí, sus pechos aplastados unos contra los otros, fundidas en un estrecho abrazo y todavía más profundo beso. Durante un largo rato permanecieron así, besándose y acariciándose, hasta que Raquel separó los labios y me miró.

  • Mira Soni, mira cómo se ha puesto Javier. ¿Quieres verlo? Mira ese bulto en sus calzoncillos, ¿qué te parece?

Sonia se giró y miró justo donde le decía Raquel donde efectivamente pudo comprobar el enorme bulto que se había formado al crecer la polla bajo el estrecho slip aun a pesar de que todavía no estaba totalmente erecta.

  • ¿Por qué no le quitas los calzoncillos para que puedas verla? –le susurró Raquel dándole un ligero empujón hacia mí.

Se acercó y agachándose tomó los calzoncillos por la cintura, mirándome directamente a los ojos con tal mirada como nunca antes había visto en ella que me animó a levantar un poco el culo del sofá. Sin pensárselo dos veces arrastró el calzoncillo hasta los pies y lo sacó lanzándolo junto con el resto de la ropa, diseminada por todo el salón, y me miró. Clavó sus ojos en los míos y luego los fue bajando lentamente por mi pecho hasta llegar a la abultada polla que Raquel le había mencionado y se quedó unos instantes contemplándola hasta que volvió a mirar a Raquel, de pié a su lado abrazándola.

  • ¿Te gusta? –le preguntó-. Está muy bien, ¿verdad? ¿Quieres tocarla? Me parece que él lo está deseando.

Sonia se arrodilló a mis pies metiéndose entre mis muslos y colocó las tetas sobre la semierecta polla mirándome a los ojos con deseo mientras Raquel a su espalda masajeaba su cuello con sensuales movimientos. Lentamente comenzó a restregarme los más que generosos pechos haciendo que mi vista no pudiera apartarse de ellos y mi pene alcanzara su máximo esplendor ante tan aplastante contacto. Y es que verdaderamente cuando Raquel me contó que sus pechos eran perfectos no me había mentido. Voluminosos y generosos como nos gustan a la mayoría de los hombres, tersos y duros como los de una adolescente a pesar de que Sonia andaba ya pasada la treintena. Sus enormes pezones arañaban mi piel cada vez que se inclinaba un poco para encajar la tiesa verga entre sus tetas, tras lo cual se echaba hacia atrás arrastrándola con ellas con tal fuerza que incluso me hacía daño. Pero yo no me quejé. Es más, alargué las manos y las posé sobre los firmes pechos apretándolos entre sí de tal forma que mi polla quedaba todavía más aprisionada en aquella dulce cautividad. Pronto las manos de Raquel se unieron a las mías y mientras los acariciaba me murmuraba.

  • ¿No te dije que eran realmente perfectas? Te gustan, ¿verdad cielo? –me repetía una y otra vez con un tono de voz de lo más sensual.

Sonia continuó restregando aquellos hinchados globos polla arriba, polla abajo, y yo sin poder apartar la vista de aquel espléndido busto sintiéndome transportado al paraíso, del que me arrancó momentos después al incorporarse dejando mi polla a punto de reventar.

  • Mira cómo se le ha puesto, Raquel –le dijo Sonia a mi mujer levantando la cabeza para mirarla tras echar un rápido vistazo a mi palpitante entrepierna-. ¿Me dejas que se la chupe?

Debía ser pregunta retórica, ya que sin esperar respuesta se agachó y antes de que me diera cuenta se la había metido toda en la boca agarrándomela con la mano por la base para orientarla. Fue tan rápido e inesperado que me retorcí de placer en el sofá soltando un prolongado gemido al sentir la húmeda y suave lengua recorriendo la verga desde la punta hasta la base. Una vez la tuvo dentro aspiró como si estuviera bebiendo un refresco con una cañita arrancándome un nuevo gemido, y creo que si Raquel no la hubiera apartado habrían bastado un par de chupadas más como esa para que lograra que me corriera y que sorbiera la leche de mis huevos.

  • Joder, Soni, -le dijo cogiéndola por la cara y echándola hacia atrás-. Deja algo para mí también ¿no?

Raquel se arrodilló al lado de Sonia frente a mí y me la cogió con la mano dando un par de enérgicas sacudidas con una mano mientras con la otra rodeaba la cintura de ella y le plantaba un beso en los labios.

  • Hagamos una cosa. Tú le chupas ese lado y yo este otro. ¿Te parece?

Y sin más comentarios ambas se agacharon y comenzaron a besar mi polla todo a lo largo, cada una a un lado, deslizando los labios y las lenguas con extrema delicadeza, en un tortuoso camino desde los huevos hasta el glande, en donde sus labios se encontraron e intercambiaron un profundo beso ante mi atónita mirada, para volver a descender siguiendo el mismo camino por el que habían ascendido. Y volvieron a subir de nuevo hasta que sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez no se separaron. Se besaron con furia y pasión, besos cortos y rápidos en los que vislumbraba sus lenguas rozándose y que poco a poco fue convirtiéndose en un largo y profundo morreo acompañado de múltiples caricias de sus nerviosas manos. Sus pechos estaban aplastados los unos contra los otros fusionándose en un solo cuerpo que vibraba al ritmo de sus jadeos, pues habían comenzado a hacerlo cada vez que sus labios se separaban. Y a pesar de que me moría de ganas de volver a sentir aquellas dos bocas comiéndome la polla era incapaz de hacer el menor movimiento para lograrlo de lo extasiado que estaba contemplando aquel apasionado beso.

Y se besaron y se besaron olvidándose por completo de mí, acariciándose sin mesura, besándose, comiéndose la una a la otra con enfurecida pasión. Los besos no se limitaban a sus bocas ya que poco a poco habían ido extendiéndose hacia el resto de sus cuerpos. Tan pronto veía unos labios mordisqueando un cuello como lamiendo un pezón. Sus manos se exploraban mutuamente sin ningún tipo de pudor recorriendo la mayor superficie posible, y al parecer dejándolas sin fuerzas para sostenerse, ya que se tumbaron en el suelo para poder continuar tan sensual juego de caricias. Y se fundieron en un abrazo sin dejar de besarse.

Imaginad cómo estaba yo en ese momento. Sentado en el sofá con la polla a punto de reventar y con dos mujeres desnudas besándose frente a mí tiradas en el suelo. En algún momento de ese intercambio Sonia había perdido las bragas, así que lo que ahora veía frente a mí era su redondo culo, casi tan perfecto como sus tetas. Era igual que el de mi mujer pero un poco más pequeño, más redondo, más duro, más prieto. Y no es que no me guste el culo de Raquel, que me gusta y mucho, sino que aquel era sensacional. Viendo aquel monumento al culo femenino me tumbé en el suelo a la espalda de Sonia y me uní a su abrazo arrimándome bien a ellas y encajando la recta verga entre sus nalgas. Era una extraña sensación esa de estar abrazado a Sonia pero reposando la mano en el culo de Raquel. La besé en el cuello mordisqueándola sin estar muy seguro de si aquellos gemidos se los producía yo o los besos de mi mujer, que tenía una pierna encajada entre los muslos de Sonia y a juzgar por el movimiento de su culo la estaba moviendo entre ellos acariciando con su propio muslo el sexo de nuestra invitada, aunque si os he de ser sinceros en algún momento tuve la sensación de ser yo el invitado a la fiesta, de lo absortas que estaban en ellas mismas olvidándose de mi presencia. Pero yo estaba deseoso de participar y comencé a moverme al ritmo que ellas marcaban restregándole la polla por el culo, sobando sus tetas, las de Sonia y las de Raquel, que parecían estar pegadas, y mordiéndole y besándole el cuello.

De repente el abrazo se rompió y Sonia se apartó de mí sin darme tiempo a reaccionar. Se tumbó de espaldas en el suelo y Raquel se arrodilló al otro lado. Me miró, me dio un corto beso introduciendo su lengua en mi boca y girándose pasó una pierna a cada lado del cuerpo de Sonia, aunque mejor sería decir a cada lado de la cabeza, ya que se situó con el coño justo encima de su boca de tal forma que ella misma miraba hacia el sexo de Sonia, casi totalmente depilado salvo una pequeña tira que moría justo en los gruesos y carnosos labios que lo protegían. Y mi mujer se agachó y contemplé boquiabierto mi primer sesenta y nueve lésbico. Sus suspiros y gemidos se entremezclaban de tal manera que me era difícil determinar cuales eran de Raquel y cuales de Sonia, aunque la verdad es que tampoco tenía mucha importancia. Lo más importante era que estaban gozando de forma salvaje, retorciéndose la una arriba la otra abajo, jadeando sin control.

  • Javier, aghhh, ahhh, Jav… Javier, ohhhh, -. Escuché que me hablaba pero era incapaz de entenderla, con su boca llena de coño.- Aghhh, uf, …vibra, ahhhh, del dormitorio.

Tardé un rato en comprender que deseaba que fuera al dormitorio a por el vibrador que allí guardaba, aquel que tantos momentos de placer nos había proporcionado a ambos. Corrí veloz a buscarlo y cuando regresé al salón habiéndolo ya enfundado en un condón me situé inmediatamente tras el culo de Raquel que se movía al ritmo que le marcaba la lengua de Sonia bajo ella. Me agaché un poco para contemplar cómo la lamía, introduciendo la punta de la lengua entre los abiertos labios en busca del abultado clítoris, y sin perder detalle de aquel hermoso espectáculo acerqué la rosada cabeza del vibrador al desplegado coño de mi mujer, que al sentir el contacto se apartó un poco y haciendo un esfuerzo logró articular varias palabras sin gemir.

  • Para mí no, para ella. –Se limitó a decirme.

Así que me dirigí hacia el otro lado, hacia la cabeza de Raquel y el coño de Sonia y me arrodillé entre sus muslos. Admiré el abultado sexo, de labios enormes y prominentes perfectamente depilados a lado y lado de su abierto coño, húmedo y sonrosado, brillante de deseo. Pude ver cómo Raquel introducía un dedo hasta el nudillo para sacarlo mojado. Pude ver claramente cómo separaba los labios con los dedos y lamía ese pequeño y sonrosado botoncito en la unión de sus labios. Acerqué el vibrador al coño y ejerciendo una ligera presión se hundió lentamente consiguiendo que desde el otro lado se oyera un ahogado gemido. Empujé hasta que no entró más y lo saqué también muy despacio percibiendo claramente como brillaba la superficie del vibrador con el jugo de su sexo. Y lo volví a meter de nuevo. Lo metí una y otra vez recreándome en ello, disfrutando al ver como cada vez que lo hundía se escuchaban nuevos gemidos desde detrás de Raquel. La masturbé con gusto hasta que Raquel me arrebató la complaciente daga de las manos para continuar ella misma la labor, no sin antes dedicarme una mirada llena de deseo que me bastó para saber qué es lo que quería.

Me levanté y me fui hacia el otro lado, hacia su culo, y colocándome de rodillas le froté la polla por las nalgas durante unos instantes. Luego metí la polla, que había perdido parte de su erección y se limitaba a estar medio erguida, entre el coño de mi mujer y la boca de Sonia, que al ver aparecer aquel inesperado objeto se la metió en la boca echando la cabeza hacia atrás en un complicado gesto y la chupó. Comencé entonces a follarme su boca sintiendo pronto como dentro de tan suave espacio recobraba su gallardo esplendor, poniéndose dura de nuevo. De vez en cuando Sonia se la sacaba, en parte para tomar aire y poder expresar el enorme placer que Raquel le proporcionaba, y en parte para corresponderla dándole rápidas lamidas en el coño. Luego volvía a abrir la boca para recibir de nuevo mi polla, y con ella en la boca se corrió sin apenas poder gritar. Raquel se movía encima de Sonia, restregando el coño contra su cara y contra mi polla, y sin dejar de masturbarla a juzgar por el sonido del vibrador. Finalmente Sonia escupió mi polla, y tal vez deseosa de proporcionarle a Raquel el mismo placer que ella le estaba provocando, me la agarró con la mano y tras un par de intentos la colocó sobre el coño que se meneaba sobre su cara.

Me agarré al culo de mi mujer con fuerza y la penetré de un solo golpe. La follé con ímpetu, con golpes secos y profundos, mientras Sonia continuaba gritando en una sensacional corrida e indiferente al rápido repicar de mis huevos contra su frente. La follé de una forma salvaje, gritando yo mismo como un poseso al tiempo que me corría afortunadamente al mismo tiempo que ella. Y tanta era la furia con la que me movía que mi polla se salió del escurridizo coño de tal forma que el primer borbotón de leche que arrojó fue a caer sobre la cara de Sonia. La agarré con la mano en un desesperado movimiento para volver a meterla en el acogedor coño de Raquel y continuar derramándome dentro de ella, con decreciente furia que me dejó agotado mientras ella se derrumbaba sobre el cuerpo de su amiga, exhausta, intentado captar un poco de aire en fuertes bocanadas.

Me aparté, y al sacar la menguante polla del chorreante coño cayeron unas cuantas gotas más sobre la frente de Sonia. Raquel se echó a un lado y se derrumbó sobre el suelo mirando hacia el techo y yo contemplé a Sonia con aquellos goterones en su cara. Agachándome sobre ella la besé en los labios con dulzura, para lamer después cada una de las manchas de semen antes de volver a ofrecerle mis labios en un tórrido beso que la hizo revolverse.

Tras este sensacional polvo quedamos los tres ahí tirados, sin decir nada ninguno de los tres. Y no pude evitar pensar que aun habiendo disfrutado enormemente, las cosas no habían sido tan excitantes a como las había imaginado en mis sueños. No sé, era una sensación extraña. Tal vez esperara demasiado del trío con Sonia, más de lo que realmente podía ofrecerme, pero tenía la curiosa percepción de que eso no me había ocurrido en absoluto hacía dos meses cuando vino Fran a casa. Él me había ofrecido mucho más de lo que esperaba, mientras que Sonia me dejaba un poco decepcionado, no con ella evidentemente, sino conmigo mismo.

No vayáis a pensar que aquí acabó la cosa. La noche continuó de una forma muy placentera para los tres, aunque no logró quitarme ese sentimiento que me invadía. Pero eso os lo contaré en otro capítulo.