Raquel y yo (8)

Atrapados en el jardín asistimos a un nuevo espectáculo entre Paz y su marido...

Sentía el desnudo cuerpo de Raquel contra el mío apretujándose en busca de un poco de calor, que la fresca brisa nocturna nos estaba arrebatando poco a poco. Yo la estrechaba entre mis brazos y ambos permanecíamos así acurrucados, en completo silencio. La verdad es que si alguien hubiera podido vernos de esa guisa no podría hacer menos que reírse ante la ridícula situación. Dos personas adultas totalmente desnudas de noche en un jardín y ocultándose como dos chiquillos bajo una ventana. Pero no podíamos hacer otra cosa más que sentarnos ahí y esperar a que Paz y Wolfgang se marcharan a su dormitorio, ya que si queríamos regresar al nuestro debíamos cruzar justo por delante del gran portal de acceso al comedor ante el que permanecían sentados, de tal forma que era imposible pasar sin que nos vieran.

Así que permanecimos aguantando estoicamente el fresco aire de la noche mientras fuerte y clara llegaba a nuestros oídos una conversación de lo más aburrida. Hablaban de las tareas pendientes que tenían en la tienda para cuando regresáramos a casa, del estado de salud de una persona a la que no conocía y al parecer ellos tampoco demasiado bien, de un bolso que ella había visto en un escaparate del pueblecito en el que habíamos cenado la noche anterior,… en fin, para qué aburriros. Era la típica conversación sobre sus asuntos que mantienen todas las parejas y yo me sentía mal siendo partícipe de ella sin que ellos lo supieran. Pronto dejé de prestar atención a sus palabras y me dediqué a contemplar las estrellas mientras abrazaba a Raquel, que se apretaba contra mí con fuerza, y permanecimos así un buen rato, hasta que escuché a Paz diciendo algo que me llamó la atención.

  • No me extraña nada. La verdad es que tiene unas tetas preciosas. –le estaba diciendo Paz a su marido.

Lo curioso es que antes de que hablara me había parecido escuchar que decía algo de Raquel. Intrigado, me mantuve a la espera, el oído atento estirando un poco la cabeza hacia la puerta.

  • En realidad, estaba pensando en invitarles el próximo mes al club. –volvía a hablar Paz.

  • ¿A los dos? –preguntó su marido- No sé. A Raquel sí que la veo, pero a Javier, no sé, lo veo muy parado. Demasiado cortado. Además fíjate, siempre está enganchado a su mujer, se nota que la quiere con locura. ¿Crees tú que realmente aceptaría?

Miré a Raquel y sus ojos reflejaban la misma sorpresa que brotaba de los míos. Al haberme perdido la primera parte de la conversación no estaba muy seguro de qué iba la cosa, así que permanecí atento a la respuesta.

  • No te dejes engañar por él. A simple vista parece una cosa, pero es un lobo con piel de cordero, te lo digo yo que le conozco bien.

  • Pero ¿viste la cara que puso el primer día en la playa cuando nos desnudamos? Yo sí que se la vi y te aseguro que el hombre no sabía ni para donde mirar. Y cuando Raquel se desnudó su cara fue un poema, más cortado que un Baileys con Coca Cola.

  • Sí, en eso tienes razón. Pero ¿Qué hizo luego? Se desnudó él también.

  • Sí, y no sabía ni qué hacer con las manos… Por un momento pensé que se las iba a colocar delante de la polla para que no se la viera nadie. Y ya de paso tapaba también a Raquel. No viste las miradas que echaba alrededor para ver si alguien la miraba

Paz soltó una carcajada. No me lo podía creer, estaban hablando de mí. Raquel estiraba también su cuello para no perderse detalle de la conversación y en su cara se reflejaba la misma curiosidad que sentía yo en aquellos instantes.

  • En eso tienes razón. –le contestó Paz- Es muy cortado y le cuesta dar el primer paso, pero ya te digo que engaña y es mucho más lanzado de lo que tú crees. Solo necesita un primer empujoncito. Y te vuelvo a poner como ejemplo lo de playa. Claro que vi su cara, pero también sé que se desnudó el primer día y luego lo hizo todos los demás.

Joder, si ella supiera que mientras pronunciaba esas palabras me tenía completamente desnudo a escasos metros de dónde estaba sentada le habría dado un ataque de risa. De todas formas tenía razón, el primer día que me desnudé en la playa me dio una vergüenza terrible, y viéndolos a todos en pelotas no sabía ni para dónde mirar, pero luego me acostumbré y estuve genial el resto de los días.

  • Pero no me vayas a comparar –le dijo Wolfgang a su mujer- el desnudarse en una playa con cambiar de pareja.

Los ojos de Raquel y los míos se abrieron como platos al escucharles hablar así. Estaban hablando de un intercambio de parejas. Querían invitarnos a un club para un intercambio de parejas. Paz se quedó callada durante un buen rato en el que lo único que escuchamos fue el viento agitando las ramas del viejo roble.

  • Sabes que de joven estuve saliendo con él ¿verdad? –le preguntó tras el largo silencio.

  • Sí, me lo dijiste antes de la primera vez que vinieron a cenar a casa.

  • ¿Y qué me dirías si te dijera que le he visto gritar como un condenado follando conmigo mientras un amigo mío se la metía por el culo, y peleándose luego conmigo por chupársela?

Me quedé blanco. Y Wolfgang, a pesar de que no lo veía también debía estarlo, porque calló un rato antes de exclamar sorprendido.

  • ¿Javier? ¿Follando con un tío? –gritó con voz de asombro.

  • Ya te digo, es un lobo con piel de cordero. Solo necesita un pequeño empujoncito para comenzar a andar, pero luego se lanza y llega hasta el final para volver a poner esa cara de niño bueno cuando termina. También te dije que conocí a Paz en la tienda ¿verdad?

  • Sí, también me lo contaste.

  • Pues fue hasta allí para ver si yo podía contactar con aquel amigo mío porque al parecer quería organizar una pequeña fiestecita y no encontraba a nadie. Eso que fue ¿hace tres meses, cuatro a lo mucho? Pues te aseguro que ese que ves tan parado disfrutó como un loco. Lo sé porque estuve hablando con Fran y me lo contó todo.

Si en ese momento se hubiesen levantado y saliendo al jardín nos hubiesen pillado no habría sabido si el rojo que teñía mi cara era del hecho de ser pillados o de escucharle como le contaba esas cosas que se suponía que eran mías. Raquel se apretujó todavía más contra mí y acercó su boca a mi oído y muy suave me sopló al oído, ves, ya te dije que te tenía en mucho aprecio, mira cómo te defiende, y mientras me susurraba rozaba mi espalda con la yema de los dedos produciéndome un escalofrío.

  • No me jodas –exclamó Wolfgang, tras otra pausa- ¿Fran se tiró a Javier? ¿Y fue Fran el que también lo hizo cuando salía contigo?

  • Sí, claro que fue él. Y te aseguro que lo hizo gritar. La primera vez lo vi yo con mis propios ojos. La segunda me lo conto Fran y ya sabes que él no suele ser nada exagerado.

  • Cuéntame eso –dijo Wolfgang con extraña voz tras un largo silencio.

Me llevó un rato darme cuenta de que esas pausas que se estaban produciendo en su conversación, y esa variación en el tono de sus voces eran debidas a que habían vuelto a comenzar follar. No podría decir en qué momento habían empezado, o cómo lo estaban haciendo porque ni había escuchado nada ni podía ver nada desde mi posición. Pero los ahogados gemidos de Paz se podían escuchar ahora, débiles pero claramente audibles en la quietud de la noche.

Y Raquel comenzó a contarle la historia de aquella primera vez de mi juventud, cuando apenas era un chiquillo. Esa historia que yo tantas veces había repasado en mi cabeza, recordando cada instante. Evidentemente no era exactamente igual que lo que yo recordaba ya que Paz la estaba narrando desde su punto de vista, pero logró que escuchándola mi polla comenzara a moverse intentando elevarse buscando la vertical. Y lo habría logrado sin gran dificultad si la mano de Raquel no la hubiera agarrado para meneármela ella misma consiguiendo adelantarse. Y a medida que sus dedos me rodeaban subiendo y bajando fui escuchando su historia que también era la mía, narrada de forma magistral, lentamente y con profusión de detalles que entre jadeo y jadeo lograban arrancar alguna exclamación de asombro a su marido.

Y mi mano buscó el sexo de Raquel, húmedo y abierto para mí y la masturbé lentamente, mis dedos jugando sobre su hinchada vulva trazando sinuosos caminos hacia el clítoris para sumergirse luego entre los carnosos labios, mientras su propia mano me correspondía masturbándome con dolorosa lentitud, deslizándose con suavidad a lo largo de todo mi pene, acariciándolo, estrujándolo,

Y ambos escuchábamos atentos el relato de Paz, mezclado con los gemidos de ambos. Por el ruido que hacían estaban haciendo el amor pausada y tranquilamente, nada comparado a la salvaje escena de sexo que habíamos visto antes por la ventana, disfrutando de sus cuerpos y de las caricias a juzgar por el sonido de los besos que hasta nosotros llegaba. Me los imaginaba en la silla, Wolfgang sentado agarrando a Paz por el culo mientras ella sentada encima de él lo abrazaba restregándole los senos por el pecho y besándole el cuello. Y por cada gemido que ellos lanzaban nosotros nos tragábamos uno porque por miedo a ser descubiertos no nos atrevíamos ni a suspirar.

Paz acabó de contarle su historia, la de ambos, mientras continuaba gimiendo de forma suave pero constante.

  • ¿Y qué te contó Fran? Quiero saberlo todo. –instó Wolfgang a su mujer.

  • Fue si no recuerdo mal una semana antes de que vinieran a cenar la primera vez,

  • ¿Cuándo vinieron a casa hacía sólo una semana que lo habían hecho? –preguntó Wolfgang jadeando, al parecer muy excitado.

Y Paz le narró la historia completa que difería más de la realidad que la anterior pero que básicamente describía lo ocurrido, ya que a fin de cuentas ella estaba contando algo que no había visto. Raquel escuchaba extasiada ya que esta vez también hablaban de ella y eso al parecer la excitaba bastante a juzgar por la forma de moverse. Y entonces soltó la mano que me agarraba y comenzó a masturbarse ella sola y yo sintiendo aquella dureza entre mis piernas tan abandonada me la agarré y comencé a hacerlo yo también mirándola a ella. Era una cosa que no hacíamos desde no recuerdo bien cuanto tiempo, pero al principio de nuestra relación habíamos disfrutado mucho masturbándonos uno delante del otro. Y al creciente ritmo que marcaban los gemidos dentro del comedor nuestras manos se movían sobre nuestros sexos y cada vez nos resultaba más difícil reprimir los sonidos de nuestro propio placer y algún que otro quejido se nos escapaba, pero imagino que mezclados con los suyos no debían ser audibles para ellos, concentrados en su propia sesión.

Raquel me miraba con sus hermosos ojos completamente abiertos, y cuanto más me miraba más excitado me sentía. Y yo la miraba a ella, a su mano moviéndose entre sus piernas, apoyada contra el muro de la casa mientras con la otra mano acariciaba la parte interna de sus muslos con la punta de los dedos y mucha suavidad, y veía sus preciosos pechos agitándose, subiendo, bajando, subiendo, bajando, en un constante ritmo roto cada vez que se le escapaba un gemido. Y cuando veía que sus ojos abandonaban los míos y bajaban hacia la agitación de mi mano yo se la mostraba, le enseñaba cómo la subía y bajaba y la soltaba para que viera cómo salía disparada hasta golpear mi vientre. Y cuando escuchaba el sordo chasquido la veía cerrar los ojos un instante, disfrutando una corta e intensa oleada de placer que la golpeaba.

Escuchamos la narración de Paz, que se prodigaba en toda clase de detalles, algunos reales, otros imaginados, y los aderezaba todos con una sorprendente colección de gemidos que no hacía sino excitarnos más todavía, aunque ya no eran tan relajados como lo habían sido al principio e iban subiendo de tono e intensidad. Y como si ella fuese la directora de una orquesta y nosotros sus músicos, elevábamos también nosotros la intensidad de nuestras caricias, mirándonos ambos a los ojos para no perder uno el ritmo del otro, viendo nuestro propio deseo reflejado en los ojos que nos miraban, su deseo y mi deseo en una sola mirada.

Paz se estaba acercando al final de la historia y a su propio final. A duras penas lográbamos entenderla ahora, ya que sus palabras se mezclaban con sus gemidos y su voz entrecortada perdía el ritmo de la narración. Gemía por ella y por nosotros que seguíamos sin atrevernos a hacer ruido sin darnos cuenta de que ellos estaban tan centrados en su propio placer que podríamos haber gritado todo lo que quisiéramos y no se habrían ni enterado. Pero nos callamos. Nos tragamos nuestros suspiros, tantos que nos dolían y nos hacían arder de deseos de terminar aquello de una vez para por fin poder relajarnos.

Y fueron los gritos de ambos resonando en el salón los que marcaron el comienzo de nuestro fin, los que nos hicieron a ambos terminar en una silenciosa explosión que por fin nos liberó de aquella dolorosa tensión. Raquel tuvo unos cortos espasmos que la hicieron apretar las piernas tensándose toda, la mano enterrada en su sexo moviéndose frenética hasta que con la misma rapidez que se movía se detuvo y elevó su culo del suelo unos escasos centímetros apoyando todo el peso sobre la espalda en el muro, y yo viéndola retorcerse me derramé con fuerza mordiéndome la lengua por no comenzar a gritar. Mi mano hubo de moverse unas cuantas veces sobre la encendida fuente de mi sexo hasta lograr agotarla, a trompicones, salpicando mi vientre, mis muslos, chorreando mi mano.

Permanecimos ahí tirados intentando recuperarnos sin dejar de mirarnos y escuchando dentro de la casa los últimos estertores de la pasión de Paz y su marido, quienes esta vez sí, se levantaron y se marcharon a su dormitorio dejándonos por fin libres. Pero aun así nos quedamos tumbados en el jardín todavía un rato más, acariciándonos con la mirada hasta que fue insuficiente y la estreché entre mis brazos y la besé. Más tarde, nos pusimos de pie y volvimos sigilosamente a nuestro dormitorio y nos metimos en la cama, y esta vez Raquel aun estando en una cama extraña se durmió a la primera mientras yo permanecí un buen rato despierto sin poder apartarme de la cabeza todo lo que habíamos visto y oído.

Al día siguiente recogimos todas las cosas y volvimos a casa. Ellos no hicieron mención a nada de lo que habían hablado la noche anterior y nosotros claro está tampoco podíamos hacerlo, así que nos despedimos al dejarlos en su casa y nos fuimos a la nuestra. Y lo primero que hizo Raquel, como hace siempre al entrar en casa, fue poner el contestador para ver si habíamos tenido alguna llamada. Nada más darle al botón del "play", saltó el siguiente mensaje, que recuerdo todavía como si lo acabara de escuchar ahora mismo.

"Hola Raquel, soy Sonia. Te he llamado al móvil pero me sale que no tienes cobertura, así que pruebo aquí, aunque ya veo que tampoco estás. Te llamo solo para decirte que sí. Ya sabes a que me refiero, ¿verdad? Así que dile a Javier que se prepare y haga un poco de ejercicio para poder con las dos. Bueno, te dejo. Llámame cuando escuches esto y ya quedamos para hablarlo todo, ¿vale? Venga, chao. Un beso. Bueno, y dale otro para Javier. O mejor que se espere y ya se lo doy yo, jijiji. Adiooooos…bip…bip…bip"