Raquel y yo (7)

Raquel me despierta a media noche para ir a ver cómo follan Paz y su marido...

Nunca he tenido problemas para dormir en camas que no sean la mía. Raquel en cambio, cada vez que se acuesta en una cama extraña comienza a dar vueltas y vueltas sin lograr conciliar el sueño mientras yo a su lado me duermo en unos pocos minutos y comienzo a roncar, con lo cual ya le resulta casi imposible dormirse y empieza a darme codazos para ver si me callo. Esa noche me sacudió con fuerza y me giré en la cama todavía dormido, pero ella volvió a propinarme un fuerte empujón.

  • Javier, Javier,… despierta. –escuché una voz en mi sueño.

Finalmente abrí los ojos y vi a Raquel sacudiéndome inclinada sobre mi. Busqué el reloj sobre la mesa de noche sin recordar que no estábamos en nuestro dormitorio y con ojos somnolientos la miré.

  • ¿Qué hora es? –le pregunté restregándome los ojos con el puño.

  • Deben de ser las tres. Escucha ese ruido.

  • No oigo nada. Vamos a dormir. –contesté bostezando sin prestarle atención.

Ella me volvió a sacudir esta vez más violentamente.

  • Joder, Javier. Escucha. ¿No lo oyes? –me susurró medio enfadada.

Esta vez presté más atención. Lo único que escuché fue el ruido de las ramas del roble que había frente a nuestra ventana al ser agitadas por el viento. Me mantuve en silencio antes de contestarle.

  • Solo es el viento, cariño.

  • Ese ruido no, tonto. Escucha. ¿Es que no lo oyes?

Volví a quedarme callado nuevamente intentando captar el sonido del que me hablaba, y esta vez, efectivamente percibí un ruido, una especie de quejido agónico, débil e intermitente que parecía provenir del interior de la casa. Me quedé escuchando unos instantes.

  • ¿Lo oyes ahora?. –me preguntó apenas en un susurro Raquel.

  • Sí, sí, lo oigo. ¿Crees que es lo mismo que yo pienso?

  • Claro que sí. Están follando. Pero no es en su dormitorio. Parece que venga del piso de abajo, ¿no?

Volví a prestar atención para descubrir que ella tenía razón y tal como decía provenía claramente del piso inferior. Raquel a mi lado, se incorporó y se bajó de la cama y la vi avanzar de puntillas hasta la puerta del dormitorio, que abrió muy lentamente intentando no hacer el menor ruido, y se quedó ahí quieta con la oreja pegada a la ranura que se había abierto entre la hoja y el marco, escuchando con atención. La verdad es que verla así, desnuda en la penumbra del dormitorio y con la oreja pegada a la puerta como una alcahueta cualquiera era una imagen poco habitual que me hizo soltar una ahogada risa.

  • Vaya pinta tienes. –le dije.

-Chis, -me dijo Raquel llevándose un dedo a los labios.

Abrió un poco más la puerta y con mucho sigilo salió al pasillo. Yo la miré sorprendido.

  • ¿Qué haces? –le grité en voz baja, si es que eso es posible.

Y asomando la cabeza por la puerta me hizo un gesto con la mano.

  • Voy a ver si veo algo, ¿vienes?

Y saltando de la cama salí al pasillo con ella, y ambos desnudos caminamos con sigilo hacia la escalera.

Antes de seguir contando lo que pasó os pondré un poco situación. Ya os conté en el capítulo anterior que cuando mi mujer contactó con Fran para nuestra pequeña fiesta lo hizo a través de Paz, la mujer que despachaba una pequeña herboristería en el pueblo dónde vivían mis padres y yo mismo había pasado mi infancia, y con la que en mi juventud había tenido una tórrida historia de amor y sexo. Y a razón de ese contacto con ella había surgido entre ambas una sana amistad a través de la cual me reencontré con Paz. Durante todo el tiempo que había pasado desde aquel fantástico verano apenas la había visto unas cuantas veces, ya que aquello ocurrió antes de que yo marchara al servicio militar, y cuando regresé ella se había ido del pueblo. Años más tarde regresó casada con un alemán con el pelo más naranja que una zanahoria y montó una herboristería que debía funcionarle medianamente bien ya que tras casi quince años seguían viviendo ambos de ella. Durante todo ese tiempo tan solo la había visto muy de vez en cuando las pocas veces que mi madre, que apenas sale de casa debido a su enfermedad, me enviaba a buscarle a la tienda algún encargo, y las conversaciones con ella habían sido de lo más correctas e insustanciales. Ya sabéis, el típico, hola que tal, yo bien, y tú… y pocas palabras más.

Pero a raíz de la amistad de Paz y de Raquel, ella comenzó a venir a nuestra casa y nosotros a la suya. Quedamos varias veces para cenar y he de decir que disfruté enormemente de las veladas. Wolfgang, su marido, era un hombre muy alegre y simpático y enseguida congeniamos. Paz seguía siendo una mujer impetuosa aunque los años la habían relajado un poco y se la veía mucho más calmada, y pronto a y pesar del tiempo transcurrido volvimos a conectar. Y así continuamos varios meses, yendo a cenar a su casa y preparando cenas para ellos en la nuestra, cosa más complicada ya que ambos son vegetarianos y pronto agotaron nuestro repertorio de recetas.

Y cuando llegaron las vacaciones fue Raquel la que propuso alquilar entre las dos parejas una casa rural cerca de la playa e ir a disfrutar de un merecido descanso, a lo que ellos aceptaron encantados, ya que de esta forma reduciríamos gastos, que en la época de crisis que vivimos vendría bastante bien, así que alquilamos una pequeña casa rural en la Costa Brava.

Pasamos unos días fantásticos en una pequeña cala naturista que ellos conocían y en la que por primera vez en mi vida practiqué el nudismo, con gran vergüenza al principio al ver a Paz y su marido desnudos frente a mí. Pero Raquel, ante mi sorpresa se quitó toda la ropa y por no quedarme solo lo hice yo también. Luego, más tarde, Raquel se sorprendió al confesarle que me había dado mucha vergüenza y lo único que me dijo fue que ya me había pasado un verano completo viendo a Paz desnuda y ella viéndome a mí. Y no pude replicarle porque tenía toda la razón del mundo.

Y los días pasaban lentos y relajados, por las mañanas en la playa, luego a casa a comer algo y hacer una pequeña siesta y por la tarde vuelta a la playa o a hacer un poco de turismo por los hermosos pueblos de la costa catalana. Y la historia que comencé a narraros empieza aquí, en la última noche que íbamos a permanecer en la casa antes de regresar a nuestros hogares. Y ahora, con este breve paréntesis hecho, pasaré a contaros lo que Raquel y yo vimos al acercarnos a la escalera y bajar unos pocos escalones.

Como os dije, Raquel y yo nos deslizamos silenciosos por el pasillo intentando hacer el menor ruido posible, y a medida que nos íbamos acercando al final del oscuro corredor hacia el hueco de la escalera, los gemidos que habíamos escuchado atenuados desde el dormitorio se escuchaban ahora con claridad. Raquel bajó un par de escalones y agachándose miró por el hueco e inmediatamente se echó de nuevo hacia atrás con expresión de sorpresa en su rostro.

  • ¿Qué pasa? –le pregunté curioso- ¿Qué están haciendo?

  • Joder, te lo dije, están follando en el sofá como dos salvajes. –y volvió a echar un rápido vistazo aunque con más detenimiento que el anterior, tras lo cual se apartó y cogiéndome de la mano me guió de nuevo hacia el pasillo. Cruzamos por delante de nuestro dormitorio sin entrar en él y me encaminó hacia el extremo del corredor, en el que había una puerta tras la cual una escalera descendía hasta el jardín. La abrió con mucho cuidado y salimos al frescor de la noche. Una vez ya fuera me habló con más tranquilidad.

  • Está la ventana del comedor abierta, así que si nos acercamos desde el jardín los podremos ver. –me dijo, sus ojos brillando a la luz de la luna y el cabello ondeando al viento.

  • ¿Estás loca? ¿Qué quieres, espiarles mientras follan?

  • Joder, ¿no te da morbo a ti? Además tengo ganas de ver a Paz, después de todas las cosas que me contaste de ella. Además, ¿no te has levantado tú también de la cama para ir a mirar? Pues desde el jardín miraremos mejor.

Y bajó despacito la escalera agarrándose a la barandilla para no caerse y no pude hacer otra cosa que seguirla. Con gran sigilo caminamos pegados a la pared hasta llegar al gran ventanal del comedor, que cruzamos en rápida carrera hasta alcanzar la ventana que había mencionado Raquel que se encontraba al otro lado de éste. Antes de levantarnos a mirar permanecimos un rato agachados recuperando el aliento que ese corto camino nos había hecho perder, aunque creo yo que se debía más a la excitación que al esfuerzo. Y entonces me levanté pausadamente y me asomé protegiéndome tras las ramas de los geranios que crecían sobre una antigua jardinera hecha de obra en el alféizar de la ventana.

Wolfgang estaba tirado más que sentado sobre el sofá, con el pelo atado en una corta coleta, las piernas estiradas hacia delante, y Paz, de cara a él sentada sobre sus muslos cabalgándole como una posesa, y soltando esos mismos sonoros gemidos que habíamos escuchado desde el piso de arriba, solo que desde dónde ahora estábamos se escuchaban altos y claros retumbando en el salón. Los veíamos a ambos de perfil a un par de metros como mucho, y se advertía claramente la expresión de gozo en el rostro de Paz, brincando encima de su marido como una condenada. Ella también tenía el pelo recogido en una cola de caballo, que se movía rítmicamente con cada nuevo salto. Sus tetas se balanceaban hacia todos los lados. A sus cuarenta años sus pechos ya no eran los de aquella chica que yo me había follado, y colgaban flojos como dos bolsas que ya no pueden soportar más su propio peso. Aun así se la veía hermosa, y vista de perfil se apreciaban sus dos gruesos pezones. Miré a Raquel que permanecía embobada contemplando la erótica escena y me arrimé a ella pegando mi desnudo cuerpo al suyo.

Estuvimos ahí mirando hasta que Paz se corrió, y la pudimos escuchar claramente cuando se inclinó sobre Wolfgang y abrazándose a él pegando sus tetas contra el pecho de él le dijo jadeando.

  • Me corro, me corro, ahhh, ahhh, no pares, no pares, no paresssss….

Y luego se quedó quieta, abrazada a él y besándole la oreja mientras le susurraba algo que no pudimos escuchar. Yo miré de nuevo a Raquel agitándose nerviosa sin perder detalle, y adiviné enseguida la causa de su inquietud. Me bastó verle la cara para darme cuenta de que lo que le ocurría era que estaba caliente. Ella me miró y se limitó a murmurar.

  • Joder, como me ha puesto

Y antes de que pudiéramos hacer ningún movimiento de retirada pensando que el espectáculo ya había terminado, Paz se levantó y se colocó de pie enfrente de él entre sus muslos dándole la espalda y pudimos verle a él ahí tirado con la polla tiesa apuntando hacia el techo de forma amenazadora. Desde donde estábamos se podía apreciar claramente aquella ardiente daga que con tanta furia había montado Paz, reluciente y enérgica, y hermosamente proporcionada. Y Raquel se quedó ahí quieta mirando sin poder apartar los ojos de aquel hermoso monolito erigido hacia el cielo. Pero por poco tiempo pudimos verlo, ya que Paz se agachó hacia atrás, como si estuviese sentándose en una silla, y aquel enhiesto trozo de carne desapareció de nuevo de nuestra vista engullido por Paz.

Comenzó entonces una nueva cabalgada, igual de furiosa que la anterior, en la que Paz volvió a gemir de una forma exagerada moviéndose de arriba abajo apoyada sobre los muslos de Wolfgang. De nuevo veíamos sus pechos balanceándose, y yo no podía apartar la vista de ellos, estaba como hipnotizado viéndolos moverse, saltando con ella, pareciendo que con tan enérgicos movimientos iban a desprenderse y salir volando. Y para cuando Paz volvió a correrse con el mismo ímpetu que antes yo lucía ya una tremenda erección, imposible de disimular desnudo como estaba.

  • Joder, cómo me han puesto ahora a mí. –me tocó el turno de decir a mí. Y Raquel dirigió la vista hacia mi abultada polla alzada en la oscuridad de la noche y la agarró con la mano, apretándomela, sintiendo su dureza.

  • Ven, vámonos hacia allá –me dijo, indicándome la parte más alejada del jardín en la que había un par de hamacas.

Y nos disponíamos a partir cuando de nuevo escuchamos a Paz en el salón que le decía a su marido que se tumbara sobre el sofá.

  • Espera, espera –me susurró Raquel admirada,- que esto parece que sigue. Menudas máquinas de follar están hechos.

Y efectivamente, nos volvimos a levantar un poco y vimos a Wolfgang tumbado sobre el sofá con los pies hacia la ventana y a Paz que erguida y manteniendo un pie en el suelo montaba el otro sobre el sofá de cara a nosotros, y agachándose se volvía a meter aquella incansable daga en el hambriento sexo, sujetándose con una mano al respaldo para no perder el equilibrio. Al ver que Paz estaba de cara a nosotros nos agachamos precipitadamente por temor a que nos pillara en la ventana, pero al escucharla comenzando a gemir de nuevo nos erguimos lentamente y con mucho cuidado asomamos la cabeza entre las ramas. Ahí mismo ebfrente nuestro estaba ella moviéndose con el mismo frenético ritmo que lo había hecho antes, como si tuviera prisa por terminar de una vez y correrse de nuevo, lo cual no me extrañó lo más mínimo. Debe tener ya el chocho escocido de tanto follar, recuerdo que pensé.

Mientras se movía cerraba los ojos concentrada en su propio placer, por lo que pudimos disfrutar del hermoso espectáculo sin miedo a ser vistos. Estaba de frente a nosotros, mostrándonos de forma impúdica como en su abierto sexo cubierto por una espesa mata de espeso vello rizado entraba y salía al ritmo que ella marcaba aquella poderosa polla que era capaz de proporcionarle tantos orgasmos, y brincaba y brincaba de una forma alocada. Por la expresión de su rostro se notaba que estaba disfrutando al máximo, la boca abierta inhalando aire de forma agónica para luego expulsarlo con fuerza en un fuerte jadeo, los ojos cerrados, la cabeza ligeramente elevada hacia el techo como si de esa forma fuese a penetrar más aquel garrote en su interior. Al mismo tiempo que subía y bajaba, movía sus caderas en cerrados círculos que consiguieron arrancarle a su marido los primeros gemidos que le escuchábamos.

De vez en cuando paraba un poco y se acomodaba un poco en lo que debía ser una postura bastante molesta, y Wolfgang la agarraba por la cadera para que no se cayera, aferrándola con fuerza. Y continuaron follando de esta manera durante no sé cuanto tiempo, tanto que hasta Raquel murmuró asombrada.

  • Joder, joder, que cabrón ¿es que nunca va a correrse?

Y de nuevo Paz comenzó a gemir acelerando sus movimientos, clavándose y desclavándose ella misma aquella rígida verga y volvió a correrse, de nuevo gritando mientras lo hacía. Y como al conseguir su orgasmo cesó su cabalgada, Wolfgang la cogió por las caderas y con asombrosa facilidad comenzó a moverla él mismo como si fuese una muñeca. Vale que Paz es bastante delgada y no debe pesar mucho, pero aun así debía estar haciendo un gran esfuerzo para manejarla de aquella manera. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, hasta que comenzó a gruñir y su cuerpo se convulsionó bajo el de su mujer. Tensando los músculos de las piernas su pelvis se elevó medio palmo del cojín clavándose del todo en el coño de Paz, quien se vio impulsada hacia arriba por la fuerza de la embestida haciendo que se saliera aquella furiosa fusta que la llenaba, de tal forma que vimos claramente como un blanquecino chorro de semen salía con fuerza del sonrosado capullo, cayendo sobre el vientre de Paz, quien inmediatamente al sentir aquella prodigiosa polla abandonando su cuerpo la agarró con la mano y la orientó de nuevo hacia su sexo dejándose caer sobre ella, y con fuertes embestidas acabó de correrse gruñendo como un cerdo, y repitiendo una frase una y otra vez en lo que supusimos sería alemán.

Paz relajó sus músculos y se dejó caer sobre el cuerpo de su marido respirando agitadamente y permanecieron ambos en esa posición un buen rato durante el que pudimos contemplar el hermoso espectáculo que ambos nos brindaban, hasta que ella se puso de pié. Llevó una mano a su coño y la pasó por encima, desde hacia atrás hacia delante con los dedos extendidos y acto seguido la acercó a su nariz y la olfateó.

-Mmmm, qué rica, -la escuchamos decir, y vimos como acercaba la mano a la nariz de Wolfgang quien la olfateó también antes de meter los dedos en su boca y chuparlos con avidez.

Paz se inclinó sobre su marido y le besó en los labios, acariciando con una mano la polla que ahora caía derrotada sobre su vientre, brillante pero apagada, sin vida. Luego se levantó y se dirigió hacia la ventana. Al verla venir nos agachamos precipitadamente y la escuchamos quejarse.

  • Joder, qué calor hace. Es insoportable.

Y de repente escuchamos cómo abría el ventanal del comedor y descorría las cortinas, de tal forma que nos quedamos atrapados bajo la ventana ya que el único modo de regresar a la parte de atrás del jardín hacia la escalera que nos conduciría de nuevo a nuestro dormitorio era cruzando por delante del ventanal. Y rogué para que no les diera por salir al jardín, porque si lo hacían era casi seguro que nos atraparían allá acurrucados bajo la ventana. Pero mi ruego no surtió efecto y vimos salir a Paz, esplendorosa en su desnudo a la luz de la luna, contoneando sus caderas al caminar. Y dio unos pocos pasos, se detuvo y alzó la mirada al cielo, hacia las estrellas que tachonaban el negro firmamento y estirando los brazos tensó los músculos de todo su cuerpo.

Si no hubiera sido por lo nervioso que estaba en ese momento seguro que habría disfrutado más del hermoso espectáculo que se brindaba ante nuestra vista. De espaldas a nosotros podíamos apreciar la grácil curvatura de su cintura, que se ensanchaba hacia abajo en las caderas enmarcando un redondeado culo que los años habían tratado excelentemente bien. Cruzando las esbeltas piernas elevó los brazos hacia las estrellas y giró la cintura de lado a la lado, de tal forma que cuando se giraba hacia nosotros, sin llegar a quedar nunca completamente cara a cara, veíamos el perfil de sus pechos a la luz de la luna. Y Wolfgang salió y la abrazó por detrás pasando los brazos por debajo de los de ella y agarrándole las tetas y se apretó contra ella besándola en el cuello y susurrándole algo al oído que la hizo reir.

  • Por Dios, -pensé- que no se pongan a follar ahora aquí, que si no nos pillan seguro.

Pero no, permanecieron un rato ahí erguidos, mirando las estrellas y sintiendo la brisa nocturna sobre sus desnudos cuerpos, y luego afortunadamente sin girarse hacia donde permanecíamos agazapados en completo silencio volvieron a entrar en el salón, y por el ruido que escuchamos dedujimos que se habían sentado a la mesa que había frente a la ventana.

Así que lo único que podíamos hacer era continuar allí acurrucados y esperar a que se marcharan a dormir, pero por lo visto esa noche no tenían sueño y comenzaron a charlar