Raquel y yo (5)
Por fin, tras tanto tiempo, Raquel consigue a un hombre para meter en nuestra cama...y la espera mereció la pena.
A medida que se aproximaba el fin de semana sentía cómo mis nervios se iban tensando. Por fin iba a llegar el tan esperado y a la vez temido momento y no podía dejar de preguntarme como sería él. A pesar de que Raquel hacía ya más de un mes que me había comunicado que ya tenía un candidato para meter en nuestra cama, no fue hasta esos largos días en los que empecé a preguntarme con cierto temor como sería el hombre por ella escogido.
- Prepárate me dijo- porque el próximo sábado he invitado a cenar al "elegido" para conocernos un poco antes de pasar a la acción, si es que pasamos, claro.
Desde el principio de la idea del trío ella siempre se refería al hombre que, según un trato al que habíamos llegado, ella misma buscó y seleccionó, no sé muy bien ni dónde ni con qué criterios, como al "elegido". Y dicho hombre había pasado varias veces por mi mente con distintas caras y cuerpos cada vez, siempre de forma fugaz. Pero durante esos días, ante la proximidad del encuentro real, su imagen se instaló de forma definitiva en mis pensamientos, cambiando constantemente de rostro como si fuese el único actor de una obra de teatro y él tuviera que interpretar a todos los personajes. Unas veces se presentaba frente a mí como un joven atlético y delgado para al cabo de un instante transformarse en un hombre maduro bajito y rechoncho. Otras veces era moreno para transformase en unos instantes como por arte de magia en un rubio escandinavo. Algunas otras veces me imaginaba que sería un fornido negro de dos metro de altura y poco menos de anchura y otras veces se convertía en un joven y enclenque adolescente al que doblaba la edad pero quien me doblaba el tamaño de la polla. Porque el nexo común de todos estos personajes que habitaban en mi mente era que todos disponían de enormes y poderosas vergas. Y es que desde que durante esos últimos meses había descubierto el sexo anal, o mejor dicho habíamos descubierto ya que Raquel lo había hecho a la par que yo, uno de mis sueños más recurrentes era ser penetrado por una enorme verga.
Pero yo, fiel al trato que había hecho con ella, aunque me moría de ganas me abstuve de preguntarle detalles sobre el tipo que iba a reventarme el culo ese mismo fin de semana. Al principio, cuando surgió la idea de meter a un hombre en nuestra cama los dos nos habíamos puesto a la búsqueda de un candidato pero pronto nos dimos cuenta que nos resultaría difícil ponernos de acuerdo. A través de internet, tras varias semanas logramos contactar con varios posibles candidatos, pero los que le gustaban a ella no me gustaban a mí o los que me gustaban a mí no le gustaban a ella, o bien no nos agradaban a ninguno de los dos. Así que al final llegamos a un trato. Puesto que yo ya había elegido a Sonia, la mujer que sustituiría al hombre en nuestra cama, ella se encargaría de buscar a éste otro, lo cual además de parecerme justo me pareció la mejor solución.
- Tan solo una cosa, -le dije- solo te pido que por favor esté depilado o tenga poco pelo. No soportaría la idea de un hombre peludo dándome por culo, o chupándomela. Incluso la idea de verte follando con alguien que tenga tanto pelo en la cabeza como en el pecho me resulta repulsivo. Por lo demás, confiaré en tu buen gusto, que está claro que lo tienes, ya que te casaste conmigo.
Ella rió mi gracia y me aseguró que me buscaría al mejor metrosexual que pudiera encontrar, y a partir de ese día no volvimos a hablar más del tema, a pesar de que a veces me moría de ganas por preguntarle cómo llevaba la búsqueda. Hasta que finalmente un buen día me anunció que ya tenía al "elegido" y que solo le faltaba concretar unos cuantos detalles antes de fijar la fecha definitiva para el encuentro. Y ese mes se me convirtió en una eternidad, pero no fue más que un suspiro comparado con la semana que pasé desde que me dijo que el próximo fin de semana teníamos la cita con él. Me golpeó con la noticia un lunes por la noche antes de acostarnos, y recuerdo que ese día no pude dormir. Hacía ya casi cinco meses que había surgido la propuesta del trío, así que había tenido tiempo más que de sobra para hacerme a la idea, pero esa proximidad tan cercana había dejado a un lado la fantasía para convertirla en hecho, todavía no consumado pero no por ello menos real. La verdad es que me entraron unos nervios terribles pensando en lo que estábamos a punto de hacer. Me asaltaban las dudas constantemente y no estaba seguro de hasta qué punto eso podría afectar a mi relación con Raquel. Me daba miedo perderla, pensar que ella disfrutara tanto con otro que yo le resultara insuficiente y me abandonara, o peor todavía que dejara de quererme- Y ella, con increíble clarividencia se apercibió de mi estado de ánimo y con tremenda dulzura se acercó a mí.
- Cariño, quiero que sepas que te quiero con toda mi alma, y que tengas muy claro que lo que va a pasar este fin de semana nada tiene que ver con el amor, sino con el sexo. Sexo puro y duro. Y pase lo que pase, te seguiré queriendo igual que hoy.
Y estas simples palabras bastaron para tranquilizarme, aunque no aceleraron el paso de las horas, que se me hacían eternas. Pero el tiempo, inexorable, continuaba su eterno discurrir, y finalmente llegó el sábado. Amaneció lluvioso y a media tarde estalló una violenta tormenta, tal vez un anuncio de lo que iba a ocurrir esa misma noche entre las cuatro paredes de nuestro dormitorio. Durante todo el día estuvimos en casa, preparándolo todo para que no fallara nada. Queríamos que fuera una velada perfecta. Entre los dos preparamos una ligera cena y puse a enfriar en el congelador unas botellas de cava. Pusimos velas en el comedor y en el dormitorio y encendimos barras de incienso. Y tras todos los preparativos nos duchamos y nos sentamos a esperar. Si la semana se me había hecho eterna, esa media hora que tardó en sonar el timbre fue como si el tiempo se hubiera detenido por completo, como si me hubiera quedado anclado en aquel instante y fuera a permanecer siempre en él. Pero finalmente llamaron a la puerta. Dos timbrazos cortos que rompieron el silencio en el que nos hallábamos sumidos Raquel y yo. De un salto ambos nos levantamos al unísono y nos dirigimos hacia la puerta. El momento había llegado.
Fue Raquel la que abrió la puerta. Y fue Raquel la que me sacó del estupor que me produjo la visión del hombre que con una botella de vino en una vistosa bolsa de papel permanecía de pie en la entrada de mi casa.
- Cariño, no creo que haga falta que os presente. Me parece que ya os conocéis.
Y en efecto, ya conocía a ese hombre. No era otro que Fran, el amigo de Paz que hacía ya casi veinte años que había hecho conmigo lo mismo que había venido a hacer hoy a mi casa: follarse a mi mujer y follarme a mí. No podía salir de mi asombro al verle frente a la puerta de mi hogar, con una sonrisa en su boca, con el mismo aspecto tímido que tenía el día que lo conocí y transmitiendo sin embargo esa seguridad en sí mismo. Los años le habían tratado muy bien y a pesar de que debía tener aproximadamente la misma edad que yo, parecía tener unos cuantos años menos, tal vez gracias a su rostro imberbe y cierto aire infantil en su mirada. Continuaba igual de delgado y sus cabellos, a diferencia de los míos, no mostraban ni una sola cana. Fran, viendo que yo no reaccionaba se adelantó y tendiéndome una mano que estrechó la mía con fuerza, me saludó.
- Hola Javier. Encantado de volver a verte.
Tardé un rato en reaccionar antes de poder contestarle e invitarle a pasar al interior. Entró al vestíbulo y saludó a Raquel con un beso en cada mejilla.
- Hola, Raquel. He traído una botella de vino. Ponla un rato en la nevera para que se enfríe.
Yo estaba alucinado contemplando la absurda situación. El hombre que había venido a follarnos trayendo una botella de vino como si fuese un simple amigo invitado a cenar. No se parecía en nada a lo que había imaginado, que básicamente consistía en que nada más abrir la puerta íbamos a comenzar a follar como locos, aunque bien mirado no sé si habría resultado esto más absurdo. Pasamos los tres al comedor y a pesar de mi nerviosismo logré entablar una insustancial charla con Fran. Raquel de mientras iba sacando los platos a la mesa con una naturalidad y tranquilidad que contrastaba con mi propio estado. De todas formas y gracias sobre todo a la sinceridad que transmitía Fran con su actitud, tranquila y relajada, el ambiente se fue distendiendo poco a poco, y cuando Raquel hubo terminado de preparar todas las cosas estábamos ya charlando casi como dos buenos amigos, porque ya os conté en un anterior relato, aquel que iba sobre mi primer y único trío hasta entonces, que Fran era un tipo muy simpático. Educado, inteligente y con buena conversación, era además divertido e ingenioso.
Nos sentamos los tres a la mesa y comenzamos a cenar, no sin poner antes un poco de música suave y relajante para dar un poco de ambiente. Al parecer a Raquel también le gustaba Fran y parecía divertirse mucho con él y he de reconocer que sentía un ligero cosquilleo en la boca de mi estómago provocado por los celos al verlos riendo juntos, pero nada comparable a aquella otra vez en que era Paz la que tonteaba con él. Quizás fuera porque aquella otra vez no sabía yo de lo qué iba la cosa y esta, sin embargo sabía exactamente lo que iba a ocurrir, y no solo lo sabía sino que además deseaba que ocurriera. Aunque durante la cena casi ni me acordé de ello, tal era el ambiente tan relajado que habíamos logrado. Charlamos de un montón de cosas, como dos viejos amigos que hace mucho que no se ven a pesar de que solo le había visto anteriormente durante unas pocas horas. Hablamos de esa primera vez que nos habíamos visto aunque él por discreción en ningún momento mencionó nada de lo sucedido durante aquella noche. Hablamos de Paz, igualmente sin mencionar que había estado saliendo conmigo durante aquel verano. Era evidente que no íbamos a encontrar a nadie más discreto que Fran. Y pasó el tiempo entre plato y plato y entre copa y copa de vino hasta que saqué el ligero postre que había preparado Raquel. Y el postre se terminó y yo me levanté de la mesa y antes de dirigirme a la cocina pregunté.
¿Queréis tomar alguna copa?
No, -respondió Fran- La verdad es que prefiero follarme a Raquel.
Me quedé de piedra, sin saber muy bien qué decir a continuación. Por fin había llegado el momento. De esa forma tan directa había sido Fran quién había sacado a relucir el motivo de su visita. Dirigí mi rostro hacia Raquel con mirada inquisitiva y ella me respondió con una simple mirada y un pequeño gesto afirmativo de su cabeza. Acto seguido se arrimó a él y le abrazó, dándole un pequeño beso en los labios, acariciando su cara con la yema de sus dedos, tras lo cual y con clara voz le dijo.
- Perfecto. Es lo mismo que yo quiero. Pero antes me encantaría ver como Javier te la chupa.
Y se giró hacia mí con una mirada llena de amor y una sensual sonrisa brillando en su cara que hizo que me dirigiera hacia donde ella estaba sentada y rodeándola entre mis brazos la besara en un largo y apasionado beso. Ella se levantó y se fundió conmigo en un estrecho abrazo, restregando su cuerpo contra el mío, acariciándome. Y el breve momento que me separé de ella bastó para que Fran, que también se había levantado y permanecía de pie a mis espaldas, se adelantara y se interpusiera entre ella y yo y la abrazara. Y esta vez fui yo el que contempló como Raquel le besaba con la misma pasión con la que me había besado a mí. Vi las manos de él deslizándose por su espalda hasta alcanzar su culo y como ella se fundía contra él. Contemplé atónito como él masajeaba sus nalgas entre sus fuertes dedos mientras ella rodeaba su cuello con las manos y lo atraía hacia ella, y escuché maravillado el sonido de sus lenguas buscándose desesperadas. Y de repente me di cuenta de lo absurdo de todos los temores que había sentido al imaginarme a Raquel en brazos de otro hombre, por que os puedo asegurar que el cosquilleo que sentía en mi vientre no era provocado por los celos sino por la más tremenda excitación que os podáis imaginar.
Aproveché un momento en el que sus rostros se separaron para meterme entre ellos, y esta vez fue a mí a quien besó más apasionadamente que antes, pero abrazada todavía a Fran. Intuía más que veía las manos de él sobre el opulento culo de Raquel, moviéndose sobre los tersos glúteos, al igual que imaginaba sus tetas chafándose contra el pecho de él. Y no pude evitarlo y me fundí con ellos en el mismo abrazo, un brazo sobre el cuerpo de Fran, otro sobre el de mi mujer, y nos besamos. Nos besamos con desaforada pasión. Y cuando digo que nos besamos me refiero a los tres, porque fueron los labios de Fran los que se juntaron a los míos y fue su lengua la que se introdujo en mi boca buscando la mía. Y no sentí nada de lo que había imaginado al imaginarme besando a otro hombre, nada malo ocurrió, nada desagradable, nada asqueroso, sino todo lo contrario. Él me besaba con la misma pasión con la que lo había hecho Raquel, solo que con más fuerza, más violento, haciéndolo todavía más excitante. Y mientras me besaba yo cerraba los ojos y me apretaba contra Raquel, rodeando su cintura y acariciándola bajo la blusa. Y luego eran los labios de ella los que buscaban los míos y la mano de Fran la que acariciaba mi cintura por encima de la camisa. Otras veces eran ellos dos los que frotaban sus lenguas en un desenfrenado baile que lo único que conseguía era que no pudiera dejar de observarles, de mirar la cara de lujuria de Raquel, los ojos de deseo de él. Y me pregunté cómo se verían los míos propios, porque reconozco que por ese momento estaba ya con una tremenda erección que amenazaba con salir del estrecho slip que me había puesto. Y la consciencia de mi propia excitación me hizo preguntarme por la de ellos, concretamente por la de él. La de ella ya la conocía, ya a fin de cuentas es mi mujer y conozco cada uno de los síntomas. Y tratando de averiguar en qué estado se encontraba Fran metí una mano entre ellos dos, separando sus cuerpos, y acaricié el abdomen de él por encima de la fina camisa sorprendiéndome la dureza de su vientre, duro como una piedra. Y mis dedos se deslizaron con cierta brusquedad hacia abajo, hacia el otro lado del cinturón y hacia la cremallera de su pantalón. Y todavía no había alcanzado ésta que ya se apercibía el bulto, enorme, duro, turgente, amenazando con atravesar la tela de la prenda.
Querías que le chupara la polla, ¿no? pregunté dirigiendo mi vista hacia los extasiados ojos de Raquel.
Siiiiii, lo estoy deseando, quiero verte con una polla en la boca -respondió, el deseo brillando en sus preciosos ojos.
Y la aparté de Fran a fin de poder colocarme enfrente de él y arrodillarme a sus pies. Con trémulas manos, no de los nervios sino de la emoción, le desabroché el cinturón y desabotoné su pantalón para bajar luego la cremallera. Acerqué la boca al abultado paquete y dí un ligero mordisco sobre la todavía invisible polla antes de dejar caer el pantalón a sus pies, dejándolo frente a mí con el capullo de la verga sobresaliendo por el elástico de su slip. Mis labios se posaron sobre la polla y la besé por encima de la tela, deleitándome con la dureza que mis labios percibían. Subí las manos por sus muslos hacia el slip y cogiéndolo por la cintura y en un rápido movimiento lo bajé y enseguida aquella maravillosa polla saltó frente a mis ojos. La cogí en mi mano, sintiendo lo caliente y dura que estaba, y miré a Raquel. Se había sentado en el sofá y miraba con los ojos abiertos como platos. No me había dado cuenta de en qué momento se había desnudado, pero permanecía vestida tan solo con una diminuta tanga y un sujetador a juego que le había regalado una vez para nuestro aniversario. Su mirada era una extraña mezcla de asombro y excitación a partes iguales, y no deseando hacerla esperar más giré mi cabeza y coloqué los labios sobre el inflamado glande y le di un lametón. Saqué un preservativo del bolsillo de mi pantalón que por suerte había tenido la precaución de guardar antes, y sacándolo del envoltorio lo coloqué sobre la punta de la verga y lo desenrollé lentamente a lo largo de aquel hermoso cipote, y tan pronto terminé me lo metí en la boca, muy suavemente y mirando de reojo a Raquel sentada sobre el sofá. Estaba con la boca abierta, extasiada ante el espectáculo que le estaba brindando, mirándome sin perderse ni un solo detalle y con una sonrisa difícil de describir al ver como una de sus fantasías se cumplía.
Un sabor a látex inundó mi paladar, aunque era mejor de lo que había imaginado. Raquel había comprado esos condones con sabores que le había recomendado para el sexo oral el dependiente de la tienda, y la verdad es que aunque sabía algo a goma no era del todo desagradable. Y es que habíamos hablado largamente sobre el tema y ambos habíamos decidido no hacer nada con nadie sin condón, ya que si alguien estaba dispuesto a meterse en nuestra cama se daba por supuesto que se habría metido en alguna más, y tal y como están hoy en día las cosas, mejor prevenir. Así que ahí estaba yo, chupando aquella polla de fresa sin apartar la mirada de Raquel, y os aseguro que se la veía más hermosa de lo que nunca la he visto. Sus ojos relucían con un brillo de deseo e irremediable pasión. Sus gruesos labios perfectamente pintados en color rojo se curvaban en la comisura elevándose tan solo un milímetro, confiriéndole una extraña pero sugerente sonrisa, sus lisos cabellos oscuros y brillantes derramándose sobre sus hombros como una cascada pensada para realzar sus hermosos pechos, grandes y poderosos, aprisionados en aquel estrecho sujetador y formando entre ellos ese profundo y sugerente canal capaz de atrapar la mirada de cualquier hombre. Por un momento estuve tentado de abandonar la polla de Fran y abalanzarme sobre ella para hacerle el amor con alocada pasión, pero sabía que lo que ella más deseaba ere verme hacer lo que estaba haciendo, así que sin dejar de mirarla en ningún momento empecé deslizar mis labios a lo largo de aquella polla que llenaba mi boca.
A través de la fina capa de látex del condón me llegaba el calor que desprendía, un calor agradable y delicioso que inundaba mi boca de placenteras sensaciones. Al principio sólo pude introducir parte de la polla, pero poco a poco, a medida que mi boca se acostumbraba a la extraña presencia de aquel enfundado trozo de carne iba consiguiendo tragar cada vez un pedazo más, hasta que conseguí meterla del todo y sus huevos reposaron sobre mi barbilla haciéndome cosquillas con los rizados pelillos. Yo había estado practicando para hacer una buena mamada con el vibrador, pero esto no se podía comparar en nada a aquellas sesiones de prueba. Por una parte, la polla de Fran era bastante más pequeña que el vibrador, cosa por cierto nada extraña, ya que éste era bastante grande; por otra parte, el vibrador que había utilizado era rígido y duro, mientras que la polla que estaba chupando tenía una consistencia suave y sedosa sin perder la rigidez. Además, cuando lo había chupado eran mis manos las que lo agarraban y controlaban los movimientos en todo momento, mientras que ahora se movía con voluntad propia. Porque en efecto, Fran había comenzado a imprimir un cierto movimiento a sus caderas de adelante hacia detrás, que hacía que cada vez que se moviera mi boca se llenara todavía más de polla, e incluso llegó a cogerme la cabeza entre las manos para marcar el ritmo de la mamada.
Estuve un largo rato chupando aquella deliciosa verga con sabor a fresa, escuchando los pequeños gemidos de Fran y viendo la cara de Raquel, cada vez más encendida, que había comenzado a acariciar su sexo por encima del fino tanga, hasta que con firmeza, Fran me apartó la cabeza de la entrepierna, arrancándome aquel trozo de carne de la boca.
- Ya está bien, -me dijo- Ahora le toca el turno a Raquel.
Y se sentó en el borde del sofá al lado de Raquel, quien no tardó nada en inclinarse sobre él y continuar el trabajo que yo había comenzado. Era la primera vez que la veía chupando una polla que no fuera la mía, y la visión he de reconocer que me turbó, pero a la vez logró encenderme todavía más. Rápidamente me incorporé y me desnudé completamente, quedando frente a ellos con mi tremenda erección, pero ellos no me dedicaron ni una sola mirada. Raquel estaba concentrada saboreando la misma polla que había gozado yo hacía tan solo unos instantes, con tanta pericia que Fran había cerrado los ojos y se retorcía de gusto. Me acerqué hacia ellos y acaricié el cuerpo de Raquel y mis manos se dirigieron presurosas hacia el cierre de su sujetador que desbroché con ansia. Con avidez, mis manos buscaron la opulencia de sus pechos, por fin liberados de la estrecha contención y los restregué con fuerza, tomándolos entre mis dedos y acariciándolos con desenfrenada pasión. Pero tras un corto instante Fran agarró a Raquel con ambas manos y la empujó hacia afuera del sofá.
- Venga, siéntate ahora aquí. le dijo con voz clara y fuerte.
Y Raquel, sin dudarlo ni un instante me apartó con un suave empujón y se levantó. En lo que dura un suspiro dejó caer sus bragas al suelo y con cierta urgencia y sin ni siquiera mirarme se sentó a horcajadas sobre los muslos de Fran hincándose aquella poderosa erección en el coño, dejando escapar un ahogado gemido al sentir como la penetraba. Y comenzó a moverse encima de él y yo me limité a permanecer ahí parado, mirando como mi mujer se follaba a otro tío. Porque ciertamente era ella la que se lo estaba tirando y él se limitaba a permanecer ahí tirado en el sofá disfrutando de mi mujer. Viendo aquello decidí que si quería participar tendría que tomar yo la iniciativa, así que sacando un condón y colocándomelo me subí de pié encima del sofá y arrimé la polla a las dos cabezas, que apasionadamente se besaban. A la que ambos vieron irrumpir aquella vigorosa verga giraron sus cabezas e inmediatamente cuatro labios se posaron en mi polla y comenzaron una de las mejores mamadas que me han nunca. Jamás en la vida había visto dos bocas peleándose por tragarse mi polla. Unas veces eran los labios de Fran los que se abrían para alojar entre ellos mi glande mientras Raquel deslizaba la lengua a lo largo del inflamado tronco. Otras veces era al revés, y era la lengua de Fran la que me chupaba el falo mientras Raquel metía la punta entre sus labios y la iba engullendo poco a poco hasta que él tenía que apartarse y se limitaba entonces a acariciar mis huevos con ágiles dedos. Algunas veces él la apartaba y con gula se la metía de repente en la boca arrancándome gemidos de placer que hacían temblar mis piernas. Y cuando estaba alcanzando la cima de la gloria, sentí como de repente Raquel se levantaba, sacándose aquel clavo en el que estaba ensartada y bajándose del sofá se dio media vuelta, mirando hacia el televisor y dándole la espalda a Fran.
- Ponte aquí delante de mí, -me dijo con una voz distorsionada por el deseo- y mírame. Quiero que veas y disfrutes cómo me folla.
Y en el momento en el que hice lo que me pedía, separando bien las piernas y apoyándose con las manos en los muslos de Fran se sentó sobre aquella palpitante verga que apuntaba directamente a su coño, y observé claramente como éste se la tragaba. Estupefacto contemplé cómo ella comenzaba de nuevo a brincar. Mis ojos iban alternativamente de su coño comepollas a su cara desencajada por el placer, y recuerdo que lo primero que me vino a la mente fue pensar, qué bien, como en una película porno. Solo que la actriz principal es mi mujer. Y pensando esto recordé todos los absurdos temores que había tenido antes al imaginármela con otro hombre, y me sonreí.
Raquel, que me miraba directamente a los ojos mientras follaba se extrañó al verme sonriendo y aceleró su cabalgada olvidándose pronto de mi extraña sonrisa, siendo atrapada por su propia locura, gimiendo desenfrenadamente hasta que se corrió entre fuertes gritos.
- Joder, joder, joder, -gritaba como loca brincando encima de Fran, y pidiéndole que no parara a pesar de que él ni se movía.
Y tan pronto como se hubo corrido, sin darle a Fran apenas ni un suspiro se sacó aquella verga que debía estar a punto de reventar y ordenó más que pidió.
- Por el culo, métemela por el culo
Y sin dejar que él hiciera nada, la agarró con la mano y apuntándola hacia su objetivo se sentó sobre ella. No consiguió meterla a la primera, lo cual tampoco me extrañó. De esos últimos meses en los que le había dado por culo prácticamente a diario siempre habíamos utilizado un gel lubricante y normalmente primero usaba un dedo para dilatar su esfínter. Pero al parecer, estaba tan caliente que no deseaba esperar para los preparativos, y con un par de empujones más hacia abajo consiguió ensartarse en la enguantada verga y sin poder ahogar un pequeño quejido de dolor continuó empujando hasta estar completamente empalada. Permaneció ahí quieta un instante antes de volver a levantarse el trozo justo para que no se le saliera del culo para volver a dejarse caer, esta vez de golpe, soltando un nuevo quejido esta vez no tan claro de ya de si era de dolor o no. Y nuevamente comenzó el baile que había practicado antes con la polla clavada en su coño, mientras yo, embobado, miraba cómo brincaba, viendo entrar y salir aquella barra de carne mientras acariciaba mi propia polla.
Tardé un instante, la falta de costumbre imagino, en darme cuenta de que en esta posición yo también podía disfrutar de ella, que me ofrecía su coño abierto solo para mí. Y colocándome de rodillas entre los muslos de Fran acerqué mi polla al coño de Raquel. Enseguida me di cuenta de que en esa posición me resultaría muy difícil metérsela, así que cogí un par de cojines del sofá y arrodillándome sobre ellos mi polla quedaba al nivel de su sexo, y sin pensarlo dos veces en un fuerte movimiento la ensarté hasta el fondo haciéndola proferir un agónico grito.
Comenzó entonces un frenético baile en el que las pollas entraban y salían de Raquel a toda velocidad. Yo no podía dejar de mirarla a la cara, totalmente extasiado por la desencajada expresión de su rostro. Apenas me miraba, y las veces que lo hacía estoy seguro de que ni me veía. Sus ojos daban vueltas de una forma alarmante llegando incluso a quedarse en blanco. Por su boca entreabierta escapaba un hilo de baba, que se escurría por su barbilla donde quedaba colgando hasta caer sobre sus pechos, que se bamboleaban a un ritmo frenético, danzando frente a mí.
Por los gemidos de Fran y la forma de moverse deduje que se estaba corriendo, y no bastaron muchas más embestidas para que mi condón se llenara también de leche que surgía en fuertes borbotones que me hacían gritar y gemir de una forma descontrolada. Raquel tardó un poco más que yo en correrse, pero lo hizo de una forma demoledora que la dejó agotada, completamente exhausta, respirando aceleradamente tumbada sobre el pecho de Fran.
Permanecimos un rato así, intentando que nuestros corazones bombearan sangre a un ritmo normal, tras el cual saqué mi polla de su coño y acto seguido Fran hizo lo mismo con la suya. Raquel se incorporó y se dejó caer de nuevo sobre el sofá, todavía con el rostro desencajado y perlado de pequeñas gotas de sudor. Y luego ocurrió algo muy curioso, ya que Fran y yo, al mismo tiempo y sin habernos dicho nada ni tan siquiera haber intercambiado una mirada, nos quitamos los preservativos y tal como lo hicimos vaciamos el contenido de los mismos sobre los pechos de Raquel. Él en uno y yo en el otro. Y tras hacerlo, nos miramos y estallamos en una sonora carcajada. Luego besé a Raquel en los labios, un beso tierno y cariñoso. Y ella me respondió con dulzura hasta que se levantó, y con el semen goteándole todavía por los pechos se encaminó hacia el dormitorio, adonde la seguimos Fran y yo .