Raquel y yo (3)
- Para, para. Métemela por el culo. Yo frené mis movimientos y me recliné hacia delante, pegando mi espalda a la suya y acercando mis labios a su oreja. - ¿Por dónde quieres que la meta? le susurré al oído. - Métemela por el culo. Quiero que me des por culo.
La cama se movía rítmicamente golpeando contra la pared a cada nueva embestida, cada vez con más violencia. Raquel, a cuatro patas frente a mí, mantenía la cabeza enterrada entre las almohadas intentando ahogar sus violentos gemidos, aferrándose con crispados dedos a las sábanas de la deshecha cama. Aparte de eso lo único que se escuchaba en la oscura habitación eran mis propios gemidos, sordos y ahogados, y el repicar de mis huevos contra el coño de ella. Y estando ya casi a punto de correrme dentro de su enrojecido culo no pude evitar pensar en cómo habían cambiado las cosas durante esos últimos meses.
Todo había comenzado con el relato de cómo mi mujer se había enrollado con su mejor amiga, confesión que al principio me enfureció pero que terminó excitándome de una forma terrible, y tras el cual yo mismo acabé contándole una experiencia que tuve en mi adolescencia con una novia que tenía por entonces y con un amigo de ella. Y parece que también le excitó mi relato, ya que me propuso revivir la experiencia, esta vez con ella como protagonista. Y yo, tentado no sé si por lo que disfruté aquella primera vez o por la oferta de un trío con su amiga, acepté encantado.
Durante los siguientes días hablamos continuamente del tema y aprovechábamos cualquier momento para follar como locos, en cualquier lugar y a cualquier hora, como si fuéramos dos adolescentes en celo. Creo que en los más de cinco años que llevo con ella jamás habíamos echado tantos polvos seguidos, ni siquiera al comienzo de nuestra relación, y eso que siempre hemos llevado una vida sexual bastante activa. Pero es que la idea del sexo con una tercera persona estaba continuamente en el fondo de nuestras mentes calentándonos de forma indiscutible tanto a ella como a mí.
La primera vez que me lo pidió fue un domingo. Nos habíamos levantado tarde ya que el día anterior habíamos organizado una cena en casa con unos amigos y no nos habíamos ido a dormir hasta pasadas las cuatro de la madrugada. Sobre la mesa del comedor, tal como la habíamos dejado al acostarnos, nos esperaba una pila de vasos y platos sucios, así como un par de botellas de whisky ya vacías. La cocina parecía un campo de batalla, con cacerolas sucias, platos, cubiertos y vasos cubriendo toda la encimera. Tras desayunar sin demasiadas ganas y sintiendo todavía los efectos del alcohol sobre nuestras cabezas nos dispusimos a recoger un poco la casa, Raquel en la cocina y yo en el comedor. A ambos nos ha gustado siempre andar desnudos por casa, así que nos parece lo más natural del mundo hacer todas las tareas domésticas en pelotas, y dado que nos habíamos acostado sin pijama, así permanecimos durante toda la mañana mientras intentábamos poner un poco de orden. Poco a poco el comedor fue recuperando su aspecto habitual, y mientras acababa de pasar la fregona al suelo escuchaba a Raquel terminando también su trabajo en la cocina.
Corre, Raquel, vente aquí al sofá y siéntate para que pueda acabar de fregar el suelo. le grité.
Espera, espera, que ya termino.
Y apareció en la puerta del comedor vestida tan solo con un delantal y se dirigió a saltitos hacia el sofá pasando por mi lado. Yo la miré embobado, observando con deleite su redondo culo moviéndose graciosamente de lado a lado- ¿Cómo puede ser que después de cinco años no me canse todavía de mirarla?, me pregunté sin apartar mis ojos de ella, que se había echado en el sofá y permanecía tumbada cual una moderna maja desnuda, o mejor dicho semidesnuda. A veces hablando con compañeros del trabajo que llevaban más o menos lo mismo que yo casados me sorprendía al escucharles decir que ya no encontraban atractivas a sus mujeres, que estaban hartos de ellas y de sus caprichos, y me indignaba la forma asquerosa que tenían de mirar a las chavalas jóvenes por la calle devorándolas con la mirada como perros babosos. Está claro que yo también miro a las chicas jóvenes y guapas, ¿quién no lo haría?, pero me limito a contemplar la fresca belleza que les imprime la juventud, no a babear frente a ellas mientras les digo el fantástico polvo que me gustaría echarles. Tal vez sea que no quieren a sus mujeres. O tal vez sea que yo quiero demasiado a la mía.
Ven aquí, cielo. ¿No vas a darme un abrazo? le dije extendiendo mis brazos.
Claro. ¿Cómo crees que voy a resistirme, con esa pinta? me respondió ella con una de sus pícaras sonrisas.
Y levantándose se abalanzó sobre mí y mientras la estrechaba entre mis brazos y la apretaba fuertemente contra mi desvalido cuerpo no pude menos que decirle en un susurro a su oído.
Te amo, Raquel. Te quiero un montón. Lo sabes, ¿verdad?.
Claro que lo sé, tonto. Yo también te amo.
Y nuestros labios se fundieron en un tórrido beso, mientras la estrujaba entre mis brazos. Y nos besamos con furia, con una pasión desbocada, nuestras lenguas danzando una junta a la otra como si ese fuera el último beso del que íbamos a disfrutar y quisiéramos extraer de él hasta la última sensación. Ella se apretaba firmemente contra mí, sus fuertes brazos rodeándome la cintura, atrayéndome hacia ella, y yo la rodeaba con un brazo mientras con la mano libre del otro acariciaba su cara con suavidad, guiando sus labios contra los míos. Ella fue bajando uno de sus brazos con lentitud, hasta que sus manos alcanzaron mis nalgas y las asieron con fuerza, y yo le correspondí bajando mi propio brazo hasta alcanzar su culo y extendiendo la palma de la mano sobre la suave y sedosa piel de su glúteo.
Lentamente, una de las manos que reposaba en mi culo fue deslizándose suavemente hacia el lado opuesto del cuerpo, hasta alcanzar el trozo de carne que había cobrado vida entre su vientre y el mío, duro, palpitante y caliente. Lo asió en su mano y separando los labios de los míos me miró con sus enormes ojos castaños.
- ¿Esto es la prueba de tu amor? me preguntó con dulce sonrisa.- Porque si es así, yo también tengo pruebas del mío.
Y diciendo esto aferró una de mis muñecas con la mano y la guió con firmeza hacia su propio sexo. Liberó mi brazo y lo subí hasta tomar su cara entre las manos y la besé. Ella se apartó un poco de mí y se giró dándome la espalda, amplia y robusta, de un agradable color canela tostada gracias a las horas de sol en la playa. La rodeé en un fuerte abrazo mientras mis manos se introducían bajo el delantal buscando sus rollizas y opulentas tetas al mismo tiempo que mi erecta verga se colocaba entre sus dos nalgas frotándose contra la delicada piel. Mis labios besaron su cuello con pasión, mordisqueándolo, lamiéndolo, acariciándolo, muy lentamente, sintiendo como sus piernas aflojaban a cada nuevo roce. Mis dedos jugueteaban con sus pezones pellizcándolos con suavidad unas veces, con firmeza otras.
Permanecíamos así de pie frente a recién ordenada mesa del comedor, nuestras respiraciones cada vez más agitadas, más apasionadas, yo restregándole mi verga entre sus nalgas y ella apretándolas contra mi excitado cuerpo. Saqué las manos de debajo de su delantal y acaricié su espalda con delicadeza pero presionando firmemente hacia abajo obligándola a reclinarse contra la mesa hasta que sus pechos reposaron sobre el tablero separados tan solo por la fina tela del delantal. Comencé entonces a acariciar su espalda bajando las manos hasta alcanzar la suave curvatura que anuncia la proximidad del culo, recreándome en la suavidad de su piel y la firmeza de su carne. Ella movía sus caderas en pequeños círculos, restregándose contra mí, contra mi erecta masculinidad que parecía a punto de reventar, hasta que me fue ya imposible resistirme y agarrándola con firmeza por la cintura le abrí un poco las piernas con un ligero golpe del pie, tal como hace la policía cuando proceden a cachear a algún sospechoso. Ella no se resistió en ningún momento, sino que más bien contribuyó un poco separando sus piernas y poniéndose de puntillas con el fin de elevar un poco su culo y acercar su sexo al mío. Me así a ella y la penetré lentamente, disfrutando del abrazo de su húmeda vagina, notando como a medida que la introducía ella se retorcía de placer hasta alcanzar el fondo de su sexo.
Raquel siempre se vuelve loca cuando hacemos el amor en esa posición. Le encanta y se le nota. No hay más que escucharla gemir, ver como se mueve y cómo se agarra a la mesa, con dedos como garfios. Se mueve de adelante hacia detrás con suavidad intentando marcar ella misma el ritmo del coito y a mí me gusta siempre frenarla a fin de ver cómo se excita todavía más y emite pequeños ruidos que demuestran su ardor y pasión. Esa vez no fue diferente de las demás. Ella se movía y yo la sujetaba con fuerza por las caderas, penetrándola a un ritmo suave pero constante, dirigiendo mi vista hacia abajo para ver como mi duro falo era tragado por aquellos carnosos labios. Siempre me ha fascinado y excitado la visión de mi propio pene introduciéndose en su sexo o en su boca. Me hace sentir como el actor de una película pornográfica, en la que ella es la estrella principal.
Pero aquel día ni aquella excitante visión logró excitarme lo suficiente. Raquel alcanzó un impetuoso orgasmo al mismo tiempo que yo me movía frenéticamente en su interior tratando de liberar la enorme tensión que amenazaba con hacer estallar el glande, pero era incapaz de lograrlo, creo yo que debido a los excesos con el alcohol cometidos la noche anterior. Así que ahí seguía yo, moviéndome a toda velocidad escuchando como ella continuaba jadeando sin control preparándose para un nuevo orgasmo, sudando a chorros y totalmente concentrado en el oscilante movimiento de su culo hacia delante y hacia atrás. Y fue justo en ese momento cuando me sorprendió con su petición.
- Para, para. Métemela por el culo.
Yo frené mis movimientos y me recliné hacia delante, pegando mi espalda a la suya y acercando mis labios a su oreja.
¿Por dónde quieres que la meta? le susurré al oído.
Métemela por el culo. Quiero que me des por culo.
Yo estaba sorprendido ya que en los cinco años y pico que llevábamos juntos era esa la primera vez que me pedía algo semejante. Tan solo una vez lo había intentado yo, casi al comienzo de nuestra relación, y lo habíamos dejado nada más empezar porque ella se quejó de que le dolía, y como nuestra vida sexual ya era suficientemente interesante no habíamos vuelto a intentarlo ninguna vez más sin perjuicio para ninguno de los dos. He de confesar que la idea de darle por culo me excitaba bastante, pero debido a aquel frustrante inicio había quedado relegada al cajón de las fantasías. Así que imaginaos como me puso escucharla pedirme eso.
Y no deseaba que volviera a quedar en una fantasía. Sin sacársela del coño agarré sus nalgas entre mis manos y las separé, quedando al descubierto el estrecho agujerito, con esos sonrosados pliegues de carne que lo protegían. La verdad es que a pesar de las innumerables veces que había fantaseado con ese momento no sabía muy bien qué hacer a continuación, ya que mi experiencia en el sexo anal a pesar de mis ya casi cuarenta años es bastante escasa. A casi todas las mujeres con las que he estado les parecía una cosa asquerosa, a excepción de Paz, que fue la única mujer a la que he podido dar por culo, y a las que la idea no les desagradaba sentían tanto dolor nada más empezar que al igual que Raquel acababan pidiéndome que parara. Y la verdad es que no acababa de entenderlo ya que la única vez en la que a mí mismo me dieron por culo había sido molesto al principio, pero no doloroso. No sé, tal vez mi esfínter sea más elástico.
Introduje el dedo índice en mi boca y lo chupe, impregnándolo bien en saliva y nada más sacarlo eché sobre la punta un salivazo. Con prisa por temor a que se me secara bajé el brazo hasta que el mojado dedo quedó sobre su esfínter y comencé a trazar círculos a su alrededor. Al sentir la presión sobre su culo ella dio un respingo de placer acompañado por un leve gemido que la hizo volver a ensartarse en la polla que la llenaba. Mientras con una mano intentaba separar sus nalgas, con el dedo mojado de la otra intentaba abrir el agujero de su ano, encontrando más resistencia de la esperada, pero no por parte de ella que gemía cada vez que la rozaba sino por parte de su tenso esfínter, que defendía con tesón la entrada a aquel soñado canal. Poco a poco la presión constante iba haciendo sus efectos y pude conseguir introducir la punta del dedo consiguiendo arrancarle un pequeño grito, más bien creo que de dolor que de placer. Pero no estaba dispuesto esta vez a renunciar y no lo saqué, sino que más bien al contrario presioné hundiéndolo todavía un poco más. Ella se apretó contra la mesa, aferrándose al borde con garras de acero al mismo tiempo que mi apéndice comenzaba a moverse en su interior, muy lentamente para tratar de hacérselo lo menos doloroso posible. A medida que su esfínter se iba relajando, los movimientos eran más suaves y menos dolorosos para ella, que liberó la presión de sus manos sobre el borde del tablero y aunque evidentemente todavía un poco tensa comenzaba a mostrar ciertos signos de que algo le gustaba sentir el dedo dentro de su culo. Pero claro, un dedo no es una polla, y lo que yo más deseaba en ese momento no era meterle un dedo sino poder clavarle mi palpitante verga hasta que no me entrara más. Así que cuando noté que se iba relajando la saqué de su coño donde todavía permanecía y el glande recorrió restregándose contra su piel el estrecho margen que la separaba del ano.
Al sentir esa nueva presión, más fuerte, ella volvió a tensarse, y al notar como empujaba con firmeza y la punta de la polla se abría paso a través de su enrojecido ano, dilatándose con brusquedad para acogerla, ella no pudo evitar soltar un grito.
- Para, para. Me gritó.- Me haces mucho daño, me duele.
Y yo la saqué porque tampoco era mi intención violarla. De todas maneras no estaba dispuesto a rendirme tan pronto esta vez y se me ocurrió una cosa. Me incliné sobre ella acercando mi boca a su oído y le susurré.
- No te muevas mi amor, quédate aquí. Enseguida vuelvo.
Y abandonándola sobre la mesa me dirigí corriendo hacia el dormitorio para coger el bote de aceite que usaba para darle masajes y cuando regresé al comedor ella todavía permanecía medio tumbada sobre la mesa con el culo en pompa. Volví a ocupar la misma posición de antes y le restregué la polla por las nalgas.
- Tranquila, cariño, tranquila. le susurré viendo que ella se agitaba nerviosa con cierto temor.- Relájate. Si tú quieres pararé, ¿vale?
Ella asintió con un leve movimiento afirmativo de su cabeza mientras yo abría el bote de aceite y echaba un chorro sobre mi mano. No había visto lo que traje del dormitorio y se estremeció al sentir mi mano impregnada acariciando su culo. Lo masajeé durante un rato con fuerza hasta que noté que ella se relajaba un poco, momento que aproveché para deslizar el resbaladizo dedo por encima de su ano y en un rápido movimiento hundirlo hasta el nudillo. Con el aceite penetró sin dificultad y ella dio un respingo.
- ¿Te duele? ¿Quieres que pare?
Raquel se limitó a hacerme un gesto negativo con la cabeza. Con la mano que me quedaba libre restregué sus nalgas para a continuación cogerme la polla y frotármela con el aceite. Estaba muy nervioso, deseando poder meterla de una vez, así que con cierta brusquedad saqué el dedo de su culo y apresuradamente me situé justo detrás con la polla apuntando directamente a su ano. Comencé a empujar firmemente y esta vez no tuve que hacer mucha fuerza para que su culo se abriera y la cabeza de mi polla penetrara en aquel inexplorado agujero. Ella se aferró con fuerza al borde de la mesa y emitió un ahogado gemido, mezcla de dolor y de placer y yo me quedé quieto dejando que su esfínter se adaptara a esa nueva presencia. Viendo que ella no se quejaba ni me pedía que abandonara empujé tímidamente y mi polla, resbaladiza como estaba, se hundió unos centímetros sin encontrar la más mínima resistencia consiguiendo arrancarle un nuevo grito mezclado con un gemido.
- ¿Quieres que pare, amor? ¿O prefieres que te siga dando por culo?
No me respondió. Se limitó a levantar un poco la cabeza y respirar entrecortadamente, casi como si le faltara la respiración. Volví a empujar con suavidad y se hundió suavemente esta vez hasta el fondo, hasta que mis huevos chocaron con su coño, y me quedé ahí quieto disfrutando del momento. Por fin lo había conseguido. Era la culminación de una vieja fantasía. O mejor dicho el comienzo de la culminación. Escuchaba a Raquel gimiendo y veía como su espalda se movía de forma rítmica y me llevó un rato darme cuenta de que se estaba masturbando. En efecto, había soltado una de las manos que la unía a la mesa y la había deslizado hacia abajo hasta alcanzar su sexo, cuyo clítoris masajeaba con fuerza a juzgar por el movimiento de su brazo.
La agarré por la cintura y lentamente comencé a sacársela hasta que con un sonoro "plop" se salió de su culo. Me la agarré con la mano y volví a apuntar al estrecho agujero, que ahora se veía abierto, y con un solo movimiento la volví a hundir hasta el fondo, consiguiendo que entre sus gemidos se escuchara también un pequeño grito. Y la volví a sacar y a meter otra vez. Y otra. Y otra.
Y me gustaría contaros que me la follé de esa manera durante una eternidad consiguiendo que ella se corriera infinidad de veces gritando como una puta. Pero no fue así. Sí es verdad que fue algo maravilloso e increíble, pero bastaron cinco o seis embestidas mías para que no pudiera contenerme más y explotara violentamente dentro de su culo. Y lo hice gritando de una forma descontrolada, cosa extraña en mí, que no suelo hacer demasiados ruidos al follar, derramando todo mi semen en su interior, en lo más profundo de su culo y me quedé ahí parado con la polla todavía clavada en ella, respirando agitadamente, sin apenas darme cuenta del agónico esfuerzo que estaba haciendo ella con su mano para conseguir su propio orgasmo, un orgasmo que al parecer no acababa de llegarle y para el que yo no hice lo más mínimo por ayudarla, tan extasiado estaba con mi propio placer. Y ella no se corrió. Y por feo que sea decirlo, no me importó lo más mínimo. Por fin había conseguido algo con lo que había fantaseado infinidad de veces, había dado por culo a Raquel.
Qué más contaros. Que a Raquel a pesar de no correrse le encantó la experiencia aunque estuviera un par de días con el culo escocido. Que la hemos repetido durante estos últimos meses, y que la hemos hecho de una forma tal vez abusiva. Que a pesar de que durante esta última temporada hemos follado prácticamente todos los días hace ya más de un mes que no la he metido en su coño y que Raquel ha aprendido a disfrutar con una polla en su culo. Y que yo también he aprendido a disfrutar con el sexo anal, descubriendo la infinidad de nuevas sensaciones que puede proporcionar.