Raquel y yo (27 y fin)
Lo que se prometía como una excitante noche de sexo se convierte en una auténtica pesadilla
Violados
CONTINUACIÓN DEL RELATO RAQUEL Y YO (26) PUBLICADO EN LA CATEGORÍA "ORGÍAS"
Y Carlos la obedeció dócil como un corderito, más por deseo de volver a meterla de nuevo en su jugosa boquita que por sumisión a los caprichos de mi mujer. Y fue precisamente en ese momento en el que todo se torció, o mejor sería decir en el que yo lo arruiné todo y la jodí bien jodida. En el momento en el que Carlos se puso de pie al borde del sofá con la polla frente a la cara de Raquel y apoyándose con las manos en la pared mi destino y el de Raquel ya estaban fijados en un curso erróneo. Y ahora que han pasado ya unos cuantos meses no ceso de repetirme una y otra vez que todo fue culpa mía, que si yo no hubiese actuado como lo hice nada de lo que os explicaré habría pasado nunca. Pero aunque Raquel trata de consolarme quitándole importancia a mi acción, sé, estoy seguro, que si yo no lo hubiese hecho todo hubiese diferente.
El caso es que Carlos plantó su hermosa verga frente a la boca de Raquel y la hundió en ella con cierta brutalidad gruñendo como un animal rabioso. Ella se la tragó sin rechistar y continuó chupándosela con la misma furia con la que lo hacía antes hasta que en un momento dado se la sacó de la boca y se echó hacia un lado apoyándose con una mano en el sofá con el único fin de poder separar un poco más las piernas y facilitar la entrada de su culo. En ese breve momento en el que se inclinó, aquella dura y reluciente verga quedó a escasos centímetros de mi cara, palpitante, como un reclamo publicitario que te incita a probar el producto mostrado pero con la única particularidad de que dicho producto estaba libre, disponible, frente a mí. Y sin pensar en las consecuencias de mis actos me incliné un poco hacia delante y mis labios atraparon aquel jugoso trozo de carne que sabía a látex y a la saliva de mi mujer y sin dudarlo lo engullí con ansia.
Carlos soltó un potente gruñido de placer que interpreté erróneamente como que lo que le estaba haciendo era de su agrado. Sólo más tarde comprendí que si no reaccionó antes fue únicamente porque había permanecido apoyado contra la pared con los ojos cerrados, disfrutando de la mamada, así que succioné con más fuerza arrancándole un nuevo gemido.
— ¡Eh, sinvergüenza! —dijo Raquel jocosamente— Devuélvemela…
Y de repente mi vista se nubló y mi cabeza estalló en una centelleante lluvia de estrellas al mismo tiempo que sentía un abrasador calor que se extendía por mi mejilla. Caí de lado en el sofá arrastrando en mi caída a Raquel que se tambaleó intentando aguantar el equilibrio.
— ¡Puto maricón de mierda! —escuché a Carlos gritar en la creciente bruma que se formaba en mi cabeza— ¡Qué asco me das, cabrón!
Y una lluvia de palos cayó sobre mí. De forma instintiva, sin saber muy bien de dónde venía tanto golpe me enrosqué en posición fetal y rodé sobre el sofá intentando esquivar la lluvia de puñetazos que caía sobre mí, hasta caer al suelo mientras escuchaba a Raquel, que había conseguido recuperar el equilibrio y se había puesto de pie, gritar a todo pulmón.
— ¡Déjale, gilipollas! ¡Apártate de él y no le toques!
Pero los golpes continuaban cayendo sobre mi cuerpo en forma de patadas, y a pesar de que me enroscaba sobre mí mismo como una larva en el interior de su capullo no pude evitar que varias de ellas alcanzaran mis costillas.
— ¡Apártate, puta! —le escuché gritar sin dejar de recibir patadas sobre las costillas. Y se escuchó un sordo golpe tras el cual vi a Raquel rodar junto a mí llevándose las manos a la cara. Se quedó ahí tirada en el suelo un breve instante, el suficiente para ver que un hilo de sangre brotaba de su labio. Se incorporó de un salto y pude escuchar cómo se abalanzaba de nuevo sobre Carlos para caer otra vez de nuevo rechazada por el fornido hombre esta vez sobre el sofá. Yo no podía ni moverme. Cada vez que lo intentaba un fuerte dolor me quemaba el pecho y me dificultaba el respirar. Sentía un fuerte escozor en la espalda y continuaba todavía aturdido por el golpe inicial sobre mi cabeza.
— ¡Joder, Carlos! —escuché gritar a Isidoro— Para ya o lo matas.
Pero Carlos no escuchaba nada y continuaba golpeándome sin piedad mientras repetía una y otra vez como si fuese un salmo.
— Maricón, maricón, maricón,… A mí no me toca la polla ningún jodido tío, ¿lo entiendes, maricón de mierda? No sabes el asco que me das.
Poco a poco las patadas fueron haciéndose menos enérgicas hasta que finalmente cesaron. Intenté arrastrarme para alejarme pero a duras penas conseguí avanzar un par de palmos, tal era el dolor que sentía cada vez que movía un solo músculo. La habitación se quedó en silencio y lo único que se oía era la agitada respiración de Carlos y unos ahogados sollozos procedentes del rincón del sofá en donde se había acurrucado Raquel.
— Vestíos y largaos de esta casa —la escuché decir mientras sorbía sus lágrimas—. Iros.
— Venga, Carlos —respondió Isidoro— Hagámosle caso. Será mejor que cojamos las cosas y nos larguemos.
— Y una mierda voy a marcharme. Esta zorra me puso a mil y no pienso irme sin que me dé lo que vine a buscar.
— Estás loco, tío —le contestó Isidoro— Venga, déjalo ya.
Carlos se plantó frente a él y le gritó con dureza.
— Cállate de una puta vez, niñato. No eres más que un cobarde y empiezo a estar ya un poco harto de ti, así que no me toques los cojones, ¿entendido?
Isidoro se calló, evidentemente atemorizado por aquel imponente hombre y demostrando que efectivamente era un cobarde. Dio un paso hacia atrás y se quedó ahí quieto sin atreverse a hacer o decir nada más. Raquel intentó ponerse en pie pero él le dio un empujón y la derribó de nuevo sobre el sofá, donde cayó de espaldas. Se acercó a ella y la agarró por la blusa, ya que de los cuatro que estábamos en aquella habitación ella era la única que continuaba con toda la ropa puesta, a excepción de sus sandalias y sus bragas, que descansaban tiradas sobre el suelo a corta distancia de dónde yo me encontraba. En el forcejeo que se había producido, o tal vez había sido anterior a él, la blusa, de generoso escote, se había abierto y una de sus tetas asomaba tentadoramente. Al sentir aquellas robustas manos agarrándola ella pataleó furiosa pero no pudo hacer nada para que evitar que él rasgara la blusa desde el escote hasta la cintura hasta abrirla completamente.
— Déjame, cerdo, déjame en paz —gritaba ella forcejeando con él.
— Cabrón, déjala en paz —le dije yo desde el suelo sintiendo al hacerlo un terrible dolor en el pecho.
— Cállate, maricón —contestó él mientras bajaba el sujetador hasta dejarlo enrollado sobre la cintura y manoseándole las tetas con lujuria—. Voy a enseñarle a la zorra de tu mujer lo que es un hombre de verdad y estoy seguro de que le va a encantar. No me extraña que vaya tan caliente si está casada con un mamarracho como tú que solo piensa en pollas todo el día.
Mientras hablaba sus enormes manos recorrían el cuerpo de Raquel, pellizcándole los pezones, agarrándola con fuerza por la cintura mientras trataba de colocarse entre sus piernas. Ella pataleaba tratando de apartarle pero era evidente que no iba a lograr nada contra aquel hombre que debía pesar casi los cien quilos. Yo no podía moverme, ya que cada vez que lo intentaba un horrible dolor taladraba mi pecho e Isidoro continuaba ahí de pie, desnudo, con los brazos a lado y lado mirando con temor sin atreverse a reaccionar ante lo que su compañero iba a hacer. Raquel estaba indefensa frente a aquel bruto.
Le soltó un manotazo en la cara que resonó estruendosamente en la habitación.
— Estate quieta, zorra, y quítate la falda. Estate quieta o será peor.
Y dado que ella no le hizo caso se apartó y agarrando la corta falda que estaba medio arrollada debajo de sus caderas la deslizó con violencia muslo abajo hasta arrancársela y lanzarla a un rincón. Separó sus muslos con fuerza y se arrodilló en el suelo entre ellos agarrándola por las rodillas para tratar de frenar el pataleo de Raquel que no dejaba de revolverse violentamente tratando de zafarse del animal que se disponía a violarla. Pero lo único que lograba era volverlo más loco y violento de lo que ya estaba en esos momentos.
Volvió a soltarle otro manotazo mientras con la otra mano trataba de alcanzar el depilado sexo de Raquel.
— ¡Que te estés quieta, puta! —le gritó—. Estás empezando a ponerme nervioso. Si a fin de cuentas te va a gustar que te eche un polvo como es debido.
Y ella continuaba pataleando mientras él trataba de forzar su posición. La agarró de los tobillos y los levantó en el aire echándole las piernas hacia atrás de tal forma que ahora estaba completamente indefensa tumbada de espaldas en el sofá con las piernas en alto impidiéndole alcanzarle con los puños que agitaba furiosa en el aire. Y él acercó su polla con el condón medio caído y comenzó a restregarla por el coño.
— Venga, dímelo, guarra. Dime que estás deseando que te folle, ¿no es así?
— Suéltame, cabrón —fue lo único que ella contestó sin dejar de sacudir los brazos aunque con menos fuerza que antes, rindiéndose a la evidencia de que no podía hacer nada para evitar que la violara.
De vez en cuando Carlos se apartaba un poco y hurgaba en el coño con el pulgar, metiéndolo entre los labios con fuerza, y cada vez que lo hacía Raquel trataba de juntar las piernas para evitar la penetración. Pero entonces él presionaba con más fuerza y lo hundía hasta el nudillo causándole una mueca de dolor que yo veía claramente desde el suelo. En cierto momento ella giró la cara hacia donde yo estaba y me miró durante unos breves instantes, con gruesos lagrimones brillando en sus ojos, pero fue un contacto muy corto ya que los cerró y no volvió a mirarme más. Yo estaba también llorando de rabia e impotencia. Lloraba de dolor, no del dolor provocado por las patadas de aquel hombre, si no del dolor de tener que presenciar sin poder hacer nada la violación de mi mujer. Cerraba los puños y apretaba los dientes sin poder dejar de mirar. Ojalá hubiese sido capaz de cerrar los ojos y dejar de escuchar la contienda que estaba teniendo lugar en el sofá. Pero me era imposible, no podía apartar la vista de todo lo que sucedía, no podía dejar de escuchar el ruido de la lucha que se desarrollaba frente a mis ojos y a pesar de que me dolía en el alma no podía dejar de mirar y mirar y mirar.
Al restregarse contra el coño de Raquel se terminó de caer el condón y su polla se erguía tiesa y dura de forma amenazante, y resultaba evidente que si nadie hacia nada para evitarlo esa bestia iba a follársela a la fuerza. Intenté arrastrarme por el suelo hasta donde él estaba arrodillado, pero cada movimiento que hacía era como si me retorciera sobre un lecho de cristales rotos que se clavaban como agujas en mi pecho. Indefenso, viéndome incapaz de hacer nada mire a Isidoro con la esperanza de lograr su ayuda, pero él apartó su mirada en el mismo momento en el que se cruzó con la mía.
— Ayúdala, por favor —le grité. Pero el grito murió en mi garganta incluso antes de salir como un débil murmullo.
Carlos de mientras continuaba restregándose contra ella, que ya apenas se debatía, rendida ante la superioridad física de él.
— Oye —le dijo Carlos a Isidoro—, alcánzame un condón que me la voy a follar, y con una tía tan puta como ésta vete a saber lo que puede uno pillar…
Isidoro, sin pronunciar una sola palabra, abrió el cajón donde guardábamos los preservativos y sacó uno alcanzándoselo a Carlos, quien hábilmente lo extrajo del envoltorio y lo estiró sobre su larga polla. En el mismo momento en el que le soltó las piernas para ponerse la goma, Raquel se agitó violentamente dándole una patada en el pecho, pero él enseguida reaccionó y le propinó una bofetada en la cara. Volvió a agitarse y recibió una segunda bofetada.
— Que te estés quieta, puta —le dijo agarrándola de nuevo por los tobillos y echando sus piernas hacia atrás hasta que los pies prácticamente tocaron el respaldo el sofá— Vas a saber lo que es un hombre de verdad.
— Tú ni eres hombre ni eres nada —se atrevió a contestarle. Y como respuesta recibió una fuerte palmada en el culo que le dejó una gran marca roja.
— He dicho que te calles. Vas a saber lo que es bueno.
Y en un solo movimiento la ensartó en su polla arrancándole un prolongado gemido de dolor. Vi su cara contrayéndose en una horrible mueca al sentir cómo aquel garrote se abría paso dentro de ella en contra de su voluntad, desgarrándola como si la estuviesen partiendo en dos. Apretó los puños con fuerza agarrándose al forro del sofá y cerró los ojos, aunque sin poder impedir que gruesa lágrimas brotaran de ellos y resbalaran por su cara. Él comenzó a moverse de forma brusca, sacándola en cada movimiento prácticamente del todo para volver a clavarla con violencia hasta el fondo mientras agarraba las ahora inertes piernas. Raquel había perdido ya toda voluntad de lucha y se limitaba a recibir estocada tras estocada gritando de dolor, o tal vez de impotencia de verse en semejante situación. Y yo, llorando de rabia, veía el culo subir y bajar una y otra vez a toda velocidad. Desesperado, volví a mirar a Isidoro en busca de algún tipo de ayuda, aunque me bastó una sola mirada para darme cuenta de que todo estaba perdido. Él ahora ni siquiera tuvo que retirarme la mirada, ya que la tenía fija en el espectáculo que se desarrollaba en el sofá. Sus ojos, abiertos como platos, no perdían detalle, y mientras miraba se masturbaba.
Raquel poco a poco iba perdiendo las fuerzas y ya prácticamente ni se quejaba. No dejaba de llorar y sus sollozos se escuchaban cada vez más tenues entre los gruñidos de satisfacción de Carlos, que viendo que ya no pataleaba había soltado sus tobillos y la agarraba ahora con fuerza de las caderas.
— ¿No dices nada, guarra? ¿Es que no te gusta cómo te follo? —le decía bombeando una y otra vez dentro de ella.
Su culo se movía de adelanta a atrás a toda velocidad y veía las pelotas rebotar una y otra vez contra el culo de Raquel. De repente se paró en seco. Se retiró hacia atrás y sacó su rígido miembro del interior de mi mujer. Sobre el condón aparecía una pequeña mancha de sangre que al verla me hizo apretar los puños y lanzar un agónico grito que apenas tuvo fuerza para alcanzar mis labios y al que él hizo caso omiso.
— Ya sé lo que quieres, putita —le dijo con una sonrisa irónica—. Lo que tú quieres es que te la meta en el culo ¿no es eso?
Y sin esperar respuesta, evidentemente, colocó la enorme cabeza sobre el culo de Raquel. Por un instante ella intentó zafarse, un vano y fugaz intento de rebelión fácilmente sofocado por él, quien empujó con fuerza desgarrándola a medida que la penetraba. Me agarré con fuerza al pie de Carlos tratando de evitar lo que ya era inevitable, pero él me rechazó con una patada que me envió rodando hacia detrás.
— Tranquilo, hombre, si a fin de cuentas a ella le gusta esto…
Y empujaba hacia delante a pesar de tenerla ya toda dentro. Y comenzó a martillear su culo con mayor furia de la que había hecho con anterioridad en el otro agujero. Ahora Raquel si que gemía de dolor al sentirse así penetrada y había ya alcanzado el punto en el que todo le daba igual. No se movía. Era un cuerpo inerte derrumbado sobre el sofá, sin voluntad propia, agotado. Al verla en tal estado volví a reptar hacia el agresor para recibir de nuevo otra patada. Con impotencia, miré a Isidoro que continuaba masturbándose de forma febril con una pavorosa expresión dibujándose en su rostro.
Lloré. Traté de gritar y lo único que logré fue un espasmo de tos que me hizo escupir unas sanguinolentas flemas. Cerré los ojos y traté de evadirme, pero ¿cómo hacerlo escuchando los gruñidos y jadeos de aquel animal?
— Aaaaah —gruñía una y otra vez— esto es mejor que el chochito de una virgen.
Y escuché como la cabalgaba de forma bestial, cómo jadeaba y gemía como una auténtica bestia enjaulada. Tuve que escuchar cómo se corría y en ese momento hubiera preferido estar muerto. Y por si eso fuera poco, él dijo con una sonora carcajada:
— Venga, Isidoro, ahora te toca a ti. Fóllatela.
Y no me atreví a abrir los ojos para ver esa nueva demostración de horror y brutalidad. Escuché exasperado cómo intercambiaban los papeles y cómo aquel esbozo de hombre, si es que a aquellas personas se les puede llamar así, la violaba de forma salvaje. Tuve que oír cómo gruñía mientras se corría, gimiendo como un niño, casi como si llorara.
Se quedó todo en silencio. Tras un rato me atreví a abrir los ojos para ver a Carlos inclinado sobre la mesa esnifando una raya de coca mientras Isidoro permanecía todavía arrodillado en el suelo y con la polla hundida en el coño de mi mujer. Por un momento llegué a pensar que ella estuviese muerta, tal era su estado de inmovilidad, pero enseguida pude ver que gruesas lágrimas continuaban manando de sus ojos, lo cual en cierta manera me tranquilizó.
Carlos me miró, y con una sonrisa le dijo a su compañero:
— Anda, Isidoro, ayuda a Javier a estar al lado de su mujercita.
— ¿Por qué no lo dejamos y nos largamos? —le respondió con voz débil.
— ¿Y a dónde vamos a irnos? ¿Es que no estás a gusto aquí? Tengo ganas de tomar una última copa. Venga, levántalo y ponlo en el sofá al lado de su putita para que ella le cuente lo bien que se lo ha pasado.
Isidoro, dominado por la férrea voluntad de Carlos, se salió y se acercó hacia donde yacía mi maltrecho cuerpo. Me agarró por debajo de los brazos y trató de levantarme logrando arrancarme un grito de dolor.
— Venga, ayúdame —me dijo— ponte de pie o será peor para ti.
Y juro que si en esos momentos hubiese tenido fuerzas me habría puesto pie y le habría ahogado con mis propias manos. Viendo que no colaboraba, me arrastró por el suelo y haciendo un gran esfuerzo logró levantar mi dolorido y ponerme de rodillas junto al sofá. Me dejó caer de frente y quedé al lado del exangüe cuerpo de Raquel, con las rodillas sobre el suelo. Ella abrió los ojos y me miró anegada en lágrimas e intenté transmitirle toda la fuerza que ya apenas me quedaba. Me abracé a ella y me quedé así durante un largo rato incapaz de mover un solo músculo sin sentir un taladrante dolor.
Carlos se había servido una copa y estaba bebiendo en silencio mirándonos con rostro impasible. Se levantó y preparó otra raya de coca, que esnifó sobre la mesa del comedor. Luego se levantó y se quedó ahí desnudo, imponente como una estatua, observándonos. Sentí un estremecimiento de horror al ver que su polla estaba medio dura. ¿Es que no se va acabar esto nunca, pensé?
— Joder —dijo sobándose la morcillona polla— follarme a esta zorrita me ha puesto de lo más cachondo. Y se me está ocurriendo que podría darte —y esto lo dijo mirándome directamente a los ojos— un buen merecido para ver si se te quita tanta mariconada de la cabeza. No eres mal tipo, ¿sabes? pero la mujer que tienes no te la mereces. ¿Qué coño hace una mujer tan caliente con un tío al que le va más una polla que un vaso de vino a un borracho? Así que si lo que te gusta son los tíos, te voy a dar lo que tanto quieres, a ver si cuando termine sigues pensando lo mismo.
— Joder, Carlos —le dijo Isidoro amedrentado— déjalo ya. Vámonos de aquí.
— ¡Cállate de una puta vez, joder! ¡Eres un cagón! Estoy cachondo otra vez y no pienso irme de aquí en este estado, así que si lo que quiere este maricón es una polla la va a tener hasta que la aborrezca.
Con furia, abrió el cajón de los condones y sacó uno. Dio un par de pasos hasta situarse a mi lado, agarrándose la polla y los huevos con la mano.
— Mira, Javier, ¿es esto lo que quieres? Va a ser toda para ti, pero ni se te ocurra tocarla o te abro la cabeza a puñetazos. ¿Me entiendes? Pero tranquilo que la vas a disfrutar igual.
Cerré los ojos y me soltó una manotada. Agarrándome la cabeza por los pelos me gritó.
— Mírame cuando te hable.
Me soltó la cabeza y comenzó a tocarse la polla que crecía poco a poco en su mano. Intenté girar la cabeza hacia el otro lado para no tener que verle y recibí un nuevo manotazo en el cogote.
— He dicho que me mires. Dime, es esto lo que quieres ¿verdad? Seguro que estás deseando que te la meta por el culo. Y por ahí te la pienso meter, pero te juro que cuando acabe contigo lo vas a tener tan escaldado que se te van a quitar las ganas de meterte nada por ahí durante un buen tiempo, a ver si así aprendes a ser más hombre.
Yo le miré en silencio, la rabia brillando en mis ojos e incapaz de decir nada, ya que cada vez que respiraba sentía como si miles de agujas taladraran mi pecho. Sin dejar de manosear su polla continuó.
— ¿No dices nada? ¿No me vas a suplicar para que te la meta? —y continuaba acariciando su verga que iba creciendo y creciendo de forma alarmante— ¿O es que acaso prefieres ver cómo me follo de nuevo a tu mujer?
Negué con la cabeza y haciendo un gran esfuerzo logré responderle.
— No, a ella no.
Me agarró por los pelos e inclinándose sobre mí me susurró al oído.
— ¿Sabes qué? Igual después de follarte me lo vuelvo a hacer con ella —y mientras lo decía metió la mano libre entre las piernas de Raquel acariciándole el sexo.
— A ella no —repetí—. Déjala en paz.
— ¿Entonces prefieres que te folle a ti? —asentí con un leve movimiento de cabeza— Qué asco me das. De todas maneras cuando termine contigo me la pienso volver a tirar. Y estoy seguro de que la muy guarrilla va a disfrutar tanto como antes, lo cual no me extraña teniendo en cuenta el esperpento de marido que tiene.
Intenté responderle con el único resultado de otro manotazo en la cara. Raquel, tumbada a mi lado, permanecía en silencio mirando al techo, inmóvil como una estatua. Había dejado de llorar y ya no reaccionaba ante nada, ni tan siquiera a la mano de Carlos hurgando en su coño. Éste continuó durante un rato deslizando un dedo por la depilada raja, hundiéndolo de vez en cuando entre los carnosos labios sin lograr arrancar ni la más mínima reacción por parte de Raquel.
— Tu mujer tiene un coño fabuloso que me está poniendo otra vez a mil por hora. Me dan ganas de enviarte a la mierda y volvérmela a follar, pero eso te dejaría a ti sin tu lección.
Y mientras hablaba pude ver de reojo cómo sacaba el condón de su envoltorio y lo extendía sobre la larga verga. Con el condón ya puesto volvió a meter dos dedos en el coño y tras sacarlos los llevó a su nariz aspirando el dulzón aroma que despedían.
— Me encanta el olor a coño…
Y antes de que me diera cuenta, sentí como mis nalgas eran brutalmente separadas una de otra produciéndome un irritante dolor aunque nada comparable al que sentí a continuación, ya que Carlos colocó la cabeza de su enorme verga contra mi ano y empujó con inusitada fuerza hacia dentro. Sentí cómo aquella enormidad se abría paso hacia dentro, desgarrándome, partiéndome, haciéndome llorar de dolor. Y es que a pesar de que no era esa la primera vez en la que era sodomizado, sí que era la más brutal. Aquella enorme verga sin ningún tipo de lubricación se abría paso a la fuerza a través de mi culo sin titubeo ni retroceso. Empujando, empujando, siempre hacia dentro haciéndome sentir un inaguantable ardor en el ano.
En ese momento fui realmente consciente del significado de la palabra violación, incluso haciendo escasos minutos de haber visto cómo mi mujer era doblemente violada. Sentí esa horrenda sensación de impotencia total ante todo lo que estaba ocurriendo, la vergüenza de verme humillado de esa manera, el dolor, la rabia que se transforma en debilidad al darse uno cuenta de la imposibilidad de reacción. Y lloré de amargura, lloré de dolor y sumido en él incluso me olvidé de que Raquel seguía tirada a mi lado siendo obligada a presenciar el mismo espectáculo al que me habían obligado a asistir a mí.
Sólo fui consciente de mi propio dolor que parecía ir cada vez a más a medida que Carlos comenzaba a moverse de forma violenta taladrándome, clavándome contra el sofá. Me folló con furia salvaje destrozándome el culo arremetida tras arremetida, cada vez más rápido, más fuerte, y tenía la sensación de que me estaban abriendo el culo con una barra al rojo vivo. Me folló hasta que se corrió entre fuertes jadeos, y aun así continuó empujando contra mí durante un largo rato sin soltar en ningún momento mis nalgas que separaba con garras como garfios.
Cuando todo terminó y la sacó sentí algo húmedo resbalando por mis muslos y por un momento llegué a pensar que con tanta brutalidad se le habría roto el condón y lo que sentía resbalar por mis piernas era su semen, pero al incorporarse pude ver que este continuaba intacto envolviendo su polla todavía tiesa que extrañamente se veía colorada. Tarde un rato en comprender que la humedad que sentía descendiendo de mi culo era la misma sangre que manchaba el preservativo.
A partir de ese momento pierdo un poco la noción de todo lo que sucedió a continuación. A veces trato de recordar y no estoy seguro de si las imágenes que vienen a mi cabeza son reales o simplemente fruto de mi delirio. Recuerdo haberme quedado dormido, o tal vez fuera que perdiera la consciencia, y abrir los ojos para ver a Raquel siendo penetrada por Carlos mientras Isidoro se masturbaba febrilmente sobre una de sus tetas que amasaba como con una mano como si fuesen masa para hacer pan. Otras veces me parece verlos sentados en el sofá bebiendo una copa con la mayor calma del mundo y me digo que no es posible que eso sea cierto, que nadie en su sano juicio es capaz de quedarse con la mayor tranquilidad junto a la mujer que acaban de violar. Tengo una leve noción de alguien transportándome en una especie de camilla, y de un corro de caras que me miraban con curiosidad. De ruidos y prisas a mi alrededor y de una agradable mujer vestida con uniforme de enfermera que me hablaba de forma tranquilizadora.
Ahora, cuando escribo esto han pasado ya seis años de los acontecimientos que describo. Raquel y yo hemos conseguido superarlo poco a poco. Gracias a Raquel puedo escribir esto, ya que fue ella la primera en reaccionar tras la marcha de los dos salvajes. Ella fue quien llamó a la ambulancia, y ella fue la que haciendo gala de un gran dominio sobre sí misma llamó a la policía aun sabiendo que al hacerlo iban a salir a la luz muchos detalles sobre nuestra vida íntima. Gracias a ella, Carlos e Isidoro están cumpliendo una pena por violación y no esperamos que abandonen la cárcel antes de diez o de once años, tiempo suficiente si no para olvidar sí para mitigar el dolor de las heridas.
Evidentemente, desde aquel día nuestras vidas cambiaron para siempre. Durante un largo tiempo ni yo ni ella fuimos capaces de mantener una sola relación sexual ya que nos venían a la mente los horribles momentos vividos, pero poco a poco, con gran esfuerzo por nuestra parte y la inestimable ayuda de psicólogos y amigos, entre los que cabe hacer una mención especial a Paz y Wolfgang, lo fuimos superando. Aquellas desenfrenadas sesiones de sexo salvaje y turbulento no volvieron a aparecer en nuestras vidas durante una larga temporada. Pero como dicen, el tiempo lo cura todo, y aunque no sea totalmente cierto sí que es verdad que te ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva.
Innumerables detalles sobre nuestra vida sexual salieron a la luz durante el juicio. Fue duro, no solo por tener que dar detalles una y otra vez sobre lo que había ocurrido aquella noche, si no por vernos expuestos de forma tan impúdica a la mirada y comentarios de la gente. Aún así lo hicimos conscientes de que era lo correcto para evitar que aquellos dos hombres quedaran libres. Y seguro que hubo gente de nuestro entorno que se escandalizó al conocer detalles tan íntimos sobre nuestra vida sexual, pero la gente realmente importante, nuestras familias, nuestro amigos más íntimos y algún otro no tan íntimo, lo aceptaron sin comentario alguno y ofreciéndonos todo su apoyo no solo de palabra si no de hechos.
Gracias a Paz y Wolfgang básicamente, pudimos dejar atrás los miedos que nos invadían cada vez que pensábamos en volver a llevar la desenfrenada vida que habíamos vivido. Pudimos volver a vivir la excitación de acostarnos con otras personas y nos enseñaron a ser mucho más prudentes a la hora de elegir a nuestros compañeros de cama. Ahora disfrutamos mucho más del sexo porque lo hacemos con amigos y la sola idea de meternos en la cama con un desconocido nos pone a los dos los pelos de punta. Hemos aprendido que esta vida hay que disfrutarla, y que a pesar de que no todo lo que ocurra es bueno, hay que saber elegir los buenos momentos y aprender de los malos. Y yo y Raquel hemos tenido muy buenos momentos. Y los seguiremos teniendo.