Raquel y yo (26)

No siempre en los clubs de intercambio de parejas se consigue lo que uno desea y a veces hay que buscar algo de acción en la calle.

Noche de sexo con dos desconocidos

Todos aquellos que habéis ido siguiendo a través de estos relatos la historia de mi vida con Raquel ya os habréis dado cuenta de los grandes cambios que se han producido en mi relación con ella. En unos pocos años hemos pasado de una relación de pareja de lo más convencional a establecer una relación abierta a todas las posibilidades. Hemos hecho cosas que tan ni siquiera habríamos soñado con hacer cuando nos casamos, cosas que nos habrían avergonzado, cosas que habrían bastado para romper nuestra relación si no se hubiesen sucedido de la forma gradual en la que poco a poco fueron ocurriendo. Hoy, miro hacia atrás, hacia la persona que en su día fui y no me reconozco en ella, al igual que Raquel no me parece la misma mujer con la que me casé. Esta, la que vive hoy en día junto a mí, es mucho mejor que la chica de apariencia tímida que dijo ante el juez aquello de “Sí, acepto”.

La sigo amando tanto o incluso más que cuando me casé con ella. De forma curiosa, verla follar con otros hombres no ha hecho más que reforzar mi unión a ella. Sé que si se acuesta con otros hombres es exclusivamente por sexo, por el morbo de la novedad, y sé también que yo he disfrutado mucho acostándome con otras mujeres sin dejar de quererla por ello ni lo más mínimo. He aprendido, hemos aprendido, a separar el amor del sexo, y hemos disfrutado de este nuevo conocimiento lo mejor que hemos podido. Tan solo tenemos una regla, y esta es no hacer nada a escondidas uno del otro. Me dolería mil veces más saber que Raquel se ha acostado con un solo hombre sin yo saberlo que el que me diga que se va a tirar a todo un equipo de fútbol. Y es que si hace algo a mis espaldas sería equivalente a engañarme. Yo por mi parte cumplo la misma norma y no hago nada sin comentarlo antes con ella.

Solemos acudir mucho a locales liberales, la manera más rápida y sencilla que hemos encontrado de contactar con otras parejas similares a nosotros. Normalmente siempre encontramos a alguien dispuesto a hacer un intercambio de parejas y nos encerramos en la habitación con ellos para follar. Algunas veces yo me limito a mirar cómo Raquel lo hace con ellos y sé que ella disfruta sintiéndose observada por mí. Otras veces, soy yo el que actúa y ella la que mira. Pero a menudo ella quiere más y entonces organiza una quedada a través de internet con unos cuantos desconocidos y me lleva con ella para verla follar. A ella le gusta que mire. Es más, si yo no fuera con ella dudo mucho que organizara esas salidas. En algunas ocasiones incluso me ha dejado participar y me he unido al grupo de hombres que siempre suele acudir.

Pero este tipo de vida también tiene sus riesgos. Quedar con gente a la que no conoces siempre entraña cierto peligro ya que nunca sabes cómo van a reaccionar ante determinado tipo de provocaciones. Es por eso que el punto habitual para nuestras citas sea el club liberal ya que la gente que ahí suele acudir comparte la mayor parte de nuestros gustos y es siempre bastante respetuosa. Pero no siempre es así y a veces nos hemos encontrado con gente bastante desagradable. Pero nunca jamás nos habíamos esperado algo como lo que nos sucedió la semana pasada.

Habíamos acudido al club a una hora bastante temprana y estaba casi desierto, quizás debido a la retransmisión del partido de semifinales de la “Champions”. Nunca nos ha gustado demasiado el fútbol así que no le prestamos atención a ese detalle imaginado que no seríamos los únicos que preferíamos echar un polvo antes que ver un partido. Al entrar nos dimos cuenta con gran decepción de que nos habíamos equivocado por completo. Tan sólo había una mesa ocupada por un par de parejas que charlaban animadamente y que no tardaron en abandonar, no para meterse en la zona privada como pensamos, si no para pagar sus consumiciones y marcharse dejándonos a Raquel y a mí con la única compañía de la camarera que secaba copas distraídamente con un paño. Nos sentamos en la barra y pedimos una copa con la falsa esperanza de que el local se animara un poco más.

—¡Puto fútbol! —exclamó Raquel— ¡Con las ganas que tenía hoy de fiesta!

—Seguro que luego viene más gente —le dije.

Pero me volví a equivocar. Estaba visto que un día entre semana y con fútbol no era el mejor para follar. Habíamos tomado ya tres copas y de seguir así cuando apareciera alguien, si es que lo hacía, estaríamos ya borrachos.

—Será mejor que nos marchemos, Raquel. No creo que venga nadie.

—Esperemos un poquito más —me dijo con voz melosa—. Todavía es pronto ¿no?

Pedimos otra copa y nos sentamos a esperar la aparición de alguna pareja con ganas de pasarlo bien. Pero no vino nadie. La chica de la barra nos miraba con aire distraído y cara de aburrimiento. Nuestras consumiciones se estaban ya agotando y decidimos desistir y largarnos a casa, así que pagué a la chica y abandonamos el local con cierto abatimiento, ya que habíamos salido de casa con la idea de pasar un buen rato con otra pareja. En la entrada del local nos encontramos con dos hombres que hablaban con el portero. Al parecer estaban tratando de convencerle para que les dejara entrar a tomar una copa.

—Lo siento, caballeros —les decía el portero, un fornido hombre de cabeza rapada al cero vestido de traje y corbata—, pero esto es un club privado y no pueden acceder.

En realidad sí que podrían haber accedido, ya que estaba abierto a todo el público, pero sólo dejaban entrar a parejas, así que si acudía un grupo de dos hombres o mujeres o un hombre solo le negaban la entrada. Algunas veces incluso yendo en pareja el portero no dejaba pasar a alguien con la excusa de que el local ya estaba lleno, pero se debía más a cuestión de selección de clientela que de aforo. En ese tipo de negocio es imprescindible la discreción.

—Venga, hombre —trataba de convencerle uno de los hombres—, si sólo queremos tomar una copa.

—Le repito que no se puede pasar —contestó educadamente el portero.

—¿No podemos entrar ni siquiera a echar un vistazo? —insistía él.

Pasamos a su lado camino a la calle con la intención de parar un taxi para regresar a casa y al salir al exterior vimos que estaba lloviendo, así que nos quedamos en el vestíbulo esperando por si veíamos aparecer alguno. Los dos hombres continuaban intentando convencer al portero quien inmutable continuaba ofreciéndoles la misma tenaz negativa. Raquel se giró hacia ellos, los miró con descaro e interrumpió al que hablaba, un hombre alto y moreno de rostro atractivo.

—No os molestéis. Dentro no hay nada que ver, está muerto.

Se giró hacia ella y antes de responder nada sus ojos le dieron un minucioso repaso de arriba abajo. El otro hombre también la estudió con detenimiento sin ningún tipo de reserva ante mi presencia, devorándola con los ojos. Y cuando respondió, lo hizo sin apartar la vista del generoso escote.

—Pues si la reina de la fiesta se va ni nos molestamos en entrar.

—¿Fiesta? —preguntó Raquel quien evidentemente se había percatado de la descarada mirada de ambos—. Creedme, hay más ambiente aquí fuera que dentro.

—Entonces nos vamos —contestó el moreno sin dejar de sobar a mi mujer con su mirada de forma atrevida, más teniendo en cuenta que yo no me había separado de ella en ningún momento.

Le dio un último repaso y salieron a la calle. Les vimos correr hasta la entrada de un pub que había un poco más abajo, y tras una breve charla entre ellos se metieron dentro. Nos quedamos ahí plantados mirando la lluvia caer esperando la aparición de algún taxi.

—Joder, vaya repaso te dieron los dos. Te comieron con los ojos —le dije.

—Ya lo noté, ya. Me da que esos dos iban más salidos que yo.

Continuamos esperando un rato en silencio mientras una vaga idea comenzaba a formarse en mi cabeza.

—Raquel —le dije—, se me está ocurriendo una cosa que tal vez sea una locura.

—Dime, ¿qué es?

—Estaba pensando que cómo esto está tan vacío y no ve ni un solo taxi tal vez te apeteciera tomar una última copa en aquel pub de allí, ese donde se han metido aquellos dos salidos.

Raquel me miró sorprendida entendiendo en seguida lo que le estaba proponiendo.

—No creo que sea una buena idea, Javier.

—¿Por qué no? Si no hemos encontrado aquí lo que vinimos buscando tal vez debamos buscar en otro sitio. Podemos ir y tantear un poco a ver cómo reaccionan, y si nos parece bien podríamos ir a casa de Andrea y terminar la velada allá.

—¿En serio me estás proponiendo lo que estoy imaginando?

—Pues sí, Raquel. La verdad es que me disgusta tener que marcharme a casa sin haber podido hacer nada, y a ti se te nota en la cara que también. Tal vez no sea lo que pensábamos, pero no me digas que la idea no te excita. Podríamos entrar, tomar algo y ver cómo va la cosa. Por probar no vamos a perder nada, ¿no es cierto? Quizás a ellos no les apetezca, o tras hablar un rato con ellos decidamos que no nos apetece hacerlo. Entonces nos levantamos y nos vamos a casa. ¿Qué te parece?

—Por Dios Javier, ¿a cuantos hombres conoces a los que se ponga una tía delante ofreciéndoles sexo gratis y no les apetezca hacerlo? ¿No viste cómo me desnudaron con la mirada? A esos dos les digo algo y se tiran de cabeza a donde yo les diga, así que si quieres entrar ahí tenemos que tener muy claro lo que hacemos.

—Hagámoslo, Raquel. No es lo que tenía planeado para hoy, pero te aseguro que lo me menos me apetece ahora mismo es irme a casa. Y ahora que ya he comenzado a pensar en ello no voy a poder quitarme de la cabeza la idea. ¿O es que no te apetece tener a tres hombres para ti?

—Ya sabes que sí, Javier, pero no sé, no me acaba de convencer. Pero quizás tengas razón y por probar no perdamos nada. El calentón que traía al venir aquí ya se me pasó, pero la verdad es que me lo estás pintando tan bien que estoy comenzando a excitarme de nuevo. Hagamos una cosa. Entramos y tomamos una copa. Charlamos un rato con ellos y vemos cómo son. Que nos gustan lo suficiente como para meternos en la cama con ellos, bien, adelante. Que por lo que sea ni a mí ni a ti nos acaban de convencer, nos levantamos y nos largamos con viento fresco. En el momento que yo te diga “Vámonos”, o tú me lo digas a mí, nos marchamos.

—De acuerdo, Raquel. Venga, vamos.

Se agarró a mi brazo y nos encaminamos bajo la lluvia hacia las intermitentes luces de colores que iluminaban la entrada del pub. Nada más entrar nos dimos cuenta que estaba tan desierto como el local que acabábamos de abandonar. Los dos hombres estaban sentados a la barra observando cómo el barman servía sus copas, charlando animadamente entre ellos. Al fondo del local, débilmente iluminado, había una mesa de billar en la que una joven pareja estaba jugando. A parte de ellos no había nadie más. Los dos hombres se giraron al escuchar la puerta y se quedaron mirándonos con atención. El moreno le dijo algo al otro, quien le contestó algo sin dejar de mirarnos y soltando una risita. Nos dirigimos hacia la barra y nos colocamos a su lado, ellos a un lado, yo al otro y Raquel en el medio.

—Buenas noches —saludé—. Con este tiempo no circula ni un taxi libre por las calles.

El moreno me miró con afabilidad, una amplia sonrisa dibujándose en su rostro, mientras el otro hombre no apartaba los ojos de Raquel que se acababa de quitar el abrigo dejándolo sobre la barra.

—De todas maneras —añadí—, tampoco nos apetecía mucho ir a casa sin tomar otra copa. ¿Lo de siempre, Raquel?

—Sí, Javier, corto de ron —contestó ella levantando la vista y clavando los ojos con una amplia sonrisa en los del hombre que la miraba.

Pedí las consumiciones al barman quien las sirvió con gran diligencia, nada extraño teniendo en cuenta la escasa, casi nula, clientela. Eché un vistazo alrededor y luego, dirigiéndome al hombre moreno le dije:

—Poca gente hoy por aquí. Seguro que es por el partido. ¿No lo vieron?

—Vimos la primera parte en el hotel, pero preferimos salir a dar una vuelta por la ciudad.

—¿No son de aquí?

—No, estamos solo hasta mañana. Viajes de negocios, ya sabe. Por cierto, soy Carlos y él es Isidoro.

Nos dimos la mano y yo me presenté también. Parecían ambos bastante simpáticos y extrovertidos. Como muestra, todavía no nos habían servido las copas y ya sabía sus nombres. Carlos parecía ser el que llevaba la voz cantante e Isidora se dejaba llevar por él. Ambos rondarían la treintena, Carlos tal vez un poco más, y vestían de forma elegante con traje y corbata. Por la pinta que hacían debían ser comerciales de alguna gran empresa en una de esas reuniones que organizan anualmente para fijar objetivos.

—Yo soy Raquel, su mujer —dijo ella. Y ambos se acercaron a darle dos besos.

A Carlos se le veía muy seguro de sí mismo, un hombre de esos que transmiten fuerza y energía con sólo mirarlos. Alto, de espaldas anchas y apariencia de deportista, mandíbula fuerte y mentón prominente. Isidoro en cambio era de piel pálida, casi enfermiza diríase, flaco, de ojos hundidos y pómulos prominentes, aunque de rostro elegante y mirada profunda e inteligente.

Pronto comenzamos a charlar y Raquel y yo fuimos relajándonos un poco. Ambos venían desde Badajoz a un congreso que se organizaba en la ciudad sobre algo relacionado con los seguros. Se les veía afables y con ganas de charlar con alguien, cosa bastante comprensible teniendo en cuenta que se hallaban a cientos de quilómetros de sus casas en un lugar desconocido para ellos. Yo he pasado también muchas noches en hoteles por temas laborales y sé lo solo que puede uno llegar a sentirse. Yo me enfrasqué en una charla con Isidoro mirando de reojo a Carlos que charlaba animadamente con Raquel. Ella se rió de algo que le dijo y vi cómo él se agachaba hacia ella para decirle algo al oído mientras rodeaba su cintura con el brazo y la rozaba delicadamente. Estaba bastante claro que le atraía bastante, y al parecer a Raquel tampoco le disgustaba ya que no hizo ni el más mínimo intento para retirar su brazo. Carlos se giró hacia el barman y le pidió bebida para todos.

—¿Tomáis lo mismo de antes? —nos preguntó—. Esta ronda pago yo.

El alcohol estaba empezando a hacer ya sus efectos sobre mi organismo y tuve que ir al baño a vaciar la vejiga, una meada larga y placentera que me relajó. Cuando salí del aseo y a medida que me acercaba a la barra me percaté de cómo había cambiado ya la situación desde que habíamos entrado en el local. Raquel estaba sentada en el taburete y Carlos hablaba con ella su cuerpo prácticamente pegado al suyo. Mi mujer reía cualquier ocurrencia suya y aprovechaba también la más mínima ocasión para arrimarse a él e inclinarse ligeramente para ofrecerle una panorámica de su escote en un gesto mucho más calculado de lo que parecía a simple vista. Se había desabotonado un poco la blusa de tal forma que resultaba casi imposible no ver sus dos grandes tetas. Sentada en el taburete, apoyada lánguidamente contra la barra y con las piernas ligeramente abiertas transmitía a todo aquel que supiera leerlo un claro mensaje: “estoy disponible”. Al parecer Carlos había interpretado su actitud correctamente y la devoraba con la mirada. Al acercarme a la barra, Carlos me atrajo hacia él y me dijo:

—¡Pero qué golfo que eres, granuja! Ahora me estaba contando Raquel lo que hay en el club privado ese que no nos han dejado entrar.

Su mirada ardía de deseo y se veía que se moría de ganas de conocer más detalles del asunto. No sabía hasta qué punto le habría contado Raquel.

—Bueno, alguna vez hemos acudido a echar un vistazo—le contesté mirando a Raquel tratando de averiguar en su mirada hasta dónde le había contado o hasta donde estaba dispuesta a que yo contara. Ella me hizo un casi imperceptible movimiento afirmativo con la cabeza—. Lo peor que hay en un matrimonio —continué— es la rutina, y de vez en cuando nos gusta ir para variar un poco.

—Pues ahí dentro se deben pegar para quitártela —me dijo rodeándome con el brazo—, porque perdona que te lo diga pero tu mujer es una preciosidad —y atrayéndome hacia él me dijo confidencialmente—: ¿Y a ti no te importa verla con otro tío?

No me gusta mucho hablar con la gente sobre mi vida sexual, ni contar detalles de lo que me gusta o me deja de gustar, así que le contesté con un ligero encogimiento de hombros. Miré a Raquel y le hice una seña que ella comprendió perfectamente, ya que se incorporó y estiró los brazos como si los tuviera entumecidos de tal forma que sus pechos se marcaron claramente contra la blusa.

—¡Qué cansada estoy! Será mejor que nos marchemos ya, Javier —me dijo. Me volví a girar hacia Carlos que la contemplaba con la baba casi colgando de su barbilla y decidí coger el toro por los cuernos.

—Se me ocurre una idea —dije—. Podríamos ir a un piso que tenemos aquí cerca y tomar una última copa —e inclinándome hacia Carlos de forma exagerada para que Raquel lo viera le susurré al oído—: ¿Sabes que algunas veces le gusta hacérselo con más de uno?

No tengo palabras para explicar la cara que se le puso. Durante prácticamente todo el rato que habíamos estado allí Raquel no había dejado de utilizar sus armas de seducción para mantenerlo atrapado, pero dudo mucho que se esperara que fuera yo mismo el que prácticamente se la ofreciera en bandeja.

Raquel comprendió perfectamente lo que acababa de decirle, y echándose el abrigo por encima de los hombros se limitó a mostrar su sonrisa más sugerente y decir con una vocecita de lo más sensual:

—Venga, vámonos ya. No veo la hora de echarme en la cama.

Isidoro, que había permanecido durante todo el rato bastante callado fue el primero en levantarse y ponerse el abrigo. Carlos le imitó y pronto nos vimos los cuatro en la calle. Había dejado ya de llover y la noche se había quedado fresca. La calzada mojada relucía a la luz de las farolas como un lago a la luz de la luna llena. Nos dirigimos sin apenas hablar hacia la avenida que había una manzana más abajo y donde seguro que nos resultaría más fácil parar un taxi. El piso de Andrea no estaba muy lejos, pero sí lo suficientemente para que hacer todo el camino andando fuera una buena caminata, más a esas horas de la noche.

Hacía ya un año que veníamos utilizando el piso de Andrea para encuentros nocturnos. Como daba la casualidad que estaba relativamente cerca del club de intercambio, si alguna vez conocíamos a alguna pareja interesante y nos apetecía algo de intimidad íbamos hasta allí y pasábamos la noche. El piso estaba vacío, en espera de un contrato de alquiler que no llegaba nunca, y como Juan y Andrea no bajaban mucho a la ciudad nos habían dejado la llave para que de vez en cuando pasáramos a echarle un vistazo o que pudiésemos enseñarlo si había alguien interesado. Ellos sabían el uso que le dábamos de vez en cuando y no parecía importarles. A fin de cuentas era el mismo que le dábamos cuando bajaban ellos y nos reuníamos los cuatro.

No tardó en parar un taxi y nos montamos los cuatro, Raquel y Carlos conmigo en la parte trasera e Isidoro al lado del conductor. Durante el trayecto apenas hablamos. No dejé de apreciar que Carlos aprovechaba cualquier pequeño movimiento para rozar el cuerpo de Raquel, que iba encajada entre nosotros dos. A veces decía algo y acompañaba sus palabras con un movimiento de la mano que terminaba sobre el muslo de ella. Sentía la tensión que se respiraba en el taxi y me excitaba. Veía a Carlos nervioso, imaginando lo que podía ocurrir en el piso, tratando de dilucidar si iba a ocurrir lo que le habían dejado entrever mis palabras. A Raquel la veía excitada, cachonda, sabiendo perfectamente lo que iba a pasar y recreándose en ello. Isidoro no hablaba y nervioso miraba hacia el frente, concentrado en la ruta que seguía el taxi.

Finalmente llegamos y bajamos del taxi. Saqué la llave del bolsillo y abrí la puerta del vestíbulo.

—No cabremos todos en el ascensor —dije mirando a Raquel— Sube tú con Carlos y ahora subimos Isidoro y yo —vi a Carlos tragar saliva.

Se metieron y desaparecieron de nuestra vista. Y en esos momentos hubiese dado cualquier cosa por poder verlos, por tener una cámara de seguridad instalada en el habitáculo y ver en imágenes reales lo que mi imaginación trataba de plasmar. Más tarde le pregunté a Raquel qué había sucedido durante el viaje hasta el ático y me confesó que él la había besado en la boca de forma algo torpe y nerviosa.

El ascensor volvió a bajar, vacío, e Isidoro y yo entramos. Se cerró la puerta y comenzamos el ascenso.

—Ten cuidado con Carlos —me dijo él con cierta reserva.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté extrañado.

—Ha bebido bastante, y cuando lo hace se vuelve un poco loco.

—Yo lo encuentro perfectamente normal —contesté. Y tal vez ese hubiese debido ser el aviso de que no todo marchaba bien, pero en mi estado de excitación era incapaz de percibirlo. Lo único que veía era el buen momento que íbamos a pasar los cuatro. Me imaginaba ya los gemidos de Raquel al sentirse tan deseada por tres hombres, pensaba en quien iba a ser el primero en meterla, en quien se correría primero. Debí haber hecho caso a Isidoro en aquel momento, aunque tal vez ya hubiese sido demasiado tarde y lo que había de pasar estaba ya escrito. Posiblemente no hubiese podido pararlo ya, a las puertas del piso donde Carlos ya se imaginaba follándose a mi mujer. El caso es que no le hice caso y llegamos a la puerta.

Raquel había abierto ya y estaba en la cocina sacando unos vasos de tubo para servir unas bebidas. Dado el uso lúdico que le habíamos dado al lugar nos habíamos precavido para tener siempre lo necesario a fin de pasar el rato que pasábamos ahí lo mejor posible, así que además de toallas siempre teníamos también algo de bebidas y hielo en el congelador. Carlos estaba junto a ella en la cocina haciendo algo que al principio no distinguí hasta que entré. Sobre el mármol estaba preparando unas rayas de cocaína.

—Ven y métete una —me dijo sin apenas mirarme.

—No, gracias —le contesté—, y preferiría que tú tampoco lo hicieses.

Pero sin hacerme el más mínimo caso se inclinó y aspiró con fuerza mientras Isidoro permanecía tras él esperando su turno. No tengo nada en contra de las drogas. Cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que más le convenga siempre y cuando no dañe a nadie haciéndolo, y al igual que a mí no me gusta que nadie venga a decirme lo que he hacer en mi vida privada soy incapaz de decirle a nadie lo que ha de hacer con la suya. Pero cuando estoy en mi casa me gusta que se respeten mis normas.

—Joder, Carlos —le dije enfadado—, ya te he dicho que no me gusta eso aquí. Si quieres meterte, hazlo, pero no en esta casa.

Carlos me miró desafiante con ojos fríos y calculadores, evaluando hasta qué punto iba yo a llegar en mi negativa. Evidentemente, no quería irse y perder la clara oportunidad que ante él se ofrecía de acostarse con Raquel, con la que había estado tonteando descaradamente desde que nos presentamos.

—Vale, tío, perdona. No pasa nada, no lo vuelvo a hacer. Deja al menos que él use esta —dijo señalando primero con un movimiento de la cabeza a su compañero y luego hacia la raya que quedaba intacta. Antes de que pudiese decir o hacer nada Isidoro ya se había inclinado y metido. Eso no me gustaba. Me habían desafiado en mi propia casa y habían salido invictos. En ese momento fui consciente por primera vez del riesgo que estábamos corriendo al invitar a dos desconocidos a nuestra casa. Pero era mayor la excitación que sentía ante el encuentro sexual, así que todo atisbo de peligro se me olvidó cuando Carlos dijo:

—Desde el primer momento que vi a tu mujer supe que era una guarrilla —dijo dirigiéndose a mí pero sin apartar los ojos de Raquel, quien terminando de servir las copas repartió una a cada uno—. Estoy seguro de que en la cama tiene que ser una fiera.

Raquel sonrió y se dirigió hacia el salón, se quitó la chaqueta que llevaba y se sentó en el sofá.

—Ayúdame a quitarme las botas —le dijo a Carlos que la seguía sin quitarle ojo de encima—. Me están destrozando los pies.

Y levantó una pierna hasta colocar el pie a la altura de la cintura de Carlos quien agarró la bota con ambas manos y tiró hacia fuera. Repitió la misma operación con la otra bota y no pude dejar de advertir cómo cuando Raquel levantó la pierna él no apartaba la vista de su falda que con el movimiento se había deslizado hasta la mitad del muslo. Isidoro de mientras se había sentado al lado de Raquel observando la escena sin decir nada. Estaba claro que todos sabíamos a lo que habíamos ido, así que para no demorarlo más decidí ir directo al asunto.

—Me parece que Carlos se muere de ganas de verte las bragas, Raquel —le dije mirándola directamente a los ojos—. ¿Por qué no te las quitas para que las vea?

Y Raquel se incorporó y metiendo las manos bajo las faldas se bajó las bragas dejándolas caer a sus pies. Carlos tragó saliva. Veía brillar el sudor sobre su frente a pesar de que el piso estaba más bien frío. Isidoro, al otro lado de la mesa miraba boquiabierto a mi mujer preguntándose si era cierto lo que sus ojos estaban viendo. Raquel se agachó y recogió las bragas del suelo, y avanzando un paso hacia Carlos extendió el brazo hacia él.

—¿Las quieres? —le preguntó mirándole directamente a los ojos.

Carlos las miró embobado, luego la miró a ella, se giró hacia mí y me miró, se volvió a girar hacia ella y extendiendo la mano agarró la prenda con la punta de los dedos. Contempló las bragas durante unos largos segundos antes de lanzárselas a Isidoro quien las cogió al vuelo.

—Sabes que no son tus bragas lo que quiero —le dijo.

—¿Y entonces a qué esperas para venir a buscarlo? —le contestó ella— A Javier no le importa compartirme contigo —. Hizo una breve pausa y girándose hacia Isidoro añadió—: Y contigo.

Carlos avanzó un paso y la rodeó con los brazos antes de besarla. Sus manos descendieron con firmeza hacia su culo y se lo agarró con fuerza mientras hundía la lengua en la boca de mi mujer. Ella le apartó de un suave empujón y acercándose a mí me abrazó y me besó con fogosidad. Lentamente me fue arrastrando hacia el sofá y al llegar a él se dejó caer sobre el mullido cojín y sentándose al filo me atrajo hacia ella. Con lentitud comenzó a desabrocharme el pantalón, mirando mientras lo hacía hacia ambos lados, donde permanecían atónitos los dos hombres. Terminó de desabrocharme el pantalón y me lo bajó junto con el slip dejándome frente a ella con la polla medio empalmada a la altura de su cara, y sin perder ni un segundo me la agarró y comenzó a meneármela dándole lametazos de vez en cuando. Carlos e Isidoro nos contemplaban acariciándose sus respectivas pollas por encima del pantalón sin decir nada.

— ¿Es que no pensáis enseñármelas? —les preguntó Raquel con mirada lujuriosa.

Carlos fue el primero en reaccionar y se quitó toda la ropa hasta quedar completamente desnudo. Su cuerpo estaba bronceado y musculado, evidentemente en agotadoras sesiones de gimnasio. En ese momento, de frente ante mí no pude verlo, pero un enorme tatuaje de un dragón enroscado sobre sí mismo y mordiéndose la cola adornaba su espalda. Porque lo primero en lo que me fijé antes de que Raquel la tomara en su mano fue en su hermosa polla. Era una polla perfecta, grande y gruesa, aunque no lo suficientemente enorme como para asustar a ninguna mujer. Porque a pesar de lo que a muchos hombres les gusta fanfarronear sobre el tamaño de sus miembros, la verdad es que ellas, y lo digo por mi propia experiencia personal, no le dan tanta importancia al tamaño. En todo caso, al grosor, aunque evidentemente un grosor demasiado elevado puede llegar a suponer un problema de penetración, más si hablamos de sexo anal. Pero la de Carlos era una polla perfecta. No pude evitar compararla con uno de los consoladores que Raquel guarda en su cajón de noche, y es que casi podría haber servido de molde para aquel. Estaba ya tiesa y dura, el prepucio recogido hacia atrás mostrando un glande sonrosado y brillante sobre el que Raquel deslizó un dedo impregnado en saliva.

— Qué polla más hermosa tienes —le dijo, el deseo bailando en sus palabras.

De mientras, Isidoro había terminado de desnudarse y trataba de llamar la atención de Raquel blandiéndola como si fuese una cachiporra frente a mi extasiada mujer que en esos momentos sólo parecía tener ojos para la polla de Carlos, dejándome incluso a mí abandonado a mi aire, momento que aproveché yo también para desnudarme. Contemplé los vanos intentos de Isidoro y no pude evitar sonreírme ante la contemplación de aquel descarnado cuerpo que en comparación con el de su compañero parecía a medio hacer. Sobre la piel blanquecina destacaban sus costillas, y si Carlos podría haber servido como modelo en una clase de anotomía sobre musculatura, él podría haber hecho lo propio en una sobre el sistema óseo. Sus intentos por llamar su atención tuvieron éxito y Raquel se giró para agarrar aquella dura y afilada picha que blandían frente a ella, eso sí, sin soltar en ningún momento la de Carlos que permanecía de pie al otro lado con el rostro desencajado en una mueca de placer.

Aprovechando que tenía las dos manos ocupadas me planté frente a ella y le ofrecí mi propia verga, que ella lamió con maestría mientras masturbaba lentamente a aquellos dos hombres.

— Me encanta tu mujer, Javier —me dijo Carlos gruñendo de satisfacción—. Desde el primer momento que la vi me dieron ganas de follármela, aunque créeme que nunca pensé que fuera a ser contigo delante.

— En ese cajón de ahí —les dijo Raquel—, hay condones. Poneros uno y venid aquí. Y un bote de lubricante. Acercadlo. Y otra goma para él también —añadió mirándome a la cara.

Soltó sus dos vergas y ellos la obedecieron sin rechistar. Normalmente, cuando follo con ella lo hacemos sin condón, pero cuando participaba alguien más en nuestras fiestas siempre lo utilizábamos, además de por seguridad por si alguno de los participantes era tan estúpido como para quitarse el suyo al verme a mí hacerlo a pelo.

Mientras ellos rebuscaban en el cajón Raquel se levantó y me hizo sentar a mí en el sofá. Inmediatamente se arrodilló entre mis piernas y se tragó mi polla un par de veces antes de agarrarla y meneármela mientras me susurraba:

— Cariño, ahora quiero que me follen ellos mientras tú me la metes en el culo… ¿Qué te parece?

Pero antes de que pudiera responderle nada, Carlos, que había escuchado la petición de Raquel, se colocó a su lado y dándole el condón a ella le dijo con un tono bastante autoritario que no me gustó nada.

— Venga, va, pónselo ya de una puta vez que te voy a follar hasta que te duela el coño.

A Raquel pude ver que tampoco le gustó demasiado la forma de hablar y ordenar que tenía, pero estaba tan cachonda que cogió el condón y lo desenrolló sobre mi ardiente polla. Sin perder tiempo agarró el bote de lubricante y derramó una buena cantidad sobre el ahora enfundado glande y lo extendió con delicadeza a lo largo de toda mi verga. Yo la miraba extrañado ante tantas prisas, ya que normalmente siempre le gusta extenderse un poco con los preparativos a fin de elevar al máximo la tensión sexual.

— Vamos, zorra, termina ya de una vez —la apremia Carlos.

Estaba claro que tenía las mismas prisas que ella por dar rienda suelta a su líbido.

— Nada me gusta más que tener dos buenas pollas dentro —le animó Raquel— y si son como la tuya más aún.

Carlos resoplaba de impaciencia agarrándosela y meneándola. Se acercó a nosotros y colocando la enorme polla frente a la cara de Raquel le empujó la cabeza hacia ella.

— Venga, putita, chúpamela un poco antes de que te la meta y comiences a gritar —le dijo en el mismo tono de antes.

Casi le obligó a metérsela en la boca, aunque la verdad es que Raquel tal y como estaba no necesitaba demasiado para obedecer sin rechistar. Se la tragó hasta casi atragantarse y comenzó a hacerle una espectacular mamada. Y con la polla en la boca, sin sacarla en ningún momento, se fue incorporando lentamente hasta quedar de pie, la espalda arqueada a fin de no perder tan suculento manjar, chupando y chupando sin parar con tal destreza que Carlos gruñía ásperamente. Pasito a pasito Raquel comenzó a recular aproximándose hacia donde estaba yo sentado, y Carlos caminaba con ella siguiéndola paso tras paso con el único objeto de impedir que se sacara la polla de la boca.

Y cuando Raquel me alcanzó, yo junté las piernas y dio el último paso quedando flexionada con una pierna a cada lado de las mías. Y sin dejar de lamer aquella poderosa erección que llenaba su boca fue bajando su culo hasta quedar sentada sobre mis muslos. La agarré por las nalgas con fuerza y empujé hacia arriba de tal forma que ella se tuvo que incorporar un poco y ahora su culo estaba a escasos centímetros de mis piernas y de mi tiesa polla. Deslicé el dedo índice entre sus poderosas nalgas en busca del agujero de su culo, en donde entró sin problemas provocando un respingo por su parte. Normalmente me gusta jugar con el dedo en su culo, pero esa vez era también tanta mi urgencia que lo saqué y agarrándola por la cintura la obligué de nuevo a bajar su trasero, pero esta vez mientras con la otra mano sostenía mi ansiosa verga apuntándola hacia el deliciosos agujerito. Ella presionó con el culo hacia abajo mientras yo separaba sus nalgas con dedos de acero intentando que su ano se abriera al máximo, pero gracias al lubricante y a las numerosas sesiones de sexo anal que hemos tenido con anterioridad mi polla penetró sin ninguna resistencia.

Ella dejó escapar un gruñido, sin dejar de chupársela a Carlos que siguió el movimiento de la cabeza de Raquel como si su polla estuviera soldada a la boca y no pudiese separarse de ella. Isidoro, de mientras, relegado a un segundo plano por las prisas de su compañero, se masturbaba mirando estupefacto la pequeña orgía que ante sus ojos se ofrecía, todavía sin creer que le estuviese ocurriendo realmente a él.

En la posición en la que estaba Raquel le resultaba dificultoso moverse, por lo que se incorporó un poco echando la espalda hacia atrás hasta apoyarla contra mi pecho, pero al hacerlo se le salió la polla de la boca. Carlos gruñó disgustado al verse privado de la fabulosa mamada que le estaba haciendo, y nervioso la agarró del pelo y la obligó a volver a bajarse hacia la verga. Pero estaba incómoda en esa posición y no tardó demasiado en volver a incorporarse y echarse de espaldas contra mi pecho.

— Súbete al sofá —le dijo agarrándolo por el culo y acercándolo a ella.

CONTINUARÁ.....