Raquel y yo (25)

En donde Raquel se ofrece a un grupo de desconocidos mientras yo miro cómo uno a uno se la van follando.

Orgía en el parque (Segunda parte)

Al vernos aparecer tiró el cigarro al suelo y apagó la colilla con el talón. Se quedó mirándonos fijamente sin moverse y nosotros nos paramos bajo la tenue luz de la farola mirándolo a él, indecisos. Tras un largo momento de miradas cruzadas abandonó su posición y se giró dispuesto a marcharse, pero antes de dar un solo paso se volvió a girar y volvió a mirarnos. Raquel dio un par de pasos hacia él y con manos temblorosas abrió su abrigo y se acarició un pecho, esta vez con mejores resultados que en la anterior ocasión.

El desconocido dio un par de pasos más hasta situarse frente a Raquel y extendiendo un brazo le rozó el pecho con la punta de los dedos al mismo tiempo que me miraba a mí con extrañeza.

-Es mi marido -dijo Raquel adivinando el motivo de su desconcierto-. Quiere ver cómo me follan, por eso ha venido.

Y colocando su mano contra la mano del hombre la guió hacia su teta. El desconocido no opuso resistencia y sus dedos acariciaron la dura turgencia.

-Tienes unas tetas preciosas -le dijo con voz clara-. Espectaculares.

-¿Sí? ¿De verdad te gustan? -Le preguntó Raquel con voz melosa-. Ven aquí.

Y cogiéndolo de la mano lo guió hacia el banco en donde ella se sentó colocándose frente a él. Con dedos firmes comenzó a desabrocharle la bragueta y metiendo la mano por la abertura acarició su sexo en un movimiento lento. Y tras tocar durante un rato sacó la mano y le desabotonó el pantalón que cayó enrollado a sus pies. Acto seguido agarró su slip con ambas manos y lo bajó hasta que se unió en el suelo al caído pantalón. El hombre no dejaba de acariciar sus tetas, amasándolas entre sus dedos con delicadeza. Yo no podía dejar de mirarles a ambos. Veía el culo del hombre y la cara y las tetas de mi mujer. Sus ojos brillaban de deseo y se mordía el labio inferior con sensualidad mirando la polla del desconocido que quedaba a la altura de sus pechos.

Extendió la mano y cogiéndola con delicadeza empezó a acariciársela. Yo me situé a su lado para poder ver mejor todos sus movimientos. Todavía estaba floja aunque empezaba a mostrar ya signos de excitación, cada vez más evidentes gracias a los hábiles movimientos de la mano de Raquel. Tragando saliva y apretando los puños dentro de los bolsillos de mi pantalón vi cómo poco a poco aquello iba creciendo, irguiéndose, hinchándose. De vez en cuando Raquel la soltaba unos breves instantes para poder acariciarla con sus pechos, colocándola entre ellos y masajeándola. Otras veces la lamía con la punta de la lengua, un recorrido ascendente desde los huevos hasta el glande. Cuando se la lamía le miraba a la cara unos instantes y luego desviaba su mirada hacia mí, y yo se la mantenía incapaz de decir nada y sintiendo como también a mí me invadía un desmedido estado de excitación.

Raquel había bajado una de sus manos a su entrepierna y se acariciaba descaradamente el sexo por encima de sus bragas sin dejar de mover la otra mano a lo largo de la hinchada verga. El desconocido la miraba con deseo y de vez en cuando me lanzaba una mirada de reojo sin llegar a mirarme nunca directamente.

-Si quieres follarme ya tienes que ponerte un condón -le dijo lacónicamente mi mujer sin dejar de meneársela.

El hombre se apartó de ella y agachándose rebuscó en el bolsillo de su pantalón de donde extrajo un preservativo. Se lo dio a Raquel diciéndole:

-Toma, pónmelo tú. De verdad, me encantan tus tetas.

Y Raquel, cogiendo el condón le dijo:

-Pues si tanto te gustan, cuando te corras puedes hacerlo sobre ellas -Y con hábiles dedos rasgó el envoltorio, colocó el preservativo sobre la punta de la polla y lo desenrolló hasta la base. Acto seguido, se levantó del banco y se giró hasta darle la espalda, se reclinó sobre el asiento apoyando las manos contra el respaldo y separando las piernas meneó el culo en círculos.

En esos momentos yo me sentía ya a punto de reventar. Durante unos instantes estuve tentado de apartar a ese afortunado desconocido y ocupar su lugar. De bajarme los pantalones y metérsela a Raquel, de follármela con furia como un verdadero animal hasta acabar corriéndome dentro de ella y terminar con esa tensión que me mantenía apenas sin respiración. Y si ese hombre hubiese tardado un solo segundo más juro que no habría sido capaz de contenerme ante la visión de su apretado culo. Pero él, lanzándome una mirada tal vez de piedad, ocupó el ansiado puesto y agarrándola con fuerza por la cintura colocó su polla entre sus muslos.

Por el gemido que emitió Raquel supe que acababa de penetrarla, en un movimiento suave. El hombre se agarró con fuerza a sus caderas y quedándose quieto lanzó un ahogado gemido de placer. Sin moverse, se soltó e inclinándose hacia delante hasta apoyar su pecho contra la espalda de Raquel la abrazó y cogió una teta en cada mano. Sus labios buscaron el cuello, que mordisqueó con lujuria mientras ella emitía pequeños gemidos cada vez que sentía sus dientes hundiéndose en su carne.

Entonces comenzó a moverse lentamente apretándose con fuerza contra Raquel y sin dejar de manosear sus tetas que colgaban fuera del sujetador. Tras un par de movimientos, él se apartó de ella y la sacó de su interior.

-Espera un momento -le dijo, su polla brillando a la débil luz del farol, erguida como una espada en combate-. Quítate las bragas.

Y antes de que ella pudiera hacer ningún movimiento las agarró por el elástico y las deslizó hacia abajo por los rollizos muslos que temblaban de excitación. Cayeron a sus pies y con un sensual movimiento de su pie las apartó hacia un lado. Se agarró con ambas manos al respaldo del banco y colocó las rodillas al filo del asiento de tal forma que ahora sus pies, enfundados en un sobrio zapato de medio tacón, ya no tocaban el suelo. Se giró y mirándome a mí aunque hablándole a él dijo:

-Venga, termina lo que empezaste. Métemela y fóllame.

El desconocido, tan ansioso como ella de terminar con eso ocupó de nuevo su puesto y la volvió a penetrar, esta vez con más fuerza y menos delicadeza. Empezó a moverse, a follarse a mi mujer ignorando por completo mi presencia, como si yo no fuera más que parte del mobiliario urbano del parque. Y yo ahí plantado mirándolos joder como auténticos animales sentía las piernas temblar y un nudo que atenazaba mi estómago y que apenas me permitía respirar. Mis pantalones ocultaban una tremenda erección que me escocía, y había de hacer un gran esfuerzo para no tocarme la dura polla, para no sacármela de la bragueta y masturbarme mientras veía a Raquel follar, mientras la oía gemir.

Ahora se movían con cierta violencia, como si tuviesen prisa por acabar aunque sabía que si lo hacían Raquel se sentiría decepcionada. Un polvo rápido de un solo hombre no era lo que ella había planeado. ¿Podría ser que no acudiera nadie más a la cita? ¿Que este desconocido fuese el único? Ajeno a mis pensamientos el hombre continuaba empujando, arremetiendo contra las nalgas de mi mujer una y otra vez a la par que gruñía aferrándose con firmeza a sus caderas. De repente se detuvo y se quedó en silencio. Miró hacia un lado y se quedó en esa posición durante unos segundos, como un animal al acecho de su presa, escrutando la oscuridad. Miré en la misma dirección y advertí tres sombras que se aproximaban armado un gran alboroto. Había estado tan absorto contemplando a Raquel que no me había percatado del ruido que producían al aproximarse.

El hombre, tras echar un rápido vistazo a los tres nuevos desconocidos reinició el ataque al coño de Raquel si cabe con más furia que antes mientras ella gemía descontrolada clavando sus ojos en los míos. No apartó su mirada de la mía hasta que el grupo de tres desconocidos se situó a su lado, momento que aprovechó para girarse y lanzarles, estoy seguro de ello, una seductora sonrisa.

—Joder, joder, joder, qué fuerte —decía uno de ellos, el que parecía más joven de los tres—. ¿Habéis visto? El muy cabrón se la está cepillando y este pavo ahí mirando como si nada.

—Es mi marido —intervino Raquel—. Solo quiere ver cómo me folláis.

—¡Qué fuerte, qué fuerte! —repetía sin cesar el muchacho.

—Tranquilo, Tete —le dijo uno de sus compañeros—, que cuando este tío termine te la follarás tú.

Les lancé una mirada llena de rabia, mordiéndome el labio inferior hasta casi hacerme sangre. Eran tres chavales; el mayor de ellos apenas debía sobrepasar los veinte y por edad cualquiera de ellos podría haber sido hijo de Raquel y no sabía si yo estaba preparado para ver cómo tres niñatos se zumbaban a mi mujer. Pero ella sí que parecía dispuesta a hacerlo ya que entre jadeos les dijo:

—Venga, chavales, sacad vuestras pollas que las vea.

—Joder qué pasada —continuaba repitiendo asombrado el más joven babeando al ver las tetas bamboleantes de Raquel.

—Ya te lo dije, Tete —le contestó uno de los otros, un chico con el pelo engominado y una oreja llena de piercings mientras se bajaba los pantalones y los calzoncillos—, follarse a una de estas es mucho mejor que irse de putas. ¿No ves que no lo hacen por dinero si no por vicio? Y además nos sale gratis. —y soltó una tremenda carcajada.

Los otros dos se bajaron también los pantalones y sacaron sus blandas pollas. Se acercaron a Raquel y comenzaron a rondarla sobándole y manoseándole las tetas como si no fuese más que un trozo de carne. Ella gemía, no sé si como efecto de sus tocamientos o de las violentas arremetidas con que embestía el hombre desde atrás, gruñendo como un animal enjaulado aferrándose con fuerza a su cintura. A juzgar por sus movimientos parecía estar a punto de terminar su faena y Raquel dándose cuenta movía su culo en círculos.

—Venga, iros preparando —les dijo a los recién llegados—, que cuando éste termine uno de vosotros va a ocupar su lugar.

El chaval al que habían llamado Tete se agitó nervioso mirando a sus compañeros, toqueteándose la polla que parecía no reaccionar y colgaba inerte entre sus piernas.

—Venga, tío —le recriminaron— ¿tan ciego vas ya que no se te pone dura? Si no te espabilas me la tiro yo.

El muchacho, temeroso de perder su oportunidad se plantó frente a Raquel y cogiéndola por la cabeza le dijo tímidamente:

—Chúpamela, guarra.

—Tranquilo, chico —le contestó Raquel— que sin condón no se la chupo a nadie, ¿entendido? Si no se te va poner dura ya te puedes ir largando de aquí.

Pero lejos de apartarlo o rechazarlo cogió su fláccida polla entre sus dedos y comenzó a acariciarla.

—Así, así —coreaban sus amigos entre carcajadas—, hazle una pajilla a ver si se le pone dura.

De repente, el hombre que continuaba arremetiendo con fuerza se detuvo y de forma apresurada se apartó de ella. Con evidente urgencia se movió, apartando de un ligero empujón a uno de los chavales hasta colocarse al lado de Raquel.

—Rápido, rápido, siéntate aquí —le dijo con voz trémula.

Ella le obedeció y se sentó al borde del banco. Él se quitó el condón y comenzó a masturbarse sobre las tetas de Raquel, que con las piernas abiertas se acariciaba el coño metiéndose un dedo mientras veía cómo él se pajeaba. Y lanzando un ahogado gemido él comenzó a correrse sobre sus tetas que pronto quedaron impregnadas de un viscoso blanco que resbalaba sobre la sudorosa piel y goteaba al suelo. Los tres muchachos observaban boquiabiertos el espectáculo, al igual que lo hacía yo al mismo tiempo que hacía un sobrehumano esfuerzo para no tocar mi polla que parecía a punto de reventar. Raquel, recibiendo aquella ducha de semen y sin dejar de mirarme ni un solo segundo aceleró el movimiento de la mano sobre su sexo hasta estallar ella misma en un agudo grito de placer que hizo temblar todo su cuerpo y que sus piernas se cerraran aprisionando la mano en la tibia humedad de su entrepierna.

Mientras, uno de los chavales había conseguido empalmar, y sacando un condón del bolsillo de su pantalón lo desenrolló con soltura sobre su alargada polla

—Lo siento tío —dijo mirando a su compañero—, pero si no se te pone dura…

El hombre restregó las gotas de semen que le colgaban del capullo sobre los pechos y sin decir nada se subió los calzoncillos y los pantalones, se limpió la punta de la verga con un pañuelo que sacó del bolsillo, y guardándosela se alejó de nosotros sin decir nada.

Raquel todavía respiraba agitadamente recuperándose de un brutal orgasmo cuando el chico del condón se colocó frente a ella y se arrodilló en el suelo.

—Venga, tía, separa las piernas que te vas a enterar de lo que es una buena follada.

Raquel le obedeció y separó sus muslos. Sus labios se abrieron mostrando el enrojecido interior de su sexo. Antes de salir de casa se había afeitado el coño sin dejar ni un solo pelo y ahora destacaba contra la blancura de su piel como una herida sangrante. El chaval, ansioso por meterla no se detuvo ni un solo instante en admirar aquel excitante espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Se adelantó un poco hasta situarse entre sus muslos y tapándome la visión de su coño hundió la polla en él en un nervioso movimiento.

—Te gusta mi polla, ¿verdad, zorra? —le dijo. Al parecer el chaval se sentía muy orgulloso de ella y a decir verdad, por lo que había visto el chico calzaba una buena tranca, larga aunque no demasiado gruesa.

Comenzó a menearse entre sus piernas con cierta brusquedad, arremetiendo con fuerza contra el coño y agarrándose a las bamboleantes tetas, todavía húmedas y pringosas del semen del otro hombre, que oscilaban de lado a lado en cada acometida.

—Te gusta cómo te follo ¿eh? —le decía mientras se movía. Y es que al parecer no sólo se sentía orgulloso de su verga sino de su forma de usarla. Era increíble ver a aquel hombre al que Raquel casi doblaba en edad pavoneándose de lo bien que follaba. Aunque lo realmente increíble es que yo asistiera a todo aquel espectáculo como si Raquel fuese tan desconocida para mí como aquellos tres chavales. Me había convertido en un simple espectador de esa descontrolada orgía de sexo y ya no la veía a ella como mi mujer sino como a una actriz más de esa representación de película porno. Me había distanciado emocionalmente lo suficiente como para transformar el dolor de verla con otros hombres en una inmensa fuente de placer. Mis ojos ya no la veían a ella. Tan sólo veían a una descontrolada mujer madura que desnuda sobre un banco follaba como si le fuese la vida en ello con un hombre mientras otros dos aguardaban su turno.

Y Raquel a su vez había asumido también su papel de actriz principal del espectáculo y se movía sobre el banco como una estrella del porno, gimiendo exageradamente tal y como hacen en las películas y sin dejar de hablar.

—Sí, sí, así… —gemía entre suspiros—. Métemela hasta el fondo, fóllame, fóllame.

O bien se dirigía a los otros dos espectadores y les animaba a acercarse a ella.

—Acercaos, dadme vuestras pollas… mostradme lo duras que las tenéis…

Porque los dos chavales que antes habían mostrado esos pingajos de carne entre las piernas lucían ahora unas tiesas pollas a las que Raquel se aferró, una en cada en mano. Y asida de esa manera continuó recibiendo estocada tras estocada. El chico que se agitaba entre sus piernas se movía ahora de forma brutal, evidentemente alcanzando ya su límite, y arremetía con tal fuerza que el banco temblaba amenazando romperse a cada nueva embestida.

El joven cesó de moverse, todo su cuerpo temblando, y lanzando un potente rugido se corrió. Sus gritos resonaron con fuerza en el silencio de la noche. Dio un par de poderosas embestidas más y jadeando agitadamente sacó la enfundada polla del coño de mi mujer y apoyándose sobre el borde del banco se incorporó sobre sus temblorosas piernas.

—Joder, qué bien folla la muy guarra… Venga Tete, tíratela tú ahora, que te va a exprimir la polla hasta dejártela seca. Menuda marcha lleva la vieja.

El llamado Tete se movió presuroso corriendo a ocupar su lugar entre las piernas de Raquel quien lo acogió entre ellas casi con la misma urgencia. Lo rodeó con ellas y restregó su depilado coño contra la dura verga.

—Venga, chico, ponte el condón y métemela ya…

Rebuscó nervioso en el bolsillo del caído pantalón y extrajo el preservativo que colocó con cierta torpeza sobre su polla. Acto seguido, se colocó en posición y deslizó la plastificada verga en el interior de Raquel, quien emitió un excitante gemido de placer.

El chaval que acababa de correrse se había quitado el condón y lo mostraba a Raquel balanceándolo sobre sus tetas. Y sin decir nada, lo agarró por la punta y le dio la vuelta derramando el contenido sobre el agitado pecho de Raquel, quien lo recibió como si fuese la cosa más placentera que hubiese recibido nunca. El otro muchacho se había también enfundado la polla con un condón y se había puesto de pie en el banco junto a mi mujer. Flexionó ligeramente las rodillas y con un leve empujón sobre la cabeza de Raquel le dijo:

—Espero que te guste el sabor a goma, porque me la vas a chupar ahora mismo.

Y Raquel, sin tan siquiera mirarle o decirle nada le atrajo hacia ella y engulló la reluciente polla como si llevara una semana sin comer y ese fuera su único alimento. El joven gimió de gusto al sentir como esos labios se tragaban su palpitante erección y ver como la cabeza de Raquel comenzaba un oscilante movimiento de adelante hacia detrás. Yo estaba tan concentrado viendo cómo se la follaban que ni tan siquiera me había dado cuenta que dos nuevos espectadores se habían unido al pequeño grupo que formábamos. Fue Raquel la que me hizo advertir su presencia al sacarse la polla de la boca y decir con voz entrecortada antes de volver a engullirla con voracidad:

—Este es mi marido y ha venido a ver cómo me folláis.

A partir de ese momento mis recuerdos se tornan confusos y pierdo el hilo de todo lo que sucedió a continuación. Soy incapaz de decir con seguridad quien fue el primero el correrse o el siguiente en follársela. Soy incluso incapaz de asegurar cuántos hombres pasaron aquella noche por ahí. De lo único que soy consciente es de mi propia excitación, punzante y dolorosa hasta tal punto que me proporcionaba una extraña y nueva sensación de placer que nunca jamás había sentido antes. Ya había asistido otras veces al espectáculo de mi mujer follando con otros hombres, pero nunca había llegado al extremo de verlo sin participar yo mismo en él o sin masturbarme mientras lo veía. Y he de reconocer, cosa que antes de esa noche habría sido incapaz de hacer, que a pesar de que me dolía la polla debido a la excesiva y constante erección, el enorme placer que había sentido no se podía comparar a nada que hubiese sentido antes. Era algo indescriptible, como si el hecho de haberlo visto todo sin tan solo rozarme la polla hubiese multiplicado mis sensaciones por mil.

El caso es que cuando todo terminó nos quedamos solos en la plaza del parque. Habían transcurrido casi tres horas desde que habíamos aparcado en el parking, tres horas en las que Raquel no había dejado de follar ni un solo momento. Se quedó tirada en el banco completamente desnuda, su piel pringosa de semen y sudor. Apenas podía moverse, su cuerpo dolorido tras esa maratoniana sesión de sexo. Sin decir nada recogí su sujetador del suelo. Estaba roto. Al parecer en algún momento de la noche alguien se lo había arrancado y tenía el cierre completamente desgarrado. Las bragas habían desaparecido y posiblemente estuvieran en esos momentos en el bolsillo de alguno de los que por ahí habían pasado a modo de trofeo. El abrigo estaba hecho un lío en el suelo a unos metros de distancia, pisoteado y manchado de tierra.

Ayudé a Raquel a ponerse en pie. Ella se apoyó en mí sin decirme nada y dejó que le echara por encima el sucio abrigo. La verdad es que el aspecto que ofrecía era penoso: despeinada, con todo el maquillaje deshecho, vestida tan solo con un abrigo sucio y arrugado que parecía recién sacado de un contenedor de la basura, moviéndose con pasos lentos y patosos. Con dificultad se agachó y recogió uno de los numerosos condones que había a nuestro alrededor.

—¿Pero qué haces? —le dije asombrado.

—Recoger todo esto —me dijo—. Mañana este parque se llenará de niños y no quiero que se encuentren todo esto.

—Es verdad, tienes razón. Pero deja que te ayude, si casi no puedes ni moverte.

—Ni hablar —me contestó—. Sólo faltaría eso. Tú ya has hecho bastante estando aquí y cumpliendo mis deseos. Sería pasarme si encima te pidiera que recogieras los condones de los que han estado conmigo. Eso es cosa mía.

Así que me senté en el banco y observé sufriendo cómo a duras penas se agachaba para recoger uno a uno los preservativos esparcidos alrededor del mismo. Y puedo afirmar sin temor a equivocarme que repitió la misma operación no menos de quince veces. A medida que los iba recogiendo los iba colocando en el interior de una bolsa de plástico que no sé muy bien de dónde había sacado, y cuando terminó su tarea la cerró e hizo un nudo. Se acercó a mí de nuevo, la bolsa goteando en su mano, y agarrándome del brazo me dijo:

—Venga, cariño, vámonos a casa.

Bajamos poco a poco, ella apoyada en mí y caminando como un pato mareado hasta llegar el coche. Afortunadamente el parque estaba desierto y no nos cruzamos con nadie en nuestro camino de regreso. Ayudé a Raquel a sentarse en el coche y conduje hacia casa mirándola de reojo de vez en cuando.

—Tenías razón, Raquel.

Se giró hacia mí y me miró con curiosidad unos breves segundos antes de preguntarme.

—¿En qué?

—En que me resultaría mucho más excitante de lo que me imaginaba. Ha sido algo bestial.

—Sí. Ha sido bestial.

No cruzamos más palabras hasta llegar a casa. Lo primero que hizo nada más llegar fue llenar la bañera de agua caliente y sumergirse en ella. Se dio un largo baño y cuando salió había recuperado la mayor parte de su aspecto normal, sin rastro alguno de los excesos que había vivido hacía apenas unas pocas horas a excepción de su andar dolorido. Nos metimos en la cama y me arrimé a ella dispuesto a obtener lo que me había sido negado en el parque, pero ella me rechazó cariñosamente.

—Ahora no, cariño. Tengo el chocho tan escocido que no creo que pueda entrar nada por ahí durante unos cuantos días.

Y como compensación, me hizo una mamada espectacular. Y mientras me corría en su boca iban pasando por mi mente las caras de gozo de todos aquellos que esa noche se la habían tirado. Cuando me dormí abrazado a ella estoy absolutamente seguro de que una beatífica sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi cara.