Raquel y yo (23)
Orgía en el parque: Raquel, tras obligarme a ver cómo se la follaban dos hombres me convence para ir a un parque y ver cómo se ofrece a quien quiera disfrutar de ella.
Orgía en el parque (Primera parte)
Continuación del relato de mis aventuras con Raquel, mi mujer. Sé que hace mucho tiempo que no había escrito nada, pero lamentablemente no siempre se puede disponer del tiempo necesario. Retomo la historia en el momento en el que la dejé, es decir, justo la noche en la que Wolfgang y Juan se acostaron con ella mientras yo miraba todo sentado en una silla.
Sin poder disimular cierto rubor que teñía su rostro de un delicado color rojo cereza, Raquel, mirándome tímidamente a los ojos me dijo apenas en un susurro.
—Cariño, quiero que volvamos a hacerlo.
Yo la miré sorprendido no por su petición si no por su recatada forma de pedirlo. Era como si no fuese la misma mujer que hacía apenas unas horas había gritado como poseída por el mismísimo diablo mientras follaba conmigo y con dos hombres más. Ella advirtió mi asombro y azorada me contestó.
—¿Qué pasa, Javier? ¿Es que no comprendes que aunque me haya gustado me da vergüenza hablar de ello?
—Coño, Raquel, que no es la primera vez que lo hacíamos —le contesté aunque había de admitir que era un tema con el cual tampoco yo me sentía demasiado cómodo tratándolo abiertamente. Era como si hubiésemos de mantener una fachada de falsa decencia en lo que hacíamos a fin de protegernos de quien sabe qué.
—Sí, es verdad, pero lo que sentí hoy no lo había sentido en la vida. Quiero que volvamos a hacerlo. Nunca pensé que estar con dos hombres en la cama me excitara tanto y que….
—Tres. Yo también estaba Raquel. Tres hombres —la interrumpí con sequedad ante la omisión.
—Sí, tú también estabas, y me gustó. Pero lo que quería decirte es que lo que más me ha excitado ha sido estar con dos hombres mientras tú mirabas.
—Tampoco me diste muchas opciones que digamos —le contesté recordando cómo me había esposado a la butaca y obligado a contemplar cómo se la follaban.
—Era la única forma que tenía de hacerlo. ¿O es que habrías sido capaz de verlo sin participar?
—Posiblemente no —hube de admitir.
—Bueno, el caso es que deseo volver a hacerlo. Quiero sentir de nuevo la misma excitación que hoy me ha transformado de esta manera. No sé cómo explicártelo, pero sentir tu mirada mientras me follaban era mucho mejor que lo que me hacían. Era como si,… no sé,… me hacía sentir como la protagonista de una película pornográfica. Me hicisteis sentir como la estrella del espectáculo, el personaje principal, no sé si me entiendes…
—Creo que sí. Se desató tu vena exhibicionista.
—Eso es. Disfruté exhibiéndome para ti e imaginaba que precisamente eso es lo que deben sentir las actrices porno. Me sentí como una pornostar. Y me gustó. Mucho más de lo que me pensaba.
—Imagino que sería parecido algo parecido a lo de los carnavales de Madrid, ¿no?
—No exactamente —respondió evidentemente avergonzada al recordar la forma en la que se comportó en aquella fiesta—. En Madrid era diferente. Tú estabas allí pero permanecías en un segundo plano, eras un mero espectador. Te aseguro que entonces apenas pensé en ti con todo lo que me rodeaba. En cambio hoy, tú eras el espectador principal. Sin ti no había espectáculo. Digamos que la función estaba escrita exclusivamente para ti.
—¿Y qué es lo que quieres ahora exactamente? —le pregunté. Y volviendo a ruborizarse esta vez de forma algo más intensa me respondió sin la indecisión que mostraba su mirada.
—Quiero volver a follar con otros mientras tú miras.
—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Me estás diciendo que quieres convertirme en un mero espectador de tus escarceos amorosos.
—Si quieres verlo así… Pero me gustaría mucho hacerlo. Y piensa que el hecho de que lo repitamos no significa que no podamos llevar una vida como la que hemos llevado hasta ahora. Simplemente que necesito volver a sentir esa sensación de nuevo.
—A ver si te entiendo. Quieres acostarte con otros tíos frente a mí para satisfacer tus instintos exhibicionistas, cosa que ya hemos hecho con anterioridad. ¿O es que no recuerdas cómo te folló Fran? ¿O Wolfgang en el club de intercambio?
—Pero aquello fue diferente ¿es que no lo entiendes? Claro que aquello me encantó y que volvería a repetirlo de nuevo. Pero necesito que tú no participes.
—¿Cómo? Eso es muy fuerte, Raquel. Cuando empezamos con todas estas historias lo hicimos juntos, y juntos hemos de continuar. Es como si me quisieras quitar de en medio… ¿es eso? ¿te molesto en tus fantasías?
—No, al contrario. Tú eres mi fantasía. Míralo de otra manera. Follaría solo para ti. Un espectáculo pornográfico solo para tus ojos. ¿No te excita eso? Ver cómo un desconocido se tira a tu mujer frente a ti…
—Dime —la interrumpí—, ¿a ti te gustaría verme follando con otra tía sin poder hacer nada?
—Pues claro que sí. Ya lo he hecho. ¿O no recuerdas cuando te tiraste a Andrea junto a su marido? Aquel día yo me limité a grabarlo todo y si te he de ser sincera creo que fue eso lo que hizo surgir mi vena exhibicionista. Me excitó tanto verte sin poder tocarte que me hizo desear estar al otro lado de la cámara y convertirte a ti en espectador. Y ahora que lo he hecho quiero continuar sintiéndome así de bien. Quiero que me veas con otros hombres. Me da lo mismo cómo sean, si jóvenes o mayores, si gordos o flacos. Porque me hagan lo que me hagan me van a proporcionar el placer de verte a mi lado mirándome con deseo.
—Y si acepto tu proposición, ¿quién elegiría a los candidatos?
—¿Qué más da si van a ser completos desconocidos?
—Y cómo piensas hacerlo… ¿plantarte en la calle y preguntarle al primero que pase si quiere acostarse contigo?
—No seas cínico, Javier. Sabes que hay formas de hacerlo. Hay lugares en los que la gente se reúne para tener sexo sin compromiso. Quedan por internet un día y una hora en un lugar concreto y todo aquel que acude es fácil que acabe follando… ¿o es que nunca has oído hablar del cruising?
—Es decir, que quieres ir a un parque por la noche y que te follen todos los que se presenten, ¿no es eso?
—Y que tú estés conmigo, no lo olvides. Quiero hacerlo para ti. Quiero que todos te tengan envidia por tener una mujer tan puta a tu disposición. ¿O es que no has visto por internet la cantidad de tíos que desean ver a sus mujeres haciéndolos cornudos consentidos? Yo te ofrezco eso: quiero hacerte el más cornudo de los maridos, pero solo con tu consentimiento. ¿Qué me dices? ¿Aceptas o no?
Me quedé en silencio asombrado de con qué habilidad había Raquel llevado el tema hasta llegar al punto de verme obligado a tener que tomar una decisión de forma inmediata. Ella siempre ha sabido sacar de mí lo que quiere encaminando la conversación hacia el tema que le interesa y convirtiendo una simple idea en una ineludible necesidad con una pasmosa facilidad. Y curiosamente, casi siempre la decisión final adoptada coincide con las expectativas que ella había puesto en el inicio. Esta vez no fue diferente y me sorprendí diciéndole con un cierto titubeo mientras sentía cómo se me formaba un nudo en la boca del estómago.
—Está bien, Raquel. Acepto el trato. Dejaré que me hagas cornudo consentido como tú le llamas una sola vez, y si veo que no me gusta lo dejamos correr y volvemos a lo que hemos estado haciendo hasta ahora.
—Claro que sí cielo —me dijo rodeándome en un fuerte abrazo y con una gran sonrisa dibujándose es su boca—. Sabes que eres mi vida y que no quiero hacerte daño. Todo lo que hagamos lo haremos juntos.
—Bueno, menos mientras te acuestes con otros —le dije sonriendo.
—Qué tonto eres —se quedó callada un breve instante antes de soltarme con la más cándida de sus sonrisas—: ¿Qué te parece este sábado para probar? Puedo organizar una quedada para este mismo fin de semana.
Me quedé boquiabierto mirándola con asombro.
—¿Cuánto tiempo llevas organizando esto, Raquel?
—Bueno, ya sabes —me respondió con pícara mirada—, es muy fácil organizar cosas así por internet si sabes dónde hacerlo.
—Y evidentemente tú sabes muy bien donde hacerlo, ¿no es cierto? Qué jodida manipuladora eres. Y sin embargo te quiero con locura.
—Más te vale —me respondió con dulzura antes de darme un beso.
El sábado amaneció lluvioso, un día triste y gris como un mal presagio de lo que iba a suceder por la noche. Raquel lo había organizado todo a través de un portal de internet dedicado al tema del “cruising” el cual al parecer había venido siguiendo durante una temporada. Simplemente había dejado un mensaje diciendo que el día tal a tal hora estaría en tal sitio dispuesta a ofrecer sexo a quien quisiera y en pocas horas tenía ya decenas de mensajes asegurando que ahí estarían.
—Esperemos que deje de llover —dijo mirando a través de la ventana la pesada lluvia que caía—. Con este tiempo no dan ganas de follar, y menos si hay que hacerlo en el exterior.
Yo no dije nada y me quedé mirando la lluvia mientras me decía que tal vez no fuera tan malo que se mantuviera así durante todo el día. Pero a medida que pasaban las horas y la lluvia no cesaba me descubrí maldiciendo el tiempo y esperando que descargaran hasta la última gota de agua las nubes que cubrían la ciudad. ¿Era posible que realmente deseara ir con Raquel a esa cita nocturna? Bullían en mi interior sentimientos tan contradictorios que me mantenían en tal estado de nerviosismo que era incapaz de permanecer más de unos pocos segundos quieto en un mismo lugar. A pesar de que nunca he sido especialmente celoso sentía nacer en mí una terrible consternación al pensar en lo que mi mujer iba a hacer. Quien haya seguido el hilo de mi historia con Raquel tal vez no comprenda demasiado bien mi estado de ánimo en esa lluviosa tarde de sábado y se diga a sí mismo que a fin de cuentas no iba a ser la primera vez en la que viera a mi mujer con otros hombres. Es cierto, no iba a ser la primera, pero a diferencia de las otras veces hoy iba convertirme en un simple espectador. En las anteriores ocasiones había sido un juego en el que ambos participábamos y esta vez iba a jugar ella sola, iba a relegarme a un segundo plano mientras ella disfrutaba. Y pensar en ello me producía un amargo ataque de celos que me hacía enloquecer.
Pero al mismo tiempo sentía una extraña excitación al imaginar a Raquel siendo poseída por completos desconocidos como una vulgar ramera. Y para ser sinceros he de reconocer que lo que más me excitaba era el hecho de que fueran personas a las que ninguno de los dos conocíamos. Y en esta lucha interior estaba cuando dejó de llover y las nubes desaparecieron arrastradas por el viento dejando una soleada tarde de primavera.
—Ya no llueve –dijo Raquel lacónicamente asomándose a la ventana y sin añadir nada más, quizás intuyendo el conflicto interno que se desarrollaba en mi mente.
—No. Parece que se ha quedado despejado —le respondí yo. Parecíamos dos extraños que se encuentran en un ascensor y mantienen la típica conversación sobre el tiempo.
—Mejor —me respondió ella. Y dándose media vuelta me dejó ahí plantado observando el cielo azul mientras ella se encerraba en el baño para darse una ducha y comenzar a prepararse a pesar de faltar todavía unas cuantas horas para nuestra partida.
Las horas pasaron volando y a la que me quise dar cuenta el reloj marcaba ya las doce de la noche. Estaba nervioso y apenas habíamos cruzado unas pocas palabras a lo largo de la tarde, lo que hacía que sumido en mis pensamientos me pusiera todavía más nervioso. Fue Raquel la que me sacó de mi ensimismamiento acercándose a mí y susurrándome al oído:
—Cariño, ya es la hora. ¿Estás preparado?
¿Qué respuesta hay que darle a tu mujer cuando te pregunta si estás preparado para ofrecerla a otros hombres para que hagan con ella lo que deseen? La mayor parte de los hombres jamás han pensado en ello y a pesar de que yo ya había tenido tiempo de sobras para asimilar la idea me limité a mirarla y a hacer un vago gesto con la cabeza.
—Entonces vámonos ya —me contestó ella interpretando mi gesto como una afirmación—. Me gustaría tomar una copa antes de ir para el parque.
La idea de tomar algo me pareció perfecta, así que cogimos el coche y nos dirigimos a una zona de bares que hay en un pequeño puerto deportivo cerca de nuestra casa y que además nos pillaba de paso en el camino hacia nuestra cita. Durante el trayecto apenas abrimos la boca, sumidos los dos en un apreciable estado de nerviosismo que incluso el barman apreció dedicándonos una curiosa mirada.
El alcohol pareció relajarnos un poco, y cuando abandonamos el bar esta vez ya camino del parque en dónde Raquel lo había organizado todo ya no se respiraba el tenso ambiente que nos había acompañado desde la salida de casa. El trayecto duró una escasa media hora y cuando llegamos al parque eran ya la una y media de la madrugada. Las estrellas brillaban en el cielo del oscuro parking apenas iluminado por una raquítica farola que esparcía un tenue cono de luz. Nuestro coche era el único aparcado lo cual me hizo pensar que tal vez nadie acudiría y pronto podríamos marcharnos a casa.
—No hay nadie, cariño —le dije sin poder evitar una leve sonrisita.
—Tranquilo cielo. La cita es en el interior del parque donde no nos molestará nadie.
Y diciendo esto se bajó del coche y comenzó a desnudarse ante mi atónita mirada. Antes de que pudiese decir nada se había despojado ya de toda la ropa a excepción de las bragas y el sujetador, ambos de un intenso color rojo. Sin decir ni una sola palabra recogió su blusa y la falda y metiéndolo todo en una bolsa lo dejó en el maletero del coche. Luego, volvió a coger su abrigo y se lo puso sobre su desnuda piel, se giró hacia y mí y mirándome dijo:
—Vamos, Javier. Estoy lista.
¿Y yo?, me pregunté. ¿Estoy yo listo? Pero Raquel no me dio tiempo a pensar y cogiéndome de la mano me guió hacia el interior del parque. Estaba oscuro y no se veía un alma por los alrededores, lo cual todavía me hacía albergar la esperanza de que nadie acudiría a la cita y nos tendríamos que marchar tal y como habíamos llegado. Avanzamos poco a poco bajo la débil luz de la luna llena que brillaba con fuerza sobre los árboles adentrándonos cada vez más hacia el centro del parque. Antiguamente la zona por la que ahora caminábamos era un pequeño bosque que poco a poco había sido rodeado por el pueblo en expansión hasta que el ayuntamiento decidió urbanizarlo tratando de respetar al máximo la vegetación, así que se habían limitado a trazar caminos que serpenteaban entre los árboles y a la instalación de bancos y papeleras, además de alguna zona de juegos para los niños. En el centro del parque se había construido una gran plaza donde de vez en cuando se organizaban conciertos o se proyectaba cine al aire libre. En un lateral había una pequeña cafetería, y un poco más allá una pequeña colina cubierta de árboles por la que ascendía un estrecho sendero que conducía hacia otra pequeña plaza. Y ahí era hacia donde nos dirigíamos.
Ya estábamos casi llegando a nuestro destino cuando vimos una sombra que avanzaba hacia nosotros. Raquel la vio al mismo tiempo que yo y apretándome con fuerza la mano me susurró:
—Mira, Javier, aquí viene el primero.
En su tono de voz se notaba cierta dosis de nerviosismo a pesar de que trataba de aparentar una serenidad absoluta. A medida que la sombra iba acercándose a nosotros pude percibir que era un muchacho que no debía pasar de los veinte años y que caminaba con aire distraído. Entonces Raquel, soltándose de mi mano se encaminó hacia donde estaba y plantándose frente a él se abrió el abrigo mostrándole su cuerpo semidesnudo al mismo tiempo que le decía:
—Este es mi marido y ha venido para ver cómo me follas.
El muchacho se paró en seco y en su cara se dibujó una mueca de asombro que muy pronto se transformó en una expresión de desagrado a la par que su rostro se enrojecía. Me miró a mí con cara de asco, luego la miró a ella y volviéndose hacia atrás lanzó un agudo silbido. Pronto apareció corriendo entre los matorrales un enorme pastor alemán que describió un cerrado círculo alrededor de nuestros tres antes de abalanzarse sin dejar de mover la cola contra el muchacho.
-Venga, vamos, Rosco, vámonos de aquí -dijo dirigiéndose al perro. Y luego volviendo a mirar a Raquel y a mí dijo con voz fuerte y clara- Cerdos. ¿Por qué no os vais a casa para hacer vuestras marranadas?
Y se alejó de nosotros con paso rápido perdiéndose en las sombras y dejándonos ahí plantados con cara de lelos. Raquel se volvió a acercar a mí, su cara casi tan roja como su ropa interior.
-Por Dios, Javier, qué vergüenza, qué vergüenza…
-Creo que será mejor que nos marchemos -le dije agarrándola por el brazo.
-Ni pensarlo. No pienso marcharme tan solo por un pequeño contratiempo. Subamos hasta arriba.
Estaba claro que Raquel sabía muy bien lo que quería y que no pensaba renunciar a ello tan fácilmente, así que viendo que me iba a resultar imposible convencerla de lo contrario comencé a caminar a su lado. Cuando llegamos a la pequeña plaza en la cima Raquel había recuperado ya su aparente tranquilidad aunque yo sabía que por dentro se moría de ansiedad. En la plaza no se veía a nadie, pero al acercarnos más hacia el centro donde brillaba una raquítica farola alumbrando un pequeño banco de madera pudimos ver que un hombre de mediana edad permanecía de pie fumando un cigarrillo apoyado contra el nudoso tronco de uno de los árboles que bordeaban el recinto.
CONTINUARÁ………..