Raquel y yo (22)

Tras ver cómo Wolfgang y Juan se follan a mi mujer me llega el turno de unirme a la fiesta...

En primer lugar me gustaría pedir disculpas por el retraso en la entrega de este nuevo capítulo de la serie., pero no siempre se le puede dedicar a esto todo el tiempo que a uno le gustaría. En fin, espero que guste a pesar de la demora

Mi turno

A pesar de su promesa de soltarme permaneció quieta observándome atentamente flanqueada por Wolfgang y por Juan que permanecían tendidos a su lado con sus pringosas y fláccidas pollas colgando inertes entre sus muslos. Finalmente, Raquel se levantó y se acercó hasta mi butaca de tortura, y poniendo un pie sobre uno de los reposabrazos acercó su sexo, desnudo como el de una niña a mi cara. Colocándose los dedos a ambos lados separó sus labios y un goterón de semen brotó de entre ellos quedando colgando en un fino hilo ante mi atónita mirada.

  • Mira cómo me han puesto estos dos. –me dijo en voz muy bajita. Y hundió un dedo entre aquellos jugosos labios que lo tragaron sin ninguna dificultad hasta el nudillo. Luego lo sacó y lo restregó bajo su nariz durante unos instantes antes de acercarlo a la mía-. Me encanta este olor a sexo y semen, ¿a ti no?

El fuerte aroma dulzón penetró en mis fosas nasales mientras la miraba embobado. Ella se rió al verme y bajando el pie del reposabrazos lo colocó sobre la gran mancha que se había formado en mi entrepierna.

  • Al parecer a ti también te ha gustado, ¿no?

  • Que me haya corrido no quiere decir que me gustara –me atreví a decirle-. Estás completamente loca, Raquel.

Ella soltó una carcajada mientras abría el cajón de la mesa de noche y sacaba una pequeña llave. Se colocó detrás de mí y me desató.

  • Ahora es tu turno –me susurró-. Desnúdate y échate sobre la cama, que voy a hacer que ahora tú te vuelvas loco.

Acariciando la marca que habían dejado las esposas en mis muñecas, me levanté. Por un momento estuve tentado de agarrar a mi mujer y darle ahí mismo un tortazo. Por cabrona. Pero tal vez fuera mi conciencia o la presencia de aquellos dos hombres tirados en mi cama lo que me contuvo.

  • Estás loca, Raquel. Eras una puta zorra loca –me limité a decirle.

Ella se rió con una sonora y limpia carcajada.

  • Venga, Javier. Déjate de rollos y desnúdate. ¿No quieres follarme tú también? Hace un rato era eso lo que me gritabas, ¿no?

Quedándome sin argumentos cedí y comencé a desvestirme hasta quedarme completamente desnudo. Mi polla estaba mojada y pegajosa, toda arrugada y encogida quedándose en la mínima expresión de virilidad. Me quedé ahí quieto sin saber muy bien qué hacer, ya que a pesar de todo lo que había visto y vivido con aquellos dos hombres que ocupaban mi lecho, me sentía avergonzado de meterme con ellos en la cama, tal vez no por lo que yo había visto sino por lo que ellos habían visto esa noche. Me sentía humillado por la forma en la que me había tratado mi mujer y ellos habían sido testigos de todo. Wolfgang, tal vez percatándose de mi embarazo se levantó de la cama.

  • Ven, ocupa mi lugar –me dijo con su gutural acento-. Yo me voy un rato a fumarme un canuto y a cagar.

Increíble. El muy cabrón se acababa de tirar a mi mujer y se iba a cagar. Esas cosas no son las que ocurren en las fantasías eróticas, no en las mías al menos. De todas formas y a pesar de mi turbación ocupé el puesto vacante y me tendí sobre la cama al lado de Juan que contemplaba todo alucinado sin abrir la boca. Después de mí se echó Raquel, que se colocó estratégicamente entre nosotros dos, y sin andarse con rodeos cogió una polla con cada mano, apretándolas entre sus dedos. La mía estaba floja y pringosa de semen, igual que la de Juan, imagino, pero Raquel no parecía dispuesta a conformarse con aquellos colgajos de carne.

  • ¿Esto es todo lo que podéis darme? –dijo dulcemente-. Yo necesito algo más duro.

Se giró hacia mí sin soltar en ningún momento la polla de Juan que quedó a su espalda, y se apretó contra mí aplastando sus tetas contra mi pecho.

  • ¿No piensas complacerme en esto? –me susurró muy bajito antes de plantar sus labios contra los míos.

Nuestras piernas se entrelazaron a la vez que su lengua hacía lo propio con la mía. La rodeé entre mis brazos y la estreché contra mí sintiendo como al mismo tiempo Juan se arrimaba a su espalda y la rodeaba también con sus enormes brazos de tal forma que la teníamos atrapada entre nosotros sin posibilidad de escape. Pero ella no tenía intención de huir de nosotros. Más bien al contrario, se acurrucó todavía más estrechamente a mí emitiendo un suave ronroneo como el de un gatito al que le acarician la sedosa piel.

Tanto manoseo estaba logrando su efecto y sentía como mi polla se iba hinchando poco a poco presionando sobre el vientre de Raquel. Ella parecía agradecer el cambio apretándomela entre sus dedos y gimiendo muy bajito a escasos centímetro de mi oído.

  • Sí, así, cariño,… me gusta verte así, cielo

Aunque parecía que los avances que se producían en su retaguardia también eran de su agrado, ya que al cabo de unos instantes se giró dándome la espalda y se abrazó a Juan. En voz muy baja, pero no lo suficientemente como para no ser oída le susurró.

  • Mmmm, qué dura se te está poniendo. ¿Qué piensas hacer con todo esto?

Y mientras le decía esto frotaba su culo contra mi polla, que había alcanzado ya un considerable tamaño y encajaba entre sus nalgas como la pieza de un puzle.

"No sé lo que va a hacer él con la suya" –pensé-, "pero sí lo que voy a hacerte con la mía, zorra."

Comencé a mordisquearle el cuello, cosa que sé que a ella le encanta y se derrite cada vez que se lo hago, mientras mis manos masajeaban sus grandes pechos, aplastados contra Juan como dos globos medio inflados. Pero esta vez los efectos de mi acción no fueron los esperados. Normalmente al sentir mis labios recorriendo su nuca ella baja la cabeza ofreciéndome su cuello y tras unos cuantos besos y mordiscos más se gira y dándome la cara se abraza a mí con fuerza antes de tumbarme sobre la cama y montarme como una auténtica amazona. Sin embargo, esta vez lo único que logré fue que se abrazara a Juan más apasionadamente y que sus besos fueran más largos y lascivos. Así que viendo que sus atenciones no iban dedicadas a mí me agarré la polla con la mano y la coloqué entre las dos poderosas nalgas que se cerraron sobre ella en un fuerte abrazo.

Mientras tanto Wolfgang había regresado y en pie desde la puerta nos observaba atentamente. Su cuerpo delgado y fibroso destacaba contra la luz proveniente del salón y se podía apreciar que no le disgustaba lo que veía ya que su polla se veía hinchada a pesar de no estar todavía erecta.

Yo continuaba hurgando con mi verga entre las nalgas de Raquel tratando de encontrar la entrada de su culo aun sabiendo que en esa posición y con los muslos tan juntos me iba a resultar muy difícil metérsela por allí, pero sin resistirme a dejar de intentarlo. A ella tampoco parecía disgustarle la idea ya que empujaba con su culo hacia atrás encorvándose contra mi punzante erección. Durante un rato jugamos de esa manera, Juan restregándole la polla a Raquel por el vientre mientras yo intentaba taladrar su culo sin éxito alguno. La polla me empezaba a escocer ya de tanto roce cuando ella se separó de mí y se tumbó sobre la espalda con las piernas flexionadas y separadas en una clara invitación a que la follara.

Me senté dispuesto a zambullirme entre los muslos de mi mujer cuando ella me detuvo con un gesto de su mano y sin ni siquiera mirarme me dijo con voz sofocada.

  • Tú no, cariño. Quiero que me folle Juan.

Escuché exclamar algo ininteligible a Wolfgang, que se había sentado en la butaca que había sido mi tormento hacía tan poco tiempo y le miré. Ahora su polla lucía una espléndida erección que de vez en cuando él acariciaba con la mano. Juan no perdió el tiempo y sin mirarme se echó sobre el cuerpo de Raquel penetrándola sin más dilaciones. Y al sentirse penetrada Raquel giró su cabeza y me miró con sus enormes ojos castaños brillando de deseo. Una mirada que me indicaba claramente que en esos momentos sólo le importaba su propio placer y que no estaba dispuesta a renunciar a él para proporcionármelo a mí. Quería follar a Juan e iba a hacerlo independientemente de mí. No obstante, estiró el brazo tal vez sintiendo pena por mí al verme en aquel estado y me la agarró con temblorosa mano, y sin dejar de mirarme me masturbó al mismo tiempo que Juan comenzaba a moverse encima de ella. Pronto los gemidos de ella se unieron a los gruñidos de él, que se movía a frenética velocidad taladrándola sin piedad. Wolfgang suspiraba de vez en cuando todavía en la butaca sin dejar de masturbarse lentamente contemplándolo todo con calma. Yo dejaba que Raquel me masturbara sin dejar de mirar a aquel hombre que se estaba follando a mi mujer sin poder hacer nada para evitar una punzante sensación de dolor a pesar de mi creciente excitación.

De repente Raquel detuvo a Juan y empujándolo hacia atrás con una mano lo apartó de ella.

  • Déjalo ya –le dijo mirándole con frialdad-. Tal vez luego se te ponga dura de nuevo. Ahora necesito otra cosa. Ocupa tú su lugar, cariño.

Juan se apartó y pude ver el motivo de semejantes palabras. Su polla a duras penas lograba mantener una débil erección a todas vistas insuficiente para lograr que ella sintiera nada, lo cual tampoco era nada extraño teniendo en cuenta que ya se había corrido dos veces en poco rato y necesitaba un tiempo de descanso. Juan, siendo consciente de eso y sin darle mayor importancia de la que tenía se apartó caballerosamente, si es que puede decirse eso de alguien que acaba de tirarse a tu mujer, y me cedió su puesto que ocupé sin pensármelo dos veces.

Se la metí de un solo golpe haciéndola gemir al sentirme dentro de ella. Su coño estaba mojado, más mojado de lo que nunca se lo había visto, y pringoso de semen, aunque en aquellos momentos no me importaba lo más mínimo. Lo único que deseaba era follármela y descargar toda la tensión que se acumulaba por debajo de mi vientre. Ella alzó las piernas y me rodeó la cintura con ellas en un estrecho abrazo que me empujaba más dentro de ella.

Entonces vi a Wolfgang pasar a mi lado por detrás de Juan, que se había sentado al borde de la cama sin dejar de mirarnos, y coger el tubo de lubricante que todavía permanecía abierto tirado sobre la sábana y no pude evitar sentir una punzada de excitación al pensar que de nuevo iba a ver a Raquel con dos pollas en su interior y esta vez la mía iba a ser una de ellas. Así que podréis imaginar mi sorpresa al sentir el nudoso dedo penetrando mi culo en un solo movimiento. Raquel, al sentir sobre ella el respingo que di abrió los ojos, me miró adivinando rápidamente lo que acababa de ocurrir y su cara se iluminó en una extraña mueca de placer que la hizo emitir un prolongado gemido tal y como si fuese a ella a la que le hubieran metido el dedo en el culo.

Wolfgang dejó la mano quieta, pero no su dedo, que se movía dentro de mí acariciando las paredes de mi ano mientras yo seguía follándome a Raquel con breves sacudidas que hacían que el dedo entrara y saliera de mí al ritmo que yo mismo marcaba. Juan, mientras tanto contemplaba boquiabierto la escena exclamando algo de vez en cuando, y Raquel animaba al hombre que permanecía a mis espaldas.

  • Sí, sí, sí, fóllatelo a él también… -gemía entre embestida y embestida-. Déjale el culo igual que me lo has dejado a mí.

Y tal vez animado por ella, me sacó el dedo del culo con un sonoro "plop" y se arrodilló entre los dos pares de piernas agarrándome por la cintura con fuertes manos. Agarró a Raquel por los tobillos y levantó sus piernas echándoselas hacia atrás haciendo que su culo se levantara de las sábanas de tal forma que yo también me tuve que echar un poco más arriba para seguir follándomela. En esta nueva posición ofrecía un mejor blanco a aquella palpitante polla que a pesar de no ver imaginaba con toda claridad apuntando directamente a mi retaguardia.

Le bastó un solo movimiento para ensartarme. Mi culo, acostumbrado a los juegos con el vibrador y también gracias al lubricante que tan hábilmente había extendido lo acogió sin ningún dolor. Además, no era la primera vez que un hombre me llenaba por detrás. Pero sí que fue la vez que más lo disfruté. Verme taladrado por aquella dura verga mientras me follaba a Raquel era más de lo que nunca antes había soñado. Y al parecer ella opinaba lo mismo, o al menos eso es lo que su cara expresaba.

Wolfgang me follaba con fuerza, con movimientos bruscos que llenaban mi culo. Recuerdo que tras la experiencia que habíamos tenido con él y su mujer en el local de intercambio de parejas, Raquel me había dicho que ese tío era una máquina de follar. Ahora entendía lo que había querido decir. Su polla era rígida como una barra de acero y la agitaba dentro de mí con movimientos firmes que hacían que me temblaran brazos y piernas. Mantenía un ritmo irregular en sus estocadas haciendo que nunca supiera cuándo venía la siguiente manteniéndome en un nivel de excitación siempre creciente y haciéndome incluso olvidar que Raquel estaba debajo de mí, aunque ya se encargaba ella de recordármelo moviéndose ella misma si veía que yo paraba demasiado. Juan había recuperado una más que correcta erección y se masturbaba sentado al borde de la cama mientras sobaba una de las tetas de mi mujer con la mano libre, aunque todavía no había logrado borrar de su cara la expresión de asombro ante el morboso espectáculo que le estábamos ofreciendo. Y deseando unirse a la fiesta como participante de pleno derecho, se levantó y fue a colocar su verga frente a la boca de Raquel, quien no se lo pensó dos veces antes de engullirla con voracidad.

Así que ahí estaba yo, follando a Raquel mientras me daban por culo y con la boca de Raquel a escasos centímetro de la mía tragándose una polla. Y una de las veces en que ésta escapó de los labios de mi mujer dando un brinco, yo me hallaba tan cerca de ella que me golpeó la cara en la barbilla, y de forma instintiva y sin pensar que tal vez lo que estaba haciendo no fuera del agrado de Juan, entreabrí los labios y la tomé entre ellos besándola con lujuria.

Juan, al sentir su verga atrapada entre los labios de un hombre se echó hacia atrás de forma impulsiva arrancándome aquel trozo de carne de la boca.

  • Joder, Javier, eso no. Mariconadas las justas -dijo con dureza-. Una cosa es que te den culo a ti y otra que me comas la polla.

Wolfgang estalló en una carcajada sin dejar de machacar mi culo que empezaba ya a escocerme de tanto mete y saca, mientras yo besaba en la boca a Raquel que gemía y jadeaba con fuerza indicando que estaba a punto de correrse.

  • ¿Y dónde está la diferencia? –Preguntó el alemán-. Te aseguro que hay muchos tíos que la chupan mejor que una mujer. ¿Por qué no lo pruebas?

Juan dudaba y aunque no podía verle la cara era capaz de imaginarla mirándonos con asco y morbo a la vez mientras su mente se debatía entre si hacerle caso a Wolfgang o a sus instintos. Finalmente pudo más el morbo de la situación y tímidamente acercó su polla hasta colocarla entre los labios de Raquel y los míos. Ambos tratamos de tragárnosla al mismo tiempo, como si la polla de Juan fuese un valioso premio que sólo uno de nosotros pudiese conseguir, e iniciamos una ardua batalla a fin de ver quien de los dos conseguía el ansiado trofeo ante la atónita mirada de Juan al ver su polla tan disputada.

Finalmente conseguí mi premio aprovechando que a Raquel la distrajo su orgasmo, que le hizo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás dejando frente a mí aquel palpitante trozo de carne. La metí en mi boca y me la tragué hasta donde pude disfrutando de la tierna dureza que me llenaba, algo difícil de entender para quien nunca haya hecho una mamada. Me concentré todo lo que me permitían las embestidas de Wolfgang en aquella verga mientras Juan emitía un arrastrado gemido, tal vez sorprendido de lo que inconscientemente casi había dejado de disfrutar.

Chupé y chupé sintiendo cómo aquel duro trozo de carne se agitaba en mi interior mientras otro pedazo de carne, aunque ese más bien parecía de metal, taladraba mi culo sin piedad. Un culo que debía estar ya al rojo vivo. Raquel había conseguido recuperarse de su orgasmo y trataba de chupar la polla que a duras penas salía de mi boca, aunque Wolfgang parecía divertirse dándome una fuerte embestida cada vez que estaba a punto de conseguirlo y que hacía que yo a su vez la transmitiera a ella y que perdiera su presa.

Yo mismo sentía que estaba a punto de correrme y me movía todo lo rápido que las manos de Wolfgang me lo permitían, penetrando a mi mujer en profundidad. Ella gemía también de forma descontrolada a punto de volver a correrse, lo cual logró antes que yo entre fuertes gritos que no entiendo cómo no despertaron a todo el vecindario.

Y entonces la polla de Juan escapó de mi boca y yo me lancé tras ella, pero justo antes de que lograra alcanzarla sentí un golpe en mi cara seguido de un segundo golpe. Inmediatamente sentí el calor que quemaba mi piel deslizándose mejilla abajo y giré la cara justo a tiempo de ver cómo un tercer disparo de semen salía de aquel sonrosado y brillante capullo para golpearme justo sobre los labios. Al sentir aquel ardor sobre mi boca yo mismo me corrí de forma copiosa inundando el coño de Raquel con mi semen. Ella se había quedado exhausta, recibiendo mis estocadas impasible como si fuese una muñeca hinchable, incapaz de reaccionar, aunque si he de ser sincero no me importaba en esos momentos lo más mínimo si lo hacía o no. Yo estaba en la cumbre, y gritaba mientras me derramaba dentro de ella y mientras recibía sobre mi cara las últimas gotas de semen que brotaban de la polla de Juan.

Me quedé quieto, rendido ante mi propio placer, ofreciendo mi culo ahora inmóvil a aquel hombre que parecía no tener límite y continuaba follándome con increíble vigor. No sé cuanto rato tardó en correrse, pero cuando lo consiguió lo hizo gritando con voz gutural algo en su alemán nativo. Lo hizo con fiereza, empujándome con violencia hacia delante y sin sacar la polla de mi culo de tal forma que recibí toda su corrida en el interior de mi enrojecido y maltrecho ano.

Una vez hubo acabado la sacó y se tiró exhausto, sudando por todos los poros de su piel, al lado de Raquel. Se quedó allí respirando agitadamente mirando al techo mientras yo permanecía fundido con Raquel en un estrecho abrazo y Juan, tembloroso, trataba de recuperarse sentado en el borde de la cama.

Esa noche no hubo más sexo. Estuvieron un rato más en casa antes de marcharse dejándonos solos con nuestros doloridos cuerpos y no sin antes prometernos que lo volveríamos a repetir algún día.