Raquel y yo (20)

Raquel, encendida su pasión tras verme con Juan y Andrea me propone un curioso trato...

En la penumbra del dormitorio veía la cabeza de Raquel ascendiendo y descendiendo en un rítmico movimiento que a pesar de su dedicación no lograba los efectos esperados.

— Raquel, déjalo ya. No creo que consigas ponérmela dura antes de unas cuantas horas. –Le dije una de las veces que se sacó aquel colgajo de carne de la boca para mirarme—. ¿Te parecen poco todas las veces que me he corrido? No puedo más.

Ella me miró decepcionada con ojos suplicantes mientras agarraba la fláccida polla y la manoseaba entre sus dedos.

— Pues bien dura que se te puso cuando ella te la chupó. –Me dijo girando la cabeza y mirando con lujuria a la pantalla del televisor en la que se veía cómo Andrea chupaba mi polla con avidez y se me escuchaba gemir de forma descontrolada.

— Te aseguro que ahora mismo ni entre las dos conseguiríais nada. No puedo más, Raquel. ¿Cuántas veces seguidas hemos visto ese video? Lo menos cuatro. Y cada vez que lo hemos hecho me has follado con tanta furia que creo que voy a tener la polla escocida durante unas cuantas semanas. Déjame respirar.

— ¿Y quien me va a quitar a mí el calentón? Tú no tienes ni idea de cómo me pone esto. Mirando cómo te follas a esa zorra me podría pasar horas y horas masturbándome. –Me contestó sin dejar de masajear la inerte polla.

— Entonces hazlo y déjame descansar un poco. –Le respondí de forma áspera.

— ¡Vete a la mierda! –Exclamó levantándose y soltando la fláccida polla con un manotazo que me hizo ver las estrellas. Se levantó y se dirigió hacia la mesa de noche en la que guardaba el vibrador, y sacándolo me echó una mirada llena de furia—. ¿Puedes irte y dejarme sola para que pueda hacer lo que tú no puedes?

— ¡Joder, Raquel! ¡Qué te den por culo! –Me levanté y me fui al comedor dando un gran portazo al salir.

— Pues si tengo que esperarte a ti lo llevo claro… —acerté a oírla decir antes de tirarme sobre el sofá. Y para no escuchar sus gritos y gemidos mientras se corría por enésima vez encendí el televisor.

Y es que Raquel, desde el último fin de semana se había transformado en una máquina de follar. Desde el día en el que ella misma se impuso la absurda obligación de ver cómo con la ayuda de Juan me follaba a Andrea sólo pensaba en sexo. Sexo a todas horas. Ella había grabado el encuentro y ahora, cuatro días después, no exageraría si digo que había visto ya la cinta más de treinta veces. El único problema era que cada vez que la veía se excitaba tanto que le entraban unas ganas terribles de follar, y yo al principio había accedido encantado, pero a partir del segundo día comenzaba a notar que las fuerzas flaqueaban. En mi vida había follado tanto, y sentía con cierta preocupación que si eso seguía así hacer el amor con mi mujer se iba a convertir en una auténtica pesadilla. Tras un largo rato escuché abrirse la puerta del dormitorio y apareció Raquel al parecer un poco más calmada. Se acercó a mí y sentándose a mi lado me dio un beso.

— Perdóname, Javier, pero es que no puedes ni hacerte una idea de cómo me encontraba, y al ver que no se te levantaba se me ha ido un poco la cabeza.. Lo siento.

— ¿Qué no se me levantaba? Coño, Raquel, que no soy una máquina. Tal vez haya por ahí hombres que aguanten ese ritmo infernal, pero sabes que yo no. No puedo más, estoy agotado. –Le dije yo tomándola de la mano—. Como sigas así vas a dejarme seco.

Ella me apretó la mano con fuerza y me dedicó una tímida sonrisa. Se acurrucó contra mí apoyando la cabeza contra mi hombro y rodeándome entre sus brazos en un estrecho abrazo.

— Lo siento, Javier, pero no puedo evitarlo. No sé que me ocurre, pero es que desde hace ya un par de meses ando siempre caliente sin lograr hacer nada para remediarlo. Cuando me acosté con aquel tipo pensé que aplacaría un poco mis ganas, pero lo único que logré fue avivar las brasas, y luego encima con toda la cuestión esa del intercambio de fotos con Juan y Andrea… Cada día que pasaba me sentía más y más excitada, y para colmo verte follándotela con Juan. Todo esto me supera, Javier.

— Sabes que si quisieras podrías haber participado tú también.

— Sí, lo sé, pero había hecho un trato contigo. Claro que me habría gustado, pero eso habría sido echarme atrás. – Dijo ella con cabezonería. Y creedme si os digo que tiene mucha.

— Mira que eres tozuda.— Callé durante un instante antes de atreverme a preguntarle—. ¿Y qué debemos hacer ahora? Como continúes así me matas en cuatro días.

Se produjo entonces una tensa pausa entre nosotros que fue ella la primera en romper.

— Solo se me ocurre una solución. –Otra pausa—. Si tú te ves incapaz de darme lo que necesito, te hará falta alguien que te ayude.

— ¿Quieres que organicemos un trío? Si quieres podemos llamar a Fran. A mí la idea también me excita mucho. –Le dije. Y en mi mente se formaba ya la imagen de aquel hombre desnudo ofreciéndome su polla para que se la chupara mientras yo me follaba a Raquel.

— No es la idea en la que yo estaba pensando, —me dijo ella—. Si le llamamos a él estoy segura de que te vas a pasar más tiempo jugando con él que conmigo y me dejaríais peor de lo que estoy. Estaba pensando más bien en que se lo dijéramos a Juan y a Wolfgang. Sin mujeres. Solo ellos, tú y yo.

Me quedé mudo pensando en lo que acababa de pedirme, sintiendo esa extraña sensación en la boca del estómago. Y es que hay cosas a las que por mucho que me exciten no termino de acostumbrarme, y ofrecer a mi mujer para que se la follen otros es una de ellas. Aun así me fue más fácil tomar la decisión esta vez de lo que me había resultado en anteriores ocasiones.

— Me parece bien. Hablaré con ellos. –Le contesté con seriedad.

— Y lo que realmente me gustaría, —me susurró arrimándose a mí zalamera como un gatito-, sería que hicieras lo mismo que yo hice.

La miré extrañado sin entender a qué se refería. Advirtiendo mi duda, prosiguió.

— Me gustaría que Juan y Wolfgang me follaran mientras tú miras sin hacer nada. –Y puso esa cara de niña buena que nunca ha roto un plato y a la que tan difícil me resulta resistirme.

— No sé si seré capaz de hacerlo. No soy tan fuerte como tú. –Respondí indeciso.

— Seguro que sí que puedes. Al menos durante una hora. Y luego te dejaría participar con nosotros. ¿Qué te parece?

— Puedo intentarlo, Raquel, pero no te aseguro nada. De todas maneras déjame que hable primero con ellos a ver qué les parece. Aunque creo que van a aceptar encantados. ¿No viste el otro día la cara de deseo con la que te miraba Juan?

— No me fijé. ¿Vamos al dormitorio y ponemos el vídeo a ver si se le ve? –Me preguntó con pícara sonrisa.


Convencerles a ambos fue fácil. El que más reacio se mostró al principio fue Juan, quien a fin de cuentas estaba todavía iniciándose en el tema este de los tríos y no acababa de ver bien participar en algo así sin hacer partícipe a Andrea, pero finalmente acabó aceptando tras una breve insistencia por mi parte. Wolfgang, más curtido en estos temas, aceptó la oferta de inmediato. Quedé con ellos para el viernes por la tarde. Tanto a Raquel como a mí nos habría gustado más hacerlo por la noche que se presta más al sexo sucio que pretendíamos practicar, pero como Juan no le había dicho nada a Andrea prefería no pasar la noche fuera y quedar a media tarde. Si la cosa se prolongaba ya la llamaría diciéndole que llegaba un poco más tarde. Por Wolfgang no había ningún problema y estoy casi seguro de que Paz, su mujer, sabía exactamente qué venía a hacer a nuestra casa.

Podéis imaginar los nervios que me acompañaron durante toda la mañana, y es que hay cosas que no cambian y seguía sintiendo el mismo nerviosismo que me acompañó la primera vez que participé en un trío o que decidí ver a mi mujer follando con otro hombre. Al salir del trabajo recogí a Raquel y comimos en un pequeño restaurante sin apenas hablarnos y pensando cada uno en nuestras cosas. Yo trataba de mentalizarme para ser capaz de realizar lo que Raquel me había pedido, sabiendo que iba a ser muy duro. ¿Quién es capaz de ver cómo dos tíos se tiran a su mujer sin hacer nada? Yo ya la había visto en brazos de otro hombre y sabía la enorme excitación que eso significaba. Raquel, por su parte, supongo que estaba ya imaginándose entre los brazos de los dos y mi cara de suplicio mientras los miraba. Ella pareció leer mis pensamientos con gran claridad, ya que me cogió la mano y me animó.

— Tranquilo, Javier, ya te darás cuenta de que verme follar con ellos no será tan terrible como piensas. Estoy absolutamente segura de que lograrás permanecer como un espectador y cuando todo haya terminado te darás cuenta de que es mucho más excitante verlo que participar. Créeme, te lo digo por experiencia.

Yo no estaba tan seguro como ella y sabía que iba a tener que hacer un gran esfuerzo para no quitarme los pantalones y unirme a la fiesta, pero se lo había prometido y debía al menos intentarlo. Regresamos a casa y Raquel se preparó ante mi atenta mirada. Se duchó y aprovechó para afeitarse completamente el pelo de su sexo hasta dejarlo totalmente depilado como el de una niña pequeña. Luego se puso el conjunto que habíamos comprado en Madrid cuando fuimos a aquella desenfrenada fiesta, y verla con él puesto me hizo recordar lo que allí había sentido al verla con aquellos hombres. "Qué diferencia" pensé para mí, "de lo que sentí allí a lo que siento ahora. En Madrid habría querido que se me tragara la tierra y ahora estoy cachondo perdido esperando a ver cómo se la follan estos dos". Luego se maquilló un poco, unos toques suaves aquí y allá para realzar un poco su belleza. Un toque de carmín en los labios, un poquito de sombra en los ojos y poca cosa más. Estaba espectacular. Sobre el conjunto no se puso más que una bata de gasa semitransparente que apenas le tapaba nada.

  • ¿No te vas a vestir? –le pregunté.

  • ¿Para qué? –me respondió ella-. Seguro que vienen con ganas de follarme y no quiero hacerles perder tiempo.

Tragué saliva y me llevé la mano al paquete tratando de recolocar la incipiente erección. Luego la seguí hasta el dormitorio observando su bamboleante trasero y babeando como un caracol.

  • Te sentarás aquí -me dijo empujando la butaca hasta el rincón más alejado de la cama-, y lo mirarás todo sin hacer nada.

Yo asentí aunque lo que realmente pasaba por mi mente era que no iba a ser capaz de aguantar ni un minuto antes de meterme con ellos en la cama. Miré el reloj con nerviosismo ya que debían estar a punto de llegar. Todavía faltaban más de veinte minutos, si es que eran puntuales. Y tontos serían si no estuvieran allí a la hora fijada sabiendo para lo que venían. Me acerqué a ella y la estreché entre mis brazos besándolo, pero ella me apartó con un suave pero firme empujón.

  • Es mejor que no te acerques ahora. Te veo un poco salido y no voy a darte nada –me dijo con determinación-. Hoy me reservo para ellos. Para que te hagan ver que puedo ser tan puta como Andrea, esa zorra que tanto te pone y por la que tanto babeas.

Tratando de calmar un poco los nervios me acerqué al mueble del comedor y me serví una copa, y como era incapaz de hacer nada más me senté en el sofá a esperar mirando el reloj a cada minuto. Finalmente escuché el ruido del ascensor al detenerse en el rellano y el timbre sonó. Me levanté y me dirigí hacia la puerta tratando de aparentar la mayor calma posible. Era Wolfgang que demostraba su carácter alemán presentándose a la hora en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, e inmediatamente, cuando todavía no me había dado ni tiempo a hacerle pasar al salón, se presentó Juan. Se le veía algo nervioso, cosa comprensible teniendo en cuenta que no conocía nada al que iba a ser su compañero de trío y que además no iba a ser con su mujer. Pero en el momento en el que vio a Raquel vestida de aquella manera le cambió la expresión de su rostro. Hechas las presentaciones, Raquel no perdió más tiempo.

  • Vamos al dormitorio –se limitó a decir dando media vuelta y ofreciéndoles –ofreciéndonos- un hermosa perspectiva de su culo.

Los tres la seguimos, ellos dos delante, ya que iban a ser los protagonistas, y yo detrás, el mero observador. Raquel se sentó en el borde de la cama y Wolfgang, más lanzado que Juan en estos temas, no perdió tiempo y comenzó a desnudarse dejando caer sus ropas sobre el suelo hasta quedar totalmente desnudo.

  • Veo que tienes ganas de marcha y no quiero hacerte perder tiempo –le dijo sentándose a su lado y acariciando su cintura.

Juan, viendo cómo iban las cosas, comenzó también a desvestirse con cierta timidez. Estaba claro que las cosas no eran tal y como él las había imaginado. Tal vez esperara que ocurriera lo mismo que cuando yo lo hice con ellos. Unas copas, una charla, unas risas, unos besos,… Nada comparado a lo que ahora mi mujer le ofrecía. Puro sexo. Directa al grano. Acabó de desnudarse y se quedó allí de pie, mirando a Raquel sin saber muy bien qué hacer a continuación. Ella, tal vez percatándose de su turbación se incorporó y se acercó hasta él, y poniéndose de puntillas acercó los labios a los suyos plantándole un húmedo beso en toda la boca. Luego le tomó de la mano y lo guió.

  • Siéntate ahí junto a Wolfgang –le dijo. Y luego mirándome a mí-. Y tú siéntate en la butaca –me dijo en tono tajante que no admitía discusión. La obedecí sin rechistar-. Pon las manos detrás del respaldo, para que no puedas tocarte y te limites solo a mirar.

Yo hice lo que me ordenaba y antes de que pudiera darme cuenta de nada ella se colocó por detrás y escuché un "clic" al mismo tiempo que sentía como mis manos eran inmovilizadas.

  • ¿Pero qué haces? –le pregunté extrañado.

  • Perdona Javier, pero no me fío de ti. Así que te he puesto unas esposas –me dijo-. Es la única forma de asegurarme de que lo vas a ver todo sin inmiscuirte.

  • ¡Hija de puta! –Exclamé tratando de liberar mis manos sin conseguir nada más que un intenso dolor en las muñecas-. Eres una auténtica zorra salida.

  • Eso precisamente es lo que quería oírte decir –dijo dándose media vuelta y sentándose entre Wolfgang y Juan. Y no me quedó más remedio que ver cómo agarrando una polla con cada mano comenzaba a menearlas. Wolfgang enormemente divertido con toda la situación soltó una breve risotada mientras que la mirada vergonzosa de Juan se había transformado en otra completamente diferente. El deseo brillaba en sus ojos con fuerza, porque hay que reconocer que el hecho de tirarse a la mujer de un amigo delante de éste sin que pueda hacer nada es de lo más excitante que hay.

  • Joder, qué bueno. –Suspiró Juan echándose hacia atrás mientras yo me revolvía sobre la butaca tratando de librarme de las ataduras.

  • Hay que reconocer que sabes hacer las cosas. –le dijo Wolfgang, cuya polla estaba comenzando a hincharse entre los dedos de Raquel.

Y ciertamente debía estar haciéndolas bien, ya que desde mi forzada posición pude contemplar como también la fláccida polla de Juan comenzaba a inflarse poco a poco, de forma casi imperceptible. Y mientras meneaba ambas pollas con sendas manos Raquel no dejaba de mirarme en ningún momento, con una mirada traviesa como la de una niña que hace alguna diablura aun a sabiendas de que está mal. Yo, sentado en la butaca había dejado ya de intentar liberarme de la atadura de las esposas, dándome cuenta de que por mucho que lo intentara no lo iba a lograr. Además, las había colocado de tal manera que no solo ligaban mis manos una contra otra sino que habían quedado entre ellas los dos barrotes del respaldo de la butaca, así que no podía ni siquiera levantarme sin arrastrar la pesada silla conmigo, por lo que lo único que podía hacer era permanecer allí sentado observando cómo mi mujer se la ponía dura a aquellos tipos.

Durante largo rato estuvo meneando aquellas ya totalmente erectas vergas, una en cada mano, sin dejar de mirarme ni un solo segundo. Yo apenas apartaba mis ojos de los suyos lo cual no me impedía echar de vez en cuando un rápido vistazo a esos dos hombres que ocupaban mi cama. Juan permanecía reclinado hacia atrás apoyado sobre las manos con la cabeza elevada hacia el techo y los ojos cerrados mientras que Wolfgang se había girado ligeramente hacia ella a fin de facilitarle el trabajo y se dedicaba a manosear sus pechos por encima del finísimo camisón. Pero los viera o no los viera no podía dejar de escuchar sus jadeos y gemidos que resonaban por toda la habitación, a los que se unía de vez en cuando la voz de Raquel animándoles.

  • Os gusta, ¿verdad? –les decía con voz sensual-. Que se os ponga bien dura para que me deis lo que necesito.

Y con sus palabras no solo lograba que a ellos se les empinara sino que también estaba consiguiendo que mi polla fuera endureciéndose dentro del pantalón provocándome una molesta sensación al no poder siquiera llevarme la mano a ella para estirar la tela que se enredaba en aquel duro garfio de carne. De vez en cuando ellos también me miraban, Juan con inseguridad y Wolfgang con una irónica sonrisa, y yo permanecía mudo mientras les observaba sin saber muy bien qué actitud adoptar. No es que me importara que se tiraran a mi mujer. Ya la había visto unas cuantas veces con otros hombres como para asustarme a esas alturas y a fin de cuentas era una situación que nosotros mismos habíamos buscado. Lo que más me molestaba era la sensación de impotencia que me invadía. Allí atado me sentía indefenso y humillado dándome la sensación de que cada vez que me miraban se reían de mí y me recordaban a cada segundo que se iban a follar a mujer y que yo no podía hacer nada para evitarlo. Nunca antes en mi vida había sentido esa sensación de impotencia que me casi me ataba más a la butaca que las esposas que rodeaban mis muñecas.

  • Mmmm, vaya pollas tenéis, duras como piedra. –Les dijo ella relamiéndose y dedicándome una intensa mirada-. ¿Queréis que os la chupe un poco? La verdad es que viéndolas así dan ganas de comérselas. Juan, saca unos condones de la mesa de noche y poneos los dos aquí.

Y les hizo un gesto invitándoles a que se colocaran de pie frente a ella que permaneció sentada en el borde de la cama. Juan abrió el cajón de la mesa de noche y revolvió en él. Le miré cuando sacó el vibrador que Raquel y yo compartimos, cogiéndolo con dos dedos por la punta y lanzando miradas alternativamente a Raquel y al trozo de látex que sostenía su mano, tal vez imaginándosela con aquella cosa hundida en su coño. Finalmente lo dejó sobre la mesa y volvió a meter la mano en el cajón hasta sacar dos preservativos. Le dio uno a Wolfgang y luego él mismo rasgó el envoltorio y desenrolló la goma sobre su polla mientras Raquel les miraba con deseo. Existen mujeres a las que les excita ser ellas las que ponen los preservativos y otras a las que les excita ver cómo lo hace el hombre. Raquel es de estas últimas, y siempre me ha dicho que para ella es como la bandera de salida que se agita al comienzo de una carrera, la que hace que los nervios se tensen y a partir de ese momento todo lo que la rodea desaparece y se concentra única y exclusivamente en lo que le espera, y el calentamiento previo se convierte en eso, en un simple calentamiento para transformarse en algo mucho más intenso. Para ella ver cómo el tío se pone el condón es el anuncio de un extraordinario placer.

Con los condones puestos ambos se colocaron frente a ella tapándome la visión de su cara y ofreciéndome a cambio la de sus dos peludos culos. Pude ver cómo el de Juan se estremecía e imaginé que Raquel acababa de meterse su polla en la boca y mi suposición fue confirmada por un prolongado "mmmm" que lanzó mi mujer incapaz de articular ninguna otra palabra. Luego le tocó el turno a Wolfgang, quien emitió un gemido y exclamó algo ininteligible en su marcado acento alemán. Durante unos cuantos minutos Raquel se las estuvo mamando y lo único que me era permitido contemplar eran sus espaldas y sus culos, pero a cambio escuchaba una amplia variedad de gemidos y suspiros acompañados por el ruido que hacía ella al escupir sobre sus vergas y por el sonoro estallido semejante al descorche de una botella de champagne cada vez que se la sacaba de la boca absorbiendo como si la polla fuera una caña tal y como a ella le gusta hacer. Y de mientras ellos, sobretodo Wolfgang no dejaban de animarla y de hacer comentarios sobre lo bien que lo estaban pasando.

  • Así, Raquel, sigue chupándomela así, -gemía Wolfgang.

  • Qué bien la chupas, me gusta cómo me lo haces, -escuchaba decir a Juan.

Y continué ahí sentado imaginando lo que mis ojos no eran capaces de ver. Si no hubiese estado atado sin duda alguna me habría levantado y bajándome los pantalones me habría unido a ellos ofreciéndole mi polla a mi mujer. Incluso habría sido capaz de quedarme quieto y simplemente contemplar cómo ella se las chupaba. Pero el hecho de estar amarrado me estaba volviendo loco. Mi polla estaba más dura de lo que nunca antes me la había sentido y era incapaz de llevarme una mano hasta ella aunque tan solo fuera para acariciármela. Mis huevos me estaban empezando ya a doler apretados por el ajustado pantalón y me arrepentía de no habérmelos quitado nada más entrar al dormitorio, aunque de todas maneras ¿cómo iba yo a imaginarme yo ese suplicio? De todas formas pronto le encontré cierta utilidad al pantalón. Descubrí que si estiraba las piernas hacia delante y el cuerpo hacia atrás la tela rozaba la tiesa verga provocándome un intenso placer. Claro que habría preferido sacármela y meneármela con furia con la mano, pero a falta de otra forma fue la mejor manera que encontré de aliviar en cierto modo la tensión que latía por debajo de mi ombligo.

  • Lo estamos haciendo mal, chicos –escuché decir a Raquel-. Le estáis tapando la vista a Javier. Apartaos hacia un lado.

Cada uno se apartó hacia un lado y por fin pude verle la cara a ella que me miraba extasiada con un hilo de baba colgando de su barbilla. Las dos pollas que la flanqueaban, enhiestas como las lanzas de dos guardias, brillaban relucientes con su saliva. Y si antes me resultó un tormento escuchar sus gemidos sin poder hacer nada, unir a ello la visión de su boca tragándose con calculada lentitud cada una de aquellas gallardas pollas me hizo retorcer sobre la butaca tratando de frotar mi propia polla con lo que pudiera sin encontrar nada más que el débil roce con el pantalón. Pronto comencé a gemir y entre gemido y gemido murmuraba.

  • Desátame, zorra, desátame y deja que te dé lo que quieres. No seas puta y deja al menos que me haga una paja.

  • A tu marido va a darle algo. Como lo tengas mucho rato más así va a estallarle la polla –dijo Wolfgang.

  • Pero no me vas a negar que así es más excitante, ¿no? –Le preguntó Raquel-. ¿O no os da morbo tiraros a la mujer de otro y obligarle a contemplarlo todo? Porque lo que es a mí, me calienta una barbaridad.

Y continuó chupándoselas a ambos durante un buen rato más conduciéndome cada vez un paso más cerca de la locura.

  • Por favor, Raquel, desátame. Te prometo que no haré nada más que mirar –le suplicaba yo con voz quejumbrosa.

  • Tú quédate ahí y observa. Mira cómo me follan y disfruta.

Y diciendo esto último los apartó y se incorporó frente a mí. Agarró el sugerente camisón que más que tapar enmarcaba y se lo quitó. Inmediatamente apareció una mano a cada lado suyo que le desabrocharon el sujetador y sus tetas saltaron con un suave brinco frente a mi pasmada mirada. Luego, agarró sus diminutas bragas y las deslizó por sus gruesos muslos hasta que cayeron al suelo y quedó frente a mí completamente desnuda. Se acercó a mí y colocando un pie a cada lado de mi cuerpo sobre la butaca se subió a ella. En esa posición su sexo quedaba a la altura de mi cara, y lo acercó a mí plantándolo frente a mi boca que de forma casi instintiva se lanzó hacia él tratando de lamerlo. Ella me dejó hacer durante unos breves segundos en los que pude aspirar el penetrante aroma que emanaba de aquellos jugosos labios. Y cuando sintió cómo mi lengua trataba de abrirse camino entre ellos se apartó.

  • ¿Has visto cómo me han puesto estos dos cabrones? –Me dijo bajándose del sillón y acercando sus labios a mi oído-. Estoy completamente empapada. ¿Qué pensáis hacer para remediarlo? –Dijo entonces girándose hacia ellos y dándome la espalda.

CONTINUARÁ