Raquel y yo (2)

Tras escuchar a Raquel contándome como se acostó con Sonia me llega el turno de contarle lo que me ocurrió a mí con Paz y con Fran.

Raquel, mi mujer me cabalgaba frenética en un acelerado movimiento de vaivén que hacía que sus tetas se balancearan sobre mi cara de una forma tremendamente excitante. Pero después de haber escuchado su historia no era eso en lo que más me fijaba. No podía apartar mis ojos de su cara. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta dejando escapar pequeños gemidos transmitía una gran carga sensual. Y mientras continuaba saltando sobre mí imaginaba que no era yo el causante de semejante mueca de placer, sino su amiga Sonia. Imaginaba que era ella la que estaba entre sus muslos, que no era mi polla sino su lengua la que entraba y salida de aquel estrecho y placentero reducto que es su sexo. Y con estos explosivos pensamientos me derramé dentro de ella, y ella continuó brincando sobre mi polla hasta que también se corrió entre pequeños gemidos, y mientras lo hacía no podía apartar de mi imaginación la cara de Sonia entre los muslos de Raquel.

Ella cayó sobre mí, derrengada, su rostro perlado de pequeñas gotas de sudor y no pude evitar en pensar lo mucho que la amaba. Aun incluso después de haber escuchado de sus propios labios su infidelidad, con una mujer pero infidelidad a fin de cuentas, me daba cuenta que no podía vivir sin ella. E incluso si me hubiera confesado que se había acostado con un hombre en lugar de con Sonia, creo que la habría perdonado igual. Así es el amor.

  • Te quiero, mi vida –le dije dándole un tierno beso en los labios.

  • Y yo a ti, mi amor –me respondió solícita.

Permanecimos en esa postura un buen rato, hasta que ella se rodó hacia un lado y se dejó caer a mi lado, para caer en un reposado sopor. Yo permanecía tumbado, mirando al techo mientras un único pensamiento golpeaba en el interior de mi cabeza. Era una duda que me había asaltado infinidad de veces, una pregunta sin respuesta en espera de una solución que parecía no llegar nunca. ¿Se lo digo o no se lo digo? ¿Qué puede ocurrir si se lo cuento? Me preguntaba a mí mismo una y otra vez. Y siempre me llegaba la misma respuesta: nada. ¿Entonces qué te impide hacerlo? Y la verdad es que no sé qué es lo que me impedía hacerlo. Pero después de lo que ella me había contado creí que era un buen momento para intentarlo y armándome de valor me giré hacia ella y con un leve empujón de mi mano la zarandeé suavemente rescatándola del sueño en el que estaba cayendo.

  • Raquel, ¿estás despierta?. –le pregunté en voz baja.

  • Ahora ya no, ¿qué te pasa?

  • Quiero contarte algo. Algo que me ha venido a la cabeza escuchándote antes.

  • ¿Qué es eso tan importante? –y percibí cierta curiosidad en su tono de voz.

  • Algo que me ha venido a la cabeza mientras me contabas lo de Sonia. Es algo que me pasó cuando era más joven, algo parecido a lo que te pasó a ti.

  • ¿Ah, sí? ¿También te enrollaste con una amiga?

  • No exactamente. Esto que te voy a contar me ocurrió ya hace muchos años, y nunca antes se lo he contado a nadie sin saber muy bien los motivos que me han llevado a ello. Conoces a Paz, ¿verdad? La chica que lleva la tienda de hierbas medicinales que hay en la plaza en el pueblo de mis padres.

  • Sí, sé quien me dices. Esa con pinta de hippy casada con aquel tipo pelirrojo. Es alemán, creo… Pero ya me contaste una vez que de joven habías estado liado con ella. ¿Qué es eso que me vas revelar ahora y que ha aguantado en secreto durante tantos años?

  • Deja que empiece desde el principio. Es cierto que estuve liado con ella. O más bien era ella la que se liaba conmigo. Por aquel entonces yo era un crío, a pesar de haber recién cumplido los dieciocho añitos. Y ella era ya una auténtica mujer que vivía su vida sin complejos, libre, sin atarse ni comprometerse con nadie ni con nada. Siempre hizo lo que le dio la gana. A mí me encantaba por eso, y la verdad es que estaba loquito por ella. Y ella se encaprichó durante una temporada conmigo, porque así funcionaba. Iba por temporadas. Te cogía, te utilizaba mientras le apeteciera y luego te abandonaba. Ahora bien, durante todo el tiempo que me tuvo yo viví en un paraíso. Y aunque no fue con ella con quién perdí mi virginidad, en cierta manera fue la primera mujer de mi vida, ya que con ella descubrí cosas que ni habría imaginado que se podían hacer en una cama. Porque Paz en la cama era una auténtica fiera desbocada. En el momento en el que se desnudaba perdía todos los complejos, si es que tenía alguno, y se sentía en plena libertad. Yo tuve suerte aquel verano y se desnudó para mí. Yo ya me había acostado con otra chica del pueblo el verano anterior, pero Paz me enseñó a follar. Me enseñó que en la cama no hay que tener ningún tipo de complejo, que una vez desnudos todos están en igualdad de condiciones y que cada uno es libre para soltarse y hacer lo que más le apetezca.

  • Vaya, vaya, eso nunca me lo habías contado, -me dijo con una ligera sonrisa.- De todas formas, creo que te enseñó muy bien

  • Sus padres tenían un pequeño apartamento cerca de la playa, o más bien una tercera parte de él. Las otras dos partes eran de los tíos de Paz, que casi no pisaban el pueblo. Había pertenecido a sus abuelos y al morir lo habían dejado para sus tres hijos, pero debido a unos problemas legales con la herencia no podían hacer nada con él. Ni venderlo ni alquilarlo. Los padres de Paz ni lo pisaban, cosa comprensible teniendo en cuenta que vivían a unos escasos doscientos metros, y los tíos ya te he dicho que ni aparecían por el pueblo. Así que se convirtió en nuestro "nidito de amor". La verdad es que era un poco cutre, con una decoración anticuada y desgastada. No había ningún mueble, más que un viejo colchón que trajo Paz y un pequeño televisor que tan solo cogía dos canales. Luz había, pero agua corriente no ya que la habían dado de baja en la compañía. Entre aquellas cuatro paredes se me pasó la mayor parte de aquel magnífico verano. Entre las cuatro paredes y entre los muslos de Paz, porque la verdad es que nos pasábamos el día follando como locos. Había días en los que nos encerrábamos allí y no salíamos ni para comer. La verdad es que a veces me pregunto como aguanté aquel ritmo infernal. Cosas de la edad, imagino.

  • Jooo, me habría gustado conocerte con esos dieciocho años. Dijo soltando una risita.

  • No te vayas a creer, era un poco pardillo por aquella época. Recuerdo que ella siempre me decía, Javier, tú tienes mucho potencial, pero tienes que soltarte. Libérate, me decía siempre que nos lanzábamos sobre el colchón. De todas maneras no debía ser tan malo, ya que estuvo conmigo casi cuatro meses, y en Paz eso era bastante raro ya que los hombres no solían durarle más de un par de semanas.

  • Entonces le debo a Paz más de lo que me pensaba. Por lo que me cuentas, ella fue la encargada de pulir el diamante en bruto que eras hasta convertirlo en la joya que eres hoy

  • Bueno, bueno, -dije con una sonrisa,- no sé si fue ella la que me pulió o no. Sí que es verdad que me enseñó muchas cosas. Pero a lo que iba. Fue un verano fabuloso. Y fue hacia el final del verano cuando, lo recordaré toda la vida, Paz se presentó un día en el vacío apartamento, del cual me había dado una copia de la llave, con otro tío. Los escuché entrar riéndose a carcajadas y me extrañó sentir las dos risas, ya que en esos cuatro meses nunca antes había traído a nadie. Había sido un reducto destinado únicamente para nosotros, o eso creía yo por aquel entonces. Luego me enteré que no había sido así, y que había ido algún tío más aparte de yo mismo. Recuerdo que unos años más tarde se lo eché a Paz en cara lo de que estando conmigo se había llevado a otros tipos al apartamento y lo único que me dijo fue que donde estaba el problema, que le gustaba follar y era lo único que había hecho. Para que veas la naturalidad con la que vivía el sexo. El caso es que aquel día entró y me vio ahí plantado en el centro de la habitación con cara de bobo. Imaginé que estarías aquí, me dijo, quiero presentarte a Fran, un buen amigo que ha venido a hacerme una visita desde el pueblo de mis abuelos. Le saludé sintiendo un enorme alivio al pensar que no lo había traído para tirárselo, sino para presentármelo. Fran resultó ser un tío encantador. A primera vista parecía el típico chico que por timidez entra con miedo a los sitios, pero nada más alejado de la realidad. Demostraba una asombrosa seguridad en todo lo que hacía, actitud poco acorde con su aspecto físico. Era un poco más alto que yo pero mucho más delgado, por lo que parecía más joven, a lo que ayudaba su imberbe rostro de delicados rasgos. Labios finos y nariz aguileña bajo una espesa mata de rizos rubios. Sus ojos, de un azul aguamarina miraban el mundo con falsa timidez. Estuvimos un buen rato charlando hasta que decidimos salir los tres a tomar una copa. Era viernes por la noche y los bares estaban a rebosar de gente, bebiendo y bailando, disfrutando los últimos coletazos de las vacaciones. Fue allí donde empecé a darme cuenta de la forma en que se miraban y en que se hablaban, y noté como los celos se instalaban en mi cabeza, muy a pesar, ya que Fran me había caído genial. Era evidente que entre ellos había algo más que una simple amistad y no podían negarlo. Y aunque que sabes que no soy posesivo aquella noche me comporté como un auténtico borde, a pesar de que ella me cortara varias veces diciéndome que si no estaba a gusto me largara a casa y ya nos veríamos al día siguiente. Y por no verlos lo habría hechos gustoso, pero no me atreví a dejarlos solos, así que los seguí de bar en bar con cara de amargura. Finalmente, tras no sé cuantas copas en otros tantos locales, Paz propuso ir al apartamento. Por un momento estuve tentado de no ir a fin de no verlos más tonteando abiertamente, pero la imagen de Paz follándose a Fran sobre el desvencijado colchón pudo más que yo y los acompañé.

  • Sigue, sigue, que se está poniendo interesante

  • Llegamos al apartamento y nos sentamos los tres sobre el colchón. Apoyados contra la pared mientras bebíamos lo poco que quedaba de una botella de ron. Ellos se reían por cualquier tontería y lo que antes había sido un mal disimulado tonteo se estaba convirtiendo en un flirteo en toda regla, y yo de mientras permanecía ahí sentado sin saber muy bien qué hacer. La situación alcanzó el límite, o eso creía yo, cuando Paz se sentó a horcajadas sobre los muslos de Fran y comenzó a darle un morreo al que él correspondió con ganas. Eso ya fue demasiado. Me levanté enfurecido y le grité que como era capaz de hacerme eso, de dejarme de lado de esa manera tan cruel, si no tenía sentimientos y no sé cuantas burradas más. ¿Quién te está dando de lado?, fue lo único que me dijo, si crees que es eso lo que hago eres libre de marcharte, si no quédate. Y me quedé ahí intentando digerir esa respuesta mientras ella tras lanzarme una sugerente mirada retomaba su morreo con Fran. Indeciso, me volví a sentar en el colchón, a su lado, apoyado contra la pared, momento que ella aprovechó para cambiarse y abandonando los muslos de Fran se sentó sobre los míos y me besó en los labios, diciéndome que estaba segura de que iba a quedarme. Mis labios, indecisos, no respondieron a sus besos. Era una situación muy incómoda para mí, y te aseguro que en aquel momento aquello no tenía ningún aspecto erótico, al menos para mí. Para ellos sí que debía de tenerlo, ya que ella se giró hacia él y sin retirarse de mis muslos comenzó a besarle a él. Nunca jamás me había imaginado que alguna vez pudiera encontrarme en semejantes circunstancias. Mi chica, porque para mí era mi chica aunque yo para ella nunca fuera su chico, sentada encima de mí morreándose con otro tío. Nadie te prepara para algo así. Deseaba levantarme y marcharme corriendo de allí, de aquella zorra que era capaz de hacerme una cosa así, pero alguna fuerza misteriosa, y no me refiero al peso de Paz sobre mis muslos, me retenía allí obligándome a observar como sus lenguas danzaban en un agitado baile. Relájate y disfruta, simplemente eso, me dijo Paz al oído, separándose de Fran y acercando sus labios a los míos. Esta vez mis labios respondieron tímidamente a su beso. Cerré los ojos intentando borrar de mi mente la imagen del tipo a mi lado y la besé como si fuera la primera vez que besaba a una mujer, con indecisión. Ella se separó y me miró con un destello de lujuria en sus ojos. Venga, Javier, tú sabes hacerlo mucho mejor, me dijo antes de regresar a mis labios. Esta vez la besé con más ganas y descubrí que después de todo no era tan malo. Solo tenía que concentrarme en su boca y Fran desaparecía de mi lado y quedábamos solo ella y yo en nuestro apartamento. Empezaba a gustarme cuando ella se separó y se giró hacia él y comenzó a besarle con la misma pasión con la que me había estado besando a mí, sacándome de mi sueño particular y devolviéndome a la cruda realidad.

  • Joder, con Paz. La verdad es que viéndola en la tienda no me la imagino en esa situación… -me dijo Raquel con cara de asombro.- Aunque la verdad es que tampoco te imagino a ti.

  • Déjame que siga. Paz se daba cuenta de que yo no estaba cómodo y alternaba los besos entre Fran y yo dándome a mí la mayor parte, sabiendo que era la forma que tenía de conseguir que por un momento me olvidara de él. Pero ella no le quería hacer desaparecer. Nos quería a los dos para ella. Mientras me tocaba el turno para besarla mis manos iban perdiendo la rigidez que tenían al principio e iban encontrando su posición sobre la cintura de Paz, acomodándose sobre sus caderas. La primera vez que sentí las otras manos sobre su cintura estuve a punto de retirarlas de golpe y ella debió de notar mi reacción ya que intensificó apasionadamente el baile de su lengua contra la mía, así que me quedé con las manos sobre su estrecha cintura mientras sentía como las manos de Fran la acariciaban por debajo de la camiseta. Yo intentaba no pensar en esas manos que notaba que iban subiendo desde la cintura hacia sus pechos, pero me era imposible. Incluso con los ojos cerrados veía como sobaba sus tetas. Me aparté de ella y abriendo los ojos vi que él le había quitado la camiseta y efectivamente sus manos estaban sobre sus tetas amasándolas como si fuese a hacer un pan con ellas. Relájate y disfruta, me dijo Paz al mismo tiempo que se levantaba y se desnudaba con nerviosos movimientos. Pero yo era incapaz de relajarme. No podía, con Fran delante de mí besándola y acariciándola. Y la verdad es que había fantaseado muchas veces con situaciones parecidas, pero ya ves, a la hora de la verdad veía que era incapaz de reaccionar. Paz acabó de desnudarse y arrodillándose a mi lado comenzó a desabrocharme el pantalón. Yo me dejaba hacer, sin poder apartar la vista de Fran, que también se había quitado toda la ropa y permanecía ante mí totalmente desnudo luciendo una tremenda erección. Si en algún momento desde que entramos al apartamento había sentido algo de excitación, la visión de su cuerpo desnudo frente a mí me la quitó toda. De siempre me ha dado mucha vergüenza desnudarme delante de otros tíos, al igual que me da corte verlos desnudos frente a mí, así que imagínate como me sentí viéndole de aquella manera. Es más, por raro que te parezca era la primera vez que veía a un tío empalmado. En mi grupo de amigos había algunos que sé que a veces se iban al piso de uno de ellos a ver pelis porno y que se sentaban todos en el sofá y se pajeaban, pero yo nunca había ido. Una vez me lo propusieron y puse una excusa tonta, sin atreverme a decirles que me daba vergüenza ver cómo se masturbaban delante de mí y mucho más pajearme delante de ellos. Así que ya ves cómo debía estar yo en aquel momento.

  • ¿Y qué hiciste entonces? –me preguntó nerviosa Raquel.

  • Pues nada. Estuve a punto de levantarme y marcharme. No me veía capaz de follarme a Paz junto a Fran. Porque te aseguro que al contrario que la de él, mi polla estaba floja, colgando inerte entre mis piernas. Paz acabó de quitarme los pantalones y los calzoncillos y la cogió entre sus manos y comenzó a meneármela. Normalmente, y tú lo sabes bien, habrían bastado unos cuantos movimientos para conseguir endurecérmela, pero todos sus intentos fueron inútiles. Aquello no se me levantaba ni a la de tres. De mientras, Fran se había arrodillado y estaba besando a Paz sin darse cuenta de que precisamente eso era lo que me impedía responder. De vez en cuando ella se apartaba de él y se lanzaba como una fiera sobre mis labios sin dejar de menear mi impotente polla. Y al parecer los hábiles movimientos de su mano estaban consiguiendo algún efecto, ya que notaba como iba irguiéndose lentamente, endureciéndose poco a poco. Sentía sus dedos acariciándome la piel de las mejillas al mismo tiempo que su lengua exploraba en mi interior. Tardé un rato en darme cuenta de que no podía acariciarme la cara con los dedos al mismo tiempo que tenía mi polla en la mano y abrí los ojos extrañado mirando hacia abajo para darme cuenta de que no era la mano de Paz la que me masturbaba, sino la de Fran. Me faltó muy poco para levantarme y huir corriendo de aquella habitación, pero tuve un momento de indecisión, y fue ese momento de duda el que finalmente me retuvo. Si lo hubiera hecho hoy no te estaría contando esta historia. Pero me quedé. Y antes de que pudiera reaccionar vi asombrado cómo Fran se agachaba y se metía mi endurecido pene en la boca. Yo estaba perplejo. Nunca jamás en la vida, excepto el médico, me había tocado la polla otro tío, y la sola idea de pensarlo me producía asco. Pero en ese momento tuve que reconocer que a pesar de mi aprensión la cosa no era tan mala. Aún así yo estaba confuso. Por la forma en que Fran se había estado morreando con Paz estaba claro que no era maricón, así que no lograba entender que hacía con mi polla en la boca. Yo por aquella época no podía imaginar que hubiera gente que le fueran las dos cosas. O te gustaban los hombres o las mujeres, pero no ambas cosas.

  • ¿Era bisexual? –preguntó Raquel. Y pude apreciar en sus ojos ese brillo especial que tienen cuando está excitada.

  • Sí, era bisexual. Y yo no hice nada por apartarme, porque a pesar del lío mental que tenía en mi cabeza, me estaba gustando. Su boca suave y húmeda subía y bajaba lentamente a lo largo de mi verga, envolviéndola con calidez. De todas formas, a pesar del placer que estaba sintiendo mi cara no debía reflejarlo, porque Paz se acercó a mi oído y me susurró con sensual voz. Tranquilo, Javier, me dijo, relájate y disfruta, que a fin de cuentas es lo mismo que si te lo hiciera yo. Pero sus palabras de ánimo ya no me eran necesarias. Y no era verdad que fuera igual que si me lo hiciera ella. Porque lo que sentía en aquel momento no se parecía en nada a lo que hasta entonces había sentido, a pesar de que era simplemente una mamada igual a las muchas que me había hecho Paz durante esos últimos meses. Pero de una forma inexplicable me resultaba mil veces más placentera. Cerré los ojos y me concentré de lleno en esa nueva sensación, disfrutándola de una forma brutal, y fui incapaz de moverme, tan extasiado estaba, cuando noté un dedo, no sé si de Paz o de Fran, presionando sobre mi ano. Al parecer lo habían lubricado con saliva ya que bastó una ligera presión para que se hundiera con suavidad dentro de mí, y lo único que pude hacer al sentirlo penetrándome fue dejar escapar un pequeño gemido de placer. Era la primera vez que entraba algo en mi culo y no sé porqué siempre había pensado que sería algo doloroso, nada comparado a las oleadas de placer que me invadían cada vez que se movía dentro de mí. Fran de mientras seguía chupando con una pasmosa lentitud, y en el momento en el que se la sacó deseé que no lo hubiera hecho. Imagínate, yo deseando que un tío me la siguiera chupando.

  • Joder, qué fuerte. Y que sepas que estoy muy cabreada contigo.

-¿Por qué? –pregunté extrañado.

  • Deberías haberme contado esto mucho antes. Pero sigue. ¿Qué ocurrió a continuación?

  • Yo había perdido la postura que mantenía antes, sentado sobre el colchón con la espalda apoyada en la pared, y me había ido resbalando hacia abajo, por lo que estaba completamente tumbado. Tan pronto como Fran dejó de chuparme, Paz se sentó a horcajadas sobre mí y sin más preámbulos se sentó sobre mi dura polla. La situación debía ser para ella de lo más excitante, también, ya que su coño estaba totalmente mojado, más de lo que recordaba habérselo visto nunca. Empezó a moverse con movimientos suaves pero profundos, que alcanzaban el fondo de su vagina. Y vi como Fran se levantaba y recogía un tubo del suelo y comenzaba a extender el contenido del tubo sobre su polla, haciéndola brillar. Y luego cómo se colocaba detrás de Paz y empujaba su torso hacia delante, obligándola a echarse sobre mi pecho. Y cómo se arrodillaba entre mis piernas y cogiéndola por la cintura se apretaba a ella. Luego, lo único que noté fue el prolongado gemido que dio Paz y la presión sobre mi propia polla ejercida por la de él mientras invadía el conducto vecino. La teníamos ensartada entre nuestras pollas. Era algo increíble. Cada vez que me movía un poco notaba la presión de la polla de Fran a través de la estrecha pared que separaba su coño de su culo, al igual que notaba un roce cada vez que él se movía. Y si para mí era increíble, para Paz debía ser ya demasiado. La hostia, la puta hostia, gritaba cada vez que nos movíamos. Y vaya si nos movíamos. Su cara estaba a pocos centímetros de la mía y te juro que en los tres meses que había estado follando con ella, jamás se la había visto tal como la tenía en ese momento. Una rígida mueca de placer transformaba su rostro de una forma incluso alarmante. Gemía de una forma descontrolada y gritaba y gritaba. Así, así, folladme, cabrones, rugía de forma entrecortada por sus jadeos. Y cuanto más le miraba la cara más excitado me sentía yo y bombeaba dentro de ella con más fuerza, arrancándole nuevos gemidos. Yo no sé si llegó a correrse o no. Luego me dijo que sí, que lo había hecho tres veces, pero te aseguro que era imposible distinguirlo, tan seguidos eran sus gemidos. Y de repente, se salió de mí, y de Fran. Y yo me quedé como si me hubiesen despojado de un elemento vital. Pero antes de que pudiera hacer nada Fran me cogió con fuerza por las caderas y elevándome de una forma extraordinaria para lo delgado que estaba se arrimó a mí y antes de que me pudiera dar cuenta me había clavado la polla en el culo.

  • ¿Qué? ¿Qué te la metió en el culo? –gritó asombrada Raquel- ¿Y qué pasó?

  • ¿Pues qué quieres que pasara? Que me folló el culo igual que había follado el de Paz

  • ¿Y tú que hiciste?

  • Disfrutar como un cabrón. Ya te digo que en ese momento mi polla estaba a punto de explotar, después de la follada de Paz. Y la verdad es que lo que sentí cuando me la clavó no fue precisamente dolor. Me escoció un poco, eso sí, pero piensa que su polla estaba perfectamente lubricada con el gel que le había visto ponerse. Y en el momento en el que empezó a moverse, el resto del mundo desapareció para mí. Entraba y salía con movimientos secos, pausados, que parecían activar todo mi sistema nervioso enviando señales de un insospechado e intenso placer a mi cerebro. De vez en cuando, agarraba mi polla con la mano y le daba un par de sacudidas antes de soltarla, y te juro que cada vez que lo hacía pensaba que le iba a estallar en la mano. Yo no sé el tiempo que estuvo taladrándome el culo. Pero al igual que hizo antes Paz, me la sacó de golpe para no volver a meterla, y yo me quedé esperando con toda mi alma una nueva embestida que no llegaba. Noté la presión de sus manos, fuertes como garras, que me obligaban a girarme. Volví a recuperar la consciencia del mundo y vi a Paz, tumbada sobre la espalda a mi lado, con las piernas abiertas y masturbándose de forma febril. Las manos de Fran me condujeron hacia ella y yo me acomodé encima, restregando mi pecho contra sus pezones, duros como piedras, candentes como un hierro en la forja. Y la penetré. La penetré de una forma salvaje y la follé como un auténtico animal, con violencia. Y mientras lo hacía Fran se colocó detrás de mí y me volvió a penetrar el ahora dilatado agujero de mi culo. Y mis gritos se confundieron con los de Paz. Y los de Paz con los de Fran. Y me corrí de una forma bestial, gritando de una forma tal como nunca lo había hecho. Y el cuerpo de Paz se convulsionó bajo el mío en un violento orgasmo mientras Fran seguía bombeando con fuerza dentro de mí. Y de repente me volvió a arrancar aquel trozo de carne que se movía en mi interior, y me obligó a arrodillarme frene a él y con férreas manos dirigió mi cabeza hacia aquella cosa que me había arrancado esos gritos de placer. Y yo sabiendo lo que quería, me extrañé descubriendo que era lo mismo que yo quería.

  • Joder, Javier, me estás dejando asombrada como nunca antes lo habías hecho. –me dijo Raquel con voz trémula.

  • No me interrumpas, cielo. Me tragué la polla para descubrir que me gustaba. Nunca en la vida se me habría ocurrido hacer algo así, pero te juro que no lo pude evitar. Me la tragué hasta que no me cupo más, hasta que la presión sobre mi garganta me hizo sentir arcadas, que no me impidieron comenzar a mamarla de una forma salvaje. Y en el momento en el que Paz se arrodilló a mi lado y me la arrebató para chuparla ella sentí unos celos terribles. La quería solo para mí. La deseaba. Y la aparté para volver a engullirla. Nos turnamos sobre aquella polla no sé durante cuanto tiempo, ya que el tiempo parecía que se había detenido para mí y lo único que existía en aquel momento era aquella verga frente a mí. Solo sé que Fran comenzó a tensarse, dejando escapar unos fuertes gemidos, y que el primer golpe de semen cayó sobre mi cara y sobre la de Paz, que estaba pegada a mí dispuesta a arrebatarme aquel palpitante trofeo. Y soy consciente que al sentir como aquel chorro quemaba mi piel aparté a Paz de un empujón y me la metí toda en la boca, hasta el fondo, notando como un segundo chorro casi me ahogaba, obligándome a sacarla un poco para sentir un nuevo disparo dentro de mi boca. Y Paz casi tuvo que arrancarme de aquel manantial para poder saborearla ella misma

  • ¿Y qué pasó luego?

  • Recuerdo claramente que Paz me besó en la boca. Te has portado como un campeón, me dijo, sabía que podrías hacerlo. Yo la besé mientras Fran nos miraba y comenzaba a recoger sus ropas. Por lo visto tenía que marcharse si no quería perder el autobús. Y nos abandonó en nuestro apartamento, desnudos sobre la cama, abrazándonos y besándonos. Y si se hubiera quedado cinco minutos más habría visto como cabalgaba de nuevo a Paz, follándomela con fuerza, arrancándole nuevos gemidos y nuevos gritos de placer. A Fran nunca más volví a verle. Con Paz aguanté un par de meses más hasta que ella descubrió un nuevo entretenimiento y mis visitas al apartamento comenzaron a espaciarse en el tiempo hasta acabar desapareciendo por completo. Y la vida continuó hacia delante y comencé a dejar de pensar en ella a todas horas y los recuerdos se fueron difuminando. Pero lo que nunca he olvidado es lo que sucedió aquella noche. Y aunque nunca he vuelto a hacer nada parecido, he fantaseado cientos de veces con volver a sentir algo a parecido a lo que sentí aquel día.

Raquel se quedó callada durante un largo rato, ahí tumbada a mi lado, mirando unas veces al techo, otras directamente a mi cara con sus enormes ojos, hasta que finalmente me habló.

  • Eres un cabrón. –se limitó a decirme.

  • ¿Por qué? – le pregunté mosqueado.

  • Por haberte callado esto durante tanto tiempo. Ya sé que todo pasó antes de que yo te conociera, pero ¿no crees que tenía derecho a saberlo? ¿Por qué no me lo contaste?

  • Me daba mucha vergüenza. No sé bien porqué. Porque la verdad es que no me arrepiento de lo que pasó. Lo disfruté como un cerdo. Pero a veces me invaden dudas sobre si aquello estuvo bien o no.

  • ¿No dices que te gustó? ¿Entonces dónde está el problema? Realmente Paz tenía razón. Tienes que soltarte. Disfrutar del momento. Y te voy a proponer un trato.

La miré intrigado intentando averiguar qué tipo de proposición me plantearía.

  • Antes, cuando te conté lo de Sonia me planteaste hacer un trío con ella, ¿cierto?

  • Sí, -asentí con la cabeza.

  • Pues bien. Vamos a hacerlo con la condición de que primero hagamos uno con otro tío. Si tú no quieres, él no me follaría, pero yo quiero ver cómo te folla a ti. Y si tú aceptas eso, yo me comprometo a convencer a Sonia para el otro. ¿Qué te parece?

Lo pensé unos breves instantes antes de contestarle.

  • Hecho. Acepto el trato.

  • Bien, trato hecho. Y ahora comprueba tú mismo lo que has conseguido contándome esas cosas, -me dijo tomándome de la mano y guiándola hacia su sexo, completamente mojado.- ¿Qué podemos hacer con esto?

  • Déjalo en mis manos, -le contesté, zambulléndome entre sus muslos.

Y a partir de ese instante lo único que escuché fueron sus gemidos de placer inundando la habitación.