Raquel y yo (19)

Finalmente consigo acostarme con Andrea y con su marido ante Raquel, mi propia mujer, que se dedica a grabar todo el ecuentro con su videocámara.

A trompicones conseguimos llegar hasta el dormitorio. Yo me aferraba a aquella mujer sintiendo el calor de su piel contra mi cuerpo, estrechándola contra mí mientras su marido hacia lo propio desde el otro lado. Tan solo la liberamos de nuestro abrazo al llegar junto a la enorme cama de matrimonio que dominaba el dormitorio. La habitación era amplia, efecto acentuado por la ausencia de objetos. Tan solo la cama y un armario con enormes puertas correderas de cristal templado. No había ni mesa de noche, ni vestidor ni cómoda. No había cuadros ni adornos y ni tan siquiera cortina en el ventanal que con la persiana bajada ocupaba un buen trozo de una de las paredes. Todo esto lo observé de un solo vistazo, ya que pronto toda mi atención se centró en aquellas manos pequeñas y de dedos ágiles que desabrochaban la hebilla de mi cinturón. Andrea se había sentado en el borde de la cama y Juan y yo delante de ella permanecíamos de pie con aquellos bultos que llenaban nuestros pantalones más o menos a la altura de su cara, porque la verdad es que la entrepierna de él estaba alarmantemente abultada también.

Luego, sus manos se desviaron hacia el cinturón de su marido, momento que yo aproveché para quitarme la camisa y quedar frente a ella con el torso desnudo. En seguida volví a ser el centro de su atención y sus manos acariciaron mi vientre trazando intrincadas figuras con los dedos alrededor de mi ombligo, sinuosos caminos que poco a poco se iban aproximando al botón del pantalón. Yo temblaba de la excitación deseando que por fin llegara hasta mi sexo, que me arrancara los pantalones y lo tomara entre sus manos, que lo acariciara, besara, mordiera,… Me sentía a punto de explotar y ella me torturaba con su dilación. Miré a Raquel, que tomaba un primer plano de mi rostro con la cámara para luego ir bajando por mi pecho hasta enfocar aquellos dedos que estaban ya desabrochando el botón, y cerré los ojos esperando el tan ansiado roce de sus dedos sobre mi polla.

Pero ella me abandonó y volvió a dedicarse a Juan, torturándole con su lentitud igual que había hecho conmigo, pero con menos crueldad ya que a fin de cuentas él la tenía a ella todos los días. Yo miraba extasiado aquellos dedos que bajaban tan lentamente la cremallera, deseando que le arrancara ya los pantalones de una puta vez para que se pudiera volver a dedicar a mí, pero ella no tenía prisa ninguna. Y encima, mientras no dejaba de acariciar aquel bulto que tan bien debía ya de conocer, no dejaba de mirarme con aquellos ojos que me derretían y me moría de ganas de gritarle que se olvidara de él y me la chupara de una puta vez. Tal vez Andrea debió leer la desesperación en mis ojos ya que dejó el paquete de su marido y sus manos volvieron a mí. Lentamente, fue bajando la cremallera liberando parte de la tensión acumulada, mirándome fijamente mientras lo hacía. Luego agarró el pantalón por la cintura y con movimientos suaves lo fue deslizando hacia abajo al mismo tiempo que el slip que evidentemente se enganchó en la dureza de mi verga impidiéndole bajar más, pero ella metió los dedos bajo el elástico separándolo de mi piel y continuó bajándolo hasta que por fin aquel trozo de carne que me estaba matando quedó libre. Pero ella no lo tocó y yo me moría de ganas de que lo hiciera. Deseaba sentir el contacto de su mano rodeándome. Acabó de bajar el pantalón con gran parsimonia hasta que quedó hecho un ovillo a mis pies y solo entonces centró su atención en mi verga, hinchada y apuntando al techo, que palpitaba frente a ella. Acercó la mano y aun antes de que sus dedos la alcanzaran sentí mi cuerpo estremecerse, y mi respiración casi se cortó al notar como sus dedos se deslizaban con suavidad desde el rosado capullo hasta los huevos.

No veía a Juan, pero percibía su presencia a mi lado y algo me decía que no estaba perdiendo detalle de lo que su mujer me hacía y tal vez compadeciéndose de mí o por el placer de verla a ella acariciándome, él mismo sin esperar a las hábiles manos de Andrea se quitó los pantalones y la camisa. Se rompió el contacto de aquella mano mágica y solo entonces, siguiendo la mirada de Andrea, me giré para verle a él ya totalmente desnudo y con la polla tan dura como la mía. Esa misma polla que tantas veces había visto en el coño de Andrea y que tantas veces había soñado con que era la mía. Juan se la había agarrado con la mano y la blandía amenazadoramente frente a la cara de su mujer, que la miraba con lujuria. Pero Andrea prefería la novedad de mi presencia y enseguida se volvió a girar hacia mí dejando de lado a su marido a quien tampoco pareció importarle demasiado y se dedicó a observar atentamente cómo su mujer cogía mi polla en su mano y comenzaba una lenta masturbación al mismo tiempo que con la otra mano me acariciaba los huevos.

La habitación a mi alrededor comenzó a girar de forma descontrolada. Cada vez que aquella mano se deslizaba a lo largo de la palpitante verga me mareaba y tenía que hacer esfuerzos para no caer al suelo, y la única forma para evitarlo que logré encontrar fue mirar a Raquel directamente a los ojos. Al principio ella no se dio cuenta, atenta como estaba al movimiento de la mano de Andrea, pero cuando notó mi mirada levantó sus ojos y los clavó en los míos con firmeza. Luego subió el objetivo de la cámara que hasta ese momento había estado enfocado hacia mi verga y lo apuntó a mi rostro. Tras unos cuantos meneos logré encontrar el control de mi equilibrio y me atrevía bajar la mirada para ver mi polla atrapada en aquella mano. La miré un rato disfrutando del agradable movimiento y luego miré a Andrea, que alternativamente miraba mi cara y la de Juan. Este continuaba con su polla en la mano meneándosela él mismo y agitándola frente a ella tal vez con la intención de reclamar su atención. Si era así lo logró, ya que en un momento dado ella alargó la otra mano para agarrársela a Juan de tal forma que quedó allí sentada con una polla en cada mano. Mi cara de satisfacción debía ser un poema (en efecto al día siguiente al ver la grabación de Raquel me sorprendió la mueca de placer que torcía mi rostro), pero la de Andrea no se quedaba corta. ¿Cómo se puede describir una mirada de lascivia y lujuria? Sus ojos brillaban con intensidad, los labios entreabiertos dejaban escapar fuertes soplidos de aire cada vez que exhalaba de forma agitada. De vez en cuando sacaba la punta de la lengua y la deslizaba en un sensual gesto sobre su labio para luego frotar uno contra el otro y mojarlos. Veía sus pechos subir y bajar de forma arrítmica, los pezones oscuros como si no fuesen parte de ella y alguien los hubiese pegado ahí. Su pelo liso se había enmarañado formando mechones que le daban un aspecto más salvaje y feroz, más sensual.

Juan, a mi lado comenzó a emitir pequeños sonidos de placer cada vez que la mano de Andrea alcanzaba la base del tronco y su capullo se estiraba como si intentara abrirse y muy pronto mis gemidos se unieron a los suyos. Ahora la cámara de Raquel enfocaba de forma alternativa la polla de Juan y la mía, y de vez en cuando ella se echaba un poco hacia atrás para hacer un encuadre general de la escena y un primer plano de la cara de vicio de Andrea.

Cuando Andrea acercó los labios a la punta de mi polla y la besó con delicadeza dejé escapar un gemido que se prolongó de forma agónica cuando entreabriendo los húmedos labios comenzó a metérsela con delicadeza en la boca. La sedosa dulzura de su boca, la calidez y suavidad de su lengua, la leve presión de sus labios a medida que descendían a lo largo del tronco, todo ello me llevó a tal estado de excitación que por un momento pensé que me correría antes de que pudiera sacársela. Pero aguanté hasta que mi glande casi le rozó la campanilla y ella se la sacó rápidamente para repetir la misma operación con Juan, y de esta forma, chupándonosla de forma alternativa nos tuvo durante un buen rato. Raquel no dejaba de dar vueltas a nuestro alrededor, enfocando bien a Juan o bien a mí y todo en su aspecto mostraba la enorme excitación a la que se encontraba sometida. La verdad es que todavía no logro comprender cómo era capaz de presenciar todo aquello sin hacer nada. Veía como gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro, cómo humedecía sus labios con la punta de la lengua y cómo respiraba entrecortadamente.

De repente Juan empujó a su mujer por los hombros apartándola de mí y obligándola a echarse de espaldas sobre la cama. Andrea apoyó los pies sobre el borde de la misma y levantando el culo se impulsó hacia atrás de tal forma que su cuerpo quedó tendido cuan largo era sobre el colchón. Juan se puso de rodillas a su lado a la altura de su vientre y yo le imité colocándome a un lateral de su cabeza de tal forma que cogiéndosela con la mano y obligándola a girarla hacia mí le ofrecí de nuevo mi polla que ella tragó con gula mientras su marido comenzaba a besar sus tetas.

  • Sí, joder, así, -dijo Andrea escupiendo mi polla de la boca y dando un manotazo sobre las blancas sábanas-. Arráncame las bragas ya y folladme de una puta vez. ¿Es que no ves cómo me estáis poniendo? Quiero que me folléis y me mphhhhh….

Antes de que le diera tiempo a acabar la frase le había vuelto a meter la polla en la boca, cosa que no pareció desagradarle lo más mínimo ya que enseguida se aplicó a chupármela mejor de lo que había previsto en ninguna de mis fantasías con ella. Con la boca llena apenas pudo emitir un débil gemido cuando los labios de Juan llegaron hasta sus bragas y tras dar una serie de besos sobre ellas las agarró con la punta de los dedos y las deslizó piernas abajo con la ayuda de Andrea que levantó el culo unos centímetros a fin de facilitarle la tarea. Por fin la veía tal y como siempre la había visto y soñado. Totalmente desnuda tendida sobre la cama ofreciéndose a nosotros. Juan se incorporó volviendo a colocarse de rodillas a su lado y cogiendo una mano de su mujer la colocó sobre su reluciente polla, quien viendo lo que deseaba comenzó a moverla de arriba abajo en una pausada masturbación. Juan a su vez estiró el brazo y acarició aquel depilado sexo, hundiendo ligeramente un dedo entre aquellos carnosos labios.

  • Mira su coño, Javier. La muy puta se ha depilado para ti. Dice que te gusta más así y esta misma mañana se lo afeitó. Zorra.

Yo lo miré babeando de placer para descubrir que en efecto se había afeitado dejando tan solo una estrecha línea de pelo en vertical que nacía justo donde sus labios se unían y moría unos centímetros más arriba.

  • Sí, sí, me lo afeité para ti, -me dijo sacándose de nuevo la polla de la boca-. ¿Te gusta, Javier?

  • Sabes que sí. –Le contesté sin poder apartar la vista de aquel hermoso coño.

  • Raquel, haznos un favor. –Dijo Juan levantando la vista y mirando a mi mujer. Yo le miré confuso tratando de imaginar qué querría él de ella ya que el trato era que no iba a participar en nada salvo para grabarlo todo-. En la maleta del comedor hay un neceser azul. Tráelo.

Raquel dejó la cámara sobre la cama y salió hacia el comedor no sin antes echar una mirada al tórrido espectáculo que debíamos presentar como si tuviese miedo de perderse algo importante. Al cabo de unos momentos regresó con el neceser que entregó a Juan sin ninguna palabra para volver a coger rápidamente la cámara.

  • Sí, cabrón, métemelo, métemelo,… -gimió Andrea y yo la miré intrigado imaginando que estaba pidiendo que le metiera el neceser. Juan lo abrió y saco de él un vibrador color marfil lanzando luego el neceser sobre la cama y desparramado el resto del contenido sobre la misma: un tubo de gel lubricante y varios preservativos. Su marido enseguida colocó el vibrador entre sus piernas y lo frotó sobre su sexo logrando arrancarle un nuevo gemido y haciendo que se aferrara con fuerza a su polla y se metiera de nuevo de un solo golpe la mía en la boca. Andrea levantó un poco la pelvis ofreciendo su coño a aquella dura polla de plástico que Juan hundió sin ninguna dificultad mientras yo observaba cómo era tragada casi hasta la base. No sé cuanto tiempo duró aquel juego con el vibrador. Solo sé que mientras ella jadeaba de forma descontrolada nuestras manos no dejaban de acariciar su cuerpo, manos que sobaban sus tetas pellizcando sus pezones, que bajaban por su vientre hasta rozar los escasos pelos que quedaban sobre la raja de su sexo. Andrea había dejado de chupármela concentrada en su propio placer, pero me la había agarrado con la mano mientras con la otra se la agarraba a Juan y nos masturbaba a ambos de forma intermitente mientras no cesaba de gritarnos.

  • Sí, joder, sí, así,… como sabéis ponerme, cabrones, me estáis volviendo loca.

Y Juan machacaba de forma insistente el chocho de su mujer que no dejaba de gemir y retorcerse sobre la cama tal y como lo había imaginado en mis mejores sueños.

  • Déjame un rato a mí. –Dije a Juan apartando su mano del vibrador hundido en el coño de Andrea-. Quiero hacer gritar a esta puta.

Y vaya si la hice gritar. Agarré el vibrador y comencé un vertiginoso mete y saca que hizo que todo su cuerpo se tensara.

  • Sí, sí, sí, sí, dame más cabrón, dame más,…. Voy a correrme, voy a correrme

Y en efecto todo en ella indicaba que su orgasmo se aproximaba a grandes pasos. Su respiración, las convulsiones de su pelvis intentando acelerar el rítmico movimiento de entrada y salida, sus jadeos. Incluso había dejado de masturbar a Juan concentrada tan solo en su propio placer. Yo me encontraba en la gloria viendo como aquella mujer se retorcía al más mínimo movimiento de mi mano.

  • Me corro, me corro. –Gritó, todo su cuerpo tensándose como un arco a punto de disparar, gimiendo y jadeando.

Y yo continuaba machacando aquel coño con el duro mango de plástico mientras Juan intentaba meter la polla en la boca de su mujer como si quisiera acallarla, pero Andrea estaba tan concentrada en su propio orgasmo que en lo que menos pensaba en aquellos momentos era en mamársela. Mi vista se posó en el contenido del neceser que se había derramado sobre la cama, especialmente sobre el bote de gel lubricante. Sin sacar el consolador de su sexo estiré el brazo hasta alcanzar el tubo y con cierta dificultad conseguí abrirlo con una sola mano ya que no me atrevía a soltar la otra del vibrador por temor a la reacción de Andrea. Apreté el tubo entre mis dedos y un grueso churro de gel embadurnó mi mano pringándomela toda. Justo lo que quería. Solté el tubo y metí la pringosa mano bajo el vibrador hasta que mis dedos rozaron su ano y ella se retorció de gusto al contacto. Con la cantidad de gel que había derramado fue fácil introducirle un dedo, al que siguió otro más mientras ella gritaba entre fuertes jadeos.

  • Métemelo más, cabrón, mételo hasta el fondo. Joder, joder, joder,

Y viendo que dos dedos no iban a ser suficientes para llenarle el culo le saqué el vibrador del coño y antes de que tuviera tiempo para quejarse lo ensarté de un solo movimiento en el agujero vecino al que hasta entonces había estado ocupando. Ella reaccionó volviendo a tensar todo su cuerpo, creo que volviendo a correrse, aunque a esas alturas y con tanto gemido y jadeo la verdad es que me resultaba difícil estar seguro. De lo que sí estoy totalmente seguro es de que al sentir su culo lleno y mis dedos metiéndose en su empapado coño al mismo tiempo que Juan mordisqueaba sus tetas, comenzó a gritar como una desesperada.

  • Joder, cabrones, cómo me estáis poniendo. ¿Es que no vais a follarme nunca? ¿A qué coño estáis esperando? ¿Es que no veis que no aguanto más? Os necesito a los dos dentro de mí. –Todo esto dicho entre gemido y gemido haciendo que fuera difícil entender sus palabras. Aunque Juan y yo la entendimos perfectamente ya que quería lo mismo que nosotros.

Juan se apartó de su lado y se tumbó de espaldas sobre la cama agarrándose la polla por la base de tal forma que apuntaba directamente al techo. Durante unos segundos, viéndolo así, me pasó por la cabeza la idea de metérmela en la boca y hacerle yo una mamada, pero eran tantas las ganas acumuladas que tenía de follarme a su mujer que pronto ese pensamiento pasó de largo. Andrea, al girarse y ver a Juan de esa guisa no se lo pensó dos veces y se levantó, con el vibrador todavía hincado en el culo, para sentarse precipitadamente sobre aquella enhiesta verga. Un solo movimiento bastó para ensartarse en ella y un solo empujón necesitó para encajársela toda dentro. Y al mismo tiempo que la polla de carne la iba llenando la de plástico se iba saliendo tal vez debido al exceso de lubricante o debido a las contracciones de su esfínter. El caso es que finalmente el vibrador acabó cayendo entre los muslos de Juan. Yo lo aparté a un lado y me situé a la espalda de Andrea rodeándola con los brazos y acariciando sus tetas con cierta brusquedad. Y mientras comenzaba a gemir de gusto observé a Raquel que continuaba grabando con una expresión en su rostro que nunca olvidaré. Siempre me ha encantado mirar a la cara a las mujeres en el momento en el que se corren, esa expresión de gozo, esos jadeos y esa forma tan sonora de respirar, inspirando y espirando grandes bocanadas de aire como si se fuera terminar. Pero verle la cara a Raquel fue mucho más excitante. Verla tan salida, porque lo estaba, sin poder hacer nada para aliviar su tensión le confería una fuerza inusual a su semblante. Era como un niño plantado frente a un escaparate de juguetes mirando boquiabierto los tesoros que tras el cristal se esconden y deseando poder entrar a jugar con ellos. Y nosotros éramos los juguetes y su cámara el cristal del escaparate. Ella me miró y apartó la vista turbada ante mi expresión. Dejó la cámara sobre el colchón y comenzó a desabrocharse la blusa con cierta prisa y por un momento pensé que había decidido cruzar la línea que ella misma se había trazado, para unirse a nosotros. Se la quitó y la lanzó junto a nuestras ropas que estaban esparcidas por el suelo y cuando estiró el brazo pensé que era para subirse a la cama, pero era simplemente para volver a agarrar la videocámara y continuar grabando.

  • Hijo de puta, métemela ya, métemela, - Andrea me sacó de mi distracción -. Fóllame ya de una jodida vez.

Volví a dedicar toda mi atención a aquella fogosa mujer que brincaba encima de Juan como si le fuese la vida en ello. Se había echado hacia delante aplastando las tetas contra el pecho de su marido y aprisionando mis manos entre ellas, así que las saqué y las coloqué sobre su espalda apretando a fin de que dejara de moverse durante un rato. Andrea dio un par más de brincos antes de quedarse quieta esperando el momento en el que por fin vería cumplido su sueño de ser follada simultáneamente por dos hombres. En el momento en el que vi que ya no se movía me la agarré con una mano y la orienté hacia el agujerito de su culo aun todo embadurnado de gel, frotándolo con la punta de arriba abajo y disfrutando enormemente de la excitación de verla preparada para la estocada que no llegaba.

  • ¿Quieres que te la meta, Andrea? ¿Quieres sentirla dentro? –le dije en voz bajita-. Pídemelo.

  • Clávamela de una vez, maldito cabrón. –Gritó ella exaltada-. ¿Para qué coño crees que estás aquí si no? Métela ya de una vez y fóllame, hazme gritar tal y como me asegurabas que harías cuando hablábamos por internet.

Y aun antes de que terminara de hablar y de un solo empujón la hundí hasta el fondo de su culo en donde entró con extraordinaria suavidad gracias al lubricante. Ella profirió un enérgico grito al sentirse empalada en nuestras dos vergas e intentó comenzar a moverse, pero la agarré con fuerza por las caderas frenándola.

  • No tan rápido, Andrea, no tan rápido. Yo te marcaré el ritmo. –Le dije al mismo tiempo que se la iba sacando con suavidad.

La verdad es que tenía el culo tan lubricado que salía sin apenas esfuerzo deslizándose hacia atrás con soltura, hasta que la cabeza de mi polla llegó hasta su esfínter y paré. De un nuevo golpe seco que hizo rebotar mis huevos contra la polla de Juan ensartada en su coño la volví a hundir hasta el fondo haciéndola gritar de nuevo.

  • Venga, zorra, grita, ¿no es lo que querías? Quiero oírte gritar de placer. –Le dijo Juan.

  • Sí, sí, así,… Joder, qué bueno, joder qué bueno,… -exclamó Andrea

Y diciendo esto comenzó a botar encima de su marido pero yo la agarraba con fuerza de las caderas tratando de marcarle yo el ritmo. Juan debajo de ella comenzó a moverse con cierta dificultad de arriba abajo, y cada vez que empujaba hacia arriba despegando el culo de las sábanas ella emitía un sonoro gemido que se intensificaba notablemente en el momento en el que yo mismo empujaba hacia delante. Pronto encontramos el ritmo adecuado para llevarla a unos umbrales de placer que hasta ese momento ella desconocía y tal era su concentración en su propio éxtasis que incluso dejó de moverse. Se quedó quieta arrodillada a cuatro patas mientras Juan se movía debajo de ella a vertiginosa velocidad que debía estar destrozándole la espalda.

  • Seguid… así, seguid… así, no…paréis, qué gustazo, -gemía ella totalmente descontrolada.

  • Era esto lo que querías, ¿verdad zorra? –le preguntaba Juan bajo ella.

  • Es bueno sentir dos pollas dentro, ¿verdad, Andrea? –Escuché peguntar a Raquel que giraba a nuestro alrededor con la videocámara en la cámara sin perder un solo detalle de lo que estaba pasando-. La primera vez que yo las sentí pensé que me moría del gusto.

Y escucharla ensalzando los placeres de ser follada por dos hombres precisamente ante la mujer a la que me estaba tirando me encendió más y mis movimientos se convirtieron en brutales embestidas secas y profundas.

  • Ahhhhhhhhh, aaaaaaahhhhh, -era lo único que podía articular Andrea.

  • Toma, zorra, toma, -gemía Juan debajo de ella.

  • Pero qué guarra que eres, estás hecha una auténtica puta. –Le decía yo sabiendo que a ella le gustaban esas palabras durante el sexo. Y agarrado a sus caderas bombeaba sin parar dentro de su culo, dándole de ve en cuando una fuerte palmada con la mano sobre sus nalgas haciendo resonar el estallido en todo el dormitorio.

  • AAAAAAAaaaaaaaaahhhh, AAAAAAhh,….Aaaah, -Estalló ella de repente derrumbándose sobre Juan, todo su cuerpo temblando. Y su alarido fue apagándose gradualmente hasta convertirse en un leve murmullo. Yo estaba ya a punto de correrme también y verla a ella hacerlo de manera tan aplastante fue el detonante que necesitaba, y con un par de embates que por un momento pensé que iban a partirla en dos y aferrándome con garras de acero a sus caderas me corrí dentro de su culo. Fue una corrida intensa que me dejó exhausto, las piernas temblándome y el corazón retumbando con tanta fuerza que parecía que me iba a estallar el pecho. Juan también debía de haberse corrido puesto que había dejado de moverse y permanecía como muerto bajo el peso del cuerpo de su mujer.

Tras unos instantes me retiré y saqué la polla de su culo, pringosa de gel y semen, y me tumbé a su lado abrazándome a ellos y besándola en la boca. Estuvimos un rato así tratando de recuperarnos del explosivo orgasmo mientras Raquel continuaba grabándonos dando vueltas a nuestro alrededor.

  • Mira, Javier, -me dijo enfocando con la cámara hacia el culo de Andrea-. La muy zorra se ha meado de gusto.

Miré hacia donde ella me decía para ver en efecto una gran mancha sobre las sábanas justo en donde ella había estado.

  • Y si ya habéis acabado, ahora me voy a mear yo. – Y diciendo esto apagó la cámara y la dejó encima de la cama. Se giró hacia donde estaba el vibrador y agarrándolo junto a un preservativo de los que había esparcidos sobre las sábanas se dio media vuelta y se dirigió hacia el baño-. No os mováis, ahora vuelvo.

Juan y Andrea me miraron con una sonrisa alelada en sus rostros, y encogiéndome de hombres me limité a decirles.

  • Dejadla. Otro día le tocará a ella, ¿verdad, Juan? Ella lo quiso así.

Y nos quedamos ahí tumbados escuchando los gemidos de Raquel tras la puerta del baño hasta que el silencio de la noche volvió a inundar la habitación y nos dejó adormilados.