Raquel y yo (18)

Andrea está dispuesta a probar la experiencia de tener a dos hombres para ella y yo me muero de ganas de follármela, así que quedamos ella, su marido y yo. Y Raquel que va grabar el encuentro.

Aquel sábado me levanté pletórico y lleno de alegría a diferencia de Raquel que amaneció seria y de mal humor en contraposición al magnífico día que se anunciaba. Quizás fuera por pensar lo que iba a tener que presenciar esa misma noche si las cosas salían bien o tal vez las dudas no la habían dejado dormir. Y es que dentro de muy pocas horas íbamos a conocer a Juan y a Andrea y si todo marchaba como esperaba esa misma noche por fin podría tirármela bajo la mirada de Raquel. Era un asunto que ya había discutido unas cuantas veces con ella sin poder sacarla de su negativa.

  • Raquel, -le había insistido durante toda la semana-, sabes que me encantaría verte participar con nosotros en el trío para convertirlo en un cuarteto. No entiendo a qué ese empecinamiento tuyo en limitarte solo a mirarnos.

  • No, Javier. –Me contestaba ella con terquedad-. Tengo que hacerlo así, es lo que te prometí como expiación por haberte puesto los cuernos. Ahora tienes que ser tú el que se tire a otra y yo miraré, cosa que a ti ni te di la oportunidad de hacer.

Pero en el fondo pensaba que ella lo quería así no por los motivos altruistas que alegaba, sino por el placer de verme con otra mujer mientras me grababa en vídeo. Y es que durante las últimas semanas la cámara y Raquel se habían vuelto inseparables y no había polvo que echáramos que no quedara grabado.

Hacía un día estupendo de principios de otoño y estuvimos paseando por la playa en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Luego comimos en una pequeña pizzería del paseo marítimo y fuimos a casa a echar una pequeña siesta, aunque la verdad es que me fue totalmente imposible dormir. Estaba nervioso y excitado tratando de imaginar cómo iría todo. ¿Se atreverían ellos a llegar al final o se echarían para atrás? ¿Sería todo tan fantástico como imaginaba o terminaría un poco defraudado como lo hice con Sonia? ¿Y si con los nervios no se me levantaba? ¿Y si al verla a ella en persona no me gustaba, o no me gustaba Juan? Las preguntas se amontonaban en mi cabeza que trataba de hallar respuesta para todas sin conseguirlo. Pero tanta elucubración no consiguió detener el reloj que lentamente iba desgranando minuto tras minuto hasta llegar a las seis. Y a las seis y media nos vestimos y salimos de casa al encuentro de Juan y de Andrea.

Apenas tardamos quince minutos en llegar a la cafetería, que se encuentra muy cerca de donde vivimos. La terraza aparecía abarrotada de gente que se amontonaba alrededor de las pequeñas mesas mientras un pequeño ejército de camareros con bandejas que parecían estar pegadas a sus manos paseaban a toda velocidad entre ellas transportando multicolores vasos y humeantes tazas de café. Nos detuvimos frente a la terraza y miramos confusos a lado y lado tratando de localizarles. A la derecha, un matrimonio nos miraba con curiosidad y por un momento llegué a pensar que eran ellos, pero bastó un vistazo un poco más detenido para darme cuenta que ella era demasiado joven para ser Andrea. Un poco más atrás había otra pareja que charlaban entre ellos animadamente sin prestarnos la más mínima atención. Ambos debían rondar los cincuenta lo que les convertiría en perfectos candidatos para ser ellos de no ser por que solo hablaban en alemán.

  • Tal vez todavía no hayan llegado. –me susurró Raquel al oído agarrándose a mi brazo. Yo miré el reloj para cerciorarme de que realmente eran ya las siete.

  • Pasan unos minutos de las siete. –le dije a Raquel.

Un camarero se acercó a nosotros y antes de que nos diera tiempo a decirle que solo estábamos buscando a alguien, me preguntó con un fuerte acento extranjero si éramos Javier y Raquel. Ella y yo nos miramos sorprendidos sin saber qué decir. Ese no podía ser Juan. Nunca le había visto la cara pero por lo que sabía estaba seguro de que no era paquistaní, como parecía ser el hombre que me miraba con curiosidad sosteniendo la bandeja en la mano. Yo afirmé dubitativo y enseguida me cogió por el brazo y me empujó hacia dentro del local.

  • Un hombre dentro quiere ver a usted. Y a mujer también. –Dijo con su pobre castellano.

Raquel y yo nos dejamos llevar por el camarero hasta una pequeña mesa que había arrinconada entre la pared y una columna metálica mil veces repintada y a la que se sentaba una pareja que nos miraba con curiosidad mientras comentaban algo entre ellos en voz baja. Al llegar junto a la mesa, él se levantó con energía y tendiéndome la mano dijo:

  • Hola, yo soy Juan. Ella es Andrea.

Estreché su mano y luego di un beso en cada mejilla a Andrea, que también se había levantado a saludarnos. Tras las presentaciones mutuas nos sentamos con ellos alrededor de la mesa y pedimos nuestras consumiciones al camarero que había permanecido de pie tras nosotros durante todo el rato, y mientras esperábamos las bebidas aproveché para estudiarles notando que también nosotros éramos objeto de escrutinio para ellos. La verdad es que me parecían más jóvenes de lo que me había esperado, sobretodo ella. Su aspecto era de lo más normal y me resultaba extraño pensar que era esa la mujer a la que tantas veces había visto desnuda, o mejor dicho a la que nunca había visto vestida salvo en ropa interior, que era ella por la que me había masturbado en incontables ocasiones como un adolescente y a la que tantas guarradas le había dicho mientras derramaba mi semen sobre sus imágenes. La verdad es que tampoco me había parado a pensar qué esperaba encontrar, pero los veía una pareja tan normal que me resultaba extraño mirarles y pensar para qué habíamos quedado. Ella me miraba también con ojos curiosos tal vez pensando de mí lo mismo, y en el momento en el que nuestros ojos se cruzaron ambos esbozamos una gran sonrisa.

  • No sabes las ganas que tenía de conocerte. –Me dijo ella mirándome con alegría.- Y aunque Juan no lo diga, él también.

  • Ya ves, aquí estamos por fin. –contesté yo tímidamente estrechando la mano de Raquel entre la mía.

No sabía muy bien qué decir a continuación así que callé durante un rato sin dejar de observarla a ella. No puedo decir que Andrea fuera espectacularmente guapa, pero sí tremendamente atractiva incluso a pesar de no utilizar nada de maquillaje. A sus cuarenta y dos años se conservaba estupendamente y lucía un aspecto juvenil tal vez realzado por el espectacular vestido rojo que se había puesto y que se ceñía a su cuerpo de forma maravillosa. Un escote en pico dejaba intuir dos pechos pequeños pero firmes, esos que tantas veces había visto en las fotos y que tantas pasiones me habían despertado. Por primera vez podía mirarla cara a cara y he de reconocer que era más guapa de lo que había imaginado a través de los fragmentos de su rostro que había visto por internet. Sus ojos claros color miel me miraban con sinceridad, una chispa de alegría brillando en ellos, enmarcados por una negra cabellera lisa que descendía hasta sus hombros y cuyas puntas rebeldes se curvaban hacia arriba. Su boca, pequeña y de labios gruesos, se torcía en una sonrisa que dejaba entrever unos dientes grandes y de color amarillento, típicos de fumadora, ligeramente separados entre ellos. Y mirando aquella boca no podía dejar de pensar en las incontables veces que había visto esos mismos labios tomando entre ellos la polla de Juan.

Dirigí la vista entonces a Juan que curioso me miraba estudiando mi reacción para mirar luego a continuación a su mujer. Él también me parecía más joven de lo que había imaginado a pesar de la incipiente calvicie que mostraba su cabeza. De estatura media, delgado y de aspecto enérgico me miraba con interés jugueteando con la copa en su mano, incapaz de ocultar su nerviosismo.

  • Pues sí, aquí estamos por fin. –volví a repetir mirándoles a ambos alternativamente-. También yo me moría de ganas de conoceros, y Raquel, a pesar de que os conoce desde hace tan solo unas pocas semanas también, ¿verdad, cielo?

Raquel me miró y asintió con una débil sonrisa, muestra también de su nerviosismo. La verdad es que yo también sentía como los nervios me devoraban por dentro y no podía menos que reírme ante la ironía de que Raquel y yo, que ya habíamos participado en intercambios de pareja y habíamos cumplido nuestras fantasías con un par de tríos nos encontráramos como si fuéramos los novatos mientras que a ellos que según me habían contado iba a ser su primera vez se les viera tan tranquilos y relajados. De alguna forma lograron transmitirnos su tranquilidad y pronto comenzamos a charlar de forma animada y el tiempo pasó rápido. Tanto que cuando miré el reloj descubrí asombrado que llevábamos casi tres horas allá sentados y por increíble que parezca no habíamos dicho ni una sola palabra sobre nada sexual ni sobre lo que nos había llevado hasta allí. Lo cual no dejó de asombrarme, ya que a Andrea la conocía desde hacía ya unos cuantos meses y el vocabulario que con ella había utilizado no pasaba de llamarla "zorra", "puta", "guarra", "¿Quieres ver cómo me corro?" o "me encantaría follarte". Qué diferente es el mundo real del virtual.

Fue Andrea la que propuso ir a cenar a un restaurante muy pequeño y acogedor que conocía por allí cerca, en donde continuamos la animada conversación. Tras la cena decidimos ir a tomar una copa a una coctelería hawaiana bastante conocida, sobretodo por las parejas de novios, ya que dispone de una serie de reservados en una discreta penumbra en los que enamorados encuentran cierta intimidad. El camarero nos pasó a un reservado hacia el fondo del local y los cuatro nos sentamos sobre unas mullidas butacas alrededor de una pequeña mesa. Andrea y Juan ocuparon una, muy juntos los dos, y Raquel y yo nos sentamos en otra a su lado. La conversación prosiguió y yo cada vez me encontraba más a gusto con ellos, como si fuésemos viejos amigos de toda la vida. Raquel también parecía estar pasándoselo bien y os aseguro que durante casi toda la noche olvidé que habíamos quedado con ellos para tirarme a Andrea. No fue hasta que Juan propuso ir a tomar una última copa a su casa que realmente fui consciente de lo que con toda probabilidad iba a ocurrir. Raquel y yo tras una breve mirada aceptamos sin dudarlo, y salimos a la calle en busca de un taxi.

Siendo sábado por la noche no fue difícil encontrar uno libre, y montamos los cuatro, Juan delante al lado del conductor y yo detrás en el medio con Raquel a mi derecha y Andrea a mi izquierda. Durante todo el trayecto no abrimos la boca para nada. Raquel sujetaba una de mis manos entre las suyas y las retorcía con nerviosismo mientras yo sentía el contacto del muslo de Andrea contra el mío. No podía apartar la mirada de sus piernas. Su vestido rojo quedaba recogido a medio muslo dejando sus rodillas al descubierto y despertando mi imaginación que se preguntaba qué habría un poco más arriba bajo la falda y de qué color serían sus bragas. Pasaron por mi cabeza en un corto instante todas las fotos de Andrea que había visto, todas las hermosas vistas de su coño que me había mostrado y repasé mentalmente el contorno de sus piernas, siguiendo aquellas suaves líneas hasta el punto exacto en el que se juntaban bajo un rizado vello. Aquellos pensamientos lo único que consiguieron fue que comenzara a sentir como mi polla iba cobrando vida bajo el pantalón y pronto sentí la presión que ejercía la incipiente erección que prometía reventar la cremallera. Tragué un poco de saliva, y sin decir nada estiré la mano y la coloqué sobre la desnuda piel de la pierna de Andrea, justo sobre la rodilla. Ella me miró y sonriendo colocó una de sus manos sobre mi rodilla. Raquel la miró a ella y luego a mí sin decir nada. Su cara no mostraba rastro alguno de emoción alguna, rígida e impasible, aunque sé que solo era una máscara que había adoptado para tratar de mantenerse al margen y no intervenir. Para ella no iba a ser nada fácil verme con otra mujer sin ella poder hacer nada, pero era la opción que ella misma había escogido como expiación por su infidelidad y por mucho que había intentado convencerla de que no era necesario no la había sacado de su terquedad.

Mi mano se deslizó unos centímetros sobre la fría y suave piel del muslo, ascendiendo hacia el borde de la falda en donde se detuvo. Andrea presionó mi muslo entre sus dedos como una invitación a continuar, y al hacerlo rozó mi entrepierna con el codo notando la erección que bajo el pantalón latía, ya que inclinó la cabeza y miró el bulto que se formaba. Raquel también se había dado cuenta y me miraba el paquete como si fuera la primera que lo hubiese visto, y observó sin inmutarse como Andrea comenzaba a frotar sin ningún disimulo su codo contra el mismo. Mis dedos avanzaron un poco más perdiéndose ahora bajo la falda y deteniéndose allí donde no alcanzaban más debido a la forzada posición de la mano. Andrea separó un poco las piernas y acaricié la sedosa piel de la cara interna de su robusto muslo. Juan se giró para hacer algún comentario y observé como sus ojos se quedaron clavados durante unos segundos en mi mano perdida bajo la falda, y tras decir algo intrascendente se volvió a girar para seguir hablando con el taxista como si tal cosa.

El trayecto se me hizo eterno y si ahora os tuviese que decir el recorrido que siguió os juro que sería incapaz de hacerlo. Me podrían haber dicho que habíamos recorrido toda la distancia hasta Tarragona, a cien quilómetros de distancia y me lo habría creído. De aquel trayecto el único recuerdo que me queda ahora es el codo de Andrea moviéndose sobre mi paquete. Pero el taxi finalmente alcanzó su destino y nos bajamos para encontrarnos frente a un portal algo antiguo pero bien cuidado, con una enorme puerta de hierro forjado y una cristalera. Juan sacó un juego de llaves del bolsillo y abrió el enorme portalón dejándonos pasar a un enorme vestíbulo de techo alto. Un viejo ascensor, de aquellos con doble puerta tan típico en los edificios del ensanche de Barcelona quedaba justo frente a nosotros.

  • El ascensor es viejo y solo caben como máximo tres personas. –Dijo Juan-. Mejor que subamos de dos en dos.

  • Vale, subimos primero.- Dije yo rodeando a Raquel por la cintura-. ¿Qué piso es?

  • El ático. Ático primera-. Contestó Juan.

El ascensor llegó al vestíbulo y abrí la puerta para entrar cuando de repente Raquel se apartó de mí dando un paso hacia atrás.

  • Mejor sube tú, Andrea. Yo esperaré aquí con Juan. –Dijo ella mirándome fijamente a los ojos.

Andrea no perdió el tiempo y de un brinco se montó en el ascensor junto a mí. Tan pronto se cerraron las puertas se abalanzó contra mí y rodeándome con sus brazos me besó en la boca apretando todo su cuerpo contra el mío. Yo la abracé restregándome contra ella con auténtica pasión y lujuria arrinconándola contra la pared, acariciando con manos febriles todo su cuerpo. Afortunadamente el ascensor era antiguo y la velocidad de ascenso era más bien limitada, así que aproveché para arremangar ligeramente su falda, lo justo para poder introducir las manos bajo ella y coger sus nalgas entre ellas. Apreté con fuerza mientras mi lengua exploraba su boca. Parecíamos dos adolescentes descubriendo el hechizo del sexo y la verdad es que así me sentía, descubriendo de nuevo el cuerpo de una mujer que no era la mía. Finalmente el ascensor llegó al ático y la puerta se abrió. Me separé de ella con desgana y abrí la segunda puerta que desembocaba en un débilmente iluminado rellano con dos puertas. Me empujó arrinconándome esta vez ella contra una de las puertas y devorándome a besos, apretando su cuerpo contra el mío y sintiendo como sus tetas se aplastaban contra mi pecho. Una de sus manos se deslizó hacia mi entrepierna y comenzó a acariciar el paquete con la palma de su mano sintiendo la fuerza de la erección que volvía a henchir mi bragueta.

Escuché un ruido que me hizo levantar la cabeza y ella me tranquilizó mordisqueándome el lóbulo de la oreja.

  • Tranquilo, Javier, es la ventana que no cierra bien. Relájate. En este rellano no vive nadie.

Y volvió a introducir su lengua en mi boca buscando la mía con insistencia. De mientras el ascensor ya había llegado hasta el vestíbulo y estaba ya subiendo de nuevo con Raquel y Juan. Se apretó fuerte contra mí, y justo en el momento en el que el ascensor alcanzaba el rellano se separó y me susurró con voz de lo más sensual.

  • No sabes las ganas que tenía, Javier,

La puerta se abrió y bajó Juan. Me miró a mí, apoyado contra la puerta y luego a Andrea con la falda arremangada a la cintura y sin decir nada se dirigió hacia donde yo estaba para abrir la puerta. Al pasar clavó sus ojos en los míos con una mirada difícil de interpretar, tal vez mezcla de temor y excitación. Imagino que se sentiría igual que yo la primera vez que vi a Raquel con otro hombre, esa curiosa mezcla de miedo a perder lo que más quieres con la excitación de verla gritar en brazos de otro. Luego salió Raquel que lo primero que vio fue a Andrea tratando de recomponer la arrugada falda, y luego me miró a mí, clavando su vista en el enorme bulto de mi pantalón. Y sin decir nada, siguió a Juan dentro del piso, pasando a mi lado sin apenas mirarme y haciéndome sentir mal por la extraña situación pero a la vez tremendamente excitado. Andrea pasó a mi lado y me agarró el paquete dedicándome una sonrisa y mirándome a los ojos. Yo la seguí y entré en el piso.

El piso estaba vacío aparte de los muebles. Al parecer era en donde vivían hacía un par de años, pero por motivos de trabajo habían tenido que irse de Barcelona justo en el momento en el que empezaba la crisis de la construcción. De repente se encontraron con un piso que no lograban vender a no ser que bajaran drásticamente el precio, y como no estaban dispuestos a perder dinero en la operación decidieron ofrecerlo mejor en alquiler hasta que la situación económica se estabilizara un poco. Lo tuvieron alquilado durante un año y ahora se había vuelto a quedar vacío en espera de nuevo inquilino.

En el comedor había junto al sofá una maleta abierta, ya que al parecer habían estado ellos dos durmiendo ahí los dos últimos días, y gracias a eso la casa no parecía tan vacía ya que se veía algo de vida en ella. Nada hay más triste que una casa sin objetos personales en ella. Juan abrió un pequeño aparador y sin decir nada sacó unas copas y nos ofreció algo para beber. Yo me senté en el sofá y Raquel se sentó a mi lado sobre el reposabrazos. A mi izquierda se colocó Andrea y a su lado se sentó Juan, en el borde del sofá y girado hacia nosotros mientras contaba algo. Pero yo estaba absorto y no escuchaba nada de lo que decía. Todavía sentía el sabor de los labios de Andrea contra los míos y todavía recordaba el tacto de sus nalgas. Mi pantalón todavía no había logrado deshincharse del todo y se apreciaba aún el bulto bajo la cremallera. De repente Juan calló, y la ausencia de su voz me hizo girarme para descubrir alelado que Andrea se había aferrado a él con la misma pasión que lo había hecho conmigo en la puerta y lo estaba besando hundiéndole la lengua en la boca hasta la garganta. Estaba claro que Andrea sabía lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo.

Se hizo un silencio incómodo mientras Raquel y yo mirábamos cómo se besaban sin saber muy bien cómo reaccionar, hasta que de repente mi mujer se levantó y se acercó hacia su bolso. Lo abrió y sacó la cámara de video.

  • Bueno, parece que la acción ya ha empezado. Voy a empezar a grabar.

Andrea se separó un poco de su marido y miró a Raquel, sus ojos brillando con lujuria. Juan la miró también haciéndole un leve movimiento afirmativo con la cabeza, y luego ella me miró a mí. Una mirada breve y fugaz con cara de pocos amigos. ¿Qué demonios le pasaba? Había sido ella la que había querido eso, no era culpa mía, y si hubiera querido seguro que podría haber participado sin ningún problema. ¿Qué quería que hiciera yo? Andrea me rescató estirando un brazo y colocando su mano sobre mi paquete. Yo me recliné hacia atrás en el sofá y cerré los ojos para no ver la cara de Raquel y sentirme más culpable de lo que ya me sentía y escuché el zumbido que hacía la cámara de vídeo al encenderse y comenzar a grabar.

  • No tengáis prisa. –Escuché decir a Raquel-. Hay cinta para mínimo un par de horas.

Andrea se giró hacia mí y me besó en la boca sin dejar de acariciarme el paquete por encima del pantalón. Escuché como Juan se acomodaba al otro lado echándose sobre el sofá de tal forma que ella quedaba entre nosotros dos. Abrí los ojos para encontrarme con los de Andrea, que me miraba fijamente mientras me besaba. Se apartó de mí un poco y acercó los labios a mi oreja.

  • Has venido para follarme, ¿verdad? Quiero que hoy me folléis los dos, tú y Juan. –me susurró al oído. Y acto seguido se giró hacia Juan y le musitó también algo al oído, imagino que lo mismo que me había dicho a mí-. ¿Qué me dices? –Me volvió a preguntar girándose de nuevo hacia mí-. ¿Qué me decís los dos?

Ambos asentimos al mismo tiempo sin decir nada. Tenía la garganta seca y no podía casi ni hablar. Al parecer a Juan le pasaba lo mismo ya que le vi tragar saliva mientras estiraba una mano para colocarla sobre el muslo de Andrea y ella estiraba a su vez la mano para acariciar el paquete de su marido. Me giré y contemplé a Raquel, que con la cámara en la mano observaba la escena con fascinación, nada comparado con la cara fría con la que me había mirado antes. Podía escuchar su respiración y ver como exhalaba el aire con fuerza por la nariz, signos inequívocos de que estaba excitada, pero al girarse hacia mí y mirarme su rostro cambió por completo demostrándome que no deseaba que la viera en ese estado. Así que es eso, pensé. Quiere hacerse la fría conmigo y no demostrarme lo mucho que la excita la situación. Tal vez para hacérmelo más fácil a mí.

Juan se levantó y tomando a Andrea de las manos la hizo levantar también. La abrazó con fuerza y la besó en la boca. Yo me levanté también y me coloqué a espaldas de ella, rodeándola con mis brazos hasta arrimarme por completo a su cuerpo y pegar mi polla contra su culo. Con los dedos comencé a juguetear con sus cabellos trazando dibujos invisibles sobre su nuca escuchando como temblaba cada vez que sentía el leve contacto. Luego, como tratando de borrar lo que mis dedos habían trazado, acerqué los labios a su nuca y la besé con delicadeza, deslizándolos con suavidad hacia su cuello. Mis manos habían descendido hasta su culo y con la palma de la mano lo masajeaba tanteando las firmes nalgas. Y por el rabillo del ojo veía a Raquel dando vueltas a nuestro alrededor para no perder ningún detalle de lo que se estaba perdiendo. Juan a su vez también la acariciaba y de vez en cuando nuestras manos se encontraban sobre su culo, momento que aprovechaba yo para retirarlas nervioso y subirlas hasta sus pechos, que se aplastaban contra el torso de su marido. Como imaginaréis para esos momentos yo estaba ya totalmente empalmado y mi polla palpitaba bajo la bragueta deseando salir. Me arrimé a Andrea y se la restregué por el culo para que sintiera ella misma la dureza que llenaba mi pantalón, para que se diera cuenta de cómo me ponía la situación. Necesitaba que supiera que todas las guarradas que le había dicho por internet eran verdaderas, que me moría de ganas de follármela y que estaba dispuesto a hacerlo. Acerqué mis labios a su oído y le susurré con timidez.

  • Te gusta, ¿verdad zorrita? ¿Te gusta sentirme así sabiendo que tú eres la causa?

Esa era la primera vez que le decía algo así con su marido delante, ya que todas las veces que la había visto por internet había hablado solo con ella, y la verdad es que me daba algo de corte hablar de esa manera delante de Juan. Pero a ninguno de los dos pareció importarle y al escuchar mis palabras fue como si se derritiera y girando su cabeza hacia mí, hacia detrás, dejó escapar un gemido.

  • Síiiii, me gusta, me gusta que me llames zorra y que me la restriegues por el culo. –Y girándose de nuevo hacia delante miró a su marido y le habló a él-. A ti también te gusta, ¿verdad, Juan? ¿Te gusta ver cómo me pone este cabrón? Dímelo, Juan, dime que te gusta oír cómo me llaman zorra.

  • Claro que me gusta, Andrea. –Contestó él-. Eres mi zorra y hoy vas a ser nuestra zorrita.

Volví a mirar a Raquel y advertí que estaba sudando. La mano que sostenía la cámara le temblaba ligeramente y asistía con la boca entreabierta a la conversación que frente a ella se desarrollaba.

  • Decidme lo que me vais a hacer, quiero saberlo.- Gimió Andrea entre mis brazos.

  • Vamos a follarte, Andrea. Vamos a follarte los dos. Él y yo. –Respondí en un leve susurro-. ¿Quieres que lo hagamos?

  • Sí, sí, quiero que lo hagáis, quiero sentiros míos. Soy vuestra puta para que hagáis conmigo lo que queráis.

  • Vamos a follarte, cielo. –le dijo Juan.- Hoy por fin vas a tener a dos hombres para ti.

Agarré el borde de la falda y comencé a subirla enrollándola sobre sí misma hasta llegar a la cintura dejándola con las bragas al aire. Eran unas preciosas braguitas de encaje negras que evidentemente se había puesto para la ocasión. Me volví a arrimar a ella y deslicé la mano sobre su vientre metiéndola por debajo del vestido. La piel era suave y estaba ardiendo. La bajé hasta llegar al borde de las bragas y mis dedos juguetearon un rato con los encajes antes de meterse bajo la fina tela y rozar el vello púbico. Tracé un círculo sobre el rizado pelo antes de descender un poco más y colocar los dedos extendidos sobre los labios de su sexo, gruesos y carnosos. Lentamente comencé a sacar la mano arrastrando los dedos a lo largo de los labios de tal forma que el dedo corazón se hundía ligeramente entre ambos. Juan de mientras había seguido enrollando el vestido hasta por debajo de las axilas y Andrea levantó los brazos para que se lo pudiera sacar por arriba de tal forma que quedó entre nosotros dos vestida tan solo en bragas y sujetador y con las sandalias de tacón bajo. Acabé de sacar la mano y la acerqué hasta la cara de Andrea, colocándola bajo su nariz, y estirando yo la cabeza por encima de su hombro la pegué a la suya y aspiré el aroma que impregnaba mis dedos.

  • Huele, Andrea, ¿a qué huele? –le dije en voz baja.

  • Huele a mí. Huele a mi coño, que está mojado como si tuviera goteras. –Me contestó ella.

  • Huele a zorra –le dije justo antes de morderle en el cuello.

Juan se había agachado un poco y estaba besando la parte de las tetas que dejaba libre el sujetador. Con las manos las acariciaba con suavidad deslizando la yema de los dedos alrededor de los pezones que destacaban claramente a través de la tela, pezones que ya había visto infinidad de veces y aun así me moría de ganas de volver a ver. Así que mis dedos trazaron un sinuoso camino sobre la piel de aquella maravillosa mujer hasta alcanzar el broche de la prenda que aprisionaba sus pechos. Lo abrí y Juan apartó las tiras hacia los lados y cogiéndolo con la punta de los dedos lo dejó caer. Andrea enseguida se libró del sujetador y yo pude admirar por primera vez en directo sus tetas. Se veían perfectas, ni grandes ni pequeñas, el tamaño justo para poder utilizar un escote con orgullo y para que no se descolgaran por su propio peso. Sus dos pezones se elevaban duros y erguidos sobre la tersa piel como dos rocas en mitad del desierto e inmediatamente reclamaron nuestra atención. Juan se agachó a besar y mordisquear uno de ellos mientras mis dedos pellizcaban el otro y Andrea emitía un pequeño gorjeo de placer semejante al canto de un pájaro.

  • Llevadme al dormitorio y folladme. –Dijo en un apenas audible susurro, al mismo tiempo que echaba hacia atrás una mano en busca de mi paquete que se restregaba contra su culo. Juan se incorporó y la besó en la boca apretándose contra ella y chafándola contra mí, y noté como Andrea extendía la otra mano para coger también el paquete a su marido. Cuando sus labios se separaron él le preguntó.

  • Dime, cariño, ¿qué quieres que hagamos?

  • Quiero que me folléis, quiero sentiros a los dos dentro de mí. ¿Es que no ves cómo me estáis poniendo?

Juan introdujo una mano bajo las bragas de su mujer hasta su sexo y hurgó en él durante unos instantes. Ella, al sentir el contacto de los dedos sobre su coño se estremeció y un pequeño temblor recorrió su cuerpo.

  • ¿Ves cómo me estáis poniendo? Quiero que me folléis. Os necesito a los dos. –Dijo ella con voz trémula.

Y mientras así hablaba no dejaba de acariciar mi paquete, agarrándolo y estrujándolo con fuerza como si quisiera exprimirlo entre sus dedos. Por unos instantes mis ojos se encontraron con los de Raquel que continuaba grabando a nuestro alrededor, dando vueltas con la cámara en la mano y con cara pasmada y sentí una oleada de placer como nunca había sentido. Todo aquel que haya practicado sexo con otra mujer delante de la suya sabrá a qué me refiero. Es algo difícil de describir, pero sientes como todas las terminaciones de tu cuerpo se crispan, tu respiración se acelera y un cosquilleo recorre todo tu vientre descendiendo hacia el sexo. Los pelos se ponen de punta y la piel de gallina. Y a pesar de que ella ya me había visto en más ocasiones con otra mujer, yo sentía esa sensación con mucha más intensidad que aquella primera vez, tal vez debido al papel de espectadora que ella misma había decidido adoptar y que hacía la situación mucho más excitante. O quizás fuera no por el papel de ella sino por el de la mujer que me estaba pidiendo que la follara, esa mujer que había despertado en mí las fantasías más sucias y perversas, la que me había vuelto loco durante esos últimos meses y se había instalado de forma fija en mis sueños más calientes. Andrea, a la que había follado en mis sueños una y otra vez, por la que tantas veces me había masturbado, por fin iba a ser mía. Y eso me llenaba de gozo de una forma que me resulta difícil de explicar en palabras.

  • ¿Quieres follarme, Javier? –Me sacó ella de mis pensamientos con voz sensual.

  • Sí, lo estoy deseando. ¿No ves cómo me pones? –Le pregunté restregando mi erección contra su culo-. Estoy loco por follarte y hacerte gritar como a una zorra. Quiero follarte, quiero follarte,

  • Entonces llevadme al dormitorio.

Y sin soltarnos de nuestro abrazo los tres iniciamos a cortos pasos un lento camino hacia el lugar en el que nuestros sueños iban a hacerse realidad, seguidos por Raquel que con la cámara en la mano no dejaba de grabar ni un instante.