Raquel y yo (16)

Tras la decisión que ambos tomamos de terminar con todas esas nuevas experiencias que habíamos vivido en los últimos meses, Raquel me confiesa que me ha puesto los cuernos...

Ya os conté cómo Raquel y yo tras la desastrosa experiencia de la fiesta en Madrid habíamos decidido olvidarnos del tema de las nuevas experiencias y regresar a la antigua monotonía sexual de antes. Y cuando digo monotonía no quiero decir que fuera aburrida, ni muchísimo menos, sino que le habíamos quitado esa chispa extra que había encendido nuestras mentes cuando planeábamos lo de los tríos. Volvimos a dejar el sexo para la intimidad de nuestro hogar sin compartirlo con nadie más y disfrutamos de él al igual que siempre lo habíamos hecho. Pero el día que Raquel se me acercó y me dijo que tenía algo que confesarme, sin saber muy bien porqué algo en mi interior me dijo que ya sabía de qué se trataba. Tal vez por la expresión abatida de culpabilidad que mostraba su cara, tal vez por los continuos cambios de humor que había tenido durante la última semana. O tal vez por que realmente estaba deseando que algo así ocurriera. Por que tengo que confesar que por mucho que lo había intentado no había logrado borrar de mi mente la imagen de Raquel chupándosela a aquellos desconocidos en la famosa fiesta. Y la imagen que en su día me había impactado tan negativamente había ido adquiriendo con el paso del tiempo un aire cada vez más excitante. Y ahora cada vez que pensaba en ello deseaba en el fondo de mi ser volver a repetir aquella experiencia. Dicho con pocas palabras, deseaba volver a ver a mi mujer follando con otros hombres.

  • Javier, tengo algo que contarte. –me dijo Raquel como os digo con cara de culpabilidad, como un niño que acaba de romper un plato y te mira con esa cara que no sabes si reñirle o reírte.

  • Soy todo oídos. –Dije acomodándome en el sofá y dispuesto a escuchar lo que tuviera que decirme.

  • No sé cómo empezar. Me siento muy mal. Creo que será mejor que te lo diga sin rodeos.

  • Me tienes en ascuas. Dime.

  • Te he puesto los cuernos. –Lo soltó así, sin más rodeos, y se quedó callada esperando mi reacción. Yo me quedé callado y sentí como un nudo se formaba en la boca de mi estómago. Había acertado de lleno y ahora la verdad me dolía tanto como me alegraba. Me resulta difícil explicaros la extraña sensación que me invadió al ver cómo mi suposición se hacía cierta.

  • Joder, Raquel, ¿no podías decírmelo de otra manera?

  • Javier, te lo diga de la forma que te lo diga no va a cambiar los hechos. Me he acostado con otro hombre. Quiero que lo sepas, porque no puedo vivir ocultándotelo, y no sé si serás capaz de perdonarme, pero también quiero que sepas que no ha significado nada para mí. Sólo ha sido una vez y no volverá a pasar.

Me quedé callado mirándola sintiendo como el dolor de su confesión atenazaba mis músculos, porque aunque os haya contado que en el fondo deseaba verla a ella con otro hombre no dejaba de dolerme el hecho de que me hubiese sido infiel. Raquel me miró con ojos llorosos sin saber muy bien qué decir a continuación y esperando alguna reacción por mi parte.

  • Fue la semana pasada, ¿verdad? –le pregunté.

Pude ver la sorpresa reflejada en su rostro.

  • Sí. –Bajó los ojos durante unos instantes antes de volver a mirarme y preguntar-. ¿Cómo lo sabías?

  • El otro día ví la caja en tu cajón con el conjunto de lencería que te habías comprado. Y al día siguiente vi que lo habías utilizado, ya que estaba guardado en la misma caja de cualquier manera, y dudo mucho que lo utilizaras para ir al trabajo. Además recuerdo cómo me rechazaste ese día y lo cariñosa y solícita que estabas conmigo a la mañana siguiente. Y lo rara que has estado esta última semana, la forma de mirarme en silencio y apartar tu mirada cuando me giraba hacia ti. Me lo imaginaba, pero no estaba seguro. Joder, Raquel.

  • Javier, te aseguro que yo no quería y que lo intenté evitar.

  • ¿Qué no querías? ¿Y qué pasó entonces, que él se tropezó y sin querer te la metió en el coño? Joder, que esta es la segunda vez ya que me cuentas algo así.

  • Lo de Sonia fue diferente y tú lo sabes. Ahora me he equivocado y te pido perdón. Podría haberme callado y no te habrías enterado nunca. Habrías continuado sospechándolo hasta que se te olvidara, pero necesitaba que lo supieras.

  • ¿Y qué quieres que haga ahora, que dé saltitos de alegría?

  • Quiero que me perdones, Javier. Me equivoqué. Te aseguro que intenté evitarlo pero algo en mi interior me impidió hacerlo arrastrándome hacia él. Perdí el control y acabé sucumbiendo al poder de aquel tío.

  • ¿Aquel tío? ¿Es que ni siquiera tiene nombre?

  • No sé cómo se llamaba. –Bajó su mirada, avergonzada.

  • Cojonudo. Me pones los cuernos y ni siquiera sabes con quién. ¿No piensas explicarme qué coño pasó?

  • ¿De verdad quieres que te lo cuente? Tal vez no te gusté.

  • Lo que no me gustaba ya me lo contaste, Raquel. Ahora siéntate y cuéntame qué te ocurrió.

  • Está bien, empezaré desde el principio. Todo empezó el miércoles de la semana pasada más o menos a la hora de cerrar la tienda, justo cuando Rocía acababa de marcharse. Aquel día tenía prisa porque tenía que ir a recoger a no sé quien al aeropuerto y le dije que ya me quedaba yo para cerrar.

Raquel, no sé si os lo he contado alguna vez, trabaja desde hace ya muchos años en una tienda de corsetería que a pesar de su pequeño tamaño y de no estar situada en un gran centro comercial funciona bastante bien. Es por eso que siempre me ha gustado verla en bragas y sujetador, ya que siempre encuentra los mejores artículos al mejor precio.

  • Debían de ser ya casi las ocho –continuó- cuando escuché abrirse la puerta y pensé que sería Rocío que habría olvidado algo, pero era un hombre de unos cuarenta y tantos años impecablemente vestido con un traje que por la pinta debía ser de los caros. Moreno y varonil parecía haber salido de un anuncio de perfumes. Era guapísimo, tipo George Clooney, y sabes que para que yo te diga que un tío está buenísimo tiene que estarlo de verdad. Lo miraras por donde lo miraras no podías apartar los ojos de él. Tal vez fuera su expresión, o la forma de mirar a su alrededor con aquellos ojos de mirada penetrante y decidida, o quizás la elegancia de su porte,… Me miró antes de decir nada, y desde ese momento me tuvo enganchada a él.

  • ¿No me irás a decir ahora que te lo follaste ahí mismo en la tienda? Menuda forma de intentar evitarlo sería esa.

  • Calla y déjame seguir, si es que quieres,… -moví la cabeza afirmativamente-. Bueno, como te digo, desde el mismo momento en que me miró me tuvo atrapada y él lo supo al instante demostrándolo con irónica sonrisa. Hola, guapa, me dijo con voz grave y profunda y forzó más su sonrisa al advertir mi turbación. Me explicó que estaba buscando un conjunto para una "amiguita" y enseguida me di cuenta de que todo en su forma de comportarse indicaba que era un chulo y un presuntuoso, pero qué coño, con ese cuerpo tenía motivos para serlo. Por su forma de hablar me dio a entender que era un regalo para una chica a la que apenas conocía pero a la que se pensaba tirar. Y seguro que ella también se lo quiere tirar, pensé para mis adentros. Comencé a sacarle varios modelos de los más sugerentes que encontré, sabiendo para qué los quería y él los miró todos con atención pero sin decidirse por ninguno. Quiero algo más atrevido, dijo, algo que la haga parecer como a una puta, ¿entiendes?. Le saqué alguno más y finalmente pareció decidirse por uno mientras yo me moría de la envidia pensando en la chica vestida con aquel diminuto tanga y las tetas prietas por el sujetador preparándose para follarse a aquel monumento.

  • ¿Fue ahí cuando ocurrió?

  • ¿Vas a dejarme hablar? No fue ahí, ni siquiera ese día. –Calló un instante antes de proseguir-. Le pregunté qué talla usaba su "amiguita" y él se limitó a mirarme de forma tan descarada que sentí cómo sus ojos me desnudaban. Es más o menos como tú, algo gordita pero con menos tetas, me dijo y me miró los pechos de tal forma que me hizo sentir incómoda. Si cualquier otro hombre me hubiese hablado de esa manera lo habría echado a patadas de la tienda, pero había algo en él que me impedía contestarle a esa grosería. Era la forma en la que hablaba, esa seguridad que transmitía. Ya te digo que había algo chulesco en su forma de hablar, pero lo hacía con tal confianza en sí mismo que resultaba imposible resistirse. Así que callé e incluso torcí la boca en una leve sonrisa antes de sacarle un conjunto de una talla menos que la que yo misma utilizo. Lo coloqué sobre el mostrador y él lo sacó de la caja y lo observó dubitativo. No sé, me gustaría ver cómo queda, me dijo. Y se me pasó por la cabeza la absurda idea de que ahora me iba a pedir que si se lo podía probar y una leve sonrisa torció mi boca.

  • ¿En serio? –le pregunté sorprendido.

  • Te lo juro que se me pasó la idea por la cabeza, pero lo que él pensaba era diferente. ¿Podrías probártelo para que lo vea? me preguntó sin titubear ni un instante. Yo me quedé de piedra y la sonrisa se borró de mi rostro tan rápido como se había dibujado. Le miré incrédula a lo que acababa de escuchar pero nada en él hacía dudar que estuviera bromeando. Más bien era al contrario y su aire serio y decidido indicaba que realmente quería que me probara aquel conjunto. Sentí encenderse mi rostro antes de contestarle tartamudeando un poco que no era posible y en lugar de decirle simple y llanamente que no estaba dispuesta a eso me limité a barbotear un par de escusas tontas. ¿Pero qué me pasa? pensé para mis adentros, ¿porqué no echas a este hombre de aquí? ¿es que no ves que lo único que quiere es verte desnuda? Pero ya te digo que todo su aspecto denotaba tal decisión que era casi imposible resistirse a él. Solo quiero ver cómo queda para hacerme una idea, dijo él sin apartar su mirada de la mía.

  • ¿Me vas a decir ahora que hiciste lo que te pidió? Tú estás loca, Raquel.

  • Pues sí, eso hice y lo mismo que tú pensé. Cogí el conjunto y me metí en el probador pensando que me debía haber vuelto loca para hacer algo así. ¿Qué pasaría si resultaba ser un violador? ¿O si lo único que pretendía era robar? A ver cómo explicaba luego yo a la policía que no pude hacer nada porque estaba probándome un conjunto. La dependienta de la tienda probándose un conjunto de lencería para su atracador. Qué cosa más ridícula. Pero ya te digo, transmitía tal aire de superioridad que te atrapaba en él. Aun así cerré la cortina del probador dejando un pequeño hueco a un costado para tratar de no perderle de vista, y mientras me desnudaba no apartaba el ojo de aquel hombre que continuaba de pie junto al mostrador mirando los otros conjuntos que allí había dejado. Me quité toda la ropa hasta quedarme desnuda y me miré en el espejo. Y de repente me encontré pensando que debería haberme depilado. Y sentí un cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo. Tomé una bocanada de aire tratando de relajarme, cálmate, Raquel, cálmate, me dije a mí misma una y otra vez, ¿qué te está pasando? Y no tardé mucho en darme cuenta de a qué se debía ese escalofrío que me había erizado el vello de todo el cuerpo. Estaba excitada, Javier. ¿Tú te crees? Yo no podía hacerlo. ¿Cómo puedes estar excitada en un momento así? Me machacaba a mí misma una y otra vez, ¿es que no te das cuenta del peligro que estás corriendo? Lo que estás haciendo es una locura. Y lo sabía, pero no podía hacer nada por controlarme. Miré mis tetas en el espejo, esas que con tal descaro me había mirado él, y observe cómo mis pezones se habían puesto duros y destacaban claramente contra la areola. Volví a mirar a través del hueco de la cortina y le miré. No parecía que estuviera dispuesto a hacer nada peligroso, así que me decidí y cogiendo el conjunto me lo puse.

  • Me estás asustando Raquel. No te reconozco. –Le dije mirándola con los ojos abiertos como platos alucinando al escuchar la historia que me estaba contando. ¿Esa era realmente la mujer con la que me había casado?

  • Y yo también estaba asustada. Pero podía más el morbo de aquel momento. Me puse el conjunto y me miré en el espejo. La verdad es que era realmente espectacular y me sentaba increíblemente bien. Un diminuto tanga que transparentaba de forma descarada todo lo que a duras penas cubría y un sujetador que elevaba mis tetas apretándolas entre sí. Me giré para tener una visión de la parte posterior y me sentí mal, pero no por lo que estaba haciendo sino por mi culo. No le va a gustar, pensé. ¿Cómo va a gustarle este culo gordo? Y además me sentía fea. Llevaba todo el día trabajando y estaba sin ducharme y sin maquillarme. Y esos pelos. Horrorosos.

  • ¿Es lo único que te preocupaba, estar guapa? –pregunté incrédulo.

  • Pues sí, viéndome con aquel sugerente conjunto me sentía tremendamente atractiva, y deseaba que mi aspecto estuviera acorde a él. Pero nada podía hacer más que aguantarme. A fin de cuentas tampoco estaba tan mal. Eché un último vistazo al espejo antes de armarme de valor para descorrer la cortina y carraspear llamando su atención. De repente tuve un acceso de lucidez y me di cuenta de la locura que estaba haciendo. Ni siquiera había cerrado la puerta de la tienda y podía entrar alguien en cualquier momento. No habría sabido que hacer ante una situación así. Por un momento tuve la tentación de volver a cerrar la cortina y volver a vestirme, pero entonces él levantó la mirada del conjunto que sostenía en sus manos y me miró. Me miró con tal intensidad que todavía siento escalofríos al pensar en él. Y supe que ya nada podía hacer. Me había atrapado y ahora era su presa aunque en ningún momento él se había mostrado como cazador. Sal y acércate, me dijo con firmeza, y yo como hipnotizada por la fuerza de sus palabras di unos pasos hacia adelante y salí del probador hasta situarme a un par de metros de él. Vi cómo me miraba y a pesar de lo absurdo de la situación y del peligro que entrañaba lo que estaba haciendo, no pude evitar sentir cómo mi sexo se humedecía. Repasó con su vista hasta el último centímetro de mi piel, se me comía con la mirada. Gírate, me dijo, y yo me giré lentamente a fin de que pudiera ver mi culo con el fino hilo encajado entre mis nalgas. Sentía la avaricia con la que sus ojos me devoraban y eso me hacía sentir bien. Me sentía atractiva y sensual. Volví a girarme y él contempló mis tetas, tal vez comparándolas mentalmente con las de su amiguita, y por su cara de satisfacción me encontré alegrándome al ver que yo salía como ganadora. Me tuvo durante unos minutos moviéndome frente a él, dándome vuelta tras vuelta, mirándome con absoluto descaro. Por unos instantes, cuando vi como observaba mi sexo claramente marcado a través de la fina tela y con los pelos sobresaliendo por los bordes, pensé que él se iba a abalanzar sobre mí para violarme y te aseguro que fue frustración lo que sentí al ver que se quedaba quieto. Vale, me lo quedo y tú quédate ese que llevas puesto, me dijo.

  • ¿Él te pagó el conjunto? Qué hijo de puta. –Dije asombrado.

  • Sí. Por las molestias, me dijo, y por lo atenta que has sido conmigo. Yo sin saber muy bien cómo reaccionar me volví a meter en el probador y cerré de nuevo la cortina pero esta vez dejando conscientemente la mitad descorrida de tal forma que si él miraba hacia allí era imposible que no me viera. Me quité el conjunto y desnuda como estaba me entretuve todo lo que pude en volver a doblarlo y meterlo en su caja sin dejar de mirarle por el rabillo del ojo. Sabía que él me estaba mirando y me demoré todo lo que pude en volver a coger mi ropa y ponérmela sin saber muy bien qué estaba esperando. Me vestí y volví tras el mostrador mientras él no apartaba su mirada de mí. Te queda muy bien, en serio, me dijo. Musité un tímido gracias y comencé a empaquetarle el que se iba a llevar para su amiguita pensando en la suerte que tenía aquella zorra que ya me caía mal sin conocerla siquiera y pensando en lo mucho que me gustaría ocupar su lugar. Él me pagó en metálico el conjunto que se llevaba y el que yo me había probado que por cierto no eran nada baratos. Estaba claro que dinero no le faltaba.

  • ¿Y qué coño pasó entonces? ¿Eso era todo lo que tenías que contarme, que te desnudaste frente a un desconocido?

  • No Javier, no. Pasaron más cosas. Me pagó y se dirigió hacia la puerta. Y cuando estaba ya con el pomo en la mano se detuvo y volvió hacia atrás hasta situarse de nuevo junto al mostrador. Sacó un papel del bolsillo de su americana y una pluma y garabateó con ella sobre el papel. Luego me miró y clavando su penetrante mirada en la mía con tal fuerza que me hizo hasta temblar las piernas me dijo que solo estaba en la ciudad durante ese día y el siguiente y que estaría encantado si me pasaba a tomar una copa con él. Llámame, me dijo con un tono que más parecía una orden que una sugerencia. Yo no supe qué contestar pero cogí el papel que me tendía y lo guardé en el bolso que tenía bajo el mostrador. Tras una última mirada se giró y abandonó la tienda dejándome allí sin saber muy bien si era real lo que me acababa de ocurrir. Como flotando en una nube cerré la caja y apagué las luces y tras poner la alarma cerré la persiana. Imagino que sería ese día el que dijiste antes que me habías visto como absorta. Recuerdo que ese día al llegar a casa casi ni te saludé, tan ensimismada estaba pensando en lo que había hecho. No me podía creer que hubiese sido capaz de realizar aquella locura. Y luego, en lugar de romper el papel lo había guardado en el bolso dándole con ello pie para que se hiciera esperanzas de que me iba a conseguir. Durante la noche apenas pude dormir dándole vueltas a todo el asunto y te miraba durmiendo a mi lado tan pacíficamente que me decía que no podía hacerte eso.

  • ¿Y cuando le llamaste? –pregunté con voz débil.

  • Fue al día siguiente a la hora de la comida. Te juro que toda la mañana fue una tortura para mí, pensando qué tenía que hacer. ¿Llamar para enviarlo a la mierda o para quedar con él? Debería haber cogido el papel y romperlo, olvidarme del asunto, pero cada vez que lo cogía en la mano y lo miraba me acudía a la mente el ¿y si …? Dios, que mañana más mala pasé, si te sirve de consuelo. Y finalmente no pude aguantar más y cogí el teléfono y lo llamé quedando con él para la tarde. Luego llamé a Rocío para ver si podía cubrir mi puesto en la tienda evidentemente sin decirle para qué necesitaba la tarde libre. Luego te llamé a ti para decirte que llegaría tarde y me di una larga ducha. Me puse el conjunto que él me había comprado y me maquillé hasta lograr un aspecto bastante aceptable.

  • ¿Qué pasó, Raquel? –la interrogué a pesar de conocer ya la respuesta. Ella se quedó callada durante un momento que se me hizo eterno y en el que pareció que mi corazón se detenía.

  • ¿Por qué te torturas de esta manera, Javier? ¿De verdad quieres saberlo? Dime, qué quieres que te diga, ¿que me echó el mejor polvo que me han echado nunca? ¿Qué en sus brazos me sentí la mujer más afortunada del mundo aun sabiendo que no lo volvería a ver más? Por que una cosa quiero que te quede clara, Javier. Tenía muy claro por qué le llamé y lo sigo teniendo. Simplemente quería follármelo. Necesitaba follar con él, sentirme suya aunque fuera solo por unos momentos. Mira, hay gente que nace con un talento especial para pintar. Otros tienen un don para la música. Pues ese tío tenía un talento asombroso para follar, y era imposible resistirse a él. Cierto que era un chulito e iba en el plan de macho dominante, pero te aseguro que follando como follaba no me importó lo más mínimo. ¿O prefieres saber que si él apareciera de nuevo me sería imposible negarme a volver a hacer lo que hice? ¿Es eso lo que quieres oír? ¿Quieres saber cuantos polvos echamos, o cuantas veces me corrí? Déjalo, Javier, si quieres te lo cuento pero tal vez no te guste.

Yo me quedé callado mirándola asombrado viendo a aquella mujer nueva que tenía frente a mí. Me encontré mirando hacia atrás en el tiempo, a aquel primer día en el que surgió la idea de organizar un trío, y la cantidad de vueltas que le habíamos dado al asunto, que si sí, que si no,… Y al final lo habíamos hecho y nos gustó. Nos gustó tanto que repetimos y se despertó en nosotros esas ansias de nuevas experiencias que nos habían llevado hasta aquella fiesta en Madrid. Me sorprendí dándome cuenta que la Raquel que ahora tenía frente a mí se parecía más a la que había estado en Madrid que a la que había fantaseado inicialmente con la idea del trío. ¿Tanto habíamos cambiado? ¿Tanto como para que se follara a otro tío y luego viniera a contármelo diciéndome que no había podido resistirse? Evidentemente sí. Pero por mucho que ella o yo mismo hubiéramos cambiado seguía siendo mi Raquel, la mujer a la que quería y quiero. Y el hecho de que se hubiese tirado a otro tío no iba a cambiar las cosas. A fin de cuentas yo también conocía lo que era el sexo por el sexo y podía distinguir claramente entre lo que es follar y hacer el amor. Era plenamente consciente de que habíamos destapado la caja de Pandora y nos iba a resultar imposible volver a cerrarla de nuevo por mucho que lo intentáramos. Y sabe Dios que durante esos últimos meses lo habíamos intentado, que habíamos renunciado incluso a pasar unas vacaciones con Paz y Wolfgang por temor a lo que entre nosotros pudiera ocurrir a pesar de que ellos habían aceptado nuestra decisión y en ningún momento nos insinuaron nada que no quisiéramos escuchar. Me quedé pensativo durante unos minutos en los que ella no apartaba la mirada de mí, hasta que no aguantó más y me preguntó.

  • ¿En qué piensas Javier? ¿En si vas a perdonarme o no?

  • Cielo, -le dije mirándola a la cara- claro que te perdono. Claro que me hace daño escucharte decir estas cosas pero sé que me quieres, y el solo hecho de que hayas venido a contármelo ya me lo demuestra. Yo también tengo mi parte de culpa ya que en cierto modo es por mí que empezamos con el tema este de los tríos y demás, y entiendo que ahora es difícil resistirse a ciertas cosas. Yo también he tenido tentaciones durante estos últimos meses y he estado a punto de caer en ellas. No voy a decirte que he sido más fuerte que tú al hacerlo, sino que he sido más idiota. Porque ¿qué placer hay en no hacer las cosas que uno quiere? Tal vez haya tenido más fuerza de voluntad que tú pero he traicionado mis sentimientos, cosa que tú no has hecho. Lo único que me molesta de todo esto es que ambos tengamos que actuar a escondidas, así que aceptemos lo que nos está ocurriendo y disfrutémoslo. Quiero hacer las cosas contigo, que ambos recorramos el mismo camino cogidos de la mano sin separarnos. Y tal vez me duela ver u oír ciertas cosas, pero si te veo a ti feliz con eso me bastará. Y si te has de acostar con alguien quiero no solo saberlo sino que deseo verlo.

Ella comenzó a llorar sordamente y se me abrazó.

  • Gracias, Javier, gracias por ser así. Te quiero. Te quiero un montón.

Durante unos instantes permanecimos así abrazados consolándonos mutuamente. Hasta que ella dejó de llorar.

  • Y ahora, Raquel, cuéntame… ¿Cuántas veces te corriste? ¿Dónde fue, en su hotel? ¿Se la chupaste?

  • Para, para, -me dijo ella con una sonrisita irónica. –Todo a su tiempo. Te lo contaré cuando tú me digas a qué tentaciones son esas a las que te has resistido. ¿Alguna pelandrusca te ha tirado los trastos?

-Uf, no sé por dónde empezar

-Tranquilo, Javier, no tengo ninguna prisa. Empieza por el principio.

Y sentándome frente a ella traté de ordenar mis pensamientos para exponerle mi historia

CONTINUARA….