Raquel y yo (15)

Tras aquella fiesta Raquel y yo hablamos sobre lo sucedido y tomamos una decisión sobre lo que sucederá a partir de entonces...

  • Tenemos que hablar sobre lo que sucedió anoche. –Volví a decirle mirándola a los ojos. Se giró hacia mí y se acomodó sobre el colchón dispuesta a escuchar lo que tenía que decirle.

  • Eso. Hablemos. –Lo dijo en un tono que no me gustó nada.

  • ¿Qué te sucedió anoche? Estabas como loca.

  • ¿Me preguntas que qué me pasó? Explícamelo tú. –Me contestó con cierta brusquedad.

  • Pero ¿se puede saber qué te ocurre? ¿Estás enfadada conmigo? -le dije empezando ya a mosquearme.

  • Joder, Javier, ¿no crees que tengo motivos para estarlo?

  • Pues no sé porqué. El que tendría que estar cabreado soy yo. Y ya ves, ahora encima tengo que tragarme tu mosqueo.

  • ¿Cómo? –me gritó-. ¿Qué tú tienes que estar cabreado? Esto es demasiado, Javier. ¿Y por qué habrías de estarlo?, dime.

Raquel explotó en un violento ataque de furia que me pilló de sorpresa. Hace ya unos ocho años que la conozco y dentro de un mes hará seis que vivimos juntos, y os puedo asegurar que durante todo ese tiempo nunca la había visto tan enfadada. No es que nunca hayamos discutido, pero cuando lo hemos hecho ha sido normalmente por pequeñas tonterías sin importancia, y siempre han sido enfados tontos que se han pasado a las pocas horas. Nunca había estado un día entero sin hablarme, y si me ponía a recordar, desde que salimos de aquella casa no me había dirigido más de una docena de palabras.

  • ¿Te crees que fue agradable para mí verte actuar como una auténtica zorra? –no pude más y le grité-. ¿Es que no te acuerdas de cómo te comportaste? Te juro que ni siquiera en las películas porno había visto nunca a ninguna tía actuar como tú lo hiciste. Joder, Raquel, yo estaba ahí viéndolo todo.

  • Sí, y ¿dónde coño estuviste durante toda la hora entera que estuve esperándote? Estuve una hora, Javier, una hora. ¿Tienes idea de lo mal que lo pasé sentada en aquella sala y rodeada por toda aquella gente? Al principio aguanté bien pero cuando empezaron a desnudarse todos y a follar a mi alrededor ya no sabía ni para donde mirar. ¿Estuviste tú ahí?

  • ¿Me estuviste esperando? ¿Dónde? –pregunté con voz débil.

  • Pues dónde coño va a ser. En el mismo sitio en el que estábamos, cerca de la salida. ¿Qué coño hiciste tú?

  • Te estuve buscando por toda la casa. –Y os juro que no fue hasta ese momento que me dí cuenta de lo absurdo de mi decisión de meterme a buscarla de sala en sala cuando lo más lógico habría sido quedarme en el mismo sitio en el que habíamos estado y esperar hasta que la gente se dispersara un poco.

  • Sí, ya sé que me estuviste buscando. Y me buscaste en más sitios. –Me dijo ella indignada.

  • ¿Qué quieres decir? No te entiendo, Raquel.

  • Joder, Javier. Si todavía tenías restos de semen en el vientre. Y tu polla olía al látex del condón. Además, ni siquiera conseguiste que se te empinara a pesar de todos mis intentos.

  • ¿Me vas a echar en cara que estuviera con otra mujer? Coño, Raquel, ambos sabíamos a dónde íbamos y habíamos hablado de lo que podía ocurrir.

  • Te recuerdo que cuando nos separamos nos dirigíamos hacia la salida para irnos porque no nos gustaba nada de todo aquello. De todas maneras, vale, habíamos hablado. Entonces, ¿a qué me reprochas que no te gustara lo que viste? ¿No era eso lo que querías? Desde el primer momento yo no quise ir a esa fiesta y tú insististe hasta convencerme, así que por fin lograste lo que quisiste. ¿Follaste bien al menos? –estaba siendo muy dura conmigo.

  • No hace falta que grites tanto, coño, que se van a enterar todos los vecinos. –Intenté tranquilizarla.

  • Que se enteren todos. Que se enteren con quien te casaste. Follé como una puta, sí, y me gustó. –Su voz retumbó fuerte en la habitación-. ¿No era eso lo que querías, verme follar con otros? ¿O solo pretendías echar tú un polvete?

  • No me habría importado verte follando con otro tío, si es lo que quieres saber. Pero ¿con siete? Joder, Raquel, que te humillaste delante de siete tíos suplicándoles por sus pollas. ¿Te parece eso normal?

  • Y ¿dónde está la diferencia? Era eso lo que queríamos, ¿no? El sexo por el sexo, sin complicaciones ni ataduras. ¿No era eso lo que tú me decías hace unas pocas semanas? Y si tú no hubieses estado por ahí tirándote a otra zorra y se te hubiera puesto dura cuando te la chupé, ¿estás realmente seguro de que ahora te parecería tan mal la forma en la que actué?

  • Eso no tiene nada que ver, Raquel. No quita que te comportaras como una puta.

  • Vete a la mierda. –Se levantó y dando un tremendo portazo se marchó al comedor. Yo me levanté tras ella y la seguí. Estaba sentada en el sofá y acababa de encender el televisor. Lo apagué y ella se levantó y volvió a encenderlo.

  • Déjame. Quiero ver la tele. –Me dijo sin mirarme.

  • Raquel, tenemos que hablar.

  • Para qué, ¿para que puedas llamarme puta? No tengo ganas de hablar contigo, déjame en paz.

Sabía por propia experiencia que había llegado a un punto en el que me iba a ser imposible hablar con ella. Cuando Raquel se cierra en banda de esa manera no hay forma de sacarla de ahí, y por mucho que lo intente ella se niega a seguir discutiendo con lo cual logra enfadarme más. Nada hiere más que la indiferencia, y os aseguro que con su actitud me atormentaba de una forma brutal. Me largué a la habitación y me encerré en ella con un portazo que hizo temblar las paredes. Me metí en la cama y apagué las luces tratando de dormir pero era incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos venía a mi mente la imagen de Raquel arrodillada frente a aquellos desconocidos chupándoles la polla a uno tras otro y suplicándoles más y más. Pero tampoco podía dejar de pensar en lo que ella me había preguntado. Si cuando me la chupó se me hubiera levantado ¿qué habría pasado? ¿Seguiría pensando lo mismo o bien me habría apuntado gustoso a la fiesta uniendo mi polla a las de aquellos hombres? La verdad es que cuando se me acercó yo no había hecho el menor gesto por apartarme, ni tampoco había intentado apartarla a ella de aquellos hombres, así que debía concluir que si se me hubiese puesto dura lo más probable es que me hubiera quedado allí disfrutando de su mamada y viendo cómo los otros hombres también lo hacían. Entonces, ¿qué es lo que tanto me había molestado? ¿Ver cómo se la chupaba? Estaba claro que no. Antes de ir a la fiesta habíamos hablado mucho sobre lo que podía pasar y estaba preparado para verla con otro hombre. Es más, la idea de verla follando con otro me excitaba bastante. ¿Habría sido entonces el hecho de que me rechazara lo que me indignaba? Pero hay que reconocer que ella había intentado que me uniera a su fiesta. Tan solo me había apartado en el momento en el que se dio cuenta de que por mucho que lo intentara no iba a conseguir hacerme reaccionar. Entonces, ¿por qué estaba tan enfadado con ella?

Ella decía que se había cabreado conmigo por hacerla esperar durante tanto tiempo y no le faltaba su parte de razón. Mientras yo estaba follando con aquella mujer Raquel debía estar sentada en aquella sala esperándome, así que lo que más la había cabreado no era que me acostara con otra, si no que la abandonara de aquella manera. ¿Y yo? No podía enfadarme con ella por haberse liado con aquellos tíos ya que yo acababa de tirarme a dos mujeres. Entonces, ¿por qué estaba tan mosqueado?

Tardé mucho rato en darme cuenta. Estaba enfadado con ella no por lo que había hecho sino por cómo lo había hecho. Por su forma de actuar, y por su forma de hablar, y por su forma de mirarles con ojos suplicantes. Me di cuenta de que lo que me ocurría era que me avergonzaba de la actitud de zorra salida que había tomado. Me avergonzaba ver que la mujer que yo conocía o creía conocer, no era más que el caparazón de otra, más salvaje, más insaciable. Una auténtica devoradora de hombres, viciosa y totalmente desinhibida, dispuesta a cualquier cosa por saciar su apetito sexual. Me indignaba haber visto a la puta que llevaba dentro, pero ¿acaso no había disfrutado cuando otras veces había desempeñado ese mismo papel solo para mí? Era el hecho de que se hubiese desnudado de esa manera frente a otros hombres ofreciéndoles algo que creía solo para mí. ¿Tan malo era eso? Si lo pensaba fríamente no. ¿O es que acaso hubiese preferido verla en la misma actitud sin disfrutar ella misma? Porque estaba claro que lo de la noche anterior lo había disfrutado de una forma brutal. Y si estaba preparado para verla con otros hombres, ¿no era mejor hacerlo viéndola disfrutar? No importaba la forma de hacerlo si en definitiva todo se reducía a que se la había chupado a otros tíos, algo para lo que ya os digo que me había mentalizado.

Me levanté en silencio y me dirigí hacia el comedor. Ella seguía tumbada en el sofá mirando la televisión y al percibir mi presencia me miró con desgana. Me acerqué a ella y me senté a su lado en el borde del sofá.

  • Perdóname Raquel. No tenía ningún derecho a hablarte como te hablé. –le dije.

Ella me miró y vi en sus ojos que había estado llorando. Alargó un brazo y me acarició la mejilla.

  • Perdóname tú también a mí. Tampoco tenía derecho a tratarte así. Pero me dolió mucho lo que me dijiste.

  • Tenías tanto derecho a hacer lo que hiciste como el que yo tenía para acostarme con aquellas dos.

  • ¿Dos? No me dijiste nada.

  • ¿Cómo te lo iba a decir con el cabreo que llevabas? Pero bueno. Quiero que sepas que te quiero. Te quiero con locura. Y cuando fuimos a la fiesta ya sabía que podría darse el caso de verte con otros tíos. Lo único que me sorprendió fue tu actitud, pero he estado pensando y no soy nadie para decirte cómo tienes que actuar. El hecho es que fuimos hasta allí sabiendo lo que podía ocurrir, y ocurrió, tal vez de una forma que no me esperaba, pero a eso nada puedo hacerle.

  • Quiero que sepas…, -dijo antes de que la interrumpiera.

  • Shhh, calla y déjame terminar, -la corté-. Te quiero. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Y cuando fuimos a la fiesta fue de mutuo acuerdo, así que sería injusto que te culpara por lo que sucedió ya que era algo que habíamos aceptado. Y sé que tú también me quieres ya que me lo demuestras día a día. Así que no voy a dejar que algo como esto vaya a romper nuestra relación. ¿Qué más da que siete hombres hayan disfrutado de ti? Yo lo hago cada día de mi vida, así que el único afortunado de toda esta historia soy yo. Tal vez les hayas entregado tu cuerpo para que te utilicen, pero no han podido disfrutar de lo más valioso. No les has entregado tu corazón. Ese me lo das a mí cada día, cada hora, cada minuto. Te quiero, Raquel.

Ella me miró con dulzura y se abrazó a mí.

  • Yo también te quiero, Javier. Y también te debo una disculpa por mi forma de actuar. Tampoco yo tenía ningún derecho a tratarte como lo hice, pero compréndeme. Te estuve esperando durante casi una hora, hasta que se me acercó aquel hombre y sentándose a mi lado agarró mi mano y la colocó sobre su polla. Mi primera reacción fue de rechazo, pero estaba dolida contigo y me dije que por qué no, que a fin de cuentas para eso habíamos ido a la fiesta, así que no la retiré y comencé a acariciar aquella polla que estaba dura como una piedra. Tras un rato el hombre se levantó y sugirió que fuéramos a una sala un poco más tranquila y no pude negarme, ya que por aquel entonces sentía mi propia excitación quemando mi sexo. Lo seguí y fuimos a la habitación en la que me encontraste. Me arrodilló frente a él y me ofreció su verga, y por un momento estuve tentada de levantarme y marcharme de allí, pero pudo más el cabreo que llevaba y la excitación que sentía, así que hice lo que él quería. Y luego entró otro hombre y tras mirar durante unos minutos cómo se la chupaba, lo cual me hizo sentir muy incómoda, se unió a él. A partir de ahí no sé qué es lo que me pasó, pero de repente todo lo que me rodeaba dejó de existir y todo mi mundo se centró en aquellas dos pollas.

  • Cuando yo llegué estabas como ida. Nunca en la vida te había visto así y me asustaste.

  • Por eso te traté luego así, porque también me asusté yo. Estaba cumpliendo una de mis fantasías, que es la de chupar dos pollas y sentir cómo me las restriegan por la cara.

  • Pero eso ya lo habíamos hecho con Fran. –le dije yo.

  • Sí, pero era diferente. Aquellos dos hombres eran dos completos desconocidos que lo único que querían era correrse sobre mi cara. Era sexo puro y duro, sin sentimientos ni contemplaciones. Lo único que buscaban era su propio placer y yo estaba allí para proporcionárselo, era su puta, su zorra, y la situación me excitaba de una forma que nunca hubiese creído posible. Jamás pensé que me excitara tanto sentirme como una auténtica zorra ávida de polla. Y me dediqué a chupar aquellas deliciosas vergas con toda mi dedicación hasta que apareció un nuevo hombre y se unió a los otros. Y es a partir de ese momento en el que me volví loca. Quería más. Necesitaba más. Lo único que me importaba era tener pollas sobre mi cara, chuparlas, tocarlas, lamerlas,… Fueron apareciendo más hombres que se unieron a la fiesta y que cada vez me llevaban más y más lejos en mi nuevo papel de puta. Luego apareciste tú. Te vi de reojo pasar a nuestro lado sin reconocerte y recuerdo la frustración que sentí al ver que pasabas de largo sin ofrecerme tu polla. Recuerdo la excitación que sentí al ver como dabas la vuelta relamiéndome de placer al pensar en una nueva verga para mi particular orgía. Y cuando me miraste y te reconocí sentí un vacío en mi interior. Me sentí avergonzada al mostrarme frente a ti en aquella situación, pero era demasiado tarde para parar. No podía dejar de menear y chupar aquellas vergas, me era totalmente imposible. Había empezado eso y solo había una forma de terminarlo. Así que la única solución que encontré fue hacer que te unieras tú también. Y sabes que lo intenté. No quería dejarte de lado, más viendo los ojos con los que me mirabas. Necesitaba que te unieras a mí, pero enseguida me dí cuenta de lo que te ocurría. Ya te digo que todavía te olía al látex del condón y que había restos de semen sobre tu vientre, así que enseguida deduje qué es lo que te había pasado y porque era incapaz de hacer que se te levantara, por que estaba claro que la situación tampoco te desagradaba tanto.

  • ¿Cómo puedes estar tan segura? –le pregunté.

  • En el momento en el que me acerqué a ti, tú no me rechazaste. Es más, te quedaste ahí quieto mirándome mientras yo te acariciaba y te lamía. Sabes que lo intenté y que puse todo de mi parte, pero fue imposible, así que hice lo único que podía hacer: dejarte de lado y dedicarme a los otros. Y en el momento en el que volví a tener todas aquellas enhiestas vergas a mi disposición y aunque me avergüence decirlo, me olvidé completamente de ti. Las necesitaba. Ya no era una cosa de querer o no querer, era un asunto de necesidad, y si en aquel mismo momento todos se hubiesen dado la vuelta y se hubiesen marchado te juro que no sé lo que me habría pasado.

  • Pero hay una cosa que no entiendo, -la interrumpí-. Si tanto disfrutaste, ¿por qué te pusiste luego como te pusiste conmigo? Algo me dice que no fue porque yo me hubiese acostado con otra.

  • En eso tienes razón. Realmente en aquel momento no estaba enfadada contigo. Eso ha sido hoy cuando me has llamado puta. Pero ayer no estaba enfadada contigo. Estaba asustada.

  • ¿Asustada? –la miré con sorpresa-. ¿De qué?

  • Estaba asustada por lo que había sentido. Lo que acababa de vivir no se parecía en nada a ninguna de mis más calientes fantasías. Me asustó sentir que todo aquello no era un capricho mío, sino una necesidad. ¿Acaso te crees que alguna vez me había imaginado a mí misma suplicando por una polla? Me asustó ver a esa mujer que al parecer llevo dentro y que todavía no conocía, a esa Raquel insaciable y viciosa, hambrienta de polla y dispuesta a cualquier cosa para conseguirla. Me asustó la forma en la que me dejé llevar por aquella nueva sensación, de aquella forma descontrolada e incluso humillante para mí.

  • Créeme, a mí también me asustaste.

  • Cuando todo terminó me sentía flotando como en una nube a pesar de no haberme corrido. Por que no me corrí, pero te aseguro que fue mejor que mil orgasmos juntos. Fue solo en el momento en el que se me pasó el efecto cuando fui consciente de mi comportamiento y cuando me levanté y salí corriendo de allí. En aquellos momentos lo único que deseaba era estar sola y tú no hacías más que seguirme a todas partes así que sin quererlo acabé tomándola contigo. Y luego, cuando me has llamado puta he acabado de explotar.

  • Reconozco que ahí me pasé y ya te he pedido perdón por eso. No tenía ningún derecho. Pero reconoce que lo que vi me dejó perplejo. Pero también he de darte la razón al decirte que yo tampoco actué bien. Debería haber regresado a aquella sala a buscarte en lugar de vagar de habitación en habitación. Ambos habíamos ido preparados para lo que pudiera suceder, pero siempre pensando en que si alguno de los dos lo hacía con una tercera persona sería siempre en presencia del otro, y yo me acosté con dos mujeres a tus espaldas. Si tú hubieses estado presente en aquel momento todo habría sido diferente al igual que si yo hubiese asistido a tu espectáculo desde el inicio. Pero ahora ya nada podemos hacer.

  • Sí, querernos siempre igual que ahora. –me dijo abrazándose fuertemente contra mí. Y acercando sus labios a mi oreja me susurró con ternura-. Hazme el amor, Javier, hazme el amor ahora.

Yo la estreché entre mis brazos con fuerza y luego la besé en la frente. Comencé a darle besitos por toda la cara hasta que mis labios alcanzaron los suyos y se fundieron en un prolongado beso. Lentamente nos fuimos dejando caer sobre el sofá y nuestras manos buscaron nuestro cuerpos con prisa, como dos adolescentes que han encontrado un momento para acariciarse. Desabroché con urgencia los botones de su pijama al mismo tiempo que ella hacía lo mismo con los del mío, y la desnudé casi arrancándole las ropas. Me separé de ella e incorporándome me desvestí yo también, dejando caer toda la ropa al suelo para tumbarme luego encima de ella y taparnos con la manta.

La besé con delicadeza sintiendo la calidez de su piel contra la mía. La abracé con ternura, apretándome fuerte contra ella, sin dejar de mirarla a la cara. Ella también tenía sus ojos llenos de amor clavados en los míos y nos acariciamos con la mirada tanto como con las manos. No podía dejar de contemplarla, y os juro que aunque durante todo aquel día no había podido apartar de mi mente la imagen de Raquel en la fiesta, en aquellos instantes se borró por completo. Solo existíamos ella y yo y aquella fiesta pertenecía ya a un pasado tan remoto que no alcanzaba hasta nosotros su recuerdo.

La penetré sin prisas, deleitándome en el placer de ver su cara, de observar cómo sus labios se entreabrían en un sensual gesto al sentirme dentro de ella, mirándola a los ojos. Hicimos el amor lentamente, sin prisas, disfrutando de nuestros cuerpos. Ella me abrazaba con fuerza con sus brazos mientras sus piernas se enroscaban alrededor de mi cintura atrapándome en ella y empujándome más adentro, más adentro. Veía su rostro cubierto de sudor, sus ojos brillantes de deseo que no se despegaban ni un solo momento de los míos. Sentía el cálido aliento de sus jadeos acariciando mi cuello y veía sus labios temblar débilmente cada vez que me hundía en ella.

Y mientras le hacía el amor no podía dejar de acariciar su sedosa piel, caliente y mojada por el sudor que se iba extendiendo por todo su cuerpo. Pronto comenzó a gemir, pequeños quejidos que casi morían nada más salir de sus labios apenas audibles entre el ruido que hacía el desvencijado sofá. Dios, qué hermosa estaba. Tanto que hasta me duele no tener palabras para expresároslo. Sus ojos tenían una chispa especial y me era imposible dejar de mirarla. Acerqué mi cara a la suya y la besé, apenas rozando sus labios.

  • Te quiero, Raquel, te amo… -le susurré

  • Y sabes que yo también –me dijo ella enroscando sus piernas en mi cintura con más fuerza y abrazándose fuerte contra mí de tal forma que sus tetas se aplastaban contra mi pecho-. Te amo con locura.

¿Qué hacer cuando haciendo el amor a la mujer que quieres te dice eso? Yo me podría haber pasado la noche entera diciéndoselo, susurrándole lo mucho que la amo y cómo mi vida se desmoronaría si no la tuviera a ella. Diciéndole lo idiota que había sido, que siempre podría contar conmigo para todo, para lo que fuera. Pero me callé y la abracé con fuerza besándola, apenas una caricia sobre su piel.

Me movía encima de ella con lentitud, penetrándola con suavidad pero con firmeza, disfrutando del abrazo de su cálido sexo que me engullía con avaricia. De vez en cuando me paraba y me quedaba dentro, mirándola, abrazándola, besándola, acariciándola, sintiéndola mía. En esos momentos ella y yo éramos una sola persona, sintiendo lo mismo y queriendo lo mismo, moviéndonos al unísono en un lento baile milenario al compás de nuestras respiraciones.

Sería incapaz de decir cuánto tiempo duró aquel mágico momento. Tal vez fueran minutos. Tal vez horas. Sólo puedo deciros que para mí fue eterno, como si se hubiese detenido el tiempo y no importase cuando íbamos a llegar, disfrutando del recorrido más que de la meta. Y cuando por fin nos aproximábamos al momento culminante de nuestro placer ella se apretó fuerte contra mí y tan solo me dijo dos palabras, repetidas una y otra vez en un débil canto.

  • Te quiero, te quiero te quiero

Y aquellas palabras susurradas a mi oído bastaron para que sin poderlo evitar me derramara dentro de ella al mismo tiempo que sentía como su sexo se contraía en un fuerte espasmo aprisionando mi pene como si quisiera exprimirlo. Nos corrimos ambos sin emitir apenas un solo gemido, un orgasmo largo y silencioso mirándonos a los ojos que gritaban lo que nuestras bocas no decían.

Me derrumbé sobre su cuerpo, sintiendo mi corazón desbocado bajo mi pecho. Ambos estábamos empapados en sudor y respirábamos a trompicones con grandes bocanadas intentando llenar nuestros pulmones con el aire que nos faltaba. Ella me abrazó con fuerza estrechándome contra su cuerpo y aplastándome contra sus tetas sin dejar de susurrarme al oído que me quería, y yo no podía más que apretarme fuerte contra ella besando su cara. Permanecimos largo rato en aquella postura, hasta que logramos recuperar el control de nuestras respiraciones. Ya hacía rato que había perdido la erección, pero mi pene estaba todavía atrapado entre aquellos labios que rezumaban mi propio líquido que resbalaba por sus muslos hasta dejar una gran mancha en el sofá. En otras ocasiones me habría salido rápidamente y ella se habría levantado para secar aquel flujo de líquido, pero en aquel momento lo que menos nos importaba era si el sofá se manchaba o no. Mañana sería otro día y ya habría tiempo para limpiar los cojines. Finalmente tuvimos que movernos ya que con mi peso la estaba aplastando y empezaba a ser algo incómodo para ambos. Ella se echó hacia el respaldo dejando un hueco para que me tumbara a su lado y me metí con ella bajo la manta. La besé con ternura.

  • ¿Qué va a pasar ahora? –me preguntó ella con voz débil.

  • ¿Qué va a pasar con qué? –le pregunté a mi vez extrañado.

  • Con nosotros. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Vamos a seguir con estos juegos? Me dan miedo.

  • Las cosas no fueron como esperábamos, ¿verdad? No tenemos porque continuar con esto, Raquel. Empezamos todo esto para cumplir una de tus fantasías, bueno, tuya y mía. Y lo hicimos y estuvo muy bien. Así que ya está, podemos dejarlo aquí, ¿no crees?

  • Sí, Javier, creo que será lo mejor. Me da miedo que si seguimos con estas historias lleguemos a un punto en el que nos hagamos daño mutuamente como nos lo hicimos ayer. Yo te quiero a ti y no necesito a nadie más para saberlo. Tú solo me bastas.

  • Y tú sabes que te quiero. Creo que tienes razón y lo mejor es que nos olvidemos de todo esto por muy morboso que resulte a veces. Tú y yo solos nos bastamos. Volvamos a estar igual que hace dos años, antes de que empezáramos con las fantasías estas de meter a otro en nuestra cama.

  • Sí, hagámoslo. –Se quedó callada un rato un instante mirándome fijamente-. Te quiero.

  • Y yo a ti, mi amor.

Y abrazados nos dormimos en el sofá sin ser conscientes de que nos iba a resultar imposible volver a una vida normal tras todas las experiencias que ya habíamos vivido. Porque no es lo mismo que te quiten algo que todavía no has tenido oportunidad de probar que el que lo hagan cuando ya lo has probado y sabes que te gusta. Habíamos vivido ya demasiadas cosas. Lo del trío con Fran. Luego con Sonia. Después había llegado sin quererlo el intercambio con Paz y su marido. Y luego aquella fiesta. ¿Cómo íbamos a olvidar todo aquello? El recuerdo de la excitación que habíamos vivido permanecería siempre en nuestras mentes gritándonos que existía un mundo de placer más allá de nuestra cama, que el mundo estaba lleno de posibilidades por explorar.

Y nos levantamos convencidos de que seríamos capaces de renunciar a todo aquello. Y durante un tiempo lo logramos. Volvimos a nuestra rutina de hacía un par de años. Follábamos dos o tres veces por semana, unas veces más, otras veces menos, como cualquier pareja normal. Visitábamos a Paz que se iba recuperando favorablemente de su operación y que cada día recuperaba más las ganas de volver a vivir la vida que tanto había disfrutado. Hablamos con ella y con su marido sobre la decisión que habíamos adoptado haciéndoles saber que no se volvería a repetir la experiencia de aquel club de intercambio, y aunque no lo entendieron lo aceptaron sin contemplaciones. Y durante un tiempo fuimos felices de esa manera o al menos creímos que lo éramos, hasta que un día, pasados ya cinco o seis meses Raquel se me acercó y me dijo que tenía que confesarme algo. Pero lo que me contó es ya parte de otra historia que pronto espero contaros.