Raquel y yo (14)

Vagando por la fiesta al fin encuentro a mi mujer...

Caminé durante un buen rato totalmente desubicado, como flotando en una nube. Todavía no terminaba de creerme lo que me acababa de suceder en aquella habitación con aquellas dos mujeres tan diferentes como el día y la noche. De todas formas, a cada paso que daba me sentía peor. Y es que, ya libre de aquel ataque de excitación que había vivido, a cada nuevo paso que daba acudía a mí la imagen de Raquel desesperada buscándome. Me sentía culpable por haberla abandonado de aquella manera, por haber sucumbido a la excitación de tal forma que incluso había llegado a olvidarla. Me sentía mal pensando en que acababa de follar con dos desconocidas mientras ella me buscaba. Me sentía fatal por haberla engañado y humillado de esa manera, a pesar de que acudiendo a esa fiesta ambos éramos conscientes de que algo así podía ocurrir.

Ahora, en el momento en el que me la encontrara, ¿qué le iba a decir? ¿Qué había estado todo el rato buscándola sin cesar o sería mejor decirle la verdad? Cariño, es que no pude estar contigo porque estaba follando con una tía y luego tuve que darle por culo a otra, no te importa, ¿verdad? ¿Cómo iba a ser capaz de mirarla a la cara?

Pensando en estas cosas iba atravesando sala tras sala sin saber muy bien en dónde me encontraba y sin prestar demasiada atención al espectáculo que en todas ellas se repetía. Porque en cada una de las habitaciones de aquella enorme mansión había grupos de gente follando. En algunas no había más que una pareja. En otras era un grupo de diez o doce personas las que formaban una compacta masa en la que todos daban algo y recibían algo a cambio. Os juro que en mi vida había visto algo así.

A medida que mis pensamientos iban ordenándose en mi cabeza comenzaba a prestar un poco más de atención a toda aquella locura desatada a mi alrededor. Crucé una sala en la que dos hombres follaban a una espectacular mujer en un "sándwich" tipo peli porno mientras ella le chupaba al rabo a un tío arrodillado junto a ella y el tío que estaba bajo la mujer se lo chupaba a otro arrodillado al otro lado. Al lado, una mujer se masturbaba contemplando todo. Un poco más allá, una mujer arrodillada a cuatro patas recibía las embestidas de un hombre regordete con el cuerpo cubierto de pelo. En otra sala había dos hombres follando a menos de un metro de dos mujeres que abrazadas se besaban con lujuria restregando sus cuerpos mientras a corta distancia un pequeño grupo de hombres y mujeres charlaban tranquilamente como si tal cosa. Casi todo el mundo andaba ya desnudo, vestidos tan solo con la eterna máscara. Tan solo vi a dos personas que se la habían quitado. Una era una mujer que arrodillada frente a dos hombres les chupaba la polla, al parecer disfrutando mucho. La otra era un hombre que de pie, haciendo alarde de una sorprendente fuerza, sostenía a una mujer, que le rodeaba el cuerpo con las piernas, ensartada en su polla.

Pero a Raquel no la encontraba por ninguna parte. Un par de veces me pareció reconocerla, una en una mujer todavía con túnica que llevaba una máscara verde muy parecida a la de ella. La otra en una mujer desnuda que andaba mirando todo, que además de llevar una máscara muy parecida tenía un físico muy similar al de Raquel. Pero ambas veces me equivoqué. Entré en una sala en la que un grupo de hombres desnudos permanecía en corro dándome la espalda y al pasar a su lado vi que en el centro había una mujer desnuda arrodillada en el suelo y chupándoles la polla. En total eran seis hombres los que blandían sus porras, todas forradas con un condón, frente a su cara. Recuerdo claramente que el primer pensamiento al ver aquella escena fue que ella debía ser una auténtica viciosa para necesitar tanta verga a su alrededor. Pasé de largo escuchando los gemidos que soltaban los hombres y el ruido que hacía su boca al tragarse polla tras polla. Y no había andado ni un par de metros cuando algo me hizo detener. No sé exactamente qué fue. Tal vez el fugaz reflejo del penacho de plumas verdes que coronaba su cabeza. Tal vez el atisbo de una mancha negra bajo la axila de la mujer cuando levantó el brazo para agarrar una de las pollas que se le ofrecían como en la estantería de un supermercado.

Me detuve en seco. Volví a ponerme en marcha dándome cuenta de que el pensamiento que acababa de atravesar mi mente era algo imposible, algo absurdo. Y volví a dar dos pasos antes de detenerme de nuevo al escuchar a la mujer como les decía con voz desesperada.

  • Sí, cabrones, sí. Dadme vuestras pollas. Os la voy a chupar hasta reventaros.

Me quedé ahí clavado, temiendo darme la vuelta y deseando que volviera a hablar para poder darme cuenta de mi error. Pero volvió a hablar y las piernas comenzaron a temblarme.

  • Qué buenas pollas tenéis, joder. Me podría pasar la vida chupándolas.

Cerré los ojos y apreté los puños con fuerza. ¿Podía ser verdad aquello? Debía ser un error. Tenía que ser un error. Seguro que era mi imaginación que habiendo visto y oído tantas cosas durante esa noche me estaba jugando una mala pasada. Abrí los ojos y armándome de valor me di la vuelta. Di un par de pasos antes de atreverme a abrirlos y observar la espalda de la mujer que continuaba tragando polla tras polla mientras agarraba otras dos, una en cada mano, y las meneaba. Se me hizo un nudo en el estómago al ver aquella mancha. Esa marca de nacimiento, del tamaño de un sello, justo debajo de la axila izquierda. Esa marca que yo tantas veces había visto y que mis labios tantas veces habían besado. En esos momentos hubiera deseado que se me tragara la tierra.

Me costó una eternidad armarme de valor para dar otro par de pasos. Podría haber salido huyendo de aquella habitación y hacer como si no hubiera visto nada, borrar ese recuerdo de mi mente y hacer como si no hubiese pasado nada. Pero algo en mi corazón me decía que tenía que asegurarme, que debía ser tan solo una casualidad, una de esas improbables coincidencias con las que nos golpea el destino. Pero mi cabeza decía algo muy diferente. No necesitaba más evidencias de lo evidente. Y aun así caminé hacia el grupo y me situé junto al grupo observando a la mujer.

La mano que sostenía en alto con una polla en ella le tapaba la cara y no me llegaba más que la corta instantánea de una máscara verde levantada hacia el hombre que tenía la polla dentro de su boca. ¿Ves cómo era un error? Recuerdo que gritó mi corazón viendo el fugaz perfil de aquella mujer. No es ella.

Pero entonces soltó la polla que su mano sostenía y giró la cabeza hacia donde estaba yo plantado. Porque os aseguro que en esos momentos era incapaz de moverme ni un solo milímetro. Giró la cabeza hacia mí y me miró. Clavó en mí sus enormes ojos castaños, esos ojos que tantas veces he contemplado embelesado, esos ojos que con tanto amor me han mirado siempre y que tan loco me tienen. Y su mirada me dejó clavado sobre el suelo, totalmente inmóvil sintiendo como mi corazón se detenía. Ella me reconoció al instante a pesar de mi máscara, tal vez gracias a ella. Durante unos instantes se quedó petrificada, con una polla en la boca y otra en la mano derecha, inmóvil, como si con ello consiguiera hacer todo aquello irreal. Clavé la mirada en la suya, y ella me respondió gritándome sin palabras, pidiéndome perdón no por lo que estaba haciendo sino por lo que iba a hacer. Sus ojos permanecieron clavados en los míos intentando darme una explicación.

  • Venga, zorra, no pares y sigue chupando. –Dijo el hombre frente a ella poniendo una mano sobre su cabeza y empujándola hacia él.

Y Raquel, sin dejar de mirarme, comenzó a moverse de nuevo tragándose aquella polla. Y mirándome, agarró la del que tenía más a su izquierda y comenzó a menearla en su mano. No apartaba la vista de mis ojos y yo no podía dejar de mirarla petrificado. ¿Cómo podía ser que hubiera pasado frente a ella y no la hubiese reconocido? ¿No debe todo hombre ser capaz de reconocer el cuerpo de su propia mujer aun sin verle la cara? ¿Cómo podía haber sido tan idiota de no darme cuenta? Evidentemente estaba muy equivocado al pensar que conocía a mi esposa. Aquella mujer que permanecía arrodillada chupando polla tras polla no se parecía en nada a la Raquel que yo conocía. En su cara brillaba el reflejo de una descontrolada pasión y se veía claramente que de todo el grupo era ella la que más estaba disfrutando, mil veces más que los hombres a los que masturbaba.

Durante un largo rato ella continuó mirándome tal vez esperando alguna reacción por mi parte, reacción que no llegaba. Era incapaz de decir o hacer nada más que quedarme ahí mirando. Y viendo que no había respuesta por mi parte, giró la cara lanzándome una última mirada, hacia el hombre de su derecha.

  • Venga, cabrón, dame tu polla para que te la mame. –Le dijo con voz entrecortada.

  • Pero qué zorra que está hecha la muy jodida. Y como la chupa la cabrona. –Dijo uno de los hombres, el más alto de todos, golpeándole la cara con una verga sorprendentemente oscura y larga.

  • Te gusta, ¿verdad, puta? –le decía otro de ellos agitando frente a ella una polla corta y gruesa que sobresalía de una densa mata de pelos. En realidad, todo el cuerpo del hombre estaba cubierto de una oscura pelambrera. Realmente asqueroso.

  • Cabrones, cómo sabéis ponerme. Venga, dadme vuestras pollas, dádselas a vuestra zorra.-dijo ella sacándose momentáneamente la polla que en ese momento tenía alojada en la boca.

Ella, de vez en cuando se giraba hacia mí y clavaba sus ojos en los míos con una mirada difícil de interpretar, y yo me limitaba a quedarme quieto mirándola sin poder apartar la vista de ella y sin saber qué hacer. Quería agarrarla y marcharme de allí, sacarla de aquella casa y regresar a la dulce tranquilidad de nuestro hogar, apartarla de aquella cuadrilla de hombres salidos que la trataban como a una puta. Pero no me atrevía a hacerlo porque veía en su cara que ella no se iba a dejar apartar de aquellos hombres tan fácilmente. Nunca jamás en la vida había visto a Raquel tan desbocada, tan lanzada, y para qué llamarlo de otra manera, tan puta. Es cierto que no era la primera vez que la veía con otro hombre. La había visto chupándole la polla a Fran y la había visto mientras Wolf la follaba. La había visto gritar y retorcerse de placer. La había visto gemir descontrolada. Pero nunca jamás con esa cara. Esa cara de vicio, como las de las actrices de las películas porno cuando chupan pollas, esa forma de hablarles, de suplicarles, la forma salvaje que tenía de masturbarles, todo me indicaba que ella no estaba dispuesta a irse y que pensaba llegar hasta el final.

  • Mmmm, qué ricas pollas tenéis, cabrones. Me encantan. –Y diciendo esto me miraba directamente a mí con un hilo de baba colgando de su barbilla-. Seguro que esos huevos están bien cargados de leche, pero no os preocupéis que vuestra puta os la va a sacar toda.

Yo estaba alucinado al verla, pasando de polla a polla, chupándolas o meneándolas una tras otra sin descanso. Se comportaba como una auténtica zorra y ellos actuaban como si estuvieran al frente de una.

  • Venga, puta, chúpala. Te gusta, ¿verdad, zorra?- decía uno de ellos que le restregaba aquel enorme falo por la cara dándole pequeños golpecitos con él a fin de llamar su atención. Y ella se sacaba la polla que tenía en la boca para meterse esa otra y chuparla con ganas hasta que otra la reclamaba. Y mientras chupaba, sus dos manos permanecían ocupadas meneando sendas pollas, o acariciando los huevos de alguno de ellos.

  • Joder, cómo la chupa la muy puta. Está realmente salida. –dijo uno de los hombres.

  • Se ve que no le dan la caña que necesita. Esta tía necesita marcha. –decía otro.

  • Callaos de una puta vez y dadme vuestras pollas, joder. –dijo ella mirándoles con lascivia. Y agarrando con las manos las dos pollas de los dos hombres que tenía enfrente, se las metió ambas en la boca. Las dos al mismo tiempo. Parecía que se le fuera a desencajar la mandíbula ya que tenía que abrirla mucho para poder alojar aquellas dos vergas en su pequeña boca. Evidentemente solo podía chuparles el glande, pero lo hacía con tantas ganas y con tanta pericia que los dos tíos no eran capaces de estarse callados, y gemían sin cesar.

  • Me cago en la puta, joder, qué bien lo hace. Venga cabrona, chupa.

Y ella chupaba y chupaba. De vez en cuando me miraba de reojo como para asegurarse de que continuaba allí, de que no me había marchado y lo estaba viendo todo. Y yo miraba y miraba sin ser capaz de hacer nada. Una de las veces en las que me miró me hizo un gesto con la cabeza como animándome a unirme a ellos al que yo no reaccioné. La segunda vez que me lo hizo me acerqué lentamente al grupo y me coloqué al lado del último hombre, y ella sin perder tiempo soltó una de las pollas de su mano y la metió bajo mi túnica hasta agarrármela. Y en el momento en el que la tocó debió notar que todavía estaba pringosa de mi anterior corrida con la joven de la otra habitación, y sorprendida escupió la polla que llenaba su boca y me miró con sorpresa. Me levantó la túnica y acercó la cabeza a mi polla, oliéndola. Volvió a mirarme de nuevo.

  • Venga zorra, no te distraigas. –decía uno de aquellos tipos.

  • Eso, guarra, que nosotros estábamos primero. Cuando se le ponga tiesa se la chupas a él, pero no nos dejes así. –decía otro

  • Tú lo que necesitas son vergas como estas, de auténticos machos. –decía el hombre peludo.

  • Pero qué cabrones qué sois. –les dijo ella mirándoles-. ¿Cómo pensáis que voy a dejaros así? Os la chuparé hasta que os tiemblen las piernas y os corráis sobre mi cara, pero cuantas más pollas mejor, ¿no?

  • Pedazo de puta. –dijo uno de ellos-. Estás completamente salida, tía.

Y Raquel se metió mi polla en la boca y comenzó a chupármela. Se metió el colgajo de carne que pendía entre mis piernas y lo chupó con fuerza. Me acarició los huevos. Me besó el capullo y deslizó su húmeda lengua a lo largo de aquella fláccida polla. Porque por mucho que hizo a pesar de las quejas de los otros hombres fue incapaz de hacer que se me pudiera tiesa. Durante la última hora yo me había corrido ya dos veces y sé por experiencia que me cuesta hacerlo una tercera vez. Yo no soy un supermacho de esos que se corren cuatro o cinco veces seguidas. Normalmente suelo hacerlo una sola vez, y los días en los que Raquel y yo disponemos de más tiempo o estamos más cariñosos echamos dos polvos seguidos, pero tres seguidos suele ser muy raro. Entre el primero y el segundo no tardo demasiado en recuperarme pero entre el segundo y el tercero me resulta muy difícil. Logro tener erecciones tras muchas caricias, pero me cuesta mucho volver a correrme.

Y las caricias que me estaba dando Raquel no es que fueran malas y en otras circunstancias estoy seguro de que habrían logrado como mínimo hacer que se me empinara, pero era incapaz de reaccionar viendo aquella legión de pollas golpeándole la cara, reclamando sus atenciones, escuchando aquellas voces que la llamaban zorra y puta. Y ella lo intentó hasta que se dio cuenta de que no iba a conseguirlo. Y sacándose la polla de la boca me empujó con suavidad pero con firmeza hacia detrás.

  • Tenéis razón, cabrones. Mejor chupar estas sabrosas pollas duras que no esa que no se empina, ¿verdad? ¿Queréis que os la chupe? Venga, pedídmelo, quiero escucharos pedirlo.

  • Qué hija de puta. –exclamó uno de ellos-. Está totalmente salida.

Uno de los tíos, el que estaba a mi lado, me miró y me apartó con delicadeza.

  • Lo siento tío, pero ven cuando estés preparado.

Me entraron ganas de golpearle y arrancarle la cabeza. A él y a ella. A todos. Raquel me había rechazado y la humillación y rabia que sentía en esos momentos me hacía apretar los puños con fuerza. Un par de lágrimas asomaron a mis ojos viendo como ella se tragaba con furia descontrolada una de las pollas que golpeaban su cara y sus manos volvían a recuperar sendas pollas.

  • Sí, zorra, tú sí que sabes cómo se chupa una polla. –dijo el hijo de puta que llenaba su boca.

Ella me lanzó una mirada de reojo, suplicándome perdón, pidiéndome con silenciosos gritos que la dejara continuar con lo que estaba haciendo, que la dejara allí y no hiciera nada. Y nada pude hacer, más que quedarme ahí clavado viendo como aquellos brutos cabrones humillaban de aquella manera a mi mujer sin que tampoco pareciera importarle demasiado a ella.

  • Venga, jodidos hijos de puta, dadme vuestras pollas. –Decía ella entre chupada y chupada.

Casi me costaba creer que esas palabras salieran de los labios de Raquel. En la vida la había visto hablando de aquella manera tan grosera, y muchísimo menos para suplicar por unas pollas.

  • Si, así, zorra, chúpala. Vaya pedazo de puta estás hecha. –Decía uno

  • Sí, soy vuestra puta. Dadle vuestras pollas a vuestra puta. Quiero que os corráis en mi cara, cabrones. –Contestaba ella. Era incapaz de estar callada y hablaba todo el rato de aquella forma burda a la que ellos respondían llamándola zorra y puta.

Escuché un ruido a mis espaldas y me giré para encontrarme a un chaval joven, de poco más de veinte años, desnudo y con una máscara azul. Contemplaba embobado la escena sosteniendo en su mano una polla larga y gruesa en un estado semierecto.

  • Vaya guarra, ¿no? –me preguntó viendo que le miraba y haciéndome una seña hacia Raquel. Yo me limité a asentir ligeramente con la cabeza sin atreverme a decirle que esa guarra era mi mujer.

De un par de pasos el chaval se acercó al grupo de hombres y se alineó junto al último ofreciéndole la polla a Raquel que inmediatamente, al ver carne nueva y joven se abalanzó sobre ella y agarrándola en la mano la meneó con fuerza haciendo que acabara de empinarse por completo. El chaval, nervioso intentaba frotarle la polla por la cara pero ella lo apartaba hasta que le dijo.

  • A ver, chaval, si quieres que te la chupe, que me muero de ganas de hacerlo, te pones un condón, ¿vale?

Al menos eso demostraba que no se había vuelto completamente loca y todavía conservaba un poco de cordura. Aunque escuchándola hablar, la verdad es que costaba creerlo.

  • Venga, chaval, corre y póntelo que te voy a comer el rabo hasta vaciarte los huevos.

El muchacho corrió al cubilete de los preservativos y cuando regresó ya venía con uno puesto. Al verlo, Raquel se abalanzó sobre él tragándoselo sin contemplaciones, gimiendo como una posesa. Al haberse unido un hombre más al grupo, ahora formaban un cerrado corrillo a su alrededor que me dificultaba la visión. Se pisaban unos a otros y se apartaban a empujones a fin de lograr que en el siguiente turno fueran sus pollas las que chupara. Evidentemente, eran demasiados tíos y alguno de ellos sobraba, pero ninguno estaba dispuesto a renunciar a mi mujer. Estuvieron durante un rato peleándose por la boca de Raquel, que pasaba de polla a polla con una facilidad asombrosa sin dejar de animarles a continuar.

  • Venga, hijos de puta, quiero vuestras pollas, os voy a vaciar, cabrones. Bañadme con vuestra leche.

Y claro, cuanto más les pedía ella más se excitaban ellos y más se pegaban por poder meterla en su boca. Al menos, mientras tuviera la boca llena no hablaría, porque la verdad es que escuchándola hablar de aquella manera me encontraba al borde de un ataque de nervios. De todas formas, si no hablaba ella lo hacían ellos y no sé qué era peor.

  • Venga, pedazo de puta. Trágatela toda. –Gemía uno

  • Joder, qué pasada de tía. Nunca había visto a una zorra disfrutar tanto con una polla en la boca. Toma, toma puta. –Decía otro.

  • ¿Con una polla dices? Yo nunca había visto a una mujer mamando siete pollas. ¡La hostia puta, cómo la chupa la muy zorra!

Viendo que no cabían los siete frente a ella uno tuvo la feliz de apartarse y tumbarse en el suelo al lado de Raquel, con la polla apuntando directamente hacia arriba. Se dio un par de rápidos meneos antes de hablar.

  • Venga, zorra, ven y siéntate aquí, que vas a saber lo que es un hombre de verdad. Voy a hacerte gritar como la zorra que eres.

No se lo tuvo que decir dos veces. Todavía no había terminado de hablar cuando Raquel estaba ya encaramándose sobre aquel tieso cipote, bastante más largo que el mío. Nunca me ha gustado demasiado eso de comparar los tamaños, pero es que en ese caso era inevitable. Hay cosas en las que uno se fija quiera o no quiera, y esa era una de ellas. Aun así, a pesar del tamaño no parecía ser tampoco muy gruesa. La longitud de aquella polla no pareció ser impedimento alguno para mi mujer, que de un solo movimiento y con cierta prisa se ensartó en ella, dándole la espalda al hombre que enseguida la agarró por la cintura. Tan pronto hubo adoptado una posición cómoda para ella, sentada a horcajadas con las rodillas apoyadas en el suelo el grupo de hombres se reorganizó frente a ella, blandiendo las flamantes pollas, sacudiéndolas y golpeándole la cara con ellas. Y retomándolas volvió a chuparlas creo yo que incluso con más ganas que antes, moviéndose al mismo tiempo suavemente de arriba abajo a fin de sentir aquella polla que llenaba su coño. En la posición en la que se encontraba, y concentrada como estaba en los otros tíos, le resultaba difícil moverse y lo hacía a pequeños saltitos, en movimientos cortos que debían de estar destrozando al hombre bajo ella a pesar de que no emitió la menor queja. Muy al contrario, él mismo intentaba hacer fuerza hacia arriba empujando insistentemente en lo que debía suponerle un gran esfuerzo.

  • Te gusta, ¿verdad zorra? Seguro que el cabrón de tu marido no te folla así, ¿eh que no, puta? Si te follara bien no irías tan caliente.

Maldito machito hijo de puta. ¿No será acaso tu mujer la que no te folla bien a ti? Pensé, apretando los puños y sintiendo calentarse la sangre en mis venas. Raquel, para mi sorpresa, salió en mi defensa.

  • ¡Qué cabrón que eres! Mi marido me folla de puta madre, pero solo tiene una polla y yo necesito más. Ahora calla y empuja, cabrón. –le contestó ella lanzándome una mirada de soslayo, tal vez esperando un gesto de agradecimiento por mi parte.

  • Vaya zorra estás hecha. Y qué coño más rico tienes. –Le contestó él dando golpes hacia arriba que levantaban su culo del suelo.

Raquel cambiaba de pollas a una sorprendente velocidad de tal forma que iban rotando de la mano a la boca, de la boca a la mano, una tras otra en interminable sucesión de tal forma que siempre había tres ocupadas y tres libres. Los que esperaban el turno para metérsela se la meneaban ellos mismos y la golpeaban en la cara con ellas, lo que parecía excitarla todavía más.

  • Pero qué pollas más duras tenéis todos, como me gustan, qué buenas están.

  • Tú nos la pones dura, zorra calientapollas.

Me daba la impresión que cuanto más la insultaban más cachonda se ponía ella, y sus insultos me golpeaban con fuerza mostrándome lo equivocado que estaba al pensar que conocía a mi mujer. Porque la Raquel que estaba viendo no era la Raquel que yo conocía.

  • ¡Hijo de puta, cabrón de mierda! Vete a tomar por culo, maricón. –la escuché gritar entre gemido y gemido. ¿Cómo podía soltar tanto taco en una sola frase? Estaba como loca-. Vete a la mierda, pichafloja. ¿Para qué coño piensas que os la estoy chupando, gilipollas? ¿Para daros gusto? Para eso vas y te la machacas, tío. Yo lo único que quiero es vuestra leche.

No. Esa no podía ser mi mujer. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo. Y es que uno de los tíos no había aguantado más y se había corrido sin quitarse el condón.

  • Maldita zorra. Eres una puta zorra viciosa. –Dijo el hombre que acababa de correrse mientras se quitaba el condón. Lo colocó sobre la cabeza de Raquel-. ¿No quieres leche? Pues toma leche. Estás loca, tía.

Y le dio la vuelta al preservativo derramando el blanquecino líquido sobre el pelo de mi mujer. Dejó caer el condón, que cayó sobre su cabeza y quedó enganchado en el borde de la máscara. Luego, se dio media vuelta y se largó.

  • Que te den por culo, puta loca viciosa. –Dijo mientras desaparecía de mi vista

Pero creo que ella ya no escuchaba nada, ya no veía nada. La miraba y no la reconocía. Sus ojos miraban al vacío sin ver, balanceaba la cabeza de lado, de polla a polla, con una rabia que nunca jamás había visto en ella. Había dejado de brincar sobre la polla que la llenaba y había levantado el culo liberándole del peso de su cuerpo, y ahora si quería follarla había de ser él quien se moviera. De todas maneras, al no tener ahora el cuerpo de Raquel sobre el suyo le era más fácil moverse y lo hacía a toda velocidad hundiéndose en ella una y otra vez a toda velocidad.

  • Quieres leche, ¿verdad guarra? –Decía uno de los tíos que se había quitado el condón y se la estaba machacando a toda velocidad-. ¿Quieres leche, puta? Toma leche, toma, toma, Ahhhh, aggggh, toma, toma, puta.

Y desde estaba pude ver como comenzaba a soltar una enorme cantidad de semen sobre la extasiada cara de Raquel que la recibió como si fuese una bendición del cielo, todavía con el condón del otro tío enganchado en su máscara y tapándole un ojo.

  • Siiii, siiiiii, venga, más. Quiero más, cabrón.

Ahora, gruesos goterones de leche resbalaban por su cara. De la barbilla colgaba un hilo del que no sabría decir si eran sus propias babas o era el semen del que se acababa de correr. Sobre su pelo se había coagulado un pegote de semen, una mezcla entre blanquecino y amarillento realmente asqueroso, no para ella al parecer.

  • Qué bueno, qué bueno, qué bueno. –Repetía sin cesar una y otra vez-. Venga, dadme más. ¿O es esto todo lo que podéis ofrecerme? Pensé que eráis más machos y que sabríais darle a vuestra puta lo que necesita. Quiero leche, ¡quiero leche! ¡QUIERO LECHE, JODER!

Entre sus gritos se escuchó el ruido que el hombre que la penetraba desde abajo hacía al correrse, gruñendo como un salvaje y gritándole obscenidades.

  • Te gusta, ¿verdad, guarra asquerosa? Te gusta que te folle un macho de verdad, ¿eh? Puta cerda viciosa. Toma polla, toma,toma,

Y diciendo esto daba los últimos empujones hasta que cayó sobre el suelo jadeando fuertemente. De todas maneras Raquel ni se había inmutado y continuaba meneando a increíble velocidad aquellas pollas que todavía se blandían frente a ella. Lo único que le interesaba era recibir una nueva corrida sobre su cara.

  • ¡AHHHHH! ¡La hostia, la hostia, la puta hostia, Joderrrrr! Venga cabrones, dadme más,más, quiero más

Tal muestra de alegría era debida a que dos de los cuatro hombres que quedaban por correrse se habían quitado los condones y en una perfecta sincronización se habían corrido simultáneamente. El primer chorro de uno de ellos cayó sobre su ojo. El del otro sobre su barbilla. Luego continuaron soltando chorro tras chorro, cada vez más débiles, repartiéndolos por su cara. Ahora su máscara estaba empapada en semen. Sus mejillas se veían relucientes, una gota de semen bailaba sobre su labio. Los que ya se habían corrido se habían retirado salvo el que permanecía debajo de ella de tal forma que ahora solo quedaban dos tíos machacándosela a toda velocidad frente a su cara. Ambos se habían quitado los condones preparados para darle a Raquel lo que de forma tan bruta les suplicaba.

  • ¡Puto gilipollas de mierda! –la escuché gritar cabreada-. Eres un puto imbécil. ¿Es que ni siquiera sabes apuntar, so mamón?

Su enfado se debía a que uno de ellos tal vez porque no había calculado bien o tal vez porque ella se había movido, había disparado el primer fogonazo de semen sin acertar sobre su cara de tal manera que había salpicado su hombro, y el segundo disparo, pasando por encima de éste, había caído sobre el pecho del hombre tumbado.

  • Tía, vete a la puta mierda. –Respondió airado el aludido, tras sacudirse las últimas gotas de semen sobre ella-. Estás loca de remate. Anda y que te den por culo, zorra. – Y dándose la vuelta se marchó dejando ya tan solo a un hombre meneándosela frente a Raquel.

Movía su mano con celeridad sobre su picha, gimiendo y gimiendo sin parar pero sin soltar ni un chorro de leche lo cual exasperó a Raquel que pronto comenzó a gritarle.

  • Venga, maricón, ¿es que no vas a correrte nunca? Joder, ¿tanto de cuesta darme lo único que necesito?

Y de un manotazo apartó la mano del hombre y tomó ella misma las riendas, comenzando a darle fuertes sacudidas que no sé cómo no le dolían. Raquel se había vuelto loca y le masturbaba con una fuerza descontrolada, de una forma brutal. Y aun así, de forma inexplicable logró llevar al último hombre a un estado en el que gritaba a pleno pulmón, y llegó un momento en el que no aguantando más y tensando todo el cuerpo soltó un grueso chorro de semen que fue a caer directo sobre la boca de ella.

  • ¡AHHHHH! ¡Qué bueno! Esto es la puta gloria, joder. Venga, picha floja, ¿es esto todo lo que puedes darme? ¿Es esto todo lo que puedes hacerle a tu puta? ¿Y tú te llamas hombre?

Raquel estaba fuera de control. Gritaba como una posesa pidiendo más, machacándosela todavía incluso con más rapidez como si con ello fuera a conseguir más leche, sin darse cuenta que aquella polla ya había dado todo lo que tenía que dar. El hombre, aun a pesar de que debía tener la picha ya escocida de tan brutal meneo aguantó un rato más antes de apartarla.

  • En serio, tía. Háztelo mirar. Tú estás enferma.

  • Estoy enferma de vuestra leche, maricones. ¡Maricones, sois todos unos maricones! –Retumbó su voz en la sala.

Nos quedamos solos yo, ella y el hombre que todavía permanecía bajo ella. Se giró hacia él y le miró.

  • Y tú, ¿no vas a darme lo mío?

El hombre se levantó y quitándose el condón se lo lanzó a Raquel, cayendo sobre sus tetas y derramando la mayor parte de su contenido sobre ellas. Ella se apresuró a recogerlo y colocándolo sobre su cara lo exprimió sobre ella, dejando caer las últimas gotas sobre su barbilla intentando no derramar nada fuera como si fuera algo muy valioso.

  • Oye, lo que te dijo el otro es cierto. Estás como una puta cabra. –Le dijo mientras se marchaba.

Nos quedamos solos. Ella todavía arrodillada con la mirada perdida y extendiendo el semen por su cara como si de la mejor crema hidratante se tratara, murmurando en voz baja algo que no lograba entender. Me acerqué a ella.

  • Dios, qué bueno, qué bueno, qué bueno,… -repetía sin cesar una y otra vez.

Finalmente calló y el silencio se hizo en la habitación. Tan solo se escuchaban gritos y jadeos lejanos procedentes de otras partes de la casa. La contemplé ahí arrodillada, absorta como si yo no estuviera mirando hacia arriba con los ojos entrecerrados mientras acababa de frotarse toda la cara con el semen de todos aquellos hombres. Incluso se quitó la máscara a fin de poder hacerlo mejor.

  • Venga, Raquel. Vámonos de aquí. –Le dije tocándola en el hombro.

Ella reaccionó con violencia, como si la hubiese interrumpido en algo muy importante y me soltó un manotazo que no acertó por pocos milímetros. Con un fuerte grito me apartó de su lado.

  • ¡Déjame, joder, déjame!

Se levantó y con la máscara colocada sobre la cabeza y sin recoger ni la túnica ni sus bragas ni su sujetador se dirigió con rapidez totalmente desnuda hacia la puerta. Yo la seguí recorriendo su ropa del suelo y cruzamos sala tras sala. Yo estaba totalmente perdido pero al parecer Raquel recordaba el camino por el que había llegado hasta allí porque fuimos directos al vestuario en el que se encontraba nuestra ropa. Entró como una exhalación y se metió en la ducha sin soltar palabra. Yo me quité la túnica e intenté meterme tras ella, pero ella me dio un empujón hacia atrás al tiempo que me soltaba un tremendo grito.

  • ¡Que me dejes, joder!

Abatido, me senté en el banco a esperar que ella terminara sin saber qué hacer. No lograba entender qué diablos le pasaba. En todos los años que había estado viviendo con ella, nunca jamás la había visto en tal estado. Además, ¿no debería ser yo el ofendido? ¿No había sido yo acaso el rechazado y humillado y el que había tenido que verla a ella actuar como una verdadera puta? Cuando terminó de ducharse lo hice yo a continuación y cuando salí ella ya estaba terminando de vestirse. Me coloqué las ropas con rapidez y salimos juntos a la calle en donde el hombre que nos había atendido a la llegada nos llamó a un taxi.

  • Buenas noches, caballeros. Espero que hayan disfrutado de la velada. –Dijo con correcta educación.

Vaya que si ha disfrutado, pensé mientras subía al taxi. Ninguno de los dos abrimos la boca durante todo el trayecto. Llegamos al hotel a las cinco de la mañana y nada más entrar en la habitación ella se quitó el vestido, quedándose desnuda ya que no se había puesto las bragas ni el sujetador, que estaban en el bolsillo de mi chaqueta, y sacando unas bragas limpias de la maleta se las puso y se metió en la cama, apagando la luz de su lado y dándome la espalda. Yo me desvestí, apagué la luz y me eché a su lado sin atreverme a tocarla.

Al día siguiente nos levantamos tarde y tras desayunar algo abandonamos el hotel camino de la estación del AVE. Ella estaba fría y distante y apenas hablamos nada. Durante el trayecto de tren hacia Barcelona ella durmió todo el rato, o más bien me pareció que fingió que dormía. Cuando llegamos a casa cenamos algo y se metió en la cama. ¿Qué diablos le pasaba? Me eché a su lado y la miré.

  • Raquel. –le dije tocándola suavemente en el hombro.

Ella me miro con desgana, como si yo fuera un extraño.

  • Raquel, -volví a decirle-. Tenemos que hablar de lo que pasó anoche.

CONTINUARA