Raquel y yo (13)

Buscando a Raquel en aquella caótica fiesta encuentro en su lugar a otra mujer...

Agarrado a la mano de aquella mujer me dejé llevar atravesando varias salas por las que no recordaba haber pasado y dándome cuenta solo entonces de lo enorme que debía ser esa mansión. Finalmente se detuvo en una habitación en la que no había más que una joven pareja besándose acurrucados en un sofá negro que se encontraba en un rincón bajo la tenue luz de una lámpara. No parecieron reparar en nuestra presencia y continuaron besándose apasionadamente mientras él introducía las manos bajo la túnica de la muchacha sobando con descaro su joven cuerpo. Les miré durante un rato y luego miré a mi acompañante.

  • Aquí no está mi mujer. ¿Dónde está? –le pregunté.

  • Hoy yo seré tu mujer. –me dijo con su ronca voz. Y antes de que me diera tiempo a contestarle se arrodilló frente a mí y metiendo la cabeza bajo mi túnica me encontré de repente con la polla en la boca de aquella extraña a quien ni siquiera había visto la cara y con la que no había intercambiado más que unas pocas palabras. Mi primera reacción fue de rechazo, pero antes de que pudiera articular palabra alguna me agarró con ambas manos las nalgas y chupó fuerte por mi polla, absorbiendo como si fuera una pajita y deseara apurar hasta la última gota. Y mi protesta se transformó antes de salir de mi garganta en un quejumbroso gemido que hizo que la pareja al otro lado de la habitación nos mirara con curiosidad con una débil risita por parte de la chica, antes de volver a sus apasionados besos.

La mujer bajo mi túnica asomó la cabeza y me miró con sonrisa burlona, sus claros ojos brillando como dos fanales bajo el antifaz.

  • ¿Te gusta la mujer que tienes hoy? – me preguntó.

  • Sí. Quiero decir, no, bueno,… -tartamudeé confuso-. ¿Dónde está Raquel?

  • Olvídate de ella y disfruta de tu nueva mujer. –me dijo, y haciéndome un guiño volvió a enterrar su cabeza bajo la túnica y pude sentir de nuevo como absorbía de mi polla logrando arrancarme un nuevo gemido. Volvió a asomar la cabeza y me miró de nuevo.

  • Mmmm, qué marido más rico tengo hoy.

  • Déjame ir, quiero encontrarla a ella. –Volví a decirle notando incluso yo mismo que mi propia voz no sonaba demasiado convincente.

  • Relájate, "marido", y disfruta de mí. –de nuevo su cabeza se perdió bajo mis ropas y de nuevo fui absorbido por aquellos finos labios. Y esta vez cuando ella volvió asomarse y a observarme con su limpia mirada fui incapaz de decirle nada y me quedé observándola con atención. Sus ojos me miraban con dulzura aderezada con un toque de deseo. Sus labios, finos y rectos enmarcaban una boca grande cuyos extremos se curvaban ligeramente hacia abajo confiriéndole un aire serio y triste. Por su aspecto debía rondar los cuarenta y tantos, tal vez los cincuenta, y unas finas arrugas nacían de la comisura de sus labios. Viéndome observarla, con un calculado gesto llevó sus manos a la nuca y deshizo el nudo que mantenía su cabello recogido en una corta coleta, y agitando la cabeza soltó una ondulada melena de color castaño que cayó como una cascada sobre sus hombros.

  • ¿No le vas a decir nada a tu mujercita? ¿O lo va a decir tu polla por ti? –Me dijo con una sonrisita al mismo tiempo que una de sus manos se deslizaba bajo la ropa y me agarraba por la polla dando un par de suaves apretones-. Aunque creo que ya está empezando a decirme algo. –Y volvió a meter la cabeza bajo mis ropas en busca de mi polla que en efecto estaba comenzando a reaccionar a sus manejos.

Volví a sentir otra vez sus labios succionando de mi verga como si intentara sorberme las entrañas a través de ella y de nuevo dejé escapar un sordo gemido de placer. Su boca era cálida, húmeda y de una exquisita suavidad. Sus manos agarraban mis nalgas con delicadeza atrayéndome hacia ella, y en el momento en el que sentí sus labios rozándome los huevos no pude evitar un pequeño temblor que me sacudió ante ella y al que respondió con una nueva chupada.

  • Mmmm, veo que algo empieza a gustarte tu nueva mujer.- De nuevo su cara mirándome con aquellos cristalinos ojos-. ¿Te quedas un ratito conmigo o quieres seguir buscando?

Por unos instantes, antes de contestar, me vino a la mente una breve imagen de Raquel deambulando de sala en sala buscándome, pero me avergüenza decir que bastó una mirada a la mujer que aguardaba arrodillada frente a mí con la boca entreabierta y mirada expectante para borrarla por completo. ¿Qué más da cinco minutos más o menos?, pensé.

Agarré la túnica por el borde y la levanté hacia arriba arremangándola a mi cintura y quedando mi polla que ya se mantenía en un aceptable estado horizontal, frente a la cara de la mujer, que soltó una risita al verme tan predispuesto.

  • Mmm, vaya ricura de hombre me he llevado. Espera un momento.

Se levantó y se dirigió hacia un rincón de la sala dejándome en aquella ridícula posición. La verdad es que si me pudiese haber visto reflejado en un espejo en ese instante me habría bajado la túnica y habría salido huyendo de allí, pero me limité a observar como la mujer se dirigía moviéndose sensualmente hacia uno de los numerosos cubiletes que había por todas partes en los que se apilaban coloridos paquetes de preservativos. Al llegar al que había situado en el rincón, a corta distancia de la pareja que continuaba besándose en el sofá, agarró uno y se giró de nuevo hacia mí. Se quedó quieta un instante mirándome y girando la cabeza hacia la pareja que se besaba, sonrió y me hizo un gesto hacia ellos. Yo también los miré con curiosidad descubriendo que entre el cuerpo de ella y el de él había aparecido un palpitante y sonrosado trozo de carne que asomaba entre los dedos de la muchacha apareciendo y desapareciendo a cada movimiento de la delicada mano. La escena era muy similar a todas las que había visto antes repartidas por todas las estancias de esa mansión, pero con la particularidad de que al contrario que las otras, que me habían desagradado y hecho sentir incómodo, esta la encontraba de una gran carga erótica y sensual. Tal vez fuera porque ambos conservaban las túnicas y se limitaban a masturbarse en lugar de follar. O tal vez por mi propio estado de excitación ante la perspectiva de follar con aquella mujer que me miraba desde el otro lado con un condón en la mano.

Aparté mi vista de la pareja, que se revolvía al ritmo de sus gemidos, y la observé a ella que me miraba al parecer muy divertida. Era de estatura media, tal vez un poco por debajo tirando a baja y sus caderas eran bastante anchas lo que le daba un aspecto regordete, tal vez incrementado por el enorme bulto que formaban sus pechos bajo la débil tela de la túnica. Aun así, con el cordel de la prenda ceñido a su cintura, mostraba un aspecto de lo más sensual. Viendo que la observaba llevó sus manos a la cintura y deshizo el nudo que sujetaba la prenda alrededor de aquellas anchas caderas. Luego, en un movimiento de lo más sensual bajó la cremallera y dejó caer la túnica a sus pies mostrándose desnuda frente a mí, que la miraba embelesado. Evidentemente no era una quinceañera y se notaba el paso de los años sobre su cuerpo, pero tal vez fuera por la forma de moverse que se la veía tan apetecible o más que a una jovencita. Era entrada en carnes, repartidas de forma proporcionada por todo el cuerpo de tal forma que no parecía gorda. Bueno, eso sin mirar tus tetas, que se veían enormes, como dos globos hinchados que empiezan a desinflarse y aunque evidentemente habían conocido tiempos mejores mantenían todavía una cierta dignidad. Vamos, que en la playa he visto a chicas mucho más jóvenes con el pecho mucho más caído.

Sus pezones eran pequeñitos y estaban rodeados por una oscura aureola, grande y ancha. Un colgante de oro pendido de su cuello se hundía en el valle de aquellos voluptuosos senos arrastrando con él la mirada, que se perdía sin remedio en aquella abundancia. Su cintura, aun a pesar de los pliegues de carne que se formaban en ella, se veía estrecha en comparación con aquellas anchas caderas soportadas por dos gruesos muslos, que se unían en una enmarañada mata de pelos rizados que cubrían su sexo y de la que nacía una larga cicatriz, marca al parecer de una cesárea, que ascendía en vertical por su vientre. Y aun así, aun a pesar de no ser el prototipo de la mujer ideal, esperaba como un tonto que se acercara a mí y se me ofreciera.

Comenzó a caminar hacia a mí balanceando las caderas de una forma de lo más sensual, lo que hacía que sus pechos se agitaran y temblaran como un flan a cada paso que daba, y mis ojos la miraban acercarse a mí tratando de captar hasta el más mínimo detalle de su cuerpo. A mitad de camino, se detuvo y dio lentamente una vuelta de tal forma que pude contemplar aquellas anchas nalgas, redondeadas y algo fláccidas pero muy atractivas. Cuando llegó a mi lado, acarició mi pecho con la yema de los dedos y alzando la cara hacia mí me propinó un lengüetazo en los labios al que correspondí agarrándola por la cara y besándola en la boca.

Mientras la besaba acudió de nuevo a mi mente la imagen de Raquel buscándome, pero se difuminó con asombrosa facilidad al sentir la mano de aquella mujer agarrarme por la polla. Cuando nuestras bocas se separaron no pude evitar la tentación de llevar las manos hacia la máscara que cubría la mitad de su rostro con la intención de retirarla y poder mirarla a la cara. Deseaba ver el rostro de esa misteriosa mujer, saber a quien estaba besando, pero ella me apartó las manos con delicadeza.

  • No, cielo, no. Mejor así. –Me dijo con su dulce ronquera.

Y deslizando sus dedos por mi pecho se bajó lentamente frente a mí, arrodillándose a mis pies y ofreciéndome una fantástica visión de sus pechos. Agarró mi polla, que había perdido durante ese tiempo algo de su rigidez aunque se mantenía todavía por sí sola erguida y le dio un par de rápidos lametones.

  • Vaya, vaya, parece que no puede estar mucho tiempo alejada de mí. –Y cogiéndola con delicadeza comenzó a masturbarme mientras alzaba el rostro para mirarme. Yo no podía apartar mis ojos de los suyos y he de reconocer que el hecho de no poder verle la cara, oculta tras la máscara, me daba mucho morbo. Pronto mi polla comenzó a hincharse entre sus dedos hasta desplegar toda su envergadura, momento que aprovechó ella para sacar el preservativo de su funda y desenrollarlo a lo largo de la estirada verga con lentitud. Yo contemplaba toda la operación sin abrir la boca y tan concentrado en ella que todo recuerdo de Raquel se había borrado de mi mente. Lo único que deseaba en aquellos instantes, y siento cierta vergüenza al reconocerlo, era follarme a aquella enmascarada mujer. Una vez colocado el condón separó los labios y poco a poco, con angustiosa lentitud comenzó a metérsela en la boca sin dejar de mirarme en ningún momento con su cristalina mirada al mismo tiempo que tomaba mis huevos con una mano y los masajeaba entre sus dedos como se hace con esas pelotas anti stress.

Siempre he opinado que Raquel es la mujer que más placer me ha proporcionado con el sexo oral, pero esta mujer la ganaba por goleada. No sé como lo hacía pero os juro que cada vez que sus labios alcanzaban la base de mi polla y aspiraba hacia dentro como si estuviera tragando sentía tal oleada de placer que me temblaba todo el cuerpo haciendo que me olvidara de todo lo que me rodeaba salvo de aquella maravillosa boca. Sería incapaz de deciros cuanto duró aquella mamada ya que el tiempo se detuvo para mí, pero cuando ella apartó la cabeza sacándose la verga que la llenaba y volví a recuperar la consciencia del lugar en el que me hallaba descubrí que la pareja que se masturbaba en el sofá se había roto y ahora solo estaba ella, con la túnica todavía puesta liada a su cintura, sentada en el borde del sofá y echada hacia atrás con las piernas abiertas acariciando su sexo del que me ofrecía una perfecta visión ya que se encontraba justo frente a mí. No me preguntéis en qué momento él se había marchado o como habían acabado porque sería incapaz de contestaros.

La mujer que me la había estado chupando de forma tan magistral siguió la dirección de mi mirada hasta posarla en la muchacha postrada en el sofá, e incorporándose me agarró de la mano y se dirigió hacia allí.

  • Ven, vamos con ella. –Me dijo arrastrándome con ella.

Se sentó en el borde del sofá, a menos de un metro de donde la chica estaba tumbada adoptando la misma posición que ella, el cuerpo echado hacia atrás, la cabeza contra el respaldo y el culo al filo del cojín. Con los pies sobre el suelo, separó sus piernas de tal forma que se percibía claramente el corte de su sexo entre aquel enmarañado vello que cubría toda la zona que a pesar de su abundancia aparecía bien recortado en los bordes. La muchacha que se acariciaba la miró durante unos breves instantes antes de clavar sus ojos en los míos, una mirada lánguida y llena de tristeza como si estuviese terriblemente aburrida. Me mantuvo la mirada durante un corto rato antes de volver a girar la cabeza para seguir masturbándose con lentitud.

  • Ven, ponte aquí. –me pidió mi "mujer" temporal abriendo y cerrando sus muslos en un inequívoco gesto.

Me arrodillé entre sus muslos colocando la polla sobre aquella densa mata de pelo que cubría su sexo y alargué los brazos hasta coger cada una de aquellas enormes tetas entre mis manos. Eran blandas y carnosas, suaves al tacto. Las pellizqué con delicadeza entre mis dedos, que trazaron un cerrado círculo alrededor de aquellos chiquitos pezones, sonrosados y destacando claramente contra la oscura areola. Ella, apoyándose sobre los talones elevó ligeramente el culo del asiento de tal forma que su sexo se apretó contra el mío enviando a través de mi cuerpo una agradable oleada de placer. Mis manos abandonaron sus pechos y se deslizaron hacia su cintura, a la que me agarré con fuerza mientras me movía restregándole la erecta polla contra el coño, sintiendo como sus labios se abrían ante la presión. Lentamente, sin dejar de restregarme contra ella fui bajando una mano hasta alcanzar el vello púbico, acariciándola con suavidad, trazando un sinuoso camino desde su ombligo hasta los gruesos labios y pasando por aquella larga cicatriz que ascendía por su vientre. Deslicé el pulgar a lo largo de aquellos carnosos labios que se apretaban contra mi verga, sintiendo como se separaban y la humedad que entre ellos había, hasta alcanzar el punto en el que se unían por la parte superior. Tracé un círculo alrededor de aquel botoncito haciéndola estremecer de tal forma que su culo dio un respingo hacia arriba y su sexo se contrajo. Al segundo círculo que mi dedo dibujó presionando con fuerza su clítoris respondió de forma más relajada dejando escapar un gemido. A partir de ahí cada movimiento de mi dedo era correspondido por un nuevo gemido que lo único que lograban era que cada vez deseara más hundir mi polla en aquel jugoso sexo y me resultara más difícil lograr contenerme. Pero retrasaba el momento de penetrarla todo lo que podía, intentando arrastrarla a ella a un nivel de excitación tal que me suplicara que la follara. Deseaba ver su cara pidiéndome sin hablar que la penetrara, suplicándome por mi polla. Pero habló. Cuando ya llevaba un rato restregándome de aquella manera abrió sus azules ojos y más exigencia que súplica me dijo:

  • Venga, métela ya.

No me lo tuvo que decir dos veces. Agarré la base de mi polla y colocando la punta sobre la entrada de su sexo comencé a hundirme dentro de ella lentamente, disfrutando al máximo de aquel estrecho abrazo que su vagina me propinaba. Empujé hasta tenerla toda dentro, y me quedé quieto saboreando aquel momento, mirando a aquella mujer que se me había ofrecido de manera tan natural. Disfrutaba observando su cara, viendo como su mandíbula temblaba ligeramente al verse penetrada, anhelante de que comenzara a moverme, sus manos agarrándose con fuerza al borde del sofá. Cerró un poco los muslos aprisionándome entre ellos, tal vez por temor a que me saliera, y contrajo los músculos de la vagina con una fuerza sorprendente animándome con ello a comenzar a follarla. Y viéndola así, postrada ante mí y ensartada en mi polla pensé en Raquel, y aunque el sentimiento de culpabilidad que tuve al pensar en ella fue enorme, pudo más la excitación que sentía en aquellos momentos. Además, pensé para mí, seguro que ella está disfrutando de la fiesta al igual que yo. Y aun sabiendo que quizás no fuera cierto me autoconvencí de ello para eliminar ese molesto sentimiento y comencé a follarme a aquella mujer, que me respondió dejando escapar un ahogado gemido.

Al principio me movía despacio pero poco a poco el ritmo de mis embestidas fue aumentando en fuerza y rapidez. Con golpes secos se la hundía hasta el fondo, y cada vez que lo hacía sus enormes pechos se balanceaban de lado a lado impidiéndome apartar la vista de ellos. Su vientre también se movía todo como si fuese un flan recién sacado del molde, y ver aquellas blancas carnes balanceándose me excitaba cada vez más. La mujer había empezado a gemir y jadear de forma algo estridente, aunque tardé un rato en darme cuenta de que la sonoridad de sus jadeos no se debía a que gritara fuerte, sino a que a los suyos se sumaban los de la chica que seguía tumbada a nuestro lado masturbándose. Ahora no apartaba la vista de nosotros sin dejar de mover la mano sobre su sexo a una increíble velocidad mientras chupaba entre sus carnosos labios uno de sus pulgares. Parecía que estaba a punto de correrse y no aparté la vista de ella tratando de captar el momento justo en el que lo hiciera. Ella clavó su mirada en la mía y durante un largo rato permanecimos así, mirándonos mientras yo me follaba a la otra mujer y ella se masturbaba, hasta que vi como todo su cuerpo se tensaba anunciando la llegada de su orgasmo, un orgasmo silencioso y largo que la dejó agotada. Al ver aquello yo había incrementado la velocidad de mis movimientos de tal manera que en uno de estos la polla se salió de aquel acogedor coño. Me agarré la polla y la orienté hacia el agujero de su culo, pero ella me apartó.

  • Agujero incorrecto, muchacho, por ahí no entra nada. –me dijo entre jadeos.

Así que volví en hundirla en aquel jugoso coño que estaba chorreando jugos y se escuchaba el chapoteo de mi polla cada vez que entraba y salía. Sentía que estaba a punto de correrme y trataba de evitarlo a toda costa apretando los músculos de mi vientre, intentando alargar al máximo el tiempo de aquella fabulosa follada. Ella, por la forma de jadear debía estar también próxima al orgasmo, así que sabiendo que no sería capaz de aguantarme mucho tiempo más, se lo dije.

  • Voy,… a correrme,…voy a correrme,… -le dije entre jadeo y jadeo.

Ella acrecentó entonces el ritmo de sus propios movimientos a fin de lograr hacerlo ella antes de que yo descargara, y lo hizo con tal furia que al final se corrió antes que yo, que continué bombeando en su interior a toda velocidad sin poder parar. Y de repente sentí como unos brazos rodeaban mi cintura y una mano agarraba mis huevos con delicadeza, masajeándolos con dulzura. Era la muchacha que hasta entonces había estado en el sofá, que se había levantado y arrodillada detrás de mí apretaba su pecho contra mi espalda. Aquel inesperado contacto me desconcentró ligeramente con el efecto de lograr retardar un poco más la eyaculación, así que aguanté cuatro o cinco embestidas más sobre aquel chorreante coño antes de empezar a correrme. Me corrí gritando a toda voz y agarrándome con fuerza a las caderas de aquella mujer que ya había dejado de moverse y me miraba con picardía mientras chorro tras chorro mi condón se iba llenando de leche.

Caí rendido sobre su cuerpo desnudo, respirando con dificultad y el corazón desbocado en un frenético latir, y durante unos instantes antes de sacarla permanecí allí, con la cabeza sobre sus amplios pechos escuchando su propio latir, tan acelerado como el mío. Cuando por fin la saqué me incorporé y me senté junto a ella en el sofá, las piernas todavía temblando debido a la intensidad del orgasmo y la polla encogiéndose poco a poco. La chica joven se arrodilló entre mis piernas y agarró aquel menguante trozo de carne rodeándolo con los dedos, como tratando de evaluar su grosor y acariciándolo como si con ello fuera a lograr hacerlo revivir. Me miró con aquellos ojos tristes que ya antes había advertido, decepcionada al ver que sus caricias no lograban mantenerla erguida. A pesar de la tristeza que su mirada transmitía sus ojos eran preciosos. De un color verde claro, casi transparente, relucían como dos fanales a través de los orificios de su máscara, de color blanco y con dos enormes lágrimas azules dibujadas debajo de cada uno de los ojos que lo único que hacían era aumentar el efecto de tristeza. La máscara cubría sus ojos y su nariz dejando tan solo la boca al descubierto, pequeña y de labios gruesos pintados de un intenso color bermellón que destacaba con fuerza sobre la pálida piel. Parecía joven, tal vez unos veinte años como mucho. Su mano era pequeña y fina, de dedos cortos rematados por unas cuidadas uñas pintadas en el mismo tono que sus labios.

  • Lástima que esté tan chiquita ahora. –me dijo con voz algo infantil al mismo tiempo que sus manos desenfundaban mi polla, que ahora caía lánguida entre mis piernas.

Cuando sacó el condón contempló curiosa el semen acumulado en la bolsa de la punta. Lo balanceó frente a su cara agitándolo en círculos en el aire como si fuese una entendida evaluando la calidad de una copa de vino y luego, cogiéndolo por la punta lo colocó sobre mi vientre y vertió sobre él el caliente flujo. Comenzó a extenderlo con la yema de los dedos trazando suaves círculos alrededor de mi ombligo mientras agarraba mi fláccida polla con la otra mano dándole ligeros apretones.

  • Sí, es una lástima. Por que, ¿sabes una cosa? –me preguntó- A mí si que me la puedes meter en el culo.

  • Me encantaría hacerlo, -le dije mirándola a aquellos verdes ojos- pero ya ves cómo está. Tardará un buen rato en reaccionar de nuevo. Me temo que no te va a servir para nada ahora mismo.

  • Puedo esperarme, no tengo prisa. ¿Y tú?

Durante unos instantes, antes de contestar, volvió a acudir a mi mente la imagen de mi mujer deambulando por la fiesta buscándome, pero en esos momentos era como si yo fuese otra persona viviendo otra realidad, como si ella fuese parte de una vida anterior muy lejana, parte de mi pasado, un recuerdo vago de una existencia anterior. Y borrando ese recuerdo de mi mente contesté sin dudar.

  • No tengo ninguna prisa. Puedo esperar todo lo que haga falta.

Me dedicó una tierna sonrisa mientras su mano se movía sobre mi polla deslizándose sin dificultad sobre la pringosa superficie y trazaba sobre mi vientre intrincados dibujos con mi propio semen. Yo me limité a quedarme ahí tumbado disfrutando de sus caricias observando aquellos rojos labios que se entreabrían ligeramente dejando traslucir una hilera de pequeños dientes blancos. De vez en cuando sacaba la punta de la lengua y la deslizaba sobre el labio superior, humedeciéndolo antes de cerrarlos y restregar uno contra otro en un sensual gesto. La mujer a la que me acababa de follar continuaba sentada a mi derecha observando con atención a la chica, que por edad podría ser perfectamente su hija. Estiré el brazo hasta dejar caer la mano sobre su grueso muslo, acariciándolo con delicadeza sin reacción alguna por parte suya que continuaba mirando la mano que agitaba mi polla. Porque lo que habían sido al principio caricias había acabado convirtiéndose en meneos de arriba hacia abajo, lentos pero constantes, y que de una forma imperceptible estaban logrando su objetivo. Volver a poner dura mi polla. Normalmente, tras echar un polvo suelo tardar bastante rato en recuperarme para un segundo, pero esta muchacha estaba logrando que lo hiciera a marchas forzadas. O tal vez fuera que estaba disfrutando tanto del momento que no hubiera sido consciente del tiempo transcurrido. El caso es que mi polla había ido alzándose ayudada por la suave mano hasta alcanzar un alegre estado de rigidez apuntando hacia el techo. Yo de mientras, y como queriendo devolver de alguna manera las caricias que tanto me estaban excitando, había deslizado la mano hasta el frondoso sexo de la mujer que permanecía a mi lado y quien sin ofrecer la más mínima resistencia se echó hacia detrás separando los muslos a fin de facilitarme el acceso a su sexo. Y cada movimiento de la mano de la muchacha era seguido por el de mi dedo sobre los carnosos labios que protegían la entrada del coño que hacía tan solo unos pocos minutos había estado follando.

Muy pronto la habitación volvió a llenarse de ahogados gemidos, alternándose los suyos con los míos en una erótica sinfonía. La chica nos miraba a ambos, al parecer disfrutando enormemente de la situación, masturbándome con insólita delicadeza en movimientos lentos y suaves e imprimiendo a su mano un giro cada vez la subía o bajaba y que me hacía retorcer de placer.

  • ¿Crees que ya está preparada para meterla en mi culo? –me preguntó con una suave vocecita mirándome con los ojos entornados.

  • Yo creo que sí. Que puedes subirte sobre ella cuando quieras. –Le dije intercalando un gemido entre frase y frase.

Se incorporó quedando de pie entre mis piernas, y con lentitud se quitó la túnica y permaneció un rato desnuda frente a mí permitiendo que me recreara con su visión. Era excesivamente delgada para su estatura, que debía rondar aproximadamente sobre el metro setenta, y su blanca piel relucía como un reflejo. Caderas y cintura parecían estar ambas alineadas dándole el aspecto más propio de chico que de mujer, efecto que se veía potenciado por la casi ausencia de pechos, apenas dos pequeñas protuberancias que sobresalían rematadas por unos enormes pezones muy oscuros y rugosos. Entre sus piernas, el corte de su sexo destacaba claramente ya que estaba completamente afeitado, sin un solo pelo que lo cubriera. Yo la contemplé y no pude evitar comparar su cuerpo con el de la mujer que yacía a mi lado gimiendo bajo el efecto de mi mano. Eran tan diferentes ambas, y a la vez tan hermosas las dos. Ninguna poseía un cuerpo que se pudiera decir ideal. Una alta y demasiado delgada, la otra baja y con algún quilo de más. Una casi sin tetas, la otra con una opulenta exuberancia. Una despertando todavía de la adolescencia y la otra largamente rebasada aquella dulce edad. Y sin embargo, ambas me excitaban igual.

Se giró y caminó desgarbada hacia el cubo de los condones, de dónde regresó llevando uno en la mano que sin más preámbulos abrió y desenrolló sobre mi pene. Acto seguido se encaramó sobre mis piernas sentándose sobre mi palpitante verga, y abrazándose a mí frotó su sexo contra el mío, y en un hábil movimiento de su pelvis mi polla fue engullida por su coño, en donde se deslizó hasta el fondo sin ningún problema. Estaba muy mojado, lo cual unido a su estrechez me proporcionaba una excitante sensación. Agarrándose a mis hombros dio un par de brincos sobre la enhiesta verga, clavándose en ella hasta que su culo reposó contra mis muslos. Luego, soltó una de las manos que aferraba mi hombro y la deslizó por detrás de la cintura hacia su culo, y levantándose lo suficiente como para que mi polla se saliera de aquel estrecho coño, la agarró por la base apuntándola hacia arriba, directamente hacia el cerrado agujero de su culo. Volvió a bajarse, apretando el esfínter contra la cabeza de mi verga, y empujó con firmeza hacia abajo. Evidentemente no entró. No estaba lo bastante lubricada y el agujero era demasiado estrecho y no estaba dilatado. De todas formas volvió a empujar y esta vez la ayudé agarrándola por las nalgas y separándolas a fin de facilitar la entrada. Esta vez sus esfuerzos dieron resultado y sentí como mi glande era atrapado en aquel estrecho orificio, cerrándose el esfínter alrededor del mismo en un fuerte abrazo. A pesar de lo estrecho y de la falta de lubricación a ella no parecía molestarle y continuaba empujando con firmeza hacia abajo tratando de meterse más de mi polla en su interior. A mí, en cambio me estaba haciendo daño y lancé un gruñido de dolor.

  • Para, para. Me estás destrozando la polla. Está muy seco.

Ella me miró, la pena reflejada en sus ojos, y resignada se levantó un poco hasta que la cabeza salió de su culo con un "plop". Con el mismo hábil movimiento de antes volvió a ensartarse en mi polla, esta vez por el conducto más habitual.

  • No os mováis, esperad un momento. –Dijo la mujer a la que había estado masturbando mientras se incorporaba y se dirigía hacia uno de los cubiletes con los condones. Cuando volvió sonreía -. Gel lubricante. –dijo agitando un tubo en su mano.

En efecto, los organizadores de la fiesta habían previsto todo y habían dejado pequeños tubos de lubricante que al parecer la chica no había visto. La mujer se colocó entre mis piernas, detrás de la joven y la empujó por el culo hacia arriba obligándola a sacarse mi polla del coño. Noté entonces su mano extendiendo el contenido del tubo a lo largo del condón y vi como la joven daba un pequeño respingo hacia arriba emitiendo un corto gemido, lo que me hizo suponer que le acababa de meter un dedo en el culo a fin de lubricarlo un poco.

Y entonces, esta vez sí, mientras la mujer mayor me agarraba la polla, la joven se sentó sobre ella hundiéndola en su interior en un solo movimiento y bajando hasta que la otra se vio obligada a retirar la mano. Ambos dejamos escapar un gemido al unísono que murió en nuestras gargantas al mismo tiempo que su culo llegaba hasta mis piernas indicando que ya la tenía toda dentro. Se quedó ahí quieta, empalada, disfrutando ambos de la agradable sensación. Mi polla palpitaba dentro de su culo deseando que empezara a brincar sobre ella, y su culo se cerraba en cortas contracciones que me volvían loco. La otra mujer, habiendo cumplido ya su objetivo se había vuelto a colocar sobre el sofá a mi lado, esta vez a cuatro patas ofreciéndome su culo que agitaba en círculos de manera sensual.

La joven comenzó entonces a moverse encima de mí, muy lentamente, incorporándose hasta casi hacer que se saliera para volver luego a dejarse caer emitiendo un prolongado gemido. De nuevo volvió a realizar la misma maniobra. Y luego otra vez. Y otra. Y otra. Brincaba sobre mi polla, cada vez más rápido, con más violencia, jadeando fuertemente cada vez que lo hacía. Yo de mientras, sin apartar la vista de aquel cuerpo que bailaba encima de mi polla había extendido el brazo y con dos dedos extendidos estaba masturbando a toda velocidad a la mujer arrodillada a mi derecha, que había comenzado a emitir pequeños gritos. De vez en cuando miraba hacia mi mano, hacia mis dedos que se hundían una y otra vez en aquel ancho sexo, hacia sus nalgas que se agitaban frente a mí mostrándome el agujero en el que ella no quería nada, al contrario que la joven, para luego volver la vista al joven cuerpo al que estaba sodomizando.

La chica había reclinado el cuerpo hacia atrás apoyándose con una mano sobre uno de mis muslos mientras con la otra acariciaba en un auténtico frenesí su clítoris. Yo miraba embelesado aquella mano moverse sobre el depilado sexo, arrancando gemido tras gemido, mientras acariciaba su cintura con mi mano libre.

  • Aaaagghhhh, ohhhh, siiiii, sí, sí, me corro… - sonó estruendosa la voz de la mujer a mi lado, que agitaba su culo con locura intentando acompañar el movimiento de mi mano. Y enterró la cabeza en el sofá ahogando sus gritos que resonaban por toda la habitación.

Yo me sentía también a punto de reventar. Saqué los dedos del coño que había ya dejado de moverse y con ambas manos agarré a la chica por la cintura comenzando a moverla con fuerza de arriba abajo, acrecentando su ritmo y sintiendo como mi polla comenzaba a tensarse dentro de su culo, preparándose para volver a soltar su carga de semen. Ella respiraba con dificultad y sus gritos se habían vuelto agónicos. La cabeza echada hacia atrás, la boca abierta, un hilo de baba resbalando por su barbilla. Hasta el más mínimo detalle quedó grabado en mi cerebro.

En el momento en el que se corrió su esfínter se cerró de golpe atrapando mi polla en él, abrazándolo con fuerza, haciéndome incluso algo de daño. Un abrazo tan estrecho que fue el detonante que hizo que comenzara a derramar la leche que quedaba en mis huevos, gruñendo como un animal mientras lo hacía, aullando como un poseso y uniendo mis gritos a los suyos mientras la movía a ella con violencia.

Finalmente se hizo el silencio en la habitación. Tan solo se escuchaban nuestras respiraciones entrecortadas, todavía intentando recuperar el aliento, nuestros corazones palpitando descontrolados como si fueran a estallar dentro de nuestros pechos. Ella se quedó hincada en mi polla hasta que esta se hizo pequeña dentro de su culo, abrazada a mí aplastando sus inexistentes pechos contra el mío. La otra mujer, tendida en el sofá boca abajo con el culo en pompa y yo agarrado a las pequeñas nalgas de la joven. Ella fue la primera en levantarse. Se incorporó y recogió la túnica que antes se había quitado y la volvió a colocar sobre su cuerpo. Echó un rápido vistazo a la mujer a mi lado, luego me miró a mí, y agachándose me dio un beso en los labios.

  • Me ha encantado, cielo. –Se limitó a decirme. Y dándose media vuelta se marchó.

Yo me levanté y bajé la túnica que todavía llevaba arrollada a la cintura. La mujer me miró mientras ella misma se incorporaba y clavando sus ojos en los míos me habló.

  • Bueno, cariño, espero ahora que tengas suerte y encuentres a tu mujer. A la otra. Has sido un auténtico encanto.

Indeciso, sin saber muy bien qué hacer ni qué decir, me incliné sobre ella y dándole un tierno beso en la boca me limité a musitarle un débil "gracias". Me di entonces la vuelta y con pasos cortos abandoné la habitación, de nuevo en busca de Raquel.

CONTINUARA