Raquel y yo (12)

Tras aquel encuentro con Paz y su marido asistimos a una fiesta que a pesar de no ser tal y como esperábamos resultaría ser muy placentera.

¿Habéis visto la película "Eyes wide shut" de Stanley Kubrick? Entonces recordaréis la escena de la orgía a la que asiste Will, el protagonista. No sé qué pensaríais al ver aquello, pero os aseguro que cuando yo lo hice pensé que era una de esas licencias cinematográficas que se toman los directores y que esas cosas nunca ocurrirían en la realidad. Pero estaba equivocado. He vivido una experiencia similar y era real. Muy real. Pero dejadme que os cuente cómo llegué a ella.

La última vez os conté como acompañamos a Paz y a Wolfgang a aquel local liberal y lo que allí ocurrió. Durante unos cuantos días ni Raquel ni yo pudimos apartar de nuestros pensamientos lo sucedido sabiendo que habíamos dado un paso más allá en nuestra relación. No había sido esa la primera vez que había visto a mi mujer follando con otro hombre al igual que ella ya me había visto follar con otra mujer, pero sin poder explicarnos muy bien el porqué ambos veíamos aquello como algo totalmente diferente, algo nuevo. Tal vez porque en nuestros anteriores encuentros con Fran y con Sonia ambos habíamos participado activamente, mientras que ahora yo había follado con otra persona mientras ella lo hacía con otra, cada uno concentrado en su propio deseo, y eso me hacía sentir celoso y al mismo tiempo culpable. Sé que resulta absurdo después de las experiencias que ya habíamos tenido, pero así es como me sentía. Cada vez que recordaba la cara de Raquel mientras Wolfgang la penetraba arrodillado tras ella sentía hervir la sangre en mi interior y no podía evitar sentir unos terribles celos al pensar que con él había disfrutado más que conmigo, sin pensar que tal vez ella sintiera lo mismo respecto a mí. Y me sentía culpable precisamente por lo que había sucedido: que había disfrutado con Paz de un polvo fantástico de una forma tan demoledora como no recordaba haberlo hecho en unos cuantos años. Y no es que no desee a Raquel, muy al contrario. Los que me habéis venido leyendo ya os habréis dado cuenta de que estoy enamorado de ella hasta los huesos y que la quiero con locura. Estar con ella es lo más fantástico que me ha ocurrido en esta vida y ninguna de las experiencias que ambos hemos vivido a nivel sexual durante estos últimos meses ha hecho cambiar eso ni un ápice. Pero he de reconocer que follarme a Paz mientras ella hacía lo propio con su marido había sobrepasado todas mis expectativas, imagino que más por el morbo de la situación que por el hecho en sí mismo, pero el caso es que me sentía culpable por haber disfrutado tanto. Y lo cierto es que deseaba volver a hacerlo, y no sólo por volver a acostarme con Paz, sino por volver a ver a Raquel follando con Wolfgang aun a pesar de los celos que me invadían cada vez que lo recordaba. Así que cuando le propuse a Raquel invitarles a pasar un fin de semana en una casa rural y ella aceptó encantada no cabía en mí del gozo que me invadió. Y cuando se lo propuse a ellos y también aceptaron me sentí el hombre más afortunado del mundo.

Pero nuestros planes se vieron truncados de una forma un tanto amarga. A Paz le detectaron un cáncer de mama en un estado bastante avanzado y como comprenderéis se vino abajo anímicamente. Durante unos meses estuvo asistiendo a sesiones de radioterapia que la dejaban agotada y sin ganas de nada. Intentamos apoyarla y animarla todo lo que pudimos, pero aun así no le apetecía salir de casa, y mucho menos acudir a un local de intercambio de parejas.

Durante todo ese tiempo tanto Raquel como yo teníamos una cosa bastante clara. No íbamos a ir a aquel local sin ellos. A nosotros solos nos daba vergüenza acudir, en cambio con ellos todo era diferente, mucho más natural. Así que dejamos a un lado nuestras fantasías y volvimos a nuestra rutina habitual: nada de terceras personas en nuestra relación.

Pasaron los meses y a Paz tuvieron que practicarle una mastectomía, con lo cual se hundió todavía más. Y pasó la Navidad y a pesar de que se iba recuperando poco a poco de forma satisfactoria no se encontraba todavía animada para salir. A finales de enero Wolfgang vino a vernos un día a casa.

  • Hola, Wolf, -ahora nosotros también le llamábamos así-. ¿Cómo sigue Paz? ¿Va mejorando?

  • Sí, está mucho mejor, pero todavía se encuentra un poco floja. De todas formas ayer conseguí sacarla y dimos un largo paseo que creo le sentó bastante bien. Pero bueno, venía por otro tema.

  • Tú dirás –dijo Raquel mientras nos acomodábamos alrededor de la mesa sobre la que humeaba el café.

  • Veréis, se acercan Carnavales y tenía ya compradas unas entradas para una fiesta desde antes de lo de Paz, y como comprenderéis ella no está ahora para fiestas. Y menos para este tipo de fiestas.

  • ¿Con tanta antelación unas entradas para una fiesta de Carnaval? –le pregunté extrañado.

  • Es una fiesta "swinger" –soltó Wolf sin más rodeos-, y estaba pensando en daros las entradas a vosotros.

Raquel y yo nos miramos sorprendidos ante su proposición. Ella fue la primera en reaccionar.

  • Wolf, creo que deberías ofrecérselas a alguien que las fuera a aprovechar más que nosotros. No vamos a ir. Tal vez si vosotros también fuerais nos animáramos, pero solos no vamos a ir. Es un tema que ya hemos comentado entre los dos. De todas maneras muchas gracias.

Wolfgang pareció sorprenderse ante nuestra negativa pero no hizo ninguna pregunta y cambió de tema empezando a contarnos como pronto iban a reconstruirle el pecho extirpado a Paz. Cuando marchó era ya casi la hora de cenar.

Durante esa noche Raquel y yo hablamos del tema y ambos nos reafirmamos en nuestra posición de no ir si no lo hacían ellos también. Estábamos absolutamente segurosde eso. Pero al día siguiente cuando me levanté y vi sobre la mesita del recibidor el sobre con las dos entradas ya no lo estuvimos tanto. Al parecer Wolfgang las había dejado sin nosotros darnos cuenta anoche al marcharse. Y cuando las tuvimos en las manos la tentación y el morbo empezaron a llamarnos. La primera reacción evidentemente fue llamarle y devolvérselas, pero llegó la noche y ninguno de los dos lo habíamos hecho. Y al día siguiente ocurrió lo mismo. Fue a partir del tercer día cuando empezamos a plantearnos realmente la posibilidad de acudir a la fiesta.

  • ¿Y si nos las quedamos y vamos? –le pregunté a Raquel indeciso.

  • ¿Crees que seremos capaces de hacerlo? –me preguntó ella sin ofrecerme una negativa. Al parecer a ella también se le había pasado la idea por la cabeza.

  • No lo sé, Raquel. Pero si no vamos no lo sabremos, ¿no? A ti te apetece, ¿verdad? Aunque me digas que no lo noto en tu cara y en la forma en que te brillan los ojos cuando hablamos de esto.

  • Joder, Javier. Claro que me apetece. ¿Es que no te fijaste en lo caliente que estaba cuando lo hicimos con ellos? Desde entonces ni te imaginas la de veces que he soñado con follar mientras te veo a ti follando con una desconocida frente a mí. Pero me da miedo. Me da miedo que lleguemos demasiado lejos. Me da miedo verte con otra mujer, que disfrutes más con ella que conmigo y que me abandones. –calló un instante y quedó pensativa-. Me da miedo sentir tanto deseo por otra persona que no seas tú, ¿lo entiendes?

Claro que la entendía. Le ocurría lo mismo que a mí, se moría de deseo pero el temor la atenazaba, el miedo a lo desconocido, el miedo a la pérdida o a un nuevo descubrimiento que eclipsara todo lo que hasta entonces conocíamos e hiciera tambalearse nuestra apacible vida. Y creo que las dudas que sentíamos estaban estrechamente ligadas a nuestra propia culpabilidad por desearlo con tanta ansia.

  • Te entiendo, Raquel, te entiendo, -le dije estrechándola entre mis brazos-, yo me siento igual. Quiero y no quiero al mismo tiempo. Pero pienso que si fuimos capaces con ellos también podemos serlo con otras personas, ¿no?

  • No sé, Javier, con ellos es diferente, igual que lo fue con Sonia o con Fran. Son amigos y con ellos me siento a gusto, pero… ¿con un completo desconocido?

  • ¿No me dices que sueñas con ello?

  • Pero los sueños son solo eso, sueños, cosas que se me ocurren. Me excitan, pero tampoco necesito que se cumplan todos.

Raquel se quedó un largo rato callada, con la mirada perdida, absorta en sus pensamientos. De repente se levantó con energía y clavó sus dulces ojos en los míos con decisión, y aun antes de que abriera la boca supe lo que me iba a decir.

  • Pero, ¿sabes qué? Que creo que tienes razón. Si nos quedamos aquí seguiremos dándole vueltas y más vueltas al tema, así que lo mejor es ir a la dichosa fiesta y ver de qué va. Si no nos gusta lo que vemos siempre nos podremos ir, ¿no? Tan solo se trata de que ambos sepamos hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Respóndeme con sinceridad, ¿estás dispuesto a verme follar con otro tío al que ni conocemos?

Me quedé callado un rato pensando la respuesta que no tardó mucho en presentarse ante mí con una claridad estremecedora.

  • No –le dije, y ella me miró con consternación-. No es que esté dispuesto, es que lo deseo. Quiero verte hacerlo.

Y diciéndole esto advertí un pequeño suspiro de alivio por su parte. Increíble, pensé. Es increíble que me alegre de ver cómo mi mujer se alegra escuchándome decir esto.

  • ¿Y tú? Le pregunté yo a ella-, ¿estás preparada para verme con otra? No sé como van esas fiestas, pero supongo que ahí pasará de todo. ¿Estás dispuesta a ver cómo te dejo para irme a follar con otra?

Raquel me miró con seriedad, y moviendo la cabeza de arriba abajo en un gesto afirmativo me contestó.

  • Sí, creo que sí. –Y aunque sus palabras mostraban cierta duda sus ojos me decían a gritos que estaba dispuesta.

Sellamos nuestro pacto con un estrecho abrazo y un apasionado beso. Y mientras me apretaba contra ella acercó la boca a mi oído y me susurró mordiéndome levemente el lóbulo de la oreja.

  • Hazme el amor, Javier. Hazme el amor ahora mismo. Quiero sentirte solo mío.

Los siguientes días, a medida que la fecha de aquella fiesta se acercaba, nuestros niveles de excitación iban subiendo de una forma alarmante. Raquel y yo siempre hemos disfrutado de una aceptablemente buena relación de pareja. No os voy a decir que follamos cada día, pero sí lo hacemos con cierta regularidad unas tres veces por semana, cosa que no está mal en una pareja, al menos por los comentarios que escucho de amigos y conocidos, que tienen suerte si lo hacen una vez al mes. Pues durante esos días os aseguro que sí que lo hicimos hasta tres veces cada día, en cualquier rincón y en cualquier momento. Había días en los que me despertaba y ella no tardaba nada en colocarse encima de mí y restregarse con tanta habilidad que no tardaba mucho en tener una erección. Y mientras ella me cabalgaba no apartaba en ningún momento la vista de mí, que la miraba también hasta que sus rasgos se fundían y aparecían ante mis ojos como los de una desconocida y no volvía a recuperar su rostro hasta que me había corrido dentro de ella. Otras veces era yo quien la esperaba en casa a la llegada del trabajo, y nada más cruzar ella la puerta me abalanzaba arrinconándola contra la pared del recibidor y comiéndomela a besos que nos impedían llegar al dormitorio y acabábamos follando con desatada furia sobre el sofá del salón, a veces con su abrigo todavía puesto. Ya os digo, fue una semana de sexo salvaje que si llega a durar más acaba con mis fuerzas. Pero por fin llegó el viernes. La fiesta estaba convocada para el sábado por la noche y se iba a hacer en una finca privada en Madrid, así que como vivimos en Barcelona decidimos irnos desde el viernes para allí y hacer un poco de turismo por la capital. Esa misma noche, ya en la gran ciudad fuimos a cenar a un romántico restaurante, disfrutando de aquella última noche los dos juntos. Luego ya en el hotel hicimos el amor de forma relajada, y esta vez sí que la veía a ella, que no dejaba de mirarme intensamente mientras sus labios se movían pronunciando dos palabras en silencio: te quiero, me repetían una y otra vez.

El sábado por la mañana estuvimos paseando por la ciudad y a medida que iban transcurriendo las horas estábamos cada vez más nerviosos. Después de comer, incapaces de echarnos la siesta volvimos a salir a pasear y anduvimos de compras por unos grandes almacenes mirando continuamente el reloj y pareciéndonos que el tiempo se había detenido. Raquel compró un conjunto de lencería precioso con la intención de estrenarlo esa misma noche y yo compré un slip que marcaba mi paquete de una forma descarada. Luego regresamos al hotel y nerviosos comenzamos los preparativos para la velada que se nos presentaba. Afeité el coño a Raquel, dejándole tan solo un fino trazo de vello que ascendía en línea recta desde el punto en que se unían sus labios en dirección hacia el ombligo. Luego, mientras ella se depilaba el resto del cuerpo yo me afeité también, y me depilé los huevos dejándolos lisos como los de un bebé. De esa forma, mi polla parecía más grande y hermosa. Nos duchamos y Raquel se pintó las uñas de las manos y yo le hice las de los pies y cuando hubimos acabado, nos vestimos y nos sentamos a esperar. Os juro que aquella fue la hora más lenta de mi vida.

Finalmente llegó la hora de marchar. Cogimos un taxi y durante todo el trayecto permanecimos en silencio, agarrados de la mano. El taxista, viendo que no teníamos ganas de charla no abrió la boca en todo el camino y de vez en cuando le veía mirándonos a través del espejo. No me extrañó, teniendo en cuenta lo guapa que estaba Raquel. No creo que el conductor pudiera observar desde su posición el busto de mi mujer, pero si hubiese podido le habría resultado difícil apartar su mirada. El sujetador que habíamos comprado hacía tan solo unas pocas horas realzaba su pecho de forma escandalosa, elevándolos y apretándolos entre sí, y teniendo en cuenta que sus tetas ya son voluminosas de por sí os podéis hacer una idea del aspecto que lucían a través del escotado vestido. Tras casi media hora de trayecto el taxi nos dejó frente a una puerta que daba acceso a un jardín al fondo del cual se distinguía la sombra de una casa, apenas iluminada por unos débiles faroles. Junto a la puerta, en una garita, un portero controlaba el acceso a la finca. Al vernos bajar del taxi se acercó a nosotros y educadamente nos preguntó si teníamos invitación y tras mostrársela nos indicó el camino hacia la entrada de la mansión siguiendo un sendero que lo atravesaba rodeando un pequeño estanque. Aquella casa debía costar una millonada.

Mientras caminábamos a la tenue luz artificial reforzada por la luna llena que brillaba en el cielo sonó mi móvil. Lo saqué intrigado por quien podía llamarme un sábado por la noche, ya que prácticamente solo recibo llamadas de trabajo.

  • Es Wolfgang –le dije a Raquel antes de coger la llamada.

  • Hola Javier, -se escuchó su voz al otro lado de la línea-, tan solo te llamaba para desearos suerte. Disfrutad de la fiesta.

¿Cómo sabía él que habíamos ido? Es cierto que no le habíamos devuelto las entradas, pero también lo era que le habíamos dejado bastante claro que no íbamos a ir.

  • ¿Qué te hace suponer que estamos en la fiesta?

  • Jajaja, -rió él con una sonora carcajada-. Paz me dijo que estaba segura de que ibais a ir. Y créeme, ella te conoce muy bien. Espera, que te la paso, que quiere hablar contigo.

  • Hola Javier. –me dijo ella-. ¿Estáis en Madrid, verdad?

  • Hola Paz, ¿estás mejor?

  • Sí, me noto cada día un poco más fuerte. Pero contéstame. ¿Estáis en Madrid, sí o no?

  • Sí, estamos aquí. –Le contesté tras una breve pausa. Me veía incapaz de negárselo a pesar de sentirme como un niño atrapado en una mentira-. Estamos a punto de entrar.

  • Estaba segura de que iríais por mucho que Wolf me dijera que no. Nada, solo quería deciros que lo paséis bien y que disfrutéis todo lo que podáis, que esta vida solo se vive una vez. Cuida a Raquel, ¿vale? Dale un beso de mi parte. –Y me colgó dejándome asombrado al ver que casi me conoce mejor que yo mismo.

Cuando llegamos al enorme portal de entrada de la casa, aunque aquello más bien parecía un palacete, otro portero nos pidió la invitación y nos guió hasta una pequeña habitación en la que había una taquilla y una ducha.

  • En este vestuario pueden dejar sus pertenencias. Nadie más va a entrar en él, pero les recomiendo por seguridad que lo guarden todo en la taquilla. Los zapatos los dejan también aquí y salen descalzos. ¿Es la primera vez que vienen? –preguntó atento el hombre al ver que nos mirábamos con extrañeza..

Ambos asentimos en silencio.

  • Déjenme pues que les expliqué como funciona todo para no tener ningún malentendido, ¿de acuerdo? En esta fiesta en concreto pedimos a todos nuestros invitados que se pongan una túnica, que pueden encontrar colgada tras la puerta, y una máscara. Todos los asistentes vestirán una túnica igual aunque las máscaras serán todas diferentes. A fin de no perder nada les recomendamos que debajo de la túnica no lleven ropas ni pertenencias personales, salvo si lo desean la ropa interior. De otra manera pueden extraviar alguna prenda en la sala en el momento en el que se las quiten. La máscara, les recomiendo que la lleven puesta durante toda la velada, salvo que les moleste para alguna actividad. Cuando deseen marchar pueden regresar al vestuario y darse una ducha. Una vez dentro de la fiesta pueden ustedes moverse libremente por donde más les apetezca, entrando en todas las habitaciones que quieran salvo las que se encuentran cerradas con llave. Creo que es innecesario que les advierta de que el uso de cámaras o teléfonos en el interior de la sala está prohibido. ¿Tienen alguna pregunta?

  • ¿Qué tenemos que hacer con la llave del vestuario? –le pregunté intentando aparentar la máxima tranquilidad.

  • Se cierra mediante una clave de cuatro números que pueden fijar ustedes mismos. Dejen que les muestre. –Y nos mostró como se modificaba la combinación, tras lo cual viendo que no teníamos nada más que preguntar, nos deseó una buena velada y nos abandonó en aquella habitación. Cerramos la puerta y nos sentamos en el banco que había junto a la taquilla. Me temblaban las piernas y sentía mis tripas removerse en mi interior y mirando a Raquel observé que estaba igual de nerviosa que yo.

  • Todavía estamos a tiempo. –le dije en voz baja.

  • No, Javier, si no estábamos preparados creo que deberíamos haber abandonado hace ya bastante rato. Ahora ya estamos aquí y vamos a entrar en esa sala y que pase lo que tenga que pasar. Pero estate seguro de una cosa. Te quiero. Te quiero mucho.

  • Y yo a ti, mi amor. –le dije estrechándola entre mis brazos y besándola.

Me levanté y comencé a desnudarme todavía con el nudo en mi estómago. Raquel permaneció un rato más sentada, observándome, hasta que con una decisión que no sé de dónde sacaba se incorporó también y se desnudó. Yo me quité toda la ropa, incluso los slips y alcancé la túnica que colgaba de la percha. Era de una gasa fina, de color blanco, que se cerraba a un lado mediante una cremallera. Un cordel a la cintura servía para ceñirla.

  • ¿Vas a entrar sin calzoncillos? –me preguntó extrañada Raquel.

  • Sí. ¿No te vas a quitar tú las bragas ni el sujetador?

  • Ni hablar. Con lo caro que ha salido tengo que amortizarlo.

Ambos reímos su comentario mientras se ponía la túnica por encima del sexi sujetador, y la ceñía a su cintura con el cordel. La verdad es que estaba preciosa a pesar de lo absurdo del disfraz. La túnica llegaba hasta un poco por debajo de las rodillas y mostraba sus gruesas pero hermosas pantorrillas. Sin mangas, dejaba sus brazos al desnudo, todavía mostrando un hermoso bronceado a pesar de estar en febrero. Su cabello, recogido en una especie de moño del que se escapaban unos pelos rebeldes ondulándose en pequeños rizos, dejaba su cuello al descubierto, y la parte delantera de la túnica se abombaba adaptándose a la curva de su pecho.

  • Estás preciosa. –le dije contemplándola con agrado.

  • ¡Qué dices, si esta túnica es horrorosa!

La verdad es que no le faltaba un poco de razón. Eran ridículas, pero aún así me resultaba imposible apartar la vista de ella. Me acerqué a ella y arrinconándola contra la pared le dí un profundo beso al que ella me correspondió complaciente. Me separé y cogiendo las dos máscaras que habían colgado junto a las túnicas le ofrecí una.

  • ¿Vamos? Si seguimos un rato más así no salimos de este vestuario. –Le dije percibiendo como al no llevar calzoncillos se marcaba claramente el inicio de una erección. Cuando entráramos en la sala me iba a resultar imposible disimular mi estado y por un momento estuve tentado de ponérmelos, pero qué diablos, si habíamos llegado hasta allí, ¿qué más daba si se notaba o no que estaba trempado?

Raquel tomó la máscara que le ofrecía y la colocó sobre su rostro. Tapaba la mitad de su cara dejando tan solo al descubierto la boca y la barbilla. Sus ojos brillaban a través de los pequeños orificios recubiertos de purpurina dorada que destacaba sobre el brillante fondo verde. Una serie de plumas de colores remataban el antifaz por la parte superior. Me reí al verla mientras yo me ponía la mía, de tonos rojizos y bastante más llamativa que la suya.

  • ¿Estás preparada, cielo? –le pregunté mirándola a través de mi propia máscara, a lo cual ella me respondió con un leve movimiento de su cabeza. –Entonces, vamos. No demoremos más el momento.

La cogí de la mano y salimos del vestuario dirigiéndonos hacia el final del pasillo donde aguardaba otro portero, este con túnica y máscara al igual que nosotros, al lado de un gran portón de madera. Al vernos acercarnos nos saludó con una inclinación de cabeza y abrió el portón. Nos acercamos intentando aparentar la máxima tranquilidad a pesar de que nuestras piernas temblaban y de que Raquel apretaba mi mano con tanta fuerza que me hacía daño. Lentamente cruzamos al parecer la última puerta de acceso a la fiesta, que daba a un enorme patio cubierto por una gran cristalera e iluminado por una hilera de farolas alineadas a lado y lado. En el centro, una piscina iluminada con focos bajo el agua en la que en ese momento había dos hombres abrazándose ambos a una mujer que repartía sus besos de forma equitativa entre ambos. Los tres llevaban las máscaras puestas y al acercarnos más descubrimos que eran las únicas prendas que llevaban puestas. Repartidos por el patio se veían pequeños grupos de hombres y mujeres, charlando animadamente algunos, abrazándose y acariciándose otros. En total no habría más de veinte personas, y todas, excepto los que he mencionado de la piscina, llevaban el mismo atuendo que nosotros. Tal y como había comentado el portero que nos había atendido las túnicas eran todas iguales y las máscaras variaban en colores y formas aunque eran todas bastante parecidas.

  • ¿Qué hacemos ahora? –le susurré a Raquel indeciso.

  • No sé. Sigamos a aquellos. Pero no te sueltes de mí. –Me dijo apretándome la mano todavía más e indicándome con la cabeza a un grupo de tres o cuatro personas que salían del patio a través de una gran puerta.

Nos dirigimos hacia ella sin mirar a nadie caminando con pasos lentos. A medida que nos acercábamos se percibía un creciente bullicio que venía desde el interior. Al cruzar el portal, a la derecha una amplia escalinata enmoquetada ascendía en una suave curva hacia la que nos dirigimos justo a tiempo de ver cómo el grupo de personas al que habíamos visto entrar se perdía en la oscuridad del piso superior. Ascendimos lentamente notando como el ruido aumentaba a cada paso que dábamos y cuando alcanzamos el rellano vimos asombrados un enorme salón lleno a rebosar de túnicas y máscaras que se movían al son de la música que tocaba un grupo igualmente enmascarado sobre un escenario iluminado con fuertes focos. Sobre el escenario, además de los músicos un hombre y una mujer completamente desnudos salvo por la máscara bailaban de forma lasciva restregándose uno contra el otro y uniendo sus labios con lujuria cada vez que sus rostros se aproximaban lo suficiente. No parecían parte del espectáculo sino que era más bien como si fueran dos participantes de la fiesta que se hubieran animado a subir. Si hubiesen sido miembros de la orquesta, pensé, serían más jóvenes y más atléticos. Porque la verdad es que la mujer, a juzgar por su aspecto debía de rondar ya casi los cincuenta y el hombre no debía de alejarse mucho, por no hablar de la prominente barriga de él. Evidentemente no era ningún "boy" de los que trabajan normalmente en despedidas de soltera. A pesar de todo a nadie parecía importarle y cada vez que sus lenguas se unían un grito de apoyo surgía de las bocas del público animándoles a seguir.

  • Mira, Raquel, parece que allí hay una barra. Vamos a pedir algo. –le dije alzando la voz para que me escuchara. Ella permanecía absorta mirando a los bailarines.

  • ¿Has visto eso? –me dijo sin apartar la vista de ellos-. Fíjate en él, Javier. Mírale la polla.

Miré lo que me decía y observé que estaba erecta. Mientras le miraba, la mujer que con él danzaba se agachó frente a él y le propinó un par de lametones ante el jolgorio del público.

  • Joder, qué pasada. ¿Estás bien? Yo necesito una copa.

  • Sí, estoy bien, estoy alucinando con todo esto. Primero los de la piscina de abajo y ahora esto. Venga, vamos a por esa copa.

Tomándola de la mano nos metimos entre la gente y nos dirigimos hacia el fondo donde unos camareros servían tras una atestada barra. Pedimos dos copas y nos dirigimos de nuevo hacia la entrada en donde había menos gente.

  • ¿Te das cuenta, Javier? No sé si te ocurre lo mismo pero ya no me siento tan ridícula con esta túnica puesta. –me dijo.

En efecto, al estar rodeados de gente que vestían todos exactamente igual que nosotros me sentía cómodo y pensé en lo ridículo que habría sido entrar vistiendo ropas normales. Eché un vistazo alrededor y miré a los bailarines del escenario.

  • Joder, Raquel, mira a los de ahí arriba. –le dije cogiéndola por el brazo.

Ella miró y aunque no pudiera observar sus ojos a través de su máscara pude imaginar la cara de sorpresa que bajo ella se habría dibujado. Y no era para menos, ya que lo que antes había sido un baile sensual se había convertido en un auténtico polvo. La mujer se había inclinado sobre uno de los altavoces apoyando las tetas sobre él y el hombre la follaba agarrándola por la cintura. Y por los gestos y la cara de ambos se veía claramente que no estaban fingiendo. Se la estaba tirando en directo frente a no menos de un centenar de personas que a pesar de seguir animándoles tampoco parecían haberse entusiasmado mucho más de lo que estaban antes. Nos quedamos observando, ella arrimándose a mí, atentos al furioso baile que entre ellos había comenzado. Ambos se movían de forma algo brusca, y los músicos que se habían percatado de lo que ocurría habían cesado de tocar y acompañaban cada embestida con un breve acorde. El batería redoblaba el tambor de forma suave. Pronto el público se unió a tan extraño acompañamiento para semejante polvo y a cada embestida del hombre se alzaba un coro de voces.

  • ¡Ohhhh! –se escuchaba gritado por un montón de voces cada vez que la mujer era empujada contra el bafle.

Miré a Raquel y observé incrédulo como se había unido al coro.

  • ¡Ohhhh! –gritaba Raquel a mi lado mientras como un eco se alzaba de entre el público un estridente ¡Ohhhh!

Poco a poco el redoble de tambor se iba haciendo más intenso y el espacio entre exclamación y exclamación por parte del público se iba haciendo cada vez más corto hasta no ser más que un zumbido de fondo sin principio ni final. Si no hubiera sido por ese intenso ruido se habrían podido escuchar claramente los gritos de la mujer, que girada hacia el hombre le miraba diciéndole algo cada vez que él empujaba. Ella se agarraba con fuerza al altavoz que temblaba ante cada acometida. Y el redoble subía y subía y yo ya no sabía si era la orquesta que acompañaba a la pareja con su repique o eran ellos los que la acompañaban con sus movimientos. Pronto otro nuevo grito se alzó entre el público. Gritaban al unísono en un rítmico y frenético acompañamiento.

  • ¡Ah!, ¡Ah!, ¡Ah! –repetían una y otra vez.

  • Trtrtrtrtrtrtr, -acompañaba el redoble del tambor.

Finalmente con un fuerte golpe a los platos el batería, que observaba atentamente a la pareja, anunció al numeroso público el final del espectáculo. Efectivamente, un poco antes del sonoro anuncio la mujer se había derrumbado sobre el bafle aplastando sus tetas contra él y sus piernas se habían relajado. El hombre que con tanta fuerza había estado moviéndose detrás de ella también se había detenido y se había reclinado contra su espalda, ambos empapados en sudor. Durante un rato permanecieron así hasta que él se salió y girándose hacia el público con la polla todavía tiesa, se quitó el condón y saludó a la gente con él todavía en la mano. Lo alzó como si fuera un trofeo y él el primer clasificado en un gran premio, y la gente le ovacionó consiguiendo que ella también se levantara y se colocara a su lado, a lo que la ovación subió de tono. Se dieron un beso y tras permanecer un rato más pavoneándose ante el público se bajaron del escenario, cada uno por un lado.

  • Veo que el espectáculo no te ha desagradado –me dijo Raquel dirigiendo la vista hacia mi cintura, para luego confesarme en un susurro-. Aunque he de admitir que a mí han conseguido calentarme como a una perra.

En efecto, al no haberme puesto los calzoncillos se notaba claramente la erección que lucía en esos momentos, elevando la túnica bajo mi cintura de una forma escandalosa. Avergonzado traté de cubrirme.

  • Déjalo, -me dijo ella-. Mira a tu alrededor. Creo que no eres el único.

Giré la vista y eché un rápido vistazo a la gente que nos rodeaba para descubrir que a prácticamente la mitad de los hombres también se les levantaba la túnica. Incluso había uno que sin ningún recato se había despojado de la ropa mostrando sin pudor su erecta polla, que acariciaba de vez en cuando cogiéndola en la mano y dando un par de sacudidas antes de volver a soltarla. Hice una seña a Raquel para que mirara y vi como a través de los estrechos orificios de la máscara sus ojos se abrían con sorpresa.

  • Joder, Javier, aquí la gente no se anda con rodeos. Mira aquella pareja del fondo.

Dirigí mi vista hacia allí y tuve un fugaz atisbo entre el gentío que no permanecía quieto de una mujer arrodillada frente a un hombre desnudo haciéndole al parecer una mamada.

  • Esto es demasiado, Raquel. No estoy seguro de querer quedarme –le dije agarrándola del brazo y dándome cuenta de que no estábamos en una fiesta de intercambio de parejas sino en una auténtica orgía.

  • Tampoco me gusta mucho a mí. Pensé que sería otra cosa. Podemos quedarnos un rato más y luego marcharnos si no nos gusta, simplemente paseemos y observemos. ¿De acuerdo? –me preguntó mientras me tomaba de la mano y me arrastraba hacia una puerta que había a la izquierda, justo detrás de la pareja de la mamada, y hacia la que se encaminaba bastante gente.

La seguí sin poder creer lo que estaba viendo. A la mujer arrodillada se había unido otra chica y se turnaban para chuparle el rabo al hombre que gruñía de placer cada vez que una de las dos se lo tragaba. Y justo cuando pasábamos a su lado giró la cabeza y nos miró, haciendo un gesto a Raquel, invitándola a unirse a la fiesta. Ella, con una frialdad y tranquilidad que me sorprendió le hizo un gesto negativo y continuamos andando. Unos pasos más allá, dos hombres abrazaban a una mujer y entre ambos la estaban desnudando. Tenía la túnica arrollada a las caderas como un cinturón y las manos del hombre que la estrechaba desde atrás sobaban sus pechos, pequeños pero firmes, sin ninguna delicadeza mientras el otro hombre la besaba en el cuello al mismo tiempo que trataba de acabar de arrancarle el vestido.

Agarrado a la mano de Raquel penetramos en la sala contigua en donde unas cuantas parejas follaban sin complejos, unas al lado de las otras e incluso vimos estupefactos como un hombre que estaba sobre una mujer que se abría de piernas para él se levantaba y apartando al hombre que follaba a su lado ocupaba su lugar cediéndole su puesto. Fijándose con más atención se descubría que no solo eran parejas de hombres y de mujeres los que follaban, sino que había también alguna mujer que arrodillada entre los muslos de otra le comía el coño. Incluso al fondo de la sala se veían un par de hombres que se besaban apasionadamente masturbándose mutuamente bajo la atenta mirada de una joven que no les quitaba la vista de encima. La verdad es que era un espectáculo grotesco, aquella mezcla de emplumados cuerpos desnudos moviéndose en desorden, las caras ocultas bajo las coloridas máscaras.

Estoy seguro que muchos de vosotros pensaréis que en aquellos momentos me debía sentir el hombre más afortunado del mundo al poder participar en semejante espectáculo, pero nada más alejado de la realidad. Es cierto que he soñado muchas veces con situaciones en las que sin mediar palabra una mujer se me acerca y me ofrece su cuerpo. Es cierto que he imaginado cómo sería poder acercarse a alguien y sin tener que perder tiempo en la conquista poder acceder directamente a su cuerpo. Sexo por el sexo. Sin complicaciones. El sueño de todo hombre y de toda mujer. Follar cuando quieres con quien quieras. Pero una cosa es imaginarlo y otra muy diferente el vivirlo, y os aseguro que la situación me desbordaba, me sentía inseguro ante aquella ola de desatada concupiscencia.

  • Raquel, vámonos de aquí, -le dije agarrándola por el brazo-. Esto no es lo que había imaginado.

  • Ni yo. Venga vámonos, que esto es demasiado para nosotros.

Rodeándola por la cintura tratando de mostrar a todos que esa mujer era mía y no estaba dispuesto a compartirla con nadie nos encaminamos hacia la sala en la que tocaba la orquesta y en donde más de un centenar de personas que conservaban en su inmensa mayoría las túnicas bailaban animadamente. Comenzamos a atravesar aquella marea de cuerpos que se agitaban sintiendo que todos los ojos que nos miraban tras aquellas máscaras se daban cuenta de que nosotros no pertenecíamos a ese mundo, que éramos dos extraños que nos habíamos colado en su fiesta. De repente aquella multitud comenzó a moverse y nos vimos atrapados en aquella riada de gente que parecía dirigirse hacia el fondo de la sala, y antes de que pudiera reaccionar sentí cómo Raquel se separaba de mí. Y sin poder hacer nada para evitarlo observé petrificado cómo era engullida y arrastrada de mi lado. Traté de alcanzarla pero me fue imposible, empujado sin querer por aquel gentío y por unos instantes tuve la fugaz visión de su rostro oculto por la máscara mirándome asustada. Desapareció de mi vista sin que pudiera hacer nada para evitarlo y cuando por fin aquella marea humana se detuvo miré a mi alrededor tratando de encontrarla y encontrando tan solo una ola de túnicas, todas iguales, y un coloreado mar de máscaras multicolores. La busqué en vano entre la gente que me rodeaba tratando de vislumbrar aquel emplumado antifaz que llevaba y dándome cuenta de que prácticamente todas las máscaras eran iguales. Un poco más apartado de donde me encontraba divisé un penacho de plumas verdes que se agitaban entre un grupo de hombres y me encaminé hacia allí. En efecto, allí estaba Raquel rodeada por tres o cuatro personas. Me acerqué por detrás y la llamé cogiéndola por el hombro.

  • Raquel, ya estoy aquí. –le dije en tono tranquilizador.

Ella se giró y me miró desde los pies hasta la cabeza, dándome un repaso con lentitud.

  • Si tú quieres que sea Raquel, lo seré para ti, guapo. –Me dijo con voz algo ronca que evidentemente no era la de mi mujer.

  • Perdona, te confundí con otra persona. –me disculpé sintiéndome enrojecer bajo mi antifaz y reculando hacia atrás.

Comencé entonces a moverme alrededor de la sala tratando de encontrarla sin resultado. Bajé hasta el patio que habíamos atravesado al entrar en la fiesta. Visité la habitación en la que antes habíamos estado y en la que unas cuantas parejas seguían follando con total naturalidad. Crucé a otra habitación y luego otra y otra, y en todas ellas había gente desnuda, gente que follaba mientras algún grupo de curiosos se reunían alrededor. Llegó un momento en el que ya no supe donde me encontraba y caminaba de forma mecánica de sala en sala viendo sin ver, tan solo buscando un antifaz verde con plumas en su parte superior. Deseaba encontrarla para poder marcharnos cuanto antes de aquel lugar, huir y regresar a la tranquilidad y seguridad de nuestro hogar.

  • ¿Buscas a alguien? –Me preguntó una voz ronca a mi lado sacándome de aquel sueño que estaba convirtiéndose en pesadilla a marchas forzadas. Me giré hacia la voz para ver a una mujer vistiendo la ya tan vista túnica y con el rostro cubierto por una máscara blanca en el lado derecho, negra en el izquierdo y sin ningún tipo de adorno. A través de las aberturas de los ojos se veían brillar unos ojos azul pálido que me miraban con curiosidad.

  • Sí, estoy buscando a mi mujer. –Contesté aliviado al ver a la primera persona que mostraba un poco de atención hacia mí.

  • Ven conmigo, sígueme.

Y agarrándome de la mano me guió y yo me dejé llevar.

CONTINUARÁ