Raquel y yo (11)

Raquel y yo vamos con Paz y Wolfgang a un local de intercambio de parejas que ellos frecuentan...

Lo primero que me sorprendió al entrar fue lo normal que parecía todo. No sé por qué siempre me había imaginado los locales de intercambio como sitios oscuros en los que grupos de gente bailaban de forma sensual restregándose unos contra otros y besándose todos con todos, y sin embargo este parecía un bar de copas como otro cualquiera. Nada más entrar, una larga barra a mano derecha en la que servía un hombre de unos cincuenta años aproximadamente y una mujer de la misma edad o tal vez un poco más joven. A mano izquierda una serie de mesas alineadas contra una pared llena de fotos en blanco y negro de actores famosos, y separadas unas de otras por un enrejado de madera a fin de proporcionar un poco de intimidad a los ocupantes y en las que no había más que una pareja que tomaban una copa charlando tranquilamente. Al fondo, una pequeña pista de baile con unas butacas rodeándola. Y eso era todo.

Paz y Wolfgang saludaron a los dos camareros con familiaridad al igual que habían hecho con el portero mientras yo miraba nervioso a mi alrededor, con Raquel a mi lado al parecer más tranquila que yo, aunque sabía perfectamente que era solo su apariencia ya que en casa también me había transmitido su nerviosismo ante este nuevo paso que íbamos a dar.

Tomamos asiento en una de las butacas del fondo, justo las que había antes de la pista y enseguida se acercó la mujer de la barra y saludó a nuestros acompañantes.

  • Hola Pilar. –Saludó Paz-. ¿Cómo va todo? Hemos traído a unos amigos, aunque parece que hoy la cosa está floja.

  • Pues sí, hija, ya ves. Imagino que luego vendrá un poco más de gente, aunque ya sabes que los martes nunca se llena. ¿Qué vais a tomar? ¿Os pongo lo de siempre? –y luego mirándonos a Raquel y a mí con una hermosa sonrisa- ¿Qué vais a tomar vosotros?

Paz nos recomendó un cóctel del que ya no recuerdo el nombre, especialidad de la casa y ambos aceptamos gustosos la sugerencia, y mientras esperábamos a que los prepararan le comenté a Paz la sensación de normalidad que tenía todo. Ella soltó una carcajada.

  • ¿Y qué esperabas, tonto? Es que esto es un bar normal, para venir y tomar tranquilamente una copa, conocer gente y pasar un buen rato. Y si conoces a alguien que te gusta, pues se lo dices y ya está. Igual que harías en cualquier otro bar.

  • Pero en un bar cualquiera no te acuestas con la persona que acabas de conocer. –repliqué yo.

  • ¿Cómo que no? ¡La cantidad de gente que conoce a alguien en un bar y al poco rato está follando en un hotel! ¿Qué más da que sea en la habitación del hotel o en una del propio bar? Es simplemente una cuestión de rapidez y comodidad.

  • Pero en otro bar no lo haces con tu pareja delante. –Insistía yo.

  • Con tu pareja delante harás lo que ambos queráis, sea aquí o en cualquier otro lugar. Igual que podéis estar aquí tomando simplemente una copa, podéis ir a cualquier otro sitio y enrollaros cada uno con el que os apetezca, cada uno por su cuenta. Es solo cuestión de que ambos decidáis hasta donde queréis llegar y marquéis vuestros propios límites. El lugar es lo de menos.

  • Entonces, ¿por qué existen locales como este? –intervino mi mujer.

  • Simplemente por comodidad. Aquí encuentras gente que comparte las mismas opiniones y resulta todo mucho más fácil. En otro local es más complicado que se acerque alguien a pedirme nada si me ven con mi marido. Y el hecho de que me apetezca echar un polvo con otro no implica que no me apetezca estar con Wolf. –Paz casi siempre le llamaba así, cuando no le llamaba directamente “lobo”- Así que vengo aquí y puedo disfrutar de su compañía hasta que venga alguien a pedirme algo, y si me apetece, pues me iré con él. Y si él quiere venirse también, pues que se venga.

Trajeron las copas y tomé un sorbo escuchando a Paz sin creerme todavía que nos encontráramos en ese bar. Paz y su marido nos habían invitado explicándonos sin ningún tipo de complejos que era un local de intercambio de parejas y que iban con la intención de follar con otras personas, que nosotros podíamos ir si queríamos y que no estábamos obligados a nada por ello. Y tras discutirlo con Raquel ambos habíamos decidido que no perdíamos nada por ir y echar un vistazo.

El tiempo iba pasando al mismo tiempo que nuestras copas menguaban, y a pesar de que habían ido entrando parejas que iban ocupando las mesas contiguas, el local se veía todavía vacío. Justo en la mesa de atrás se había sentado una pareja joven, que charlaba animadamente, y cuando ya llevaban un buen rato allí sentados una pareja, ambos ya maduros, tal vez de unos cincuenta años, les pidió permiso para sentarse con ellos. Escuché como aceptaban y se sentaban los recién llegados y curioso traté de seguir la conversación que mantenían, pero me resultaba casi imposible. Lo único que percibí tras un buen rato es que el hombre maduro se levantó y preguntó ¿vienes?, y acto seguido lo vi pasar por nuestro lado acompañado por la chica joven y meterse por una puerta que había al fondo y que yo había tomado por un almacén. Y al cabo de un buen rato vi pasar al chico joven con la mujer madura y adentrarse en la misma puerta. Al parecer Raquel también se había dado cuenta de cómo funcionaba la cosa, ya que le preguntó a Paz.

  • Y estando nosotros sentados a la mesa con vosotros, ¿no crees que la gente pensará que ya tenéis lío? Así no se acercará nadie.

  • Bueno, de todas maneras estamos pasando un rato agradable, ¿no? –Contestó Paz-. Y si nos entra el gusanito, pues nos vamos los dos para adentro, si no os importa quedaros aquí solos. Así igual os sale algún rollito a vosotros.

  • Uf, no sé –contestó Raquel mirándome a los ojos y tomando mi mano en la suya-. No estoy segura de poder hacerlo.

Efectivamente, ambos habíamos hablado mucho sobre el tema planteando la posibilidad de que pasara algo, pero a ambos nos daba un poco de reparo. A pesar de habernos acostado ya con otras personas era diferente, ya que lo habíamos hecho los dos juntos, primero con Fran y luego con Sonia, así que la idea de acostarnos cada uno con un desconocido nos planteaba muchas dudas.

De todas maneras no creo que interfiriéramos mucho en las perspectivas de encontrar “rollito” de Paz y Wolfgang, ya que el local seguía estando prácticamente vacío y a parte de las dos parejas que habían entrado por la puerta del fondo no lo había hecho nadie más. Él había abrazado a Paz y la atraía contra él mientras ella apoyaba la mano sobre su muslo, y yo a mi vez rodeaba a Raquel por la cintura. Nuestras copas ya se habían vaciado y yo dije de pedir otras, pero Wolfgang se levantó, arrastrando con él a su mujer.

  • Pedidlas para vosotros. Nosotros nos vamos un rato –le dijo con su peculiar acento alemán plantándole un beso en los labios.

Y se dieron la vuelta hacia la puerta del fondo del local. No habían dado ni dos pasos cuando Raquel los interrumpió.

  • Esperad un momento, esperad.

Ambos se giraron y la miraron con expresión algo molesta. Raquel permaneció muda unos instantes, y comenzando a teñirse su cara de un intenso color escarlata preguntó tartamudeando un poco como hace cuando se pone nerviosa.

  • Se, se, ¿se puede entrar solo a mirar?

Yo creo que ellos la miraron con la misma sorpresa con la que yo lo hice, incrédulo a lo que acababa de escuchar.

  • Claro –contestó Paz-. Ningún problema.

Y volviendo a darse la vuelta continuaron su interrumpido trayecto hacia la puerta del fondo. Raquel me tomó de la mano y me dijo venga vamos, al mismo tiempo que yo la miraba extrañado.

  • ¿Pero estás loca? –le pregunté.

  • No me apetecía quedarme aquí –me dijo en voz baja para que no la escucharan ellos-. Además, me gustó verlos el otro día follando en la casa rural. Entramos y echamos un vistazo, y si nos apetece nos quedamos y si no nos largamos.

Alcanzamos la puerta y los seguimos a través de ella, entrando en un pasillo en penumbra. A todo lo largo del mismo se abrían una serie de puertas, casi todas abiertas salvo dos, tras las cuales se escuchaban ahogados jadeos. Continuaron hasta la que se encontraba al final del pasillo y entraron, nosotros tras ellos, en una habitación iluminada por una débil luz rojiza en el centro de la cual había un enorme colchón.

  • Vosotros mismos –dijo Wolfgang antes de girarse y abrazar a Paz besándola con profundidad.

Comenzaron a besarse apasionadamente y nosotros nos sentamos en el borde del colchón mirándoles. No tardaron mucho en arrancarse las ropas frente a nosotros sin ningún tipo de complejo, quedando desnudos. Ya sé que no era la primera vez que les veíamos así, que les habíamos visto en la playa y luego cuando espiamos mientras follaban en la casa rural, pero esta vez era diferente. Íbamos a presenciar, con su consentimiento como lo hacían. Tragué saliva sintiendo mi garganta seca, y sentí un hormigueo en mi vientre, como si mis tripas se estuvieran recolocando. Sin prestarnos la más mínima atención, Paz lanzó a su marido de espaldas sobre el colchón e inmediatamente ella fue tras él lanzándose directa hacia su polla que lucía ya un aceptable estado de erección, y comenzando a besarla y lamerla. En la habitación el único ruido que se escuchaba eran los lametones y los besos de Paz. Miré a Raquel a mi lado que permanecía con los ojos abiertos enormemente mirándolo todo. Coloqué una mano sobre su muslo y ella hizo lo mismo sin apenas mirarme.

Los besos y caricias de Paz se iban convirtiendo en una mamada en toda regla y ahora la polla de su marido permanecía más tiempo en su boca que fuera. Lo que más me excitaba era escuchar los sonidos que hacía, el ruido de sus besos, el que hacía con la lengua cuando se la sacaba para humedecerse los labios y sobre todo los gemidos que había comenzado a emitir, no él como sería lo lógico, sino ella. Aunque todavía me acordaba de mi época de juventud, cuando follaba con ella, de lo mucho que la excitaba chupar pollas. Él se retorcía en silencio sobre el colchón disfrutando de aquella sensacional mamada que le estaban haciendo. Estuvo un largo rato chupándosela, hasta que sacándosela se tiró hacia arriba colocando una pierna a cada lado del cuerpo de su marido y sentándose con un limpio movimiento sobre la enhiesta verga. Comenzó a brincar y desde donde estábamos sentados veíamos sus tetas moverse al compás. Yo la veía de perfil, y Raquel que estaba un poco más adelantada debía tener una visión perfecta de su rostro que debía resultar de lo más erótico, porque enseguida vi como comenzaba a acariciarse con disimulo el sexo por encima del pantalón. Aunque tampoco era nada raro, ya que yo mismo tenía una enorme erección viendo aquel espectáculo.

Por entonces eran ya manifiestos los jadeos de Paz acompañados por los de su marido y estaba claro que como continuaran un rato más así no tardarían en correrse, sobretodo ella, que había comenzado a acariciarse el clítoris con fuerza al mismo tiempo que aquella polla la penetraba. A medida que aumentaba el ritmo de la cabalgada de Paz pude ver como aumentaba también el de la mano de Raquel, y la mano que posaba sobre mi muslo la había ido subiendo imperceptiblemente hasta rozar el enorme paquete que se había formado bajo mi pantalón y que pugnaba por salir sintiendo aquella proximidad. Y Paz cabalgó y cabalgó saltando como una loca sobre aquella tiesa columna que se clavaba en ella arrancándole gemido tras gemido. Y lo hizo con tanta fuerza que acabó explotando en un escandaloso orgasmo mientras Raquel, ya sin ningún disimulo se masturbaba con la mano bajo el pantalón.

A pesar de haberse corrido ya, Paz siguió saltando con furia, tal vez intentado exprimir a su marido, pero como ya habíamos observado en la casa rural Wolfgang tenía un aguante increíble y era capaz de estarse rato y rato follando sin eyacular. De todas maneras, los movimientos de ella fueron apagándose hasta que rendida se bajó de la montura, y tendiéndose de espaldas al lado de su marido, con las piernas separadas mostrándome su enrojecido coño me miró directamente a los ojos gritándome sin palabras.

Mi corazón se detuvo dentro de mi pecho cuando miré a Raquel y ella hizo un simple gesto con la cabeza apuntando hacia Paz tendida enfrente de nosotros y me bastó ese leve movimiento para comprender. Y mis labios se movieron en silencio diciéndole un simple te quiero, mientras me ponía de pie y comenzaba a desnudarme al mismo tiempo que ella se quitaba el pantalón. Mi vista bailaba entre el cuerpo desnudo de Paz y el de Raquel, a punto también de estarlo. Y de mientras, Wolfgang observaba la situación con interés, una leve sonrisa dibujándose en sus labios.

Terminé de desnudarme y lanzando una última mirada a mi mujer, que estaba quitándose ya las bragas, la última prenda que le quedaba, me zambullí entre los muslos de Paz que me recibió con un estrecho abrazo y un intenso beso recordatorio de aquellos tantos besos que nos dimos de más jóvenes. Y besándola, el resto del mundo desapareció para mí, desapareció Raquel y desapareció su marido. En esos momentos solo existíamos ella y yo y nuestras lenguas buscándose con ansia, danzando en un húmedo baile que me hacía estremecer. Ella me había rodeado la cintura con sus muslos apretándome con fuerza contra ella de tal forma que mi polla se restregaba contra su velludo coño.

Ella separó los labios de los míos y me besó la cara en una línea que llegaba hasta mi oreja, y mordisqueándola me susurró.

  • Venga, ponte un condón.

Me quedé de piedra. Mierda, mierda, mierda, pensé, no tengo condones. Y debió ser tal la expresión de mi cara que ella se rió y me plantó un beso en los labios.

  • Tranquilo Javier, hay sobre la mesa. Venga, coge uno.

En efecto, sobre una pequeña mesa había un plato sobre el que se apilaban varios preservativos de colores. Me levanté y me acerqué para coger uno totalmente cegado por la pasión, tanto que ni siquiera vi a Raquel. Y cuando cogí uno del plato, escuché a Wolfgagn.

  • Dame uno a mí también, Javier.

Y sin pensarlo agarré otro y fue entonces cuando la vi a ella, sentada a su lado agarrándole la polla con la mano y meneándosela con lentitud. Os mentiría si os dijera que no sentí ganas de abandonar en ese punto, de cogerla a ella de la mano y salir corriendo de aquella habitación, de regresar a casa y olvidarnos de todo lo que había pasado. Pero no pude. Me quedé ahí parado, mirándola mientras ella me miraba a mí, sintiendo sus ojos clavados en los míos pidiéndome perdón por adelantado y perdonándome ella a mí. Fue Paz la que me rescató de su mirada llamándome con dulce voz.

  • Venga, Javier, ven.

Y alcancé el condón que sostenía en mi mano a Wolfgang, quien lo cogió y comenzó a abrirlo. Me solté de la mirada de Raquel y volví junto a Paz, que todavía estaba con los muslos separados y estaba acariciando su sexo con delicadeza. Con nerviosismo abrí el envoltorio y desenrollé la goma sobre la dureza de mi pene, y sin pensarlo más me hundí en ella. Regresé a ella después de tantos años y ella me recibió como si nunca nos hubiésemos separado abrazándome con fuerza entre sus piernas y levantando la pelvis a fin de conseguir una penetración más profunda. La follé con movimientos lentos y suaves, hundiéndome en ella mientras deslizaba una mano bajo su espalda justo por encima del culo y la atraía hacia mí. Le hice el amor con lentitud sintiendo cómo su coño me abrazaba con fuerza, viendo su cara de gozo, esa cara que tantas veces había visto de joven y que todavía me acompañaba a veces en mis sueños. La boca entreabierta, las aletas de su nariz agitándose a cada jadeo que su boca exhalaba, los ojos entreabiertos mirando sin ver y los párpados temblando rápidamente cada vez que mi polla alcanzaba el fondo de su vagina.

Y de repente sentí unos labios besándome que no eran los suyos y levanté la cabeza para ver frente a mí el rostro de Raquel, que a cuatro patas recibía los embistes de Wolfgang. Su cara mostraba una retorcida mueca de placer y un hilo de baba colgaba de la comisura de sus labios balanceándose a cada empujón que desde atrás le propinaban. Clavó sus ojos en los míos y estoy seguro que ni siquiera me veía, ya que de tan concentrada que estaba en su propio placer tenía la mirada perdida.

Yo continué moviéndome pausadamente encima de Paz y ella parecía agradecer mi forma sosegada de hacerle el amor, gimiendo y abrazándose con fuerza a mí. Y yo disfrutaba viendo a la mujer que más quiero en el mundo a dos palmos de mí y a la mujer que tanto quise pegada a mi piel. De forma gradual iba incrementando la velocidad de mi cintura siendo consciente de que no aguantaría mucho rato más dentro de ella, y antes de acabar quería hacer que ella también se corriera, así que aceleré y aceleré haciendo que sus gemidos fuesen cada vez más fuertes y seguidos. Ella fue la primera en avisar aferrándose a mí con inusitada fuerza.

  • Aaah, ahhhh, me corro,

Y empujé con fuerza hasta que sentí como todo su cuerpo se relajaba justo en el mismo momento en el que yo mismo comenzaba a correrme, hundiéndome dentro de ella con golpes fuertes y secos. Caí agotado sobre ella aplastando sus tetas contra mi pecho y sintiendo la dureza de sus pezones quemándome la piel. Y mientras retiraba la enfundada polla de su coño la besé en la boca. Ella giró la cabeza hacia donde estaba su marido y acercándose a mí me susurró al oído.

  • Mira a tu mujer cómo disfruta. ¿No es maravilloso poder contemplar algo así?

Y no pude menos que darle la razón. Ella se había inclinado hacia delante apoyando los codos sobre el colchón y apretaba los puños con fuerza. Viéndole la cara sabía que estaba ya a punto de correrse y esperé ansioso ese momento. La mejor parte del sexo es cuando ves a tu pareja alcanzar el clímax, y ella me complació con un largo orgasmo que parecía no tener fin, gritando sin parar.

  • Sí, sí, así, dame, venga,

Wolfgang parecía no tener límite y continuó embistiendo con fuerza durante un buen rato más hasta que su cara se desencajó y agarrándose con tal fuerza a la cintura de Raquel que hasta dejó las marcas de sus dedos se corrió gritando algo en alemán, una corrida larga e intensa que por fin consiguió tranquilizar sus nerviosas sacudidas.

  • Joder, qué bueno, joder, joder, -repetía Raquel su cara todavía desencajada aunque ya totalmente relajada.

Enseguida que acabó, Wolfgang se detuvo y agarrando la base del condón con la mano la sacó, lo miró con atención como tratando de evaluar la cantidad de leche que había soltado y haciéndole un nudo lo tiró delante de Raquel.

  • Mira todo lo que me sacaste, casi me dejaste seco.

Intercambiamos las posiciones y yo volví con Raquel a quien besé con ternura en la boca dándole las gracias por aquel maravilloso momento que me había hecho vivir mientras Wolfgang abrazaba a Paz. Luego, tras un breve reposo recogimos nuestras ropas y regresamos al bar que continuaba igual de vacío, aunque ya nos importaba poco, la verdad. Pedimos una nueva copa y nos sentamos de nuevo a la mesa, mucho más felices que cuando habíamos entrado.

Al regresar a casa Raquel y yo hablamos mucho sobre lo que había ocurrido, ilusionados como dos niños pequeños que acaban de descubrir un nuevo juego y no pueden dejar de hablar del mismo.

  • Joder, -me decía Raquel con los ojos haciéndole chiribitas- ese tío es una máquina de follar. Me puso a mil, el muy cabrón. Aunque me parece que tú también disfrutaste lo tuyo con Paz, ¿no?

  • Uf, fue fantástico, y más viéndote a ti a mi lado. Aunque por un momento estuve a punto de cogerte y salir corriendo de allí.

  • Me llegas a sacar y te mato. Te lo juro. No puedes ni imaginarte lo caliente que estaba.

Pero sí que me lo imaginaba, porque dudaba que hubiese podido estarlo más que yo. Y de repente me di cuenta mirándola de lo absurdo de los temores que nos habían asaltado antes de ir a aquel bar. En efecto, Paz tenía razón. Nosotros ponemos nuestro límites y trazamos la ralla a partir de la cual no queremos pasar. Pero esa línea no es inamovible  y puede ir cambiando con el tiempo, y lo más importante de todo es que nadie puede hacerlo por nosotros, nadie puede decirnos hasta dónde podemos llegar ni lo que podemos o no podemos hacer. Habíamos trazado una ralla un paso más atrás de donde estaba inicialmente y juntos la habíamos cruzado, y mientras nos mantuviésemos unidos no pasaría nada. Me acerqué a Raquel y la besé.

  • Sabes que te quiero, ¿verdad? –y tras una breve pausa.- ¿Quieres que les invitemos a pasar un fin de semana en una casa rural?