Raquel y yo

Cuando mi mujer me preguntó si me importaría que se enrollara con otra tía nunca pensé que ya lo habría hecho...

Confesiones

Recuerdo con claridad la primera vez que me hizo la pregunta. Fue el verano pasado, estando de vacaciones en un pequeño pueblo del sur de Tenerife. Habíamos alquilado un pequeño apartamento y pasábamos el día en la playa, disfrutando de un merecido descanso. Estábamos tumbados en la cama del apartamento. Sobre nuestras cabezas batía el aire de forma mecánica con un sordo zumbido un viejo ventilador. Acabábamos de hacer el amor y ella se acurrucaba contra mí, acariciando mi pecho con la yema de sus dedos.

  • Cariño, - dijo en voz muy bajita, casi un susurro en mi oído. - ¿Alguna vez has pensado en hacer un trío?

Yo me giré sorprendido y la mire. Ella me observaba con sus grandes ojos.

  • Pues la verdad es que sí que lo he pensado. Yo creo que todo el mundo piensa en esas cosas, ¿no?

  • Sí, imagino que sí. ¿Y qué crees que te excitaría más, que lo hiciéramos con otro hombre o con otra mujer?

Mi corazón dio un salto en mi pecho. No me lo podía creer. ¿Acaso significaba eso que me estaba proponiendo organizar un trío? La mire fijamente y ella adivinó enseguida lo que estaba pensando.

  • No, no, no. No es lo que piensas. No me apetece ningún trío. Solo me gustaría saber qué sentirías si me vieras con otro hombre o con una mujer.

  • Uf, es difícil de responder. La idea de follarte entre yo y otro tío me pone muy caliente. Me gustaría verte disfrutar, y hacer un sándwich como en las pelis. Ya sabes, por delante y por detrás. Pero luego no sé si sería capaz de ver como te folla otro hombre. Ya sabes que no soy celoso, pero la verdad no sé que sentiría en esos momentos. No creo que me gustara mucho.

  • ¿Y con otra mujer?

  • Sería diferente. Yo creo que esa es la fantasía que compartimos todos los hombres. Poder acostarnos con dos tías al mismo tiempo. Aunque tampoco sé si sería capaz, la verdad. Yo contigo ya tengo bastante.

  • Y si fuera con dos mujeres, ¿qué sentirías si me vieras enrollarme con la otra tía? ¿Te pondría verme comiéndole el coño a otra mujer? No sé, pero tiene que ser bastante fuerte ver como tu mujer se enrolla con otra, ¿no?

  • Uf, no lo sé. Pero con esta conversación mira como me estoy poniendo. – le dije cogiéndola por la muñeca y guiando su mano hasta mi polla, que estaba ya dura y completamente recuperada del polvo anterior.

  • Uy, uy, uy… Aquí hay que hacer algo.

Y se escurrió de entre mis brazos para bajar hasta la erguida verga y empezar a hacerme una fantástica mamada. Me la chupaba como solo ella sabe hacerlo, metiéndosela en la boca hasta que el glande roza el fondo de su garganta y masajeando al mismo tiempo mis pelotas entre sus manos. Yo estaba en la gloria. De vez en cuando ella levantaba la cabeza y me miraba al mismo tiempo que me preguntaba.

  • ¿De verdad no sabes qué sentirías viéndome como le hago esto mismo a una tía?

  • Sí, sí, - recuerdo que le decía desesperado por que me la siguiese chupando. – Me pondría muy caliente viéndote hacerlo.

Y ella continuaba chupando llevándome al paraíso. Yo me retorcía en la cama de gusto, sabiendo que como siguiera un rato más no aguantaría y me correría enseguida.

  • Date la vuelta y ponte encima de mí, cielo. Quiero comerte el chocho.

  • No cariño, esto es un regalo para ti. Limítate a disfrutar. Pero… ¿Cómo de caliente te pondrías si me vieras con un coño en mi boca? ¿Más caliente de lo que estás ahora?

  • No, no, no, - le dije con voz entrecortada. – Mucho sí, pero más que ahora no. No pares, no pares.

Y ella seguía chupando. Veía su cabeza arriba y abajo, arriba y abajo. De vez en cuando la levantaba y me miraba y yo veía mi polla rodeada por sus labios y cómo estos la engullían hasta la base. Otras veces se la sacaba de la boca y la lamía desde los huevos al glande, la acariciaba con la punta de sus dedos, la rodeaba con la mano y le daba un par de sacudidas antes de volver a introducirla en su sedosa boca.

Y yo no podía dejar de retorcerme de placer, sintiendo como se aproximaba mi orgasmo. Ella también lo notaba, ya que como le gusta hacer siempre, se la sacó y cogiéndola con su delicada mano comenzó a masturbarme con rapidez, mirando atentamente a la punta de mi polla en espera de ver salir el primer chorro de semen. Y no tardó mucho en ver lo que quería. Dando un ahogado grito me corrí, derramando gruesos goterones de leche sobre mi vientre. Creo que incluso alguno debió de salpicar su hermosa cara.

Mientras yo me recuperaba ella se entretuvo extendiendo la leche por mi piel con la punta de sus dedos, y luego se deslizó hacia arriba hasta volver a acurrucarse entre mis brazos y plantarme un tierno beso en los labios.

  • Así que no te importaría verme con otra tía

  • Joder, si le comes el coño igual de bien que me la chupas tiene que ser una maravilla verte hacerlo.

Nos dormimos acurrucados el uno contra el otro escuchando el monótono zumbido del ventilador sobre nuestras cabezas.

La siguiente vez que salió a relucir el tema fue para las navidades, si no recuerdo mal. Igual que la otra vez, estábamos en la cama. Raquel permanecía tumbada con los muslos separados ofreciéndome su sexo, y yo tumbado entre sus piernas disfrutaba del aroma de su coño jugando con mi lengua sobre él. A ella le encanta como la hago disfrutar con mi lengua y muchas veces me ha dicho que nadie se lo ha comido como yo, aunque la verdad es que tampoco me ha dicho nunca cuanta gente se lo ha hecho. El caso es que aquel día, tras unos cuantos besos y arrumacos, se me había despatarrado mostrándome el sexo y me había dicho con esa vocecita tan sensual y persuasiva a la que sabe que no me puedo resistir:

  • Venga, va, cari. Cómemelo.

Y yo sin pensármelo dos veces me había zambullido entre sus piernas en busca de la suavidad de su sexo. Enseguida empezó a gemir y a retorcerse de gusto, agarrándose a las sábanas de la cama con sus finos dedos. Me gusta jugar con mi lengua sobre su clítoris, trazando lentos círculos que se estrechan cada vez más hasta alcanzar el centro de su placer, y una vez alcanzado la retiro de golpe para deslizarla por la bien protegida entrada de su coño, lamiendo con fuerza sus carnosos labios. Cada vez que hago eso ella se retuerce y levanta su pelvis intentando que su anhelante sexo siga el movimiento de mi lengua, pero yo la bajo y marco mi propio ritmo. Me gusta hacerla sufrir y puedo prolongar esa placentera tortura durante mucho tiempo, sintiendo como ella se va encendiendo cada vez más y termina suplicándome que acabe de una vez y la haga correrse. Pero esta vez fue diferente y no me lo pidió. Se limitó a decirme en un susurro casi inteligible a causa de sus jadeos.

  • Si yo….me comiera un….un…agghhhh…coño…uffff….no sería tan cabrona como tú. Ahhhh, ahhhh, no la torturaría de esta manera.

Yo levanté inmediatamente la cabeza y la miré sorprendido.

  • ¿Qué has dicho, mi amor?

  • Joder, no pares. Digo que si yo me comiera un coño no sería tan cabrona como tú y no prolongaría tanto esta tortura.

  • ¿Tienes alguna queja de cómo te lo hago? – le pregunté con sonrisa burlona hundiendo un dedo en su coño.

  • Aaaahhhhh, - gimió, - no, no. Si lo peor es que me gusta. Pero sigue chupando, joder, sigue hasta que me corra.

Y volví zambullirme entre sus muslos retomando el tema con redobladas energías, intentando complacerla. Y chupé y chupé de tal forma que sus "aagggssss" y sus "uuuufsssss" se encadenaban uno tras otro en una creciente sinfonía que alcanzó su momento cumbre cuando con un prolongado y agónico "Aaaaaaggggghhhhhhh" que parecía no terminar nunca, apretó sus muslos contra mi cabeza y se corrió.

Permanecí un momento con mi boca pegada a sus labios y luego me incorporé para abrazarme a ella, mis labios brillantes y lubricados con sus jugos y mi propia saliva. A ella le encanta sentir como después de que se corra me abrazo a ella y rozo su oreja y su cuello con besos chiquitos, que hacen que se le ponga el vello de punta y la piel de gallina. Permaneció callada, con los ojos cerrados, su respiración entrecortada todavía acelerada, durante unos minutos. Yo la observaba y cuanto más la miraba más encantadora la encontraba. No sé, me encanta ver a las mujeres cuando acaban de correrse. Tienen un punto que no sabría describir, un aire tan especial, que las hace tan hermosas… Y si encima es mi Raquel, pues qué queréis que os diga, es la más hermosa de todas.

Cuando se hubo relajado un poco y abrió sus ojos, se giró hacia mí y plantó un tierno beso en mis labios.

  • Joder, Javier. Eres un artista. No creo que haya nadie que me lo haga como tú.

  • No hay nada como el trabajo bien hecho. – dije con una sonrisa de oreja a oreja. – Tú también lo haces muy bien.

  • Sí, seguro que si me comiera un chochito lo haría de puta madre.

  • Cielo, me refería a que cuando tú me la chupas también lo haces muy bien. ¿Se puede saber qué te ha dado ahora con lo de comerte un coño? Ya es la segunda o tercera vez que me sacas el tema.

  • No es nada, cariño. Solo que desde la otra vez que lo comentamos me ha venido varias veces a la cabeza. ¿De verdad no te importaría verme acostándome con otra mujer? Eso sería como si te pusiera los cuernos, ¿no? Porque cuando yo pienso en verte a ti con otra mujer me entran unos celos terribles. Y no es que la idea no me caliente, pero no sé si podría soportarlo.

  • Ya te lo dije la otra vez. La idea de verte con otra tía la verdad es que me pone muy caliente. Es más, imaginarte follando con otro tío me pone también cachondo. Pero cuando se me pasa el calentón y lo pienso fríamente no sé si sería capaz de mirarlo sin sentirme terriblemente mal. No me gustaría ver que gritas más con otro, o con otra, que conmigo.

Ella río en una sonora carcajada.

  • Coño Javier. Sabes que contigo me lo paso genial y que no necesito a otro en mi cama para enseñarme lo que es un buen polvo.

  • Ya, ya, eso dices ahora. Pero espera a ver como se mete aquí un fornido negro con un rabo de treinta centímetros y comienza a sobarte estas hermosas tetas, y este jugoso coñito…- y mientras le decía esto le metía un dedo en la rajita, todavía húmeda.

Ella rió y se retorció de gusto sintiendo como el dedo entraba sin ninguna dificultad en su acogedor sexo, al mismo tiempo que alargaba una mano para coger entre sus dedos mi polla.

  • Cielo, ya sabes que esto es lo único que necesito

Y empezó a masturbarme suavemente, con pasmosa lentitud tal como le gusta a ella. Y mientras su mano mantenía esa suave cadencia de arriba abajo, ella me miraba con esos ojitos que sabe que pueden conmigo y me preguntaba en apenas un susurro.

  • Pero cielo,…¿De verdad no te importaría ver cómo una tía me come el coño?

Y yo incapaz de responder me retorcía de gusto sobre las blancas sábanas.

Ayer me volvió a sacar el tema. Pero de una forma tal que me ha dejado de piedra. Al igual que las otras veces que lo había hecho, acabábamos de hacer el amor. Ella permanecía acurrucada entre mis brazos, la cabeza contra mi pecho, su cuerpo fundiéndose con el mío en un estrecho vínculo. De repente se giró hacia mí y me soltó la pregunta.

  • Javier… ¿Verdad que me dijiste que no te importaría que me acostara con una mujer?

  • Coñoooo, ¿Ya estamos con el temita otra vez?

  • Pero ¿te importaría o no te importaría?

  • No, cariño, ya te dije que no me importaría demasiado aun a pesar de que tampoco sea lo que más deseo.

Se quedó un buen rato callada, acariciándome el pecho con la yema de sus dedos.

  • Cariño- me volvió a decir con una tímida vocecita

  • Dime mi amor.

  • Tengo que contarte algo, pero no sé cómo te lo vas tomar ni si te va a gustar.

  • Si no me lo cuentas no lo sabrás.- le contesté, sin imaginarme todavía lo que me iba a soltar.

  • Es referente a lo de acostarse con otra persona.- dijo con apenas un chorro de voz.- Es que… te he puesto los cuernos. O no. Joder, ni yo misma lo sé. No estoy segura de nada.

Escucharla decir fue un duro golpe para mí. Me quedé ahí tirado abrazándola sin decir nada, sin saber como reaccionar, sin saber si cabrearme o no. La verdad es que es lo que menos me esperaba de Raquel. Llevamos viviendo juntos desde hace ya casi cinco años y nunca hemos tenido ningún problema, salvo las típicas tonterías de pareja. Yo la quiero y sé que ella me quiere a mí. En la cama nunca hemos tenido problemas y creo que disfrutamos de buen sexo. Entonces, ¿a qué eso de ponerme los cuernos?

  • Joder, Javier. Dime algo. Te acabo de decir que te he puesto los cuernos. ¿Es que no te importa?

  • Coño, claro que me importa. Pero es que me acabas de dejar sin palabras.- le dije cabreado.- ¿Me puedes explicar algo de esto? ¿Y qué es eso de que no estás segura de nada?

Ha permanecido callada un instante antes de contestarme.

  • Me acosté con Sonia.

Y tras golpearme con este bombazo se ha vuelto a quedar muda, dejándome con la boca abierta. Por un momento he pensado que no la había entendido bien, que sus labios no habían pronunciado lo que mis oídos habían escuchado, pero no, lo había dicho con mucha claridad, me he acostado con Sonia, era imposible equivocarse. Pero, ¿con Sonia?

  • No sé porque te lo cuento. -rompió ella el silencio.- Por un lado, sé que tengo que hacerlo, porque no quiero ocultarte nada. Pero por otro lado soy consciente de que haciéndolo tal vez te haga tanto daño que nuestra relación se vea afectada de forma irreversible. Y eso me dolería mucho, y tú lo sabes. Tengo miedo de que una cosa a la que no le he prestado ni la más mínima importancia sea demasiado importante para ti.

  • ¿Pero se puede saber de qué me estás hablando? Me dices que te has acostado con Sonia y luego me dices que no le has prestado ni la más mínima importancia. ¿Es eso normal? ¿Es que vas por ahí tirándote a tus amigas como si fuese la cosa más normal del mundo?, -le grité.

  • Joder, Javier. No es así. Fue una cosa que pasó, que no ha vuelto a pasar, y que tampoco tengo ganas de que vuelva a pasar. Simplemente sucedió y ya está. ¿Ves porque me daba miedo contártelo? Imaginaba que te pondrías así.

  • ¿Y como coño quieres que me ponga? Una cosa que pasó, dices. Joder, si es lo más normal del mundo, ¿no? Además, ¿Qué significa eso de que te acostaste con Sonia? ¿Acabas de descubrir que eres tortillera o qué? Esto si que no me lo esperaba. Ahora resulta que mi mujer es tortillera y que se va costando por ahí con sus amigas. ¿Qué coño pinto yo en todo esto?

  • Tú eres la persona a la que más quiero en este mundo, y tú lo sabes, así que cálmate un poco y deja que te lo explique.

  • Sí, espero tu explicación sobre las cosas que "pasan".- le contesté indignado aunque dándome cuenta de que estaba siendo injusto con ella si no dejaba que se explicara. Me senté sobre la cama, ya que mientras gritaba me había levantado sin darme cuenta y gesticulaba enfurecido frente a ella.

  • ¿Recuerdas el año pasado, cuando marché de acampada con mis amigas?

  • Sí, claro que me acuerdo. Te pasaste una semana en un camping de Tarragona.

  • No sé si recordaras que Sonia acababa de romper con su novio por esa temporada y estaba bastante hecha polvo, y no sin motivos, ya que él se había portado como un auténtico cabrón. La verdad es que nunca la había visto tan mal, a la pobre, y eso que siempre lo ha pasado fatal cada vez que ha terminado alguna relación. Durante toda la semana nos levantábamos temprano y salíamos a dar una vuelta por el pueblo. Desayunábamos algo en cualquier bar y luego nos íbamos a la playa.

Claro que me acordaba. Se habían pasado toda la semana en la playa nudista que había al lado del camping. Recuerdo como se reía ella al verme la cara de sorpresa que puse cuando se desnudó y observé su bronceado integral, y como luego intenté que me contara cosas de sus amigas. Imaginarme a las cuatro desnudas tumbadas una al lado de otra me ponía muy cachondo, y más conociéndolas a todas como las conozco.

  • El último día, -prosiguió ella- salió el tema de los hombres. Estuvimos hablando de tíos, criticándolos unas veces, elogiándolos otras, sin darnos cuenta que con nuestras palabras heríamos a Sonia. Ella permanecía callada hasta que de repente dijo "Son todos unos cabrones", se levantó, se puso el pareo y se marchó hacia el camping. El resto del día transcurrió con normalidad, y tras la cena estuvimos un buen rato sentadas a la luz de las estrellas, charlando y tomando chupitos, disfrutando de nuestra última noche en el camping. Luego nos fuimos a dormir. Marta y Susana a su bungalow, y Sonia y yo al nuestro.

También recordaba que Raquel había compartido habitación con Sonia y que dormían ambas en una cama de matrimonio, ya que por cuestiones de disponibilidad era lo único que habían podido ofrecerles en el camping.

  • Llevábamos ya un rato acostadas cuando escuché sollozar a Sonia. Estaba a mi lado, dándome la espalda, con brazos y piernas hechos un ovillo, acurrucada como un gatito. Yo me acerqué a ella y rodeándola con el brazo traté de calmarla un poco. Y entonces ella me contó toda la historia con su novio, el como la había engañado y cómo luego ella le había perdonado. Me contó la humillación que había supuesto para ella pillarlo en la cama con su prima. Me contó lo mucho que la había hecho sufrir y lo mierda que la había hecho sentirse. Me contó como lo volvió a pillar, esta vez con una amiga. Y como el muy hijo de puta le había suplicado el perdón e incluso había tratado de forzarla. En fin, me contó lo triste que había sido su relación y lo mucho que la habían hecho sufrir.

  • Joder, no tenía ni idea de que lo hubiera pasado tan mal.

  • Yo tampoco lo sabía. Por eso la abracé con fuerza y la fui tranquilizando poco a poco, dejando que agotara sus lágrimas, diciéndole que ella vale mucho y que seguro que encontrará alguien que la quiera de verdad.

Y es verdad que Sonia vale mucho. Es una chica encantadora, inteligente, simpática, guapa, pero con una mala suerte para los novios increíble. Desde que la conozco le he visto varios novios, y todos la han acabado dejando o poniéndole los cuernos, lo cual tampoco me extraña ya que el perfil de hombre que elige es siempre el típico chulito de discoteca.

  • Finalmente conseguí calmarla y sus sollozos se fueron apagando. Permanecí abrazándola haciéndole sentir que no se preocupara, que ahí estaba yo para apoyarla. Entonces se giró quedando de cara a mí y en la penumbra de la habitación puede observar que me miraba con sus grandes ojos. Y sin esperarlo me dijo "Gracias, Raquel. Realmente eres mi mejor amiga" y me plantó un beso en los labios. Yo la verdad que no me lo esperaba, pero tampoco le di mucha importancia. Se quedó callada un rato y me preguntó en voz muy baja "¿Por qué no pueden ser los hombres como tú? Seguro que sería más feliz" Y volvió a echarse a llorar. Yo me arrimé a ella y la estreché fuerte entre mis brazos. Y fue entonces cuando realmente empezó todo. Yo la miré a la cara, y no sé por qué, supongo que me salió del alma, le di un beso en la boca, un beso suave, ligero y rápido, que me dejó un agradable sabor en los labios. No era nada sexual. Era solo un beso de cariño entre dos amigas.

  • ¿Un beso entre amigas? –pregunté aunque ahora ya mucho más calmado- ¿Te besas en los morros con todas tus amigas?

  • No, claro que no. Pero te aseguro que aquello era solo una muestra de cariño. El caso es que logré que se callara. Me volvió a mirar a la cara y me dijo un simple "Gracias" al mismo tiempo que acariciaba mi mejilla con la yema de sus dedos. Por un momento me sentí extraña, abrazada a una mujer que me acariciaba en la oscuridad de la noche, pero fue algo pasajero. La verdad es que estaba muy bien, me sentía relajada y tranquila. Tan tranquila que no me importó volver a sentir sus labios sobre los míos. Esta vez fue un beso más largo, más cálido. Sus labios eran dulces, suaves y carnosos, húmedos. Y los míos le respondieron con dulzura. Nos enzarzamos entonces en un intercambio de besos, rápidos y fugaces, llenos de amor y de cariño. Besé su cara, sus ojos, su boca, al mismo tiempo que ella respondía de igual manera.

  • Sigue, sigue. Cuéntame qué pasó después. –la insté viendo que se había quedado callada mirando al techo.

  • Antes de que nos diéramos cuenta estábamos ambas fundidas en un estrecho abrazo. Nuestros labios, pegados los míos a los suyos, se entreabrían para dejar paso a las lenguas. Yo estaba empezando a notar una extraña sensación por todo mi cuerpo, un calor que me invadía poco a poco, que ascendía desde mi vientre hacia mi cabeza, y que me obligaba a besarla todavía más y más. Mis manos habían ascendido hasta su cabeza, y acariciándole la nuca la atraía hacia mí, hacia mis labios. Ella a su vez, me acariciaba la cara. Sentía sus dedos recorriendo mis mejillas, mis párpados, la línea de mi nariz… Era una sensación muy extraña, pero tan placentera y natural que no podía ni quería hacer nada para evitarla. Nunca en mi vida he soñado con hacerle el amor a una mujer, y nunca me ha excitado la idea. Pero ahí estaba yo besándome con mi mejor amiga y muy excitada. Por que he de reconocer que me sentía terriblemente excitada. Y me gustaba. Me gustaba sobretodo la naturalidad con la que estaba pasando todo. Al parecer a ella también le gustaba ya que encajó su pierna entre mis muslos y se apretó todavía más contra mí.

En este momento mi enfado con Raquel se había pasado ya por completo. Permanecía ahí sentado escuchando su relato con gran excitación. Porque la verdad es que la idea de imaginarme a mi mujer con Sonia besándose abrazadas en la cama me estaba causando un suave cosquilleo en mi entrepierna.

  • No sé el tiempo que pasó, -prosiguió- hasta que sentí como sus manos abandonaban mi cara para ir bajando en un lento y sinuoso recorrido hacia mi pecho. Sentía sus dedos deslizándose con infinita suavidad sobre mi excitada piel y no podía evitar sentir un estremecimiento de placer cada vez que ella se detenía para trazar con suavidad un cerrado círculo sobre mi cuerpo. Sus manos no se detuvieron en el pecho y continuaron bajando muy lentamente hacia la cintura. En ese momento ya no nos besábamos. Yo permanecía ahí tumbada sintiendo el contacto de sus dedos, con los ojos cerrados y dejándome llevar por esa oleada de nuevas sensaciones que sentía. Notaba cómo mi respiración se aceleraba y sentía el desbocado latir de mi corazón. Una vez sus manos alcanzaron mi cintura volvieron a comenzar un suave ascenso, esta vez bajo mi camiseta. Sentía un incremento en mi excitación proporcional a los centímetros que avanzaba su mano bajo mi camiseta, y cuando finalmente llegó hasta la base de mi pecho no pude evitar dejar un ahogado suspiro. Tenía los pezones tan duros que incluso me molestaba el roce de la tela sobre ellos. Entonces con la mano empezó a acariciarme las tetas con mucha suavidad, masajeándolas con dulzura. En el momento en el que sentí la presión de sus dedos sobre mis endurecidos pezones emití un pequeño grito, ya que fue como si me aplicaran una pequeña descarga eléctrica. Me los estuve masajeando y pellizcándolos entre sus dedos un rato y luego de repente sacó su mano de debajo de mi camiseta…. Veo que no te molesta lo que te estoy contando

La miré y vi como dirigía sus ojos hacia mi polla, que estaba ya claramente en proceso de erección, y pude apreciar en la creciente penumbra del dormitorio una irónica sonrisa en sus hermosos labios.

  • La verdad es que me estás poniendo cachondo

  • Ya veo, ya veo… -me dijo volviendo entonces a recuperar el hilo de su relato- Cuando sacó la mano pensé que se había arrepentido de lo que estábamos haciendo, pero vi con gran deleite que lo único que pretendía era desprenderse de la camiseta. Se sentó a mi lado y observé como elevando los brazos se la quitaba, en un movimiento cargado de sensualidad y erotismo. Con una suave presión de su mano me indicó que me sentara yo también. Y una vez sentada sobre la cama a su lado fue ella misma la que cogiéndome la camiseta por la cintura comenzó a enrollarla sobre sí misma hasta terminar sacándomela por la cabeza. Yo me dejaba hacer, con los ojos cerrados, disfrutando del momento. Entonces ella se sentó a mi lado y me abrazó, y pude sentir el contacto de sus pechos contra los míos. Abrí los ojos y la miré. Ella me miraba también y sin decirnos nada nuestros labios se volvieron a fundir en un tórrido beso. Nuestras lenguas se encontraban y se separaban en un rápido baile que me estaba llevando a un nivel de excitación que dada la situación nunca habría imaginado. Por que la verdad es que por aquel entonces sentía la humedad que había descendido de mi sexo y mojaba mis bragas. Me separé de ella y la obligué a tumbarse sobre la cama. Deseaba acariciarla, besarla,… Mis labios empezaron un lento recorrido por su piel. Era tan suave… Sentía como se estremecía cada vez que la besaba. Primero la besaba en el cuello, dándole incluso algún pequeño mordisco, como me haces tú a veces, y cada vez que lo hacía ella gemía, un leve suspiro que acrecentaba mi propia excitación. Mis labios se dirigieron hacia sus pechos, esas hermosas tetas que me había pasado toda la semana contemplando con envidia en la playa. Eran perfectas

  • Tus tetas tampoco están nada mal –la interrumpí.

  • No me quejo de las mías, pero las suyas son las tetas que quiere cualquier mujer. La gravedad empieza a mostrar sus efectos sobre mi pecho, pero ella a pesar de ser mayor que yo, tiene unos pechos duros, turgentes, que se elevan hacia arriba como intentando desafiar la fuerza que tira de ellas hacia abajo. Lo que más me sorprendió fueron sus pezones. En lugar de ser redonditos y parecidos a un garbanzo como los míos, aquellos se asemejaban más a un cacahuete, redondos en la base y alargados, enormemente alargados. Cuando mis labios alcanzaron aquellos pezones los besé con suavidad. Luego mis dientes los apretaron en un ligero mordisco, sintiendo la dureza de aquellas hermosas protuberancias que la hacían retorcerse en la cama. Ella de mientras acariciaba mi espalda hasta allá donde alcanzaba su brazo. Habíamos alcanzado ya un punto en el que ya ninguna de las dos podía parar. Y te aseguro que en el momento en que mis labios descendieron por su vientre hacia sus también húmedas braguitas, por un momento se me pasó por la cabeza la idea de que estábamos haciendo algo que no era del todo correcto. Pero no duró mucho mi pensamiento. Cuando alcancé aquel trozo de tela y aspiré el aroma de su sexo el único pensamiento que me quedó fue proporcionarle a Sonia todo el placer del que fuera capaz. Quería hacerla disfrutar, hacer que se sintiera bien. Creo que era la primera vez en mi vida en la que sentía el aroma de un sexo femenino que no fuera el mío. Ese olor tan conocido y a la vez tan diferente. No sé porqué pensaba que todos olerían igual. Posé mis labios sobre aquel triángulo de tela y ella se retorció sobre las sábanas, separando sus piernas a fin de facilitarme el acceso. Yo me giré un poco acercándome a ella a fin de que su mano pudiera acariciar mi culo sin dificultad. Y mientras comenzaba a besar su monte de Venus a través de sus bragas pude sentir la mano de ella explorando bajo mis bragas, buscando mi sexo. Y en el momento en que sus dedos entraron en contacto con mi vulva fue como un latigazo, un estremecimiento que me hizo temblar momentáneamente y que erizó todo el vello de mi cuerpo. Por un momento mis labios se separaron de la entrepierna de Sonia para poder concentrarme directamente en esa extraña sensación: los dedos de una mujer acariciando mi coño. Y aunque unos dedos son unos dedos a fin de cuentas, la sensación era mil veces mayor que si hubiesen sido los tuyos, por ejemplo, y no me preguntes porqué.

  • No te pregunto, pero sigue contando. –le supliqué esta vez ya con una auténtica erección.

  • Por un momento me quedé ahí quieta, sintiendo como aquellos dedos hurgaban entre mis piernas, hasta que pude reaccionar. Entonces le bajé las bragas, a lo que ella me ayudó levantando un poco su culo, y las deslicé por sus piernas hasta que ella las acabó de quitar con un ágil movimiento. Ante mí quedó entonces esa estrecha franja de pelos que descendía en recta línea hasta la unión de aquellos dos carnosos labios, que apenas podía distinguir en la penumbra del dormitorio, pero que gracias a las horas que habíamos pasado desnudas en la playa durante los últimos días se dibujaban ante mí con total claridad. Bajé la cabeza y mis labios se posaron sobre su pubis con timidez, sin saber bien cómo moverse a continuación. Me embriagaba el aroma de su sexo, tan penetrante, que delataba su excitación. Poco a poco me fui girando hasta colocarme entre sus muslos y me tumbé sobre la cama con la cara sobre su excitado sexo. Ella jadeaba nerviosa previendo el placer que se aproximaba y separó más los muslos. No lo pensé dos veces y bajé la cabeza hasta que mis labios se posaron con delicadeza sobre los otros labios, estos más gruesos, más carnosos. Comencé besándoselo con ligereza, sin saber muy bien cómo continuar. Piensa que nunca en la vida había tenido un coño tan cerca de mí, aparte del mío propio, claro está. Entonces me acordé de ti.

  • ¿Precisamente en ese momento te acordaste de mí? Podrías haber pensado antes, cuando empezaste a enrollarte con ella ¿no?

  • No empieces otra vez con esto, Javier. Déjame que te explique. Al tener el coño frente a mí me acordé de cómo me lo haces tú y lo mucho que disfruto cuando me lo comes. Pensé en todas las cosas que me gusta que me hagas y pensé que si a mi me gustan a ella le debían de gustar igual que a mí, así que sin pensármelo más entreabrí la boca y sacando la lengua la deslicé por la raja de su sexo. Nada más hacerlo percibí como ella se estremecía de placer y emitía un suave gemido. Animada por el resultado volví a deslizarla de nuevo, esta vez más lentamente, disfrutando yo misma de la agradable sensación que me invadía. A medida que la iba subiendo notaba como sus jugosos labios se abrían de tal forma que la punta se introducía ligeramente entre ellos. Era algo fabuloso. La verdad es que ahora logro entender como te puede poner tanto comerme el coño. Nunca pensé que fuera tan bueno, la verdad. El hecho es que mi lengua empezó a moverse sobre su mojada raja, y cada movimiento era correspondido por un gemido cuyo único resultado era incrementar mi propia excitación. Apoyé la yema de los dedos sobre sus labios y abrí el sexo, igual que me haces tú, de tal forma que se ofreció a mí como una flor. Me habría encantado poder verlo así, abierto ante mí, pero ya te dije que la habitación estaba oscura y apenas se distinguían las siluetas, pero para encender la luz tendría que haberme levantado hasta la puerta y temía que si me levantaba se perdiera la magia del momento y fuéramos incapaces de recuperarla. Así que tuve que limitarme a disfrutar de él utilizando el sentido del tacto, del gusto y del olfato. Y te aseguro que mediante los tres lo disfrute de una forma increíble. Su sexo se abría ante mí como una concha, y nada más posar mis labios sobre él me di cuenta de lo mojada que estaba. Comencé a lamerlo con suavidad, saboreando cada centímetro, mojando mis labios en él como si estuviese comiendo una fruta madura. Me encantaba sentir como ella gemía de gusto a cada movimiento, sentir cómo se revolvía en la cama… Saqué la lengua todo lo que pude y con una suave presión intenté introducirla dentro de ella, para follarla igual que me follas tú con tu lengua cuando me comes el coño. Me era incómodo, así que decidí que si quería hacerla gozar de verdad sería mejor lamer su clítoris. Separando bien su sexo con los dedos acerqué la punta de la lengua a la comisura de sus labios y la deslicé con delicadeza consiguiendo arrancarle un prolongado gemido. Por un momento pensé que a pesar de su muestra de placer no había alcanzado mi objetivo, pero al volver a deslizar la lengua por el mismo sitio pude apreciar un pequeño bulto. Tras otro nuevo intento me convencí de que aquello era realmente su clítoris. Era diminuto. No sabía yo que pudiera ser tan pequeño, pero claro, aparte del mío propio no he visto ninguno más en mi vida.

  • ¿Me crees ahora cuando te digo que el tuyo es enorme? –le pregunté con pícara sonrisa.

  • Pues será que sí, porque ya te digo, el suyo era casi imperceptible. De todas maneras debía cumplir bien su función, porque cada vez que lo lamía ella gemía cada vez con más ganas. Y te aseguro que con cada gemido suyo mi propia calentura subía a unos niveles increíbles. Para aquel momento mis bragas debían estar totalmente empapadas, y mi sexo ardía de una forma bestial. Pensé que si no podía penetrar su sexo con mi lengua bueno sería hacerlo con mi dedo, así que retire la mano que mantenía separados sus labios e introduje con mucha suavidad un dedo dentro de ella. Era algo delicioso, aquella sensación de humedad y suavidad, y a pesar de que yo muchas veces he metido los dedos en mi coño, era algo totalmente diferente. Tal vez por la posición, no sé. El caso es que hundí el dedo hasta el nudillo, hasta que no entraba más. Viendo la facilidad con la que penetraba pensé que mejor serían dos que uno, así que saqué el dedo para volver a introducir índice y corazón, que se hundieron en su interior con suavidad. Empecé a masturbarla con mis dedos mientras seguía lamiéndole el clítoris de forma intermitente. Y te aseguro que cada vez que paraba de chupar era para gemir yo misma a pesar de ni siquiera rozar mi coño. Pero era tal el placer que sentía provocándoselo a ella que no lo podía evitar. Ella se dio cuenta y sin decirme nada, con una simple presión de su mano sobre mi hombro me indicó que me girara. Lentamente me fui girando intentando no separar mi boca de su sexo, hasta lograr darme la vuelta y quedar sobre ella en posición para lo que se prometía un tórrido 69. Lo primero que hizo fue bajarme las bragas y levantándome como pude conseguí sacarlas para volver a situarme sobre ella, mi sexo sobre su boca, esperando con ansia el momento en el que sintiera su lengua sobre mi coño. Y ya sabes que siempre te digo que eres el que mejor me ha comido el coño, pero cuando sentí su lengua abrirse paso entre mis labios sentí algo que me es difícil describirte. Fue cómo si hubieran conectado todos mis nervios a una batería y su lengua hubiese sido la encargada de darle al interruptor. Te aseguro que casi estuve a punto de correrme con ese leve roce, para que veas cómo me sentía en ese momento.

  • Vaya, vaya. Veo que me ha salido una seria competidora.

  • No seas tonto, Javier. Sigo pensando que tú eres el mejor comecoños que conozco. Aquello imagino que sería por el morbo de la situación, el hecho de verme haciendo un 69 con mi mejor amiga, no sé. El caso es que ella empezó a lamerme el coño con tal destreza que tenía que dejar de chupar el suyo para poder dejar escapar los gemidos de placer que me invadían. Y en el momento en el que sentí como sus dedos me penetraban me fallaron las fuerzas y casi caigo con todo mi peso sobre ella. Ella de vez en cuando también retiraba la boca de mi sexo para soltar un agónico gemido, momento que aprovechaba yo para chupar su coño con más fuerza. No sé el rato que duró aquello. Solo te puedo decir que notaba un calor dentro de mi, que iba haciéndose cada vez mayor, ascendiendo desde mi vientre, inundándome. Había perdido ya el control de mi voz. Los gemidos se escapaban sin poder hacer nada para evitarlo y mi lengua lamía su sexo de una forma ya mecánica, como si actuara por cuenta propia mientras yo me limitaba a concentrarme en el enorme placer que me invadía. Sentía como mi orgasmo iba aproximándose lentamente, y por un lado deseaba que llegara, deseaba explotar en una brutal corrida. Pero por otro lado deseaba permanecer eternamente de aquella manera, sintiendo aquella húmeda y ágil lengua hurgando en mi coño provocándome aquellos latigazos de placer que sentía cada vez que me la metía. Ella fue la primera en correrse entre fuertes gemidos, y cuando empezó deseé que no lo hubiera hecho, ya que al alcanzar el orgasmo separó sus labios de mi coño, y eso era más de lo que podía soportar en esos momentos. Así que presioné mi propio coño contra su boca, ahogando nuevos gemidos y comencé a restregárselo por la cara. Debió captar mis necesidades ya que inmediatamente sentí como su lengua se hundía de nuevo dentro de mí. Y chupó y lamió con tal fuerza que me sobrevino un orgasmo bestial, largo, intenso como hacía mucho que no lo había sentido, que me dejó casi desmayada sobre su cuerpo, exhausta, agotada.

  • ¿Y qué ocurrió luego? –pregunté viendo que se había quedado callada con la mirada perdida recordando aquel momento.

  • Permanecimos de esa manera un rato, yo tumbada sobre ella, hasta que me separé y dándome la vuelta me tumbé a su lado abrazándola. Me besó suavemente en los labios y me susurró "No sabes cuanto te quiero, tía". Y nos dormimos así abrazadas, sin ninguna culpa ni remordimiento por lo que acababa de pasar. Lo que más me gustó fue que al día siguiente ninguna de las dos le dimos más importancia de la que tenía. Era un hecho que simplemente había pasado y ya había terminado. Ni nos volvimos a besar, ni volvimos a tener sexo. Éramos dos amigas que por ciertas circunstancias habíamos echado un polvo y punto. Por lo poco que hablamos del tema lo único que sé es que ella tampoco había estado antes con una mujer. Y ahí se acabó todo. Desde entonces la he vuelto a ver montones de veces y nos hemos seguido tratando como siempre lo hemos hecho, como dos buenísimas amigas.

  • ¿Y no volverías a hacerlo otra vez con ella? –le pregunté excitado

  • No creo. No puedo negarlo categóricamente porque hace un año lo habría hecho y ya ves lo que pasó. Pero sabes que me gustan muchísimo más los hombres que las mujeres, así que dudo que si me lo propusiera aceptara. Aquello pasó en unas circunstancias determinadas que ya pasaron.

  • ¿Y qué opinas si te digo que me encantaría que volvieras a hacerlo?

  • Ja, ja, ja –rió ella mirándome y observando la tremenda erección que tenía- Ya veo que a ti el tema te ha gustado y se te ha pasado el enfado de antes.

  • No creas, todavía no lo tengo muy claro. Por un lado siento unos ciertos celos y no estoy seguro de sí hiciste bien o mal al contármelo, pero por otro lado ya ves los resultados de tu infidelidad, si es que se puede llamar así. –le dije agarrándome la polla y mostrándosela.

  • Javier, sabes que te quiero y que eres el único hombre de mi vida, ¿verdad?

  • Sí, pero no la única mujer al parecer. –Y dudé un rato antes de preguntarle.- ¿Y qué tal estaría si algún día, siempre que tú quieras, claro, llamáramos a Sonia y nos montáramos una fiesta entre los tres?

Ella volvió a reir, abalanzándose sobre mí y tirándome sobre la cama. Y mientras se sentaba a horcajadas sobre mi palpitante verga me dijo con picardía.

  • Eso ya lo hablaremos, cariño, eso ya lo hablaremos